miércoles, 31 de agosto de 2016

EL ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA, INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 3 de 3

EL ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA, INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 3 de 3
Guido Mendoza Fantinato

El duro golpe a la cosmovisión andina: los acontecimientos que sucedieron en el Templo Pintado.

El Curaca de Pachacamac nombrado por la administración del Tawantinsuyo, Tauri Chumbi, salió a recibirlos de manera pacífica, mostrando buena voluntad en su trato inicial con Hernando Pizarro y su comitiva[1]. Sin embargo, los generales de Atahualpa le exigieron sumisión absoluta ante las pretensiones de los foráneos de proceder a desmantelar las riquezas de oro y plata con que contaba el santuario. La tropa española procedió a alojarse en el palacio de Tauri Chumbi y así pasó a convertirse en la primera autoridad costeña desplazada por los nuevos acontecimientos.

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Mientras se aseguraba la recolección de los tesoros de oro y plata que guardaban los depósitos del santuario[2], Hernando Pizarro quiso dar un golpe efectivo y contundente contra Pachacamac y toda la milenaria tradición que él representaba. Para ello decidió ir a ver en persona lo que suponía era la fabulosa cámara recubierta de oro donde se encontraba depositado el ídolo, apoderarse de todas sus riquezas y proceder a destruirlo en el acto.

Sin embargo, los sacerdotes y guardianes del oráculo trataron de impedir el avance de Hernando Pizarro en su intento de ingresar al Templo, ya que nadie había osado durante siglos acceder a este lugar sagrado sin haber cumplido previamente un rígido tiempo de ayuno y preparación. Pizarro logró imponerse frente a tales prohibiciones y junto con algunos de sus soldados pudo finalmente subir hasta lo alto del templo, sorteando una serie de antesalas y patios, hasta llegar a la puerta principal decorada de tejidos y con adornos de corales y turquesas tras la cual se tenía acceso al recinto sagrado donde estaba el ídolo. Grande fue su decepción al no encontrar una cámara llena de refulgente oro y metales preciosos, sino más bien un ídolo hecho de madera mal tallada y mal formada, con la figura de un hombre en su parte superior, colocado en medio de una estrecha y oscura sala con pobres decoraciones y con algunas ofrendas pequeñas hechas en oro y plata esparcidas en el piso[3].

Terminando la tarde, los sacerdotes y los cientos de peregrinos que aguardaban impacientes en las pirámides y plazas cercanas vieron con gran horror y espanto cómo de pronto Pizarro apareció en lo alto del Templo Pintado empuñando el madero del ídolo de Pachacamac y acto seguido empezó a dar un discurso extraño en un idioma que ninguno de ellos comprendía[4]. Un silencio frío y sepulcral reinaba en la urbe, a la espera de la reacción de la más implacable de las iras que desataría Pachacamac ante el horrible sacrilegio que se estaba cometiendo. A continuación, con su espada, Pizarro quebró la imagen del ídolo y lanzándola por los aires, ésta terminó rodando hasta la base del Templo, mientras sus soldados procedían a desbaratar la bóveda y la sala principal del recinto sagrado.

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Mientras en el lado del mar y con profusos colores proyectados en el firmamento se apreciaba una espectacular puesta de sol en esa calurosa tarde veraniega, el horror se transformaba progresivamente en llanto e impotencia para los cientos de personas que acababan de presenciar allí el acto vandálico más feroz y sin precedentes cometido alguna vez contra la deidad más poderosa del mundo andino. Los lamentos y sollozos se oían por doquier y la gente empezaba a correr despavorida de un lugar a otro en medio de un tumulto mayúsculo sin poder dar crédito al terrible espectáculo del que habían sido testigos. En los exteriores de la urbe los miles de pobladores de los curacazgos vecinos que se habían apostado en las murallas exteriores de la ciudad sagrada para conocer los acontecimientos de esa tarde comenzarían a difundir la noticia hacia los lugares más distantes del Tawantinsuyo en medio de la confusión y el caos generalizado.

De esta manera, la cosmovisión andina acababa de recibir uno de los golpes más certeros y devastadores en su largo desarrollo milenario. Simbólicamente la espada de Pizarro no sólo había quebrado el ídolo de madera, sino también una de las tradiciones más enraizadas y con mayor devoción en todo el ámbito pan andino. Pero al mismo tiempo, desde el punto de vista político y comercial, aquella tarde significó el inicio de la desarticulación del enorme poderío y prestigio de esta ciudad sagrada produciendo el inevitable colapso del mercado regional más grande del Pacífico suramericano. En el corto y mediano plazo ello implicó la destrucción de los sistemas económicos y de intercambio de producción vigentes para millones de pobladores de la costa y la sierra, desde Guayaquil hasta el Collao, y que habían florecido exitosamente por más de quince siglos bajo el prestigio del culto a Pachacamac.

Con estos dramáticos acontecimientos del 30 de enero de 1533, cuya trascendencia remecería profundamente los históricos cimientos de la civilización andina construidos en más de 4,500 años de desarrollo autóctono y geográficamente desconectada del resto de civilizaciones del planeta, el santuario más famoso de la costa suramericana prehispánica ingresaría al registro de la historia universal.

TOMADO DE:
Secretaría General de la Comunidad Andina
Biblioteca Digital Andina
http://www.comunidadandina.org/BDA/docs/PE-CA-0045.pdf


[1] No olvidar que la principal autoridad religiosa del Santuario, al que Hernando Pizarro llamaba “el obispo” había sido capturado durante los trágicos sucesos de Cajamarca en noviembre de 1532.
[2] Según María Rostworoski, a pesar de la intensa presión española, los sacerdotes de Pachacamac dilataron la entrega del botín. Cuando finalmente cumplieron, Pizarro se mostró disgustado: había esperado mayores tesoros del santuario más famoso del mundo andino. Sin embargo, según cálculo del mismo Hernando Pizarro, el botín arrojó 85,000 castellanos de oro y tres mil marcos de plata. ROSTWOROSKI, María y ZAPATA, Antonio. Ibid.,Guía de Pachacamac, página 53.
[3] La narración de Estete nos dice lo siguiente:"(...) Y así contra su voluntad y de ruin gana nos llevaron, pasando muchas puertas hasta llegar hasta la cumbre de la mezquita, la cual era cercada de tres o cuatro cercas ciegas, a manera de caracol; y así se subía a ella; que cierto, para fortalezas fuertes eran más a propósito que para templos del demonio. En lo alto estaba un patio pequeño delante de la bóveda o cueva del ídolo, hecho de ramadas con unos postes, guarnecidos de hoja de oro y plata, y el techo puestas ciertas tejeduras, a manera de esteras para la defensa del sol porque así son todas las casas de aquella tierra, que como jamás llueve no usan de otra cobija; pasado el patio estaba una puerta cerrada y en ella las guardas acostumbradas, la cual, ninguno de ellos osó abrir. Esta puerta era muy tejida de diversas cosas; de corales y turquesas y cristales y otras cosas. Finalmente que ella se abrió y según la puerta era curiosa, así tuvimos por cierto que había de ser lo de dentro; lo cual fue muy al revés y bien pareció ser aposento del diablo, que siempre se aposenta en lugares sucios. Abierta la puerta y queriendo entrar por ella, apenas cabía un hombre, y había mucha oscuridad y no muy buen olor. Visto esto trajeron candela; y así entramos con ella a una cueva muy pequeña, tosca sin ninguna labor; y en medio de ella estaba un madero, hincado en la tierra, con una figura de hombre hecha en la cabeza de el, mal tallada y mal formada, y al pie, y a la redonda de él muchas cosillas de oro y plata ofrendadas de muchos tiempos, y soterradas por aquella tierra (...)". Para mayor referencia sobre la descripción del santuario y estos sucesos se sugiere revisar el trabajo de Arturo Jiménez Borja y la importancia histórica de Pachacamac. JIMENEZ BORJA, Arturo. Pachacamac Guide. Lima, Instituto Nacional de Cultura, Dirección General del Museo Nacional, 1988. página 16. También se puede visitar el siguiente sitio web: http://www.arqueologiadelperu.com.ar/pch.htm
[4] Según describe Miguel de Estete se trataba de un encendido discurso sobre los errores de la idolatría, en el que Hernando Pizarro recalcaba que aquel madero no era el verdadero dios sino, muy por el contrario, la personificación del mismo demonio. Por su parte, también el historiador norteamericano William Prescott ha resaltado en sus trabajos algunos detalles sobre el momento del ingreso de Hernando Pizarro a la sala principal donde estaba depositado el ídolo de Pachacamac.

martes, 30 de agosto de 2016

EL ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA, INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 2 de 3

EL ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA, INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 2 de 3
Guido Mendoza Fantinato

Las primeras descripciones escritas sobre el mundo andino en el largo trayecto desde Cajamarca hasta el santuario de Pachacamac

Las descripciones de Estete, que luego serían transcritas por Francisco de Jerez en su crónica de 1534, lamentablemente no fueron tan amplias y detalladas como se pudiera desear. Sin embargo, son el testimonio más valioso para reconstruir con detalles generales la ruta que siguió este grupo y las incidencias principales que sortearon hasta llegar al Santuario de Pachacamac[1].

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De Cajamarca el grupo se enrumbó hacia Huamachuco, al que calificó Estete como pueblo grande con “buena vista y aposentos”. Luego pasaron por Antamarca y el Callejón de Huaylas, llegando a Corongo, en la actual parte norte del departamento de Ancash, donde advirtieron gran “…cantidad de ganado con sus pastores que lo guardan y tienen sus casas en las sierras de modo de España”. Resulta muy interesante esta primera descripción del Callejón de Huaylas, donde se puede resaltar que se trataba en aquel entonces de una zona de gran prosperidad, llena de maizales y ganado.

Otro punto importante en la descripción es que en Huaraz las tropas reciben abundante comida y gente de apoyo para el resto del viaje de parte del Curaca Puma Capillay. Estete destaca con asombro que “…solamente para dar de comer al capitán (Hernando Pizarro) y a su gente que con él iba, tenían en un corral doscientas cabezas de ganado”.

Siguiendo luego por Pachacoto, el grupo emprendió el viaje de descenso hacia la costa, a la que ingresaron en pleno verano suramericano por la actual zona de Pativilca, descrita por Estete como “abundosa de mantenimientos y frutos”. Es en este punto donde se obtiene la primera descripción escrita de las imponentes construcciones piramidales de Paramonga ubicada en las inmediaciones del río Fortaleza[2]. En aquel entonces Estete la observa como un “pueblo grande…que está junto al mar; tiene una casa fuerte con cinco cercas ciegas, pintadas de muchas labores por de dentro y por de fuera, con sus portadas muy bien labradas a la manera de España, con dos tigres a la puerta principal”[3]. Dado el buen estado en que encontraron esta construcción puede deducirse que estaba en pleno uso en esa época.

A partir de allí la descripción que brinda Estete es muy valiosa para conocer de primera mano el estado del Capac Ñan, o Camino Real, de esta parte de la costa central suramericana en ese tiempo. “En este pueblo (Paramonga) tornó a tomar otro camino más ancho que está hecho a mano por las poblaciones de la costa, tapiado de paredes de una parte y de la otra”[4]. Sin embargo, los españoles no encontrarían en la costa los portentosos puentes que habían utilizado en los caminos de la sierra y tuvieron que cruzar los ríos costeños en canoas, entendiéndose que con gran dificultad debido a que arribaron a esta zona a fines de enero, época de lluvias en la sierra y de enorme crecida de los ríos durante el verano costeño.

Estete describe con alguna precisión las viviendas de adobe o tapial que correspondían a los curacas o líderes de los distintos pueblos costeños que visitaban en el camino, mientras indica que el resto de la población vivía en chozas hechas de caña y barro.

De Paramonga, y siempre siguiendo la línea del camino costero, se dirigieron a Huaura, luego ingresarían a la actual zona de la Reserva de Lachay o Tambo de las Perdices, llegando finalmente Chancay o Suculachumba antes de ingresar a las inmediaciones del actual valle del río Chillón, límite donde principiaba en ese tiempo el Señorío o “provincia” de Pachacamac.

Llegada a los valles de Lima y el primer sismo registrado por Estete.

Durante el tiempo de la anexión de esta zona de la costa central suramericana al dominio del Tawantinsuyo hacia el año 1470, se cambió el nombre original del Señorío de Ischma (que comprendía los actuales valles de Rímac y Lurín y donde estaba asentado el oráculo de Pachacamac) por la “provincia” o Curacazgo de Pachacamac y se sumó a sus dominios también el valle del río Chillón.

Mientras la tropa de Hernando Pizarro estaba en el trayecto de salida de Chancay y hacía su ingreso al valle del río Chillón, Estete describe la ocurrencia de un violento movimiento sísmico, el primero en ser registrado por la palabra escrita en el mundo andino. Muchos de los pobladores que habían sido asignados para acompañar y apoyar esta comitiva huyeron despavoridos, ante el temor que el oráculo de Pachacamac hubiera comenzado a mostrar su ira frente a la intención de los españoles de profanar y saquear su santuario.

Pasado los efectos del susto producido por el temblor y recompuestos los cargadores del temor inicial, la tropa siguió la trayectoria sur ingresando luego al valle del río Rímac, lugar donde dos años después Francisco Pizarro fundaría la ciudad de Lima. Aquí, la tropa encontró un hermoso valle lleno de verdor y extensos campos de cultivo, donde destacaban nítidamente una gran cantidad de imponentes construcciones piramidales y centros administrativos. Por esa razón el valle del Rímac de esa época es denominado también por algunos historiadores y arqueólogos como el “valle de las pirámides”[5].

Se sabe que esta gran “provincia” de Pachacamac, cuya jefatura máxima era ostentada por las autoridades del propio Santuario de Pachacamac, estaba subdividida en tres Hunus o Sayas: Carabayllo, Maranga y Surco-Pachacamac. A su vez, cada Saya tenía una ciudad principal, destacando la ciudad de Maranga con su gran palacio (en el actual distrito limeño del Rímac), el imponente centro urbano de Mateo Salado (en los límites de los actuales distritos limeños de Breña y Pueblo Libre) y la de Armatambo (que comprendía los actuales distritos limeños de Surco y Lurín, con su asiento principal en las laderas del Morro Solar).[6]

Junto a la impresionante arquitectura pública y civil de élite del valle del río Rímac[7], el resto de la población habitaba en construcciones más modestas hechas en quincha con cimientos de piedra.

Luego de todo este recorrido, la tropa se instaló en la ciudadela de Armatambo, en el actual distrito limeño de Chorrillos, antes de emprender la parte final del viaje hacia el santuario. Según el informe dirigido a la Audiencia de Santo Domingo, Hernando Pizarro que por entonces tenía 30 años, declaró haber tardado quince días en las rutas serranas y siete días en las rutas de la costa, aproximándose finalmente a la ciudadela de Pachacamac durante la tarde del 30 de enero de 1533. Es también la primera vez que la historia escrita empezará a describirnos cómo era este famoso santuario.

Mientras tanto, miles de vecinos de los curacazgos aledaños, alertados de la inminente llegada de los españoles y sus intenciones de ingresar al santuario de Pachacamac, se habían apostado en los alrededores de la entrada principal de la ciudadela, desafiando el ardiente sol de ese día de verano, para contemplar de cerca cómo eran los caballos así como las brillantes armaduras de guerra que llevaban puestas los extranjeros. Al mismo tiempo, era una oportunidad excepcional de presenciar cómo Pachacamac haría prevalecer su superioridad y poderío frente a las osadas intenciones de los forasteros de profanar el lugar.

El ingreso a Pachacamac.

En la medida que la tropa cruzaba el desierto costeño y se acercaba a la zona del santuario en el valle del río Lurín, pudieron divisar al fin una extensa y majestuosa ciudad amurallada, con una vista impresionante al Océano Pacífico, cuyo gran poder y esplendor se reflejaba en sus templos imponentes, profusamente decorados y enlucidos, así como los infinitos tesoros acumulados en sus rebosantes depósitos provenientes de los lugares más distantes del mundo andino. Además de ser un lugar de culto y adoración ancestral, también desempeñaba el papel de depósito y de gran mercado regional, favorecido por su ubicación central en la costa y ser sede espiritual de la deidad más venerada y temida en el mundo andino.

No hay que olvidar que el sacerdocio de Pachacamac, que se dedicaba frecuentemente a los negocios mercantiles acaparando grandes tesoros gracias a ello, había alcanzado la más grande influencia a lo largo de toda la vasta geografía andina[8]. Durante siglos había logrado que su idioma, el quechua, así como el conocimiento del dios Pachacamac se extendiera por todo el Tawantinsuyo. Como anotan varios autores, es prácticamente un hecho que la integridad de la costa y sierra, hasta el Collao, estuviese controlada espiritual y económicamente por este hábil sacerdocio[9].

Mientras tanto, al interior de esta imponente ciudadela, con sus 16 enormes edificios piramidales y grandes plazas públicas, aguardaban cientos de sacerdotes, peregrinos y comerciantes de diferentes partes del Tawantinsuyo, a la espera de los formidables acontecimientos que sucederían esa tarde en su interior. Reinaba una tensa calma ante los próximos sucesos que indudablemente desencadenarían la ira implacable de Pachacamac contra los invasores.

Hernando Pizarro y su tropa llegó finalmente a los muros exteriores e ingresó a la ciudadela través de la calle norte – sur (y que conjuntamente con la otra calle esteoeste, dividía la gran urbe sagrada en cuatro segmentos)[10]. Ambas calles estaban formadas por inmensos muros de piedra y adobe debidamente enlucidos que las delimitaban sin ofrecer ninguna entrada a los edificios piramidales construidos a ambos lados, pintados en color mate, mientras que sus principales paredes lucían adornos con frisos de diferentes figuras. Hacia el fondo destacaba el gran Templo del Sol en el promontorio más alto del santuario construido durante la anexión de esas tierras al Tawantinsuyo, así como, un poco más abajo, el llamado Templo Pintado, sede del oráculo de Pachacamac[11].

Mientras los caballos de la tropa sorteaban las portadas y los pocos pasos estrechos de la amplia calle, los forasteros observaron algunas paredes caídas correspondientes a antiguas pirámides. No hay que olvidar que dichas pirámides pertenecían principalmente a grupos particulares de poblaciones de diversas partes del mundo andino, que allí se reunían antes de pasar a ceremonias en el Templo de Pachacamac. Los peregrinos que llegaban permanentemente desde diversas partes del Tawantinsuyo se agrupaban y alojaban en una u otra de estas estructuras. Eran en realidad grandes aposentos para los que venían en romería. Estas pirámides eran atendidas por personal permanente, que se encargaba de recoger y almacenar tributos recibidos bajo forma de ofrendas[12].
La tropa atravesó decididamente la calle con dirección a la parte central de la ciudadela, constatando que en varios lugares había réplicas de madera del ídolo de Pachacamac, a los que la gente del lugar parecían guardarles especial devoción. Finalmente, bajo el intenso calor de esa tarde veraniega y en medio de gran expectativa, los españoles llegaron hasta la puerta principal del Templo Pintado, en cuya parte más alta estaba ubicado el ídolo de Pachacamac.

El perfil de este Templo resaltaba nítidamente, incluso desde el mismo camino de ingreso a la ciudadela, debido a que estaba enlucido de barro y profusamente decorado con figuras antropomorfas, peces, aves y plantas, todas ellas pintadas con colores rojo y amarillo y delineadas con color negro. Tal despliegue de colorido capturaba poderosamente la atención de cualquiera que llegara hasta la urbe sagrada, acentuando el contraste con el color ocre del desierto circundante así como con el azul del mar en el fondo.


[1] Para abordar esta parte de nuestro trabajo, hemos seguido la descripción general que presenta Luis G. Lumbreras basándose en las crónicas de Miguel de Estete. LUMBRERAS, Luis Guillermo. Una nueva visión del antiguo Perú. Lima, Municipalidad de Lima Metropolitana, Secretaría de Educación y Cultura, Munilibros 11, diciembre de 1986. Hemos complementado las referencias con las descripciones realizadas por otros historiadores, como las de Juan Antonio del Busto, Juan Luis Orrego Penagos, entre otros. Igualmente hemos tomado en cuenta los detalles proporcionados por los trabajos de Arturo Jiménez Borja y sus investigaciones publicadas sobre Pachacamac.
[2] La estructura de esta edificación aún puede ser visitada al lado de la carretera Panamericana Norte, en el distrito de Paramonga, Provincia de Barranca, al norte del actual Departamento de Lima. Las investigaciones realizadas han determinado que su construcción pertenecía a la época del esplendor del Reino del Chimor. Probablemente el máximo esplendor de esta edificación fue durante los años l200 al 1400 d.c.
[3] Según lo señalado por Xerez, 1534:246 y recogido por Luis G. Lumbreras. LUMBRERAS, Luis Guillermo. Ibid. Páginas 24 y siguientes.
[4] Ibid, páginas 24 y siguientes (tomando como base lo señalado por Xerez 1534:246).
[5] ORREGO PENAGOS, Juan Luis. Pachacamac y Lurín: apuntes históricos y visión de futuro. Lima, Blog del autor, http://blog.pucp.edu.pe/item/23646/pachacamac-y-lurin-apuntes-historicos-y-vision-de-futuro, 2008.
[6] Según anota Orrego Penagos, existían varias huacas o centros administrativos menores y palacios curacales en esta zona, tales como Mateo Salado, Limatambo, Mangomarca y Huaycán. También destacaban otros centros tales como Puruchuco, Mayorazgo, Santa Felicia, San Borja, Santa Cruz, Palomino, Panteón Chino, Corpus, Pando, La Luz, Culebras, Huantille, Huantinamarca, Huaca Rosada y otras. ORREGO PENAGOS, Juan Luis. Las Huacas y la Lima Prehipánica. Lima, Blog del autor, http://blog.pucp.edu.pe/item/39804/las-huacas-y-la-lima-prehispanica, 2008. Por ese tiempo, la conocida Huaca Pucllana en el actual distrito limeño de Miraflores ya no estaba en uso desde hacía varios siglos atrás, y se le usaba más bien como un lugar sagrado para ritos, ofrendas y como cementerio.
[7] Como resalta Juan Luis Orrego Penagos, “las pirámides con rampa se caracterizan por tener una plataforma cuadrangular baja con un patio rectangular cercado en su frente Norte, ambas se articulan mediante una rampa central. La plataforma posee en la cúspide una suerte de atrio o audiencia abierto en forma de U, con recintos techados en los laterales. En la parte posterior se solían ubicar espaciosos depósitos y en áreas anexas amplios patios, secaderos y zonas de laboreo. Este tipo de arquitectura se evidencia en Pachacamac, Santa Cruz y Armatambo, entre otros restos”. ORREGO PENAGOS, Juan Luis. Ibid.
[8] Según anota Waldemar Espinoza, “…los sacerdotes extendían sus operaciones desde la percepción de ofrendas hasta el control de tráfico de mercaderías, constituyendo la amenaza, el terror y el castigo del excelso Pachacamac los principales instrumentos de los que echaban mano para vigilar y obligar. En virtud de tal estrategia tenían palacios decorados y santuarios soberbios…Una portentosa ciudad sacrosanta, capital de un Estado territorial defendido por un dios temible que amenazaba con destruir el mundo en caso de desacato. …Entre tanto las inmensas colcas del referido santuario acaparaban las ofrendas que generaciones de devotos entregaban siglo tras siglo, conformando una riqueza extraordinaria, que los sacerdotes se preocupaban por mantener siempre repletas, lo que hacía de ellos un grupo colosalmente pudiente y todopoderoso…El mencionado templo de Pachacamac, al igual que otros de su misma categoría, funcionaba pues como mercado y almacén. En cuanto al contenido de estos últimos se les reputaba bienes sagrados, y quien introducía las manos en ellos cometía sacrilegio. Custodiaban numerosísimos tesoros, fruto de miles de donantes y de la actividad mercantil del clero: idéntico que en Babilonia, Egipto y Grecia antiguas…” ESPINOZA SORIANO, Waldermar. Op. Cit., págs. 49-53.
[9] Tal como anota Waldemar Espinoza Soriano. Ibid, págs. 49-53.
[10] Esta calle aún puede ser recorrida en la actualidad y tiene una extensión de 330 metros de longitud con un ancho promedio de casi 5 metros; sin embargo se va angostando hasta alcanzar los dos metros en los tramos finales. En algunas secciones más bajas lleva gradas y aceras a ambos lados. ROSTWOROSKI, María y ZAPATA, Antonio. Op. Cit., página 60.
[11] Lo primero que escribe Estete de Pachacamac es que “el pueblo de Pachacamac es una gran casa, tiene junto a esta mezquita una casa del sol, puesta en un cerro, bien labrada, con cinco cercas; hay casas con terrados, como en España; el pueblo parece ser antiguo, por los edificios caidos que en él hay; lo más de la cerca está caída”, recogido por Xerez 1534:248. LUMBRERAS, Luis Guillermo. Op. Cit., páginas 24 y siguientes
[12] Como anota María Rostworoski, “Un aspecto importante de las relaciones sociales y económicas en los Andes se manifestaba en las peregrinaciones religiosas. Se trataba de un medio para mantener relaciones de complementariedad entre grupos situados en zonas distintas, en el contexto de una sociedad sin mercado. Las peregrinaciones ayudaban a la circulación e intercambio de los bienes. Todos los peregrinos llevaban ofrendas y seguramente diversos productos para el intercambio. Cuando regresaban a sus aldeas, aquellos que no habían participado del viaje, los esperaban con ansiedad para escuchar noticias y bailaban con regocijo durante cinco días”. ROSTWOROSKI, María y ZAPATA, Antonio. Op. Cit., pág.40).

lunes, 29 de agosto de 2016

EL ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA, INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 1 de 3

EL ATARDECER EN QUE PACHACAMAC, EL SANTUARIO MÁS FAMOSO DE LA CIVILIZACIÓN ANDINA, INGRESÓ A LA HISTORIA UNIVERSAL 1 de 3
Guido Mendoza Fantinato

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Luego del sangriento episodio de Cajamarca la tarde del 16 de noviembre de 1532 y la masacre de cientos de personas en la primera demostración de fuerza y superioridad bélica del mundo occidental frente a la civilización andina en su propio territorio, la máxima autoridad del Tawantinsuyo, el Inca Atahualpa, fue hecho prisionero por las tropas lideradas por el español Francisco Pizarro. Acompañaban a Atahualpa en esa trágica tarde otros dos importantes e influyentes personajes del Tawantinsuyo en esa época: la máxima autoridad religiosa de Pachacamac y el soberano de Chincha, quienes representaban lugares de especial relevancia en la costa del Pacífico suramericano de inicios del siglo XVI.

En ese primer relato del episodio de Cajamarca, la historia escrita empieza a registrar detalles valiosos sobre el nivel de importancia que tenían ambos lugares en el mundo andino en aquel entonces. El soberano de Chincha, muerto trágicamente durante la captura de Atahualpa, contaba con un amplio prestigio por encabezar una de las naciones andinas más avanzadas en el intercambio comercial de América del Sur[1]. Lideraba un impresionante poderío naval consistente en miles de balsas perennemente en el mar que controlaban asiduas caravanas de comerciantes que intercambiaban productos con los principales puertos de la época en el Pacífico suramericano[2] .

Por su parte, Pachacamac[3] era la sede del oráculo más famoso, no sólo de la costa, sino también de todo el mundo andino de la época (que comprendía los actuales territorios del sur de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia así como el norte de Chile y Argentina). Su enorme prestigio, construido a través de más de 1,500 años de veneración y culto ininterrumpido, se proyectaba más allá del ámbito religioso y espiritual, de manera que los principales tributos generados en la costa suramericana y en otras importantes zonas del Tawantinsuyo eran recaudados directamente por las autoridades al servicio de Pachacamac[4].

¿Qué simbolizaba realmente Pachacamac?

No hay que olvidar que la costa del Pacífico suramericano es una zona periódicamente castigada por fuertes movimientos telúricos. Y Pachacamac era la divinidad asociada a los temblores y terremotos. Se creía que el más pequeño movimiento de su cabeza podía desatar una leve sacudida sísmica, y un movimiento mayor, como levantarse, por ejemplo, provocaría un cataclismo. Su ira se manifestaba con los más destructivos movimientos terráqueos. Sus fieles lo llamaban en el idioma local Pachacoyochi, o sea, aquel que hace temblar la tierra.[5]

Obviamente que este dominio sobre las fuerzas telúricas le sirvió a Pachacamac para asentar un sólido prestigio y contar con una amplia difusión y reverencia al interior de las extensas fronteras del Tawantinsuyo. Por eso puede ser catalogado como una verdadera deidad panandina, con una larga y profunda continuidad histórica enraizada en más de quince siglos de vigencia. Así, peregrinos de las diferentes nacionalidades existentes a lo largo de la vasta geografía andina, encabezados por los Curacas y principales autoridades políticas y religiosas, lo visitaban periódicamente para rendirle tributo, dando lugar a rituales y ceremonias que concentraban verdaderas multitudes en su impresionante santuario ubicado en la costa central del Pacífico suramericano.

Al mismo tiempo Pachacamac asumía el papel de ser el principal oráculo en todos estos inmensos territorios, con una espectacular proyección que le generaba un enorme poder en todos los ámbitos. Su fama radicaba, principalmente, en su capacidad para predecir el futuro respondiendo con vaticinios y profecías las preguntas que le realizaban. Los principales líderes políticos y religiosos que acudían desde las diversas zonas del Tawantinsuyo hasta su santuario costeño tenían que cumplir severos rituales y ayunos para poder acceder a estos vaticinios[6]. Por eso, los primeros cronistas hispanos que describen este lugar, haciendo un símil con la Meca entre los musulmanes, denominaban al santuario de Pachacamac como “la mezquita”.

El inicio del fin: el viaje que buscaba desafiar la ira de Pachacamac.

Como se sabe, el Inca Atahualpa ofreció por su liberación a los invasores extranjeros un valioso rescate en objetos de oro y plata. A los pocos días de su captura, las piezas de estos metales empezaron a llegar Cajamarca desde diversos puntos de la extensa geografía del Tawantinsuyo. Sin embargo esta llegada fue lenta y ante la impaciencia de sus captores, Atahualpa les propuso que hicieran un viaje directo a la costa y pudieran aprovechar las riquezas de oro y plata con que contaba el santuario de Pachacamac para acelerar el rescate.

Diversas razones han escrito los cronistas para explicar esta decisión de la máxima autoridad del Tawantinsuyo de autorizar el desmantelamiento del famoso santuario[7], sin embargo es muy probable que la verdadera razón oculta de Atahualpa con esta decisión no fuese otra que lograr que Pachacamac mostrara su ira infinita contra los extranjeros que deseaban saquear y desmantelar su templo. De esta manera, y gracias al apoyo de la máxima deidad del mundo andino, él quedaría al fin libre de sus codiciosos captores. Una hábil estrategia política, religiosa y militar que, desde la cosmovisión andina de la época, resultaba esperanzadora.

A partir de entonces, los días que siguieron marcarían un lento compás de espera entre el avasallador deseo de los europeos de satisfacer su codicia por los metales preciosos frente a la seguridad basada en las creencias ancestrales del mundo andino sobre la ira definitiva que desataría Pachacamac contra los osados aventureros foráneos que intentasen profanar su santuario.

Con base en este ofrecimiento de Atahualpa, Francisco Pizarro organizó una expedición a este lugar sagrado costeño, con la misión de capturar y traer sus míticos tesoros. El miércoles 6 de enero de 1533, el capitán Hernando Pizarro, hermano de Francisco, partió rumbo a Pachacamac a la cabeza de un grupo de veinte hombres a caballo así como de un número indeterminado de peones y cargueros, todos ellos escoltados por varios generales de Atahualpa. Uno de los miembros del grupo era el español Miguel de Estete, quien a sus 25 años, quedó encargado de escribir la crónica del decisivo viaje que permitiría el ingreso del más famoso santuario del mundo andino a la historia universal[8] .



[1] Los dominios del soberano de Chincha se encontraban en la costa central del Pacífico suramericano, en los territorios que actualmente corresponden al Departamento peruano de Ica.
[2] “Por tal razón, el Rey de Chincha fue un hombre óptimo e influyente, honrado y reconocido por los Incas, quienes lo sentaban a lado suyo, mirándole con especial deferencia por ser un jefe que controlaba asiduas caravanas de comerciantes, y por ser el “mayor señor de los llanos” debido a su poderío naval…Tanta estimación le guardaban al rey de Chincha que le consentían presentarse ante el Inca frente a frente, ser llevado a su lado en andas a la misma altura y aparatosidad, a presentársele sin la carga simbólica en la espalda ni descalzo, como sí lo hacían los otros jatuncuracas del imperio. Los cusqueños lo consideraban su aliado”. ESPINOZA SORIANO, Waldemar. Artesanos, transacciones, monedas y formas de pago en el mundo andino. Siglos XV y XVI. Tomo II. Lima, Banco Central de Reserva del Perú, octubre de 1987. página 54.
[3] La Ciudad Sagrada de Pachacamac floreció en la costa central del Pacífico suramericano, en las afueras de la actual capital de Perú, Lima.
[4] Como lo indicaba Hernando Pizarro en una carta a la Audiencia de Santo Domingo fechada el 3 de noviembre de 1533, “Toda la tierra de los Llanos e mucha más adelante no tributa al Cuzco, sino a Mezquita. El obispo de ella estaba con el gobernador en Cajamalca; habíale mandado otro buhio de oro como el que Atabalipa mandó”, según lo indicaba Fernández de Oviedo en 1549. ROSTWOROSKI DE DIEZ CANSECO, María. Pachacamac y el Señor de los Milagros. Una trayectoria milenaria. Lima, IEP Ediciones, octubre de 1992. página 78.
[5] ROSTWOROSKI, María y ZAPATA, Antonio. Guía de Pachacámac. Lima, IEP PromPerú, noviembre de 2001. págs.34-36
[6] El cronista indígena Joan Santa Cruz Pachacuti cuenta que Pachacutec fue el primer inca en llegar a Pachacamac. Después de derrotar a los chancas se dirigió a los llanos como peregrino. Descansó en Ychsma, antiguo nombre del valle de Pachacamac, y durante su estadía llovió y granizó con rayos y truenos. Después volvió al Cusco sin pedir nada a los costeños. Cuando Túpac Yupanqui incorporó la región al dominio de los incas, nuevamente ingresó a Pachacámac como peregrino y ayunó varios días. Posteriormente, el Inca ordenó la edificación de un Templo al Sol, en lo alto de la colina más elevada del santuario. Pero hasta el inca conquistador en lo más grande de su señorío mostró respeto hacia Pachacamac, revelando cuán grande era la veneración del poderoso oráculo yunga…” ROSTWOROSKI; María y ZAPATA, Antonio. Ibid, págs.34-36
[7] “Atahualpa, sin embargo, estaba muy disgustado con Pachacamac porque, según cuenta el cronista Pedro Pizarro, había mentido en tres ocasiones trascendentales para la vida de los últimos incas. Estando preso en Cajamarca, Atahualpa contó que, primero Pachacamac había aconsejado se expusiera al inca Huaina Capac frente al Sol para que recibiendo sus rayos se curara de sus males. En ese entonces Huaina Capac estaba muy enfermo. No obstante, falleció al seguirse las recomendaciones del oráculo. En segundo lugar, había tranquilizado a Huáscar asegurándole que se impondría en el conflicto interno que lo oponía a su hermano. Finalmente, cuando los españoles aparecieron por la costa del Pacífico, el inca le había solicitado un augurio que le fue favorable. Por ello, como en ese momento estaba preso de los hispanos y había alcanzado un acuerdo para obtener su libertad a cambio de un rescate, el inca ordenó que una expedición fuera a recoger un botín del santuario. Como es bien sabido, luego los españoles no cumplieron con su parte del trato”. ROSTWOROSKI, María y ZAPATA, Antonio. Ibid. pág. 36).
[8] Según anota María Rostworoski, dos fueron los Miguel de Estete que participaron en los sucesos de Cajamarca. Uno, el cronista, iba a caballo, mientras el segundo, a pie. El cronista, que describe el viaje de Hernando Pizarro a Pachacamac, regresó a España en 1534. El otro Miguel de Estete decidió quedarse en el Perú, fue vecino y encomendero de Jauja, luego de Lima y por último se estableció en Guamanga donde vivía aún en 1561. ROSTWOROSKI DE DIEZ CANSECO, María. Op.cit. página 105.

domingo, 28 de agosto de 2016

EL DESCENSO DE INANNA AL INFRAMUNDO Y LA DIVINA COMEDIA 5 de 5

“EL DESCENSO DE INANNA AL INFRAMUNDO” Y “LA DIVINA COMEDIA” 5 de 5
Herbert Ore B. 33°

La escalera de Jacob.
Es verdad que los protestantes, y más particularmente los Luteranos, se sirven habitualmente de la palabra “evangélica” para designar su propia doctrina, y, por otra parte, se sabe que el sello de Lutero llevaba una cruz en el centro de una rosa; se sabe también que la organización rosacruciana que manifestó públicamente su existencia en 1,604 (aquella con la que Descartes buscó vanamente ponerse en relación) se declaraba claramente “antipapista”. Lutero, no parece haber sido más que una suerte de agente subalterno, sin duda incluso bastante poco consciente del papel que tenía que jugar entre los “evangélicos” y el rosacrucismo; además, estos puntos nunca han sido completamente delucidados.

Sea como sea, las vestiduras blancas de los Elegidos o de los Perfectos, al recordar evidentemente algunos textos apocalípticos[1], nos parecen ser sobre todo una alusión al hábito de los Templarios. Esta interpretación permite dar un sentido muy preciso a la expresión de “milicia santa” que encontramos un poco más adelante, en versos que parecen expresar discretamente la transformación del Templarismo, después de su aparente destrucción, para dar nacimiento al Rosacrucismo[2]:

En el Capítulo de los Soberanos Príncipes Rosa-Cruz, de la Orden de Heredom de Kilwinning u Orden Real de Escocia, llamados también Caballeros del Aguila y del Pelícano: “En el fondo (de la última estancia) hay un cuadro donde se ve una montaña de donde brota un río, a la orilla del cual crece un árbol que lleva doce tipos de frutos. Sobre la cima de la montaña hay una peana compuesta de doce piedras preciosas en doce pasamentos. Encima de esta peana hay un cuadrado de oro, sobre cada una de cuyas caras hay tres ángeles con los nombres de cada una de las doce tribus de Israel. En este cuadrado hay una cruz, sobre el centro de la cual está tumbado un cordero[3]. Así pues, es el simbolismo apocalíptico que rencontramos aquí, que muestra hasta qué punto las concepciones cíclicas a las que se refiere, están ligadas a la Divina Comedia de Dante.


En los cantos XXIV y XXV del Paraíso, se encuentra el triple beso del Príncipe Rosa-Cruz, el pelícano, las túnicas blancas, las mismas que las de los ancianos del Apocalípsis, las barras de cera de sellar, las tres virtudes teologales de los Capítulos masónicos (Fe, Esperanza y Caridad)[4]; ya que la flor simbólica de los Rosa-Cruz (la Rosa cándida de los cantos XXX y XXXI) ha sido adoptada por la Iglesia Católica como la figura de la Madre del Salvador (Rosa mística de las letanías), y por la iglesia de Toulouse (los Albigenses) como el tipo misterioso de la asamblea general de los Fieles de Amor. Estas metáforas ya eran empleadas por los Paulicianos, predecesores de los Cátaros en los siglos X y XI, que por no apartarse de su fe, fueron eliminados por la Iglesia Católica.

No solo el fondo de las doctrinas es siempre y por todas partes el mismo, sino que, lo que puede parecer más sorprendente a primera vista, también los modos de expresión mismos presentan frecuentemente una similitud destacable, y eso para tradiciones que están muy alejadas en el tiempo o en el espacio como para que se pueda admitirse una influencia inmediata de las unas sobre las otras; sin duda sería menester, descubrir un vinculamiénto efectivo, y eso significa, remontarse mucho más lejos de lo que la historia nos permite hacerlo.

Se han tenido muchos estudiosos, en lo que llamaríamos el aspecto exotérico de la obra de Dante, pero poco se ha dicho del lado ritualista de la obra, es decir, que aún no somos capaces de ir más lejos, a la parte oculta del sentido profundo de lo que expresa. Y, es natural que ello sea así, porque, para poder percibir y comprender las alusiones y las referencias convencionales o alegóricas, es menester conocer el objeto de la alusión o de la alegoría; conocer la experiencia mística por las que la verdadera iniciación hace pasar al misto y al epopte. Para quien tuvo experiencia iniciática de este género, no hay ninguna duda sobre la existencia, en la Divina Comedia y en la Eneida, de una alegoría metafísico-esotérica, que vela y expone al mismo tiempo las fases sucesivas por las que pasa la consciencia del iniciado para alcanzar la inmortalidad[5], así como tampoco hay duda de estos mismos aspectos ocurren con “El descenso de Inanna al Inframundo”.

En ambas como muchas otras posteriores a la de Inanna y anteriores a la de Dante, la muerte y descenso a los Infiernos por un lado, resurrección y ascensión a los Cielos por el otro, son dos fases inversas y complementarias, en las que la primera es la preparación necesaria para la segunda. Estas fases se encuentran igualmente en la “hermética” y la misma cosa se afirma claramente en todas las doctrinas tradicionales.

El Islam no se excluye de esto, así encontramos el episodio del “viaje nocturno” de Mohammed, viaje que comprende igualmente el descenso a las regiones infernales (isrâ), y después el ascenso a los diversos paraísos o esferas celestes (mirâj). Algunos relatos de este “viaje nocturno” presentan similitud con la obra de Dante, tan sorprendente que algunos han querido ver en ella una de las fuentes principales de su inspiración. Miguel Asín Palacios (1,871 – 1,944), arabista español, muestra múltiples relaciones que existen, en cuanto al fondo e incluso en cuanto a la forma, entre la Divina Comedia, por una parte, y por otra, el Kitâb el-isrâ (Libro del Viaje nocturno) y los Futûhât el-Mekkiyah (Revelaciones de la Meca) de Mohyiddin ibn Arabi, obras que se escribieron unos ochenta años antes que la Divina Comedia. Miguel Asín, autor de La Escatología musulmana en la Divina Comedia, concluye que esas analogías son más numerosas que todas las que los comentadores han llegado a establecer entre la obra de Dante y todas las demás literaturas de todos los países. También Edgar Blochet, en su obra les Sources orientales de la Divine Comédie, y Antoine Cabaton, en su obra la Divine Comédie et l’Islam, en la Revue de l’Histoire des Religions tratan este tema. A. Cabaton dice: en una adaptación de la leyenda musulmana, un lobo y un león cortan la ruta al peregrino, como la pantera, el león y la loba hacen retroceder a Dante. Virgilio es enviado a Dante y Gabriel a Mohammed por el Cielo; ambos, durante el viaje, satisfacen la curiosidad del peregrino. El Infierno es anunciado en las dos leyendas por signos idénticos: tumulto violento y confuso, ráfagas de fuego. La arquitectura del Infierno dantesco está calcada sobre la del Infierno musulmán: los dos son una gigantesca tolva formada por una serie de pisos, de grados o escalones circulares que descienden gradualmente hasta el fondo de la tierra; cada uno de ellos encierra una categoría de pecadores, cuya culpabilidad y cuya pena se agravan a medida que los mismos habitan un círculo más hundido. Cada piso se subdivide en otros diferentes, afectos a categorías variadas de pecadores; finalmente, estos dos Infiernos están situados debajo de la ciudad de Jerusalén. A fin de purificarse al salir del Infierno y de poder elevarse al Paraíso, Dante se somete a una triple ablución. Una misma triple ablución purifica las almas en la leyenda musulmana: antes de penetrar en el Cielo, son sumergidas sucesivamente en las aguas de los tres ríos que fertilizan el jardín de Abraham. La arquitectura de las esferas celestes a través de las cuales se cumple la ascensión es idéntica en las dos leyendas; en los nueve cielos están dispuestas, según sus méritos respectivos, las almas bienaventuradas que, finalmente, se juntan todas en el Empíreo o última esfera. Lo mismo que Beatriz se desvanece ante San Bernardo para guiar a Dante en las últimas etapas, de igual modo Gabriel abandona a Mohammed cerca del trono de Dios a donde será atraído por una guirnalda luminosa. La apoteosis final de las dos ascensiones es la misma: los dos viajeros, elevados hasta la presencia de Dios, nos describen a Dios como un foco de luz intensa, rodeado de nueve círculos concéntricos formados por las filas cerradas de innumerables espíritus angélicos que emiten rayos luminosos; una de las filas circulares más próximas del foco es la de los Querubines; cada círculo rodea al círculo inmediatamente inferior, y los nueve giran sin tregua alrededor del centro Divino. Los pisos infernales, los cielos astronómicos, los círculos de la rosa mística, los coros angélicos que rodean el foco de la Luz divina, los tres círculos que simbolizan la trinidad de personas, están tomados palabra a palabra por el poeta florentino a Mohyiddin ibn Arabi.

El Patriarca Abraham sale de Ur.

Esto para muchos posiblemente sea una feliz coincidencia y nada más, pero como es conocido, tanto el judaísmo, cristianismo e islamismo, tienen un padre común, el Patriarca Abraham que salió de Ur, una antigua ciudad sumeria. Este patriarca llevo consigo mitos, tradiciones y leyendas sumerio-acadias que posteriormente serán adaptadas en la redacción del Tanaj y posteriormente formaran parte de la Biblia cristiana y el Corán. En otras palabras se reafirma que la tradición, mito o leyenda del descenso al infierno más antiguo es el sumerio con Enki e Inanna, donde por primera vez se describe como es el inframundo y la posibilidad de retornar de ella.

Hemos dejado para el final la impactante figura de “Caronte”, que es el primer personaje episódico con que se encuentra Dante en su viaje. Este barquero es una figura mitológica que Dante tomo de la antigua Grecia. Aquí también cumple la misión de cruzar a las almas que van a pasar al otro lado del río Aqueronte para ingresar al Infierno. Caronte dirige el tránsito de las almas y las obligan a ir al lugar que les corresponde (infierno, purgatorio o el cielo). La referencia al río Aqueronte y la presencia de Caronte muestran una vez más el interés de Dante por el mundo clásico. Este es uno de los detalles que permiten vincular al poeta con el momento de transición cultural en que se encuentra, entre la Edad Media y el Renacimiento. Siguiendo con el estilo que ya utilizó el autor en otras partes del canto, la presentación de Caronte también empieza por los aspectos más generales del personaje, aquellos elementos que se perciben primero en medio de la oscuridad (tiene el cabello blanco y se acerca gritando), para luego ir distinguiendo detalles más particulares a medida que se aproxima (hay brasas en sus ojos):

“En eso vi venir en una barca/ a un viejo de blanco cabello,/ gritando:- Almas perversas!/ no esperen ver nunca el cielo: yo vengo a llevarlas a la rivera/ de las tinieblas eternas, del fuego y el hielo”.

Todos los custodios del Infierno tienen rasgos monstruosos en su apariencia, cada vez más bestiales cuanto más adentro se encuentran, pues la propia condición del mal los aleja de la naturaleza humana. En este caso, las brasas que rodean los ojos de Caronte son señal de su deshumanización y de la ira de su espíritu. La desesperanza que reina en el Infierno no admite cambios pues todo cambio significa una expectativa. Por eso, la presencia de Dante en el Infierno supone una alteración momentánea de la rutina infernal que irrita a Caronte. Similar aspecto ocurre cuando Inanna llega a la puerta del inframundo y es recibido por Neti.

Cuando Inanna llegó a las puertas exteriores del inframundo, Llamó con fuerza. Exclamó con voz fiera: “¡Abre la puerta, portero! ¡Abre la puerta, Neti! ¡Entraré yo sola!”
Neti, el portero en jefe del kur, preguntó: “Quién eres?
Ella respondió: “Soy Inanna, la Reina del Cielo, En mi camino al oriente.”
Neti dijo: “Si en verdad eres Inanna, la Reina del Cielo, En tu camino al oriente, ¿Por qué te ha guiado tu corazón al camino Del cual ningún viajero retorna?”

Neti comunica esto a Ereshkigal que no lo tomo con agrado.

En la Divina Comedia, la intervención de Virgilio obliga al barquero a dejar que Dante suba a la embarcación. Con una perífrasis el maestro le señala que han sido enviados por el poder que gobierna todo el universo:

“…Caronte, no te irrites:/ así se decretó allí donde se puede/ todo lo que se desea, y no preguntes más” .

La misma fuerza que obliga a Caronte a dejar pasar a Dante, empuja a las almas a acercarse a la orilla. Se produce una doble reacción en los condenados: se agolpan aterrorizados en la ribera del río (Caronte debe empujarlos) y a la vez sienten el deseo de saltar a la barca.

“Del mismo modo que en el otoño caen las hojas/ una tras otra, hasta que la rama/ ve en la tierra todos sus despojos,/ igualmente la mala simiente de Adán:/ saltaron a la barca una a una,/ como aves atraídas por el reclamo.”

Dos símiles enlazados describen la actitud de las almas. El primero da la idea de multitud (pues en el otoño son incontables las hojas que caen) y también remarca la imposibilidad de evitar el ingreso al Infierno: al igual que las hojas caen de las ramas porque la naturaleza así lo obliga, también las almas deben subir a la barca porque la justicia divina lo determina. Aun cuando son muchas las hojas que caen en el otoño, cada hoja lo hace individualmente, por sí sola; de la misma manera, cada alma está allí por su propia condena pues la salvación y la perdición dependen de cada individuo.

El segundo símil refuerza al primero. Aquí el poeta asocia el ímpetu con que las almas saltan dentro de la barca con la fuerza que atrae a las aves cuando el cazador las llama con el silbato. De igual modo que el animal no puede evitar acudir al llamado del reclamo y cae en la trampa, los condenados sienten la fuerza de la justicia divina y acuden a su castigo. Los mueve una energía que no pueden controlar; la justicia es la razón de ser del Infierno y siempre se cumple porque es parte del poder de Dios (divina potestad).

El canto se cierra cuando Dante y Virgilio cruzan el río Aqueronte (río del dolor). Éste es el primer accidente geográfico que aparece en el Infierno. Como muchos otros elementos de la Divina Comedia, Dante lo tomó de la mitología clásica. Según la mitología griega, Aqueronte fue un dios al que Zeus castigó enviándolo como río al Hades por haber dado de beber a los titanes cuando éstos se enfrentaron en guerra contra los dioses olímpicos. Su corriente era oscura y nadie podía atravesarlo dos veces; tampoco lo cruzaba ningún ser vivo.

“La terra lagrimosa diede vento che balenò una luce vermiglia la qual mi vinse ciascun sentimento; e caddi come l’uom che ‘l sonno piglia.” (“De la tierra dolorosa surgió un viento que relampagueó rojo lo cual me estremeció; y caí como un hombre que es vencido por el sueño”.)

Del río mítico, el poeta destaca especialmente la oscuridad del agua y la integra al paisaje infernal. Como nota terrible, el narrador incorpora diversas sensaciones físicas (resuena fuerte el viento y se ve relámpago rojo) que confirman que aquella comarca es un lugar de dolor, como se anunció en la puerta del Infierno. Las fuerzas humanas de Dante no están aún preparadas para ese tránsito y allí se produce su primer desvanecimiento. Al finalizar de esta manera el canto, el poeta logra colocar nuevamente al lector en el estado emocional del personaje.

Como podemos ver desde la lejana Sumeria hasta la época de Dante, en forma sucesiva las diferentes culturas, coadyuvaron a la idea que el inframundo, hades, irkalla o infierno, era un mundo verdaderamente tenebroso, y cada cultura le fue agregando algo más a este indeseable lugar.

Las verdades de orden metafísico son incomunicables por su propia naturaleza, no se trata de un conocimiento racional o discursivo sino sintético, directo, intuitivo, muy ligado a la concentración, a la contemplación activa, a la meditación creativa de todas estas “ideas eternas”; conocimiento en el que hay una identidad entre el sujeto y el objeto en el acto de conocer. Por ello la Ciencia Sagrada (masonería) es la vía más adecuada para ir realizando este conocimiento a partir de un “modelo vivo” del que el hombre es el centro.

Para que esto pueda ser posible se debe procurar un estado de verdadera receptividad de corazón, mirada interior, o apertura a la Inteligencia Superior permitiendo así ser receptáculo adecuado a los efluvios celestes, ser fecundado por la “Gracia”, o lo que es lo mismo construir el receptáculo para que se haga en él la Luz. Aspiración del ser hacia lo universal, identificación con los estados superiores, visión del corazón, interior, vertical y directa que despierta en el hombre la Intuición Intelectual, la que puede conducir hacia la identificación con el Ser Universal y con el fin último de este Conocimiento: el misterio de lo que No Es, el No-Ser. “Sólo el conocimiento disipa la ignorancia como la luz del sol disipa las tinieblas y es entonces cuando el 'Sí', el inmutable y eterno principio de todos los estados manifestados y no-manifestados, aparece en su suprema realidad”. Y pensar que todo empezó en Sumeria.

BIBLIOGRAFIA

-Catálogo de todas las composiciones y traducciones (Sumerios, Acadios y Babilonios) disponibles por categoría, Facultad de Estudios Orientales de la Universidad de Oxford:
 http://etcsl.orinst.ox.ac.uk/edition2/etcslbycat.php
-Dante Alighieri, La Divina Comedia.
-Patricia Serda, Guenon, Dante y la tradición hermética.
http://symbolos.com/s23psrd1.htm
-René Guénon, El Esoterismo de Dante, 1,925. ISBN 978844931, Editorial PAIDOS IBÉRICA, Barcelona-España 2,005. 112 Págs. Formato PDF gratuito:
http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/g/Guenon,%20Rene%20-%20el%20esoterismo%20de%20dante.pdf




[1] Apocalípsis, VII, 13-14.
[2] Paradiso, XXXI, 1-3. — El último verso puede referirse al simbolismo de la cruz roja de los Templarios.
[3] Manuel maçonnique del F.: Vuilliaume, pp. 143-144. — Cf. Apocalípsis, XXI.
[4] En los Capítulos de Rosa-Cruz (grado 18 escocés), los nombres de las tres virtudes teologales son asociados respectivamente a los tres términos de la divisa «Libertad, Igualdad, Fraternidad»; también se podrían aproximar a lo que se llama «los tres principales pilares del Templo» en los grados simbólicos: «Sabiduría, Fuerza, Belleza». — A estas tres mismas virtudes, Dante hace corresponder San Pedro, Santiago y San Juan, los tres Apóstoles que asistieron a la Transfiguración.
[5] Arturo Reghini, artículo citado, pp. 545-546.

EL ARTICULO COMPLETO EN:

https://issuu.com/herbert_ore/docs/dialogo_entre_masones_abril_2016