sábado, 30 de junio de 2018

El pueblo enemigo de la Independencia

El pueblo enemigo de la Independencia
Garaycochea

Bernardo de Monteagudo

En la inmensa mayoría de los combates [de la Guerra de Independencia] no lucharon españoles contra americanos, sino americanos contra americanos. No solo en los primeros momentos, cuando cabe suponer que las posturas estaban menos definidas, sino hasta el mismo final. Todavía en 1824, en la decisiva batalla de Ayacucho (…) se enfrentaron americanos contra americanos y no criollos contra peninsulares. (Tomás Pérez Vejo: Un mito historiográfico: españoles realistas contra criollos insurgentes)

La lucha por la Independencia no prometía mejoras inmediatas para todos los americanos que participaban en ella.. Algunos alimentaban enormes expectativas respecto de la República, mientras que del otro lado estaban aquellos que tenían bastante que perder bajo la República (empleos oficiales, privilegios de todo tipo). Otros no alcanzaban a entender muy bien lo que estaba ocurriendo, y eso bastaba para cerrarse ante cualquier novedad que se les planteara. Las anécdotas y leyendas de la Revolución Francesa, pasada la euforia del derribamiento de la monarquía, cuando se implantó el Terror, circulaban en la pacata atmósfera de las colonias americanas, que resistían cualquier intento de cambio, incluyendo aquel propuesto por el Poder.

Cuando los ideólogos del movimiento arengaban a la gente, no era raro que sembraran desconfianza y miedo a los cambios que los ciudadanos se verían obligados a encarar, tanto si se sumaban a la causa, como si intentaban permanecer al margen.

No todos nacen para ser héroes: el padre anciano llorará la pérdida de sus hijos, la sensible esposa asistirá con ternura al sacrificio de su consorte, el fiel amigo sufrirá en su corazón la desgracia del hombre de bien, las familias de los mejores ciudadanos se resentirán de la miseria que las oprima, pero todo estos males particulares son necesarios para consumar el gran sistema y cada uno de ellos tiene una influencia directa en los resortes de combinación. Fatigas, angustias, privaciones, rivalidades; he aquí las recompensas del celo, pero he aquí también los presagios del deseo realizado [de libertad]. (Manuel de Monteagudo: “Mártir o Libre)

La obediencia al poder constituido (durante la etapa colonial del continente americano, la fidelidad al Rey europeo y sus delegados), era un deber ineludible para todos aquellos que se encontraban bajo la protección de la Corona. Las autoridades de la iglesia planteaban la sumisión al sistema monárquico como un mandato que emanaba de Dios mismo y no era distinta la opinión de los personajes más ilustrados de la época. Todo aquel que se opusiera al régimen colonial, no tardaba en ser castigado con la pérdida de la libertad o la muerte. La mera circulación de puntos de vista disidentes se encontraba prohibida. Por lo tanto, no es de extrañar que en unos casos por convicción y en otros por temor, fueran tantos aquellos que se manifestaban enemigos de la causa independentista.

Desde fines del siglo XVIII, las autoridades de la colonia habían alentado las discordias existentes entre los distintos grupos sociales, una situación que el mismo régimen había establecido. Los pardos, por ejemplo, desconfiaban de los criollos que se habían enriquecido con la agricultura, la minería y el comercio. En cuanto a los españoles peninsulares, también veían con preocupación el creciente poder de los criollos que aspiraban a comprar títulos de nobleza. La posibilidad de que los americanos advirtieran la comunidad de intereses entre aquellos que solían verse como sus adversarios, tardó en imponerse y demoró el triunfo de las nuevas ideas.

Simón Bolívar

No todo el mundo se sumó de inmediato a la causa de la independencia, una vez que fue proclamada. Grandes sectores del clero católico y los antiguos administradores coloniales, optaron por defender al viejo régimen y lograron demorar durante años la consolidación del nuevo. También los esclavos y desposeídos prefirieron seguir en más de un caso a sus amos, incapaces de imaginar los beneficios que obtendrían de un régimen republicano. Los próceres debieron esforzarse por exponer de manera convincente su punto de vista que había sido mal interpretado o rechazado.

Vosotros, americanos, que el error o la perfidia os han extraviado de las sendas de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos, en la íntima persuasión de que vosotros no podéis ser culpables y que solo la ceguedad e ignorancia en que os han tenido hasta el presente los autores de vuestros crímenes, han podido induciros a ellos. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con una inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de americano será vuestra garantía y salvaguardia. (Simón Bolívar)

Los indiferentes e incluso aquellos que habían sido adversarios a la independencia, eran convocados una vez y otra a participar en una causa que probablemente no les merecía demasiada confianza, porque estaba encabezada por figuras provenientes de las clases dominantes de la época, los mismos criollos que hasta poco antes los habían explotado. Ellos usaban un discurso vehemente, pero no por eso el más adecuado para provocar la adhesión de aquellos a quienes iba dirigido.

Bernardo O´Higgins

Bernardo O`Higgins convocaba a los indígenas que se oponían a la independencia, desde la prensa revolucionaria de Santiago de Chile:

Las valientes tribus de Arauco y demás indígenas de la parte meridional [de Chile] prodigaron su sangre por más de tres centurias, defendiendo su libertad contra el mismo enemigo que hoy es nuestro. (…) Sin embargo, siendo idénticos nuestros derechos, disgustados por ciertos accidentes inevitables en guerra de revolución, se dejaron seducir de los jefes españoles. Esos guerreros, émulos de los antiguos espartanos en su entusiasmo por la independencia, combatieron encarnizadamente contra nuestras armas, unidos al ejército realista], sin más fruto que el de retardar algo nuestras empresas y ver correr arroyos de sangre de los descendientes de Caupolicán, Tucapel, Colocolo, Galvarino y demás héroes. (Bernardo O´Higgins)

En Venezuela, tras las derrotas sufridas por la causa de la Independencia, durante 1812, se organizó una reacción de los sectores que defendían la obediencia al régimen monárquico, encabezada por militares españoles, a los que se sumaron representantes del pueblo, atraídos por promesas y prebendas. El carácter que tenía este ejército dispar, de profesionales y gente que hasta entonces no había sido convocada a tomar las armas, como los esclavos, no podía ser más amenazante para los revolucionarios, salidos de la clase de los propietarios criollos, cuyas fortunas se habían establecido precisamente gracias a la explotación del trabajo esclavo.

La evidencia de los esclavos, hasta entonces desarmados, cuyas aspiraciones habían sido desoídas, de pronto aparecían organizados para luchar por el mantenimiento de las instituciones que los habían mantenido en esa situación, subrayando una contradicción dolorosa en el programa renovador.

Aunque se había incorporado a los pardos y las mujeres a las deliberaciones de la Sociedad Patriótica de 1811, la posibilidad de encarar el problema de la esclavitud no figuraba en los planes de los hacendados. Cuando Miranda propuso liberar a los esclavos, con la condición de que se sumaran al ejército rebelde durante una década, los propietarios dejaron de apoyar la revolución y prefirieron alentar a sus esclavos para que se unieran al ejército de Domingo de Monteverde.

Miranda consternado ve a los negros invadiendo a Caracas y entrándola a sangre y fuego, como lo habían hecho en otras partes; conociendo que los jefes del ejército desconfían de él y entrándola a sangre y fuego como habían hecho en otras partes; conociendo que los jefes del ejército [rebelde] desconfían de él y le odian, llega a persuadirse que son capaces de comprar su ruina al precio de una calamidad pública; cree que no hay opinión ni virtud patriótica en aquella turba reunida por la coacción, la novedad o la esperanza del botín; que no hay pueblo ahí, ni hay principios y que el triunfo, por consiguiente, era imposible. (Rafael María Baralt: Resumen de la Historia de Venezuela)

Miranda firmó una capitulación lamentable (que no fue respetada por Monteverde) y precipitó su propia ruina, retrasando en varios años la Independencia que había sido el objetivo central de su vida.

https://ogaraycocheab.wordpress.com/2013/05/16/el-pueblo-enemigo-de-la-independencia/

viernes, 29 de junio de 2018

Servidumbre y compra de la libertad

Servidumbre y compra de la libertad
Garaycochea

Siervo medieval

Suele darse por descontado que los seres humanos cosideran a la libertad como un bien supremo y empeñan todos sus esfuerzos en obtenerla por primera vez o recuperarla cuando la han perdido, como si la independencia fuera una aspiración natural, que se manifiesta apenas alguien sufre cualquier tipo de represión. La posibilidad de que se renuncie voluntariamente a la libertad, queda fuera de todo análisis.

Junto a las historias de hombres libres y de esclavos que llaman la atención durante la etapa de conquista del territorio del Nuevo Mundo por los europeos, hay otras menos destacadas, aquellas de los siervos, hombres y mujeres que habiendo nacido libres, renunciaban a ese estado, para ponerse a disposición de quienes pudieran darles trabajo y estabilidad (una situación que comparada con la de un asalariado de la actualidad, resulta más atractiva de lo que podría pensarse).

En los tiempos bíblicos se conoció la servidumbre, que aparece presentada siempre como una situación indeseable. Los israelitas viven en esa condición, tanto en Egipto como en Babilonia. Cuando se liberan, la institución de la servidumbre personal se mantiene en los casos de pagos de deudas, por un máximo de siete años. No obstante, el siervo podía decidir su permanencia junto al amo por más tiempo, hasta el próximo jubileo, y en ese caso se le perforaba el lóbulo de una oreja.

Servidumbre Medioevo

La servidumbre se había establecido en el Imperio Romano durante los años finales de la Antigüedad, cuando Constantino publicó un edicto de 322 que la reglamentaba. La institución prosperó durante el Medioevo. Los siervos se encontraban próximos de los esclavos en cuanto a la carencia de recursos, pero se diferenciaban de ellos en el tipo de sumisión que los ligaba al señor feudal, a pesar de ser considerados libres. Habían establecido un contrato por tiempo predeterminado, durante el cual no podían ser vendidos separados de sus tierras, y no obstante soportaban la intervención de su señor en numerosos asuntos, que iban desde la posibilidad de desplazarse, hasta la de contraer matrimonio. Ellos no podían comprar ni vender tierras, se encontraban obligados a participar en los ejércitos que organizaran sus señores, que los transferían en herencia, junto con el resto de sus propiedades.

¿Qué podía justificar, antes de las guerras de la Independencia, que tanta gente nacida libre, en un continente donde la milenaria institución de la servidumbre había desaparecido tres o cuatro siglos antes (como era el caso de Inglaterra) o acababa de desaparecer pocos años antes (Francia) o se encontraba en retirada, a pesar de la resistencia de los terratenientes (Alemania y Rusia), se prestaran para perpetuarla en América?

La promesa de obtener tierras fértiles, herramientas para cultivarlas, y sobre todo libertad, una vez que se cumpliera el contrato de servidumbre, que podía durar entre siete y catorce años, resultaba tentadora para campesinos y artesanos que podían ser hombres libres, pero no disponían de recursos en Europa. Se trataba también de un panorama atractivo para aquellos (delincuentes y prostitutas) que habían pagado la comisión de algún delito en la cárcel y por ese motivo quedaban marcados para siempre ante la opinión pública, ya no podían reincorporarse a la sociedad. Se los consideraba muertos civiles.

Hasta 1705, sabiendo leer, [en Inglaterra] era paradójicamente mejor ser condenado a muerte, para poder emigrar a las Américas, que ser condenado a diez años de prisión. (…) En las colonias la necesidad de hombres se estaba volviendo insaciable. De no ser por los convicts-labourers, Inglaterra jamás hubiera poblado tan rápidamente sus colonias (América, Australia) antes de la gran migración transoceánica que comenzó en 1820. (Yann Moulier-Boutang: De la esclavitud al trabajo asalariado)

En las colonias inglesas de América del Norte, bastaba que un terrateniente local pagara cinco libras a las autoridades locales, para que lo autorizaran a introducir un ex presidiario, que en adelante trabajaría para él varios años, sin recibir paga. Benjamín Franklin, uno de los padres de la Independencia norteamericana, veía en esta gente un peligro para las costumbres austeras de los pobladores, olvidando que a ellos se debía buena parte de la prosperidad local.

Las políticas inglesas, francesas y españolas referidas a la colonización del Nuevo Mundo diferían en materia del trato a los antisociales. Mientras los ingleses y franceses preferían librarse de los indeseables de su territorio, embarcándolos hacia las colonias, donde con frecuencia se regeneraban o pasaban desapercibidos, los españoles insistían en que los delincuentes y revoltosos de todo el imperio pagaran sus penas en las cárceles de la Madre Patria, como quedó demostrado en la época en que las colonias comenzaron a luchar por su Independencia.

De acuerdo al sueño europeo, en América había lugar para todos los marginados del Viejo Mundo, y dada la falta de registros y la tolerancia de los funcionarios, era posible comenzar de nuevo, en la confianza de que a todos le sería posible enriquecerse pronto y hasta regresar a Europa con un capital que permitiría adquirir la respetabilidad.

La mitad de los inmigrantes de cada año y virtualmente todos los no ingleses antes de 1730, entraban bajo alguna forma de servidumbre blanca, en la que se habían vendido a sí mismos a capitales y corredores de almas a cambio de su cruce del océano. El viaje en sí se hacía en condiciones peores que las imperantes en los barcos de esclavos, y como término medio, un tercio de los sirvientes morían. (…) En muchos aspectos, [los colonos] trataban al sirviente como a un esclavo. (William Millar: Nueva Historia de los Estados Unidos)

Algunos siervos fueron afortunados, como John Harrower, un escocés de fines del siglo XVIII, que solo llegó a trabajar en la colonia de Virginia tres años en esas condiciones desventajosas, en la esperanza de obtener los recursos que le permitieran mantener dignamente a su esposa e hijos. En América encontró a un comerciante que necesitaba un contador y maestro. Luego consiguió otro empleo como tutor de tres niños. De acuerdo a las cartas que enviaba regularmente, añoraba a la familia que había dejado atrás, pero planeaba instalarla en una casa que les pertenecería, en el Nuevo Mundo. Para su desgracia, murió por causas naturales, cuando el futuro parecía sonreírle. De haber sobrevivido, su historia demostraría que la servidumbre americana era una estrategia eficaz para los desposeídos de Europa.

El joven William Moraley había nacido en una familia con recursos, pero la vida disoluta lo puso en el umbral de la prisión y le valió ser desheredado por su padre. Llegado a la colonia inglesa de New Jersey, trabajó como siervo por tres años para un relojero y luego para un herrero. Sus patrones no cumplieron las promesas que habían hecho en Inglaterra y la posibilidad de escapar estaba desaconsejada, porque se necesitaba un pasaporte para desplazarse de una ciudad a otro. Los siervos que escapaban eran solicitados mediante carteles que ofrecían una recompensa. Los malos hábitos de William lo condujeron a la cárcel. Luego fue vendedor ambulante. Finalmente regresó a Inglaterra, en las mismas condiciones en que se había alejado.

Protestas por deportación de inmigrantes

A comienzos del siglo XXI, la servidumbre no ha desaparecido. Solo ha tomado otras formas, cada vez mejor sistematizadas, encubiertas, irresistibles, que en ciertos casos burlan las leyes y en otros se apoyan en ellas. Millones de inmigrantes pretenden asentarse en los países más desarrollados, allí donde al parecer todo se encuentra al alcance de quien se esfuerce. Las historias que les cuentan sus amigos, los programas de TV, la experiencia conflictiva de sus propios países, les hacen creer que hallarán en otra parte mejores condiciones de vida para ellos y sus hijos.

Los empleadores o sus intermediarios salen en busca de trabajadores de los países vecinos, los transportan legal o ilegalmente, les dan trabajo, alimentación, medicinas y alojamiento, mientras les pagan tarifas que suelen ser la mitad de lo que reciben los trabajadores nativos, que se encuentran protegidos por las leyes. A medida que la relación laboral continúa, queda en evidencia que la deuda contraída nunca terminará de saldarse. Cuando la entrada en el país donde se ofrece el trabajo es legal, los empleadores se quedan con los documentos de los trabajadores, para obligarlos a aceptar las condiciones que se les ofrecen, por penosas que resulten.

La servidumbre por deudas es una práctica común en muchas partes del mundo y la mayoría de la gente no la considera un crimen, porque la misma es parte de la cultura y de la economía. (…) La OIT [Organización Internacional del Trabajo] estima que la mayoría de los 9,5 millones de personas en situación de trabajo forzoso en la región de Asia-Pacífico se hallan en la situación de servidumbre por deudas (…) La servidumbre por deudas continúa existiendo en América Latina, África y Rusia. (Ann Jordan: La esclavitud, el trabajo forzado, la servidumbre por deudas y la trata de personas: De la confusión conceptural a las soluciones acertadas)

Protestas por deportación de inmigrantes ilegales

El presidente George W.Bush estableció en 2004, que los inmigrantes ilegales, calculados entre 8 y 14 millones, podrían inscribirse en un plan que los autorizaba a trabajar legalmente, en empleos que los trabajadores norteamericanos se negaran a desempeñar, todo eso sin contar con la residencia permanente (green card). Aquellos que perdieran el empleo, serían deportados de inmediato, sin considerar el tiempo que hubieran permanecido en el país, ni los lazos familiares que hubieran establecido, en una constante amenaza, que intentaba asegurar una masa de trabajadores no especializados, dispuestos a aceptar las desfavorables condiciones que sus empleadores les ofrecieran, con la promesa de acceder a la tan deseada tarjeta verde.

https://ogaraycocheab.wordpress.com/2013/02/23/servidumbre-y-compra-de-la-libertad/

jueves, 28 de junio de 2018

Protagonistas de la Independencia americana

Protagonistas de la Independencia americana
Garaycichea

Independencia de México

Nadie sabe muy bien para qué futuro se está preparando durante la etapa decisiva de su propia infancia y adolescencia, sobre todo en épocas tan convulsas como el final del siglo XVIII, en las que todo lo que hasta poco antes se daba por seguro, se altera de pronto. Por mayor conocimiento que se tenga de las circunstancias contemporáneas, no hay forma de predecir el futuro (si es que habrá de existir alguno). Los futurólogos, invención del siglo XX, han demostrado repetidamente la escasa confiabilidad de las predicciones. ¿Cómo podía imaginarse de la Independencia, antes de que comenzara a convertirse realidad, cuando lo habitual era la hipótesis de que nada en el mundo conocido iba a cambiar nunca?

El surgimiento de una identidad criolla, de una conciencia colectiva que separó a los españoles nacidos en el Nuevo Mundo de sus antepasados y primos europeos. Sin embargo, tal fue una identidad que encontró expresión en la angustia, la nostalgia y el resentimiento. Desde el principio, los criollos parecen haberse considerado herederos desposeídos, robados de su patrimonio por una Corona injusta y por la usurpación de inmigrantes recientes, llegados de la Península. (David Brading)

Durante el desorden social prolongado que acompañó a la Independencia del continente americano, aquellos que bajo el régimen colonial hubieran podido aspirar, en el mejor de los casos, a posiciones subordinadas, se revelaron de un día para el otro como gobernantes, ideólogos, jefes militares, financistas y legisladores del nuevo régimen, mientras otros, nacidos bajo condiciones similares, que optaron por defender a la corona española, quedaron desubicados.

Jean-Jacques Dessalines

Jean-Jacques Dessalines nació en Guinea, África. No se sabe cómo llegó al Nuevo Mundo, pero lo hizo en la condición de esclavo. Posiblemente fue capturado por los piratas negreros que se dedicaban a capturar jóvenes sanos y de buen aspecto. Después de cruzar el Atlántico, fue vendido al dueño de una plantación de azúcar, en la parte francesa de Santo Domingo. Allí sufrió maltratos y explotación, como era habitual que le sucediera a quienes estaban en su situación, allí también adoptó el apellido de quien se consideraba su dueño, hasta que decidió huir y sumarse al ejército de otros ex esclavos, organizado por Toussaint L`Overture tras el comienzo de la Revolución Francesa. Pasar de ser un objeto a jefe militar y conductor de una nación: eso era posible en la lucha por la Independencia.

Juan Martín de Pueyrredón

En otro extremo del continente, Juan Martín de Pueyrredón había nacido en el seno de una familia pudiente de Buenos Aires, de origen español, que exportaba frutos del país (cueros y sebo) a los puertos españoles que las estrictas leyes de comercio permitían. Pueyrredón conocía de cerca los no despreciables privilegios que el régimen colonial concedía a unos pocos y a veces eran desaprovechados. A los diecinueve años, sin haberse preocupado de concluir los estudios que podía cursarse en su ciudad natal, viajó a España, con la misión de encargarse de los negocios de su padre. Pueyrredón cumplió esa tarea con habilidad y aprovechó la permanencia en Europa para viajar y conocer de primera mano, la etapa más radical de la Revolución Francesa.

De regreso a su lugar de origen, cuando se produjo la primera invasión inglesa al Río de la Plata en 1806, Pueyrredón organizó un ejército de voluntarios decididos a oponerse a quienes hubieran podido despojarlos de sus patrimonios y privilegios. Fueron derrotados por el ejército profesional del enemigo, pero eso no impidió que poco después Pueyrredón se aliara con Santiago de Liniers y reconquistaran la ciudad, estableciendo un precedente de la Independencia que no sería olvidado. Las autoridades coloniales habían huido. Los nativos eran capaces de defenderse solos. ¿Qué les impedía entonces gobernarse por sí mismos?

José María Morelos

El sacerdote mexicano José María Morelos, hijo de un modesto artesano, comenzó a estudiar en la escuela de su abuelo, José Antonio Pavón. Al llegar a la adolescencia, se ganó la vida como arriero y vaquero. El encontronazo con un toro le dejó una cicatriz en la cara que lo acompañó el resto de su vida. Nada parecía entonces más ajeno a Morelos que la vida religiosa. Su incorporación a la causa independentista se planteó como una defensa de los principios de su fe y el derecho de Fernando VII a ocupar el trono de España, usurpado por los hermanos Bonaparte.

Tiradentes

El brasileño Joaquin José da Silva Xavier se formó aprendiz de dentista junto a su padrino, cuando ese oficio se confundía con el de barbero. De manera esporádica, trabajó como minero y luego se incorporó al ejército de Minas Gerais. Su misión era vigilar el traslado del oro y las piedras preciosas que producía la región. Allí pudo comprender que la corona portuguesa explotaba de manera injustificada a la colonia y dejaba a los nativos en la pobreza.

Por más que reclamen contra el despotismo, los pocos hombres que sienten su peso, tendrán que soportarlo, mientras hagan parte de un pueblo que lo soporta sin sentirlo. (Simón Rodríguez)

La Independencia americana es el ámbito más adecuado para el surgimiento de figuras talentosas y carentes de contactos, que no hubieran disfrutado las mismas oportunidades bajo las restricciones del sistema colonial. José Antonio Páez se dedicó desde muy joven a criar y vender ganado en los llanos venezolanos. Al establecerse el primer gobierno independiente en 1810, Páez estuvo entre aquellos que lucharon con los realistas. Tardó tres años en pasarse al bando republicano, donde pronto se destacó por su valentía personal y su evidente capacidad para conducir a la tropa. No pasó desapercibido. Ascendió en el mando y se instaló en la sociedad urbana que hasta entonces desconocía, dialogó de igual a igual con otros hombres que comenzaban a definirse como los nuevos gobernantes y líderes de opinión más consultados en la nación que estaba consolidándose. Era solo el comienzo de una dilatada historia de hombre público, que lo condujo tres veces a la presidencia del país que había contribuido a independizar.

José Gervasio de Artigas

José Gervasio de Artigas parecía destinado a vivir cómodamente de la explotación ganadera que había establecido su familia. Sin embargo, actuaba como un rebelde, incapaz de aceptar las reglas del grupo social de donde provenía. La amistad con los peones (negros y gauchos por igual) que trabajaban en sus tierras, le enseñó a utilizar las armas y los caballos; también le inculcó una visión irrespetuosa de las instituciones.

Don José Artigas era un muchacho travieso e inquieto y propuesto a solo usar de su voluntad; sus padres tenían establecimientos de campaña y de uno de estos desapareció a la edad como de 14 años y ya no paraba en sus estancias, sino una que otra vez, ocultándose a la vista de sus padres. Correr alegremente los campos, changuear y comprar en estos ganados mayores y caballadas, para irlos a vender a la frontera del Brasil portugués, alunas veces contrabandear cueros secos, y siempre haciendo la primera figura entre los muchos compañeros. (Nicolás de Vedia)

Simón Bolívar

De la historia del niño Simón Bolívar, huérfano y millonario, se conoce su paso por las escuelas privadas de Caracas, dirigidas por religiosos, de las que se retiró antes de completar los estudios, por no sentirse cómodo con el encierro que exigían. También se sabe quiénes fueron los profesores particulares que pagó su familia (desde Simón Rodríguez, al todavía más joven Andrés Bello). En esas condiciones, su formación fue la de un autodidacta, ansioso de conocimientos pero carente de sistema, que no acepta la tutela de sus maestros y finalmente hace lo que se lo antoja, porque su fortuna lo exime de la disciplina de concentrarse en aquellos temas que la sociedad de su época considera fundamental.

Francisco de Paula Santander

Francisco de Paula Santander se alejó de las haciendas que eran propiedad de su padre, para estudiar en el Colegio Mayor de San Bartolomé, en Bogotá. Había comenzado a cursar Derecho, cuando se iniciaron las revueltas que iban a conducir a la guerra de la Independencia y la rutina académica fue dejada de lado. Santander se convirtió en abanderado de la Guardia Nacional, ascendió rápidamente y luego fue tomado prisionero por el ejército de Antonio Nariño, que lo envió a servir bajo las órdenes de Bolívar, por entonces un general entre otros conductores de la guerra.

Gaspar Rodríguez de Francia se trasladó para estudiar, de su nativa Asunción del Paraguay, a Buenos Aires y luego a la Universidad de Córdoba. La familia disponía de tanto dinero, que el joven se trasladaba hasta el centro de estudios, por el río Paraná, utilizando un barco que le pertenecía.

Antonio José de Sucre

El joven Antonio José de Sucre abandonó a su rica familia a los quince años, para incorporarse a la campaña militar de Francisco de Miranda, que fracasó y lo condujo a un breve exilio en Trinidad. En medio del optimismo de la época, generado por la idea de que los cambios radicales de la sociedad no solo eran posibles, sino que habrían de ser ejecutados por la generación que había decidido emprenderlos, algunas nociones no tardaron en demostrarse apresuradas o falsas.

No hay revolución sin revolucionarios. Los revolucionarios de todo el mundo somos hermanos. (José de San Martín)

https://ogaraycocheab.wordpress.com/2013/02/12/protagonistas-de-la-independencia-americana/

miércoles, 27 de junio de 2018

Utopías fundacionales del Nuevo Mundo

Utopías fundacionales del Nuevo Mundo
Garaycochea

Representación de Manoa (El Dorado)

Desde que el continente americano fue explorado (mejor dicho, invadido) por distintas potencias europeas, a partir de los viajes de Cristóbal Colón, la imaginación colectiva quiso que se instalaran en su territorio fantasías que lo consideraron el sitio más adecuado para adquirir credibilidad y atraer a incautos y ambiciosos, aprovechando la densa ignorancia que rodeaba al Nuevo Mundo.

Cultivar la tierra o buscar minerales preciosos en un continente como Europa, del cual todo se conoce desde la Antigüedad, y en el que muchos compiten para conseguir lo mismo, no es una misión demasiado atractiva. Apoderarse mediante la fuerza y el engaño las riquezas que los nativos reunieron penosamente durante siglos, allí donde la civilización de los exploradores no había llegado, posee un atractivo indudablemente mayor.

En los mapas del Medioevo, los cartógrafos anunciaban, a partir de los límites confesados de la documentación disponible, Hic sunt dracones(Aquí hay dragones) o Hic sunt leones (Aquí hay leones). Era el mismo criterio que invitaba a dibujar serpientes de mar en aguas inexploradas. Si un país no había sido visitado aún, si de él se tenían testimonios tan escasos como indignos de crédito ¿por qué defraudar la expectativa de los pocos viajeros dispuestos a explorarlo, y desaprovechar la oportunidad de poblarlo a capricho con fantasías de todo tipo, algunas temibles, otras excitantes?

Desde una celda infame, Marco Polo inventó para los venecianos un continente completo, desde Persia hasta China y la India, que les anunciaba peligroso pero no por ello menos deseable, a lo largo del Camino de la Seda, con la promesa de colmarlos de maravillas que después de todo no eran imaginarias. Las informaciones pueden haber carecido del respaldo que planteaban, pero el efecto estimulante sobre los lectores (Cristóbal Colón, entre ellos) se hizo sentir durante siglos.

Colón dedujo en 1498 que el Paraíso Terrenal se encontraba no muy lejos del delta del río Orinoco. Allí debía estar el Árbol de la Vida, del que nacían cuatro grandes ríos; el Eufrates, el Tigris, el Nilo y ese otro tan caudaloso, que acababa de reconocer y no figuraba en ningún texto de la Antigüedad.

Señor, porque sé que habréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, os escribo ésta, por la cual sabréis cómo en 33 días pasé de las islas de Canarias a las Indias con la Armada que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde yo hallé muchas islas pobladas con gente sin número, y de ellas todas ellas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida y no me fue contradicho. (Cristóbal Colón: Carta anunciando el descubrimiento)

La Tierra, de acuerdo a sus hipótesis, no debía ser redonda, como planteaba Tolomeo, sino de forma parecida a una pera, con un promontorio similar al pezón de una mujer, donde se encontraría ubicado el Paraíso, la región de la Tierra que había sido creada para ser la más cercana al cielo. Del Nuevo Mundo, cabía esperar el fin de prolongado exilio de la especie humana, después del pecado de Adán y Eva.

A comienzos del siglo XVI, se hablaba en el Caribe de un manantial capaz de rejuvenecer a quien bebiera de sus aguas. En 1575 Hernando de Escalante Fontaneda, que había pasado años en la Florida, como cautivo de los indígenas, después de haber naufragado, publicó una Memoria, texto en el que menciona la fuente de la Juventud, que habría sido buscada (infructuosamente) por Ponce de León, decepcionado por no hallar en Puerto Rico las enormes riquezas que esperaba.

Lucas Cranach el Viejo: La Fuente de Juvencia

La leyenda de un manantial de aguas milagrosas había circulado por Europa durante el Medioevo, a partir de los textos árabes. Cuando los españoles llegaron al Caribe, las referencias a un lugar parecido se multiplicaron. Los informantes arahuacos de Santo Domingo, Puerto Rico y Cuba, lo situaban en una isla llamada Bimini, que coincidía con lo que hoy son las Bahamas.

El español Gonzalo Jiménez de Quesada encontró en lo que hoy es Colombia a los indígenas muiscas y se apoderó de objetos rituales realizados en oro, metal que sus informantes atribuyeron a un reino fabuloso ubicado en la impenetrable selva amazónica. Durante los años siguientes, varias expediciones fueron organizadas con el objeto de conquistar ese lugar que despertaba la codicia de ingleses y españoles. El rescate en metales precisos que Pizarro había obligado a pagar a los incas, después de capturar a Atahualpa, suministraba credibilidad a la leyenda. El Dorado era descrito por aquellos que nunca lo habían visto, como una ciudad maravillosa, en la que muros y pavimentos eran de oro y las piedras preciosas eran tan abundantes como los guijarros.

En 1539, Lope de Aguirre, un soldado español que formaba parte de la expedición de Pedro de Urzúa, que descendía el curso del río Marañón, en busca de El Dorado, se rebeló contra su superior, lo mató y se apoderó del mando de la expedición. En señal de independencia enarboló una bandera negra con dos espadas cruzadas. Navegando por el río Amazonas llegó al océano Atlántico y desde allí al mar Caribe. Desembarcó en la isla Margarita, asesinó a las autoridades españoles y escribió una carta insolente a Felipe II, donde da cuenta, entre otras cosas, de que él y sus hombres han elegido entre ellos un monarca que los gobierne, dada la lejanía e indiferencia de Felipe.

Rey Felipe, natural español, hijo de Carlos invencible:

Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo cristiano viejo, de medianos padres, hijodalgo, natural vascongado, en el Reino de España, en la villa de Oñate vecino. En mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Perú, por valer más con la lanza en la mano y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien; y así, en veinticuatro años te he hecho muchos servicios en el Perú en conquistas de indios y en poblar pueblos en tu servicio, especialmente en batallas y reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre confirme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga, como aparecerá por tus reales libros.

Bien creo, excelentísimo Rey y señor, aunque para mí no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros. (…) Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, prestando tu padre y tú en los Reinos de Castilla sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes. Y mira, Rey y señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés de estas partes, donde no aventuraste nada, sin primero los que en ello han trabajado sean gratificados. (Lope de Aguirre: Carta al Rey)

Tres siglos más tarde, el venezolano Simón Bolívar lee esa carta como la primera declaración de independencia del Nuevo Mundo, un gesto a la vez premonitorio y condenado al fracaso, que adquiere vigencia en las nuevas circunstancias. Deja de ser el delirio de un individuo aislado, para mostrarse como la alternativa política de los pueblos del continente.

El Tirano Aguirre fracasó en su empresa y recibió el castigo desmedido al que se exponía. Después de matar a su hija Elvira, para librarla de las humillaciones que la aguardaban tras la derrota del padre, fue ejecutado por sus propios hombres en 1561. Para completar el agravio, su cuerpo descuartizado fue entregado a la voracidad de los perros.

Francisco Pizarro y los soldados españoles que habían invadido el territorio de los incas, entraron en 1553 en la ciudad de Jauja, donde descubrieron enormes riquezas de las que pudieron apoderarse sin gran esfuerzo. El País de Jauja pasó a convertirse en una nueva forma del mítico País de la Cucaña que existía desde el Medioevo, como un sitio donde no hacía falta trabajar y los alimentos se encontraban disponibles para quienes los desearan.

A medida que los conquistadores españoles, portugueses o ingleses exploraban el Nuevo Mundo, no por casualidad las mismas leyendas los seducían, para indicar qué premio esperaban de sus empresas. La Ciudad de los Césares o Trapalanda fue otra ciudad mítica, en la que abundaban los metales preciosos (la plata, en este caso) que hubiera debido ubicarse para algunos en un valle remoto del sur de Chile, para otros en el centro de Argentina.

Tras la Revolución Francesa, los patriotas haitianos concibieron el proyecto de una nación negra, donde no hubiera esclavos, ni propiedad privada, ni tampoco blancos. ¿No era demasiado esperar que tantas reivindicaciones, tenazmente resistida por aquellos que detentaban el Poder, se obtuvieran de inmediato? El peso de la utopía no proviene de su viabilidad, que suele ser nula, sino del impulso que suministra a la acción de quienes las adoptan. Ni el Paraíso ni El Dorado estaban ocultos en la Amazonía, ni la sociedad sin privilegios iba a concretarse después de la Independencia, pero en la búsqueda de esos imposibles se ve armando la realidad contradictoria del Nuevo Mundo.

https://ogaraycocheab.wordpress.com/2013/02/03/utopias-fundacionales-del-nuevo-mundo-2/

martes, 26 de junio de 2018

Movilidad social en las colonias españolas

Movilidad social en las colonias españolas
Garaycochea

Anónimo peruano: Cuadro de castas

Hay sociedades, como la norteamericana de fines del siglo XIX y gran parte del siglo XX, que alimentan el mito del progreso para todos los ciudadanos que se esfuercen. Aquellos que trabajen honestamente y estudien, pueden mejorar sus ingresos y lograr en forma automática el reconocimiento de la comunidad. No conviene imaginar que esto sea cierto, sino apenas un mito, que estimula a quienes lo creen, a pesar de las evidencias de que en la realidad no sucede casi nunca. Para eso están los mitos: ellos suministran explicaciones improbables de la realidad, que consuelan, mientras entregan modelos inadecuados.

Concluida la etapa de la conquista del territorio del Nuevo Mundo, que permitió el enriquecimiento y la adquisición de títulos de nobleza a unos cuantos soldados que hubieran pasado hambre en España, el régimen colonial estaba muy lejos de alentar cualquier esperanza de progreso mediante el esfuerzo personal. A cincuenta años del primer viaje de Colón, ya no quedaba en las Indias nada por “descubrir”, los territorios estaban asignados y la administración se dedicaba a controlar militarmente a los nativos y organizar la explotación de las riquezas mediante el trabajo de esclavos.

Aunque la distancia de Madrid permitía a los conquistadores tomarse todo tipo de ventajas, en la confianza de no ser investigados y sancionados, la sociedad colonial había establecido una serie categorías que regían para todos los habitantes, que hubieran debido mantener cuidadosamente separada a la gente y conservar los privilegios y exclusiones, cuando las diferencias entre los distintos grupos tendían a diluirse y confundirse en la práctica.

Pomán de Ayala: Criollos y Españoles

Por un lado estaban los peninsulares, aquellos que habían tenido la suerte de nacer en España. Muchos de ellos emigraban porque la vida en su patria no les ofrecía demasiadas posibilidades de progresar. Los había de todos los oficios: administradores, militares, artesanos, comerciantes, agricultores. Los hombres predominaban sobre las mujeres, con lo que resultaba inevitable que no se resignaran a la soledad y hallaran pareja entre las indígenas americanas primero, en las esclavas que estaban a su servicio posteriormente, todo eso a pesar de la prohibición de matrimonio. Esas mujeres suministraron una descendencia mestiza, en ocasiones reconocida, con más frecuencia no.

La descendencia ilegítima gozaba de una situación conflictiva. Por un lado, quedaban fuera de la familia de la madre y rara vez era aceptada como miembros de la familia del padre. En muchos casos se trataba de mestizos con acceso informal a los círculos del poder y alejados del trato con sus familias americanas, en el caso de los descendientes de indígenas. Para los descendientes de africanos, la ruptura era definitiva. Aunque esa gente se encontraba cerca del poder, una Real Cédula de 1549 establecía que los cargos públicos no estaban disponibles para “hombres ilegítimos” (no obstante lo cual, el Rey podía autorizar excepciones).

Cuando se comparaban con los peninsulares, los criollos cargaban con la marca de haber nacido en el Nuevo Mundo. Podían ser descendientes de peninsulares por ambas ramas o incluir entre sus antecesores a mujeres nativas americanas, como se afirma en la actualidad de José de San Martín (a quien sus enemigos denigraban llamándolo “Cholo”) o la mítica bisabuela paterna, Josefa Marín de Narváez, que genera dudas en la genealogía de Simón Bolívar (de ella, mestiza o zamba, el héroe habría heredado la piel olivácea, es decir, no suficientemente clara, para los detractores contemporáneos).

El capitán Francisco Marín de Narváez, hombre soltero y de mala fama en Caracas, donde permaneció pocos años, que le bastaron para establecer una considerable fortuna, reconoce a Josefa como hija en el testamento que redacta en España, donde afirma que la tuvo de una dama blanca que no identifica.


Declaro que tengo una hija natural y por tal la reconozco, nombrada Josefa, de edad de cinco a seis años poco menos, a la cual hube [con] doncella principal cuyo nombre callo por su decencia, con la que pudiera contraer [matrimonio] sin la dispensación cuando la hube, y que está criando por mi orden en casa del Señor Capitán Gonzalo Marín Granizo, mi tío y mi hermana doña María Marín la conoce. (Francisco Marín de Narváez: Testamento)

Cuadro de castas: Mestizos

Trataba de ocultar, probablemente, que la madre era descendiente (blanqueada) de una india o negra. Narváez no hubiera aceptado casarse con ella, pero podía apartarla y reconocer a su hija, la única que había tenido. Josefa fue criada por sus tíos paternos y bautizada como blanca de calidad en la Catedral de Caracas. Muerto el padre y puesta en posesión de una considerable fortuna, Josefa fue casada muy joven con un primo blanco, llegado de la Península, a quién le dio varios hijos en los pocos años de vida que le quedaban, mientras blanqueaban definitivamente a su descendencia.

Los criollos viejos provenían de los primeros conquistadores, asentados en América y sospechosos de impureza racial. ¿Quién estaba libre de algún antecesor indígena o (lo que se consideraba todavía peor) algún antecesor africano? Los peninsulares se consideraban superiores a ellos. Incluso los criollos nuevos gozaban de un prontuario más fácil de verificar. Ellos acaparaban los empleos y honores, también las prebendas y generaban la irritación de aquellos que no podían competir en igualdad de condiciones.

Los mestizos fueron creciendo en número e influencia durante los tres siglos del régimen colonial. Aunque no pagaban impuestos, las leyes les impedían poseer tierras. Por eso arrendaron tierras a quienes las habían recibido de la Corona, aprendieron oficios y buscaron empleo en las empresas de los peninsulares y criollos. Cuando no hallaban medios lícitos de supervivencia, robaban a peninsulares e indígenas por igual.

Los indígenas habían poblado el Nuevo Mundo desde épocas remotas. Los conquistadores encontraron sociedades que obedecían a distintos sistemas, desde tribus a imperios, y si bien no las respetaron como sus iguales, porque estaban convencidos de su superioridad, utilizaron parte de las estructuras que descubrieron. En ciertos casos exterminaron a las autoridades indígenas, mientras que en otros las conservaron, siempre y cuando se sometieran a los invasores.

El contacto de los nativos americanos con los europeos fue catastrófico para los primeros. Los recién llegados trajeron enfermedades como la viruela y la sífilis, que eran desconocidas al oeste del Atlántico y en pocos años diezmaron la población, con más eficacia que los fusiles y cañones del ejército. El plan de concentrar a los indígenas en reducciones controladas por el clero (como fue el caso de las misiones jesuíticas) lugares donde se mantenían las estructuras ancestrales, como la propiedad colectiva de la tierra y el aprendizaje de nuevas técnicas productivas, introdujo el progreso de ese grupo, después del indiscriminado exterminio del siglo XVI.

Los negros llegaban al Nuevo Mundo en las peores condiciones, para ser subastados como esclavos. Se calcula que fueron un millón a lo largo de tres siglos. Habían sido vendidos por sus autoridades locales o fueron secuestrados por piratas. Llegaban de distintas naciones africanas y se encontraron en América, donde se los vendía para que cultivaran las haciendas de los peninsulares y criollos ricos. No podían andar solos por la calle, de noche, sin contar con un permiso escrito de su dueño.

Tal como los peninsulares habían convivido y se mezclaron con las indígenas americanas, los africanos no tardaron en tener descendencia de otros grupos de una sociedad que se fundaba en la división en castas.

La industria minera improvisaba fortunas que eran derrochadas (…) en España. La Corona (…) estimuló la iniciativa privada a condición de aprovecharse siempre del tercio y del quinto. Los mineros ricos, se puede decir, se ennoblecían automáticamente. La institución de la encomienda de tierras y de indios, también daba categoría social, como consecuencia de la riqueza. La agricultura no creó en el Alto Perú las mismas fortunas que la minería. Era más bien una fuente de riqueza de los cautos y prudentes, para aquellos españoles que hacían vida sedentaria, ociosa y de simple parasitismo, (…) ya que eran los mayordomos y los indios que (…) la hacían producir por los métodos ligeramente renovados de su vieja tradición. (Gustavo Adolfo Otero: La Vida Social en el Coloniaje)

Las revueltas indígenas de fines del siglo XVIII, estimularon en el Virreinato del Perú la incorporación (por la fuerza) de esclavos, libertos e indígenas, en batallones que los agrupaban por castas. La medida fue resistida por los criollos ricos, que utilizaban a esa gente como principal fuerza de trabajo y acaparaban el uso y abuso de honores y vistosos uniformes militares. Las invasiones inglesas al Virreinato del Río de la Plata, a comienzos del siglo XIX, impulsaron la formación de batallones similares.

La administración de los Borbones impulsaba una serie de reformas al régimen colonial que hubieran debido disminuir el poder que habían adquirido los criollos ricos, con el objeto de fortalecer económica y administrativamente a la Corona. Se aumentaron los impuestos, se cobraron multas a los ociosos que perdieran su tiempo en las pulperías. En algunos casos, las multas eran conmutadas por la realización de obras públicas sin remuneración.

En Caracas, la familia de los Bolívar y Palacios, por ejemplo, gestionaron títulos de nobleza para los jóvenes herederos, Juan Vicente y Simón. El tío Esteban, que vivía en Madrid, dedicó varios años de su vida y una respetable cantidad de dinero, producto de las ventas del añil y el cacao, a un trámite infructuoso (¿quedaban huellas del origen de la abuela Marín?).

Prohibiciones de ese tipo alimentaron los resentimientos de distintos sectores de la sociedad, que se acumularon durante la existencia de la Colonia. A comienzos del siglo XIX, Juan Vicente Bolívar no pudo casarse con Josefa Tinoco, una parda con la que tuvo varios hijos reconocidos, por la prohibición legal de que un blanco contrajera matrimonio con alguien perteneciente a otra casta (considerada por las instituciones como inferior a la suya) a pesar de una relación que había durado años y siendo ambos solteros, por lo tanto de libres de contraer matrimonio. La muerte prematura de él en 1811, dejó a la mujer y los hijos en la indefensión y destino de la herencia de Juan Vicente en disputa durante décadas.

Un moreno rico difícilmente podía aspirar a casarse con una mujer blanca, como tampoco consideraría nunca un noble la posibilidad de casarse con una parda. (….) El resultado fue una gradación sumamente compleja y un grado considerable de fluidez en el sector medio, libre; por ejemplo, entre los pardos y mestizos, no así en los extremos. (Verena Stolke: Racismo y sexualidad en la Cuba Colonial)

Cuadro de castas

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lunes, 25 de junio de 2018

Extranjeros en la Independencia americana

Extranjeros en la Independencia americana
Garaycochea

Mapa Mercator

Desde los primeros viajes de Colón, los europeos comenzaron a ver en América el territorio donde esperaban hallar un ambiente libre de los límites e injusticias que reconocían en las instituciones de su propio continente. Fuera en ciertos casos por simple desconocimiento de la realidad o intentando proyectar una imagen mítica del Nuevo Mundo, que no se correspondía con los hechos, inventaron un territorio inmenso y disponible, que Dios o el Azar les había destinado, para que ellos lo marcaran a su capricho, negando la existencia de culturas autóctonas, que habían logrado desarrollarse en forma paralela, sin contactos con el Viejo Mundo.

Ser extranjeros los instalaba en una posición ventajosa para fundar un orden ideal, que en Europa resultaba imposible. El marqués de Lafayette, doce años antes de la Revolución Francesa, luchó en la Guerra de la Independencia de las colonias inglesas de Norte América. Establecía el paradigma del tránsfuga europeo, proveniente de una monarquía absolutista, miembro de una clase social privilegiada, que prefería construir una sociedad opuesta a esos parámetros, luchando en ocasiones contra los suyos.

A comienzos del siglo XIX, Lord Byron, poeta y patriota irlandés, decidió sumarse a las fuerzas de los patriotas de Grecia, país sojuzgado por los turcos. La imagen de un hombre célebre (como artista y figura de la sociedad) que decide apoyar una causa exótica, posee un atractivo que reaparece durante el siglo XX con figuras como Ambroise Bierce, sumándose a la Revolución Mexicana o John Reed a la Soviética. Sugieren extravagancia, búsqueda de emociones, tanto como opciones políticas.

Distinta es la situación de los españoles que abrazaron la causa de la Independencia americana. Ellos luchaban contra las instituciones de sus propios países. Juan Bautista Picornell había participado en 1795, en la Conspiración de San Blas, que pretendía repetir en España la experiencia de la Revolución Francesa. Cuando lo juzgaron y condenaron a muerte, se le brindó la oportunidad de conmutar esa pena por la prisión en territorio americano. El encierro en las bóvedas del puerto de La Guaira, le permitió entrar en contacto con otros enemigos locales de la monarquía; miembros de la milicia como Manuel Gual y José María España, abogados, comerciantes y artesanos, algunos de ellos blancos y otros pardos.

Manuel Gual

Entre todos redactaron un proyecto de Independencia que fue descubierto en 1799 y perseguidos los responsables. José María España fue apresado, torturado, se lo colgó y posteriormente descuartizó en Caracas. Picornell huyó a las Antillas. Manuel Gual consiguió escapar a Trinidad, pero el régimen colonial no estaba dispuesto a dejar que continuara con su prédica y logró envenenarlo en 1800. Aquellos que traicionaban a su país, eran eliminados.

Francisco Xavier Mina

Francisco Xavier Mina, un revolucionario español, que vivía en el exilio inglés, tras haberse destacado en la guerra de la Independencia de España, luchando contra el ejército de Napoleón y pasar varios años encarcelado en Francia, decidió en 1816 cruzar el Atlántico para sumarse al ejército mexicano de la Independencia. A pesar del entusiasmo y la experiencia de Mina, no tardó en ser capturado y muerto.

Mexicanos: permitidme participar de vuestras gloriosas tareas; aceptad los servicios que os ofrezco a favor de vuestra sublime empresa y contadme entre vuestros compatriotas. ¡Ojala acierte yo a merecer este título, haciendo que vuestra libertad se enseñoree, o sacrificándole mi propia existencia! (Francisco Xavier Mina: Proclama de 1817)

A comienzos del siglo XIX, en Europa sobraban los soldados mercenarios que se embarcaban en cualquier aventura que les prometiera una buena remuneración. Cuando Inglaterra intentó invadir el Virreinato del Río de la Plata en 1806 y 1807, incluyó entre sus tropa a veteranos irlandeses condenados a distintas penas, que no eran los más confiables para servir la causa de la Corona. Una vez en territorio americano, muchos de esos hombres desertaron para unirse a los improvisados defensores de Buenos Aires. Michael Skennon era uno de esos hombres. Fue capturado por sus antiguos compañeros, cuando los atacaba con un cañón. La reacción de quienes lo consideraban un traidor, no necesita explicarse. Skennon fue maniatado, juzgado de manera sumaria y posteriormente fusilado.

Giuseppe Garibaldi

La guerra de la Independencia americana fue una época de grandes proyectos para quienes habían nacido en el continente y también para quienes observaban la magnitud de la gesta desde lejos y no deseaban permanecer al margen.

Giusseppe Garibaldi, por ejemplo, después de haber fracasado en sus intentos de reunificar a Italia (por entonces un país dividido entre varias potencias extranjeras) decidió viajar a América del Sur, donde luchó por la Independencia de Brasil del Imperio Portugués.

Desde 1819 a 1820, coincidiendo con el final de las campañas de Bolívar en Venezuela y durante su actividad militar de los años siguientes por Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, estuvo marcado por la presencia de más de dos mil soldados irlandeses que no encontraban empleo tras la derrota de Napoleón. Un patriota irlandés (Daniel O´Connell) y un estafador (John Devereux) se encargaron en forma paralela de reclutar voluntarios. Se les prometía una paga equivalente a un tercio de la habitual en el ejército inglés y la entrega de recompensas en efectivo y tierras tras el final de la guerra.

La llegada de los primeros a la isla de Margarita fue decepcionante. Nadie los aguardaba, no había alojamiento ni uniformes, y el jefe militar no tenía fondos suficientes para pagarles.

Daniel O´Leary

Algunos decidieron regresar a Europa de inmediato. Otros intentaron adaptarse a la incómoda situación de un país desconocido, mala alimentación y enfermedades tropicales. Muchos murieron antes de haber participado en una batalla. Otros desertaron. Les costaba comunicarse con Mariano Montilla, su comandante, que no hablaba inglés. Aunque había lanceros entre ellos, no disponían de caballos. Durante la campaña de Colombia, les tocó llegar por mar hasta la fortaleza de Río Hacha. Cuando intentaron llegar a Maracaibo, los habitantes de la Guajira los hostigaron causándoles muchas bajas. Cuando se produjeron motines entre los irlandeses, Montilla decidió embarcar a los revoltosos rumbo a Jamaica.

El más conocido de los irlandeses, tanto en Venezuela como en Colombia, fue Daniel O`Leary, que a pesar de su juventud fue incorporado al Cuartel de Bolívar y se hizo responsable de planificar la campaña. Una vez concluida la guerra, a él se debe la primera recopilación de los archivos de Bolívar.

Guillermo Brown es otro irlandés recordado en Argentina como fundador de la Marina nacional. Llegó a esa situación tras haber participado en el bloqueo inglés de Buenos Aires en 1810. Brown se convirtió en defensor de la ciudad y ya no volvió a su patria.

Lord Cochrane

Thomas Cochrane era otro marino que rindió servicios parecidos en Chile. Había sido elegido parlamentario de la Cámara de los Comunes, donde denunció la corrupción de la Marina Real. Acosado por sus adversarios políticos, fue condenado a un año de cárcel, multado y expulsado de la Marina. En 1818 fue contratado para organizar la Marina chilena. Cochrane dirigió el bloqueo del puerto del Callao, en Perú. Luego organizó la toma de Valdivia, en Chile, que se había convertido en uno de los últimos enclaves españoles. A pesar de tantas muestras de audacia, era un personaje difícil de aceptar para los americanos. Cochrane entró en conflicto con San Martín, incautó el dinero que estaba destinado a pagar las tropas y mereció el calificativo de Lord filibustero.

Como el Estado no se decidía a entregarle la suma que él reclamaba, Cochrane se marchó a Brasil, donde ofreció sus servicios al bando que buscaba la Independencia, entre 1821 y 1825. Derrotada la revuelta, Cochrane pasó a luchar con los griegos que intentaban liberarse del Imperio Otomano, entre 1827 y 1828.

Hyppolyte de Bouchard, marino de origen francés, llegó a Buenos Aires en 1809. Sus ideales republicanos lo hicieron adherir a los intentos de independencia del Río de la Plata de España. Fue nombrado segundo comandante de la nueva flota, a las órdenes de Juan Bautista Azopardo, otro extranjero, nacido en Malta, que se sumó a los defensores de Buenos Aires durante la invasión inglesa de 1806.

La primera batalla en la que Bouchard participó contra una flota realista, fue en 1811, en el río Paraná. Un año más tarde se enroló en el Regimiento de Granaderos a Caballo que estaba formando San Martín. Tuvo destacada actuación en el combate de San Lorenzo. Como premio, le fue concedida la ciudadanía de la nueva nación, que por entonces se llamaba Provincias Unidas del Río de la Plata. Peleó a las órdenes de Guillermo Brown, apoyando al ejército libertador del Perú.

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domingo, 24 de junio de 2018

¿De dónde surgen los héroes de la Independencia?

¿De dónde surgen los héroes de la Independencia?
Garaycochea

Arturo Michelena: El Panteón de los héroes

En la Mitología, los héroes surgen de circunstancias tan excepcionales, que solo se explican por la participación de seres sobrenaturales que aceptan mezclarse con los humanos. Rara vez provienen del pueblo. Su destino parece marcado como la herencia de fuerzas superiores, incluso desde antes de su nacimiento. Hay que prestarles atención, porque sus acciones resultan memorables, y la decisión de descuidarlas no tarda en convertirse en el signo de la incapacidad de los observadores para evaluar la trascendencia de lo que presencian.

Los héroes afrontan desafíos extraordinarios, que el común de los mortales elude, para no complicarse demasiado la existencia, y lo más probable es que resuelvan conflictos fundamentales, que derroten enemigos superiores a sus fuerzas, que organicen instituciones, que dirijan a la comunidad en momentos de crisis. Los héroes de la Independencia americana surgen de una realidad preñada de contradicciones, por las injusticias que se acumulan durante generaciones, por la inercia típica del mundo colonial.

Para destacarse en cualquier actividad pública, durante los tres siglos en que los países de continente americano vivieron bajo el régimen colonial, hacía falta aprovechar oportunidades que rara vez se debían al trabajo efectivo y el talento personal de las personas, y por lo general estaban determinados por el origen y los contactos.

Algunos próceres llegaron a convertirse en lo que fueron, desde los grupos más ricos de la sociedad colonial. Sus familias habían prosperado en el Nuevo Mundo gracias al trabajo de esclavos traídos del África y la producción de materias primas reclamadas por la economía de las grandes potencias de Europa.

Fue el caso de las plantaciones de añil y café para los Bolívar y Palacio, propietarios de enormes haciendas y minas de carbón de Venezuela. Algo parecido le sucedió al ganadero José Gervasio de Artigas, en el territorio al norte del Río de la Plata, que luego se conocería como Uruguay. Eran privilegiados, que no se conformaron con el disfrute de lo que sistema colonial les ofrecía. Ellos pretendían más, una libertad de acción política imposible en una monarquía.

Otros estaban conectados con familias influyentes, por participar en la administración colonial. Fue el caso de José de San Martín, relacionado con los Alvear, o el de Juan Martín de Pueyrredón en Buenos Aires; el de Josefa Ortiz en México, el de Francisco de Paula Santander en Colombia, el de Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay, el de Antonio José de Sucre, hijo de quien se había desempeñado como Capitán General de Cuba y gobernador de Cartagena de Indias. Los contactos que habían logrado gracias a su empeño, no los dejaban satisfechos.

Las relaciones con el poder colonial fueron decisivas para ellos, incluso cuando se trataba de figuras tan cuestionadas como los hijos no reconocidos de los altos funcionarios. Fue el caso de Bernardo O´Higgins, hijo natural de un Capitán General de Chile, el irlandés Ambrosio O´Higgins, que a pesar de su soltería, nunca contrajo matrimonio con la madre, Isabel Riquelme y tardó varios años en darle el apellido.

Hay quienes otorgan a José San Martín un origen bastante más romántico. Habría sido el hijo de un rico comerciante de Buenos Aires, Diego de Alvear y Rosa Guarú, una indígena guaraní que posteriormente se desempeñó como nodriza del niño (pero que de todos modos no acompañó a la familia San Martín a España, cuando ellos regresaron a su patria, pocos años más tarde, llevándose a José). Alvear habría llegado a un acuerdo con uno de sus amigos más cercanos, que aceptó presentar al niño concebido fuera del matrimonio como uno de los suyos, comprometiéndose a pagar los estudios de José y utilizar sus contactos en España para facilitar el ingreso en la carrera militar.

En una sociedad dividida en castas, donde era difícil escapar al ámbito que le había sido asignado a sus padres, aquellos que no podían certificar su origen, se encontraban en una posición todavía más incómoda, puesto que se los discriminaba por una falta de la que ni siquiera cabía responsabilizarlos. Por lo tanto, no resultaba improbable que entre ellos, desubicados, humillados, surgieran los rebeldes. Simón Rodríguez fue un hijo abandonado por sus padres, criado por un tío materno, sacerdote de Caracas, circunstancia que posteriormente Rodríguez ocultó cada vez que le preguntaban sobre su origen.

Las anécdotas de la temprana revuelta de los esclavos negros en Haití, causaba horror a quienes aprovechaban los ingentes beneficios de un sistema de explotación de otros seres humanos de otras culturas y colores de piel, que consideraban tan justo como inamovible. Si alguien pretendía subvertir ese orden desigual, solo podía ser condenado y pintados con los colores más alarmantes, porque ofrecía un ejemplo tentador para otras víctimas de discriminación en los distintos países de la región.

[Jean-Jacques Dessalines] hizo que se alistaran una multitud de bandidos y malhechores, que se habían hecho dignos mil veces de un suplicio, y formó un regimiento, al que dio el nombre de negros sans-culotes o del ejército revolucionario. (Juan López Cancelada: Vida y obra de J.J.Dessalines)

La ilegitimidad del nacimiento podía marcar para siempre la vida de alguien en esa época. La muerte de su madre al nacer ella, fruto de una relación extramatrimonial, definió por ejemplo la infancia de Manuela Sáenz, a pesar de haber crecido en el hogar de su padre, en Quito. Probablemente no disfrutaba la cercanía de sus hermanastros nacidos de un matrimonio consagrado ante Dios y el Estado. A los diecisiete años, Manuela escapó del convento donde la educaban, para seguir a un oficial atractivo, que pronto la abandonó. Para superar la condena social de su origen y sus decisiones apresuradas, tuvo que emigrar a Lima, donde logró casarse con un médico inglés, bastante mayor que ella.

Algunos próceres, como fue el caso del mexicano Ignacio Allende, pertenecían al ejército español y sin embargo decidieron participar en el movimiento de los rebeldes. Allende se unió a las fuerzas reunidas por el sacerdote Miguel Hidalgo.

Otros próceres de la Independencia provenían de familias europeas asentadas desde hacía tiempo en el Nuevo Mundo, que se dedicaban al comercio y obtenían cargos subalternos en la administración pública (fue el caso de Francisco de Miranda, Andrés Bello, Antonio José de Sucre, en Venezuela, el de Manuel Belgrano en el Río de la Plata).

Otros carecían de antepasados distinguidos, que hubieran amasado una fortuna, y vivieron en situación precaria desde la infancia (fue el caso de José María Morelos en México, el de Mariano Moreno y Bernardo de Monteagudo en Buenos Aires, el de Joaquin José da Silva Xavier, conocido como Tiradentes, en Brasil, el de Policarpa Salavarrieta en Colombia). No obstante, lograron destacarse, algunos por su dedicación al estudio, en un ambiente en el que predominaba el conformismo y desinterés por las búsquedas intelectuales, mientras que otros, como José Antonio Páez, lo debieron todo a su decisión personal para superar situaciones imprevisibles y sobrevivir en territorios donde imperaba la ley del más fuerte.

A las tres de la mañana se levantaba [el llanero] cuando aún no había concluido la tormenta, y salía ensillar su caballo, que había pasado la noche anterior atado a una macoya de hierba en las inmediaciones de la casa. Para ello tenía que atravesar los escoberos, tropezando a cada instante con las osamentas de las reses (…). Montado al fin, salía para la expedición de ojear el ganado, que iba espantado al punto en que debía hacerse la parada. Esta operación se conocía con el nombre de rodeo; pero cuando se hacía solamente con los caballos, se llamaba junta. “Juntas” decían los llaneros cuando, más tarde, hablaron de las que se formaron en las ciudades para la defensa de la soberanía de España. “Nosotros no sabemos de más juntas que de las de bestias que hacemos aquí”. (José Antonio Páez: Memorias)

Los privilegios que el régimen colonial reservaba para unos pocos miembros de la sociedad, terminaron por volverlo odioso incluso para quienes gozaban de una situación ventajosa. Ellos eran quienes estaban más cerca del poder y percibían con claridad que estaba negado para ellos ejercerlo. Podían ser dueños de haciendas y minas, pero se veían obligados a pagar enormes impuestos a los administradores coloniales, y entregar la exportación de sus materias primas a instituciones que se quedaban con los beneficios, sin haber hecho nada.

Aquellos que imponían su voluntad a los peones, empleados y esclavos, ¿por qué debían aceptar las decisiones de una clase parásita, de funcionarios y favoritos del régimen colonial? Muchos de los que aceptaban perpetuar instituciones odiosas como la esclavitud, querían acceder a los honores que dispensaban los monarcas a sus súbditos destacados. La familia Bolívar mantuvo durante años en Madrid al tío Esteban Palacios, mientras gestionaba la compra de un título de nobleza para Juan Vicente Bolívar y su hermano Simón.

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sábado, 23 de junio de 2018

Masones en la Independencia americana

Masones en la Independencia americana
Garaycochea

Hemos decretado condenar ciertas sociedades, asambleas, reuniones, convenciones o sesiones secretas, llamadas francmasónicas o conocidas bajo alguna otra forma de denominación, bajo pena de excomunión. (Papa Clemente XII: Encíclica In Eminenti)

Ritual masónico de iniciación, comienzos siglo XIX

En los Estados Pontificios, desde el siglo XVIII, la masonería estaba prohibida y podía acarrear la pena de muerte a sus seguidores. La posición de la Iglesia Católica respecto de las sociedades secretas había sido reiteradamente establecida en la época de la Revolución Francesa: cambios sociales y políticos tan extremos como la abolición de las monarquías, derivaban en la pérdida de los privilegios que la Iglesia había disfrutado tradicionalmente. Sus propiedades habían sido confiscadas, el culto era perseguido, se entronizaba a la Razón en sustitución de los símbolos cristianos y el anticlericalismo adquiría el rango de política de Estado. Cualquier organización que rechazara la autoridad de la Iglesia, quedaba definida automáticamente como enemiga y debía ser combatida hasta exterminarla.

La opinión que los masones ofrecían de su actuación, no podía ser más seductora para todos los idealistas interesados en sumarse a sus filas:

Se puede definir a la masonería como el punto de reunión de una clase de hombres unidos entre sí por los lazos de la estimación y la amistad; cuyos trabajos se reducen a arrancar al hombre del estado de la barbarie, para conducirlo al de la civilización y civilizarlo, llevarlo a la perfección, pasándolo por el crisol de las pruebas, que haciéndolo virtuoso, lo hacen feliz. (José María Mateos: Historia de la masonería en México)

George Washington con ornamentos masónicos

Las estrategias que adoptaron los masones involucrados en la lucha por la Independencia americana, no fueron las mismas en todas partes, situación que sugiere la inexistencia de un plan único (o oposición a la imagen de un complot que presentaron sus adversarios) o al menos la flexibilidad de aquellos que se involucraron del proceso. Los masones que participaron en la Independencia de las colonias inglesas de América del Norte, habían adoptado una estructura republicana del Estado. George Washington desfiló en Filadelfia, en 1778, vistiendo los ornamentos de la liturgia masónica, tras haber derrotado a los ingleses.

En el resto del continente, los masones sostenían modelos distintos de organización política. En el Río de la Plata, coexistieron proyectos de Independencia republicanos y monárquicos durante más de una década. En Brasil, los masones apoyaron el establecimiento de una monarquía.

Masones de todas las capas sociales fueron los que introdujeron en Brasil las ideas ilustradas de Europa y quienes incitaron las revueltas antiportuguesas hasta la independencia; masones los que apoyaron la coronación del primer rey brasileño, Don Pedro I (nombrado Gran Maestre) como medio para evitar la disgregación de las distintas provincias brasileñas, disgregación que se dio en la América española. (Laurentino Gomes: 1822)

Francisco de Miranda

Ante la inexistencia de partidos políticos, hombres que tenían las intenciones y experiencias más opuestas, coincidieron en las sociedades secretas. Bernardo O`Higgins era el hijo tardíamente reconocido de un Capitán General de Chile. José de San Martin, un oficial del ejército español, a pesar de haber nacido en el Virreinato del Río de la Plata. Francisco de Miranda podía ser el hijo de un comerciante de Caracas y un exaltado que coleccionaba las experiencias más opuestas de su época (la Revolución Norteamericana, la Revolución Francesa) que tenían como elemento común la liberación de las colonias españolas en América.

Nunca reconoceremos por gobierno legítimo de nuestra patria, sino aquel que sea elegido por la libre y espontánea voluntad del pueblo; y siendo el sistema republicano el más adaptable al gobierno de las Américas, propondremos, por cuantos medios estén a nuestro alcance, a que los pueblos se decidan por él. (Francisco de Miranda: Juramento de la Logia Gran Reunión de América)

Varios próceres de la Independencia americana se conocieron durante su estancia en Europa. Allí se incorporaron a organizaciones secretas de tipo masónico, cuyos objetivos declarados incluían la independencia de las colonias españolas.

Carlos María de Alvear, hacendado del Virreinato del Río de la Plata y probable hermanastro de José de San Martín, lo introdujo en Londres a las sesiones de La Gran Reunión Americana, organización conocida también como Logia de los Caballeros Racionales, fundada por Francisco de Miranda en 1797.

La masonería se había definido por entonces como una sociedad secreta, filosófica y filantrópica, de ideología liberal, tal vez no tan antigua como pretendía, para otorgar mayor autoridad a su discurso, que planteaba atractivos rituales para los iniciados.

El primer grado de iniciación de los neófitos era el juramento de trabajar por la independencia americana; el segundo, la profesión de fe en el régimen republicano. La fórmula del juramento del segundo grado era la siguiente: “Nunca reconocerás por Gobierno legítimo de tu patria, sino a aquel que sea elegido por la libre y espontánea voluntad de los pueblos; y siendo el sistema republicano el más adaptable al gobierno de las Américas, propenderá por cuantos medios estén a tus alcances, el que los pueblos se decidan por él” (Bartolomé Mitre: Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina)

Incorporarse a una Logia representaba un honor que no estaba reservado a cualquier hombre con ideales de cambio social. Se requería disponer de los contactos adecuados y superar un proceso de selección que tomaba en cuenta el potencial del nuevo miembro para el éxito de las actividades del grupo. Miranda había negociado durante años el apoyo de los ingleses a sus proyectos independentistas, prometiéndoles el libre comercio con las colonias españolas. Para conseguir eso, necesitaba reunir un puñado de hombres provenientes de las distintas regiones del continente, que aceptaran el proyecto y coordinaran sus esfuerzos.

Bernardo O´Higgins

Pocos años más tarde, Gran Bretaña decidió dejar de lado a los conspiradores americanos y pasó a actuar tal como había hecho, con notable eficacia, en otras regiones del planeta, para controlar el suministro de materias primas requeridas por la Revolución Industrial. Por eso invadió militarmente Buenos Aires en 1807, confiando avanzar luego hacia Chile y Perú. La ofensiva fracasó, no tanto por la capacidad defensiva de las autoridades coloniales, como por la espontánea resistencia popular. A partir de entonces, el rol de Gran Bretaña, que hubiera debido ser entendida como garante de la libertad del continente, quedó oscurecido para siempre.

En 1811, en la ciudad española de Cádiz, José de Gurruchaga estableció la Logia Lautaro, en homenaje al caudillo araucano de la rebelión contra los españoles. En ella participaron hombres que provenían de todo el continente americano: Andrés Bello, Simón Bolívar, Bernardo O´Higgins, José de San Martín, José María Caro, Luis López Méndez y Santiago Mariño entre otros.

Las sociedades compuestas por americanos, que antes de estallar la revolución se habían generalizado en Europa, revestían todas las formas de las logias masónicas, pero solo tenían de tales lo signos, fórmulas, etc. Su objeto era elevado, no iniciaban en los misterios, sino en profesar el dogma republicano, y se hallaban dispuestas a trabajar por la independencia de América. (Bartolomé Mitre: Historia de San Martín)

José de San Martín

San Martín fue iniciado masón en la Logia de Cádiz por un caraqueño, Francisco María Solano Ortiz de Rozas, marqués del Socorro, de quien era edecán. Luego pasó a otra Logia. San Martín viajó a Londres apenas consiguió dejar el ejército español y se alojó con Matías Zapiola en la casa de Francisco de Miranda, lugar donde se efectuaban las reuniones de la Logia Gran Reunión Americana. Durante los cuatro meses que duró su residencia en Londres, Andrés Bello y el conde de Fife, lo habrían puesto al tanto de los planes ingleses respecto del futuro del continente americano.

Si se esperaba liberar a las colonias españolas de la metrópoli, esa tarea podía contar con el auspicio inglés, en la confianza de obtener después de concluido el proceso, el libre comercio con Inglaterra. La masonería, de acuerdo a las hipótesis actuales, habría sido un instrumento más del Foreign Office inglés. Pertenecer a una orden secreta, autoproclamada partidaria de los cambios sociales, resultaba más atractivo que sumarse a la lista de agentes de un régimen colonial tan explotador como el que se estaba combatiendo.

En Buenos Aires, San Martín impulsó la formación de sociedades secretas (que por la misma época se multiplicaron en Chile, Perú, Bolivia e Uruguay), de acuerdo al modelo de la masonería, cuyo objetivo era la lucha por la independencia de la región, pero no tardó en enfrentarse a Carlos María de Alvear, que disolvió la entidad cuando no pudo utilizarla para beneficiar su carrera política. Una vez concluida la guerra, San Martín prefirió ocultar esos nexos.

No creo conveniente [que] hable usted lo más mínimo de la logia de Buenos Aires: estos son asuntos privados y que aunque han tenido y tienen una gran influencia en los acontecimientos de la revolución de aquella parte de América, no podrían manifestarse sin faltar por mi parte a los más sagrados compromisos. (José de San Martín: Carta de William Millar)

El irlandés Guillermo Brown, fundador de la Marina de Buenos Aires, era masón. También José Antonio Páez, que fue incorporado a la sociedad en 1820, poco después de haberse destacado como militar, cuando apenas se vislumbraba el rol decisivo que iba a tener en la política venezolana durante las siguientes cuatro décadas.

Prácticamente no hubo hombre célebre del siglo XIX que no fuera invitado a participar en las reuniones de la masonería, donde alternaban aquellos que habitualmente se encontraban enfrentados por la política. Puede tenerse la impresión de que el fin de las guerras de la Independencia, fue seguido por una etapa de reconciliación en todos los planos, que la masonería propiciaba, pero de todos modos rara vez llegaba a imponerse.

Después de la desintegración de Colombia, las logias habían caído casi el olvido. Pero a partir de 1839 se reanimaron los círculos de las existentes y es tanto su auge que, casi simultáneamente, se crean cinco más, las que empiezan a funcionar con numerosos afiliados. Esto que sucede en Caracas, se traslada también al interior del país. Las logias se convierten en un vehículo de difusión de las ideas liberales y sus tertulias o tenidas en centros de actividad revolucionaria.(Manuel Vicente Magallanes: Historia Política de Venezuela)

https://ogaraycocheab.wordpress.com/2014/08/04/masones-en-la-independencia-americana/