El pueblo enemigo de la Independencia
Garaycochea
Bernardo de Monteagudo
En la inmensa mayoría de los combates [de la Guerra de Independencia] no lucharon españoles contra americanos, sino americanos contra americanos. No solo en los primeros momentos, cuando cabe suponer que las posturas estaban menos definidas, sino hasta el mismo final. Todavía en 1824, en la decisiva batalla de Ayacucho (…) se enfrentaron americanos contra americanos y no criollos contra peninsulares. (Tomás Pérez Vejo: Un mito historiográfico: españoles realistas contra criollos insurgentes)
La lucha por la Independencia no prometía mejoras inmediatas para todos los americanos que participaban en ella.. Algunos alimentaban enormes expectativas respecto de la República, mientras que del otro lado estaban aquellos que tenían bastante que perder bajo la República (empleos oficiales, privilegios de todo tipo). Otros no alcanzaban a entender muy bien lo que estaba ocurriendo, y eso bastaba para cerrarse ante cualquier novedad que se les planteara. Las anécdotas y leyendas de la Revolución Francesa, pasada la euforia del derribamiento de la monarquía, cuando se implantó el Terror, circulaban en la pacata atmósfera de las colonias americanas, que resistían cualquier intento de cambio, incluyendo aquel propuesto por el Poder.
Cuando los ideólogos del movimiento arengaban a la gente, no era raro que sembraran desconfianza y miedo a los cambios que los ciudadanos se verían obligados a encarar, tanto si se sumaban a la causa, como si intentaban permanecer al margen.
No todos nacen para ser héroes: el padre anciano llorará la pérdida de sus hijos, la sensible esposa asistirá con ternura al sacrificio de su consorte, el fiel amigo sufrirá en su corazón la desgracia del hombre de bien, las familias de los mejores ciudadanos se resentirán de la miseria que las oprima, pero todo estos males particulares son necesarios para consumar el gran sistema y cada uno de ellos tiene una influencia directa en los resortes de combinación. Fatigas, angustias, privaciones, rivalidades; he aquí las recompensas del celo, pero he aquí también los presagios del deseo realizado [de libertad]. (Manuel de Monteagudo: “Mártir o Libre)
La obediencia al poder constituido (durante la etapa colonial del continente americano, la fidelidad al Rey europeo y sus delegados), era un deber ineludible para todos aquellos que se encontraban bajo la protección de la Corona. Las autoridades de la iglesia planteaban la sumisión al sistema monárquico como un mandato que emanaba de Dios mismo y no era distinta la opinión de los personajes más ilustrados de la época. Todo aquel que se opusiera al régimen colonial, no tardaba en ser castigado con la pérdida de la libertad o la muerte. La mera circulación de puntos de vista disidentes se encontraba prohibida. Por lo tanto, no es de extrañar que en unos casos por convicción y en otros por temor, fueran tantos aquellos que se manifestaban enemigos de la causa independentista.
Desde fines del siglo XVIII, las autoridades de la colonia habían alentado las discordias existentes entre los distintos grupos sociales, una situación que el mismo régimen había establecido. Los pardos, por ejemplo, desconfiaban de los criollos que se habían enriquecido con la agricultura, la minería y el comercio. En cuanto a los españoles peninsulares, también veían con preocupación el creciente poder de los criollos que aspiraban a comprar títulos de nobleza. La posibilidad de que los americanos advirtieran la comunidad de intereses entre aquellos que solían verse como sus adversarios, tardó en imponerse y demoró el triunfo de las nuevas ideas.
Simón Bolívar
No todo el mundo se sumó de inmediato a la causa de la independencia, una vez que fue proclamada. Grandes sectores del clero católico y los antiguos administradores coloniales, optaron por defender al viejo régimen y lograron demorar durante años la consolidación del nuevo. También los esclavos y desposeídos prefirieron seguir en más de un caso a sus amos, incapaces de imaginar los beneficios que obtendrían de un régimen republicano. Los próceres debieron esforzarse por exponer de manera convincente su punto de vista que había sido mal interpretado o rechazado.
Vosotros, americanos, que el error o la perfidia os han extraviado de las sendas de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos, en la íntima persuasión de que vosotros no podéis ser culpables y que solo la ceguedad e ignorancia en que os han tenido hasta el presente los autores de vuestros crímenes, han podido induciros a ellos. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con una inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de americano será vuestra garantía y salvaguardia. (Simón Bolívar)
Los indiferentes e incluso aquellos que habían sido adversarios a la independencia, eran convocados una vez y otra a participar en una causa que probablemente no les merecía demasiada confianza, porque estaba encabezada por figuras provenientes de las clases dominantes de la época, los mismos criollos que hasta poco antes los habían explotado. Ellos usaban un discurso vehemente, pero no por eso el más adecuado para provocar la adhesión de aquellos a quienes iba dirigido.
Bernardo O´Higgins
Bernardo O`Higgins convocaba a los indígenas que se oponían a la independencia, desde la prensa revolucionaria de Santiago de Chile:
Las valientes tribus de Arauco y demás indígenas de la parte meridional [de Chile] prodigaron su sangre por más de tres centurias, defendiendo su libertad contra el mismo enemigo que hoy es nuestro. (…) Sin embargo, siendo idénticos nuestros derechos, disgustados por ciertos accidentes inevitables en guerra de revolución, se dejaron seducir de los jefes españoles. Esos guerreros, émulos de los antiguos espartanos en su entusiasmo por la independencia, combatieron encarnizadamente contra nuestras armas, unidos al ejército realista], sin más fruto que el de retardar algo nuestras empresas y ver correr arroyos de sangre de los descendientes de Caupolicán, Tucapel, Colocolo, Galvarino y demás héroes. (Bernardo O´Higgins)
En Venezuela, tras las derrotas sufridas por la causa de la Independencia, durante 1812, se organizó una reacción de los sectores que defendían la obediencia al régimen monárquico, encabezada por militares españoles, a los que se sumaron representantes del pueblo, atraídos por promesas y prebendas. El carácter que tenía este ejército dispar, de profesionales y gente que hasta entonces no había sido convocada a tomar las armas, como los esclavos, no podía ser más amenazante para los revolucionarios, salidos de la clase de los propietarios criollos, cuyas fortunas se habían establecido precisamente gracias a la explotación del trabajo esclavo.
La evidencia de los esclavos, hasta entonces desarmados, cuyas aspiraciones habían sido desoídas, de pronto aparecían organizados para luchar por el mantenimiento de las instituciones que los habían mantenido en esa situación, subrayando una contradicción dolorosa en el programa renovador.
Aunque se había incorporado a los pardos y las mujeres a las deliberaciones de la Sociedad Patriótica de 1811, la posibilidad de encarar el problema de la esclavitud no figuraba en los planes de los hacendados. Cuando Miranda propuso liberar a los esclavos, con la condición de que se sumaran al ejército rebelde durante una década, los propietarios dejaron de apoyar la revolución y prefirieron alentar a sus esclavos para que se unieran al ejército de Domingo de Monteverde.
Miranda consternado ve a los negros invadiendo a Caracas y entrándola a sangre y fuego, como lo habían hecho en otras partes; conociendo que los jefes del ejército desconfían de él y entrándola a sangre y fuego como habían hecho en otras partes; conociendo que los jefes del ejército [rebelde] desconfían de él y le odian, llega a persuadirse que son capaces de comprar su ruina al precio de una calamidad pública; cree que no hay opinión ni virtud patriótica en aquella turba reunida por la coacción, la novedad o la esperanza del botín; que no hay pueblo ahí, ni hay principios y que el triunfo, por consiguiente, era imposible. (Rafael María Baralt: Resumen de la Historia de Venezuela)
Miranda firmó una capitulación lamentable (que no fue respetada por Monteverde) y precipitó su propia ruina, retrasando en varios años la Independencia que había sido el objetivo central de su vida.
https://ogaraycocheab.wordpress.com/2013/05/16/el-pueblo-enemigo-de-la-independencia/