El Secreto: Mito iniciático de Hiram Abiff
He aquí este mito que es el fundamento de la masonería iniciática tal como aparece puesto en acción según el ritual del grado del sublime grado de maestro masón:
Habiendo llegado el tiempo en que Salomón debía levantar un Templo en Jerusalén a la Gloria de Jehová el Gran Arquitecto del Universo —según los planos trazados por el mismo Jehová con su mano celeste, que habían sido entregados al Rey David, su padre—, fue ayudado en esta gran empresa por el rey de Tiro. Este príncipe le suministró con abundancia los materiales más ricos y le procuró un gran número de excelentes obreros; pero le hizo un regalo mucho más precioso enviándole a Hiram, nacido en la Fenicia ciudad de Tiro, muy hábil en todas las obras de arte.
El Rey Salomón, estando dotado de la más alta sabiduría oculta, reconoció el precio de los talentos y de las luces de Hiram Abiff; le dio su confianza y le nombró jefe de todos los obreros. Hiram separó a estos en tres clases a fin de que cada uno pudiera recibir una paga proporcionada a su mérito y a sus talentos; dio a cada clase signos, palabras y toques diferentes; los primeros, o Aprendices , eran llamados a la Columna J, donde les daba el salario correspondiente; los Compañeros, a la Columna B; pero introdujo a los Maestros en la Cámara del Medio para allí ser pagados dignamente. Un orden tan bien establecido aseguraba a cada uno su justa recompensa; pero el orgullo, la envidia y la codicia arrastran tras ellos el desorden, la confusión y el crimen.
Tres pérfidos compañeros concibieron el execrable designio de forzar al Maestre Hiram Abiff a darles la palabra de Maestro para procurarse tal salario. Con esa intención, se situaron en las tres diferentes puertas del Templo a la hora en que el Maestro de obra, después que los obreros se habían retirado, tenía costumbre de ir, solo, a verificar los trabajos. Habiendo entrado Hiram por la puerta de Occidente y queriendo retirarse por la puerta del Mediodía, encontró allí a uno de los compañeros que le pidió la palabra de Maestro, amenazando matarle si se resistía a su petición, y, ante su negativa, aquel perverso le dio un gran golpe con un martillo sobre el hombro izquierdo.
Hiram Abiff buscó su salvación en la huida y quiso escaparse por la puerta Norte; allí encontró al segundo asesino, que le hizo la misma petición, y, ante su negativa, el monstruo le asestó un gran golpe con una palanca sobre el hombro derecho, del que quedó casi abatido.
Sin embargo, Hiram tuvo aún fuerzas para huir hacia la puerta de Oriente, pero allí encontró al tercer compañero, que, viéndole ya debilitado por los golpes que había recibido, le pidió imperiosamente la palabra de Maestro. Hiram no pudo engañarse respecto al extremado peligro en el que se encontraba, si no accedía, pero antepuso su deber a la conservación de su vida, y el compañero maldito le asestó un gran mazazo sobre la frente que le hizo caer muerto.
Aquellos poseídos se reunieron y resolvieron enterrar el cadáver, esperando que su crimen quedara ignorado; pero como aún era de día, lo escondieron en principio bajo un montón de piedras, y después aprovecharon las tinieblas de la noche para llevarle a un lugar elevado, en los alrededores del Templo, donde lo enterraron poniendo sobre la tumba una rama de acacia, para poder identificar el lugar de la sepultura.
Transcurridos siete días, Salomón, inquieto por la suerte del Maestro Hiram, ordenó a nueve Maestros buscarle en todos los talleres y en el recinto que había trazado para la construcción del Templo. Los nueve Maestros se dividieron en tres grupos; tres hombres salieron por la puerta del Mediodía, tres por la del Norte y, finalmente, otros tres tomaron su ruta por la puerta de Oriente.
Llamaron en vano al Maestro Hiram en sus búsquedas; pero aquellos que se habían dirigido por el lado de Oriente, atraídos por el resplandor de una luz extraordinaria que partía de un lugar elevado, hicieron los mayores esfuerzos para llegar hasta él. Allí, agotados de fatiga y cansancio, se sentaron y divisaron una pequeña cima de tierra que les hizo darse cuenta de que la tierra había sido recientemente removida en aquel lugar. Se pusieron a excavar y encontraron un cadáver que reconocieron, por la lámina triangular de oro con la que se adornaba, como el cuerpo del Maestro Hiram. Entonces lanzaron gritos de dolor y se hicieron oír por los otros dos grupos de Maestros. Acudieron estos inmediatamente y, habiéndose reunido, verificaron juntos haciendo un signo de sorpresa que aquel era el cuerpo sin vida de Hiram y que había sido asesinado; tuvieron por sospechosos de este crimen abominable a algunos malos compañeros que hubieran querido arrancarle la poderosa palabra de Maestro; por el temor que tuvieron de que se le hubiera forzado a revelársela, convinieron en no emplear nunca más la antigua palabra y sustituirla por la primera que pronunciaran entre ellos al exhumar el cadáver, y así la Palabra original quedó Perdida, y es por ello que los masones buscan desde entonces la poderosa Palabra Perdida, pues se sabe que con ella se pueden hacer Portentos inimaginables a la mente profana.
Tras un acuerdo, plantaron sobre la cima de tierra que cubría al Maestre una rama de espinas llamada Acacia para reconocer el lugar en que le habían descubierto y se presentaron ante el rey Salomón, a fin de comunicarle esta triste noticia.
El rey, para testimoniar la tierna amistad que tenía hacia Hiram, ordenó a los nueve Maestros exhumar su cuerpo y transportarle al Templo y, para honrar su memoria, ordenó que fuesen acompañados por todos los otros Maestros.
Habiendo llegado los primeros pequeña cima de tierra que cubría el cadáver del Maestro Hiram Abiff los nueve Maestros encargados de hacer las primeras investigaciones, uno de ellos le cogió por el índice, pero la piel se desprendió del hueso y le quedó en la mano; otro le tomó por el dedo medio, mas la carne le quedó también en la mano; finalmente, el tercero intentó levantarle tomándole por la muñeca, pero, como había sucedido a los dos primeros, la carne le quedó en la mano; entonces gritó:«¡M ak- Benah!», que significa «el cuerpo está corrompido, la carne se separa de los huesos», o «la carne abandona los huesos», y se dispuso a exhumar el cadáver; los otros ocho Maestros se reunieron con él para alzarle en presencia de todos los otros Maestros, y llevaron con gran pompa el cuerpo de Hiram al Templo de Dios en Jerusalén.
El rey Salomón encargó unas exequias magníficas y, para honrar el celo y la firmeza de la víctima, mandó poner sobre la tumba la lámina triangular o delta de oro en que estaba grabada la palabra sagrada de los Maestros (M y y confió su custodia a sus más íntimos seguidores.
Tras haber aprobado Salomón la resolución tomada por los nueve Maestros de no emplear más la palabra del grado y sustituirla por la primera que hubieran pronunciado al desenterrar el cadáver, todos los Maestros se situaron en círculo alrededor de la tumba para realizar el proyecto.
Entonces, el Maestro que había levantado el cuerpo de Hiram transmitió e hizo que se circulara la palabra M ak- B en a h al que se hallaba a su derecha para pasarla de Maestro en Maestro, hasta que fuera conocida por todos, y esta palabra les sirvió después para reconocerse entre ellos, así hasta el día de hoy.
Hiram está citado pocas veces en la Biblia, pero allí no desempeña el papel que le atribuye el mito masónico.
En primer lugar aparece como rey de Tiro:
«Hiram, rey de Tiro, envió unos mensajeros a David, con madera de cedro, carpinteros y canteros, que construyeron un palacio para David: (II
Samuel, V, 11).
I Reyes, V, es más explícito:
«Hiram, rey de Tiro, mandó embajadores a Salomón cuando supo que había sido ungido rey sucediendo a su padre, pues siempre fue amigo de David. Salomón, por su parte, envió a decir a Hiram: "Tú sabes que David, mi padre, no ha podido construir una casa a la Gloria del Eterno, su Dios, a causa de las guerras con las que los enemigos le cercaron hasta el día en que el Eterno los puso bajo la planta de sus pies. Pero ahora, por todos los lados, el Eterno, mi Dios, me ha asegurado el reposo: ni adversarios ni sorpresas enojosas; me propongo, pues, construir una casa a la gloria del Eterno, mi Dios. El Eterno, en efecto, había hablado de ello a David mi padre cuando le dijo: '¡Tu hijo, aquel que pondré en tu lugar sobre tu trono, será quien construya una casa a la gloria de mi Nombre!'. Así pues, ten a bien ordenar que se corten para mí cedros en el Líbano. Mis servidores trabajarán con tus propios servidores y yo te daré para estos el salario que tú pidas, pues yo sé que nadie entre nosotros es diestro en cortar la madera como los sidonios"».
Cuando Hiram oyó las palabras de Salomón tuvo una gran alegría y dijo: «¡Bendito sea hoy el Eterno que ha dado a David un hijo lleno de sabiduría, capaz de reinar sobre ese gran pueblo!».
Después mandó que se respondiese a Salomón: «He recibido tu mensaje. Haré todo lo que deseas en cuanto concierne a la madera de cedro y a la madera de ciprés. Mis servidores los descenderán del Líbano al mar. Los expediré por medio de mis balsas hasta el lugar que tú me designes. Allí los haré desatar y tú recogerás la entrega. Por tu parte, responderás a mis deseos proveyendo de víveres mi casa».
Hiram dio tanta madera de cedro y madera de ciprés como Salomón quiso. Y Salomón dio a Hiram veinte mil kors4 de trigo para el mantenimiento de su casa y veinte kors de aceite virgen.
Así el Eterno dio la sabiduría a Salomón, como le había prometido. Hubo paz entre Hiram y Salomón e hicieron alianza el uno con el otro.El mismo relato se vuelve a encontrar en I Crónicas, XIV, y II Cronicas, II.
Pero en I Reyes, VII, 13, se trata de otro Hiram, tirio también él:
«El rey Salomón había hecho venir de Tiro a Hiram, obrero en bronce, hijo de una viuda de la tribu de Neftalí y de padre tirio. Estaba lleno de sabiduría, de inteligencia y de habilidad para hacer toda suerte de obras en bronce. Se presentó ante el rey Salomón y ejecutó todo el trabajo».
La continuación de este capítulo de los Reyes enumera entre las obras de Hiram las dos columnas, Jakin y Boaz, que desempeñan un importante papel en el ritual masónico, así como el Mar de Bronce y diversas obras de fundición.
Y en II Crónicas, IV, se habla de un fundidor de nombre Hiram-Abiff, que parece ser el mismo que el de I Reyes, VIL Un tal Adonhiram es también mencionado en otro versículo.
Ninguno de estos personajes bíblicos hace alusión al asesinato de Hiram ni, claro está, a su resurrección.
Pues es en el ritual al que nos referimos donde prosigue en acción el mito de Hiram:
El candidato representa a Hiram. Está inmóvil, silencioso, tendido en un féretro, cerca del cual reposan una rama de acacia y un triángulo de oro.
He aquí cómo se desarrolla la escena final de este «psicodrama». El Venerable pronuncia:
—Hermanos, la tierra parece, aquí, nuevamente removida; la luz que ahí se destaca (mostrando la lámina de oro triangular) me es indicio de que encontraremos aquí el cuerpo de nuestro Respetable Maestro Hiram Abiff, pero todo nos anuncia la violencia y la perfidia; señalemos este lugar con una rama de acacia.
(Recoge la rama de acacia que está al pie del féretro y la deposita sobre la tela que cubre al candidato.)
—Antes de excavar esta tierra, convengamos juntos en no servirnos más de la antigua palabra de los Maestros y sustituirla por una nueva palabra para desbaratar el plan de la persecución y chasquearla codicia de los asesinos. Primero, reunámonos con nuestros Herma-nos que buscan al Norte y al Mediodía y juntos nos pondremos de acuerdo.
El Primer Vigilante se coloca a la derecha del Venerable Maestro, el Segundo Vigilante se sitúa a la izquierda; el Venerable Maestro hace circular la palabra sagrada, habiendo hecho la cadena; después la rompe, y los otros seis Maestros quedan alrededor de la tumba.
Entonces el Venerable Maestro, ayudado por los dos Vigilantes que están a sus costados, levanta el tapiz negro y el lienzo ensangrentado que cubrían al candidato. En el momento que el cuerpo es descubierto, los tres juntos, así como los seis Maestros, hacen un gesto de horror.
El Segundo Vigilante toma al candidato por el dedo índice de la mano derecha, que después deja ir como si quedara en la mano, pronunciando la palabra Jaki n.
El Primer Vigilante le toma a continuación por el dedo medio, que deja ir de la misma manera, pronunciando la palabra B oaz.
Finalmente, el Venerable Maestro toma la muñeca derecha con la mano derecha, le pasa la mano izquierda bajo el hombro derecho, manteniendo el pie derecho junto al pie derecho del candidato, rodilla contra rodilla y pecho contra pecho; en esta actitud, ayudado por los dos Vigilantes, le levanta, diciendo en voz alta:
—Ha recibido la Vida en el seno de la Muerte.
Cuando está de pie, le da la palabra de Maestro: mitad en un oído y mitad en el otro.
El Venerable Maestro vuelve a su lugar, así como los dos Vigilantes y los seis Maestros que rodean la tumba.
El Venerable Maestro, habiendo vuelto al Oriente, dice en voz alta:
—Hermanos, que nuestra alegría sea grande en este día; aquel que era parecido a los muertos ha renunciado a los vicios que podían corromperle y ha recibido una nueva vida
Fraternalmente Vicente Alcoseri Moderador del Foro Secreto Masónico
El Secreto Mito iniciático de Hiram Abiff
He aquí este mito que es el fundamento de la masonería iniciática tal como aparece puesto en acción según el ritual del grado del sublime grado de maestro masón:
Habiendo llegado el tiempo en que Salomón debía levantar un Templo en Jerusalén a la Gloria de Jehová el Gran Arquitecto del Universo —según los planos trazados por el mismo Jehová con su mano celeste, que habían sido entregados al Rey David, su padre—, fue ayudado en esta gran empresa por el rey de Tiro. Este príncipe le suministró con abundancia los materiales más ricos y le procuró un gran número de excelentes obreros; pero le hizo un regalo mucho más precioso enviándole a Hiram, nacido en la Fenicia ciudad de Tiro, muy hábil en todas las obras de arte.
El Rey Salomón, estando dotado de la más alta sabiduría oculta, reconoció el precio de los talentos y de las luces de Hiram Abiff; le dio su confianza y le nombró jefe de todos los obreros. Hiram separó a estos en tres clases a fin de que cada uno pudiera recibir una paga proporcionada a su mérito y a sus talentos; dio a cada clase signos, palabras y toques diferentes; los primeros, o Aprendices , eran llamados a la Columna J, donde les daba el salario correspondiente; los Compañeros, a la Columna B; pero introdujo a los Maestros en la Cámara del Medio para allí ser pagados dignamente. Un orden tan bien establecido aseguraba a cada uno su justa recompensa; pero el orgullo, la envidia y la codicia arrastran tras ellos el desorden, la confusión y el crimen.
Tres pérfidos compañeros concibieron el execrable designio de forzar al Maestre Hiram Abiff a darles la palabra de Maestro para procurarse tal salario. Con esa intención, se situaron en las tres diferentes puertas del Templo a la hora en que el Maestro de obra, después que los obreros se habían retirado, tenía costumbre de ir, solo, a verificar los trabajos. Habiendo entrado Hiram por la puerta de Occidente y queriendo retirarse por la puerta del Mediodía, encontró allí a uno de los compañeros que le pidió la palabra de Maestro, amenazando matarle si se resistía a su petición, y, ante su negativa, aquel perverso le dio un gran golpe con un martillo sobre el hombro izquierdo.
Hiram Abiff buscó su salvación en la huida y quiso escaparse por la puerta Norte; allí encontró al segundo asesino, que le hizo la misma petición, y, ante su negativa, el monstruo le asestó un gran golpe con una palanca sobre el hombro derecho, del que quedó casi abatido.
Sin embargo, Hiram tuvo aún fuerzas para huir hacia la puerta de Oriente, pero allí encontró al tercer compañero, que, viéndole ya debilitado por los golpes que había recibido, le pidió imperiosamente la palabra de Maestro. Hiram no pudo engañarse respecto al extremado peligro en el que se encontraba, si no accedía, pero antepuso su deber a la conservación de su vida, y el compañero maldito le asestó un gran mazazo sobre la frente que le hizo caer muerto.
Aquellos poseídos se reunieron y resolvieron enterrar el cadáver, esperando que su crimen quedara ignorado; pero como aún era de día, lo escondieron en principio bajo un montón de piedras, y después aprovecharon las tinieblas de la noche para llevarle a un lugar elevado, en los alrededores del Templo, donde lo enterraron poniendo sobre la tumba una rama de acacia, para poder identificar el lugar de la sepultura.
Transcurridos siete días, Salomón, inquieto por la suerte del Maestro Hiram, ordenó a nueve Maestros buscarle en todos los talleres y en el recinto que había trazado para la construcción del Templo. Los nueve Maestros se dividieron en tres grupos; tres hombres salieron por la puerta del Mediodía, tres por la del Norte y, finalmente, otros tres tomaron su ruta por la puerta de Oriente.
Llamaron en vano al Maestro Hiram en sus búsquedas; pero aquellos que se habían dirigido por el lado de Oriente, atraídos por el resplandor de una luz extraordinaria que partía de un lugar elevado, hicieron los mayores esfuerzos para llegar hasta él. Allí, agotados de fatiga y cansancio, se sentaron y divisaron una pequeña cima de tierra que les hizo darse cuenta de que la tierra había sido recientemente removida en aquel lugar. Se pusieron a excavar y encontraron un cadáver que reconocieron, por la lámina triangular de oro con la que se adornaba, como el cuerpo del Maestro Hiram. Entonces lanzaron gritos de dolor y se hicieron oír por los otros dos grupos de Maestros. Acudieron estos inmediatamente y, habiéndose reunido, verificaron juntos haciendo un signo de sorpresa que aquel era el cuerpo sin vida de Hiram y que había sido asesinado; tuvieron por sospechosos de este crimen abominable a algunos malos compañeros que hubieran querido arrancarle la poderosa palabra de Maestro; por el temor que tuvieron de que se le hubiera forzado a revelársela, convinieron en no emplear nunca más la antigua palabra y sustituirla por la primera que pronunciaran entre ellos al exhumar el cadáver, y así la Palabra original quedó Perdida, y es por ello que los masones buscan desde entonces la poderosa Palabra Perdida, pues se sabe que con ella se pueden hacer Portentos inimaginables a la mente profana.
Tras un acuerdo, plantaron sobre la cima de tierra que cubría al Maestre una rama de espinas llamada Acacia para reconocer el lugar en que le habían descubierto y se presentaron ante el rey Salomón, a fin de comunicarle esta triste noticia.
El rey, para testimoniar la tierna amistad que tenía hacia Hiram, ordenó a los nueve Maestros exhumar su cuerpo y transportarle al Templo y, para honrar su memoria, ordenó que fuesen acompañados por todos los otros Maestros.
Habiendo llegado los primeros pequeña cima de tierra que cubría el cadáver del Maestro Hiram Abiff los nueve Maestros encargados de hacer las primeras investigaciones, uno de ellos le cogió por el índice, pero la piel se desprendió del hueso y le quedó en la mano; otro le tomó por el dedo medio, mas la carne le quedó también en la mano; finalmente, el tercero intentó levantarle tomándole por la muñeca, pero, como había sucedido a los dos primeros, la carne le quedó en la mano; entonces gritó:«¡M ak- Benah!», que significa «el cuerpo está corrompido, la carne se separa de los huesos», o «la carne abandona los huesos», y se dispuso a exhumar el cadáver; los otros ocho Maestros se reunieron con él para alzarle en presencia de todos los otros Maestros, y llevaron con gran pompa el cuerpo de Hiram al Templo de Dios en Jerusalén.
El rey Salomón encargó unas exequias magníficas y, para honrar el celo y la firmeza de la víctima, mandó poner sobre la tumba la lámina triangular o delta de oro en que estaba grabada la palabra sagrada de los Maestros (M y y confió su custodia a sus más íntimos seguidores.
Tras haber aprobado Salomón la resolución tomada por los nueve Maestros de no emplear más la palabra del grado y sustituirla por la primera que hubieran pronunciado al desenterrar el cadáver, todos los Maestros se situaron en círculo alrededor de la tumba para realizar el proyecto.
Entonces, el Maestro que había levantado el cuerpo de Hiram transmitió e hizo que se circulara la palabra M ak- B en a h al que se hallaba a su derecha para pasarla de Maestro en Maestro, hasta que fuera conocida por todos, y esta palabra les sirvió después para reconocerse entre ellos, así hasta el día de hoy.
Hiram está citado pocas veces en la Biblia, pero allí no desempeña el papel que le atribuye el mito masónico.
En primer lugar aparece como rey de Tiro:
«Hiram, rey de Tiro, envió unos mensajeros a David, con madera de cedro, carpinteros y canteros, que construyeron un palacio para David: (II
Samuel, V, 11).
I Reyes, V, es más explícito:
«Hiram, rey de Tiro, mandó embajadores a Salomón cuando supo que había sido ungido rey sucediendo a su padre, pues siempre fue amigo de David. Salomón, por su parte, envió a decir a Hiram: "Tú sabes que David, mi padre, no ha podido construir una casa a la Gloria del Eterno, su Dios, a causa de las guerras con las que los enemigos le cercaron hasta el día en que el Eterno los puso bajo la planta de sus pies. Pero ahora, por todos los lados, el Eterno, mi Dios, me ha asegurado el reposo: ni adversarios ni sorpresas enojosas; me propongo, pues, construir una casa a la gloria del Eterno, mi Dios. El Eterno, en efecto, había hablado de ello a David mi padre cuando le dijo: '¡Tu hijo, aquel que pondré en tu lugar sobre tu trono, será quien construya una casa a la gloria de mi Nombre!'. Así pues, ten a bien ordenar que se corten para mí cedros en el Líbano. Mis servidores trabajarán con tus propios servidores y yo te daré para estos el salario que tú pidas, pues yo sé que nadie entre nosotros es diestro en cortar la madera como los sidonios"».
Cuando Hiram oyó las palabras de Salomón tuvo una gran alegría y dijo: «¡Bendito sea hoy el Eterno que ha dado a David un hijo lleno de sabiduría, capaz de reinar sobre ese gran pueblo!».
Después mandó que se respondiese a Salomón: «He recibido tu mensaje. Haré todo lo que deseas en cuanto concierne a la madera de cedro y a la madera de ciprés. Mis servidores los descenderán del Líbano al mar. Los expediré por medio de mis balsas hasta el lugar que tú me designes. Allí los haré desatar y tú recogerás la entrega. Por tu parte, responderás a mis deseos proveyendo de víveres mi casa».
Hiram dio tanta madera de cedro y madera de ciprés como Salomón quiso. Y Salomón dio a Hiram veinte mil kors4 de trigo para el mantenimiento de su casa y veinte kors de aceite virgen.
Así el Eterno dio la sabiduría a Salomón, como le había prometido. Hubo paz entre Hiram y Salomón e hicieron alianza el uno con el otro.El mismo relato se vuelve a encontrar en I Crónicas, XIV, y II Cronicas, II.
Pero en I Reyes, VII, 13, se trata de otro Hiram, tirio también él:
«El rey Salomón había hecho venir de Tiro a Hiram, obrero en bronce, hijo de una viuda de la tribu de Neftalí y de padre tirio. Estaba lleno de sabiduría, de inteligencia y de habilidad para hacer toda suerte de obras en bronce. Se presentó ante el rey Salomón y ejecutó todo el trabajo».
La continuación de este capítulo de los Reyes enumera entre las obras de Hiram las dos columnas, Jakin y Boaz, que desempeñan un importante papel en el ritual masónico, así como el Mar de Bronce y diversas obras de fundición.
Y en II Crónicas, IV, se habla de un fundidor de nombre Hiram-Abiff, que parece ser el mismo que el de I Reyes, VIL Un tal Adonhiram es también mencionado en otro versículo.
Ninguno de estos personajes bíblicos hace alusión al asesinato de Hiram ni, claro está, a su resurrección.
Pues es en el ritual al que nos referimos donde prosigue en acción el mito de Hiram:
El candidato representa a Hiram. Está inmóvil, silencioso, tendido en un féretro, cerca del cual reposan una rama de acacia y un triángulo de oro.
He aquí cómo se desarrolla la escena final de este «psicodrama». El Venerable pronuncia:
—Hermanos, la tierra parece, aquí, nuevamente removida; la luz que ahí se destaca (mostrando la lámina de oro triangular) me es indicio de que encontraremos aquí el cuerpo de nuestro Respetable Maestro Hiram Abiff, pero todo nos anuncia la violencia y la perfidia; señalemos este lugar con una rama de acacia.
(Recoge la rama de acacia que está al pie del féretro y la deposita sobre la tela que cubre al candidato.)
—Antes de excavar esta tierra, convengamos juntos en no servirnos más de la antigua palabra de los Maestros y sustituirla por una nueva palabra para desbaratar el plan de la persecución y chasquearla codicia de los asesinos. Primero, reunámonos con nuestros Herma-nos que buscan al Norte y al Mediodía y juntos nos pondremos de acuerdo.
El Primer Vigilante se coloca a la derecha del Venerable Maestro, el Segundo Vigilante se sitúa a la izquierda; el Venerable Maestro hace circular la palabra sagrada, habiendo hecho la cadena; después la rompe, y los otros seis Maestros quedan alrededor de la tumba.
Entonces el Venerable Maestro, ayudado por los dos Vigilantes que están a sus costados, levanta el tapiz negro y el lienzo ensangrentado que cubrían al candidato. En el momento que el cuerpo es descubierto, los tres juntos, así como los seis Maestros, hacen un gesto de horror.
El Segundo Vigilante toma al candidato por el dedo índice de la mano derecha, que después deja ir como si quedara en la mano, pronunciando la palabra Jaki n.
El Primer Vigilante le toma a continuación por el dedo medio, que deja ir de la misma manera, pronunciando la palabra B oaz.
Finalmente, el Venerable Maestro toma la muñeca derecha con la mano derecha, le pasa la mano izquierda bajo el hombro derecho, manteniendo el pie derecho junto al pie derecho del candidato, rodilla contra rodilla y pecho contra pecho; en esta actitud, ayudado por los dos Vigilantes, le levanta, diciendo en voz alta:
—Ha recibido la Vida en el seno de la Muerte.
Cuando está de pie, le da la palabra de Maestro: mitad en un oído y mitad en el otro.
El Venerable Maestro vuelve a su lugar, así como los dos Vigilantes y los seis Maestros que rodean la tumba.
El Venerable Maestro, habiendo vuelto al Oriente, dice en voz alta:
—Hermanos, que nuestra alegría sea grande en este día; aquel que era parecido a los muertos ha renunciado a los vicios que podían corromperle y ha recibido una nueva vida
Fraternalmente Vicente Alcoseri