Visión histórica de Kant y la masonería.
Por: Juan Sebastián Ohem.
La visión histórica de Kant es una utopía que, hasta cierto punto, llega a una síntesis entre el pensamiento reaccionario de Rousseau, aquella utopía pesimista según la cual la libertad y la máxima muestra de espíritu humano se ha perdido para siempre, y el conservadurismo de Voltaire, la utopía exageradamente optimista en la cual la Francia absolutista se convierte en el centro del mundo y gloria de la humanidad. Al igual que con el empirismo y el racionalismo, Kant consigue una síntesis que concilia uno con otro, niega que su época sea el mundo perfecto y utópico, como haría Voltaire, negando también que el Hombre haya sido puro solamente en su estado más primitivo, sino que concilia la civilización y el sentido civilizatorio de Voltaire, con la visión de libertad e igualdad como centro de la Historia.
En la visión de Kant la civilización humana llega siempre a una cúspide y a una decadencia, ciclos de prueba y error a través de los cuales la humanidad se prueba a si misma, y a sus distintas utopías, los ciclos son en cierto sentido inconcientes e impersonales, como aquellos de la lluvia o de las estaciones, pero también existe una teleología, es la “Naturaleza”, amoral pero con vistas a algo. Existe en el Hombre un sentido natural de formar comunidades y sociedades, lo mismo afirmaría Rousseau, pero a diferencia de éste, no hay un tránsito entre el estadio puro y libre del Hombre, a un estadio injusto y tóxico, ni siquiera menciona si el estadio primitivo es o no más puro que el siguiente, pues en Kant, la Naturaleza es impersonal y los códigos morales existen solo en civilización. Comparte a la vez el sentido de lo que es civilización con Voltaire, es decir, no es simplemente un conjunto de individuos, sino un espíritu intelectual y de mejoramiento gradual, pero no acepta como perfecto, o el mejor hasta entonces, el “siglo de Luis XIV”.
Encontramos entonces dos factores relevantes en el desarrollo de la Historia, en primer término la Naturaleza, que predispone el terreno a la formación de ámbitos culturales y diversas civilizaciones y permite su ciclo normal, es decir, nacen, crecen y decrecen para formar otra nueva. El segundo factor relevante es por supuesto el Hombre, que es quien construye aquellas utopías, quien da la vida por ellas y quien finalmente las destruirá. Kant no puede estar de acuerdo con Voltaire o con cualquier otro que coloque el epicentro de la civilización, en una persona, la ilustración de Kant no permite poner el poder, la legislatura, que sería en último término el epicentro de la civilización, a una persona, aboga en cambio por algo tan impersonal como la Naturaleza, que es la constitución.
En la visión histórica de Kant las leyes de las constituciones se irán mejorando paulatinamente, a través de la prueba y el error, en aquellos días no se conocía la teoría de la evolución de Darwin, pero hubiese servido como analogía una evolución de la civilización como de la especie, carente de moral interna, un simple prueba y error que dispone que el más fuerte sobreviva, en este caso se tratará de la constitución más apta, las mejores leyes, que más ángulos y casos puedan incluir.
La búsqueda por lo impersonal es paralelo pues a lo impersonal de la Naturaleza que dispone el camino. El Estado que albergue a una constitución que sea perfecta en si misma, que contemple todos los casos posibles y solucione todos los problemas que puedan sucederse, se convierte necesariamente en un autómata, será innecesaria la intervención humana, pues la constitución y sus leyes habrían resuelto absolutamente todos los casos por lo que este Estado carecería de legisladores, si acaso de algún poder judicial y un mandatario que se encuentre casi por completo sujetado a las leyes. Este Estado perfecto, esta civilización utópica, podrá brindar a sus ciudadanos lo que Rousseau reclamaba como perdido, la justicia, la igualdad, la fraternidad y la libertad.
Es necesario, sin embargo, contemplar su visión política a la luz de los tres principios kantianos, el alma inmortal, la libertad y Dios. El alma inmortal es la humanidad, el Hombre universal o la especie, que aprende por si solo de sus errores, Dios se convierte en aquella constitución perfecta, en el legislador sabio y arquitecto del Estado perfecto, tal y como habría de legislar las leyes de la Naturaleza y ser arquitecto del cosmos, y siendo la libertad el fin último de esta visión histórica. Ya desde este punto de vista es advertible su parecido con la utopía masónica, y para ello valdría la pena dar un resumen de la visión utópica de la masonería.
La masonería, haciendo un lado el problema de su origen, posee como finalidad el establecimiento del templo de Dios en la Tierra, a lo cual cada uno de sus miembros es un albañil que, a través de la fraternidad y la virtud, erigen el templo. La utopía cambia poco con la Historia, y es difícil precisar hasta qué punto se ve influenciada por los enciclopedistas franceses como Voltaire, o los filósofos de la ilustración como Rousseau o Kant, que eran todos ellos masones, o hasta que punto ocurre lo inverso.
Sea como fuere, la masonería mantiene que sus adeptos deben necesariamente de creer en Dios, el que sea de su preferencia, y denominan genéricamente a Dios como Gran Arquitecto, simbolismo que encaja con todas las religiones importantes, su visión universalista y cosmopolita encaja igualmente con un arquitecto legislador, crea las leyes con la perfección del compás y la escuadra. En nuestros días pocos se horrorizarían de un ideal según el cual todos los hombres deben ser iguales frente a la ley, donde las fronteras sean prácticamente inexistentes y los cultos religiosos sean tolerados y separados del Estado, pero sin duda se trata de un ideal que en otras épocas era ciertamente subversivo.
El papel que el Hombre desempeña es, como ya hemos dicho, el de albañil construyendo el templo de Dios, se trata de una visión a futuro, optimista pero natural, es decir, no se convierte en necesario un golpe de estado o cosa semejante como en los ideales anarquistas, sí hay una transformación dentro del Estado y dentro de su estructura, pero no es una destrucción total. Razón por la cual es común el positivismo dentro de la masonería, sea dentro de la ciencia, por ejemplo Bacon que era perteneciente a los rosacruces, sociedad paramasónica de origen alemán, de la religión y las expresiones religiosas, como es Guénon y su tradicionalismo, y político, una visión donde el presente es mejor que el pasado y el futuro será aún mejor, hasta llegar a la perfección absoluta en todas las ramas del saber y sentir del Hombre, la ciencia, la fe y la política. Tal perfección inevitablemente lleva consigo a un solo Estado autómata, o una comunidad de distintos Estados, y a una sola espiritualidad carente de fricciones con el espíritu científico (“ciencia con conciencia” de Crowley y Grant, aunque existente ya en Leví).
Nos encontramos entonces frente a una similitud prácticamente total, y frente a una serie de posibles simbolismos que valen la pena poner de relieve. En la visión kantiana, o masónica, referente a la Historia o a la política, el Hombre evoluciona y se sujeta a una legislación perfecta que deja de depender de él, ha creado a Dios, en la visión teológica de la masonería, es decir, desde el deísmo, Dios crea las leyes perfectas y por ende al Hombre. Esta visión de la Historia es de tintes religiosos, y es otra consecuencia relevante, el Hombre, o el alma inmortal, evoluciona y se religa a Dios, encuentra y se funde en Dios, donde encuentra la paz y la libertad, es decir, el Hombre crea al Estado perfecto, a Dios sobre la Tierra, y en Dios encuentra perfección.
La ilustración de Kant, superior en varios aspectos a la de Voltaire o la de Rousseau por la síntesis explicada en el principio, es capaz de invocar a la Historia, y en último término a la política debido que la legislación es el centro fundamental de la civilización, con la religión desde un secularismo total. Aquella Naturaleza de la que habla Kant, no es otra cosa que la Providencia de otras épocas, la Providencia impersonal de un Dios impersonal, y sin embargo deja espacio suficiente para los malabares teológicos, dado que aquella Naturaleza de la cual habla tanto y aquel Dios de la masonería encajan sin problemas en la creencia de un Dios personal. Por último, es igualmente destacable que la separación religión-Estado es lograda en Kant, no al ridiculizar a una (Rousseau ridiculizaría al Estado), o al demoler a la otra (Voltaire lo haría con la religión), sino al aceptar a ambas en su adecuado ámbito.
La ilustración lleva consigo la pasión antropológica que tenían primero los sofistas y más tarde los neoplatónicos renacentistas, en efecto, una filosofía de la Historia es incomprensible fuera de, o carente de, una visión antropológica más o menos sólida. Voltaire coloca al Hombre, más en especial al gobernante, como portador del espíritu de un siglo, Kant traslada al Hombre individual a una idea de especie humana o humanidad, simplemente agranda exponencialmente al Hombre, de modo que el Estado se comporta como se comporta el Hombre, idea completamente de sentido común, y desde esta visión nos es posible contemplar algunas ideas antropológicas dentro de su discurso sobre la Historia, por ejemplo: “La Naturaleza ha querido que el Hombre logre completamente de sí mismo todo aquello que sobrepasa el ordenamiento mecánico de su existencia animal”.
Nos remite a la noción de trascendencia como parte del Hombre, que tiene su origen, según Kant, en la Naturaleza, que, como ya hemos dicho, es la versión laica de la Providencia. Aquello explica el hambre de poder y la sed de conquista de los Estados, así como brindar una nueva luz a la política, que se convierte rápidamente en una cuestión casi romántica de trascender de una simple nación a una potencia mundial, ejemplo de ello es el siglo XX. Pero incluye también lo siguiente: “El medio de que se sirve la Naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es el antagonismo de las mismas en sociedad, en la medida en que ese antagonismo se convierte a la postre en la causa de un orden legal de aquellas”.
El Hombre es un ser social por Naturaleza, y a la vez es antisocial, nuevamente reúne o sintetiza una tesis contra una antítesis, la Ley nace del antagonismo, y de ese modo la guerra difícilmente sería un artículo moral, dado que es un suceso completamente natural dentro del devenir de la Historia. Cuando Kant hace de la Naturaleza el principio conductor, y cuando hace del antagonismo, es decir, de la lucha entre tesis y antítesis su motor principal, inherente al Hombre, abre el camino, o lo prepara, para Hegel y su visión dialéctica.
La masonería compartirá estas ideas, exaltando la trascendencia y espiritualidad del Hombre, pero al mismo tiempo sin negar el antagonismo indisociable, posición menos romántica y optimista que la de Rousseau, donde el Hombre es puro por naturaleza pero contaminado por la civilización, sin llegar al optimismo exacerbado del progreso lineal de Voltaire.
Es gracias a este antagonismo como motor principal que podemos agregar una nueva visión al positivismo masónico, si bien conservan la idea de que el presente es mejor que el pasado y el futuro será brillante, el progreso no es lineal, sino que es cíclico, aquello tiene sentido cuando relacionamos esta cuestión con la del Deísmo del Gran Arquitecto, que ha legislado las leyes de la Naturaleza con absoluta perfección, siendo así el Hombre, en su estadio inmanente, seguirá las mismas leyes que el resto de la Naturaleza, de nuevo, el camino se dispone para que Hegel lo recorra y perfeccione.
El liberalismo de la masonería que, en Inglaterra, por medio del rito de York y en virtud de la reforma, encuentra un punto estratégico para realizar su utopía, o parte de ella, concibe el parlamentarismo como una suerte de autarquía, visión típica de Calvino, un sistema que establezca una división entre el Estado y la economía libre, y la religión por supuesto, el parlamentarismo nace de una noción según la cual el Estado delega poder al pueblo sin perder nunca una autoridad, balanceándose entre dos principios de la filosofía de la Historia de Kant, por un lado el principio según el cual el Estado perfecto es un autómata, y por otro el principio según el cual el Hombre necesita siempre seguir algo o alguien, como lo expresa Kant: “El Hombre es un animal que, cuando vive entre sus congéneres, necesita de un señor”.
El liberalismo masónico no es un radicalismo anarquista, pero el problema es obvio desde este momento, el Hombre necesita de un señor, ese líder será igualmente un Hombre que requiera de un señor. El parlamentarismo es el primer intento por disipar el problema, convirtiendo al líder no una sola persona, sino en un conjunto entre la legislación y el antagonismo del parlamento, el diálogo y la ley serían los líderes supremos de la nación. Kant resuelve el problema de modo similar, si requiere de un señor, de un amo ante el cual obedecer y seguir, ese jefe supremo, que tendría que ser justo por si mismo, no es el Hombre, sino la Ley. Esta importancia a la Ley, de la que surge la pasión de la masonería por la legislación tiene sus raíces en su teología de las religiones comparadas, en su Gran Arquitecto, y es análogo a los deseos de aquellos que desearían tener por único señor y jefe supremo a Dios y a su Ley, el judaísmo ortodoxo y el Islam ortodoxo por ejemplo, que no contemplan mayor autoridad que la Ley dada por Dios a los Hombres, revelada.
La visión laica de la masonería, compartida por Kant, es aquella misma pero con una evolución distinta, o una terminología alterna y no dista mucho de las visiones teocráticas. Así como el Hombre crea a Dios cuando alcanza ese Estado autómata y distinto por completo del Hombre, una religión (en el sentido del “religare” latino) dentro de la política, la Historia en Kant se convierte en religión, o en una expresión religiosa, por Naturaleza el Hombre busca a Dios, tanto el Hombre individual, como el Hombre en el sentido universal de especie humana.
Esta visión religiosa dentro de la Historia merece mucho la pena el ser profundizada, y se convertirá, poco después de Kant y más aún luego de la caída de las utopías fascistas y comunistas, en tema central de la discusión teológica. La Iglesia católica por ejemplo, se pregunta hasta qué grado el laicismo es verdadero laicismo, y si no se trata de una religión más superficial o básica (en el sentido en que no estorba a las expresiones religiosas más elaboradas, como la católica precisamente).
Desde la visión de Kant, y la de la masonería, la cuestión es verdaderamente fascinante. La masonería sostiene que el Hombre es un ser religioso por naturaleza, e insta a todos sus iniciados a que crean en Dios, de hecho es ley obligatoria para pertenecer a esta sociedad, y así como Kant traslada, o aumenta de tamaño exponencialmente, el Hombre al Estado (una antropología del Estado hasta cierto punto), ese impulso religioso natural del Hombre necesariamente se encontrará presente en el Estado. La pasión por la legislatura, compartida también por Voltaire que no tenía problemas con un absolutismo ilustrado y fundado en leyes, presente por supuesto en Kant, y parte de la teología masónica, se convierte en la liturgia, los abogados y legisladores se tornan nuevos sacerdotes, y el Estado se convierte en un Dios en construcción.
El aparente odio masónico hacia el dogmatismo, exacerbado a partir de la reforma en su lucha por la libertad de culto en países como Francia, Inglaterra o Alemania, etc., no es un odio hacia la religión ni mucho menos busca destruirla, o reemplazarla, dado que para hacerlo tendría que prohibir la existencia misma de las religiones, como haría el marxismo más adelante, reemplazándola con la “religión bolchevique” y la salvación del proletariado, sino que al darle un cause a la Historia, expone una expresión religiosa del Hombre en cuanto especie. Como más tarde diría Kant: “Un ensayo filosófico que trate de construir la historia universal con arreglo a un plan de la Naturaleza que tiende a la asociación ciudadana completa de la especie humana, no sólo debemos considerarlo como posible, sino que es menester también que lo pensemos en su efecto propulsor.”
Desde el nacimiento de la reforma en Europa, pero más específicamente, desde el nacimiento de la cultura de la tolerancia religiosa y el liberalismo europeo propulsado por los ideales de la masonería, la decadencia de las religiones institucionalizadas ha sido patente, sobretodo desde finales del siglo XX, pero aquello, lejos de demostrar que la religión es mala en sí misma, patentiza la naturalidad de ella, es decir, y por poner un ejemplo obvio, cuando el positivismo de Comte se lanza en contra de la religión y ensalza a la ciencia, y a las ciencias sociales, hasta un punto ya exagerado, promulga una nueva religión, la religión de la humanidad, una religión científica que estudia a la sociedad como un mecanismo y en vez de santos patronos posee pensadores y científicos, existe un espíritu religioso dentro del laicismo, y es visible en la obra de Kant, aquella Naturaleza que desea algo del Hombre, que lo propulsa hacia la libertad y el mejoramiento, que es la versión laica de la providencia, la pasión masónica por la legislación, que obra como liturgia y los nuevos paradigmas políticos como sacerdocio, no hacen otra cosa sino el mostrar que dentro del espíritu humano existe un sentido religioso.
El poseer la intuición suficiente para poder llegar a lo esencial de un visión filosófica, y el ser capaz de tomar una tesis, una antítesis y generar una antítesis, es aquello que le ha ganado tanta valía al ilustrado alemán, e igualmente el conocer los límites y aplicaciones de la razón se convertirán desde entonces en uno de los temas más puntuales de la filosofía en todas sus ramas, incluyendo por supuesto a la filosofía política. Pero yendo más allá de las razones por las cuales Kant ha trascendido a la Historia, resulta fascinante el contemplar la concreción, al menos en parte, de la utopía kantiana, o masónica, que es igual, la globalización de finales del siglo XIX, la cual llevó a las guerras mundiales y al siglo de la Europa fraccionada, que es verdaderamente el núcleo del siglo XX concluyendo con el establecimiento de la unión europea y la nueva globalización, el ímpetu moderno o modernista en torno a la tolerancia y la concordia, aprendiendo de los errores del fascismo y los genocidios del siglo pasado, impulsan en nuestros días a la política internacional, que dista de ser perfecta, pero por lo menos avanza aprendiendo de sus errores.
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