El poeta masón. Modernismo y masonería en Rubén Darío
Alberto Acereda
En la necesaria revisión a que está siendo sometido en los últimos años el llamado modernismo hispánico falta todavía por ahondar en su relación con la masonería. Ambos conceptos, ubicados independientemente en lo estético y en lo moral, coincidieron en su interés común por el eclecticismo artístico y la heterodoxia espiritual abierta a todas las tendencias universales. Modernismo y masonería dieron importancia al símbolo, desde lo artístico a lo esotérico. Sin pretender generalizar y definir la masonería -pues existen muchas variantes masónicas y sería más adecuado hablar de «masonerías»-, es ésta una institución filosófica y filantrópica de raíz liberal, cuyo máximo objetivo es estimular la perfección moral e intelectual del ser humano. Constituye una escuela formativa de seres humanos basada en los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Todo masón debe ser justo y obrar por el bien del individuo y de la sociedad. Para ello, debe perfeccionarse interiormente a través de un recorrido «iniciático» en busca de la divinidad y la penetración del sentido de la existencia. La masonería rechaza todo fanatismo, estudia la moral universal, cultiva las ciencias, las artes y admite todos los credos religiosos sin seguir dogmas concretos. Dios se define como «Gran Arquitecto del Universo», símbolo de las supremas aspiraciones y nombre que engloba la esencia, principio y causa de todas las cosas.
En lo literario, y desde sus orígenes dieciochescos como organización viva en España e Hispanoamérica -especialmente durante el siglo XIX- fueron otros muchos los escritores iniciados en la masonería o cercanos a ella1
. Si nos centramos en el modernismo literario, cabría mencionar sus relaciones con el krausismo -estudiado por Gómez Martínez- y el influjo de esa corriente en la masonería hispánica. Basta traer a colación una figura clave para el modernismo como José Martí, liberal y masón, para entender el binomio modernismo-masonería. En su destierro en España, Martí fue iniciado en la Logia Armonía de Madrid y forjó toda su obra modernista -liberadora en el arte y en la ideología- al calor del código moral masónico. Lo mismo puede decirse del argentino Leopoldo Lugones, iniciado en la Logia Libertad Rivadavia de Buenos Aires en 1899, y quien desde 1906 integraba el Supremo Consejo grado 33 del Rito Escocés para la República Argentina2
. Antonio Machado, por su parte, fue iniciado en la masonería en la Logia Mantua de Madrid y varios poemas suyos («A Don Francisco Giner de los Ríos», «Al joven meditador José Ortega y Gasset», «Al Maestro que se va») lo corroboran3
. Lo mismo cabría decir del conocimiento del tema que hay en el primer Juan R. Jiménez, a través de su estrecha relación con su doctor, el masón Luis Simarro4
. En las conexiones del arte modernista, algo parecido puede decirse de Antonio Gaudí, muy cercano a los círculos de la masonería catalana, según mostró Gómez Anuarbe. Pero faltan por realizarse más investigaciones que ubiquen estas variantes de la heterodoxia modernista en el marco del pensamiento liberal y la masonería. Aquí detallaremos la filiación masónica de Rubén Darío y aportaremos datos poco conocidos que confirman y amplían su pertenencia a esa orden y el influjo en su vida y obra.
La masonería fue censurada por la Iglesia Católica el 20 de abril de 1884 por el papa León XIII en su encíclica Humanum Genus y su derivación en la instrucción pública De Secta Massonum -del 7 de mayo de 1884- y en el llamado modernismo teológico finisecular. En el mundo hispánico tenemos noticia de libros que se adelantan a los textos antimasónicos papales y que plantean los peligros de la llamada herejía modernista y sus lazos con la masonería. A todo ello seguirán toda una serie de documentos pontificios antimasónicos: el Decreto Lamentabili Sane (3 de julio de 1907) y de la Encíclica Pascendi Dominici Gregis (7 de septiembre de 1907). En la crisis finisecular el modernismo se identifica con el nombre propio de la herejía por excelencia y como vasta conspiración contra los principios fundamentales del cristianismo en su vertiente católica. La condena del modernismo teológico alcanzó a todos los aspectos de la vida bajo las ideas propugnadas por el abate francés Alfred Loisy o el teólogo inglés George Tyrrell, excomulgados ya en 1908 por el Vaticano. Es en los sustratos de esa heterodoxia modernista donde entra en juego el protestantismo liberal y unas variantes espirituales que apuntan al modernismo como anatema del catolicismo. La cuestión aparece en Miguel de Unamuno o en Juan R. Jiménez, quien habló del modernismo teológico en su curso de 1953. Menciona sus lecturas en casa de Luis Simarro, que le presta los libros de Loisy y otros católicos franceses ligados a la masonería (53). Se entiende así que una comparación entre la España y la Hispanoamérica de fin de siglo -y el caso de la Argentina es paradigmático-corrobora la mayor prevención peninsular ante la masonería. A eso cabe añadir el importante papel de la masonería en los movimientos emancipadores pues las nuevas repúblicas americanas surgen bajo el impulso masónico, desde Simón Bolívar a José de San Martín a masones como José Rizal o Benito Juárez. Al filo de 1898, tanto en Cuba como en Filipinas, los independentistas o bien eran masones o pertenecían a círculos en la órbita de la masonería: Máximo Gómez, Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo y José Martí. Así se explican las muchas precauciones ante el modernismo en la España del momento, aumentadas por la cercanía de la masonería catalana a una voluntad nacionalista e independentista. El tema requeriría de un estudio aparte, pero hay que apuntarlo para mostrar las extensas implicaciones de la conjunción modernismo-masonería y en medio de ella la figura de Darío.
Si nos centramos en Argentina, el concepto de Estado nacional moderno tuvo un destacado componente masónico. Desde la presidencia de Bartolomé Mitre en 1862 hasta la de Hipólito Yrigoyen en 1916, la Argentina tuvo -al menos- nueve presidentes masones. El proyecto liberal argentino incluía la secularización y explica el florecimiento de las heterogéneas fórmulas espirituales de la época, incluido el esoterismo. Darío, Lugones y el grupo modernista encontraron allí un lugar propicio para el desarrollo del modernismo en su vertiente espiritual de corte metafísico. Aun cuando las lecturas del modernismo no han reparado suficientemente en las implicaciones masónicas y esotéricas, hoy confirmamos que los autores modernistas vieron en el ocultismo y el sincretismo religioso -incluida la masonería- una mina de respuestas a su vacío existencial5
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Desde sus años en Centroamérica y en Chile, Darío tuvo una fuerte conexión con el espiritualismo ocultista y con las prácticas de la parapsicología y el hipnotismo. Al recordar su estancia porteña, Darío nos relata en uno de los capítulos de su autobiografía: «Con Lugones y Piñeiro Sorondo hablaba mucho sobre ciencias ocultas. Me había dado desde hacía largo tiempo a esta clase de estudios, y los abandoné a causa de mi extrema nerviosidad y por consejo de médicos amigos. Yo había desde muy joven tenido ocasión, si bien raras veces, de observar la presencia y la acción de las fuerzas misteriosas y extrañas que aún no han llegado al conocimiento y dominio de la ciencia oficial». (OC, I, 133). Esas mismas «fuerzas extrañas» a las que alude Darío son las que servirán de título a las prosas de Lugones recogidas en Las fuerzas extrañas (1906), de cuya veta esotérica dio cuenta Marini-Palmieri. Cuando después Darío llega a París busca al famoso ocultista rosacruz Gerard Encausse («Papus»), jefe y maestro del «Grupo Independiente de Estudios Esotéricos». Trata con él junto a Lugones y hasta presencia sus experimentos ocultistas. Allí constata Darío los escritos de Alphonse Louis Constant («Éliphas Lévy»), Joseph Péladan, Edouard Schuré y otros ocultistas. También todo ello estará presente en su obra, desde relatos como «El caso de la Señorita Amelia» hasta El mundo de los sueños, textos publicados en La Nación desde 1911. Para entonces florece ya la literatura teosófica en todo el mundo hispánico. Desde París y Londres arrancan buena parte de las organizaciones ocultas ligadas a la masonería. En Francia hallamos órdenes calificadas como heréticas: logias ocultas, movimientos templarios, cabalistas, rosacruces, martinistas y otras denominaciones que entran por diversas vías en el imaginario modernista. A todas ellas miran con sorpresa Darío y los modernistas bajo el influjo de lo raro y lo oculto en Osear Wilde, Edgar Allan Poe o Maurice Mateterlinck. Ya en 1870 Buenos Aires presencia la fundación de su primera sociedad espiritualista y para 1893 se instituye la primera cofradía «Rama Luz» de la Sociedad Teosófica Argentina, conectada al movimiento de sociedades teosóficas inauguradas en Nueva York por Helena P. Blavatsky, figura clave que había entusiasmado a los modernistas. Lo mismo podemos decir de Edouard Schuré y su obra Les Grands Initiés (1889). La prensa finisecular porteña publica ya entonces artículos sobre ocultismo y La Nación, donde trabajarán Darío o Lugones, recoge ya desde 1875 anuncios o noticias sobre ciencias adivinatorias o avisos publicitarios de magnetizadores, adivinos, ciencia herméticas, alquimia, parapsicología, mesmerismo, demonología, faquirismo, espiritismo, fascinadores y otros particulares. Lo mismo ocurre con revistas porteñas como La Biblioteca, de Paul Groussac y que Darío conoce bien.
En España, la cosa no resultaba tan abierta, aunque ya desde 1893 se constata la aparición de boletines teosóficos (por ejemplo, Sophía) o la incorporación a la Sociedad Teosófica Española de personajes como Mario Roso de Luna, masón y amigo de Ramón del Valle-Inclán, y cuya vida y obra cabe enmarcar en el gusto por lo oculto wagneriano (presente también en Darío) y con nombres como los catalanes Xifré Hamel y Francisco de Montolíu. En ese círculo esotérico aparecen nombres modernistas como Santiago Rusiñol, Alejandro de Riquer, Eduard Todá o Antonio Gaudí. En la masonería Darío y los modernistas buscan fórmulas para aclarar su vacío metafísico y su abismo existencial: el horror de Martí, la angustia dolorida de Casal, el fracaso vital de Silva, el abismo de las galerías de A. Machado, la hiperestesia de J.R. Jiménez y hasta las dudas de Unamuno. A la vez, el fondo ideológico liberal de muchos de los modernistas les lleva a iniciarse en la masonería6
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Las referencias a la condición masónica de Darío son escasas y dispersas, aunque todas parten del relato de la iniciación masónica del poeta escrito por Dionisio Martínez Sanz, masón español nacionalizado nicaragüense que intervino en aquella ceremonia. Hemos localizado también algunos discursos de masones centroamericanos donde se menciona a Darío y de los que daremos cuenta seguidamente. En lo que constituye una crítica literaria sobre la cuestión, hay puntuales menciones sobre lo ocultista en los libros de Anderson Imbert o Paz y sobre lo masónico en Torres, Ingwersen o Bourne. Pero la cuestión sólo ha sido tratada de manera directa, aunque parcial, por Lagos, Mantero y quien esto escribe. De ahí que estas páginas resulten necesaria ampliación de lo ya hecho. Con todo, debe advertirse que el papel y presencia de la masonería en Darío y el modernismo, incluida su implicación con el liberalismo y la espiritualidad finisecular, requieren de un libro de conjunto todavía por escribirse7
. Dionisio Martínez Sanz certificó la iniciación masónica dariana celebrada el 24 de enero de 1908 en la Logia Progreso # 1 (antes # 16) de la ciudad de Managua en Nicaragua. Al testimonio presencial, cabe añadir el hecho de que el nombre de Darío aparezca mencionado junto al de otros masones célebres en diferentes historias generales de la masonería hispanoamericana y en otras particularmente argentinas como la de Lappas, masón griego afincado en Argentina, reeditada desde 1958. Lo mismo indica el hecho de que entre los masones centroamericanos se reconoce a Darío como hermano de la orden, según prueba el hecho de que la revista masónica nicaragüense Milenio sacara una edición especial en el año 2002, en cuya portada aparecía el retrato de Darío. Lo mismo prueba el que el 3 de diciembre de 1967 se fundara una logia masónica en León de Nicaragua con el nombre del poeta, «Logia Rubén Darío #13».
En su autobiografía, Darío explica que con catorce años ejercía de profesor de gramática en un colegio de León, trabajo que compaginaba con el de redactor del diario La Verdad. Por sus ataques al gobierno, Darío relata cómo fue requerido por la policía saliendo en su ayuda el director de aquel colegio: «y me libre de las oficiales iras -confiesa Darío- porque un doctor pedagogo, liberal y de buen querer, declaró que no podía ser vago quien como yo era profesor en el colegio que él dirigía» (OC, I, 36). Sabemos que el director era José Leonard y Bertholet, polaco exiliado, liberal y reconocido masón, que tras haber vivido en España impulsó la masonería en Nicaragua fundando dos logias, una en Managua y la otra en Granada. Leonard fue íntimo amigo de los primeros republicanos españoles, figuras claves cercanas a la masonería como Francisco Pí y Margall, Nicolás Salmerón, Estanislao Figueras y Emilio Castelar. La amistad de Darío con este último -y sus escritos sobre su persona- pueden explorarse a través del contacto de Leonard y las logias españolas. Darío le dedicó a Leonard una de sus semblanzas (OC, II, 921-929) y en el capítulo X de su autobiografía, al describir Darío algunas de sus tempranas amistades y citar a Lorenzo Montúfar y Antonio Zambrana, nombra también al maestro: «[Conocí] al doctor José Leonard y Bertholet, que fue después mi profesor en el Instituto leonés de Occidente y que tuvo una vida novelesca y curiosa. Era polaco de origen; había sido ayudante del general Kruck en la última insurrección; había pasado a Alemania, a Francia, a España. En Madrid aprendió maravillosamente el español, se mezcló en política, fue íntimo de los prohombres de la República y de hombres de letras, escritores y poetas, entre ellos D. Ventura Ruiz de Aguilera, que habla de él en uno de sus libros, y D. Antonio de Trueba. Llegó a tal la simpatía que tuvieron por él sus amigos españoles, que logró ser Leonard hasta redactor de la Gaceta de Madrid» (OC, I, 41). Como liberal Leonard estuvo ligado al krausismo y fue uno de los más destacados masones en Nicaragua. Ahí pueden explicarse algunos de los primeros contactos del joven Darío con la masonería8
. En su autobiografía, Darío confiesa: «Cayó en mis manos un libro de masonería, y me dio por ser masón, y llegaron a serme familiares Hiram, el Templo, los caballeros Kadosch, el mandil, la escuadra, el compás, las baterías y toda la endiablada y simbólica liturgia de esos terribles ingenuos» (OC, I, 36). No podemos asegurar con certeza de qué libro se trataba, aunque cabe apuntar la posibilidad de que fuera el Ritual del maestro francmasón e historia de la masonería (1888), a cargo de Eduardo Caballero de Puga. En su excelente libro sobre la heterodoxia, Ingwersen consideró complejo el tema del Darío masón y a la luz de este mismo pasaje indicó que el tono casual y ligero era en Darío un disimulo debido al secretismo de la masonería. La mención a Hiram Abif, primer arquitecto del Templo de Salomón y figura simbólica adoptada por la masonería, así como los otros detalles mencionados en la cita (los símbolos del compás, la escuadra, el mandil...) demuestran que Darío conocía los usos y ritos masónicos. Pese a todo, Ingwersen puso en tela de juicio su pertenencia a la masonería: «What may not be established from any of the sources known to us at present is that Darío ever underwent formal initiation into Freemasonry through any of its rites and degrees. It seems most unlikely that he did and this opinion is substantiated by the absence of written records, as well as the silence oof his friends on the subject» (143). Hoy sabemos que Darío sí tuvo una iniciación formal en la masonería y que el silencio de sus amigos sobre el tema se debió y se debe a la leyenda oscurantista que en buena parte del mundo hispánico rodea a la masonería. El mismo Darío, en unos capítulos posteriores de su autobiografía, relata cómo el 22 de junio de 1890 se hallaba en El Salvador. La noche de su misma boda civil con Rafaela Contreras tuvo lugar el golpe militar del general Carlos Ezeta, tras el que se le prohibió al poeta salir hacia Guatemala. En ese punto, Darío reconoce: «Entonces empecé por telégrafo una campaña activísima. Me dirigí a varios amigos, rogándoles se interesasen con Ezeta y hasta recurrí a la buena voluntad masónica de mi antiguo amigo el doctor Rafael Reyes, íntimo amigo del improvisado presidente» (OC, I, 73-74). Gracias a su amigo masón, Darío pudo así partir a Guatemala donde celebró su boda religiosa siete meses después. Aquí debe indicarse que fue Rafael Reyes uno de los grandes colaboradores de Leonard y el creador e iniciador en 1898 de la «Logia Progreso», instalada en Managua el 14 de diciembre de 1899 y que llevará luego a posteriores fusiones.
En Managua, en la «Sala Rubén Darío» del Palacio Nacional de la Cultura, y gracias a la ayuda de Jorge E. Arellano y Guillermo Flores, he podido localizar el Libro Azul de la Respetable Logia Progreso Número 1, editado para celebrar el cincuentenario de dicha logia. En ese libro, que en su día perteneció al bibliógrafo José Jirón Terán, se halla toda la información para conocer la evolución de la masonería nicaragüense. También en él se halla el testimonio clave de Dionisio Martínez Sanz sobre la iniciación masónica de Darío, que lleva el título «Rubén Darío y su iniciación a la francmasonería» (56-57), con dedicatoria «A su hijo español, mi amigo Rubén Darío Sánchez». El relato de Martínez Sanz apareció después recogido y ampliado en su libro Montañas que arden (54-61). Como testigo de aquella iniciación, Martínez Sanz detalla tal ceremonia y sus antecedentes, así como el hecho de que Darío «venía con la fama de que, en su ansia de saber de todo, se había iniciado en varias religiones y sociedades secretas» (56). Martínez Sanz apunta los deseos darianos de ingresar en la orden y el apadrinamiento del también poeta y masón ya citado -Manuel Maldonado- para hacer la solicitud de ingreso. La noche del viernes 24 de enero de 1908 tuvo lugar esa iniciación en la Logia Progreso de Managua, en la que el mismo Martínez Sanz ejerció de oficiante -Segundo Vigilante- junto a Federico López -Venerable Maestro- y Rafael Fonseca Garay -Primer Vigilante-. El relato señala la gran pompa reunida aquella noche y las personalidades allí congregadas procedentes de varias logias hispanoamericanas, así como otros masones de diversas nacionalidades, entre ellos el mismo viejo maestro -ya enfermo- José Leonard y Bertholet9
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El relato apareció después ampliado a modo de segunda parte en un artículo para el diario nicaragüense Flecha, y que Martínez Sanz recogió también en su libro Montañas que arden, con más detalles de tal iniciación. Allí se explica la ubicación del templo de la Logia Progreso, frente al actual Palacio de Comunicaciones de Managua. Se exponen las pruebas de aquella iniciación, necesarias para la parte simbólica y filosófica de la masonería y que generaron en Darío -ataviado con la necesaria venda del neófito- nervios y miedo. Resulta curiosa la actitud de Darío al escribir su testamento masónico en el Cuarto de Reflexiones así como su interés por conocer cómo habría de presentarse en las logias de España. Escribe Martínez Sanz: «He contado la parte seria de la iniciación en la masonería del grande hombre. ¿Por qué no contar algo de los sustos, de los flatos que le hicimos pasar al mínimo Rubén?» (58). Tras informar del local explica algunas de las pruebas del neófito Darío: «Armamos un cerrito que, por un lado, tenía escalones de piedras labradas, y por el otro, piedras irregulares rodadizas. Ayudados por los expertos, subió Rubén, con los ojos vendados, el lado de los escalones; pero al descender por la parte opuesta, las piedras se corrieron, se rodaron, el cuerpo parecía que iba a dar a un abismo, una voz dijo: "Dejadle que se despeñe; que se acabe de una vez este pecador"; pero otra dijo inmediatamente: "Detenedle, todavía se puede salvar". Claro que todo estaba bien dispuesto, y no pasó a más que recibir un gran susto el nervioso novato postulante. Una vez Rubén, dentro de la Logia, terminada toda la ceremonia, pronunciados los discursos de salutación al neófito, etc., cuando se le instó a que hiciera uso de la palabra para que manifestara sus impresiones, y si tenía algo que objetar a cuanto había visto y oído en esa noche, Darío, que, -como todos sabemos- era muy parco para hablar, se puso de pie y con voz pausada dijo: "Señores: ahora que he visto la luz, y que me veo rodeado de caballeros, manifiesto a ustedes que lo que más me ha impresionado en esta noche, han sido unas palabras que, al casi rodar mi cuerpo por unas piedras, alguien dijo: "Dejadle que se despeñe; que se acabe de una vez este pecador", y otras que, a continuación, en diferente tono, se oyeron: "Detenedle, todavía se puede salvar". Yo, señores, no olvidaré estas últimas palabras, y haré por mantener en alto mi espíritu. Agradezco el abrazo que cada uno de ustedes me ha dado, y esta noche siempre estará en mi memoria» (59). Martínez Sanz asegura recordar con total claridad aquella noche: «Veo a Rubén, en el Cuarto de Reflexiones, que al quitarle la venda de sus ojos, se encontró con sus dos acompañantes -uno de ellos el suscrito- enfundados en negros capuchones, con negro antifaz, en una habitación terrorífica con paredes y techo completamente negros, con resaltantes inscripciones en blanco, de tan reales y tremendas significaciones, con la figura de la parca Atropos de guadaña al hombro; un duro taburete, una escueta mesita, una pluma y un tintero; una calavera y un reloj de arena; símbolos todos de la incontenible marcha de la vida hacia la muerte... se puso a temblar. Hubo un momento en que pareció que Rubén quería salir de tan tétrico recinto. Sin embargo se sobrepuso y tendió su mirada a las diferentes leyendas. Le insinuamos que tomara asiento; lo hizo, y se calmó. Pero pronto le llegó otro momento de apuros, y fue al presentarle el formulario para que contestara a las preguntas que en él se hacen a los profanos y que entre los iniciados se llama "testamento masónico". Rubén Darío, aquel cerebro que produjo cosas tan sabias y bellas, no sabía cómo principiar. Lo dejamos completamente solo en aquel Cuarto de Reflexiones. Cuando al rato volvimos, no había dado una plumada, y manifestó no saber qué decir. Le dijimos que podía hacerlo en forma lacónica y sencilla, y, tomándose para ello buen rato, en forma lacónica y sencilla lo hizo, y lo firmó» (59-60).
Lo narrado por Martínez Sanz explica el interés dariano por la masonería y el deseo de las logias centroamericanas por contar a Darío entre uno de los suyos. Su relación con la masonería explica muchas circunstancias biográficas que fueron posibles por la mediación masónica: la grata acogida inicial del joven Darío en Chile y Argentina; algunos de sus puestos laborales, incluidos los diplomáticos y los de periodista; el sufragio por amigos masones de los gastos de edición de algunos de sus libros. Así, Azul... aparece en Valparaíso por las gestiones del masón Eduardo de la Barra. Lo mismo puede decirse del apoyo que recibió Darío de los políticos nicaragüenses ligados a la masonería para lograrle su divorcio legal de Rosario Murillo a través de la aprobación de la «Ley Darío». También, el puesto de reportero lo obtiene Darío en el diario porteño La Nación, propiedad del masón Bartolomé Mitre y a través de su amistad masónica con Eduardo la Barra, José Victorino Lastarria y Roberto J. Payró. Sus colaboraciones para la revista ilustrada Caras y Caretas se explican, además de su fama, por dirigirla el masón José S. Alvarez («Fray Mocho»). Sus relaciones en Buenos Aires con Leopoldo Lugones y Patricio Piñeiro Sorondo lo llevan a interesarse más, si cabe, por el ocultismo y la masonería, aspecto que pervivirá toda su vida. Allí lee las obras del doctor Gerard Encausse «Papus», ocultista de origen gallego, fundador de la Orden Martinista y uno de los directores de la Orden Cabalística de la Rosa Cruz, actuando también en la masonería. A «Papus» lo conocerá personalmente después en París y hasta le enviará una carta fechada el 30 de abril de 1911 llamándole dos veces «maestro» e invitándole a almorzar para presentarle a Lugones, quien «tiene un alto grado en la masonería argentina»10
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Junto a todo esto, faltaba encontrar algunos textos propiamente masónicos que ratificaran o iluminaran algo más la filiación dariana a la masonería. Creemos haber encontrado algunos de ellos en los discursos realizados dentro de logias masónicas y que ratifican al Darío masón. El primero de ellos es el que José Antonio Peraza, miembro de la Logia Simbólica «Miguel Paz Baraona» número 2 de San Pedro Sula en Honduras, lanzó el 9 de diciembre de 1972 en Managua coincidiendo con la Reunión Anual de las Grandes Logias Simbólicas de Centro América y Panamá. En su discurso, de apenas veintidós páginas y cuya tirada fue de trescientos ejemplares, constatamos la fecha de iniciación que diera Martínez Sanz. Peraza afirma que no fue Darío un masón activo de los que concurren puntualmente a los talleres pero sí lo fue en el fondo de su ideología y su actitud vital. Este texto resulta muy fiable por haber sido José Antonio Peraza no ya sólo grado 33 en el escalafón masónico sino también el autor de rituales importantes como las «Normas instructivas para aprendices», una de cuyas copias se halla en la biblioteca de Jirón Terán. Lo mismo podemos decir del segundo texto masónico que hemos hallado, a cargo de Ricardo Cancelo Ossorio y titulado «Rubén Darío. Masón nato e iniciado masón», de veinticuatro páginas y publicado en 1973 en Guatemala como folleto de la misma Gran Logia de Guatemala. Su autor es el antiguo Gran Maestro de aquella logia y reitera lo ya dicho por Peraza añadiendo otras consideraciones morales. El epistolario dariano confirma que por esas fechas de la iniciación en Managua el poeta anduvo muy ligado a experiencias teosóficas y ocultistas, como prueba su carta del 8 de febrero de 1908, dos semanas después de su iniciación masónica, a su protector y mentor masónico, el citado Manuel Maldonado. En su carta, recogida por Arellano y Jirón Terán, escribe Darío: «En verdad, mis nervios no son para ciertas cosas y yo no debí haber pasado el umbral de la puerta. Si esto continúa, no sabré qué hacer, pues esas "cosas" me causan insomnios dañosos para mi salud. Repito que no tengo fuerzas ni nervios para tal asunto. La cosa no pasa por ahora de golpes en los muros»(268). Es muy posible que, dado el carácter tímido y atemorizado de Darío, los ritos de iniciación por los que hubo de pasar el poeta debieron asustarle. Cuando Darío muere y es enterrado el 13 de febrero de 1916, una de las participaciones del cortejo fúnebre correspondió a las Logias Masónicas.
La obra literaria de Darío recoge detalles que corroboran lo masónico. El color azul, tan presente en Darío y con el que titula uno de sus libros, conecta con la masonería por definir ese mismo color los ritos de iniciación de los tres primeros grados masónicos, la masonería azul, como símbolo del color celeste que agrupa a todos los hombres fraternalmente. Puede hallarse también el influjo de la masonería en el hecho de que Darío incluyera en la primera edición de Prosas profanas (1896) el simbólico número de treinta y tres poemas: el mismo número del máximo grado sublime masónico y también relacionado con la trinidad de las cosmogonías y con la importancia del número pitagórico, como se comprueba en el tratado ocultista de Gerard Encausse («Papus») que Darío conoció11
. En las ceremonias de iniciación masónica, además, el neófito pasa por los tres grados que simbolizan consecutivamente el nacimiento, la vida y la muerte. Es el número masónico con sentido cabalístico y ecos bíblicos, múltiple de la tríada o número mágico terciario. En Darío abundan sintagmas utilizados en las ceremonias masónicas que revierten en algunos de sus versos donde se menciona al «padre» y al «maestro» («Coloquio de los centauros» o «Responso») o al «Gran Todo» («Yo soy aquel...»). El anticlericalismo que nutre algunas de sus composiciones juveniles procede también de la influencia liberal y masónica y son muchos los textos de homenaje a liberales y masones (Martí, Lugones, A. Machado...). Determinados poemas completos, como «El salmo de la pluma», incluye la sucesión casi exacta de las letras del alfabeto hebreo, en una idea cabalística enmarcada en el culto masónico por el Antiguo Testamento y donde Dios es para Darío «el gran todo». Lo mismo cabe decir de poemas como «El libro», «Pax» o «Palas Atenea», que deben leerse a la luz de la masonería. Al llegar a Cantos de vida y esperanza (1905), Darío incluye «Al Rey Oscar», dedicado a Oscar II de Suecia y Noruega, quien ejerció como Gran Maestre en ambos países hasta su muerte en 1907. Del mismo libro, no pueden obviarse las constantes referencias masónicas a la fortaleza, la sinceridad y la luz en «Yo soy aquel...». Lo mismo ocurre con la hermética «Salutación a Leonardo», el Leonardo da Vinci que es también «maestro», «soberano maestro» y en el que se alude a la sonrisa oculta de la Gioconda o a «antiguas canciones» que remiten a una larga tradición oculta en la que se ubica el artista italiano. De ella han dado cuenta Picknett y Prince respecto al linaje de los templarios y su ligazón martinista y masónica. En «Pegaso», Darío se lanza a la vida mientras «el cielo estaba azul y yo estaba desnudo» (PC, 639). Nuevamente aparece esa desnudez y Darío es caballero, en relación directa con uno de los grados masónicos ligados a los templarios: «Yo soy el caballero de la humana energía» (PC, 639); y su guía es la aurora, es decir el Este u Oriente masónico donde se ubica el Venerable Maestro. Incluso ciertos motivos finiseculares como el personaje de Salomé, aparece recreado por Darío en el poema «En el país de las Alegorías...» con tintes masónicos y en la tradición favorable a Juan el Bautista y a toda una sexualidad sagrada («la rosa sexual» de Darío) que conecta con el simbolismo esotérico cristiano. Es la tradición oculta de la masonería, enraizada en los evangelios apócrifos y gnósticos, con la Virgen Negra -la «madona negra»- ligada a las divinidades paganas femeninas y aun a la Magdalena -pieza fundamental en la tradición de cátaros y templarios- y visible en zonas del sur de Europa. Darío tiene otros textos cercanos a estos temas, desde «La muerte de Salomé» o «El Salomón negro» a «La extraña muerte de Fray Pedro» o «La Virgen Negra», escritos que se comprenden desde esta perspectiva. El código moral masónico se refleja, por ejemplo, en el poema «Melancolía», para su «hermano» Domingo Bolívar, con la idea de la vida como camino ciego hacia una muerte iluminadora y con referencias obvias a la ceguera y la búsqueda de la luz de iniciación masónica: «Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. / Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas» (PC, 675). En el siguiente libro, El canto errante (1907), hallamos composiciones como «En elogio del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba, Fray Mamerto Esquiú, O.M.», que aun teniendo un fondo cristiano incluye un hermetismo de léxico litúrgico, con salterios y vírgenes, palomas y lirios que se enmarca en la literatura rosacruz de Joseph Péladan y conectada con la masonería. No puede obviarse que al mismo Esquiú le dedicaría también Lugones otro poema. Varias composiciones del mismo libro, como «Metempsícosis», «Sum» o «Eheu» no pueden entenderse sin la migración de las almas y las reencarnaciones de larga tradición esotérica, desde Platón o Apolonio de Tania hasta «Éliphas Lévy», Joseph Péladan o Gerard Encausse, autores que Darío menciona o lee directamente. También es sintomática la elegía de 1906 a Bartolomé Mitre en una oda que lo presenta como defensor de libertades y derechos, amigo del masón Garibaldi (el liberal italiano que llegó incluso a vivir en Nicaragua), padre de la libertad americana y también «maestro» que fue «fiel al divino origen del Dios que no se nombra / desentrañando en oro y esculpiendo en basalto» (PC, 729). Las referencias finales de Darío a la luz masónica contrastan con las cualidades que halla en el «alma de luz» de Mitre y a las que aspira todo buen masón: belleza, justicia, bien y verdad. También el poema «Lírica», dedicado a Eduardo Talero, puede leerse en clave masónica, desde «el pabellón azul de nuestro rey divino» (PC, 764) hasta la mezcla de las creencias cristianas con lo órfico-pitagórico y lo demoníaco del inesperado final. Bourne observó con acierto que la masonería en Darío puede verse como acceso al pitagorismo y a lo oculto. Aunque resulta cuestionable lo que Bourne define como fe enferma en Darío, a causa de su liberalismo y su condición de masón, parece acertado aludir a su temprano poema «El libro», en el que Darío menciona al «gran Arquitecto». También es posible considerar cómo el poema que abre Canto a la Argentina y otros poemas (1914), que recoge menciones sobre su «filosofía de luz» (PC, 821), así como el elogio de la libertad que entronca con las referencias masónicas al Sol, al sincretismo religioso, la tolerancia y la fraternidad de almas y cultos. En ese mismo libro puede hallarse igualmente el poema «Los motivos del lobo» que, junto a su franciscanismo, es paradigmático de la bondad y la hermandad masónica.
Todas estas cuestiones han de valorarse en un sincretismo religioso que ubica en Darío diversas y paradójicas prácticas que combinaron paralelamente su admiración por el culto católico y el marianismo con las obediencias masónicas. Todo esto corrobora las heterogéneas direcciones de Darío y las contradicciones del modernismo. En conjunto, resultan apasionantes y desde la crítica literaria justo es insistir en que en Darío hay mucho más de lo que a primera vista parece. Con todo, a Darío hay que leerlo como escritor -uno de los más grandes- pero también como todo lo que fue: un hombre comprometido con su tiempo desde sus ideas liberales y desde su filiación a la masonería. Lo último ilumina su obra y esclarece el estudio del modernismo como actitud ecléctica y heterogénea de variadas tendencias universales tanto en el arte como en la espiritualidad. Este Darío modernista y masón es expresión cabal del filón simbolista artístico y esotérico en busca de respuestas al misterio de la existencia humana.
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