viernes, 30 de noviembre de 2018

Cómo reconocer a un masón

Héctor Ortega


Hace algunos meses, en un foro de Masonería, alguien tuvo a bien hacer la pregunta acerca de cómo reconocer a un Hermano Masón en la calle. Simpáticamente, uno de los foristas respondió: “A menos que ande despistado y no se haya quitado el mandil…”. En efecto, por regla general, no se reconoce a un masón (si sabe este ser discreto), pues debe comportarse como una persona normal. Claro está, nunca falta el deschavetado que orondamente anda presumiendo a diestra y siniestra de su calidad como Francmasón. Pocos suelen creerle, pero de que los hay, los hay.

La discreción es parte fundamental del bagaje masónico. De hecho, muy escasos son aquellos que andan soltando a bocajarro que pertenecen a una Logia, que están en la Masonería y que tienen tal o cual grado. Los masones suelen ser más discretos entre sus familiares –en especial si son ultramontanistas o aristotélicos-tomistas que señalan con su dedo de fuego a todos los protervos del averno—y muy especialmente, en su trabajo cotidiano, más si tienen un jefe que vea con ojos torvos a toda muestra de humanismo, iluminismo y cabalismo… por citar algo.

Mas no siempre es así… de hecho, no conozco a nadie que se haya parado en medio de una plaza pública a gritar que es masón y que le vale madres lo que piense la gente, el cura del pueblo o su suegra. No obstante, sí hay forma de saber cuando una persona es masón o al menos, tiene ínfulas de serlo (pues hay muchos que se comportan como tales sin serlo).

A continuación, les muestro varios puntos que, además de ilustrar cómo se puede identificar a un posible masón, muestran cuán predecibles somos los legionarios de la Escuadra y el Compás (al menos en México):

1.- No se pierde los actos cívicos dedicados a Benito Juarez, es decir, cada 21 de marzo y 18 de julio, se levanta temprano, se pone su guayabera (infaltable) y sus pantalones negros y se encamina al lugar donde se llevará a cabo el acto cívico. Eso sí, el masón suele ser profundamente respetuoso durante toda la ceremonia.

2.- Tiene una fotografía, imagen, pintura, grabado, repujado o litografía de Benito Juárez. Ésta no falla: es casi como identificar a un médico por su estetoscopio o a un sacerdote por su estola. En especial si es abogado, suele poner la imagen en un lugar preferente, donde todo mundo lo vea.

3.- En las redes sociales (Facebook y Twitter), pretende mantener oculta su identidad llamándose “Hiram Abiff”… ésta es la más sublime, pues quien es masón inmediatamente supone que el susodicho también lo es. Hay múltiples variantes: @HiramAbiff, @hiram_abiff, @Hiram_Abi, @hiramabbi, @HiramAbba, etc., etc., etc. Cualquiera de estas es señal inequívoca de que el usuario ES masón.

4.- De igual manera, en cualquiera de las citadas redes sociales, suele utilizar una imagen ad hoc con la Orden (al menos así cree él). Casi siempre es el emblema de la escuadra y el compás (en sus múltiples variantes de posiciones, estilos y colores), pero también suele utilizar un obrero picando piedra, un templario, un Ara con todo y pavimento ajedrezado, él mismo ataviado con su regalía, etc. Los más modernos usan un osito de peluche con un mandil.

5.- Se cree descendiente de los Caballeros Templarios. Esto se refleja, además de usar una imagen de estos Caballeros como avatar, en que sabe demasiado sobre la época medieval, enaltece a Jacques de Molay, odia al Papado y a la Realeza, habla de un “Gran MaestrE” y en especial, habla demasiado sobre el honor y la disciplina… ¡ah! y está más que seguro que existe una conspiración mundial.

6.- Firma con tres puntos. Bueno, éste es un clásico, aunque no siempre es distintivo de ser masón. Muchas personas ajenas a la Orden suelen firmar así, sea por ignorar que así lo hacen los masones o porque conscientes de ello, pretenden hacer creer a quien lo vea firmar que en efecto, SÍ es masón. Esto se ve, sobre todo, en los ambientes políticos.

7.- Cuando invita a alguien a comer suele utilizar la expresión “Te invito a compartir el pan y la sal”.

8.- La que más me gusta; trae siempre un anillo con la Escuadra y el Compás. Entre más grande, mejor. Tampoco esto es definitorio, pues hay multitud de sitios web que ofrecen anillos masónicos, y es muy común que los recién iniciados los adquieran dizque para sentirse importantes. Existe la peregrina idea de que cada masón recibe un anillo conforme avanza en su carrera. Esto es falso, por lo menos en los primeros grados. Conozco masones que ostentan el Grado 33º y en efecto, les otorgan un anillo; pero lejos de presumirlo cual esotéricos Liberace, lo atesoran, lo guardan… quizás lo muestren a algunos Hermanos Masones, pero por lo general, sólo los ocupan cuando van a sus reuniones de Altos Grados.

9.- Siempre habla pestes de quienes considera “conservadores” y él mismo se define como “liberal”, utilizando términos decimonónicos, como si aún estuviera en 1860 y él mismo fuera guardia personal de Melchor Ocampo o de Ignacio Luis Vallarta.

10.- Cuando se dirige a algún Profano, utiliza, por costumbre, citar su título y nombre completos.

11.- Durante un servicio religioso, suele poner cara de seriedad, como si supiera y comprendiera todo lo que ocurre alrededor. Eso sí: ni se hinca, ni comulga, a menos que sea absolutamente necesario.

12.- Cuando se encuentra de viaje en otra ciudad, se sienta en un café o en una plaza pública y “discretamente” (bueno, eso cree él) comienza a hacer el signo de orden de su grado, quien quita y alguien lo identifique, lo salude y lo invite a su Logia.

13.- Cuando anda en la calle y ve a lo lejos a otro cofrade, grita sin miramientos “¡Mi Hermano!, un abrazo”. Discretos, discretos, ¿verdad?

14.- Cuando algún profano le pregunta si es masón, baja el volumen de la voz, mira hacia ambos lados y responde con evasivas: “¿Quién te lo dijo?”, “¿Por qué quieres saberlo?” “No, no soy”, o de plano “¿Porqué? ¿Estás interesado en pertenecer?”. Respuestas que causan risa cuando vemos que el aludido porta una enorme cadena con un dije de la escuadra y el compás colgando.

15.- En una librería, se acerca al mostrador a preguntar por libros masónicos, exactamente igual que un adolescente de 13 años cuando va a comprar preservativos.

16.- En el cine, prefiere las películas de arte, o las que tratan temas escabrosos, medievales o sobre conspiraciones.

a) Si el filme es uno de los de El Señor de los Anillos, Harry Potter o Star Wars, se la pasa diciendo “Esto es simbólico”.

b) En cambio, en películas como El Código Da Vinci, Desde el Infierno o El Tesoro Perdido comenta “Esto no es cierto, esto es falso, ¡ay! ¡exageran!”

Si se me ocurre alguna otra, se las pondré con gusto.

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jueves, 29 de noviembre de 2018

LA INUTILIDAD DE LA MASONERÍA

Héctor Ortega


La vida, a veces, nos parece escasa de sentido. Estamos demasiado acostumbrados al trabajo, al estudio, a la vida en familia. Poco tiempo lo dedicamos a nosotros mismos, hasta que se nos abre el Camino de la Masonería y es entonces cuando tomamos la determinación de asumirlo o de negarlo. Quienes estamos en una logia masónica es porque aceptamos seguir ese Camino, el Camino de la Masonería, pese a su inutilidad.

La vida nos parece escasa de sentido porque el sentido nace del equilibrio entre lo útil y lo inútil. Cuando no estamos creando, nos sentimos inútiles. Cuando no estamos adquiriendo conocimientos, nos sentimos inútiles. Si creamos, nos sentimos útiles. Si aprendemos, nos sentimos útiles. En la Masonería no creamos, a veces sólo estamos estáticos, a la expectativa. La Masonería es nuestro opuesto vital. Es opuesto porque rompe, quiebra la normalidad, nuestra cotidianeidad. Olvidamos con frecuencia que lo opuesto es necesario, porque es atractivo. La Masonería, por muchas razones, es atractiva. Siempre lo ha sido. Y cuando negamos lo opuesto, surgen complicaciones.

Negamos lo inútil porque nos parece superfluo. Nos da más satisfacción el trabajar, nos da más deleite el crear, porque enaltece a nuestro ego. Entonces negamos lo que nos parece inútil. Y si negamos lo inútil, no habría utilidad en el mundo. Si negamos lo inútil, a la vez estaremos negando lo lúdico, lo divertido, lo que en verdad nos satisface. Pero estamos programados de antemano por una sociedad que asume y nos obliga a asumir que lo fácil es lo incorrecto y que todo lo que es difícil es la vía correcta.

No queremos creer que cuando hacemos algo inútil es cuando en verdad somos nosotros mismos, cuando aflora nuestro verdadero YO. Empleamos nuestro tiempo en cosas inútiles y es en ese preciso y precioso instante cuando en realidad somos. Los necios sólo saben darle a su tiempo un único uso: transformarlo en más y más dinero. Platicad con un necio: todo de lo que sabe hablar es de dinero, de cómo ganarlo, como ahorrarlo, como gastarlo. Y nos abrumará con consejos que apelan a que sigamos sus mismos pasos para hacer de nuestra vida un “éxito”, para hacerla útil.


Cuando el mundo se hace demasiado utilitario, creamos muchas cosas, poseemos muchas cosas, nos obsesionamos con ellas. Pero a la vez, perdemos lo interno, porque lo interno sólo puede florecer cuando no existen tensiones externas, cuando no se va a ninguna parte. Cuando nos distraemos, cuando dejamos de lado la careta del empleado, del jefe, del padre, del hijo, del profesionista; cuando dejamos de lado todo eso, somos en realidad nosotros mismos.

Hemos eliminado todas las actividades recreativas pensando que toda nuestra energía se debe volcar en el trabajo porque nos lo han enseñado. Nos han programado y re-programado para ello. “Haz algo útil” nos dicen. Y hacer algo útil es trabajar, escalar posiciones, realizar un curso, atesorar riquezas materiales, todo aquello que nos reporta beneficios materiales, pero que nos hace olvidarnos a nosotros mismos. Le dedicamos tanto tiempo a hacer lo útil, que nos olvidamos de lo inútil, de aquello que nos pone en contacto con nuestro YO.

La Inutilidad significa disfrutar de algo sin extraerle un beneficio de ello, sólo aprovechar el momento que se nos abre, ser como en realidad somos. Ese es el primer paso que hemos de dar. Somos Buscadores. Venimos a la logia a buscarnos a nosotros mismos sin hacer nada útil, sino algo verdaderamente inútil a ojos de Los Otros. Porque no comprenden. Se niegan a entenderlo. Los Otros creen que al hombre le basta trabajar, dormir, comer, cumplir como esposo, padre o hijo, y a veces divertirse sólo en el papel de espectador, nunca como ejecutor (ver televisión, ir al cine, asistir a algún evento cultural o deportivo). Nunca nos divertimos por nosotros mismos, dejamos siempre que alguien más nos divierta y creemos que así somos felices, que al reírnos de las gracias de otro estaremos satisfechos. La sociedad nos impone, incluso, las normas y los elementos para divertirnos y nos han condicionado para ejecutarlas. Lo peor es que creemos que ESO es fraternidad.

La Masonería es inútil porque no obtenemos dinero por hacerla, no sacamos ningún provecho utilitario. Sólo SOMOS en ella.

La Masonería es inútil porque en ella o a través de ella no creamos nada útil, física o materialmente hablando.

La Masonería es inútil porque la disfrutamos sin máscaras “aceptadas” por los demás.

La Masonería es inútil porque no nos otorga diploma alguno por nuestros conocimientos y que podamos anexar a nuestras hojas de vida o a las solicitudes de trabajo.

La Masonería es inútil porque no nos da un trabajo que nos reditúe en ganancias económicas.

La Masonería es inútil porque no nos obliga a nada. Ni al éxito ni al fracaso. No hay recompensas que nos exalten ni castigos que nos lastimen.

La Masonería es inútil. Y por eso mismo, es verdaderamente hermosa y sublime. 


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miércoles, 28 de noviembre de 2018

Retales de Masoneria Nº 89 - Noviembre 2018

Retales de Masoneria Nº 89 - Noviembre 2018



Artículos publicados:
Entre otros muchos, podrá disfrutar de los siguientes articulos
Especulaciones relativas a las iniciaciones
El templo del aprendiz
LA piedra bruta, el mazo y el cincel
Los 7 pecados capitales del masón
The social contribution of freemasonry.

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El Camino de la Masonería: ¿Por qué permanecemos en ella?


Pertenecemos a la Orden Masónica, asociación que goza de una dudosa popularidad entre los Profanos y mejor prestigio entre los propios, siguiendo la conseja popular que afirma que quién va a hablar mejor de uno que uno mismo y por ese motivo, bastante válido en todos los aspectos de nuestra vida y de las ajenas, es prácticamente imposible encontrar algún no-masón, es decir, Profano, que diga dos o tres verdades acerca de la Masonería, toda vez que para empezar se encuentra imposibilitado de hacerlo, pues a veces ni siquiera los propios masones saben qué es la Masonería y, en segundo lugar, el proceso vivencial y contextual en que dicho profano se ha desarrollado dista mucho de colocar a la Masonería en un pedestal y más bien llena la cabeza a todo ser humano de simplezas, tonterías, nimiedades, absurdeces y desatinos que en más de una ocasión nos preguntamos de dónde diablos tendrá el ser humano cabida para tanta imaginación y se nos olvida que el cerebro puede ser tan lúcido como tramposo en sus efluvios neuronales. Y decía y digo, además, que muchas veces ni siquiera los mismos masones saben qué es la Masonería, vamos, no sabemos qué estamos haciendo aquí. Y para muestra habría que atrevernos a hacer una encuesta –herramienta tan en boga de hogaño- a cada uno de los Hermanos y soltarles a bocajarro “¿Por qué entraste a la Masonería?” Pregunta que tiene un mil aristas a su alrededor y que daría origen no a una respuesta simple, pura y directa, sino que originaría debates y mesas redondas de media hora y hasta de dos o ciento veinte minutos, que es lo mismo, contados alrededor del tradicional y consabido ágape en torno a una mesa donde ya no serían dos, sino hasta cinco, seis o siete los comensales que se irían por las ramas saltando de tema en tema hasta que se pierda en el olvido la pregunta original y se acabe hablando de temas tan variopintos y total, el momento filosófico habrá que dejarlo para después en tanto se critique, una vez más, al gobierno del país que de tanto hacerlo ya resulta una conversación anodina, como si dos médicos se pusieran a hablar del remedio de la gripe o dos sacerdotes de la comunión cristiana.

Peritos de todo y remendadores de nada, al fin y al cabo los masones nos permitimos soñar despiertos y evocar momentos gloriosos, menos crueles y más dignos del pasado que nunca conocimos en vivo y en directo, pero de los que nos sentimos orgullosos como si hubiéramos sido testigos presenciales de los mismos. Total que una vez más, nos quedamos en ascuas y con las ganas de saber porqué el Hermano Fulano de Tal entró a la Masonería; y ello tal vez hubiera sido mejor preguntárselo en el momento en que penetró en el umbral de los más recónditos misterios y enigmas que están velados al común de los mortales en nuestros Templos. Mejor hubiera sido agarrarlo descuidado y con espada en mano, que en ese momento hubiera sido más sincero de lo que podremos esperarlo ahora, Fraternidad y Amor Filial de por medio o no. Lo mejor sería preguntarle ahora “¿Por qué permaneces en la Masonería?”, pregunta que si bien no desarma al interpelado, por lo menos lo pone a meditar por unos buenos y eternos segundos en que buscará entre los laberintos de su mente una respuesta que nos deje satisfechos y que, a su vez, no propicie que vayamos de correveidile con el Venerable Maestro o que andemos pregonando a los cuatro vientos que el susodicho Hermano está en la Masonería porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Astutamente ninguno de a quienes les preguntemos nos dirá con honestidad una respuesta de lo más profundo de su corazón, a lo mucho mirará hacia los lados esperando que llegue un tercero a sacarlo del atolladero en que lo hemos metido y suplicará con la mirada al Hermano más capaz en la oratoria o en la filosofía que venga a sacudirle el moscardón. Por supuesto que no faltaría la ocasión en que el Hermano al que le hacemos la pregunta haga un impasse inesperado y nos la revire: “No, primero dime tú por qué permaneces en la Masonería” y entonces seríamos nosotros los que escrutaríamos con la mirada a algún Hermano salvador que nos saque del pozo que nosotros mismos hemos cavado, porque aceptémoslo, tampoco tenemos una respuesta razonada y satisfactoria y a lo mucho nos contentaremos todos con decir al unísono que estamos en la Masonería porque nos gusta, que es más general y menos comprometedora, pero en gustos se rompen géneros y lamentablemente seguimos con la duda que nos agolpa las sienes y nos quita el sueño. Podemos lanzarla en medio de la Tenida y esperar a que uno a uno los Hermanos nos cuenten un anecdotario que va desde el consabido y esperado “Porque soy liberal” y punto, hasta que nos salgan con la melodramática historia que en un principio la logia lo rechazó hasta que de tanto insistir pudo entrar y ya tiene más de diez, veinte o treinta años en la Logia, orgullosamente, que también de orgullo se alimenta el ego de los masones.

Hemos de reconocer que ambas preguntas tienen sentido: porqué entramos no es lo mismo que preguntar porqué permanecemos. Es el equivalente a salir a dar un paseo para bajar la comida del mediodía y encantarnos tanto con el paisaje y la caminata en sí que a los veinte minutos se nos olvide por qué salimos a la calle. Es un ejemplo burdo y pueril, pero válido, porque todos los que estamos en la Logia, cualquier logia del universo mismo (que es decir, de la Tierra porque hasta la fecha no hay noticias de logias masónicas en las Pléyades o en Orión) entramos por un motivo determinado y con el caminar en la Masonería, el mismo ha variado una o más veces y al final nos quedamos porque no hemos podido satisfacer la necesidad que imperiosamente tuvimos en un inicio o que obtuvimos al andar por este Camino y esperamos en un momento determinado poder decir con orgullo, “he concluido mi Camino, hasta aquí llegué”, pero no faltan los Hermanos que nos salen con la cacareada frase de “Siempre seremos aprendices”, o su forma negativa “Nunca dejamos de ser aprendices” y una vez que pensamos ya poder respirar tranquilos y haber alcanzado el pináculo de nuestra Masonería Personal en conocimiento, filantropía, sabiduría, amistades, política o sentido social, que los motivos son variopintos y múltiples, nos salen con que somos idóneos para entrar a los altos grados o que sigamos el ejemplo de Perenganito que estuvo cincuenta años en la Logia, y en fin, que los Hermanos atinan en apretar en nosotros el botón correcto, el del orgullo, y decidimos quedarnos otra temporada, hasta que volvamos a lanzar la amenaza de ahora sí, dejar la logia y recorrer otros caminos, o de plano morir en pleno uso de nuestras facultades masónicas. Y no está de más que nos recuerden que estamos en una institución cuya historia “se pierde en la noche de los tiempos”, frase absurda e inútil, porque a decir de José Saramago: los tiempos dejaron de ser noche de sí mismos cuando la gente comenzó a escribir y al comenzar a escribir, se empezaron a registrar los hechos del mundo, se hizo la luz y se dejó la oscuridad. Pero los masones nos brincamos entusiastamente ésta reflexión y preferimos quedarnos con los dichos prefabricados.

Razones para haber entrado a la Masonería las hay de sobra, quizás no nos aceptaron en ninguna otra institución y ésta fue la única que satisfizo nuestro sentido genéticamente gregario, o desde niños andábamos de rebeldes sin causa y encontramos la causa al leer una enciclopedia o en algún cotilleo familiar se lanzó al aire el argumento de que los masones somos los chicos desobedientes por antonomasia en toda la historia, o en los últimos doscientos noventa y dos años, que es lo mismo (y más realista) y ni tardos ni perezosos nos avocamos a meter nuestra solicitud de iniciación. Pero las motivaciones varían y deben estar reforzadas con, nos guste o no, pensamientos mágicos o ideas místicas en el sentido de que vamos a dominar al mundo y, no lo neguemos, no falta quien entra convencido de que le va a tocar un trozo del planeta, aunque sea en medio del atolón de Muroroa. O bien, que en nuestras logias se encierran oscuros y misteriosos misterios, con perdón del pleonasmo, que de develarse pondrían al mundo de cabeza, haciendo cimbrar los hilos del poder y caerían instituciones milenarias, como si pudiera ser verdad lo que andan diciendo Dan Brown, Tom Egeland o Raymund Khoury, que de teorías conspiranoicas andamos ya más que satisfechos, pletóricos de ellas; y cuando declaramos no saber dónde está la Atlántida, o el Santo Grial ni quién asesinó a Kennedy, entonces llega la lógica-ilógica tóxica y desviada de las mentes que afirman que los masones de la calle no sabemos estas cosas y sólo los grandes jerarcas, que ni existen, saben los más recónditos secretos y ninguno de ellos se conoce, que son doce y que están en algún sitio perdido del planeta, llámese Shangri-Lah o Jardín Masónico de las Delicias. O bien, que en las logias se obtienen poderes maravillosos que solo los Verdaderos Iniciados han desarrollado, lo que no deja de deprimir, pues entonces, por conclusión, ninguno de nosotros es un Verdadero Iniciado y solo pasamos por la ceremonia de noche, o de plano somos indignos de mirar al Espejo Mágico sin convertirnos en piedra. O bien, que somos herederos de los Templarios y que nuestra misión es vengar a Jacques De Molay y acabar con la Iglesia Católica, como si pudiese hacerse, que los mismos sacerdotes, diáconos, cardenales, obispos, arzobispos y papas llevan dos mil años tratando de destruirla, sin poder lograrlo; además de que existen otras dos mil asociaciones antiguas y modernas que dicen ser herederas del Temple, de Hugues de Payn, de Jacques De Molay, se ponen sus capas blancas con la cruz paté y andan gritando “Hiersolyma est perdita”, mostrando documentos de dudosa antigüedad que lo mismo pudieron hacerse en la Francia del siglo XI o en la Plaza de Santo Domingo en Ciudad de México hace tres días, tratando con los mismos de reivindicar los derechos que Clemente V les arrebató en 1314. O bien, que sabemos que el mundo se va a acabar en diciembre del 2012 y que estamos preparándonos para salir todos en una nave extraterrestre antes de que tomen posesión Peña Nieto y Angélica Rivera de la anunciada Presidencia de México.

Todas estas paparruchadas provienen de la mente inflamada de personas con un pensamiento mágico, inevitable si se quiere, porque finalmente hemos de aceptar que la fe en efecto puede mover montañas, ya sea que Mahoma vaya o no a la misma o que creamos que aun existen milagros. Los seres humanos precisan de este sentido de creencia, pues a veces es lo único que los mantiene vivos o en un menor estado vegetativo, aunque los masones estamos creados con un molde diferente, si bien no quiere decir que sea el correcto, aunque para nosotros así sea. La Masonería no precisa de este pensamiento, ni de gente que sea iniciada creyendo que se va a hacer con el Poder supremo y que va a conocer el Nombre de Dios, el verdadero, el único, la Palabra que se perdió y que puede destruir al universo entero: y es que un nombre no es nada y la prueba la encontramos en que Alá que, a pesar de los 99 nombres que dice el Corán que tiene, no ha conseguido ser mas que Dios. La Masonería requiere más bien, Hermanos que puedan ser capaces de por lo menos, responder a la pregunta “¿Por qué permaneces tú en la Masonería?”.

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martes, 27 de noviembre de 2018

BIBLOCIDIO Y DESMEMORIA


"Ahi, donde queman libros
terminan quemando hombres"
--Heinrich Heme, poeta judío

Inscripción en una placa que se encuentra en la antigua Plaza de la Ópera de Berlín, Alemania.



La más siniestra, cruel, despiadada, voraz, criminal, vergonzosa, ignominiosa, amarga, deplorable, trágica, e infame de las acciones del hombre para con sus semejantes es asesinar su memoria. En un arranque de orgullo nacionalista, podemos entender e incluso justificar la guerra. La belicosidad del ser humano es innata, nos viene en los genes, lo que no se justifica pero quizás se entienda. La violencia física que se ejerce de un hombre a otro hombre ha quedado plasmada en la frase reveladora “el Hombre es el lobo del Hombre”, con perdón sea dicho de tan admirables animales. En la guerra no solo se disparan flechas, balas u obuses, no solo se conquista al más débil y se apropian los recursos económicos: se esclaviza, se tortura, se viola a las mujeres, se asesina a los niños, se veja a los ancianos, se derrumban los edificios simbólicos, se persigue al contrario, se acaba con el espíritu del conquistado. Como la historia lo ha demostrado en más de una ocasión, la desmedida ambición del hombre es el motor de la guerra. Desde que el hombre de la montaña quería vivir en el valle y el hombre del valle en la playa, el territorio es el primero de los pretextos para invadir, conquistar y destruir al enemigo. Otras causas han ido surgiendo con el tiempo: la religión, el orgullo, el tipo de gobierno, ¡hasta la infidelidad legendaria de una mujer que motivó la guerra de Troya!

Y a pesar de que por centurias, se ha machacado hasta la saciedad los famosos diez mandamientos, o los mensajes de paz de ilustres hombres como Jesucristo, Buda, Gandhi y Martin Luther King, el ser humano se niega una y otra vez a aprender los postulados para vivir en paz con sus semejantes, no importando el color de piel, la creencia religiosa, el género o incluso la preferencia sexual del otro. Siempre habrá guerras, persecuciones, asesinatos. Y todo ello deriva en hambruna, miseria, enfermedad, pobreza, desesperanza.

Afortunadamente la mayoría de quienes habitamos el planeta Tierra (Gaia), ya hemos rebasado ese pensamiento de iniquidad hacia el vecino. ¡Qué orgulloso me sentí de ser habitante de este planeta cuando, en 2003, millones de personas de todas las naciones se unieron al unísono para oponerse a los siniestros planes de George W. Bush de invasión a Iraq! Es una lástima que hayan sido voces perdidas en el desierto.

Cuando un ser humano asesina a otro, está matando a su vez a una parte del universo. Para quienes creen en el karma, ese asesino pagará en ésta o en otra vida esa culpa. Para los que no, la justicia humana habrá de pedirle cuentas, o bien, el día de su juicio personal, lo hará el Ser Supremo, habido conocimiento de sus razones. El asesinato sólo puede ser justificado entre seres humanos, en defensa propia; y en el caso de animales, por hambre o defensa. ¡Nada más!

Pero hay un crimen que siempre ha quedado impune: el asesinato de la idea, la persecución de la libertad de pensamiento, el memoricidio. Término acuñado en fechas recientes por el historiador yugoslavo Mirko Gmerk cuando en los años noventa las tropas serbias destruyeron, sin razón justificable, la Biblioteca de Sarajevo. No se trata de la primera ni la última de las bibliotecas (esos templos de la sabiduría que contienen perlas del pensamiento humano) en ser destruidas por efecto del hombre: apenas hace unos años, en Iraq, las beligerantes tropas invasoras destruirían por lo menos seis bibliotecas y hasta trece museos del lastimero país musulmán. Si bien hoy día estas acciones nos parecen aberrantes e innecesarias, en el pasado de la humanidad la quema de libros, la persecución de sus autores y la defenestración de sus ideas plasmadas, parecía más bien necesaria para mantener el statu quo de un mundo centralizado en una religión totalitaria, o en casos particulares, en gobiernos tambaleantes por sus acciones o por su ideología (léase fascismo, nazismo y franquismo, entre los principales).

A muchos hombres no solo no les gusta leer libros ¡los odian! Creen estos individuos que los libros son innecesariamente peligrosos para la formación moral o espiritual del individuo y de la comunidad. ¿Para qué tener archivos históricos si son sólo papeles viejos que nadie lee? ¿Para qué leer un periódico de opinión o una revista si para eso tenemos a la televisión? ¿Para qué comprar un libro si sólo lo puedes usar una vez? ¿Para qué si en internet podemos encontrar lo que queramos cuando queramos? ¿Por qué leer otro libro que no sea el Libro Sagrado si la única verdad suprema está en la Biblia, o en el Corán, o en el Talmud, o en cualesquiera otro Libro Sagrado que merece nuestro absoluto respeto, como cualquier otro? ¿Para qué destinar parte del presupuesto federal, estatal o municipal a la preservación de una biblioteca si nadie va a consultarla?


Los libros han sido perseguidos, profanados, destruidos, incinerados, prohibidos y vituperados por aquellos quienes no creen lo que dicen, o no comparten la forma de pensamiento del autor. Es respetable, muy respetable que un ser humano cualquiera ponga en tela de juicio un libro. Tenemos el derecho de dudar de todo cuanto no sea demostrable, tenemos derecho de aburrirnos con una novela, de criticar la validez de un tratado, de molestarnos con señalamientos que están en contra de nuestras creencias. Pero esa debe ser una decisión de carácter personal, lo que significa que solo individualmente podemos tomar la decisión de censurar un texto, cualquiera que éste sea, luego de conocerlo, es decir, de leerlo, que es lo que espera el autor cuando escribe y el libro cuando sale editado.

Un amigo, un familiar, un vecino o conocido, puede recomendarnos la lectura o no de un libro. Y podemos hacerle caso o no. Todo dependerá de nuestra propia voluntad o de la mucha o poca influencia que dicha persona tenga hacia nosotros. Y precisamente en nosotros mismos está el decidir si vale o no la pena gastar parte de nuestras ganancias en la compra de un libro. Empero, dejar que otros decidan lo que leemos o no, depositar la decisión en manos de la intolerancia religiosa o de la persecución gubernamental, es el peor de los errores que puede cometer el ser humano, digno del desprecio actual. Si bien puede justificarse que en épocas anteriores a la moderna, algunas instituciones hayan asumido el rol de directrices del mundo, hoy por hoy la persecución, prohibición y destrucción de libros no solo es un asunto que atenta contra el patrimonio cultural de la humanidad, es una insensatez y un oprobio reprochables en todos los niveles.

Es comprensible que sintamos que nuestra fe religiosa pueda verse minada por la lectura de una novela tan controversial como “El Código Da Vinci” (Dan Brown) o por la revelación de otras religiones como el Corán (Mahoma), el Talmud o el Zend Avesta. De ahí, a perseguir o prohibir su lectura, por temor a ver la fe cristiana resquebrajarse, es un abismo muy grande en que entonces, tendríamos que admitir que la convicción religiosa de los cristianos (en este ejemplo, aunque bien puede verse a la inversa) se sustenta con alfileres. El sacerdote, rabino o ulema puede aconsejarnos qué leer y qué no leer; organizar una pira pública de textos “inconvenientes” es muy distante.

Del mismo modo, habrá quien arguya que hay libros que deban prohibirse por la ideología política peligrosa que representan, verbigracia, “Mein Kampf” (Mi Lucha) de Adolph Hitler, el cual aún hoy día y a pesar de la devastación que sufrió Europa por las ideas de éste siniestro personaje hace ya sesenta años, continúa influyendo en el espíritu de miles de jóvenes que desconocen y ni siquiera imaginan las iniquidades y desventuras que sufrieron ya no sus padres, sino sus abuelos. ¿Podríamos censurar la lectura de éste pernicioso libro? En absoluto. Aunque nos parezca errónea o incluso depravada la ideología contenida en él, la sed, la sagrada sed de conocimiento del hombre, es más poderosa. Es más, si un judío fuese con éste libro bajo el brazo por las calles de Auschwitz o de Cracovia, con el particular asunto de estudiar los motivos que originaron el holocausto, ¿sería justificable que otros de los suyos lo apedreasen por portar o leer dicho texto? De acuerdo, se pueden herir susceptibilidades muy íntimas de quienes fueron directa o indirectamente afectados por los hechos de la Segunda Guerra Mundial; no por ello se debe privar a nadie de su libre derecho de formarse una opinión.

Si bien hay libros que por su naturaleza, su contenido o lo que representan, nos parecen inconvenientes en nuestro contexto actual, ello no debe ser un obstáculo para que cualquier persona, medianamente ilustrada, pueda o deba leerlos, con la finalidad de abrir su mente a otros tópicos por más contrarios a sus creencias y hacer emerger, de ésta forma, una perspectiva objetiva y racional del universo circundante. En las mismísimas bibliotecas vaticanas existen ejemplares del Corán y de otras religiones, para su estudio e interpretación.

Los libros tienen enemigos acérrimos y mortales que van minando su físico hasta la inminente destrucción: el lepisma, pequeño insecto gris que devora papel; las larvas de la polilla, las más comunes, que pueden devastar libros completos por lo general dejados en el abandono y el olvido; la humedad y el polvo que se impregna y que para su restauración requiere de técnicas costosas y no siempre a la mano, de los coleccionistas; el tiempo, siempre implacable, el fuego que los consume en un santiamén… y el mismo hombre: el más peligroso de todos los enemigos. Y eso es porque el ser humano no destruye al libro en tanto cosa material inanimada: asesina la idea, lo que el autor o autores, a base de meditación, esfuerzo, investigación, constancia, paciencia, inteligencia, cultura, estudio, crea para sí mismo y como legado a la humanidad. Es su misión en el universo: además quemar un libro es una actividad simbólica, pues también se está expiando al desgraciado autor.

No importa que se trate de un libro de recetas de cocina, de poesía, una investigación exhaustiva sobre las partículas subatómicas, una novela, un texto de superación personal, tan de moda hoy día; un tratado de filosofía o un libro de oraciones; no importa si se escribió con extraordinarias faltas de ortografía o no, si su calidad literaria es discutible o su ideología controversial: se trata de un hijo del pensamiento del hombre (de ese ser que muchos consideran el ser más perfecto de la Creación) y como tal, merece todo nuestro respeto y admiración. Y es un legado que debe perdurar para las futuras generaciones, trasciende al tiempo y al espacio, a la cultura y al idioma, al sexo, la edad, la nacionalidad y la religión de quien lo lee. Si los libros continúan siendo perseguidos, vejados, humillados, destruidos y prohibidos, todo cuanto la humanidad ha construido desde su aparición se perderá como las arenas del desierto son llevadas por el simún.

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lunes, 26 de noviembre de 2018

El cantero

El cantero 
(cuento zen)

Había una vez un cantero que estaba insatisfecho consigo mismo y con su posición en la vida. Un día pasó por la casa de un rico comerciante. A través de la entrada abierta, vio muchas finas posesiones e importantes visitantes. "¡Cuán poderoso debe ser el comerciante!", pensó el cortador de piedra. Se puso muy envidioso y deseó que pudiera ser como el comerciante. Para su gran sorpresa, se convirtió repentinamente en el comerciante, gozando de más lujos y poder de lo que siempre había imaginado, pero envidiado y detestado por aquellos menos ricos que él.

Pronto un alto funcionario pasó cerca, llevado en una silla de manos, acompañado por asistentes y escoltado por soldados batiendo gongos. Todos, sin importar cuan rico, tenían que hacer una reverencia ante la procesión. "¡Cuán poderoso es ese funcionario!", pensó. "¡Deseo que pudiera ser un alto funcionario!".

Entonces se convirtió en el alto funcionario, llevado por todas partes en su bordada silla de manos, temido y odiado por la gente de todo alrededor. Era un día caluroso de verano, por eso el funcionario se sentía muy incómodo en la pegajosa silla. Levantó la mirada al sol. Brillaba orgulloso en el cielo, no afectado por su presencia. "¡Cuán poderoso es el sol!" pensó. "¡Deseo que pudiera ser el sol!".

Entonces se convirtió en el sol, brillando ferozmente sobre todos, abrasando los campos, maldecido por los granjeros y los trabajadores. Pero una enorme nube negra se interpuso entre él y la tierra, de modo que su luz no pudo brillar más sobre todo allá abajo. "¡Cuán poderosa es esa nube de tormenta!", pensó. "¡Deseo que pudiera ser una nube!".

Entonces se convirtió en la nube, inundando los campos y las aldeas, increpado por todos. Pero pronto descubrió que estaba siendo empujado lejos por cierta gran fuerza, y se dio cuenta de que era el viento. "¡Cuán poderoso es!", pensó. "¡Deseo que pudiera ser el viento!".

Entonces se convirtió en el viento, llevándose tejas de los techos de las casas, arrancando árboles, temido y odiado por todos debajo de él. Pero después de un rato, se izó en contra de algo que no movería, no importa cuan fuertemente soplara en contra de ella, una enorme y altísima roca. "¡Cuán poderosa es esa roca!", pensó. "¡Deseo que pudiera ser una roca!".

Entonces se convirtió en la roca, más poderosa que nada más en la tierra. Pero mientras estaba parado allí, oyó el sonido de un martillo golpeando un cincel en la dura superficie, y sintió que estaba siendo cambiado. "¿Qué podría ser más poderoso que yo, la roca?", pensó. Bajó la mirada y vio lejos debajo de él, la figura de un cantero.

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domingo, 25 de noviembre de 2018

“El buey y el boyero”. Cuento zen sobre el zen

“El buey y el boyero”. Cuento zen sobre el zen

El buey y el boyero. La filosofía zen en imágenes. La búsqueda del propio espíritu, representado por un buey. Edición, R. Arola y L. Vert

“El buey y el boyero”, texto ilustrado atribuido al monje Shübun (1432-1460) quien, según los especialistas, se habría inspirado en otra versión más antigua del maestro Guo’an Shiyuan. Los textos, tanto en prosa como en verso, se deben a Zekkai Chushin (1336-1405), abad del monasterio de Shokoku-ji de Kioto donde aún se guardan los dibujos originales.

1. La búsqueda del buey. Cuando salió en busca del buey, que nunca estuvo perdido, el boyero se alejó de sí mismo y acabó extraviado en lugares desconocidos. “En un yermo infinito, el boyero camina sólo entre las hierbas en busca de su buey”.
2. Encontrar las huellas. Después de escuchar la enseñanza, el boyero ha aprendido parte de la verdad. Ha encontrado las huellas. “Las huellas del buey están agrupadas aquí y allá, bajo los árboles a la orilla del agua”.


3. La visión del buey. El boyero, tras escuchar el bramido, ve al buey de repente y al contemplarlo se percibe a sí mismo. “El canto del ruiseñor se estremece en la copa de los árboles…Ya no existe un lugar donde el buey pueda esconderse”.
4. Capturar al buey. Por primera vez el boyero se topa con el buey que estaba oculto en el yermo. Pero el buey se siente bien allí y el boyero deberá domarlo para conducirlo al establo. “El boyero, tras muchos esfuerzos, ha capturado al buey. Ni por momento debe soltar las riendas”.


5. Domar al buey. Ningún pensamiento debe enturbiar la mente del boyero, sin vacilación ha de sostener las riendas. “El boyero no debe dejar ni por un momento el látigo o las riendas, pues, de otro, modo el buey saldría de estampida levantando una nube de polvo”.
6. El retorno montado sobre el buey. El combate ha terminado. El boyero toca la flauta y canta montado sobre el buey que camina ya sin riendas. “El boyero conduce al buey al establo, lenta y delicadamente”.


7. Desaparece el buey y sólo queda el boyero. La dualidad ha desaparecido, el buey sólo era el anzuelo para alcanzar el secreto. “El boyero ha vuelto a casa con el buey. Ya no hay ningún buey. El boyero se sienta sin hacer nada”.

8. Olvido del buey y el boyero. Los deseos han sido olvidados y el significado de la santidad se ha quedado vacío. “Lo sagrado y lo profano han desaparecido, el camino se termina sin dejar rastro”.


9. Regreso al origen. Desde el principio era puro. Sentado contempla el cambio de las cosas. “Con el regreso al fondo, al origen, el boyero lo ha completado todo”.

10. Vuelta al mercado. La puerta de la cabaña nadie podría descubrirla, está sepultada al igual que su naturaleza iluminada. A veces pasea por el mercado o visita las tabernas para hacer que los borrachos despierten a sí mismos.“Entra en el mercado descalzo y con el pecho descubierto… Sin tener que humillarse obrando prodigios, de pronto hace florecer árboles marchitos”.

https://www.arsgravis.com/budismo-el-buey-y-el-boyero/

sábado, 24 de noviembre de 2018

La leyenda del Fénix

La leyenda del Fénix

Tres leyendas que se refieren al Fénix, la primera es de san Alberto Magno, la segunda de Michael Maier, el famoso alquimista, y la tercera de Jorge Luís Borges y Margarita Guerrero.Edición de R. Arola y L. Vert para Fèlix Arola.


1. San Alberto Magno

Quienes estudian la teología mística más que la naturaleza, escriben que existe el ave fénix en Arabia, en Oriente. Pero, dicen que esta ave vive sola en su especie sin mezcla de sexo ni de macho y que viene al mundo y que vive solitaria trescientos cuarenta años. Es, según dicen, del tamaño de un águila. Lleva en la cabeza una corona como el pavo real. En el cuello tiene también un penacho. Un color de púrpura rodea su cuello con destellos de oro. Tiene la cola larga de color purpúreo con algunas plumas de color rosa como es­critas entre líneas, de modo parecido a los trazos de la cola del pavo real salpicada con unas órbitas formadas a la manera de los ojos. Esta variedad de colores es de una belleza mara­villosa. Cuando siente el peso de los años, construye un nido de incienso, mirra y cinamomo y otras plantas aromáticas valiosas en un árbol alto y retirado situado sobre una fuente de agua cristalina y se precipita en el nido, se pone bajo los rayos fervientes del sol, que el resplandor de las plumas mul­tiplica, hasta que se prende el fuego y así se enciende y se incinera junto con el nido. Dicen que de las cenizas nace al día siguiente un gusano, que a los tres días ya lleva plumas y pasados unos pocos días se convierte en un ave con la figura de la anterior y entonces levanta el vuelo y se va. Cuentan igualmente que tal hecho ocurrió ya en Heliópolis, ciudad de Egipto, donde esta ave fue reuniendo perfumes sobre el mon­tón de madera de sacrificio y luego se quemó en ellos y en la presencia del sacerdote se formó, con dos generaciones, el gusano y el ave del modo antedicho, y el ave levantó el vuelo y se fue. Y como dice Platón, «no debemos criticar demasiado severamente los relatos que se cuentan consignados en los libros de los templos sagrados».

2. Michel Maier

Contralto:

Cantaré la naturaleza y las propiedades del fuego, que sirve al Fénix de pira y de cuna, donde vuelve a tomar nueva vida. Prestadme una favorable atención y guardad silencio.

Este fuego no es el que encierra el Etna en sus profundas entrañas, ni el que alimentan los hornos ardientes del Vesubio, ni aquel que vomita el monte Hecla, cuyos ardientes azu­fres parecen querer encender los vastos mares que lo circundan. El principio de nuestro fue­go es muy distinto.

Toma su origen de una montaña, la más elevada de las que existen sobre la tierra y que sólo produce flores, cinamomo, azafrán y otras plantas aromáticas. Este fuego es el ori­gen de toda la luz que ilumina este vasto universo. Es aquel que da el calor y la vida a todos los seres. Es una llama cuyos ardores brillan sin consumirse jamás. Y es este fuego el que sirve para formar la pira, que nuestra misma ave prepara, para buscar en ella su fin y su muerte,

¡Oh, cuán cuidadosamente oculto es mantenido este fuego sagrado! ¡Oh, qué bien co­nocida es por los sabios esta maravillosa llama! Cuando se le ignora, todo se ignora. Voso­tros que deseáis beber de las fuentes fecundas de la ciencia, no permitáis que este fuego secreto sea manifestado.

Media:

¿Qué versos podrían celebrar dignamente al ave tan amada de los sabios?

Aunque tuviese cien bocas y cien voces, no bastarían para elogiar a esta ave, cuyas cenizas encuentran una vida más perfecta y un nuevo vigor en el mismo seno de la muerte.

Este admirable pájaro nació originariamente cerca de Syené, en las fronteras del alto Egipto. Es el bello Fénix, cuyo cuello de color púrpura está rodeado de un collar dorado y, su cabeza, ornada de un penacho tan brillante como el rubí. Sus alas son blancas por fuera y de un rojo intenso por dentro. Es de un temperamento más caliente que frío, de allí pro­viene la excelente calidad de la sangre que, circulando en sus venas, lo anima y le da fuerzas. Esta ave es amada tanto por el rubio Febo como por la brillante Diana. Desafía los ar­dores del sol y los más ardientes calores: es a prueba de fuego. Y el agua que todo lo roe no consigue destruirla.

Su morada habitual está en lo alto de aquellos montes altivos, desde donde el Nilo pre­cipita sus aguas para regar los campos de Egipto, y con su limo les trae la fecundidad. Es a este río que se consagró el buey Apis, cuya frente está marcada con una Luna creciente.

Bajo:

Tebas, la que antaño fue villa muy célebre entre las naciones por sus cien puertas, fue con justicia consagrada al Sol. Allí, los sacerdotes, en gran número fueron ordenados para servir al altar sobre el que residía la Divinidad misma del astro que da luz al universo. El famoso templo de Delfos, aunque resplandeciente del oro con el que lo enriquecieron los do­nes de los reyes, no mereció jamás serle comparado.

De un rápido vuelo, y después de transcurridos diez siglos de su vida, es allí donde acu­de el Fénix para encontrar la muerte, contenta de acabar sus días, pues tiene la certeza ab­soluta que ha de rejuvenecer. Esta es la única hoguera digna de servir de sepultura a esta ave maravillosa. Ni los soberbios mausoleos que la piedad de los vivos alzó a las cenizas de los difuntos, ni las más altas pirámides, ni las más ricas tumbas de los reyes, que el uni­verso jamás haya levantado, pueden serle comparadas.

En estos augustos funerales, no aparece ninguna urna fúnebre como en los de los atridas. Ya que apenas el Fénix acude a Tebas dispuesto a ser presa de las llamas para emprender otra vida, se despoja de sí mismo para perecer en el fuego sobre el altar del Sol. ¿Acaso en este estado es víctima de la muerte? No: es un nuevo Fénix el que se ve renacer, de modo que por un prodigio inaudito esta ave es su propia tumba.

(Cantinelas Intelectuales sobre la resurrección del Fénix).

3. Jorge Luís Borges y Margarita Guerrero

Los libros canónicos de los chinos suelen defraudar porque les falta a lo patético a que nos tiene acostumbrados la Biblia. De pronto, en su razonable decurso, una intimidad nos conmueve. Esta, por ejemplo, que registra el séptimo libro de las Analectas de Confucio:

“Dijo el maestro a sus discípulos: ¡Qué bajo he caído! Hace ya tiempo que no veo en mis sueños al príncipe de Chu.”

O esta del libro noveno:

“El maestro dijo: No viene el Fénix, ningún signo sale del río. Estoy acabado.”

El “signo” (explican los comentadores) se refiere a una inscripción en el lomo de una tortuga mágica. En cuanto al Fénix (Feng), es un pájaro de colores resplandecientes, parecido al faisán y al pavo real. En épocas prehistóricas, visitaba los jardines y los palacios de los emperadores virtuosos, como un visible testimonio del favor celestial. El macho, que tenía tres patas, habitaba en el sol.

El primer siglo de nuestra era, el arriesgado ateo Wang Ch’ung negó que el Fénix constituyera una especie fija. Declaró que así como la serpiente se transforma en un pez y la rata en una tortuga, el ciervo, en épocas de prosperidad suele asumir la forma del unicornio, y el ganso el del Fénix. Atribuyó esta mutación al “líquido propicio” que, durante dos mil trescientos cincuenta y seis años antes de la era cristiana, hizo que en el patio de Yao, que fue uno de los emperadores modelo, creciera pasto de color escarlata. Como se ve su información era deficiente o más bien excesiva.

En las regiones infernales hay un edificio imaginario que se llama Torre del Fénix.

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viernes, 23 de noviembre de 2018

El ‘Bhagavadgitã’

El ‘Bhagavadgitã’

Presentamos el capítulo 15 del ‘Bhagavadgitã’ o ‘El canto del bienaventurado’, a partir de la traducción y la edición de Juan Arnau, publicada por Ediciones Atalanta, acompañado de una reflexión de Raimon Arola sobre su recepción en Occidente.

Capítulo 15: El supremo espíritu

—Dicen que hay un árbol eterno[1] con las raíces en el cielo y cuyas ramas crecen hacia abajo —dijo Krisna—. Sus hojas son los cantos védicos. Quien lo conoce, conoce el veda. Sus ramas se alimentan de la savia de los guna y tienen en las yemas su percepción, crecen por todas partes y cubren la tierra de los hombres y sus empeños. Pero los hombres no pueden ver el árbol completo, no saben dónde empieza ni dónde acaba. Cuando se ha cortado el tronco, profundamente arraigado, con el hacha afilada del desprendimiento, hay que buscar ese lugar singular del que no se retorna y volver a la conciencia original, la semilla de la que brotó ese antiguo impulso vegetal. A esa morada imperecedera arriban los que se han liberado del orgullo y la confusión, los que, firmes en la conciencia de sí, se han liberado de la ilusión del mundo, de la inclinación a la dicha y de la huida de la miseria.

»Morada no iluminada por el sol ni por la luna, lugar donde el fuego no calienta, ámbito supremo del no retorno. Un pedazo de mí, eterno, habita en las almas individuales y las atrae hacia mí mediante la mente y la percepción, hijas de la naturaleza primordial.[2] El Señor[3] asume y desecha el cuerpo, y lleva consigo la memoria y lo percibido como la brisa el aroma de las flores. Y recurriendo a la vista, al oído, al tacto, al gusto, al olfato y a la mente, experimenta lo percibido.[4] Pero sólo aquellos que disponen del ojo del discernimiento entienden esto, mientras que los necios [asidos a un ego ilusorio][5] creen ser ellos los que experimentan la vida sensible. También pueden verlo los yoguis, pero no así, por mucho que se esfuercen, quienes no han cultivado su mente.

»La radiante luz del sol, el claro de luna o la lumbre del fuego son mi propia luz, que ilumina el universo entero. Soy la tierra fértil que sostiene a las criaturas y la savia[6] que alimenta y nutre plantas y árboles. Soy el ardor de la digestión y el aliento“[7] de la respiración, y mediante éstos consumo las cuatro clases de alimentos.[8] Habito en el corazón de cada una de las criaturas; en mí tienen su origen la razón, la memoria y el entendimiento. A través de las escrituras soy conocido; soy el hacedor del vedãnta y el conocedor del veda.[9]

»En este mundo hay dos principios,[10] el perecedero y el imperecedero. El perecedero comprende a todas las criaturas, el imperecedero es llamado el inmutable.[11] Pero hay otro principio, más elevado, el ãtman supremo, que es el Señor eterno que penetra y sostiene los tres mundos. Por trascender lo perecedero y lo imperecedero, el Veda y el mundo me proclaman el purusa supremo.[12] Oh Bhárata, aquel que, libre de error, me reconoce como espíritu supremo, se entrega a mí por entero y sabe todo lo que hay que saber. Queda así enunciada, noble príncipe, la más secreta de las doctrinas. Comprendiéndola se cumple el destino y uno se despierta.[13]



Fragmento del capítulo “Oriente y Occidente” del libro Cuestiones simbólicas. Las formas básicas de Raimon Arola.



En 1785, pocos años antes del estallido de la Revolución francesa, y, con ella, del comienzo del mundo contemporáneo, se publicó la primera traducción del Bhagavad Gita a un idioma occidental. Su autor fue Sir Charles Wilkins, un orientalista instalado en la ciudad santa de Benarés[14] donde estudió sánscrito y emprendió la traducción del Mahábharata, que no completó. A la traducción del Bhagavad Gita –una parte del Mahábharata– la tituló, Bhagvat-geeta, or Dialogues of Kreeshna and Arjoon. Poco después, esta obra se tradujo al alemán y al francés[15]. La traducción del Bhagavad Gita puede considerarse como el comienzo de una nueva manera de acercarse a la religión y el colofón de una búsqueda de muchos siglos en Europa. Así mismo, abrió un camino paralelo a los estudios antropológicos que, en cierto modo, se habían iniciado un poco antes, en 1778, cuando el capitán James Cook visitó las islas Hawai, unas islas que nunca antes habían sido pisadas por un europeo; a partir de entonces comenzó el auge de la antropología inglesa, lo que llevó a que, un siglo más tarde, James George Frazer publicara La rama dorada, la gran compilación de tradiciones mágicas y primitivas.

La publicación del Bhagavad Gita fue el punto de inflexión a partir del cual los intelectuales y artistas occidentales tomaron conciencia de la importancia y complejidad del pensamiento religioso y espiritual de otras culturas que hasta entonces habían sido consideradas como primitivas y, por ello, superadas. Hay que tener en cuenta que en el Bhagavad Gita, Krishna se revela a Arjuna como “el mismísimo Dios” y esta frase proporcionó un enfoque diferente a la mirada occidental que calificaba a las tradiciones estudiadas por la antropología como politeístas o panteístas. Además, en el prefacio a su traducción, el propio Wilkins explica que en el Bhagavad Gita encontró cierta “unidad monoteísta”, distinta al politeísmo de los Vedas.

También es necesario señalar que con este libro se conocieron las técnicas yóguicas, una sabiduría a la vez corporal y espiritual que sedujo a Occidente –y todavía lo hace–, pues, como afirma Krishna al principio de la cuarta conversación, él mismo reveló el yoga eterno a Vivasvan, Vivasvan lo transmitió a Manu, éste lo transmitió a Ikshvaku y así sucesivamente, de modo que todos los reyes fueron sabios mientras siguieron los conocimientos contenidos en el yoga.

La fascinación por la Índia y en general por el Oriente eterno, origen de la luz, que se despertó en la Europa de la época estuvo estrechamente vinculada a la seducción por el mundo medieval propia del Romanticismo. Así, desde hace más de un siglo, Oriente y Medioevo han sido como dos caras de una misma moneda puesto que ambos han supuesto unos referentes básicos para el pensamiento simbólico. Quizá sea en la obra del autor anglo-indio Ananda K. Coomaraswamy y, en especial, en su Filosofía cristiana y oriental del arte[16], de 1956, donde se muestra de un modo más evidente los motivos del estrecho vínculo entre ambas formas culturales]. En 1958, Juan Eduardo Cirlot argumentó esta idea en la presentación de la primera edición de su Diccionario de símbolos tradicionales (más tarde eliminó el adjetivo), pues allí describió su interés por los símbolos a partir de un “enfrentamiento con la imagen poética” y también a partir del estudio de “la historia general del arte, en particular en lo que se refiere al simbolismo románico y oriental”[17].

NOTAS

[1] asvattha: el Ficus religiosus o higuera sagrada

[2] Tanto la mente como la percepción son evoluciones de la naturaleza primordial (prakrti). La atracción se ejerce aquí desde elpurusa original, que se encuentra fuera del mundo natural.

[3] ïsvara (purusa): se refiere a la conciencia en continuidad, que renace llevándose las inclinaciones del sujeto, consecuencia de su actividad mental y perceptiva. Se emplea el símil budista del olor (gandharva).

[4] De nuevo, el sujeto que experimenta la vida sensible es el purusa original, que trasciende el mundo natural.

[5] Un ego ilusorio por estar hecho de guna, por ser un mero amasijo de impresiones, sin identidad propia.

[6] El jugo de la planta del soma (cuya identificación no está clara) desempeñó un importante papel en la liturgia védica (el libro IX del Rgveda está dedicado a ella). Se trata de una ambrosía embriagadora y muy apreciada por dioses y sacerdotes, que se obtenía machacando en un mortero los tallos de la planta.

[7] El término prãna (respiración, aliento, vida), junto con apãna, hace referencia al aire de la espiración y la inspiración en el acto de respirar.

[8] Los que se mastican, sorben, lamen y beben.

[9] El creador o la voz del vedãnta: vedãntakrt.

[10] Dos purusa.

[11] kutastha: literalmente, «fijo, inamovible». Las opciones pueden ser dos: la cima de una montaña, desde la cual se contempla todo con indiferencia, o la parte más eminente de la cabeza, la coronilla, el lugar por donde el alma abandona el cuerpo.

[12] Se intenta subsumir el peculiar dualismo del sãmkhya en un monismo neutral que trasciende los dos principios, la conciencia original y la naturaleza primordial (los dos purusa).

[13] Buddhvã buddhimãn syãt krtakrtyas.

[14] Cf. Diana L. Eck, Banaras. City of Light, Routledge & Kegan Paul, Londres 1983.

[15] Cf. “A History of the Gita’s Transnational Reception, 1785-1945”, in Modern Intellectual History 7, 2, Cambridge University Press, 2010; pp.297-317.

[16] Primera traducción en castellano: Taurus, Madrid 1980.

[17] Diccionario de símbolos, Siruela, Madrid 1997; p. 11.

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jueves, 22 de noviembre de 2018

El despertar de la kundalinī

El despertar de la kundalinī

Fragmento de la obra de Joseph Campbell, ‘Imagen del mito’, en el que se refiere a la kundalinī, la serpiente de luz y energía que yace enrollada en espera de su despertar. Edición de Raimon Arola y Luisa Vert.


El alfabeto esencial de la sabiduría tántrica yace en la doctrina de los siete “círculos” (chakras) o “lotos” (padmas) del sistema de yoga kundalinī. La vocal larga ī que se añade al adjetivo sánscrito kundalin, cuyo significado es “circular, espiral, enroscado”, conforma un sustantivo femenino que significa “serpiente”. En el presente contexto alude a la figura de una serpiente femenina enroscada, una diosa serpiente no “evidente” sino de “sutil” sustancia, que debe imaginarse en estado aletargado, dormida, y que reside en un delicado centro situado cerca de la base de la columna vertebral, el primero de una serie de siete centros de este tipo. El objetivo del yoga es despertar a esta serpiente, hacer que levante la cabeza y que ascienda por un delicado nervio o canal de la espina dorsal hasta el llamado “loto de los mil pétalos” (sahasrara) situado en la coronilla, en la parte superior de la cabeza. Esta vía o canal axial, que recibe el nombre de sushumna (“rico en felicidad, colmado de bendiciones”), se halla flanqueada y cruzada por otros dos canales: uno blanco, conocido como ida (que significa “refresco, libación; corriente o flujo de alabanza y adoración”), que asciende en espiral desde el testículo izquierdo hasta el orificio derecho de la nariz y está asociado a las energías frías, ambrosíacas, “lunares” de la psique; y el otro rojo, llamado pingala (“de tonalidad leonada, solar”), que va desde el testículo derecho al orificio izquierdo de la nariz, cuya energía es “solar, ardiente” y, como el calor solar de los trópicos, desecante y destructiva. La primera tarea del yogui es unificar las energías de estos poderes antagónicos en la base de su sushumna, y luego llevarlas por el canal central a medida que se va desenroscando la reina serpiente. Ésta, ascendiendo desde el centro del loto inferior hasta el más alto, despertará los cinco centros intermedios a medida que los encuentre en su camino, y con el despertar de cada uno de ellos, toda la psicología y la personalidad del sujeto se transformará de manera fundamental.


Hace dos siglos vivió un gran santón indio, Ramakrishna (1836-1886), que fue un auténtico virtuoso en la práctica del yoga y en una ocasión dijo a sus seguidores: “Hay cinco clases de samadhi”; es decir, cinco clases de éxtasis espiritual, “En estos samadhis se siente la corriente espiritual como el movimiento de una hormiga, de un pez, de un mono, de un pájaro o de una serpiente. En ocasiones la corriente espiritual sube por la espina dorsal como los pasos menudos de una hormiga. Otras veces, en el samadhi, el alma nada gozosa como un pez en el océano del éxtasis divino. A veces, cuando me recuesto de lado, siento la corriente espiritual empujándome, jugando conmigo, como un mono. Me quedo quieto, y la corriente, como un mono, alcanza de un salto el sahasrara. Ésa es la razón por la que a veces me verán dar un salto repentino. Hay otras veces en que la corriente espiritual sube como un pájaro, saltando de rama en rama; y el lugar donde se queda se siente arder […]. Y a veces la corriente espiritual asciende como una serpiente, zigzagueando hasta llegar a la cabeza, y entonces experimento el samadhi. La conciencia espiritual del hombre no se despierta hasta que se despierta su kundalinī”.

Así describe Ramakrishna cierta experiencia: Justo antes de alcanzar este estado mental, se me reveló la manera en que se despierta la kundalinī, cómo florecen los lotos de los distintos centros y cómo todo ello culmina en el samadhis. Se trata de una experiencia muy íntima. Vi como un muchacho de unos veintidós o veintitrés años, exactamente igual a mí, entraba en el nervio del sushumna y se compenetraba con los lotos, tocándolos con la lengua. Empezó por el primer centro, en el ano, y pasó por los centros del órgano sexual, el ombligo y los demás. Los distintos lotos de esos centros —dotados de cuatro pétalos, seis pétalos, diez pétalos y demás–, que estaban decaídos, se irguieron a su tacto. Al llegar al corazón —lo recuerdo con todo detalle– y compenetrarse con su loto tocándolo con la lengua, el loto de doce pétalos, que estaba colgando cabeza abajo, se irguió y abrió todos sus pétalos. Luego alcanzó el loto de dieciséis pétalos de la garganta y el de dos pétalos situado en la frente. Y, por último, floreció el loto de mil pétalos de la cabeza. Desde entonces he permanecido en este estado.

Los primeros estudios serios en lengua inglesa sobre los principios del tantrismo datan del primer cuarto del siglo pasado y fueron publicados por sir John Woodroffe (1865-1936), juez de la corte suprema de Calcuta. Tres de sus imponentes volúmenes son indispensables para el lector coccidental que quiera tener algo más que una idea superfical de este saber: Principles of Tantra[Principios del Tantra] (Madrás 1914), Shakti and Shâcta [Shakti y Shâkta] (Madrás 1928) y The Serpent Power [El poder serpentino] (Madrás 1931, 3ª edición revisada). A estos libros debe añadirse la obra más reciente del doctor Shashibhusan Dasgaputa, Obscure Religious Cults as a Background of Bengali Literature [Oscuros cultos religiosos en el trasfondo de la literatura de Bengala] (Calcuta, 1946), y el extenso manual ya mencionado del profesor Eliade, con los que el estudioso dotado de paciencia encontrará varias puertas ocultas a la interpretación simbólica y su relevancia para la propia vida interior.

Al inicio de su exploración, no obstante, el estudioso suele recibir dos advertencias: la primera, no intentar por sí solo los ejercicios descritos, ya que activan centros inconscientes que, si no son manejados adecuadamente, pueden derivar en psicosis; y la segunda, no interpretar con cautela los primeros signos de éxito que pueda encontrar en el transcurso de su práctica. Dice sir John Woodroffe: “Hay una prueba sencilla que permite saber si la shakti ha despertado. Cuando esto ocurre, se siente un calor intenso en este punto, pero cuando la shakti abandona el centro en cuestión, éste se torna tan frío y aparentemente inerte como un cadaver. El proceso ascendente puede ser así comprobado externamente por otras personas. Cuando la shakti (esto es, el poder o la energía) llega al cerebro superior (sahasrara), todo el cuerpo se queda frío y aparentemente sin vida, excepto la parte superior de la cabeza, donde se siente algún calor; este es el lugar donde se unen los aspectos estáticos y cinéticos de la consciencia”.

[A partir de este punto, Campbell explica la técnica de control de la respiración, prana yama, utilizado por algunos yoguis para provocar el despertar de la diosa serpiente y su enderezamiento alredor del eje central y después pasa a describir detalladamente el simbolismo de cada uno de los chakras por los que se eleva la kundalinī. Aquí presentamos un breve resumen de sus palabras:]


El loto situado en la base del eje o canal (sushumna) alrededor del cual se eleva la serpiente recibe el nombre de muladhara, que quiere decir “soporte raíz”. Está formado por cuatro pétalos de color carmesí y en cada uno de ellos aparece inscrita una sílaba sánscrita.[1] En su centro aparece un cuadrado simbolizando el elemento tierra y un elefante blanco, la cabalgadura del dios Indra. La deidad que aparece en este centro es Brahma y su shakti, la diosa Savitri. Este chakra se sitúa entre los genitales y el ano[2] y puede compararse a un dragón que guarda un tesoro, aunque el mismo no sabe cómo usarlo.


El segundo centro se denomina svadhisthana, “su especial morada”, se sitúa a nivel de los genitales y el loto que lo representa tiene seis pétalos con sus consiguientes sílabas sánscritas. Su elemento es el agua y en su centro aparece una luna llena con un animal mitológico conocido como makara en su interior. Sus dioses son Shiva y la iracunda Rakini. Es un centro relacionado con la sexualidad que se supera con el ascenso al siguiente loto.


El tercer centro está situdado en el ombligo y se denomina manipura, o “ciudad de la joya resplandeciente” por su luz y su calor ardiente. Los diez pétalos de su loto son de color oscuro y en triángulo de su interior es rojo, como el fuego, mientras que el animal que aparece es el carnero. La deidad que lo preside es Shiva y su shakti es Lakni, la terrible. Estos tres chakras inferiores son la base para el comienzo de lo que Dante llamó la “vita nuova”.


El cuarto chakra está situado a la altura del corazón y su nombre es anahata, “no impactado”, pues allí se oye un sonido que no proviene del impacto de una cosa con otra. Este sonido se identifica con la sílaba OM o AVM, que se conoce como la sílaba de los cuatro elementos. Su forma es la de un loto de doce pétalos rojos. En el centro dos triángulos invertidos de color humo y otro triángulo central más pequeño que contiene un lingam. Su deidad es Shiva benevolente y Kakini, la diosa que con una de sus manos otorga bendiciones. Debajo de él aparece otro pequeño loto situado al nivel del plexo solar en cuyo interior aparece un árbol, el árbol de los deseos.


El siguiente chakra se situa a la altura de la laringe, se llama vishuddha, “purificado”. Ramakrishna dice que en este nivel: “el devoto no quiere otra cosa que hablar i oir acerca de Dios”. Tiene diez y seis pétalos púrpura y en medio del triángulo central blanco hay un círculo también blanco que representa la luna llena con un elefante blanco y la sílaba ham, que alude a la pureza. Su deidad es Shiva en su aspecto hermafrodita. Simboliza “la puerta de la gran liberación”, pero también el umbral donde se encuentran los guardianes terribles y cantan las engañadoras sirenas. Es el paso peligroso, “el borde afilado de la navaja que es difícil de recorrer” (Katha Upanishad)

En relación al sexto chakra, llamado savikalpa samadhi, “éxtasis condicionado”, y al séptimo y último nirvikalpa samadhi, “éxtasis incondicionado”, Ramakrishna solía preguntar a quienes le pedían consejo: “¿Quieres hablar de Dios con forma o sin ella?” el primero de esto dos chakras se conoce como el loto del dominio, ajna, y se situa encima del entrecejo. La serpiente egipcia conocida como Ureus parece estar surgiendo de este lugar. Se representa como un loto de dos pétalos de color blanco.


[El séptimo chakra se llama sahasrara y, sobre él, Campbell escribe lo siguiente, reproducimos sus palabras íntegramente:]

El término sánscrito nirguna brahman “el absoluto no manifiesto”, se aplica a la realización de este último chakra, y su loto es sahasrara, “de los mil pétalos”, que cuelga hacia abajo desde la parte superior de la cabeza emitiendo rayos de néctar más brillantes que la luna. En su centro, refulgente como el relámpago, se encuentra el último y definitivo triángulo yoni, en cuyo interior, bien escondido y de muy difícil acceso, se halla el resplandeciente gran vacío, al que sirven todos los dioses. “Una pulga que esté en Dios”, nos dice Eckhart, “es más noble que el más excelso de los ángeles”.


[Después de esta explicación y como final del capítulo, el autor incluye el siguiente poema de la Divina Comedia de Dante, en el, que con otras palabras, se alude a la luz viva y fuente de vida que en Oriente recibe el nombre de kundalinī]

Un solo instante me causa más olvido/Que los veinticinco siglos transcurridos desde aquello/Que hizo a Neptuno maravillarse de la sombra de Argos./ Así mi mente, extasiada/Contemplaba absorta y sin moverse,/Y cada vez con mayor interés/Aquella luz en la que uno se transforma de tal manera/Que es imposible ya/Contemplar cualquier otra cosa,/Porque el bien, que es objeto de la voluntad,/Se halla todo en ella contenido,/Siendo imperfecto fuera de ella cuento en ella es perfecto./ Pero mi discurso no logrará expresar/ Ni siquiera lo que recuerdo todavía./Peor aún será para ello que la lengua de un niño de pecho./ Y no es porque hubiera más que una simple presencia/En la luz viva que estaba observando/Y que se mantiene siempre igual a sí misma; / Sino que a mi vista que se agudizaba a medida que miraba,/ Una sola apariencia cambiaba/A medida que yo mismo lo hacía./ En la profunda y clara sustancia de la sublime luz,/Tres círculos aparecieron ante mí/De tres colores y una sola dimensión;/ Uno parecía reflejarse en el otro/Como el iris refleja al iris, y el tercero parecía de fuego,/Exhalado por igual por los otros dos./ ¡Qué inadecuado es el lenguaje, y qué pobre/Para expresar mi concepto! Y aún llamarlo pobre/No basta para expresar lo que vi./ ¡Oh luz eterna que habitas en ti misma!/¡Sólo tu te abarcas, y sólo en ti misma comprendes/Y eres comprendida, amas y eres celebrada!/ El círculo que parecía originado en ti/Como luz reflejada,/Tras contemplarlo un tiempo/ Me pareció que contenía nuestra propia imagen/En su interior, con su idéntico color;/ Por lo que me dediqué a observarlo atentamente./ Como el geómetra que dedica todo su esfuerzo/A la medición del círculo, y no logra encontrar/Con sus cálculos el principio que busca,/ Así , me encontraba yo ante esta visión;/Quería encontrar cómo la imagen correspondía/ Al círculo, y cómo tenía allí su lugar. (El Paraíso XXXIII, 94-138).

NOTAS

[1] Sir John Woodroffe, en su obra explica que tanto la serpiente como los centros están íntimamente ligados con la palabra: “Kundalinī es Sabda-Brahman o la ‘Palabra’ (Vak) en los cuerpos, y en Su forma propia (Svarúpa) es la Consciencia Pura, y es todos los Poderes (Sarva-saktimayí)”. El poder serpentino, Kier, Buenos Aires, 1979, p. 20.

[2] En la misma obra, Woodroffe dice: “…deseo añadir que también algunos modernos escritores hindúes cooperaron en la difusión de nociones erróneas acerca de los Chakras, describiéndolos desde lo que es un mero punto de vista materialista o fisiológico. Obrar así no es un mero planteamiento erróneo del hecho sino una traición; pues la fisiología no conoce a los Chakras tal como existen en sí —es decir, como centros de la consciencia y de la actividad de Súksma Prána-váyu o fuerza vital sutil; aunque trata sobre el cuerpo burdo que se relaciona con aquéllos. Quienes apelan a la fisiología es probable que sólo logren una noción desajustada”; Ibídem p. 18.

https://www.arsgravis.com/el-despertar-de-la-kundalini/