UNA VIEJA HISTORIA
En el principio
solo existían los dioses, todo lo tenían que hacer ellos mismos, pero claro el
tiempo es lo que menos importaba. ¡Eran los dioses! Inmortales, pero
profundamente aburridos.
Un buen día se les
ocurrió una brillante idea. ¿Por qué no creamos, a un sirviente? ¿Acaso no
somos los dioses? Debatieron y hubo de todo en las diversas opiniones,
finalmente aprobaron la idea de crear un ser para su servicio. Cada dios le dio
una virtud, pero a la vez también le dieron sus defectos. Eso no importaba
mucho, total solo se trata de un ser para venerar a los dioses.
En efecto crearon a
un ser obediente, diligente y muy trabajador, pero con un periodo de vida muy
corto, por lo que decidieron hacer muchos, tantos como dioses y necesidades
tenían. Y todo parecía marchar bien.
De pronto estas
creaciones se preguntaron, ¿Por qué ellos solo tenían que ser sirvientes? ¿No
tenían acaso derecho a ser felices? La protesta fue tan grande que atrajo la
atención de los dioses.
El dios de la
sabiduría dijo: Demos al hombre la oportunidad de ser feliz, una motivación para
que trabaje más contento y por tanto más productivo. Un nuevo debate y las
diosas opinaron que debían darles compañeras, no solo para motivarles, sino
también para que puedan crecer en número y no distraigan el tiempo de los
dioses, para crear reemplazos cuando mueren o tener que enseñarles cada vez que
era necesario a las nuevas creaciones. Y así, les dieron parejas y todos con
renovado ánimo empezaron a trabajar con más entusiasmo que antes. Para
comunicarse crearon signos con sus manos hasta que lograron hablar, empezaron a
utilizar diferentes herramientas para hacer más ligero el trabajo y poder
dedicar más tiempos a sus dioses. Todo estaba bien, pero entonces surgió nuevamente
en el hombre otras interrogantes. ¿Por qué yo debo trabajar, si hay tantos que
lo hacen? ¿No será más fácil quitar a los otros?, así tendríamos más para darle
los dioses.
Empezaron unos a
robar a los otros, y cuando estos se opusieron, los golpeaban, y cuando esto no
fue suficiente, los mataban. Al inicio con remordimiento, pero pronto se
acostumbraron y les parecía natural robar, matar y aprovecharse de cuanto
obtenían. Pronto dejaron de preocuparse de sus familias, de sus esposas e
hijos, total no eran necesarios, los podían tomar de las aldeas que robaban y
sometían.
Un buen día el
líder de estos guerreros, dispuso atacar una aldea de hombres de apariencia
pacifica; pero grande fue la sorpresa cuando se dieron cuenta que eso no era así.
Estos no admitían ser robados, defendían sus pertenencias con todo lo que
disponían: hombres y mujeres luchaban, aún los niños. El intento por dominarlos
se hacía largo e hizo que las fuerzas invasoras se desmoralizaran y poco a poco
se iban diezmando. En uno de esos ataques se hizo la noche y por el fragor del
combate no se replegaban ninguno de los dos bandos. De pronto el líder se vio
rodado de tres aldeanos que estaban resueltos a terminar con su vida. Uno de
ellos se abalanzo y cuando la espada se hundió en su cuerpo, se abrazó con toda
su fuerza al guerrero y no permitió que lo sacara. El segundo ataco por el
costado para aprovechar la oportunidad, pero fue golpeado por el escudo,
entonces el tercero ataco por la espalda dispuesto a hundir su espada, pero
alguien se interpuso y recibió la mortal estocada; el guerrero aprovecho la
ocasión para sacar la espada hundida en el cuerpo de su víctima y de un certero
golpe mato al tercer atacante, mientras el otro huía. La noche era muy oscura y
no se podía distinguir mucho.
Con las primeras
luces del alba, vio que la batalla había sido encarnizada, había muchos muertos
los sobrevivientes de ambos bandos, se dispersaban lo más rápido que les era
posible. Entonces reparo que le debía la vida al valiente que había interpuesto
su cuerpo para que el no fuera muerto, busco el lugar y encontró los cuerpos de
sus dos atacantes muertos, y allí estaba el valiente que entrego su vida para
salvarlo. Se arrodillo y abrazo el cuerpo del valiente amigo y se puso a llorar.
Lo conocía desde muy pequeño, él lo había cuidado, alimentado y en ocasiones
jugaron. Cuando sus obligaciones de líder lo absorbían, se colocaba en un
rincón y permanecía en silencio, siempre alerta a la posibilidad de cualquier
traición, se alimentaba y conformaba con cualquier mendrugo, nunca escucho una
sola queja y ahora estaba allí muerto con su rostro tranquilo y la satisfacción
del deber cumplido.
El feroz guerrero,
llevo el cuerpo de su amigo a una loma y en el lugar más bello que hallo cavo
la tumba para su amigo, debajo de un frondoso árbol, como no tenía con que
dejar una huella de la tumba, clavo su espada en la cabecera de la tumba y
lloro, mientras tubo fuerza, ya que en la batalla había sido herido y lo que
parecía un leve corte lo había desangrado lento pero con resultado inexorable,
pero nada de eso le importó. Llego la noche fría y el continuo al pie de la
tumba, total también el moriría y era preferible al lado de su fiel amigo. Los
primeros rayos del sol le tocaron la piel, pero no parecía causar ningún
efecto, pues durante la noche había muerto.
De esa batalla muy
pocos se acordaron, con el tiempo se borró de la memoria, los nombres de todos
ellos, también se olvidaron de los dioses y de todos ellos solo quedaba vagos
recuerdos. Pasaron las estaciones y los años, los campos borraron todas las
huellas con la vegetación que allí crecía y nada quedo.
Un día de primavera,
un niño que jugaba por allí, mientras su familia descansaba de jalar y empujar
una tosca carreta, para continuar su viaje, encontró una espada clavada en el suelo, el
tiempo lo había hecho casi inútil, pero el mango tenía algunos gravados que
atraían la atención del niño, intento sacar la espada, pero no pudo, estaba
clavada profundamente y su fuerza era insuficiente. Fue presuroso donde su
padre y a insistencia de este fueron a la loma donde por muchos años ese viejo
árbol había crecido, siempre verde, y con el viento siempre alegre y juguetón,
pareciera que susurrara con el viento y cuando llovía evitaba que la lluvia
borrara definitivamente la tumba. El padre y su hijo al ver la espada en el
suelo lo extrajo, pero entonces reparo que allí algo o alguien estaba
enterrado. Era una vieja costumbre de los guerreros enterrar a sus muertos con
algunas joyas como presente para sus dioses cuando estos se presentaran ante
ellos y a juzgar por la espada se debía tratar de un gran guerrero. Se animó y
empezó a cavar la tumba, y grande fue su sorpresa, pues encontró en ella no los
restos de un hombre, sino la de un perro y junto a él un gran brillante de
color rojo. Fue tanta la curiosidad que indago en la comarca, si alguien aún se
acordaba de alguna referencia sobre esa tumba. Pero nadie se acordaba de ello.
Con la venta del brillante el campesino pudo comprar esas tierras y algunos animales.
En agradecimiento al suceso ocurrido al profanar la tumba, se establecieron
cerca de ella. Y la cuidaron no solo por el cambio de suerte en sus destinos,
sino porque eran hombres simples que amaban a los animales y creían que era una
buena señal.
Pasaron algunos
años y llego un jovencito preguntando donde había sido el lugar de una gran
batalla hace mucho tiempo, nadie se acordaba con exactitud donde había sido,
solo había vagas referencias del posible lugar. Fue por donde le indicaron y
efectivamente no había casi ningún rastro de ello, entonces alzo la vista a una
loma cercana, donde estaba un árbol frondoso y solitario, le pareció que era un
buen lugar para otear el horizonte y quizá le sirva para ubicar lo que buscaba.
Llego al lugar y lo que encontró fue una espada clavada en el suelo y una tumba
con algunas flores. Por la empuñadura de la espada supuso que allí estaba
enterrado un guerrero de la época de la batalla que el buscaba.
En la falda de la
loma había una casa modesta, pero bien cuidada, se dirigió allí y pregunto si
alguien sabía dónde se había realizado hace mucho una batalla. El campesino
tampoco lo sabía y solo le dio referencia que cuando hace mucho llego, encontró
una tumba marcada con una espada, pero que en ella solo encontró los restos de
un perro.
El jovencito no se
asombró que así fuera y le refirió que en esa batalla, hace mucho su abuelo se
había salvado de la muerte, cuando atacaron al líder de los guerreros invasores y que este había sido
golpeado con un escudo, cayendo al suelo y al ver como los dos aldeanos eran
liquidados por el feroz guerrero, huyo. Así mismo conto, que las familias se
fueron a otros lugares cada quién lo más lejos que le fue posible, temerosos de
la represalia de los guerreros, cuyo líder se había salvado porque su perro se cruzó
para salvarle la vida de una estocada que por la espalda, uno de los aldeanos
descargo. Quería saber que había sido del feroz guerrero que asolo esas zonas,
pero nadie dio razón y el forastero se marchó por el mismo camino por donde
vino, para contar a su familia que había cumplido con el juramento a su abuelo,
de terminar con el temor que por dos generaciones habían vivido.
El granjero reunió
a su familia y todos fueron a la tumba del leal amigo, que había entregado su
vida para salvar a su amo, sin importar nada, de aquel guerrero que ya nadie se
acordaba; pero ellos, que ahora conocían la nobleza del buen amigo, se
preocuparon por colocar siempre flores en esa tumba, al pie de un frondoso
árbol en la loma de un pueblo olvidado por los hombres y los dioses. Y así
quizás nació el viejísimo apelativo “del mejor amigo del hombre”. Siempre leal,
cariñoso, juguetón, no se resiente por más que les das maltrato; agradecido con
el afecto y la comida que le proporcionas y dispuesto a dar su vida si es
necesario sin pedir ni esperar nada a cambio.
HERBERT ORE B.
Tomado de la Revista Dialogo Entre Masones Marzo 2015
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