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miércoles, 29 de julio de 2020

La masonería en la emancipación de la américa española

La masonería en la emancipación de la américa española

independenciaPese a la existencia de una abundante bibliografía sobre la masonería española e hispanoamericana, el problema de la importancia de la Orden del Gran Arquitecto en el complejo proceso emancipador de la América continental española adolece aún de notables lagunas, graves errores y confusiones de diversa índole. Evidentemente, las características reservadas de la organización masónica, las propias condiciones sociales y políticas de la época objeto de estudio y, entre otros factores, la mitificación que rodea a las principales figuras de la lucha emancipadora son factores que entorpecen un conocimiento riguroso del papel de la masonería en tan destacado problema histórico, sobre todo si pretendemos profundizar en el debate acerca de la existencia de verdaderas logias masónicas o simples tertulias para la conspiración y, en consecuencia, nos vemos en la ineludible necesidad de diferenciar entre sociedades secretas, logias regulares o irregulares y entidades patrióticas, ilustradas e independentistas. En este sentido, historiadores solventes no han dudado en colocar, entre las causas fundamentales del proceso emancipador, los grandes cambios culturales determinados por la difusión del pensamiento ilustrado, “ideología cuya expresión latinoamericana más militante la constituirán las logias y sociedades secretas” (Gustavo y Hélène Beyhaut, 1986), que proliferan a medida que las posibilidades de viajar o leer en abundancia evidencian la decadencia de ciertas instituciones que son cuestionadas por el nuevo sistema de valores.

En esta línea de debate convendría diferenciar, además, entre la existencia, más o menos probada, de masones a título individual u organizados de manera rudimentaria y, desde luego, de auténticas logias masónicas que, según fuentes clásicas, se asientan en territorio hispanoamericano una vez iniciado el proceso emancipador o, en algunos casos, mucho tiempo después de consumada la independencia. Las fechas que se ofrecen para los distintos países son, aunque contradictorias en algunos casos, bastante significativas: Venezuela (1808 o 1809), Argentina (1814), Chile (1817), Colombia- Nueva Granada (1811 o 1827), Perú (1830), México (1840), Uruguay (1855), Paraguay (1889), Panamá (1907), Bolivia (1916) (Frau y Arus, 1962). Se indica, asimismo, que únicamente consta la presencia de algunas logias masónicas a finales del siglo XVIII y, por lo tanto, con anterioridad al movimiento emancipador en Cuba, Argentina, Nicaragua y Santo Domingo. El caso argentino, argumenta Ferrer Benimeli, es el más significativo. Sobre la logia Independencia, presuntamente fundada en 1795, la historiografía tradicional se limita a manifestar la posibilidad de su erección en tal fecha, sin ofrecer prueba documental o testimonial alguna, mientras que la famosa logia Lautaro, de clara significación patriótica en los anales porteños, fue erigida en 1812 (Ferrer Benimeli, 1980).

Resulta más creíble, empero, a juzgar por los datos disponibles, que los orígenes de la masonería hispanoamericana hay que situarlos en territorio insular, concretamente en Cuba y en Santo Domingo (República Dominicana-Haití), dos territorios cuya definitiva separación de la metrópoli española tardaría varias décadas en consumarse definitivamente. En el caso de Cuba, como se estudiará en entrada monográfica, en 1898, mientras que Santo Domingo, la parte española de la Isla, pasará, durante el primer lustro de la década de 1860 nuevamente a manos españolas, tras un largo ensayo de ruptura y de profunda inestabilidad interior durante la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, resulta bastante irónico, especialmente para los defensores de la tesis complotista y del papel singular de la masonería en el proceso emancipador latinoamericano, que siendo estos dos territorios antillanos los primeros en contar con logias masónicas constituidas de forma estable, sean también, precisamente, los que, junto a Puerto Rico, permanezcan más tiempo bajo tutela colonial. Parece lógico presuponer, por consiguiente, que sólo en determinados países y, sobre todo, en circunstancias singulares la Orden del Gran Arquitecto o, mejor dicho, determinados miembros de la masonería pudieron jugar, en calidad de masones y no sólo como patriotas, cierto papel en el gran momento histórico que estaba viviendo la América del Sur.

En lo tocante a Santo Domingo-Haití, según Juan Francisco Sánchez, fue el francés Etienne Morin el fundador, el 26 de octubre de 1764, de la primera logia del Rito Escocés en la América Latina, la Parfaite Harmonie de Puerto Príncipe. En 1795, por el Tratado de Basilea, la Isla pasó a manos de Francia y, en 1803, el gobernador, general Louis Ferrand, organizó, bajo obediencia francesa, la primera logia en territorio propiamente dominicano, La Fraternité, situada en la capital, Santo Domingo, y cuyo templo o centro de reunión se ubicaba, al parecer, frente a la iglesia de Altagracia. Tras el denominado “Grito de Juan Sánchez Ramírez”, los franceses fueron vencidos y abandonaron la Isla. Posteriormente, entre 1819 y 1821, Santo Domingo, de nuevo bajo dominio español, contará, según el historiador antes mencionado, con la logia Philantropia, erigida mediante las gestiones del gobernador y capitán general Pascual Real, y en cuyo seno figurarán prominentes personalidades dominicanas, así como numerosos sacerdotes. El 30 de noviembre de 1821, una nueva insurrección, el denominado “Grito de Núñez de Cáceres” genera una intensa inestabilidad que culminará, a principios de 1822, con la invasión de Boyer y la definitiva extinción de la masonería española. Entre este último año y hasta principios de la década de 1840 se erigen numerosas logias y organismos masónicos bajo obediencia haitiana, hasta que el grito de independencia con relación a Haití, en 1844, da lugar a una etapa de honda inestabilidad política y masónica, y a la acción de Jean Hipolite Fresnel para restaurar la masonería en la parte oriental de la Isla, contando con la oposición de dirigentes como Santana que desembocó en la práctica disolución de la Orden del Gran Arquitecto en Santo Domingo hasta bien avanzada la década de 1850. El 16 de febrero de 1861, finalmente, se constituyó el Supremo Consejo del Grado 33 para la República Dominicana, siendo elegido Gran Comendador don Tomás Bobadilla, pero un mes más tarde el país fue anexado a España, por lo que la masonería comenzó a ser perseguida, entrando en receso de sus trabajos hasta la retirada de España en 1865, y volviendo a organizarse a partir de entonces hasta nuestra época (Juan Francisco Sánchez, 1948). La República Dominicana, pues, parece constituir un buen ejemplo de la escasa influencia de la masonería no sólo en el devenir de la historia política del país, sino, en particular, a la hora de establecer criterios básicos de madurez política que permitieran una mínima consolidación de la obra libertadora que, en el caso de la América continental española y, en concreto, de Venezuela adquirió los dramáticos epígonos de una guerra fratricida.

Es frecuente, sin embargo, que la historiografía masónica (esto es, escrita por masones como tales), conceda una especial preponderancia a la Orden del Gran Arquitecto en la labor de organización previa de las tareas independentistas, en los trabajos de concienciación en favor de la causa y, especialmente, en los intentos fallidos de concitar movimientos de carácter republicano. La influencia de la Revolución Francesa en territorio venezolano ha sido asociada, con frecuencia, a la labor “masónica” de distintos elementos como Simón Rodríguez, José María España y Manuel Gual que, desde 1793, se reunían para leer las obras de Rousseau y para discutir diferentes capítulos de la Enciclopedia, y ello a pesar de que los propios contemporáneos y protagonistas, al referirse a sus actividades, parecen definirlas, sin duda, como de simple carácter conspirador, sin hacer referencia expresa a la masonería, tal como manifestó, tras el fracaso del complot republicano e independentista de 1797, el propio Simón Rodríguez desde el exilio. “Yo era presidente de una junta secreta de conspiradores. Denunciados por un traidor y hechos blanco de las iras del Capitán General, logré sustraerme a las persecuciones y a la muerte, porque ya embarcado en el puerto de La Guaira en un buque norteamericano, y antes de darnos a la vela, supe que muchos de mis compañeros habían sido pasados por las armas sin juicio previo y sin capilla”. Naturalmente, en aquellas circunstancias, la oligarquía mantuana de Caracas y La Guaira no estaba dispuesta a participar en la aventura revolucionaria, entre otras cuestiones porque, como confesaron sus integrantes en delegación solícita ante el Capitán General y máximo representante de la metrópoli, no podían apoyar un plan infame y detestable que “trataba de destruir la jerarquía social”. Pocos años más tarde, sin embargo, tras el vacío de poder generado en España por la invasión napoleónica, la abdicación de Bayona y el dominio casi total de la Península Ibérica por los franceses, las clases dominantes venezolanas no dudaron en marchar hacia delante sin mirar atrás, tratando de conservar en sus manos los resortes de la influencia y del poder.

Las primeras logias venezolanas, país en verdad pionero, pese a todo, a la hora de emprender la gesta emancipadora hispanoamericana, se fundaron a partir de 1808. Al parecer, la primera logia “regular” erigida en territorio venezolano fue San Juan de la Margarita, en el pueblo de Pampatar y dependiente, según se afirma, de una logia de la capital de España, que, no obstante, abatió columnas en 1815, cuando Margarita fue invadida por el general Pablo Morillo al mando de un fuerte contingente realista, aunque se reorganizó, al parecer, tras la consecución de la independencia. Además, la segunda logia fundada en Venezuela se erigió en Cumaná a comienzos de 1810, gracias a las gestiones de un enviado especial de la Gran Logia de Maryland (Estados Unidos). Este taller funcionó con el nombre de Perfecta Armonía y permaneció bajo la misma jurisdicción hasta 1823. En 1812, por su parte, levantó columnas en Barcelona (Estado Anzoátegui) la logia Protectora de las Virtudes, contando con la presencia de ilustres masones venezolanos, entre los que se menciona a varios generales.

En lo tocante al papel de la masonería en relación con la gesta independentista grancolombiana, refiere entre otras cuestiones H. Castellón que, a finales de 1814, se instaló en el puerto de Carúpano una logia masónica con el nombre de Patria, que según parece fue fundada por el norteamericano Charles Mac Turner, capitán del bergantín “Patria”, en colaboración con su socio el margariteño Ramón Maneiro, y que en poco tiempo reunió a lo más granado de la sociedad local favorable a la independencia. Esta logia fue brutalmente destruida, al año siguiente, por el brigadier realista nacido en Gran Canaria, Francisco Tomás Morales. A finales de 1823, según el mencionado autor, cuando el general José Antonio Páez, “masón grado 33, proclamó solemnemente que ya estaba asegurada la paz y libertad de Venezuela, funcionaban en el país dieciocho logias”, que bajo la dirección de Diego Bautista Urbaneja decidieron la fundación, en Caracas, de la Gran Logia de la Gran Colombia, como organismo matríz de la masonería grancolombiana, cuya instalación tuvo lugar en la capital venezolana el 24 de junio de 1824, contando con la presencia de José Cerneau, alto comisionado de la masonería norteamericana. Tras diversos avatares, entre los que cabe mencionar algunos momentos de decadencia, los representantes de los talleres venezolanos se reunieron en asamblea en 1838, procediéndose a la instalación de una nueva central masónica con el nombre de Gran Logia de Venezuela (Hello Castellón, 1985).

La presencia de los próceres de la independencia en el seno de la masonería hispanoamericana constituye, por su parte, un tema de intenso debate. Como ha sido señalado, un caso concreto lo encontramos en la célebre logia Lautaro de Buenos Aires, ya mencionada, que no era una logia masónica sino una sociedad secreta de carácter político, y que estaba en relación con la Gran Reunión Americana, establecida por Miranda en Londres, y que tampoco parece asimilarse a una logia masónica. Al tratar el problema de la participación de José de San Martín en la citada logia bonaerense, diversos autores mantienen que el general argentino no era masón, mientras que otros indican que, en Bélgica, fue distinguido por la logia La Parfaite Amitié. El problema adquiere una mayor complejidad no sólo por la existencia de una amplia literatura francamente contradictoria, sino por el hecho de que diversos prohombres de la independencia, entre ellos el propio Simón Bolívar, promulgaron leyes que, de manera más o menos directa, atacaban los intereses de la Orden del Gran Arquitecto. Se cita, en este sentido, el decreto de prohibición de las sociedades secretas dado por Bolívar en Bogotá el 8 de noviembre de 1828, en el que fueron anatematizadas “todas las sociedades o confraternidades secretas, sea cual fuere la denominación de cada una”, un decreto que, como ha subrayado Ferrer Benimeli, recuerda bastante un edicto del arzobispo de Granada, publicado en 1827, donde se aludía a la Bula de León XII sobre la prohibición y condena de “toda secta o sociedad clandestina, cualquiera que sea su denominación” y que coincide, a la hora de definir el concepto de sociedad secreta, con el mencionado decreto del Libertador (Ferrer Benimeli, 1980).

Nada tiene de extraño, sin embargo, que en determinadas circunstancias históricas y en los denominados países latinos, por contraposición al área anglosajona, las logias muestren cierta tendencia a ocupar el espacio de sociabilidad que las organizaciones políticas de carácter embrionario no podían asumir a plenitud, precisamente por su arcaísmo. En estas circunstancias el factor de conspiración revolucionaria y romántica parece adquirir plena justificación, por cuanto, además, es difícil sustraerse, dado el carácter reservado y discreto de la masonería, a la tentación de utilizarla como infraestructura organizativa de la revuelta. En este sentido, el debate sobre los grandes ideales de la emancipación, que parecería superior a cualquier creencia o principio establecido por normas de carácter interno, y la influencia, en numerosas ocasiones, de masones ingleses y norteamericanos, presuntos depositarios de la máxima regularidad masónica, a la hora de erigir talleres en América Latina, como forma de resistencia ideológica y cultural frente a las viejas instituciones, y como modelos alternativos de convivencia democrática, parecen ser, entre otros, algunos de los factores explicativos de la tan divulgada -curiosamente por masones y antimasones, aunque con objetivos bien distintos como es lógico-, implicación de la masonería en las luchas por la Independencia.

No deja de llamar la atención, con todo, que aquellos territorios pioneros -en el área propiamente hispanoamericana-, en la implantación de la masonería, como fueron Santo Domingo y, en especial, la isla de Cuba, sean los dos países que, aparte de Puerto Rico como antes decíamos, más tiempo estuvieron bajo tutela española en América. Podría argumentarse, desde luego, la existencia de particularidades específicas, como por ejemplo su propio carácter insular, su cercanía a los Estados Unidos, las ambiciones geoestratégicos de este país y los propios intereses de las clases dominantes locales, beneficiadas en el caso de Cuba por una legislación real sumamente tolerante en cuestiones económicas, etc. Pero este mismo análisis nos llevaría a señalar que, a escala continental, es difícil afirmar que haya existido una acción coherente y mucho menos generalizada de la masonería en el proceso emancipador latinoamericano. Han sido las circunstancias de cada país y, es más, la actividad en numerosas ocasiones a título individual de algunos masones, lo que ha dado pie a la leyenda de la implicación de la Orden del Gran Arquitecto en las causas primarias y, según numerosos autores, en los principales avatares del proceso independentista tras dos siglos de iniciadas las primeras intentonas de insurrección. En muchos aspectos, pues, la verdadera historia de la masonería en relación con la emancipación de la América continental española sigue siendo un enigma.

Manuel de Paz-Sánchez

Bibliografía:

  • BEYHAUT, Gustavo y Hélène: América Latina. III. De la independencia a la segunda guerra mundial, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1986.
  • CASTELLÓN, Hello: Guía histórica de la masonería venezolana, Ed. Lito-Jet C.A., Caracas, 1985.
  • DOMÍNGUEZ, Jorge I.: Insurrección o lealtad. La desintegración del Imperio español en América, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
  • FERRER BENIMELI, José A.: Masonería española contemporánea. Vol. 11808-1868, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1980.
  • FRAU, Lorenzo y ARUS, Rosendo: Diccionario enciclopédico de la masonería, Ed. Kier, Buenos Aires, 1962, 3 vols.
  • SÁNCHEZ, Juan Francisco: Historia sintética de la masonería dominicana, Ed. Montalvo, Ciudad Trujillo (Santo Domingo), 1948.

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