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domingo, 30 de agosto de 2020

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (8 de 8)

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (8 de 8)
HERBERT ORE BELSUZARRI

El 10 de enero de 1822 el General San Martín, y su Ministro de Estado Bernardo de Monteagudo, firmaron el decreto que dio vida a la Sociedad Patriótica de Lima, institución que se creaba, al menos oficialmente, con la finalidad de promover el desarrollo de las luces en el Perú. 

Según sus creadores, este establecimiento se creaba considerando la importancia de la ilustración pública, cuya propagación era una obligación ineludible de los gobiernos. Se marcaba así una profunda diferencia con el régimen monarquista que acababa de ser expulsado, el que al actuar en un sentido contrario había observado una conducta criminal hacia la humanidad. El mismo decreto fundacional decía: “La ignorancia general en que el gobierno español ha mantenido a la América ha sido un tremendo acto de tiranía, que exige todo el poder actual que tiene la filosofía del mundo, para obligar a los americanos a no ver con ojos de furor a los que han sido autores y cómplices de un delito, que ataca los intereses de toda la familia humana”. Interesante es destacar que este argumento de la ignorancia política también aparece en la presa chilena de la Patria Vieja, e incluso en la Gaceta del Gobierno, publicada durante la restauración de la monarquía. En la primera se destacaba la idea de que se había mantenido al pueblo en la ignorancia para facilitar su dominación, y en la segunda que era esa falta de conocimientos lo que había facilitado la propagación de las ideas de revolución. 

El objetivo declarado de la Sociedad era “discutir todas las cuestiones que tengan un influjo directo o indirecto sobre el bien público, sea en materias políticas, económicas o científicas, sin otra restricción que la de no atacar las leyes fundamentales del país, o el honor de algún ciudadano”. En otras palabras, vendría a ser una suerte de cenáculo donde se discutiría sobre determinadas materias que “puedan influir en la mejora de nuestras instituciones”, y que se reuniría bajo “la especial protección del gobierno”. ¿Significaba esto último que el gobierno influiría en las discusiones de la Sociedad? Los mismos artículos del decreto dan una respuesta afirmativa. Así, el tercero de ellos determina que “El Presidente nato de la Sociedad Patriótica de Lima será el Ministro de Estado”, mientras que el siguiente disponía que, además, la Sociedad contaría con un vicepresidente, cuatro censores, un secretario, un contador y un tesorero, los que serían elegidos “a pluralidad de votos por la misma sociedad, y estarán aprobados por el Presidente de ella”, agregando que sus funciones serían determinadas en un Reglamento que sería redactado por el Presidente, el vicepresidente, los censores y el Secretario. 

Entre los miembros fundadores destacan los tres ministros de San Martín, es decir, Bernardo de Monteagudo (Estado), Tomás Guido (Guerra) e Hipólito Unanue (Hacienda), a quienes se unían el conde de Valle-Oselle, el de Casa Saavedra, Pedro Manuel Escobar, Antonio Álvarez del Villar, José Gregorio Palacios, el conde del Villar de Fuente, Diego Altaga, el Conde de Torre-Velarde, José Boqui, Dionsio Vizcarra, José de la Riva Agüero, Matías Maestro, José Morales y Ugalde, José Cavero y Salazar, Manuel Pérez de Tudela, Mariano Saravia, Mariano Alejo de Álvarez, Francisco Valdivieso, Fernando López Aldana, Toribio Rodríguez Mendoza, Javier de Luna Pizarro, José Salía, José Ignacio Moreno, José Gregorio Paredes, Miguel Tafur, Mariano Arce, Pedro José Méndez Lachica, Joaquín Paredes, Mariano Aguirre, Ignacio Antonio de Alcázar, José Arriz, Salvador Castro, Juan Berindoaga, Francisco Moreira Matute, Félix Devoti, Francisco Mariátegui y Eduardo Carrasco. 

El 22 de febrero se realizó la primera reunión en la que se decidió editar un periódico, El Sol del Perú, y se fijaron las materias sobre las que versarían las lucubraciones y discusiones de los miembros, las que a propuesta de Monteagudo serían tres: “Cuál es la forma de gobierno más adaptado al estado peruano, según su extensión, población, costumbres y grado que ocupa en la escala de la civilización”, “Ensayo sobre las causas que han retardado en Lima la revolución, comprobadas por los sucesos posteriores” y “Ensayo sobre la necesidad de mantener el orden público para terminar la guerra y perpetuar la paz”. 

La elección de esos temas por la Sociedad, o más bien dicho por Monteagudo, no parece hecha al azar, pues desde su permanencia en Buenos Aires, primero, y en Santiago, después, éste venía insistiendo en la necesidad de observar un procedimiento cauteloso para la instalación de nuevos gobiernos y para el reconocimiento de las libertades de los ciudadanos, lo que de no observarse podría derivar en una situación caracterizada por la anarquía. Por ello urgía a lograr la consolidación de la independencia y luego dar forma más o menos definitiva a los nuevos gobiernos. 

La Sociedad Patriótica de Buenos Aires tenía, entonces, las mismas finalidades que la que posteriormente crearía en Lima, al menos en el plano formal. 

Para Monteagudo las reglas a seguir debían acomodarse a las circunstancias, y estas eran claras: el voto de los pueblos ya se había pronunciado por la independencia, la que se debía declarar y publicar. En cuanto al gobierno, éste debía recaer en “un dictador que responda de nuestra libertad, obrando con la plenitud del poder que exijan las circunstancias y sin más restricción que la que convenga al principal interés”. 

A su juicio era altamente conveniente distinguir dos situaciones. Una cosa era proclamar la independencia, otra distinta dictar una Constitución que la sostuviera. Para lo primero ya existía y constaba el voto favorable de los pueblos, pero no para lo segundo. Por lo tanto no se podía establecer aún una carta fundamental: “para eso es necesaria la concurrencia de todos por delegados suficientemente instruidos de la voluntad particular de cada uno [de los pueblos] y el solo conato de usurparles esta prerrogativa sería un crimen”. La concentración del poder en un solo ciudadano era necesaria para lograr definitivamente la independencia y, por lo tanto, el dictador que fuese nombrado no tendría “otro término a sus facultades que la independencia de la patria”. Agregaba Monteagudo que bien sabía que este tipo de gobierno podría acercarse al despotismo, pero manifestaba su creencia en la natural bondad del ser humano: “a nadie se le ocultará que las más de las veces el hombre es bueno, porque no puede ser malo aunque podría suceder que pusiésemos nuestro destino en manos de un ambicioso”, pero esto sería evitado por el pueblo por su temor a verse oprimido por la tiranía. 

Para Monteagudo existía un objetivo fundamental: concluir la guerra contra los realistas. A él debían consagrarse todos los esfuerzos, y el establecimiento prematuro de la libertad política, según la experiencia lo había demostrado, sólo había redundado en beneficio del enemigo. 

En la edición de Los Andes Libres del 3 de noviembre siguiente, Monteagudo insistió en la necesidad de vencer en la guerra para luego definir la forma de gobierno. Esto último había sido “la manzana de oro, arrojada por la discordia para animar las disensiones: ¡ojalá que la decisión inoportuna de este negocio no nos traiga tan malos efectos, como los que experimentaron los troyanos, cuando el pastor del monte Ida decidió la contienda entre las diosas […] Habría bastado conocer a fondo lo que importa esta idea solemne de Constitución Política, para no pensar en su forma, mientras no exista el sujeto que debe recibirla”. 

Los gobiernos que se habían conformado no podían, a su juicio, tener más obligaciones que las que se derivaban del objetivo de su institución: “salvar al país, dirigir la guerra contra los españoles, y ponernos en aptitud de constituir un estado monárquico o republicano, según dicte la experiencia”. 

Las ideas de Monteagudo ya habían sido comprendidas por el recién organizado gobierno del Perú, del cual él formaba parte. El general San Martín no dictó una Constitución, sino que un Reglamento (12 de febrero 1821) y luego promulgaría un Estatuto Provisional (8 de octubre). En el preámbulo de ambos textos se insistía en la idea de la provisionalidad de ellos, mientras se creaban las bases sólidas sobre las que en el futuro se asentaría una constitución definitiva, lo que las circunstancias actuales obligaban a diferir hasta tanto no se consolidara la independencia completa del territorio peruano. 

La influencia de Monteagudo en la Sociedad Patriótica fue total. Para comprobar esto basta con señalar que el periódico de ella, es decir, El Sol del Perú, se publicó hasta el día 27 de junio de 1822, es decir, 2 días después de su alejamiento –involuntario, por cierto— de su cargo ministerial. Otra prueba de ello es factible hallarla en la existencia de dos ediciones que están signadas con el número 4, una del 4 de abril de 1822 y la segunda del día 12 siguiente. ¿Qué ocurrió? Nada más simple que la censura de la primera de ellas por parte del influyente ministro del Protector, pues contrariamente a las ideas que él sostenía, en sus páginas se había dado cabida a la Memoria que a la Sociedad había presentado Manuel Pérez de Tudela el 8 de marzo pasado, en la que propiciaba el establecimiento de un gobierno republicano en el Perú. 

Durante el periódo que duró el Protectorado de José de San Martín en Lima, hubo un sistemático esfuerzo por instalar un gobierno monárquico en el Perú, bajo la figura de un príncipe europeo. Frente a tal despliegue, se formó un frente liberal-republicano, encabezado por José Faustino Sánchez Carrión, distinguido masón, conocido como el “Solitario de Sayán”, quien, desde unas cartas firmadas con ese seudónimo, se opuso firmemente a los planes del Libertador argentino y sus más cercanos colaboradores. Para Sánchez Carrión, la monarquía era contraria a la dignidad del hombre: no formaba ciudadanos sino súbditos, es decir, personas cuyo destino está a merced de la voluntad de un solo hombre, el Rey. Sólo el sistema republicano podía garantizar el imperio de la ley y la libertad del individuo. Reconocía que la república era un riesgo, pero había que asumirlo. 

El Reportero de la Historia: José Faustino Sánchez Carrión
José Faustino Sánchez Carrión. 

Faustino se encontraba en Sayan cuando San Martín proclamó la independencia y fundó la Sociedad Patriótica, que tenía como objetivo promover la monarquía como la salida más eficaz a las condiciones de la población del país. Fue en ese contexto que escribió una serie de cartas en las que argumentó su rechazo a tal proyecto. En una de sus misivas afirmó: “Un trono en el Perú sería acaso más despótico que en Asia, y asentada la paz se disputarían los mandatarios la palma de la tiranía”. Su diferencia con los monárquicos es que mientras éstos pensaban que el tipo de gobierno debía adaptarse a las circunstancias, el “Solitario de Sayán” sostenía que debía orientarse en cambio a neutralizarlas y combatirlas. En otras palabras, el viejo debate entre la concepción de la política como “resultado” de una sociedad o como “instrumento” de transformación de la misma. Asimismo, ironizaba del principio que los países de gran territorio se gobernaban mejor con reyes: “¿tan grandes son los reyes que necesitan tanto espacio?” Según este tribuno republicano, en un territorio extenso el monarca apenas se enteraba de los que pasaba en el interior y el poder efectivo, en realidad, lo tenía un enjambre de burócratas intermedios. También rebatió el criterio de los monárquicos en el sentido de que la mayoría de peruanos carecía de ilustración para un gobierno liberal-republicano: “Qué desgraciados somos los peruanos! Después de pocos, malos y tontos”. Respondió diciendo que “nadie se engaña en negocio propio” y que la religión y la cultura de la ilustración atemperaban la ignorancia. Finalmente, su radical alegato colocaba como referencia lo que ocurría, en esos años, en la América meridional: si ya la Gran Colombia, el Río de la Plata o Chile parecían encaminarse al sistema republicano, ¿para qué desatar recelos en los vecinos? "No infundamos desconfianza, y vaya a creerse, que procuramos atentar con el tiempo su independencia; antes sí, manifestemos, que en todo somos perfectamente iguales, y que habiendo levantado el grito contra un rey, aún la memoria de este nombre nos autoriza. Verdaderamente, que con sólo pensarlo, ya oyen de nuevo los peruanos el ronco son de las cadenas que acaban de romper". 

Su férrea oposición le valió un odio profundo de Bernardo de Monteagudo, el ministro monárquico de San Martín. Pero el “Solitario de Sayán”, en realidad, no estaba solo. Sus ideas eran también compartidas por Toribio Rodríguez de Mendoza, Francisco Javier de Luna Pizarro, Manuel Pérez de Tudela y Mariano José de Arce, entre otros. Ellos también desplegaron toda una retórica en favor de la república y sus ideas quedaron expuestas en el periódico La Abeja Republicana; también fue colaborador de El Correo Mercantil y El Tribuno de la República Peruana. 

Sánchez Carrión formó parte, como diputado por Trujillo, del primer congreso peruano y fue uno de los inspiradores de la Constitución liberal de 1823. Como constituyente, se opuso a la designación de la Junta Gubernativa porque confundía los poderes públicos y propuso que se comprometiera a Bolívar la continuación de la guerra contra los realistas, en vista de los reveses militares y el caos político. Por ello, en junio de 1823, viajó con el poeta José Joaquín Olmedo a Guayaquil a invitar a Bolívar a venir al Perú. Bolívar le confió, en marzo de 1824, la Secretaría General de los Negocios de la República Peruana y, en tal virtud, fue su acompañante en la triunfal marcha hacia Lima. En ese contexto, tuvo el privilegio de cursar las invitaciones a los países americanos para la celebración del Congreso de Panamá. En una carta a Sucre, Bolívar lo describió así: “El señor Carrión tiene talento, probidad y un patriotismo sin límites”. Por todo ello, se ganó su confianza y lo nombró en el consejo de gobierno, junto a Hipólito Unanue y José de la Mar, y ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, en 1825, cuando se retiró del Perú. 

En su defensa se ha dicho que no se equivocó, pues tras su partida y especialmente, tras la partida de Bolívar unos años después, los caudillos militares desataron un gran caos político en casi toda Hispanoamérica, para satisfacer sus ansias de poder. Caos que en el caso peruano duró todo el siglo XIX, con ciertas repercusiones en el siglo XX. 

Como fuera, los hombres grandes son siempre materia de ataques y defensas, pero lo que nadie puede negar es la importancia que tuvieron. 

BIBLIOGRAFIA. 

-“Aproximación a la historiografía de la masonería latinoamericana”, José Antonio Ferrer Benimeli, 2012 

Revista de Estudios Históricos de la Masonería, REHMLAC, Universidad de Costa Rica. https://www.academia.edu/4632239/_Aproximacion_a_la_historiografia_de_la_masoneria_latinoamericana_ 

-"Biografía del General (sic) San Martín". Ricardo Gual í Jaen (Juan García del Río). 1823, Imprenta de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. 

-“Conozca cómo paso el libertador San Martín sus días en el Perú”. Jorge Paredes Laos. Lima 2010, El Comercio, 06 de junio 2010. http://elcomercio.pe/lima/sucesos/conozca-como-paso-sus-dias-peru-libertador-san-martin-noticia-490613 

-"El General y la fiebre" Film argentino del director Jorge Coscia. Argentina. 1989 

-"Historia del levantamiento, guerra y revolución de España". Conde de Toreno Imprenta de Don Tomás Jordán. Madrid 1835. 

-"Historia del Libertador don José de San Martín". José Pacífico Otero. Círculo Militar. Buenos Aires. 1978 

-"San Martín en el ejército español en la península".  Adolfo S. Espíndola. Buenos Aires. 1972 

-"Vida española del general San Martín" Capítulo: "Los cuatro hermanos fueron militares" por Marcial Infante. Capítulo: "San Martín en Cádiz, camino de América" por José Pettenghi. Instituto Español Sanmartiniano 1994. 

-“La Cobardía del Libertador”. José María Deira, marzo 2013 http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-cobardia-del-libertador.html 

-“La Masonería en el Perú”. Herbert Oré Belsuzarri, 2012 http://es.scribd.com/doc/55143082/Herbert-Ore-La-Masoneria-en-El-Peru 

-“La propaganda monarquista en el gobierno de San Martín en el Perú. La Sociedad Patriótica de Lima”. Cristian Guerrero Lira, 2006. Revista de Estudios Históricos, Volumen 3, Nº 1. Agosto de 2006. http://www.estudioshistoricos.uchile.cl/CDA/est_hist_simple/0,1474,SCID%253D18818%2526ISID%253D650%2526PRT%253D18817,00.html

sábado, 29 de agosto de 2020

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (7 de 8)

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (7 de 8)
HERBERT ORE BELSUZARRI

En la entrevista entre La Serna y San Martín. Acompañaban al virrey, el general José de la Mar y los brigadieres José de Canterac y Juan Antonio Monet. Por su parte, San Martín estaba acompañado por el general Gregorio de las Heras, Mariano Necochea y Diego Paroissiens. Según testigos presenciales, San Martín, no bien reconoció a La Serna, lo abrazó cordialmente, diciéndole: “Venga acá, mi viejo General; están cumplidos mis deseos, porque uno y otro podemos hacer la felicidad de este país”. En esta reunión dialogaron los masones españoles y los masones expedicionarios que son: La Serna, José de la Mar, José de Canterac, San Martín, Mariano Necochea y otros. 

Mucho se ha especulado sobre la respuesta. Basándose en la interpretación de distintas fuentes, diferentes historiadores concuerdan que San Martín buscaba la implantación de una monarquía, pero no absolutista; sería una monarquía constitucional, donde además de una Constitución Política donde figuren todos los derechos y deberes de los ciudadanos, exista un Congreso, cuyos representantes sean elegidos para legislar en beneficio del pueblo, evitando así la concentración de poderes en el gobernante, el cual sería escogido por el mismo San Martín entre algún príncipe español de la casa de Borbón.. Esta monarquía agruparía además en un solo gran reino a los países que había independizado y al resto de Hispanoamérica, desde México hasta El extremo sur de Argentina y Chile. 

Por otro lado, mientras San Martín se encuentre en Europa buscando al candidato ideal para ser el nuevo Rey de Hispanoamérica, el virreinato peruano quedaría bajo el mando de un Consejo de Regencia encabezado por el virrey La Serna, que formaría un Triunvirato junto a dos delegados, uno realista y otro patriota. Las decisiones serían tomadas en conjunto por los tres; de quienes dependería además el ejército libertador. 

Tales planteamientos no tuvieron éxito, pues no solo el virrey los rechazó, sino también los gobiernos de los países que ansiaba unir y que no vieron con buenos ojos renunciar a la independencia que con tanto esfuerzo habían conseguido para unirse en un solo país, gobernado además por un rey. ¿Habían luchado tanto contra la monarquía para aceptar ahora una aunque sea independiente de España? 

¿Se podría considerar esta proposición como la expresión del deseo de San Martín? Porque, en el manifiesto que San Martín dirigiera después de estas negociaciones, señalaba claramente que “el día que el Perú pronuncie libremente su voluntad sobre la forma de las instituciones que deben regirlo, cualesquiera que ellas sean, cesarán de hecho mis funciones”. Esta expresión, no puede ser más clara: los peruanos serían quienes optarían por su sistema político, independientemente de los deseos de San Martín. Esto guarda concordancia con la propaganda que posteriormente se utilizó para expresar la conveniencia del establecimiento de una monarquía constitucional: pudiendo, tras haber asumido como Protector del Perú, haber impuesto una monarquía, optó por abrir el paso a mecanismos que legitimarían ese sistema. 

Sin contrariar lo anterior, y con la finalidad de “preparar los elementos de la reforma universal” que se avecindaba, el 12 de febrero de 1821 San Martín rubricó un Reglamento Provisional que fijaba las bases elementales de la organización de los territorios ya dominados por las armas revolucionarias. En la parte explicativa del texto aclaraba que la finalidad de la guerra era “la mejora” de las instituciones, objetivo que debía lograrse sin precipitación, pero sin que esto implicara que se dejaran “intactos los abusos” del sistema monárquico español. Las circunstancias y la “gran ley de la necesidad” lo impulsaban a iniciar la obra “que el tiempo consolidará más adelante”. 

Si había algo claro, a juzgar por los testimonios expuestos, era que se dejaría sin existencia a la monarquía española. Agreguemos dos antecedentes más. El primero es una proclama que O’Higgins dirigió a los peruanos, y que fue llevada por la misma fuerza expedicionaria. En ella el Director Supremo decía: “seréis libres e independientes, constituiréis vuestros gobiernos y vuestras leyes por la única y espontánea voluntad de vuestros representantes, ninguna influencia militar o civil, directa o indirectamente tendrán estos hermanos en vuestras decisiones”. El segundo proviene de las memorias de Juan Isidro Quesada, un militar trasandino que formó parte de las tropas que entraron en Lima una vez que la ciudad fue evacuada por los realistas. Cuenta Quesada que el 10 de julio su regimiento acudió a saludar a San Martín, quien les dijo: “he hecho bajar al batallón Nº 8 a la capital para que la juventud delicada que tengo en mi presencia forme la opinión de este país, que se halla tan impregnada de viejas costumbres de aristocracia y por medio de ustedes, principiar a hacer olvidar éstas y fomentar las de nuestro sistema demócrata”. 

San Martín ya había expresado a Basil Hall su prescindencia en cuanto al sistema que el Perú debía adoptar. Según el testimonio de Hall, en una entrevista sostenida con el general, éste habría expresado que “en los últimos diez años […] he estado ocupado constantemente contra los españoles, o mejor dicho, a favor de este país, porque yo no estoy contra nadie que no sea hostil a la causa de la independencia. Todo mi deseo es que este país se maneje por sí mismo, y solamente por sí mismo. En cuanto a la manera en que ha de gobernarse no me concierne en absoluto. Me propongo únicamente dar al pueblo los medios de declararse independiente y de establecer una forma de gobierno adecuada; y verificado esto consideraré haber hecho bastante y me alejaré”. 

Hall agrega parte de un bando de San Martín publicado alrededor del 20 de julio del mismo año 1821 en el que se puede leer: “todo pueblo civilizado está en estado de ser libre; pero el grado de libertad [de] que un país goce debe estar en proporción exacta al grado de civilización; si el primero excede al último, no hay poder para salvarlo de la anarquía; y si sucede lo contrario, que el grado de civilización vaya más allá del monto de libertad que el pueblo posea la opresión es la consecuencia”. Si bien este último párrafo introduce un nuevo elemento en las consideraciones de San Martín, el equilibrio entre libertad y civilización, o si se prefiere “cultura cívica”, de ningún modo viene a alterar la esencia de lo ya planteado, pues sólo se trata de la expresión de un principio fundamental que en ningún caso dice relación con una opción por tal o cual sistema político. 

Así las cosas, hasta julio de 1821 para San Martín resultaba claro, al menos según los textos que hemos visto, que los peruanos eran los llamados a definir la forma que adoptarían para su gobierno, lo que incluso no se alteraría al momento de asumir como Protector del Perú el 3 de agosto siguiente, si atendemos al tenor literal del correspondiente decreto. En él señaló que al haber asumido la tarea de liberar al Perú sólo había buscado el adelantamiento de la causa americana y la felicidad de los peruanos y que el mando político y militar había recaído en sus manos por imperio de las circunstancias. Sin embargo, decía, se debían fijar objetivos secuenciales, primero terminar con la presencia del enemigo y, luego, asegurar la libertad política: “la experiencia de diez años de revolución en Venezuela, Cundinamarca, Chile y Provincias Unidas del Río de la Plata, me han hecho conocer los males que ha ocasionado la convocación intempestiva de congresos, cuando aún subsistían enemigos de aquellos países: el primer paso es asegurar la independencia, después se pensará en establecer la libertad sólidamente”. A ello agregaba que bien podría haber seguido otro curso de acción, disponiendo que electores nombrados por los ciudadanos ya liberados designasen a quien debía gobernar “hasta que se reuniesen los representantes de la nación peruana; pero como por una parte la simultánea y repetida invitación de gran número de personas de elevado carácter y decidida influencia en esta capital para que presidiese la Administración del Estado me asegura un nombramiento popular; y por otra había ya obtenido el asentimiento de los pueblos que estaban bajo la protección del Ejército Libertador, he juzgado más decoroso y conveniente el seguir esta conducta franca y leal, que deba tranquilizar a los ciudadanos celosos de su libertad”. El nuevo gobierno debía ser vigoroso para preservar al Perú de los males que “pudieran producir la guerra, la licencia y la anarquía”, lo que, aunque no se manifiesta en el texto, podría ser provocado por los cambios que se estaban generando. En el mismo decreto se aclaraba que el mando recaería en San Martín hasta que se reuniese el futuro congreso peruano, y el artículo 7º señalaba textualmente: “el actual decreto sólo tendrá fuerza y vigor hasta tanto que se reúnan los representantes de la nación peruana, y determinen sobre su forma y modo de gobierno”. 

Según el tenor literal de los testimonios anteriores, el que San Martín hubiese asumido como Protector en nada cambiaba las cosas, pues en realidad sólo se estaba formalizando su permanencia y acción en el gobierno, agregándose un título que de por sí es bastante decidor. Lo que realmente importaba era la reafirmación de dos ideas fundamentales: los mismos peruanos decidirían su organización política y, en segundo lugar, la fijación de una meta previa a ello, la independencia. Una vez que se hubiesen logrado ambas, él abandonaría el poder, dando cuenta su actuación a los representantes del pueblo. 

Esta secuencia, tenía cierta lógica pues San Martín conocía el mal inherente a la implantación precipitada de gobiernos libres representativos en Sudamérica; se apercibía que antes de levantar cualquier durable edificio político debía gradualmente rozar la preocupación y el error diseminados sobre la tierra y luego cavar profundo en el suelo virgen para apoyar el cimiento. En este tiempo no había ilustración ni capacidad bastante en la población para formar un gobierno libre, ni aún aquel amor a la libertad sin el cual las instituciones libres son a veces peores que inútiles, desde que, en sus efectos, tienden a no corresponder a la esperanza, y así, por ineficacia práctica, contribuyen a relajar ante la opinión pública los sanos principios en que reposan. Desgraciadamente también los habitantes de Sudamérica tienden primero a equivocar el efecto de tales cambios y concebir que la mera implantación de las instituciones libres en la forma importa que sean inmediata y debidamente comprendidas y disfrutadas, cualquiera que haya sido el estado social precedente”. 

El 8 de octubre siguiente San Martín firmó un Estatuto Provisional en el que se daban las bases para la organización transitoria del aparato estatal, estableciéndose que ese texto regiría hasta que se declarase la independencia en todo el territorio del Perú. Logrado ese objetivo, se procedería a la convocación de un Congreso general que establecería una constitución permanente. Sin embargo, aunque de modo transitorio, él asumía una gran cuota de poder: “mientras existan enemigos en el país, y hasta que el pueblo forme las primeras nociones del gobierno de sí mismo, yo administraré el poder directivo del Estado, cuyas atribuciones, sin ser las mismas, son análogas a las del poder legislativo y ejecutivo”, absteniéndose de mezclarse “jamás en el solemne ejercicio de las funciones judiciarias, porque su independencia es la única y verdadera salvaguardia de la libertad del pueblo”. Así, el ejercicio de dos de los tres poderes del Estado estaba en sus manos. 

Tanto el que San Martín hubiese asumido como “Protector” y también el posterior dictado del Estatuto, generaron recelos e inquietud entre los sectores liberales de la sociedad peruana. Si se examinan las disposiciones de éste, se comprende fácilmente la existencia de esos temores. Al “protector” le correspondía el ejercicio de la suprema potestad en los departamentos libres del Perú, era generalísimo de las fuerzas de mar y tierra y tenía amplias atribuciones en materias económicas. Por otra parte, se establecía un Consejo de Estado con un carácter netamente asesor, y conformado por los tres Ministros de Estado, el Presidente de la Alta Cámara de Justicia, el General en Jefe del Ejército Unido, el jefe del Estado Mayor General del Perú, el Teniente General Conde de Valle Oselle, el Deán eclesiástico, el Mariscal de Campo Marqués de Torre-Tagle, el Conde de la Vega y el Conde de Torre-Velarde. Entre las libertades y derechos de los ciudadanos el texto consagraba la igualdad en el ejercicio del derecho a defender honor, libertad, seguridad, propiedad y la propia existencia y la inviolabilidad del hogar. No se establecen algunas características esenciales a todo régimen republicano, tales como la igualdad ante la ley y ante las cargas tributarias. 

Por otra parte, la creación de la Orden del Sol implicaba el establecimiento de una nueva nobleza, republicana, pero igualmente hereditaria en lo relativo a las prerrogativas que se concedían a los fundadores, aunque estas fuesen revocables. El decreto respectivo decía: “Con la idea de hacer hereditario el amor a la gloria, se establecen ciertas prerrogativas que son transmisibles a los próximos descendientes de los fundadores de la orden del Sol. Yo he contemplado que aun después de derogar los derechos hereditarios que traen su origen de la época de nuestra humillación, es justo subrogarles otros que, lejos de herir la igualdad ante la ley, sirvan de estímulo a los que se interesen en ella. Todo el que no sea digno del nombre de sus padres, tampoco lo será de conservar estas prerrogativas”. Thomas Hardy escribió respecto de la ceremonia de instalación de esta orden, realizada el 16 de diciembre de 1821, el siguiente comentario: “La ceremonia fue excelentemente bien conducida y parece haber generado general satisfacción. Cuatro ingleses, los coroneles Paroissien y Miller y capitanes Guise y Forster han ganado el primer honor [miembros fundadores de la libertad peruana], pero no aparece el nombre de Lord Cochrane. El Sr. Prevost, agente político americano, también concurrió por invitación similar. No hubo nada en toda la actuación que demostrara un espíritu republicano […] y es evidente que un gobierno monárquico es el indicado para los hábitos y costumbres de estas gentes, de lo cual no dudo se aprovechará el General san Martín”. 

Ya en esta época, “la preocupación constante del gobierno de Lima era el preparar la organización definitiva que debía darse al Perú” y que tanto para San Martín como Monteagudo, García del Río y otros personajes, “sólo la forma monárquica podía asegurar la estabilidad de las nuevas instituciones, y desarmar la anarquía que había comenzado a aparecer con caracteres tan alarmantes en estos países”, a lo que agrega que para ello sólo era necesario “uniformar la opinión en el país”. 

Poco tiempo después San Martín envió a Europa a García del Río y Parossien en busca de un monarca, y a ellos entregó una carta que debían poner en manos de O’Higgins a su paso por Chile: 

“… Al fin (y por si acaso, o bien dejo de existir o dejar este empleo) he resuelto mandar a García del Río y Paroissien a negociar no sólo el reconocimiento de la independencia de este país, sino dejar puestas las bases del gobierno futuro que debe regir. Estos sujetos marcharán a Inglaterra, y desde allí, según el aspecto que tomen los negocios, procederán a la Península; a su paso por esa instruirán a V. verbalmente de mis deseos, si ellos convienen con los de V. y los intereses de Chile, podrían ir dos diputados por ese Estado, que unidos con los de éste, harían mucho mayor peso en la balanza política, e influirían mucho más en la felicidad futura de ambos estados. Estoy persuadido de que mis miras serán de la aprobación de V. porque creo estará V. convencido de la imposibilidad de erigir estos países en repúblicas. Al fin yo no deseo otra cosa que el establecimiento del gobierno que se forme sea análogo a las circunstancias del día, evitando por este medio los horrores de la anarquía”. 

San Martín, que hasta entonces (y esto es fácil determinarlo por los testimonios ya entregados), no había adoptado una resolución en cuanto al tema de la organización política del Perú, ahora creía imposible establecer una república, y enviaba dos diputados a buscar un príncipe europeo para que gobernase al Perú, y probablemente también Chile, y ello sin consultar la opinión del pueblo peruano, como tantas veces había afirmado con anterioridad. Para Bartolomé Mitre el Estatuto Provisional era solo un embrión democrático, “dentro de cuyos vagos lineamientos podía dibujarse así una república como una monarquía liberal. Tal es el pensamiento oculto que entrañaba el estatuto al no proclamar francamente la república como forma definitiva de gobierno, dejando al porvenir la solución del problema bajo la invocación de la soberanía nacional”, advirtiendo, además, que algunas de las disposiciones adoptadas por San Martín tendían a la conformación de una sociedad que no difería en mucho de la que un poco tiempo antes había apoyado a la monarquía española. En este sentido incluye el establecimiento del Consejo de Estado, al que califica de “corporación jerárquica y aristocrática”, la subsistencia de los títulos nobiliarios y el establecimiento de la Orden del Sol. Completa Mitre su cuadro descriptivo con el siguiente comentario: 

“Estas invenciones, al parecer de mero aparato, incluso las que revestían carácter gubernativo, respondían a un plan: eran semillas estériles de una aristocracia, atributos de una monarquía quimérica, que se esparcían en la sociabilidad peruana […] Hasta el mismo San Martín, no obstante su sencillez espartana, acusó en su representación externa esta influencia enfermiza. Su retrato reemplazó al de Fernando VII en el salón de gobierno. Para presentarse ante la multitud con no menos pompa que los antiguos virreyes, y deslumbrar a la nobleza peruana, que la consideraba poderosa en la opinión, se dejaba arrastrar en una carroza de gala tirada por seis caballos, rodeado por una guardia regia, y su severo uniforme de granadero a caballo se recamó profusamente de palmas de oro. Empero, nada indica que el delirio de las grandezas se hubiese apoderado de su cabeza. En medio de este fausto de oropeles conservó su modestia y su ecuanimidad. Si buscaba la monarquía constitucional, era sin ambición personal, anteponiendo, como lo decía, a sus convicciones republicanas lo que consideraba relativamente mejor para coronar la independencia con un gobierno estable, que conciliase el orden con la libertad y corrigiese la anarquía”. 

Mitre indica que para San Martín únicamente a través del establecimiento de una monarquía constitucional se lograría la independencia y un orden regular. Sea que el ambiente y las tradiciones peruanas, más aristocráticas y de mayor arraigo que en Buenos Aires o Santiago, hayan influido en el carácter del libertador haciéndole pensar que para evitar la anarquía el sistema de gobierno más adecuado era la monarquía constitucional, también es claro que en su posición el pensamiento de Bernardo de Monteagudo jugó un papel determinante. Monteagudo no solo coincidía en esto último con San Martín, sino que había iniciado una campaña pública tendiente a favorecer la opción por la monarquía constitucional. Pilares fundamentales de ella fueron la prensa y la Sociedad Patriótica de Lima.

viernes, 28 de agosto de 2020

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (6 de 8)

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (6 de 8)
HERBERT ORE BELSUZARRI

La relación de San Martín con los pehuenches es descrita de la siguiente manera: Ni bien se instala en Mendoza, cultiva estrechas relaciones con los Pehuenches, (habitantes milenarios de los faldeos cordilleranos del sur de Mendoza) y a comienzos de 1816, desde El Plumerillo, los invita a un Parlamento para reafirmar y renovar los vínculos existentes. 

El objetivo de San Martín era el de mantener la alianza con los Pehuenches, para asegurarse el tránsito eventual de sus tropas por ese territorio y obtener ayuda en caso de una invasión española por el sur de Chile. 

Revista La Ciudad | El 17 de enero de 1817, San Martín inicia la epopeya  del cruce de los Andes
El Cruce de los Andes 

En el comienzo de la primavera de 1816, en el Fuerte San Carlos, a unos 150 km. al sur de Mendoza se realiza el Parlamento. Anteceden a San Martín, que llega con 200 Granaderos y un Cuerpo de milicianos, decenas de mulas cargadas de presentes y regalos para ofrecer a los Pehuenches en prenda de amistad: pieles, dulces, telas, aguardiente, monturas, bordados, vestidos y toda clase de víveres. Las tribus Pehuenches concurren masivamente tocando sus instrumentos musicales. Los guerreros de lanza, en actitud de combate, llegaban pintados y montados a caballos. Detrás seguían los ancianos, las mujeres y los niños. Cada tribu que ingresaba, era precedida y escoltada por un grupo de Granaderos a Caballo, a la vez que era saludada con salvas de cañones desde el Fuerte, en señal de bienvenida. Los Pehuenches a su vez realizaban simulacros guerreros, haciendo gala de su destreza con los caballos. 

Iniciado el Parlamento en la Plaza de Armas del Fuerte, el espacio central quedó ocupado por los Caciques y Capitanejos por un lado y el Gral. San Martín y el Comandante de Fronteras por el otro. El intérprete, luego de referirse a la amistad de San Martín y a los regalos obsequiados, pidió a las tribus Pehuenches que permitiesen el paso del ejército patriota por su territorio, con el fin de hacer guerra a los españoles chilenos… 

Luego de un prolongado silencio, Ñecuñan, el pehuenche más anciano habló a los Caciques, preguntándoles si estaban de acuerdo con el pedido de San Martín. Todos los Caciques hablaron extensamente, sin interrumpirse y con mucha tranquilidad. Concluida la ronda, Ñecuñán, tomó nuevamente la palabra, y dirigiéndose a San Martín le dijo que todos los Caciques, menos tres, estaban de acuerdo en aceptar la propuesta. Acto seguido todos los Caciques abrazaron a San Martín, y uno de ellos, fue a avisar al resto de las tribus que la propuesta de San Martín había sido aceptada. 

A continuación, en un gesto de confianza hacia San Martín, entregaron sus caballos y sus armas a los milicianos, dando inicio a los festejos que se prolongaron varios días. De regreso al Plumerillo, San Martín escribe a Guido: 

"… Concluí con toda felicidad mi gran Parlamento con los indios del sur: auxiliarán al ejército no sólo con ganados, sino que están comprometidos a tomar una parte activa contra el enemigo…” Los hechos posteriores demostraron que el pacto fue respetado, y muchos Pehuenches colaboraron activamente, algunos también como baqueanos en el Cruce de la Cordillera. 

José de San Martín en La Campaña Libertadora dijo: “La guerra la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar. Cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que trabajan nuestras mujeres, y sino andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios. Seamos libres, que los demás no importan”. 

Batalla de Maipú - Wikipedia, la enciclopedia libre
La Batalla de Maipú. 

A San Martín lo engrandece el haber reconocido siempre el valor de sus tropas negras, indígenas y mestizas en las batallas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada y en la Campaña del Alto Perú. 

Juan Bautista Alberdi, que lo entrevistó en París en 1843, trazó de él un retrato notable: "Yo lo creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado; y no es más que un hombre de color moreno...". Además, "no obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestros hombres de América". 

Durante el siglo XX una caudalosa bibliografía enfocó las vinculaciones de San Martín con la política británica y francesa y con la masonería, planteando la cuestión de sus motivaciones. Si fue tan corta su vivencia de América, si tenía de ella una borrosa imagen, si había servido dos décadas al rey, es difícil creer en su patriotismo como pasión determinante. Resulta verosímil por tanto la hipótesis de que era agente masón de los proyectos británicos o franceses. Hoy es posible otra explicación: Era un mestizo y sufría en carne propia la injusticia del sistema colonial. 

Partiendo de esa versión y de los indicios expuestos en el libro “Jinetes Rebeldes” del argentino Hugo Chumbita, se obtuvo la confirmación a través de testimonios concordantes de tres ramas de descendientes de Carlos de Alvear: los Christophersen, los Santamarina y los Verger. Los mismos datos son corroborados por las memorias manuscritas de Joaquina, que obran en poder de Diego Herrera Vegas. 

"Esto no se puede decir", le advirtió Pedro Christophersen III a su hija Magdalena cuando le contó el secreto preservado durante generaciones. La abuela de Pedro III era doña Carmen de Alvear, nieta de Carlos y prima hermana del presidente de la república Marcelo de Alvear. Magdalena conserva un añoso ejemplar de un libro de Sabina de Alvear y Ward, que le sirvió para completar aquel relato. 

Pero entonces quién era el General español Señor Don Diego de Alvear Ponce de León, para ello nos remitimos a lo escrito por Hugo Chumbita: El futuro brigadier de la armada española don Diego de Alvear y Ponce de León (1749-1830), nacido en Montilla (Córdoba), con ascendientes nobles en Burgos, arribó al Río de la Plata en 1774. Tomó parte en acciones contra los portugueses y luego contra los ingleses. En 1778 dirigió una división encargada de ejecutar el tratado de límites sobre los ríos Paraná y Uruguay. Entonces, en algún lugar de las misiones jesuíticas, el marino se relacionó con una joven guaraní, que engendró un niño. Alvear lo encomendó al teniente gobernador de la reducción de Yapeyú, el capitán Juan de San Martín, y a su esposa Gregoria Matorras, de 40 años, que ya tenía cuatro hijos. Ellos se avinieron a criarlo como propio y el niño fue José Francisco de San Martín. 

En 1780, Juan de San Martín tuvo que irse de Yapeyú tras un conflicto con los guaraníes. Tres años después todos viajaron a España y la familia Alvear cuenta que Diego de Alvear se mantuvo en contacto con ellos y costeó los gastos para que Francisco José siguiera la carrera militar. 

En 1781, Diego de Alvear se casó con María Josefa Balbastro. Se radicaron en las Misiones y tuvieron nueve hijos, uno de ellos Carlos, nacido en 1789. En 1804, la familia embarcó hacia España. Pero antes de llegar, en un combate con navíos ingleses murieron la esposa, siete hijos, un sobrino y cinco esclavos. Don Diego perdió la mayoría de sus bienes. Prisioneros, Alvear y su hijo Carlos fueron llevados a Londres. Allí, Carlos pudo estudiar y a Diego lo indemnizaron. Además, se casó con una joven inglesa, Luisa Ward, con quien tuvo más hijos. 

En 1806 regresaron a España, don Diego ocupó nuevos destinos militares y, según los Alvear, ayudó y mantuvo un trato afectuoso con su hijo José Francisco. Carlos supo que aquél era su medio hermano y fueron grandes camaradas. Al producirse la Revolución de Mayo, concibieron juntos el regreso, aprovechando las importantes relaciones de su padre en Londres y en Buenos Aires.

San Martín y quienes conocían su filiación guardaron siempre reserva. Para ingresar a la milicia en España era necesario acreditar que era hijo legítimo y todos quedaron obligados a mantener esa versión. En cierto sentido, él vino a América a buscar a su madre. Habló muy poco de sí mismo, y cuando lo hizo omitió referirse a su origen. 

José de San Martín padeció su "destino americano": no saber quién era, el extrañamiento, la ausencia materna, la conciencia de ser hijo de la violencia de los dominadores sobre los pueblos nativos. Se alzó desafiando al mundo de su padre. Transformó su humillación en rebeldía política. La persona, la memoria y la significación de San Martín no son patrimonio de una familia, ni siquiera de un país. Es una figura americana y universal. 

SU TESTAMENTO 

1° Dejo por mi absoluta heredera de mis bienes, habidos y por haber a mi única hija Mercedes de San Martín actualmente casada con Mariano Balcarce. 

2° Es mi expresa voluntad el que mi hija suministre a mi hermana María Emilia, una pensión de mil francos anuales, y a su fallecimiento, se continúe pagando a su hija Petronila, una de 250 hasta su muerte, sin que para asegurar este don que hago a mi hermana y sobrina, sea necesaria otra hipoteca que la confianza que me asiste que mi hija y sus herederos cumplirán religiosamente ésta voluntad. 

3° El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de América del Sur, le será entregado a general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción, que como argentino he tenido al ver la firmeza con la que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarlas. 

4° Prohíbo el que se me hagan ningún género de funeral, y desde el lugar que falleciere se me conducirá directamente, al cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía, que mi corazón sea depositado en el de Buenos Aires. 

5° Declaro no deber y haber jamás debido nada a nadie. 

6° Aunque es verdad que todos mis anhelos no han tenido otro objetivo que el del bien de mi hija amada, debo confesar, que la honrada conducta de ésta, y el constante cariño y esmero que siempre me ha manifestado, han recompensado con usura, todos mis esmeros haciendo mi vejez feliz. Yo le ruego continúe con el mismo cuidado y contra acción la educación de sus hijas (a las que abrazo con todo mi corazón) si es que su vez quiere tener la feliz suerte que alguna vez tuve yo; igual encargo hago a su esposo, cuya honradez y hombría de bien no ha desmentido la opinión que había formado de él, lo que me garantiza continuara siendo la felicidad de mi hija y nietas. 

7° Todo otro testamento o disposición anterior al presente queda nulo y sin ningún valor. 

Hecho en París a veintitrés de enero de mil ochocientos cuarenta y cuatro,
y escrito todo de mi puño y letra. 

Mausoleo del General José de San Martín .7 | Jonathan | Flickr
Mausoleo donde descansan sus restos en Argentina. 

III. LA MONARQUÍA QUE PROPUSO SAN MARTIN. 

Antes ya se mencionó que San Martín, propuso en el Perú una monarquía, y eso ocurrió en un escenario que se debe por lo menos ligeramente conocer. Una vez que las fuerzas expedicionarias desembarcaron en el Perú el 7 de setiembre de 1820 en Pisco y se establecieron en Huara, iniciaron negociaciones con el Virrey Pezuela que produjeron las conferencias de Miraflores que se dieron entre el 30 de setiembre y el 1 de octubre de 1820. En ellas, el tema de la futura organización del país no estuvo ausente. Los negociadores nombrados por San Martín, Tomás Guido y Juan García del Río, propusieron la idea de crear “en estos países una monarquía constitucional e independiente que tuviese a su cabeza un príncipe de la familia real de España”, propuesta que fue rechazada por el Virrey Pezuela quien señaló que un tema de tal trascendencia como ese debía ser analizado por el gobierno superior español. 

La fidelidad de Pezuela al absolutismo provocó su desprestigio, especialmente debido a que la mayor parte de los oficiales a sus órdenes eran liberales. El 29 de enero de 1821, los jefes liberales, dirigidos por el general José de La Serna, lo derrocaron por medio del llamado Pronunciamiento de Aznapuquio. Pezuela se embarcó inmediatamente hacia España y La Serna fue confirmado Virrey del Perú por la corona española. 

¿Qué propuso San Martín a Pezuela primero y a La Serna después? Los delegados de San Martín: Tomas Guido, Juan García del Río y José Ignacio de la Rosa; y los delegados del virrey: Manuel de Llano y Nájara, José María Galdeano y Mendoza y Manuel Abreu, se reunieron el 4 de mayo de 1821. Los delegados patriotas fueron instruidos para que se abstuviesen de llegar a algún acuerdo en tanto que no fuese reconocida la independencia de las Provincias Unidas de Río de la Plata, Chile y Perú. Como ya había ocurrido en las anteriores conferencias de Miraflores, los españoles se mantuvieron inflexibles en cuanto al hecho de no reconocer la independencia, lo que hacía que ambas partes mantuvieran posiciones insalvables. Se decidió solo un armisticio de 20 días y se programó una entrevista personal entre los jefes adversarios, es decir entre La Serna y San Martín. Esta reunión se dio en Punchauca el 2 de junio de 1821. 

Conferencia de Punchauca, San Martín y Virrey La Serna | Art, Painting
La Serna y San Martín en Punchauca.

jueves, 27 de agosto de 2020

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (5 de 8)

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (5 de 8)
HERBERT ORE BELSUZARRI


II.- SAN MARTIN MESTIZO Y PLEBEYO. 

En los libros de Historia del Perú, de Argentina y otros países, oficialmente se dice que San Martín nació en Yapeyú el 25 de febrero de 1778. 

Pero en realidad la fecha no está probada. Bartolomé Mitre, que es masón argentino, la impuso históricamente y posteriormente los historiadores empezaron a indagar en los archivos y descubrieron que lo que se presentaba como evidente no era así. El primer motivo de asombro se produjo cuando se supo que la fe de bautismo no estaba o había desaparecido. Algunos aseguran que las quemaron los portugueses cuando pasaron por Yapeyú a sangre y fuego en 1817, otros sostienen que el acta no está porque nunca estuvo, porque José no fue hijo de Gregoria Matorras y Juan San Martín. 

¿Es importante hablar del tema? Pues claro, para la historia ningún tema está prohibido y mucho menos aquellos que tengan que ver con la filiación de un importante protagonista, sin dejar de mencionar que si era hijo de indios o mestizos, o hijo de blancos, no altera en nada su rol histórico, en todo caso engrandece la figura del Libertador. 

San Martín y Tucumán - LA GACETA Tucumán
El General José de San Martín. 

Los prejuicios de ser hijo “natural” ya no importan ahora, tampoco importan si es rubio, de ojos azules o nacido en un hogar aristocrático. El valor de los hombres se mide por sus actos y millones de peruanos, argentinos y chilenos, a San Martín lo respetamos y admiramos por lo que hizo, no por el lugar donde nació o si era hijo de blancos o de indios. 

Un acta de bautismo publicada en 1921, de la cual nunca apareció el original, posiblemente porque era una invención para salvar aquella laguna documental, incurrió en varios errores, al mencionar a su padre como coronel y gobernador de Misiones y a su madre como Francisca de Matorras, Bartolomé Mitre se atuvo a la misma para dictaminar que el Libertador había nacido el 25 de febrero de 1778 y por lo tanto era el cuarto hijo del capitán San Martín con Gregoria Matorras 

Dos amigos de San Martín, el encargado de negocios chileno Francisco J. Rosales y el abogado y periodista francés Adolfo Gerard, hicieron constar en el acta de defunción que tenia setenta y dos años, cinco meses y veintitrés días. 

Oficialmente se sabe que José Francisco de San Martín es el hijo menor del matrimonio formado por Juan de San Martín y Gregoria Matorras. Las dudas que se tengan sobre su filiación no alteran el hecho cierto de que fue criado por ellos, que después de haber nacido en Yapeyú, o en algunos de las poblaciones vecinas, se trasladó con sus padres a Buenos Aires y luego marchó de la mano de ellos a España en la fragata Santa Balbina. Si entonces tenía seis años o siete o cuatro, no afecta esta hipótesis central acerca de quiénes fueron los responsables de su crianza. 

Juan de San Martín, su padre, nació en España, en la localidad de Cervatos de la Cueza, el 3 de febrero de 1728, fecha sugestiva porque ochenta y cinco años después, el hijo habrá de librar el combate de San Lorenzo. Gregoria Matorras nació el 12 de marzo de 1738 en Paredes de Nava, un pueblito vecino al de quien luego sería su esposo. Se dice que la pareja se formó en España, pero no se casaron allí sino en Buenos Aires. El matrimonio se celebró en Buenos Aires en 1770 y se asegura que se hizo por poder, porque don Juan no estaba en Buenos Aires sino en uno de sus habituales destinos militares. El matrimonio va a vivir al principio en el departamento oriental de Calera de las Vacas y a fines de 1774 don Juan es designado teniente gobernador del pueblo de Yapeyú donde se instala con su esposa y sus tres hijos. En Yapeyú nacerán Justo Rufino y José Francisco. 

No le va a ir bien a don Juan los pagos de su carrera militar, signada por las postergaciones y las sanciones. En los tiempos de Carlos III y el Virrey Vertiz eran importantes los contactos y las recomendaciones y don Juan carecía de ambos beneficios porque no pertenecía a la nobleza, ni siquiera a la nobleza provinciana. Por estas razones el matrimonio para principios de los años ochenta decide regresar a España. El cargo que desempeñaba don Juan en Yapeyú lo pierde porque no supo organizar adecuadamente la defensa de estas poblaciones que en otros tiempos pertenecieron a los jesuitas y que después de su expulsión son amenazadas por los bandeirantes paulistas que avanzan sobre estos territorios con ánimo de conquista y decididos a capturar indios para someterlos a la esclavitud. 

Ineficaz o desprovisto de recursos, lo cierto es que don San Martín es sancionado y regresa con su mujer y sus cinco hijos a Buenos Aires donde vivirán dos años. Tampoco les va bien en la ciudad levantada frente al río, si bien compra una casa, en su correspondencia se queja de las ingratitudes de los funcionarios y los bajos sueldos. Palabras más palabras menos, el 6 de diciembre de 1783 los San Martín retornan a España. Nuestro héroe para esa fecha es un niño y poco importa saber si tiene seis, cinco o tres años. 

¿San Martín nació en la Argentina? Desde el punto de vista histórico no puede hacerse esa afirmación, ya que para esa fecha la Argentina aún no existía. Pero San Martín no sólo no es argentino en el sentido histórico de la palabra, sino que además no lo es en el sentido cultural porque se cría en un hogar español que nunca renunció a esa condición y que, a juzgar por sus decisiones, tampoco quisieron saber nada con vivir en estas tierras americanas. 

Para 1810 San Martín es un español en el sentido pleno de la palabra. Nace en tierras que pertenecen a España, se cría en un hogar español, estudia en colegios españoles e inicia su carrera militar en ejércitos españoles. Habla como un español. El tono de la voz de San Martín no es americano, es español. Como se diría entonces, y se dice ahora, San Martín es un “gallego” y, sin embargo, nada de ello le impide ser el libertador, el padre de la patria. 

¿Qué cosa no se sabe? En primer lugar, su fecha de nacimiento. San Martín cuando se casa en 1812 dice que tiene 31 años. Si vamos a creer esta afirmación, nació en 1781. Su foja de servicios militares de 1803 le otorga veinte años, por lo que habría nacido en 1783. En el pasaporte de 1824 dice tener 47 años, por lo que habría nacido en 1777. En una carta que envía en 1848 al Mariscal Ramón Castilla dice tener 71 años y cuando viaja a España con su padres en diciembre de 1783 lo anotan con seis años. Por lo que la hipótesis de que nació el 25 de febrero de 1777 parece ser la más probable. Años más, años menos, San Martín fue el que fue. 

Un historiador militar español puntualiza que las Ordenanzas del Ejercito instituidas por Carlos III en 1768 establecían el mínimo de doce años para el ingreso de los cadetes, y da ejemplos de que el requisito se observaba rigurosamente; por lo cual San Martín tendría que haber nacido antes de julio de 1779. En realidad, esto no hace más que reforzar la presunción de que sus datos personales fueron manipulados para adecuarlos a las exigencias reglamentarias. Al embarcarse para España la familia San Martín y Matorras, en noviembre de 1783, en la fragata Santa Balbina registraron que José Francisco tenía seis años, de lo que podría deducirse que nació en 1777; pero las edades de los niños seguramente fueron declaradas en forma aproximada, sin verificación documental, pues a Juan Fermín le adjudican diez años, que recién iba a cumplir en febrero del año siguiente. En vista de la exigua certeza que aportan los documentos, solo es posible afirmar que José Francisco de San Martín había nacido alrededor de 1778. 

Otro tema que ha causado molestias a algunos y curiosidad en otros es que si efectivamente fue hijo de Juan y Gregoria. También en este caso la ausencia del acta de bautismo despierta sospechas. Lo que se dice es que don Juan pudo haber cometido alguna picardía con una india o que la pícara fue Gregoria. Al respecto no existe ninguna prueba, salvo generalidades al estilo, “si el padre era bajo, rubio y de ojos azules y la madre de tez blanca, ¿por qué el hijo es alto y morocho?” 

La otra hipótesis postula que José es hijo de Diego de Alvear, el padre de Carlos de Alvear. Para esos años don Diego andaba por Misiones haciendo de las suyas y de ello se infiere que tuvo un hijo con una india y lo entregó a don Juan para que lo adopte. La única prueba que avala esta afirmación es un documento firmado en Rosario el 22 de enero de 1871 por Joaquina Alvear Quintanilla, nieta de don Diego. Los que conocieron a doña Joaquina, aseguran que su credibilidad era la de un jugador. Pero los amigos del indigenismo aprueban con entusiasmo esta hipótesis porque probaría que el Libertador es indio o por lo menos mestizo. Algunas cartas de San Martín a favor de los indios corroboran esta tesis, las cuales se refuerzan por su aspecto físico: morocho, ojos oscuros y rasgos aindiados. Indio o blanco, mestizo o español, lo que está fuera de discusión es que San Martín se forjó así mismo para su propio orgullo y para honra de todos los argentinos, chilenos y peruanos. 

San Martín - Monografias.com

Manuscrito de Joaquina Alvear Quintanilla de Arrotea, que revela que San Martín es hijo de don Diego de Alvear. 

Doña María Joaquina de Alvear y Sáenz de Quintanilla (1823-1889), hija de Carlos de Alvear, escribió sus memorias en Rosario de Santa Fe, en una colección de anotaciones, cartas y recortes periodísticos pegados cuidadosamente en las páginas encuadernadas de un libro de comercio. El propósito de la mujer era transmitir a sus descendientes las semblanzas de los integrantes de la familia. Así, en una "cronología de mis antepasados", consigna la filiación de José de San Martín como hijo de don Diego de Alvear, "habido de una indígena correntina". Más adelante Joaquina reitera el parentesco, al evocar la única oportunidad en que visitó a su tío, en Europa: "Y examinándolo bien encontré todo grande en él, grande su cabeza, grande su nariz, grande su figura y todo me parecía tan grande en él cual era grande el nombre que dejaba escrito en una página de oro en el libro de nuestra historia y ya no vi más en él que una gloria que se desvanecía para no morir jamás. Este fue el general José de San Martín natural de Corrientes, su cuna fue el pueblo de Misiones e hijo natural del capitán de Fragata y General español Señor Don Diego de Alvear Ponce de León (mi abuelo)". Los recuerdos son del 23 de enero de 1877. 

En 1812, San Martín fue recibido con desconfianza por la sociedad porteña de Argentina. A diferencia del galante y mundano Carlos de Alvear, no tenía fortuna ni alcurnia. San Martín era moreno, el pelo lacio y renegrido. Corrían rumores sobre su condición de mestizo y la madre de Remedios de Escalada se opuso a que casaran con su hija ese oscuro plebeyo. 

El aspecto físico de José Francisco, de acuerdo con expresiones coincidentes de las personas que lo conocieron, difería netamente del de sus presuntos padres. Juan de San Martín, como surge de su foja de reclutamiento, era rubio, de ojos garzos (azulados), de muy corta estatura (cinco pies y una pulgada, en medida castellana, equivalentes a 1,43 m) y Gregoria Matorras era blanca y noble; ambos cristianos viejos de probada pureza de sangre, sin mezcla de infieles, moros ni judíos, según justificara el cuarto de sus hijos, Justo Rufino, para ser admitido como guardia de corps en España. Juan Bautista Alberdi, tras entrevistar en Paris a don José de San Martín al fin del verano de 1843, escribió que era un poco más alto que los hombres de mediana estatura y que "yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado". 

Recién llegado, San Martín pidió que le mandaran a Buenos Aires 300 mozos guaraníes de las Misiones para formar su plantel de Granaderos. La Logia Lautaro, que fundó junto a Carlos de Alvear, se movió en las sombras, enfrentando al grupo rivadaviano. Pero luego Alvear se entendió con Rivadavia y, en pugna con el artiguismo, llegó a solicitar la protección británica. La Logia entró en crisis: San Martín insistía en liberar el continente, más allá de los intereses del círculo de hacendados y comerciantes. 

En 1816, en un famoso parlamento con los caciques pehuenches, San Martín expuso el plan de cruzar la cordillera y llegar a Chile para terminar con los godos "que les han robado a ustedes la tierra de sus antepasados", les solicitó ayuda y permiso para pasar por sus dominios y declaró: "Yo también soy indio". Luego rehusó defender al gobierno porteño de la insurrección federal y marchó al frente de su Ejército rebelde hacia el Perú, con el respaldo chileno. En las vísperas, envió a los indígenas peruanos un manifiesto en quechua. Fue recibido en Lima como si fuera el hijo del Sol, anunciado por las antiguas profecías de redención. Soñó con coronarse como un nuevo Inca, pero se quedó sin fuerzas y dejó su lugar a Bolívar. No quiso intervenir en la guerra de unitarios y federales y radicó en Europa. En 1828 intentó volver al Río de la Plata, pero lo disuadieron las renovadas furias partidistas.

miércoles, 26 de agosto de 2020

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (4 de 8)

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (4 de 8)
HERBERT ORE BELSUZARRI

A los masones del Real Convictorio de San Carlos, les denominaban “Los Carolinos”, cuya base fue el Convictorio de San Carlos, de los que sobresalen los curas, Obispo Toribio Rodríguez de Mendoza y el sacerdote Diego Cisneros, Dr. Francisco Javier Mariátegui, Dr. José Faustino Sánchez Carrión, sacerdote Francisco Luna Pizarro, el tacneño Francisco Pallardelli, el cajamarquino Juan Sánchez Silva. 

En el interior del país también se practicaba la masonería, como por ejemplo en Lambayeque, que entre 1817 y 1818 existió un club patriótico presidido por Don Manuel Ituregui, quien sostenía correspondencia con San Martín, este club era una logia y funcionaba en la hasta hoy conocida Casa Montjoy o Casa de los Masones. 

Durante la lucha por la independencia del Perú, la masonería llego por tres vías: La Vía Peninsular traída por los españoles y perseguida por Fernando II, que prohibió la masonería en España y sus colonias, reprimiendo en forma violenta por la Inquisición; La Vía del Sur, masonería que fue introducida por las Logias Lautarianas y San Martín; La Vía del Norte que llego con la corriente libertadora de Nueva Granada con Bolívar y sus oficiales. 

El reverendo H:. Tomas Cantazaro en sus obras las sociedades patrióticas secretas de la emancipación, da a conocer papeles pertenecientes a don José de San Martín que viene a ser una plancha enviada por la G:.L:. de L:. dirigida a don José de la Riva Agüero, presidente en aquella época, con don Francisco de Paula Quiroz y el colombiano Fernando López Aldama con fecha 8 de noviembre de 1817 ( Dante R. Nova, Apuntes Sobre la Masonería en Indoamérica, Pág. 2). Debemos indicar que la correspondencia y documentación masónica de la época, es escasa y no se conservaba por la persecución política y religiosa del que eran víctimas, así como tampoco se exigía su regularización ni reconocimiento por las circunstancias que vivían. 

Cuando don José de San Martín y Matorras, ingresa a Lima, se comunica con los HH:. y se incorpora a la Log:. “Paz y Perfecta Unión” con los patriotas que vinculados a la Log:. “Lautaro”, trabajaban por la independencia americana: Mariano José de Arce, Martín George Guisse, Hipólito Unánue, Francisco de Zela, León La Chica, Francisco López Aldana, Miguel Tafur, José de la Mar, Francisco de Paula Quiroz, Francisco Javier de Luna Pizarro, Toribio Rodríguez de Mendoza, Bartolomé de las Heras, José Faustino Sánchez Carrión, Francisco Javier Mariátegui y Telleria, Bernardo Monteagudo, Mariscal Juan Millar, Manuel Péres de Tudela, José Joaquín Olmedo, Cecilio Tagle. 

Jorge Paredes Laos, refiriéndose a la llegada de San Martín a Lima dice: Así las cosas, San Martín —ya en el Perú— se ganó a la élite limeña a la causa independentista. En Lima expuso rápidamente su idea de instaurar en el Perú una monarquía constitucional, con un príncipe europeo a la cabeza. ¿Por qué buscaba San Martín hacer en el Perú lo que no había intentado ni en Argentina ni en Chile? La historiadora Scarlett O’Phelan explica que buscaba de esta manera no romper violentamente con los usos y costumbres de una clase dirigente limeña nobiliaria y aristocrática. “Aquí estaba el corazón de la aristocracia, ese grupo importante de titulados, criollos, que descendían de familias de abolengo, y para contar con el apoyo de ellos, y no hacer una ruptura violenta, propone la monarquía constitucional”, 

El general José de San Martín, luego de ocupar Lima, reunió al Cabildo Abierto el 15 de julio de 1821. Manuel Pérez de Tudela, masón y letrado arequipeño, más tarde Ministro de Relaciones Exteriores, redactó el Acta de la Independencia que fue suscrita por las personas notables de la ciudad. 

En la ciudad de Los Reyes, el quince de julio de mil ochocientos veintiuno. Reunidos en este Excmo. Ayuntamiento los señores que lo componen, con el Excmo. e Ilmo. Señor Arzobispo de esta santa Iglesia Metropolitana, prelados de los conventos religiosos, títulos de Castilla y varios vecinos de esta Capital, con el objeto de dar cumplimiento a lo prevenido en el oficio del Excmo. Señor General en jefe del Ejército Libertador del Perú, Don José de San Martín, el día de ayer, cuyo tenor se ha leído, he impuesto de su contenido reducido a que las personas de conocida probidad, luces y patriotismo que habita en esta Capital, expresen si la opinión general se halla decidida por la Independencia, cuyo voto le sirviese de norte al expresado Sr. General para proceder a la jura de ella. Todos los Srs. concurrentes, por sí y satisfechos, de la opinión de los habitantes de la Capital, dijeron: Que la voluntad general está decidida por la Independencia del Perú de la dominación Española y de cualquiera otra extrajera y que para que se proceda a la sanción por medio del correspondiente juramento, se conteste con copia certificada de esta acta al mismo Excmo. 

Acta de Independencia del Perú - Wikipedia, la enciclopedia libre

Firmaron esta acta 339 ciudadanos. Entre otros, el conde de San Isidro (Alcalde), Bartolomé, (Arzobispo de Lima), Francisco de Zárate (Regidor), Simón Rávago, Francisco Vallés (Regidor), José Manuel Malo de Molina (Regidor), Pedro de la Puente, (Regidor), el conde de la Vega del Ren (Regidor), fray Gerónimo Cavero, Antonio Padilla (Síndico procurador general), José Mariano Aguirre, el conde de las Lagunas, Javier de Luna Pizarro, José de la Riva-Agüero, el marqués de Villafuerte, etc. Segundo Antonio Carrión, Juan de Echeverría y Ulloa (Regidor), etc. 

El 17 de julio es recibido en Lima el almirante Lord Cochrane. El sábado 28 de julio de 1821 en ceremonia pública, José de San Martín, hace la proclamación de la Independencia del Perú. Primero en la Plaza Mayor de Lima, después en la plazuela de La Merced y luego frente al Convento de los Descalzos. Según testigos de la época, a la Plaza Mayor asistieron más de 16,000 personas. 

Los retratos de José de San Martín - LA GACETA Tucumán
San Martin (oleo pintado en 1824) 

Pero la labor de San Martín no solo era de tipo militar, sino que a ello acompañaba una labor masónica, así San Martín en esa misma época, organizo la logia Lautaro, que era el enlace de los trabajos entre él y el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, también hermano de la orden en Argentina. Tal era la importancia que San Martín concedía a la logia, que estableció en todas partes adonde se dirigía y organizó las sociedades secretas en Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Chile y Perú. Todas ellas denominadas Lautaro y manteniendo entre sí activa coordinación y cooperación, mientras se preparaban las fuerzas que irían sobre el Perú, para destruir el foco más poderoso de la resistencia colonial y donde también habría de fundar la Lautaro en Lima. Todas ellas con los mismos principios y constitución que la Lautaro porteña, a la que habían de someterse O’Higgins en Chile y el propio San Martín en Lima, como encargados del poder ejecutivo de estos países. 

No solo logias lautarinas fundó San Martín, también fundó la logia del Ejército del Norte, donde Belgrano fue iniciado y que a su vez creó la Logia Argentina de Tucumán, también la del Ejército de los Andes, con sus más dilectos compañeros de armas. 

Luego del histórico abrazo de Guayaquil con Simón Bolívar, con intervención de la Logia Estrella de Guayaquil, inicia su retiro, despojándose San Martín del mando supremo en Perú, para radicarse en Bruselas, donde se incorporó a la Logia La Perfecta Amistad. 

En honor de San Martín, esa logia mandó acuñar una medalla de plata cuyo facsímil se encuentra en la masonería argentina. Además, el capítulo Rosacruz "Los Amigos de Bruselas" hizo acuñar otra medalla, cuyo original se encuentra en el Museo Mitre. Estas medallas tienen la particularidad de mostrar a San Martín de perfil y son debidas a un distinguido masón, el artista europeo Henri Simons. 

Masones son sus amigos íntimos, masones son los principales oficiales de su ejército y masones son sus compañeros de militancia política. Las máximas para su hija tienen el tono de la retórica masónica; su testamento utiliza los términos clásicos de los masones de su tiempo. 

Antes de morir, el Gral. Don José de San Martin, redacto 12 máximas para entregar a su hija, para que recorra el resto de su vida. 

1° Humanizar el carácter y hacerlo sensible aun con los insectos que nos perjudican. Stern ha dicho a una Mosca abriendo la ventana para que saliese: Anda, pobre Animal, el Mundo es demasiado grande para nosotros dos. 

2° Inspirarla amor a la verdad y odio a 1a mentira. 

3° Inspirarla gran Confianza y Amistad pero uniendo el respeto. 

4° Estimular en Mercedes la Caridad con los Pobres. 

5° Respeto sobre la propiedad ajena. 

6° Acostumbrarla a guardar un Secreto. 

7° Inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las Religiones. 

8° Dulzura con los Criados, Pobres y Viejos. 

9° Que hable poco y lo preciso. 

10° Acostumbrarla a estar formal en la Mesa. 

11° Amor al Aseo y desprecio al Lujo. 

12° Inspirarla amor por la Patria y por la Libertad. 

Como masón practico la proverbial reserva, el secreto con el que rodean sus actos y la discreción de sus declaraciones, estas actitudes corresponden a la clásica disciplina personal de los masones. Desconocer esta relación de San Martín es una torpeza o algo peor. En todos los casos, ninguna de las consideraciones que se hagan en esa línea alcanza a ocultar lo evidente. San Martín, como muchos guerreros de la Independencia, fue masón. Para bien o para mal, pero es lo que fue. Sus pares fueron Francisco de Miranda, Militar y Político; Gustavo Córdova Valenzuela, Docente Universitario y Periodista; El Gral. Simón Bolívar, Masón y Libertador; El Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre y Alcala, Triunfador en la Batalla de Junín y Ayacucho; Bernardo O´Higgins Riquelme, Político y Militar y muchos otros nombres más como los peruanos José de la Riva Agüero, Márquez de Goyeneche, Márquez de San Miguel , José de Torre Tagle , Vizconde de San Donal, Beringoaga , José Baquijano y Carrillo Conde de Vista Florida , José Matías Vásquez de Acuña, Conde de la Vega del Ren, Mariano José de Arce, Martín George Guisse, Hipólito Unánue, Francisco de Zela, León La Chica, Francisco López Aldana, Miguel Tafur, José de la Mar, Francisco de Paula Quiroz, Francisco Javier de Luna Pizarro, Toribio Rodríguez de Mendoza, Bartolomé de las Heras, José Faustino Sánchez Carrión, Francisco Javier Mariátegui y Telleria, Bernardo Monteagudo, Mariscal Juan Millar, Manuel Pérez de Tudela, José Joaquín Olmedo y Cecilio Tagle. 

Los masones que participan en la Independencia de los países de Sudamérica, constituyen una pléyade a los que sumamos: José Gabriel Condorcanqui “Túpac Amaru”, Mateo Pumacahua, Francisco de Zela, los hermanos Catari, Julián Apaza “Túpac Catari”, Mariano Moreno, Santiago Nariño, Andrés Bello, Luís Méndez, José Miguel Carrera, Tomas Guido y Manuel Belgrano, que bebieron del fuego idealista de Miranda y fue sellada en la Batalla de Ayacucho. Estos héroes de mil batallas o combates, llevaban junto a la espada, lanza o fusil, el Mandil, la Escuadra y el Compás. 
(Herbert Oré Belsuzarri, El Origen de la Masonería, 2010, Lima Perú, Pág. 80 http://es.scribd.com/doc/55441603/La-Masoneria-en-el-Peru) 

San Martín estuvo en contacto con la masonería inglesa. En esta versión, según Lappas, afirma que Sir Charles Stuart participó con San Martín en la fundación de la Logia de Caballeros Racionales Nro. 7 de Londres. En esa ciudad fue recibido fraternalmente por prominentes masones quienes arreglaron los pormenores de su viaje a Buenos Aires, donde tomó contacto con el Venerable Maestro de la Gran Logia Independencia, el doctor Julián B. Álvarez, quien lo introdujo en la sociedad porteña y lo ayudó en la fundación de la Logia Lautaro. 

Se especulaba que San Martín estuvo al servicio de los ingleses, quienes una vez derrotados militarmente por los españoles, en las dos invasiones inglesas al Río de la Plata, los ingleses habrían alentado las aspiraciones independentistas de los militares americanos, y se afirma que el gobierno inglés se valió de la masonería para infundir ideas libertarias en los militares americanos. Esta versión es expuesta por el argentino Fabián Onsari en su obra “La Logia Lautaro y la Francmasonería.” 

Finalmente debemos recordar que la tumba de San Martín en Francia tiene abundante simbología masónica, suficiente diríamos como para zanjar cualquier duda.