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lunes, 24 de agosto de 2020

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (2 de 8).

EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN (2 de 8).
HERBERT ORE BELSUZARRI

Por otra parte la condición de masón de San Martín ha sido tratada de la siguiente manera: 

San Martín fue un masón iniciado en España y conforme indica el historiador Argentino Alcibíades Lappas, en su libro “La masonería a través de sus hombres”, su iniciación ocurrió a principios de 1808, siendo San Martín edecán del general español Francisco María Solano, marqués del Socorro, capitán general de Andalucía quien lo inició en la Logia Integridad de Cádiz. Posteriormente se afilió a la Logia Caballeros Racionales Nro. 3 donde recibió el grado de Maestro Masón. Este dato, afirma Lappas, que lo obtuvo de una publicación del gobierno franquista (España), donde se probaba que la gran mayoría de los militares americanos que encabezaron los movimientos de independencia eran masones. Por otra parte cuando era edecán de Francisco María de Solano “Todos sus amigos de entonces participaban de la masonería. Es lo que dicen los documentos y es lo que aseguran los católicos españoles a la hora de reprocharle a la masonería haber alentado a los militares a sumarse a la causa de las revoluciones hispanoamericanas”, anota Rogelio Alaniz.

En 1939, después de la guerra civil española, se organizó toda una campaña antimasónica. El enfoque de los anti masones españoles difiere del sustentado por sus pares en la República Argentina. Ellos consideran que todos los libertadores de América fueron traidores a la madre Patria por el hecho de ser masones, y por ello sacaron a relucir el masonismo de los próceres de la emancipación americana, lo que fue publicado por medio de la Editora Nacional, un órgano oficial de la España franquista. 

Dos figuras de la logia Integridad, habrían de conmover el corazón de San Martín y su recuerdo habría de acompañarlo durante toda su vida, la primera de su primer Venerable Maestro, tanto por su brillante personalidad cuanto por el hecho de haber sido San Martín su edecán al momento de su trágica muerte. Se trata del General Francisco María Solano, Marqués del Socorro, Capitán General de Andalucía y Gobernador Civil y Militar de Cádiz, Venerable Maestro en su logia Integridad Nro. 7, maestro en el arte de la guerra, aventajado discípulo de las tácticas francesas aprendidas a través del general francés Maureau. 

San Martín guardó un indeleble recuerdo por la memoria de su primer Venerable Maestro, el General Solano, al punto de llevar en su billetera hasta la hora de su muerte, un grabado en acero en forma de medallón. Al respecto escribía el hijo político del General San Martín, el General Balcarce, al General Mitre: "También envío a Ud. el retrato del desgraciado General Solano, el mismo que su padre político llevaba en su cartera como recuerdo de aquel amigo a cuyas órdenes sirvió como Edecán y cuyo fin no pudo evitar a pesar de los esfuerzos que hizo por salvarlo aquel horrendo día". 

Al General Francisco María Solano, lo asesinaron y arrastraron su cadáver como trofeo de victoria, anulando toda defensa, pese a denodado esfuerzo. De la hondísima impresión que a San Martín le produjo aquel pavoroso espectáculo, son testimonios sus posteriores y constantes repulsas a los movimientos demagógicos y a los procedimientos de los gobiernos basados en el desenfreno de las multitudes. A través de su gloriosa vida veremos momentos solemnes de ella, y hasta qué punto llegaba su repugnancia a desórdenes y motines por lo mismo que era un sincero servidor constante de su pueblo. 

El español José María Deira, en su artículo “La Cobardía del Libertador” pone en tapete algo que se rumoreaba sobre la participación de San Martín en los luctuosos sucesos de la muerte del General Francisco María Solano: Qué participación tuvo San Martín en la resolución de estos acontecimientos, es una pregunta forzada a estas alturas, a la que por mucho formularla, desde las más diversas perspectivas, no se le puede encontrar contestación. Nadie sabe qué habría ocurrido al final, de haber actuado de otra manera, es probable que la multitud los hubiese matado a todos, pero es lo cierto que un militar se debe a su profesión y actos de cobardía como éste, no se olvidan. Un amigo de San Martín, el teniente coronel Juan de la Cruz Mourgeón, futuro presidente de Ecuador, lo sacó de Cádiz y lo condujo a Sevilla, donde se diluyó por algún tiempo, hasta que reaparece esplendoroso en las Américas. 

Es necesario profundizar un poco más sobre la amistad y los sucesos de la muerte del General Francisco María Solano, quién no solo era un superior militar, sino que también era un “hermano masón”, que posiblemente haya presentado al profano San Martín para ser iniciado en la Logia Integridad Nro. 7 de Cádiz, considerando los usos y costumbres masónicos de la época y su situación de no ser un español nacido en la madre patria. 

Francisco Solano Ortiz de Rozas era considerado uno de los generales españoles más jóvenes y brillantes del momento, nacido en la ciudad de Caracas y de origen noble, se había destacado en diversas campañas militares como había sucedido en las campañas en Orán y en la guerra contra Portugal. Como militar era muy considerado por sus camaradas españoles y franceses por lo que llegó a Cádiz con el cargo de gobernador militar de la plaza. 

Es importante también mencionar que había peleado con el ejército de Napoleón, en la campaña del Rhin, a las órdenes del Mariscal Moreau, en aquellos momentos general preferido de Emperador Napoleón, pero dada la veleidad de éste, pronto le retiró su complacencia y cayó en desgracia. Solano le ofreció cobijo en su casa de Cádiz, en donde lo tuvo de huésped largas temporadas, mientras cruzaba el rubicón de su infortunio. 

Francisco era anti napoleónico, que lo hacía proclive a no ascender en su carrera, considerando la alianza entre España y Francia. 

José María Deira, describe la situación de la siguiente manera: Tras el desastre de Trafalgar, la flota hispano francesa se refugia en la Bahía de Cádiz a la espera de órdenes, órdenes que no llegarán, estando el gobierno francés pendiente de otros problemas de mayor calado, hasta que ocurren los incidentes del dos de mayo de 1808, momento en que los franceses dejan de ser nuestros “aliados” para convertirse en enemigos. La realidad es que el pueblo español nunca vio a los franceses como amigos, sino como invasores disimulados, queriendo imponer sus costumbres y apoderarse de España, mientras nuestra monarquía no hace nada para evitarlo. Así las cosas, se produce el alzamiento del Dos de Mayo y la chispa de la rebelión se extiende por toda España como un reguero de pólvora. 

El pueblo gaditano quiere entrar en dialogo con los ingleses, cuya escuadra ronda las aguas del Golfo de Cádiz y quiere apresar la escuadra francesa, pero el General Solano no es partidario ni de lo uno ni de lo otro. Sabe que una batalla naval en aguas de la Bahía puede acarrear funestas consecuencias y sabe que es prematuro aliarse con Inglaterra, nuestro tradicional enemigo. 

Al llegar las noticias de las abdicaciones de Carlos IV y su hijo Fernando VII (5 de mayo 1808), el nombramiento de José Bonaparte como rey de España, el alzamiento del pueblo de Madrid y la terrible represión y fusilamientos posteriores, le obliga a tomar partido e intenta organizar, en forma metódica, la resistencia al nuevo invasor. Toma así la iniciativa de enviar en carácter de urgente misivas a los distintos jefes militares en las plazas de Andalucía, quienes no contestaron a ninguna. La historia posteriormente da cuenta que el general Castaños, futuro triunfador de Bailén y a cargo del campo de Gibraltar, no quiso exponer a los espías del General francés Murat sus avanzados contactos con los oficiales ingleses que hasta ese entonces, en teoría, eran enemigos y los estaba combatiendo. Francisco Solano entendió entonces que todos sus compañeros de armas habían claudicado ante una situación insostenible y consumada. 

A Francisco Solano no le simpatizaba para nada la idea de las rebeliones populares ni el reparto de armas en forma indiscriminada. Creía en el adiestramiento militar, la conformación de unidades reglamentarias y en un mando claro y contundente. Esa era su situación y ánimo cuando el 28 de mayo de 1808 se presentó ante él un delegado de la Junta de Sevilla, el conde de Teba (insólito, pero resultó ser el padre de María Eugenia de Montijo, futura esposa de Napoleón III, "el chico"...), quien traía una carta de las autoridades sevillanas invitándolo a sumarse con sus tropas al alzamiento popular que ya se había producido en gran parte de España. Solano no podía dejar de sentir el deseo de hacerlo fervorosamente, como el pueblo gaditano que ya gritaba en las calles la guerra a Francia. Pero su situación no era cómoda: en la bahía, mezclados unos con otros en una inteligente maniobra del almirante francés Rosily, las flotas francesa y española podían iniciar una batalla de terribles consecuencias para la ciudad y sus pobladores; y en el mar, fuera de la bahía, los ingleses, eternos enemigos que aún no estaban enterados del giro de la historia. 

El general Solano convocó a una junta de generales y almirantes y emitió un bando llamando a un alistamiento de voluntarios para poner a resguardo la plaza de franceses e ingleses. Intentaba ganar tiempo y control de la situación. Pero el pueblo no se sintió satisfecho y se presentó en masa frente a la Capitanía General pidiendo explicaciones y excitada por cabecillas que inflamaban a los exaltados. 

¿Qué podía explicar el general Solano a esas turbas totalmente exasperadas y fuera de control? ¿Qué no tenía suficiente pólvora ni armas? ¿Qué no era razonable armar a discreción al pueblo y arrojarlos a pelear contra Coraceros, Guardias Imperiales y Granaderos de amplia preparación y experiencia en los campos de Jena y Austerlitz? ¿Qué si iniciaban la agresión tendrían dos enemigos, los ingleses y ahora los franceses, las máximas potencias militares del momento? 

El 29 de mayo de 1808, se convoca a otra junta y Solano prepara la proclama de guerra y la deja sobre su escritorio. Frente al cuartel, el pueblo cada vez más enfurecido grita desaforadamente y el marqués decide salir al balcón a explicar la situación y satisfacer sus demandas. Intenta hacerse oír y hace señas hacia el mar, explicando su intención de contactar a la escuadra británica. Un orador le increpa diciendo que esos no eran ahora enemigos sino aliados y todo parece una conversación entre sordos. Oradores improvisados y cabecillas oportunistas empiezan a insultar al general, ante la mirada atónita de la guardia y la inquietud de su jefe, el capitán José de San Martín, atina con un grupo de soldados trancar la puerta del edificio. En ese instante, por la Alameda, entran unos cien hombres armados y provistos de algunas piezas de artillería que habían saqueado anteriormente del Arsenal. Al verlos, Solano se sabe perdido y su guardia solo atina a unos tímidos disparos al aire para no comprometerse y permite la entrada de las turbas a la Capitanía cuya puerta ya había sido destruida. El capitán de la guardia y su batallón han desaparecido y el General Solano se encuentra solo frente a una muchedumbre vociferante, exaltada y con sed de sangre. 

Parece un hecho inexplicable que una dotación militar abandone a su jefe, al que ya habían abandonado muchos otros, pero mucho más inexplicable resulta cuando conocemos que el mencionado capitán no era otro que José San Martín Matorras, conocido en los anales de la Historia como El Libertador, héroe nacional en Argentina, Chile y Perú, cuyas independencias consiguió, anota José María Deira. 

Aprovechando el tumulto y la distracción de la masa en destruir lo que encontraban a su paso, Solano alcanza los tejados y huye. El marqués logra refugiarse en la casa de una amiga irlandesa, la señora María Tucker, viuda de Strange, quien le da alojamiento en una cámara oculta. Pero ese día estaba decidida la suerte de Solano ya que al frente de un grupo armado venía uno de los albañiles que construyo aquella cámara, y hacia allí se dirigieron directamente. Al ser descubierto, decide vender cara su vida, peleando con el que venía adelante, un novicio de la Cartuja de Jerez, Pedro Pablo Olaechea que morirá más tarde por las heridas. Pero pronto es superado por el número de contrincantes que lo sujetan y lo llevan hacia la plaza de San Juan de Dios donde se improvisaba un patíbulo para ahorcarle por traidor. Nada puede hacer la gentil dama irlandesa que es herida al momento de intentar salvarle la vida. 

Solano espera aún una reacción de parte de su guardia y su jefe San Martín, pero este había sido retirado de aquélla difícil situación por un amigo, el Capitán don Juan de la Cruz Murgeón, oficial del regimiento de Murcia y futuro presidente de Ecuador, poniendo al Libertador con rumbo a Sevilla. Ante lo que parecía inevitable, decide el marqués avanzar altivo, con honor y con una sonrisa de desprecio hacia todos aquellos que lo insultaban como traidor y "afrancesado". En ese momento, una mano aleve o amiga (nadie lo supo...) le apuñala certeramente por la espalda al grito de "¡muerte al traidor!", perdiendo su vida en el acto y evitándose así la humillación de morir ahorcado como un reo común. Otra historia dice que su ayudante, Carlos Pignatelli y Gonzaga, al no haber podido salvar a su jefe y viéndole a punto de ser ahorcado, tomó la iniciativa de su asesinato con el asentimiento del mismo marqués. 

Comentó el historiador y general español Gómez de Arteche, autor de una magnífica historia de aquélla cruenta guerra: "Así acaba uno de los generales en que más esperanzas debía fundar nuestra patria por su talento y dotes de mando". 

El día 30 de mayo, el teniente general Tomás de Morla, reemplazante de Solano, firmó el mismo bando dejado por este en su escritorio y que satisfizo a todo el pueblo gaditano 

¿Cuál fue la responsabilidad del capitán San Martín en la muerte de su superior? ¿Demostró impericia, cobardía o incapacidad de mando? Los historiadores no lo pueden afirmar con certeza y no parece justo esta acusación. La situación en que se vio envuelto era absolutamente irracional, más aún que la misma guerra y la decisión de disparar sobre un pueblo con el que se convive todos los días no puede simpatizar a cualquier oficial con algún grado de responsabilidad. Pero no tenemos mayores dudas acerca del penoso recuerdo que acompañó al futuro prócer y libertador de Argentina, Chile y Perú. A lo largo del resto de su vida, jamás se desprendió de una miniatura con la efigie de su superior y amigo. 

Es llamativa la amistad y el aprecio que sintieron ambos militares a lo largo de la vida que pudieron compartir y como sus destinos se cruzaron varias veces. Hacia 1805, el general Francisco Solano había intercedido ante Príncipe de la Paz, Manuel Godoy - que en aquel tiempo era el verdadero gobernante de España -, por Manuel Tadeo de San Martín, hermano del prócer argentino que por un desgraciado testimonio en un tribunal se vio injustamente destituido y encarcelado.

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