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miércoles, 31 de diciembre de 2014

La magia en la vida de Jesús 2 de 2

La magia en la vida de Jesús 2 de 2
Robert Ambelain.

Pues bien, todo eso constituye una secuencia de operaciones mágicas, prohibidas bajo pena de muerte por la religión judía.

En la escena de la Tentación (Mateo, 4; Marcos, 1; Lucas, 4), Jesús es impulsado por el Espíritu a aislarse durante cuarenta días y cuarenta noches, en la cima de un monte al que en nuestros días se denomina el monte de la Cuarentena, y se nos precisa claramente que es para ser tentado allí por el Diablo. Se trata de una prueba iniciática: el operante debe triunfar sobre las fuerzas de Abajo, si quiere obtener el apoyo de las de lo Alto. Este mismo episodio se encuentra en la vida de Buda y de todos los grandes taumaturgos. Después, el triunfador es «asistido por todo el Cielo y obedecido por todo el Infierno», según la conclusión perfectamente conocida por todos los cabalistas.

 

Pero ¿se había tratado de una evocación, en la cual se llama a una entidad, conjurada por ritos y palabras, y se la obliga a manifestarse, o por el contrario ese retiro de cuarenta días, en la soledad y el ayuno, no preveía explícitamente la aparición, sino que vino de forma inesperada? Ningún texto lo precisa. Por otra parte, hay que considerar como una exageración evidente el hecho de que Jesús hubiera permanecido cuarenta días sin beber, en las terribles soledades del desierto de Judá. Sometido a todas las vicisitudes de la carne, sufrió la flagelación, la crucifixión, y murió, bien a causa de ésta o de la herida de lanza del legionario romano, pero es absolutamente impensable que hubiera resistido, en medio del calor tórrido y de las piedras recalentadas, a semejante deshidratación.

Sea lo que fuere, el encuentro con una «manifestación» del Principio del Mal es el primer hecho mágico importante de la vida de Jesús. Existe todavía un segundo hecho, que generalmente pasa desapercibido: con ese Principio tuvo lugar un segundo encuentro, uno, por lo menos. Y éste se desarrolló inmediatamente antes de su detención, o, todo lo más, unos cuantos días antes.

«Y el Señor dijo: Simón, Simón, Satanás os ha reclamado para ahecharos como el trigo. Pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez te hayas convertido, confirma a tus hermanos...» (Lucas, 22, 31-32.)

La Vulgata de san Jerónimo dice exactamente conversus, que significa transformado, cambiado. ¿Qué puede deducirse de esos frecuentes «contactos» con el Adversario? La segunda gran operación teúrgica tiene lugar en la cima del monte Tabor; se trata de la célebre escena conocida como la de la Transfiguración; la encontraremos relatada con todo detalle en Mateo (17), Marcos (9, 2), Lucas (9, 29), Juan (1, 14), y en la segunda Epístola de Pedro (1,16).

«Seis días después, tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a un monte alto. Allí se transfiguró ante ellos, brilló su rostro como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elias hablando con él. Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, levantaré tres tiendas, una para ti, una para Moisés, y otra para Elias..." Aún estaba él hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió. Y he aquí que una voz, procedente de la nube, dijo: "Éste es mi hijo bienamado, en quien tengo mi complacencia, ¡escuchadle!" Cuando oyeron esta voz, los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Pero Jesús, acercándose a ellos, los tocó y les dijo: "Levantaos, no tengáis miedo..." Alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino sólo a Jesús.

 »Mientras bajaban de la montaña. Jesús les dio esta orden: "No habléis a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos".» (Mateo, 17,1-9.)

En primer lugar, observaremos que esta evocación apela a dos muertos, ya que Moisés había muerto, en la cumbre del monte Nebo, hacía catorce siglos. Y en cuanto a Elias, éste hacía once siglos que «un carro de fuego y unos caballos de fuego» se lo habían llevado hacia el cielo, ante la estupefacción de su discípulo Elíseo. Si se hubiera tratado de la simple manifestación de su filiación divina, Jesús habría podido llevarla a cabo en Jerusalén, en la habitación más alta de la casa de un amigo. Pero como se trataba de una evocación de los muertos, debía tener lugar en un sitio apartado, en un lugar desértico, próximo al cielo, por dos razones. La primera estribaba en el hecho de que semejantes ritos exigen ser practicados de forma que no se corra el riesgo de ser molestado por la llegada inopinada de profanos. La segunda debido a que, en Israel, no se bromeaba con esas cosas que, de ser descubiertas, implicaban la pena de muerte en virtud de las Escrituras: Deuteronomio (18, 10-11), y Éxodo (12, 35-36). De donde la recomendación de Jesús: «No habléis a nadie de esta visión...» (Ma-teo, 17, 9.)

En cuanto a la finalidad de tal evocación. Lucas es quien nos la revela, al decirnos esto: «Y he aquí que dos varones hablaban con él. Moisés y Elias, que aparecían gloriosos y le hablaban de su partida, que había de cumplirse en Jerusalén..,» (Lucas, 9, 30-31.)

De manera que fue para conocer su destino cercano por lo que convocó a Moisés y Elias, los dos guías esenciales de la historia de Israel. Está establecido el hecho de que todo ello fue acompañado de los sahumerios mágicos habituales con potentes alucinógenos por el delirio y la embriaguez que demuestran sus discípulos, y la incoherencia de las palabras de Simón-Pedro, quien sueña despierto y quiere levantar tiendas para los recién llegados. Porque Lucas, antes, nos dice que «Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño...» (Lucas, 9, 32), y de Pedro que «no sabía lo que decía...» (Lucas, 9, 34.)

En cuanto a la nube luminosa, la explicación es muy sencilla. Si uno se sitúa en la cima de una montaña, en una región con el cielo impecablemente azul, si llega una nube y el observador se halla envuelto por dicha nube, al continuar el sol dando sobre esa montaña, hará de la nube un verdadero difusor de luz, y será tal el contraste, que el observador, sobre todo si va vestido de blanco, parecerá todavía más deslumbrante.

Y llegamos ahora a la última evocación, la que tuvo lugar la noche de la detención de Jesús, en el monte de los Olivos, cerca de Betania, y en el lugar llamado Getsemaní, que designaba un lagar de aceite. Veamos el relato de Lucas: «Tras salir se fue, según costumbre, al monte de los Olivos, y le siguieron también sus discípulos. Una vez llegó allí, les dijo: "Orad, para que no caigáis en tentación..." Se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra, y, puesto de rodillas, oraba: "¡Padre! Si quieres, aparta de mí este cáliz... Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Entonces se le apareció un ángel del cielo, para confortarle.» (Lucas, 12,39-4A.)

«Después de haber orado, se levantó, vino hacia los discípulos y, encontrándolos adormilados por la tristeza, les dijo: "¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para que no entréis en tentación".» (Lucas, 22,45.)

Aquí vamos a plantearnos una primera pregunta: ¿cómo puede uno dormirse de tristeza? La angustia y la pena lo que hacen es quitar el sueño. Ese «sueño de tristeza», ese sueño saturniano, está producido ahí, una vez más, por sahumerios, probablemente de Datura stramonium o de beleño, mezclado con gálbano, el helbénáh de los sahumerios del Templo. Porque ahí se trata de una nueva evocación, ahora no interroga a Moisés y a Elias, sino a su padre. ¿Pero a cuál? Lo comprenderemos más tarde. La segunda pregunta es la siguiente: si los discípulos se habían dormido, y si estaba alejado, a la distancia de un tiro de piedra, ¿cómo se conocen los términos de su diálogo con su padre?

No por ellos, puesto que duermen. Tampoco por él, dado que Jesús aún no había terminado de amonestar a sus discípulos, por fin despiertos, cuando los soldados romanos de la Cohorte, los servidores del Templo, armados con espadas y cachiporras, conducidos por Judas Iscariote, su sobrino, llegan a la luz de las antorchas y proceden de inmediato a su detención. Es a través de un personaje, del que sólo nos habla Marcos, por quien conocemos estas cosas, y los detalles son de lo más curiosos: «Y abandonándole, huyeron todos. Un cierto joven le seguía, envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo. Trataron de apoderarse de él, mas él, dejando la sábana, huyó desnudo...» (Marcos, 14,50-52.)

En primer lugar, nos extrañará el hecho de que en pleno mes de marzo, en Judea, en la cima del monte de los Olivos, se le ocurra a un joven desplazarse con una sábana por todo vestido, todavía de noche, en las horas más frías, tan frías que se encenderá fuego en el atrio de Caifas, algunos instantes más tarde, allí donde Pedro renegará de su Maestro. (Juan, 18,18.)

No se trata de una sábana en el sentido literal de la palabra. El latín de la Vulgata de san Jerónimo, texto oficial de la Iglesia, tampoco emplea el término latino pannus, que significaría paño. Y no se trata de una sábana de cama, dado que en aquella época no se conocían esas cosas. Los judíos se acostaban sobre esteras, al igual que todos los pueblos de esas regiones. Los romanos utilizaban catres, con coberturas de lana o de piel. Los galos utilizaban colchones, y, en el peor de los casos, jergones. Pero no había sábanas de tela, cosa bastante reciente, dado que todavía en nuestra época, en Alemania y en Austria, muchas camas de las zonas rurales acostumbran a llevar sólo una. En realidad, la Vulgata de san Jerónimo utiliza el término latino sindon, que significa exactamente un sudario. Y un sudario no tiene nada en común con las vestiduras rituales que debía llevar un judío de aquellos tiempos. Es este joven el que representa el papel del ángel «venido del cielo para reconfortarle» y que nos narra Lucas (22, 39-44). Y es a través de él como conocemos la plegaria que Jesús dirige a «su padre».

Es el comparsa clásico en todo espectáculo de este tipo; en argot a esto se le llama un «barón». Y comprendemos que toda esta escenografía tiene como finalidad reconfortar, efectivamente, a Jesús en su misión, misión de la que él no ignora que va a conducirle a una muerte horrible, sin esperanza alguna de conseguir liberar a Israel y restablecer la realeza davídica. No ignora que esta misión, desde que se retiró a Fenicia, él la ha trasladado ya a otro «reino», que no es de este mundo. Pero los fanáticos que le rodean no lo escuchan en esta misma sintonía.

Unos habían montado esta superchería para catapultarlo de nuevo a ese mesianismo puramente político y sin esperanzas de éxito. Otro había llegado ya más lejos, y ya lo había denunciado: su propio sobrino, Judas Iscariote, hijo de Simón Pedro. Una vez desaparecido Jesús, la filiación de Israel pasaba a Simón Pedro, y él, Judas, se convertía en el «delfín»... En cuanto a los demás, aprovechando la oscuridad de la noche, la poca luz producida por las antorchas, se fundirían en las tinieblas del monte de los Olivos y emprenderían la huida sin ningún escrúpulo.18

Pero para los judíos de entonces no había duda alguna de que había utilizado las ciencias prohibidas. El rumor de su encuentro con Samael en las soledades del desierto de Judá debió extenderse. Se sabía que había vencido al Príncipe de las Tinieblas. Por lo tanto éste, según la tradición mágica común, era su esclavo, puesto que Jesús lo había domado: «Pero los fariseos replicaban:

"Por medio del Príncipe de los Demonios expulsa a los demonios..."» (Mateo, 9, 34.)

«Y se extendió el rumor de que tenía un Espíritu impuro (se sobreentiende que a su "disposición")...» (Marcos, 3,30.)

En el episodio de la mujer adúltera parece utilizar un procedimiento mágico, bien de adivinación o bien de purificación:

«Jesús, inclinándose, escribía con su dedo en la tierra. Como ellos insistieran en preguntarle, él, incorporándose, les dijo: "El que de vosotros esté sin pecado, arrójele la piedra el primero..." (se sobreentendía que la piedra de la lapidación, castigo que se aplicaba a las mujeres adúlteras según la ley).» (Juan, 8,6-7.)

Aquí se trataba, probablemente, de una consulta geomántica. Todavía en nuestra época, en Marruecos, Túnez y todo el Próximo Oriente algunos adivinos practican consultas mediante el procedimiento adivinatorio denominado Darb-el-remel, o «arte de la arena». Con ayuda de puntos o de rayas trazados sobre la arena se obtienen figuras con valor de oráculo, cuyo número es invariablemente de dieciséis, y que dan la respuesta a la pregunta formulada.

Podía haberse tratado también de un procedimiento de «desprendimiento» psíquico particular. Se trazan sobre la arena o la tierra determinados diagramas mágicos, se hace pasar al sujeto en cuestión por encima, y éste se encuentra liberado, ya que el espíritu malo, autor del mal, no puede soportar el paso por encima de los caracteres sagrados.

Éste es, asimismo, el origen de los tatuajes protectores. La indulgencia de Jesús hacia las mujeres adúlteras o las prostitutas viene justificada por la presencia de varias de ellas en su genealogía ancestral. En primer lugar está Tamar, quien en el Génesis (38, 12 a 19) se prostituye a su suegro en una encrucijada de caminos, sin que él la reconozca, para conseguir casarse después. Luego está Rahab, la prostituta oficial de Jericó, que oculta a los espías enviados por Josué, antes de la destrucción de la ciudad, y por eso salva su vida (Josué, 2, 1 y ss.; 6, 17 y ss.); después se casa con Salmón, hijo de Naasón, príncipe de Judá, y será madre de Booz (Mateo, 1, 5). Tenemos a continuación a Ruth, esposa de Majalón, y luego mujer de Booz; ésta era de origen moabita, raza originada por el incesto entre Lot, borracho, y sus dos hijas, origen que hubiera debido prohibir a Ruth el acceso a una familia judía tradicionalista. (Ruth, 1, 4 y ss.; 2, 2 y ss.; 3, 9 y ss.; 4, 5 y ss., y Mateo, 1, 5.) Está, por último, Betsabé, mujer de Urías, oficial de David, a quien este rey mandará asesinar para conservar a la esposa de aquél, de quien ha hecho su amante, sin que ésta proteste. De dicho adulterio nacerá Salomón (II Samuel, 11, y Mateo, 1,6). En fin, parece sobreentenderse que Jesús, al igual que sus discípulos, no pudo tampoco curar a todos cuantos tenían relación con él: «Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se acercó a él una mujer con un frasco de alabastro...» (Mateo, 26, 6.)

Pues bien, se trataba de la casa de su amigo Lázaro, hermano de Marta y María, quienes le ofrecían invariablemente hospitalidad cuando él se encontraba en Jerusalén.19 Y dicho Simón seguía estando leproso.

El episodio de la evocación de Moisés y Elias en la cima del monte Tabor es la encrucijada del destino de Jesús. Hasta ese momento había sido, después de su padre, Judas de Gamala, el pretendiente legítimo a la realeza davídica. Sus discípulos, sus amigos, sus hermanos «carnales», le llaman señor (adonai) a veces, porque es su señor. En aquella época, y durante siglos, ese término reemplazaba en todos los estados del Próximo Oriente al «sire» medieval europeo. En público, la esposa del rey le llamaba a éste «mi querido señor» o «sire». Pero después de esa extraña ceremonia, efectuada con Pedro, Santiago y Juan (serán los mismos que le acompañarán en la de Getsemaní), ya no será el mismo. Habrá comprendido, él solo, que el mesianismo político, terrestre, no tiene esperanza. La Providencia tiene previstas otras cosas para el mundo, más importantes que el restablecimiento de los descendientes de David en el trono de un Estado minúsculo. Y es que de esa evocación algo subsiste en él, una entidad muy elevada ha tomado posesión de él, y a partir de ahora se servirá de él para remodelar el mundo. Para él, esta entidad se llama Elias. ¿Qué hay de asombroso en ello? Tan sólo conoce su propia mitología nacional. Para las legiones, que marchaban en cabeza de sus ejércitos, esa entidad tenía ya, desde hacía siglos, otro nombre: Mithra. De ese fenómeno de «posesión» psíquica, Jesús es perfectamente consciente. De ahí la frase, teñida de desengaño, que dirige a Simón el Zelota, su hermano «según la carne», y su sucesor legítimo, por orden de primogenitura, cuando él. Jesús, haya desaparecido: «En verdad te digo: cuando eras joven te ceñías e ibas a donde tú quenas. Pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, otro te ceñirá y te llevará a donde tu no quieras...» (Juan, 21, 18.) Y en el Gólgota, clavado en la cruz de infamia, será otra vez a Elias a quien se dirigirá: «Hacia la hora nona, exclamó Jesús con voz fuerte: "¡Eli, Eli, lama sabachthani!..."» (Mateo, 27,46.) Los escribas anónimos que redactaron los pseudo evangelios no dejan jamás de traducirlo por «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mateo, 27, 47.) Pero los judíos que asistieron a la crucifixión y que lo oyeron, no se equivocaron cuando dijeron: «Está llamando a Elias...» (Mateo, 27, 48.)

Algunos exegetas y lingüistas, especialistas en lenguas muertas, consideraron que esta frase era fenicio, y que significaba: «¡Señor! ¡Señor! Las tinieblas... Las tinieblas..-», lo cual tenía explicación, dado que se trataba de un agonizante, cuya vista iba apagándose poco a poco, o que, a causa de un fenómeno mediúmnico suscitado por el último estado, distinguía formas terroríficas, como las descritas por el Libro de los Muertos tibetano, o por el apócrifo Libro de José el Carpintero, y que no serían sino fantasmas interiores, que se liberarían del subconsciente del agonizante. Les dejamos a ellos la responsabilidad de semejante traducción, pues, a nuestro parecer, y tal como pronto vamos a ver, esas últimas palabras de Jesús tenían una significación muy distinta.

16 El doblara es, en Abisinia, un corista de la iglesia que. Además, practica la magia «blanca», porque la negra está severamente reprimida
17 Jesús no debía ayunar mucho, porque él mismo reconoce (Mateo, 11, 19) que tenía la repu-tación de «comedor y bebedor». Y san Jerónimo, en su Vulgata, utiliza el término latino potalor, que traducimos por «beodo».
18 Simón era, efectivamente, hermano de Jesús: «... ¿y no se llaman sus hermanos José, San-tiago. Himún y Judas?...» (Mateo, 13, 55). Por otra parte, Judas Iscariote, es el hijo de Simón: «Uno de sus discípulos, Judas Iscariote, hijo de Simón...» {Juan. 12, 4). Y los otros textos nos precisan que se trata de «hermanos según la carne». (Pablo, Romanos, 9, 5; Eusebio de Cesárea, Hisioriu eclesiástica, III, XX, 1.) En cuanto a los famosos «treinta denarios», si aparecen ahí es porque fueron introducidos por los falsificadores anónimos que redactaron lospseudo evangelios, para justificar el pasaje de Zacarías (II, 12): «Entonces pesaron treinta sidos de plata para pagarle». Porque si se hubiera puesto precio sobre la cabeza de Jesús, es indudable que la suma habría sido mucho más considerable.
19 Observaremos que Jesús no pasa jamás la noche en la ciudad santa de Israel. Cuando oscurece, hace lo que tenía que hacer, y en seguida se va a dormir a Betania. al pie del monte de los Olivos, por muy cansado que esté. Porque a la puesta del sol se cierran tas puertas de Jerusalén, mientras que el pueblo de Betania no tiene puertas. Y en las nocturnas tinieblas de las calles no iluminadas, cuando las puertas están cerradas y vigiladas, Jerusalén se conviene en una ratonera. Y cuando la situación se agrava, ya no va a dormir a Betania, sino a Getse-maní, el lugar antes citado, que se halla en el monte de los Olivos, y en el que hay una prensa de aceitunas. De donde la frase de Mateo (8, 20) y de Lucas (9, 58).


Tomado de: Jesús o el Secreto Mortal de los Templarios – Robert Ambelain.

martes, 30 de diciembre de 2014

La magia en la vida de Jesús 1 de 2

La magia en la vida de Jesús 1 de 2
Robert Ambelain.

«Que no se encuentre en tu pueblo a nadie que pregunte a los muertos...» DEUTERONOMIO, 18, 11

No hay ni un solo exegeta que no haya observado o reconocido que, en la vida de Jesús, hay un vacío oscuro, un período del que no se sabe absolutamente nada. Para los docetas y todos los gnósticos en general, y para Marción el primero. Jesús aparece de forma repentina, sin que se sepa de dónde viene. Es asimismo en Cafarnaúm donde fijan su primera aparición. Otros la sitúan en el vado del Jordán llamado Beta-Abara, en el pueblo de Betania. (Hemos visto, en el capítulo 11, que esos «años oscuros» cubren un período de actividad política, o incluso insurreccional.)

En ese período desconocido de la vida de Jesús, el rumor público judío incluía su estancia en Egipto, con el fin de estudiar allí la magia.

En efecto, en Israel existía una tradición sólidamente establecida según la cual Egipto era la patria de dicha ciencia, y que no se podía tener mejor maestro que un egipcio. Para todo talmudista sincero, experimentado, poseedor de la tradición esotérica de las sagradas Escrituras, uno de los tesoros robados a los egipcios cuando tuvo lugar su salida de Egipto (cf. Éxodo, 12, 35-36) fue precisamente ese conocimiento, y los famosos «vasos de oro y de plata» que los israelitas tomaron sutilmente de las gentes de Egipto la víspera de su partida en masa hacia la Tierra Prometida no eran otra cosa que las claves (los vasos, los secretos) del doble poder mágico (el oro y la plata), todavía representado en nuestros días esotéricamente mediante las dos llaves de oro y plata que figuran en el blasón de los papas.

Esta creencia estaba tan sólidamente arraigada en el espíritu del Israel antiguo, que todo viajero procedente de Egipto que entrara en Palestina era sometido a un escrupuloso registro a su paso por la frontera común. Y, en virtud de la palabra de las Escrituras, a todo aquel que introdujera un tratado cualquiera de magia le esperaba como castigo la pena de muerte a partir del momento en que franqueara los límites del país nabateo o de la vetusta tierra de Menfis:

«Que no se encuentre junto a ti a ninguno de aquellos que practique las adivinaciones, el sortilegio, el augurio, la magia; que practique hechizos, que consulte a los espectros y a los espíritus familiares, que interrogue a los muertos.» (Deuteronomio, 18,10-11.)

Por eso: «No dejarás vivir a la que practica la magia...» (Éxodo, 22, 17.)

Y este ostracismo llegaba muy lejos. En el siglo i de nuestra era, Rabbi Ismael ben Elischa, nieto del sumo sacerdote ejecutado por los romanos, impide a su sobrino Ben Dama que se deje curar por un cristiano de una mordedura de serpiente.

Basa su oposición en el tratado talmúdico Abhodah Zarah (27 B), el cual enseña que:

«Vale más perecer que ser salvado por la magia...»

Así pues, para los judíos Jesús operaba sus prodigios sustentándose en sus conocimientos de magia, que había aprendido y traído de Egipto, y cuyos elementos esenciales había conseguido disimular bajo sus ropas al pasar la frontera. (Qiddouschim, 49 B; Schab., 75 A y 104 B.) Todos sus discípulos eran como él, ya que él les había enseñado sus secretos. Eso es lo que explica sus milagros y el éxito que éstos traían aparejado para ellos, de cara a la multitud ignorante.

En la misma época se verá cómo Rabbi Eliezer ben Hyrcanos, que había sido acusado de haberse hecho cristiano en secreto, obtuvo finalmente la gracia, al haberse llegado a la conclusión de que un hombre tan sabio, tan fiel observador de la ley, no había podido extraviarse de tal modo de no haber caído en una especie de hechizo espiritual, practicado por los discípulos de Jesús.

Reconozcamos que esta opinión era todavía compartida por un porcentaje bastante elevado de cristianos en el siglo V. En efecto, está demostrado que los Evangelios llamados «de la Infancia», que se componen del Protoevangelio de Santiago, del Evangelio del pseudo Mateo, de la Historia de José el carpintero, y del Evangelio de Tomás, se reparten en fragmentos que pueden haber sido compuestos, unos a finales del siglo II, y los otros en el siglo v.

Pues bien, en todos esos textos se nos muestra al niño Jesús dotado de facultades mediúmnicas extraordinarias, y ya apto para realizar prodigios, a merced de sus reacciones infantiles. Se le ve penetrar en una caverna, donde una leona acaba de parir. Y ésta juega y retoza con Jesús, junto con los leoncillos. Y una palmera se inclina ante una orden suya, para ofrecer a María, su madre, los dátiles que desea. Una fuente brota por orden suya, para apagar la sed de sus padres. En el templo de Hennópolis, en Egipto, las trescientas sesenta y cinco estatuas de las divinidades cotidianas de las parénesis caen al suelo. Cuando juega con la tierra y el agua, de regreso a Judea, aquellos que estropean sus frágiles construcciones caen muertos a sus pies. Modela una docena de pájaros en arcilla, y les da vida con sólo una palmada.

Ante la indignación de la población, consecutiva al abuso que hace de sus poderes, sus padres lo encierran en la casa y no le dejan salir. Entonces, tanto para hacerse perdonar, como para demostrar su poder. Jesús devuelve la vida a un niño al que acababa de lanzar un hechizo mortal. Lo confían a un maestro de edad muy avanzada para que le enseñe a leer. El maestro, al golpear a Jesús con una varilla de estoraque, cae inmediatamente muerto. Un hecho confirma en los Evangelios canónicos ese carácter rencoroso de Jesús: es el episodio de la higuera (Mateo, 21, 19 y Marcos, 11, 21), que debería haber dado higos a Jesús instantáneamente, y fuera de temporada, y a quien él maldice por no haberlo hecho. En todos esos apócrifos, el padre de Jesús se llama José, evidentemente.

Pero han permanecido algunos fragmentos de una veracidad que a continuación fue sabiamente sofocada. Entre ellos están, por ejemplo, los siguientes del pseudo Mateo sobre sus hermanos:

«Cuando José iba a un banquete con sus hijos Santiago, José, Judas y Simón, así como con sus dos hijas. Jesús y su madre iban también, junto con la hermana de ésta, llamada María, hija de Cleofás...» (Cf. Evangelio del pseudo Mateo, 42,1.)

«José envió entonces a su hijo Santiago para recoger leña y llevarla a casa, y el niño Jesús le seguía. Pero mientras Santiago reunía las ramas, una víbora le mordió en la mano. Y como sufría y se moría. Jesús se le acercó y sopló en la herida. Inmediatamente el dolor cesó y la víbora cayó muerta, y Santiago permaneció entonces sano y salvo.» (Op. cit., 16,1.)

En los apócrifos etíopes encontramos lo mismo. Vemos a Jesús, en su edad madura, comunicando a sus discípulos fórmulas mágicas extrañas, algunas de las cuales las encontraremos en los formularios que todo buen doblara abisinio debe inevitablemente poseer.16

Esas son las creencias supersticiosas que compartían los judíos y los cristianos respecto a los «poderes» de Jesús. Lo que es seguro es que los cristianos más cerrados al análisis racional de un texto no podrán negar que Jesús utilizaba una técnica. Y ésta es la prueba: En su ingenuidad los creyentes ordinarios se imaginan que a Jesús le bastaba con dar una orden para que el milagro se produjera. Y nada de eso. Hay matices, y los procedimientos difieren según la naturaleza del resultado deseado. Los siguientes textos lo prueban:

«Cuando hubo partido de allí, Jesús fue seguido por dos ciegos que daban voces y decían: "¡Hijo de David, ten piedad de nosotros!" En cuanto hubo llegado a la casa, los ciegos se le acercaron y Jesús les dijo: "¿Creéis que puedo yo hacer esto?" Respondiéronle: "Sí, Señor". Entonces tocó sus ojos, diciendo: "Hágase en vosotros según vuestra fe". Y se abrieron sus ojos...» (Mateo, 9, 27.)

«Llegaron a Betsaida, y le llevaron a Jesús un ciego, rogándole que lo tocara. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo, y, poniendo saliva en sus ojos e imponiéndole las manos, le preguntó si veía algo. El ciego miró y le dijo: "Veo hombres, pero algo así como árboles que andan". Jesús le puso de nuevo las manos sobre los ojos, y cuando el ciego miró fijamente, fue curado, y vio con toda nitidez.» (Marcos, 8,22-26.)
  
«Pasando, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento [...]. Y después de haber dicho esto, escupió en el suelo e hizo un poco de lodo con la saliva. Luego aplicó este lodo sobre los ojos del ciego y le dijo: "Ve y lávate en la piscina de Siloé". Fue, pues, allí y se lavó, y regresó viendo claro.» (Juan, 9,1 y 6-7.)
 

La piscina de Siloé estaba situada cerca de una de las puertas de Jerusalén. Era allí donde los sacerdotes, revestidos con sus atavíos festivos, sacaban el agua que iban a utilizar para las purificaciones rituales del Templo. Desde que el profeta Isaías la había alabado (Isaías, 8, 6) se la tenía por santa, y todavía en la Edad Media tenía fama, entre los musulmanes, de dispensar un agua milagrosa. En efecto, en estos tres milagros se ve que Jesús emplea tres técnicas diferentes:

a) en el primer caso, la fe de los ciegos garantizaba el resultado, por lo que le basta con tocar sus ojos;
b) en el segundo caso, pone saliva suya sobre los párpados del ciego, y le impone las manos. Al ser incompleto el resultado, empieza de nuevo la operación, y por fin el ciego ve;
c) en el tercer caso, utiliza una vieja receta de la farmacopea antigua. Un código médico del siglo III, atribuido a Serenus Sammonicus, recomienda la aplicación de una capa de lodo para curar los tumores de los ojos.

Pero Jesús añade a ello, a modo de complemento, la inmersión en la piscina milagrosa de Siloé, o por lo menos el lavado de los ojos en esas célebres aguas.

Sobre el hecho de que Jesús utilizara la saliva en la curación de las afecciones oculares, éste no hace sino emplear una receta antiquísima que se basa en el valor terapéutico de la saliva. En los Anales de cirugía plástica de abril de 1961, págs. 235-242, podemos leer en el artículo «Las derivaciones salivales parotídeas en la xeroftalmia» los siguientes pasajes:

«El síndrome xeroftálmico que se desarrolla sobre un ojo con secreción lacrimal pobre o ausente, acarrea la queratinización o la descamación de la conjuntiva desecada, con formación de adherencias... La comea se opacifica... Las pestañas, al rozar, se convierten en un factor de ulceración... El descenso de la agudeza visual desemboca a menudo en una ceguera completa.»

«La saliva y las lágrimas tienen una composición muy parecida, y contienen ambas lisozima, sustancia bacteriostática de protección.» El cirujano comunicará entonces, por vía mucosa intrabucal, el canal secretor de las glándulas salivales con el fondo de saco conjuntivo. Y «...de ello resultará para el enfermo una mejora espontánea de la agudeza visual...» (Op. cit.)

De este conocimiento inconsciente es de donde deriva el gesto de numerosos escolares que, afligidos por dolor de ojos, humectan con su saliva, con ayuda de sus índices, los lagrimales doloridos, mientras hacen sus deberes bajo la lámpara familiar.

En el caso del exorcismo que nos cuenta Mateo (17, 21), también ahí se ha utilizado una técnica. Júzguese:

«Entonces se acercaron los discípulos a Jesús y aparte le preguntaron: "¿Cómo es que nosotros no hemos podido arrojar a ese demonio?" Jesús les respondió: "A causa de vuestra incredulidad; porque en verdad os digo que, si tuviereis fe como un grano de mostaza, diríais a esa montaña: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible. Pero esta raza de demonios no se puede expulsar sino mediante la oración y el ayuno..."» (Mateo, 17,19-21.)

En primer lugar, observaremos que existe contradicción. El texto nos dice que nada es imposible para la/e absoluta y sincera. Pero el mismo texto nos precisa los elementos de una técnica, ascética y mística, para la obtención del resultado: la oración y el ayuno. Hay ahí una indiscutible contradicción, ya que la frase final implica que, según la naturaleza de los demonios, según su especie, debe utilizarse un procedimiento u otro. Por lo tanto, la fe sola es insuficiente, y hay que añadirle un soporte psíquico: ayuno, oración, sacramental (aceite, saliva, lodo, agua, etc.).17

Hay otros casos en los que el análisis debe ser más sutil, más pru-dente. Así, por ejemplo, el caso del poseso de Gerasa. Un hombre está poseído por numerosos demonios. Vive en los lugares desérticos y en los sepulcros. Rompe las cadenas y los hierros con los que se le quiere reducir. Jesús viene, ordena a los demonios que dejen a ese hombre. Ellos le suplican:

«...y le rogaban encarecidamente que no les mandase volver al abismo. Pues bien, había allí una piara de cerdos bastante numerosa paciendo en el monte, y suplicaron a Jesús que les permitiese entrar en ellos. Se lo permitió. Y saliendo los demonios del hombre, entraron en los puercos, y se lanzó la piara por un precipicio abajo hasta el lago, y se ahogó. Viendo los porquerizos lo sucedido, huyeron y lo anunciaron en la ciudad y en los campos...» (Lucas, 8,31-35.)

Observaremos, en primer lugar, que no son jabalíes, sino cerdos domésticos, dado que se trata de una piara con porquerizos. La escena tiene lugar en «el país de los gerasenos, que está frente a Galilea». Es, por lo tanto, la Galaadítide. Pero ¿qué probabilidades hay de que allí se criaran cerdos, animales cuyo consumo estaba formalmente prohibido por la ley, y cuya utilización, preparación y venta eran, por consiguiente, más que aleatorias? Por otra parte, en Gerasa y en su región no hay lago alguno. Para evitar este escollo se nos quiso transferir la escena a Betsaida-Julias, en las orillas del lago Tiberíades, alias de Genezaret, alias mar de Galilea. Pero entonces el suceso no se desarrolla ya en el país de Gerasa, ni en Galaadítide, sino en la Gaulanítide, y a más de ochenta kilómetros a vuelo de pájaro de Gerasa... Una vez más, los escribas anónimos del siglo iv imaginaron cualquier cosa, sin pararse a reflexionar.

Por último, en el Voyage en Orient de Gérard de Nerval leemos lo siguiente, y es Avicena el que habla: «Siempre he dicho que el cáñamo con el que se hace la pasta de haschich era esa misma hierba que, según decía Hipócrates, comunicaba a los animales una especie de rabia que les inducía a precipitarse al mar.» De hecho, si hacemos una selección entre los acontecimientos milagrosos cuyo origen es incontrolable, que los judíos atribuyen a la magia y los cristianos a milagros, vemos que la vida de Jesús está dominada por tres hechos importantes:

a) el encuentro con el Príncipe de las Tinieblas, en la cima de la montaña de la Cuarentena, en el desierto de Judá;
b) la evocación de Moisés y de Elias, en la cima del Tabor;

c) el diálogo final, poco antes de su detención, en el monte de los Olivos, con un «padre» misterioso. 

lunes, 29 de diciembre de 2014

El Libro de los Muertos (Mitologia Egipcia)

El Libro de los Muertos (Mitologia Egipcia)


El Libro de los Muertos, o Peri Em Heru "Libro para salir al día", es un texto funerario compuesto por un conjunto de fórmulas mágicas o sortilegios, rau, que ayudaban al difunto, en su estancia en la Duat (inframundo en la mitología egipcia), a superar el juicio de Osiris, y viajar al Aaru, según la Mitología egipcia El Libro consta de aproximadamente 200 capítulos o sortilegios. 

La versión más conocida y más completa es el Papiro de Ani, un texto compuesto por 3 capas de hojas de papiro pegadas entre si y dividido en 6 secciones con una longitud entre 1.5 y 8 metros cada una. La longitud total del texto es de 23.6 metros. Fue adquirido por el Museo Británico en Tebas el año 1888 y actualmente está registrado con el número 10470. 

El papiro fue realizado por 3 escribas diferentes, como puede apreciarse en las diferentes grafías que en él aparecen, pero sólo uno realizó los dibujos. Originalmente es posible que no fuese encargado por Ani, un escriba de hacia el año 1300 a.C., o al menos no en su totalidad, pues su nombre aparece escrito con una escritura diferente. 

El papiro contiene algunos errores derivados de la falta de atención. Existe una versión electrónica del Papiro de Ani, según la traducción realizada por Sir Wallis Budge. El capítulo más famoso e importante del Libro de los Muertos sea el titulado "Fórmula para entrar en la sala de las dos Maat", en el cual el difunto se presenta ante el tribunal de Osiris al objeto de que se pese su corazón (conciencia y moralidad) y superada la prueba pueda continuar su camino en el mundo de los muertos, la Duat, hasta alcanzar los fértiles campos de Aaru. Este capítulo, de notoria complejidad y extensión, contiene las llamadas "Confesiones negativas", declaraciones de inocencia que el difunto realizaba ante los dioses del tribunal a fin de justificar sus acciones personales, lo que pone de manifiesto la gran importancia moral que este capítulo significaba para los antiguos egipcios.

http://todoangelesyduendes.blogspot.com/2010/04/el-libro-de-los-muertos-mitologia.html

domingo, 28 de diciembre de 2014

Los Secretos del Templo interno

Los Secretos del Templo interno .•.


Cada símbolo tiene siete significados o siete interpretaciones. La del Grado de Aprendiz y la del Grado de Maestro Secreto. Ahora nos corresponde alzar el tercer velo de los Misterios, o de la Tercera Iniciación, que pertenece al Grado de Maestro Elegido de los Nueve. En cada Grado de la Masonería fluyen ciertas corrientes etéricas a través o alrededor de la columna vertebral de cada iniciado. En la espina dorsal se encuentran tres conductos llamados simpático, vago y central, los cuales corresponden a lo que los Yoguis llaman: Ida, Pingala y Sushumña. Ida y Pingala tienen sus lados izquierdo y derecho respectivamente, y son el sostenido y bemol de la nota Fa de la naturaleza humana que, cuando vibran debidamente despiertas, producen, en ambos lados, vibraciones que subyugan lo inferior por medio de lo superior. Los dos aires o vibraciones vitales que pasan por el simpático y por el vago provienen de la comente etérica pura que atraviesa el conducto central; cada una tiene una senda particular y convierte la libre corriente espiritual del conducto central en dos vibraciones semimateriales: la positiva y la negativa.

Uno de los objetivos del plan de la Masonería es el de estimular en el cuerpo humano la actividad de estas fuerzas a fin de apresurar la evolución. En la primera Iniciación del Primer Grado, Ida o el conducto izquierdo, el aspecto femenino en el hombre, se despierta y otorga al candidato la fuerza para dominar sus pasiones y emociones. En el Segundo Grado, se desenvuelve Pingala o el aspecto masculino, el cual otorga el dominio de la mente. En el Tercer Grado de Maestro se despierta la energía central y se da paso a la influencia superior del Espíritu, para que ascienda nuevamente hacia el cerebro.

El estímulo de estos nervios y fuerzas que fluyen por ellos es tan sólo una pequeña parte del beneficio otorgado por el Maestro cuando blande la espada en el momento de la admisión. Ascender masónicamente Grado tras Grado es semejante, ni más ni menos, a la ordenación eclesiástica de los sacerdotes. Los efectos son reales e infalibles en cuanto a sus resultados en la vida espiritual; a pesar de esto, dependen totalmente de la propia voluntad del candidato, y por eso se ha dicho que "El hábito no hace al monje". Y también, como dijo Ward: "El beneficio espiritual que un individuo recibe de la Masonería es exactamente proporcional a su deseo y capacidad para comprender su significado interno".

El Primer Grado de Aprendiz corresponde al de Subdiácono de la Iglesia. En este Grado, el Aspirante debe dominar los tres planos de su naturaleza, o sea, el cuerpo físico con sus impulsos, el plano astral con sus emociones y deseos violentos, y el plano mental con sus divagaciones e inestabilidades, para que se sometan y obedezcan al Yo Superior, se conviertan en instrumento positivo valioso, de adiestramiento, y útil para ponerse a su servicio. Este es el trabajo del Primer Grado o de autodesarrollo. El Segundo Grado corresponde al de Diácono. El compañero debe convertir su cuerpo de deseos en un instrumento perfecto para expresar la emoción superior y, al mismo tiempo, para tratar de dominar su cuerpo mental. El Grado de Maestro Masón equivale al de Sacerdote, o el ser que puede manejar a voluntad los poderes que le fueron otorgados. El Cuarto Grado es el del Obispo, quien sostiene en su mano el báculo magnetizado. Es el Maestro que está en condiciones de poder dar esa energía, conferir Grados elevados y bendecir con mayor eficacia que un Sacerdote.

Todos los masones de Grados altos tienen en sus manos poder para dar la bendición en Su Nombre (en nombre del G.A.D.U. Gran Arquitecto del Universo). Sin embargo, lamentablemente, son muy pocos los masones modernos que perciben la santidad de su oficio y la grave obligación de emplear sus poderes para ponerlos al servicio del mundo.

Aquí debemos aclarar que, si el aprendiz, el compañero o el Maestro no practicara ni se familiarizara con las enseñanzas contenidas en los Grados anteriores, no podrá entender la explicación del tercer significado del símbolo. Por esto fue necesario dividir las enseñanzas masónicas en Grados, facilitando de esta manera el paulatino y gradual estudio y práctica hasta llegar a comprender el espíritu recóndito de la intuición. Ahora ya podemos continuar con nuestro trabajo consistente en seguir alzando el tercer velo del Misterio.

En ciertas Logias se perdió el sentido de orientación. La Logia debe acatar la Ley de la Magnetización a fin de orientar debidamente. Entre el ecuador y los polos de la Tierra hay una constante corriente de fuerzas en ambas direcciones, mientras otra corriente se desplaza en sentido perpendicular, el cual se mueve alrededor de la Tierra y en la misma dirección. Como veremos, ambas corrientes se utilizan en los trabajos de la Logia al alzarse el tercer velo de las ceremonias. La Ciencia ya comprobó que, para lograr un sueño tranquilo, el ser humano debe dormir con la cabeza vuelta hacia el norte porque el magnetismo llega nosotros desde esa dirección. Como ya se explicó, la Logia es la representación del cuerpo humano, y se la debe orientar adecuadamente para que reciba mejor las influencias cósmicas.

El Pabellón Celeste de la Logia, con sus diversos colores, señala un tercer significado porque la bóveda celeste es azul, no de varios colores, salvo durante la aurora y el ocaso. El verdadero Pabellón Celestial es el aura del hombre. Es la resplandeciente vestidura del Iniciado, según el Himno Gnóstico. Es el cuerpo glorioso del alma humana en el mundo sutil invisible.

Se considera que el Altar Masónico es la representación de los dos altares antiguos: el de los sacrificios y el del incienso (léase "Esta es la Masonería, Primer Grado". Desde este altar se eleva el Gran Yo Soy, el agradable incienso de amor, consuelo y verdad fraterna, mientras que sobre el permanecen indómitos los apetitos y las pasiones desenfrenadas del hombre. En muchas Logias queman incienso sobre el altar, y también encienden en é1, o cerca de el, una lucecita con un tubo de cristal, de color rubí, el cual simboliza el reflejo del Fuego Creador en la materia y guarda exacta correspondencia con lámpara que arde constantemente en las iglesias católicas ante el sagrario que guarda la Hostia.

Las tres columnas del Templo significan la Trinidad del Absoluto: Padre, Hijo y El Absoluto, en quién existen todos los seres y cosas. Sin embargo, en aspectos o manifestaciones separadas, el Espíritu Santo (Madre-Materia) es el Hacedor o Constructor del mundo externo, es el Hijo y la Vida en todos los seres: "La Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo". Todo objeto material es parte de Dios espíritu Santo (o Madre-Materia, porque antiguamente la palabra espíritu Santo era femenina en arameo, y se la masculinizó en los idiomas latinos), mientras que cada vida forma parte de la Consciencia de Dios Hijo, o Logos Solar manifestado. La gloria invisible y la felicidad inefable del Padre permanece invisible detrás de los dos últimos aspectos.

El Espíritu Santo es trino, y su Trinidad consiste en Sabiduría, Fuerza y Belleza. La Sabiduría se halla en el plano del Divino Arquitecto. La Fuerza es la Energía con la cual Dios Espíritu Santo constituyó todas las cosas, y la Belleza es la expresión de Dios que aparece en todas las cosas... Éstas son las tres partes de todo el mundo objetivo, las cuales constituyen el edificio de la Logia y el cuerpo del hombre en el que la vida cumple su papel.

Todos los seres vivos que pueblan este mundo muestran, en diversos grados, la Luz de la Vida y Consciencia Divina. Todos son partes de Dios Hijo, del Cristo, del Redentor, de la Vida crucificada en la materia. El Cristo también es trino: Voluntad Espiritual, Amor Intuitivo e Inteligencia Superior: Amor, Voluntad y Pensamiento.

El Venerable Maestro representa la Voluntad Divina del Cristo que dirige la obra de perfeccionamiento del hombre; el Primer Vigilante representa el Amor Divino del Cristo; y el Segundo Vigilante, el Pensamiento Divino. Las Joyas de estos Oficiales simbolizan respectivamente: voluntad, amor y pensamiento. También observamos que, cuando el Segundo Vigilante baja su pequeña columna y el Primer Vigilante levanta la suya, esto indica que vamos a interesarnos en la vida, a trabajar en lo relacionado con la consciencia del hombre, y en lo que atañe a asuntos materiales: a edificar el Templo del Hombre, no un templo para el hombre. Las tres columnas representan las tres cualidades de la Logia material. A su vez, los tres dignatarios principales simbolizan las tres cualidades de la consciencia o vida.

Entonces el hombre es una consciencia espiritual trina, vestida con una personalidad cuaternaria que consta de cuerpo físico, cuerpo etérico o contraparte del físico, cuerpo de deseos o emocional, y cuerpo mental. Los dos últimos constituyen su archivo privado y museo de emociones y pensamientos personales. A fin de profundizar más, debemos leer "Esta es la Masonería. Primer Grado"

No hay vida sin materia ni materia sin vida. El espíritu no puede tener existencia sin materia, ni la materia puede existir sin el espíritu. Por consiguiente:

Dios Padre - Espíritu
Dios Madre (Espíritu Santo) - Materia 
Dios Hijo - l hombre es la imagen de Dios como expresión o continuación del mismo Dios, porque es la luz que transporta la imagen, y en la medida en que el hombre es capaz de recibir y reflejar esta luz, es parte consustancial de ella y se identifica con Dios.
La Estrella de seis puntas significa la unidad del espíritu y la materia, de Dios manifestado en su Universo.

La Estrella de cinco puntas, en el Oriente del Templo, es el símbolo del hombre perfecto, de Dios manifestado en el hombre, no en el Universo en su conjunto. Significa: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre que está en los Cielos".

La Estrella de siete puntas significa:
Las siete direcciones que conducen hacia la unión con la Vida Divina
Las siete vías de perfección;
Los siete rayos de Dios que colman el Universo con la Luz de Dios
Los siete Espíritus ante el Trono del Señor, quienes manejan las divisiones planetarias
Los siete poderes que el Mago adquiere durante su evolución
Los siete centros o fuerzas que reciben y emanan la energía vital, y que se radican en el cuerpo humano
Las siete dignidades que perfeccionan y completan la Logia, y representan los siete cuerpos o siete estados planetarios; y
Los siete poderes que el Mago adquiere de las vibraciones, o siete cualidades que el mundo científico conoce como mente, memoria, y canalización.

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sábado, 27 de diciembre de 2014

Estudios místicos (3 de 31) – La Materia (1 de 2)

Estudios místicos (3 de 31) – La Materia (1 de 2)

El espíritu

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No parece razonable comenzar el estudio de la materia hablando del Espíritu; pero pronto comprenderá que no lo es tanto. Sobre todo cuando se le explique la terminología empleada. Debe usted saber que la terminología empleada suele ser diferente en cada escuela de misterios sin embargo, en el fondo, se refieren a lo mismo. Con todo, es cierto que existen diferencias de concepto con respeto a los conceptos profanos.
La mayoría asocia el Alma y el Espíritu como equivalente, como palabras que hacen referencia a lo mismo pero usando expresiones o términos diferentes. Para los místicos son términos diferentes asociados a entes diferentes. Preste mucha atención a todo esto porque del correcto conocimiento de la terminología dependerá la correcta interpretación de estas líneas ya que será la que yo utilizaré por simple lógica.
Para el místico el ser humano es trinitario, si bien algunas escuelas lo llevan a ser septenario. Sin embargo un estudio profundo permite siempre reducirlo a tres entes ya que algunos son subdivisiones de otro mayor; pero dado que no me planteo un curso acelerado de conocimientos en los diferente tipos de escuelas de misterios y esotéricas, me limitaré a la división más simple de comprender, la del hombre trinitario.
Existe una Energía Universal que envuelve a toda forma material, ya sea animada o inanimada, responsable de “la forma” de esa materia. Esa energía es lo que denominaremos Espíritu. La ciencia afirma que sobre la materia actúan cuatro fuerzas: cohesión, adhesión, atracción y repulsión. Sin embargo, desde el punto de vista místico comete el error de confundir los efectos con las causas que los produce ya que esas cuatro fuerzas no son más que diferentes manifestaciones del Espíritu, de la Energía Universal. La ciencia no comprende aún que la multiplicidad de todo lo terrenal posee un solo origen en una Unidad Cósmica intangible, invisible a lo material e infinita.
CohesiónAtracción entre moléculas que mantiene unidas las partículas de una sustancia.
AdhesiónLa adhesión es la propiedad de la materia por la cual se unen y plasman dos superficies de sustancias iguales o diferentes cuando entran en contacto, y se mantienen juntas por fuerzas intermoleculares.[1]
AtracciónFenómeno físico que hace que dos objetos tiendan a juntarse a unirse, por ejemplo los imanes cuando se enfrentan polos opuestos
RepulsiónFenómeno contrario al a atracción
Es fácilmente comprensible que el término Espíritu, para el esoterista o místico, no posee ningún sentido teológico [2]. Para entendernos mejor, no hace referencia al Alma, como sucede normalmente, que ambos son sinónimos. El Espíritu es la energía que impregna todo lo material; el Alma es una Energía Cósmica independiente del mundo material y que anima a cada ser humano.
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Explicado de otro modo, la energía Espíritu da a la materia – a toda la materia – la forma bajo la cual la conocemos; por lo tanto está presente desde en el más minúsculo grano de polvo hasta en el planeta más lejano de la galaxia. Es responsable de la forma física del cuerpo del hombre al mantener en equilibrio las cuatro fuerzas con las que se manifiesta (cohesión, adhesión, atracción y repulsión). Al morir, la fuerza repulsiva toma el control y por ello nuestro cuerpo físico se desintegra.
Por lo tanto, debe quedar claro que Alma y Espíritu son entes, energías, muy diferentes; aunque ambas son energías, el Alma es independiente del mundo material y no se encuentra en la materia inanimada mientras que el Espíritu es la esencia del mundo material y se encuentra en toda la materia.

Polaridades y vibraciones

Toda energía posee una polaridad. La polaridad puede ser positiva o negativa, teniendo en cuenta que los términos positivo y negativo no se usan como bueno o malo, mejor o peor, sino para establecer una correlación, así por ejemplo, si se tratase de números, el 4 es más positivo que el cero, pero más negativo que el 10. La norma general nos dice que cuanto más material es una energía más negativa es la misma y cuanto más espiritual más positiva. En virtud de todo ello, la energía del Espíritu posee una polaridad negativa y el Alma una polaridad positiva. Por otra parte, para poder unirse el Espíritu y el Alma en el hombre es necesaria la colaboración de otra energía o fuerza que los místicos denominan Fuerza Vital; la cual es positiva respeto al Espíritu pero negativa con respeto al Alma.
Alma y Espíritu representan dos polos diferentes de la vida terrenal; representan la dualidad presente en todo ser vivo .Es la fusión de ambas lo que permite la encarnación del Alma en el Cuerpo.
Al ser el Espíritu una energía presente en todo lo material, la diferencia entre un objeto y otro radica únicamente en la expresión, en la combinación de los elementos empleados por el Espíritu para crearlos; es decir, las partículas subatómicas que componen toda las sustancias materiales. Aunque este punto precisaría mucho más espacio que este para ser tratado a profundidad, con el fin de que entienda el concepto inicial piense que toda la materia se forma con átomos y estos con protones, electrones y neutrones; la diferencia final entre un hombre y una simple piedra, en lo material, es la diferente forma en la cual el Espíritu ha combinado esos tres elementos. Evidentemente la cosa no es así en realidad, ya que protones, electrones y neutrones se conforman por otras sustancias[3], pero el concepto en sí mismo es correcto.
espiritu03Como usted ya sabe, la energía ni se crea ni se destruye; solo se transforma. Por ello, el Espíritu, como energía que es, es indestructible. El Espíritu siempre está preparado para condensar y crear materia a partir de los “ladrillos esenciales de la materia” si se cumplen las condiciones necesarias para ello. Es cierto que podemos variar la forma de la materia como cuando tallamos una madera o el granito; pero ello no destruye al Espíritu, solo hemos modificado su aspecto usando el poder de las cuatro fuerzas del Espíritu: cohesión, adhesión, atracción y repulsión. Algo puede ser destruido desde el punto de vista físico como al romper un vaso contra el suelo; pero es imposible destruir la esencia energética que lo componía. En el caso del vaso, esa energía se ha dividido en varios fragmentos de cristales que tendremos buen cuidado de recoger antes de que nos riñan por haberlo roto.
Quizás no se haya dado cuenta, pero el punto anterior posee un importancia transcendental desde el punto de vista místico porque nos dice que todos los elementos que componen la materia son inmortales. Cuando se disgregan desaparece el objeto material que formaban, un hombre, un pez, un árbol, una piedra; pero estos elementos quedan libres en el Universo disponibles para dar forma a un nuevo objeto material bajo el control y guía del Espíritu.
Llegados a este punto, usted ya sabe que el Espíritu es una energía que abarca todo el Universo, de polaridad negativa respecto al Alma e indestructible pero ¿Cómo actúa en el entorno y como se presenta?
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La respuesta no es en forma de las cuatro fuerzas que ya conoce; ellas son efectos del Espíritu no el Espíritu en si mismas; el Espíritu es una energía vibratoria que se propaga más o menos rápido y más o menos intensamente en virtud de las leyes que afectan a toda vibración. Lo que debe asimilar perfectamente es que el Espíritu vibra e impregna permanentemente el Universo manteniéndolo en vibración. Recuerde el tercer principio hermético del Kybalion: “Nada reposa, todo se mueve; todo vibra[4] La vibración del Espíritu, del Alma, la vibración del Cósmico es tan elevada en frecuencia que la percibimos como reposo, pero no es cierto, es la vibración infinita en el caso del Cósmico.
Toda la materia vibra por efecto del Espíritu tanto interna como externamente. La vibración interna es la encargada de mantener el equilibrio entre las fuerzas que dan forma a la materia; si fuera posible modificar la frecuencia interna de la materia e igualarla en todos los objetos no podríamos diferenciar un objeto del otro. Es más, si conociésemos las frecuencias de las formas materiales y fuéramos capaces de modificarlas a voluntad podríamos convertir una piedra en un árbol con solo modificar su frecuencia vibratoria. Parece increíble pero es real en lo absoluto. Recuerde que todo lo material está formado por los mismos elementos combinados en las proporciones adecuadas para cada forma material; son las diferentes frecuencias vibratorias, actuando sobre el equilibrio de las cuatro fuerzas del Espíritu (cohesión, adhesión, atracción y repulsión) lo que produce una u otra forma material al variar las proporciones de los elementos. Piense en un cocinero que posee harina, azúcar y levadura, en virtud del uso que haga de las proporciones creará diferentes tipos de pan, del mismo modo, el creador combina los diferentes componentes que posee para crear todas y cada una de las ideas de su pensamiento.
El hecho de “no ver” las vibraciones no implica que no existan. La música no son más que ondas que percibe nuestro oído; no las vemos, pero están ahí. Además, en este ejemplo, al escuchar una música que nos gusta o inspira no solo escuchamos sino que sentimos una sensación agradable en nuestro cuerpo. Esto se debe a que nos armonizamos con la frecuencia de esa música. El impacto no se limita a la percepción objetiva sino que influye en nuestra Alma. Esto pone en evidencia que el ser humano posee una consciencia capaz de sentir y armonizarse con las frecuencias abriéndonos las puertas hacia la transcendencia por medio de la armonización con el Cósmico.
La causa de todo ello son las vibraciones externas. Al vibrar internamente toda la materia se produce una emisión a transmisión externa que alcanza a otras formas materiales e interactúan con las propias del objeto alcanzado. Las vibraciones más “groseras” son detectadas por nuestra consciencia objetiva a través de los sentidos; las más sutiles y espirituales las detecta el Alma al armonizarse con ellas, al resonar con ellas.
Dado que nosotros vibramos como todo lo material, toda frecuencia que nos alcanza influye y modifica nuestra frecuencia y de ahí que podamos transcender la materia y comunicarnos con otras formas de materia a través de los medios ya descritos e, incluso, armonizarnos con el Cósmico. Pero nos estamos alejando del tema de estudio, volvamos al mismo para explicar más profundamente como percibimos y como interpretamos las vibraciones del espíritu… pero eso será en la próxima entrega de esta serie.
Próxima entrega: Estudios místicos (4 de 31) – La Materia (2 de 2)
Notas
[1] Es vital diferenciar entre la cohesión y la adhesión, así que debe tener claro que la cohesión es la fuerza de atracción entre partículas adyacentes dentro de un mismo cuerpo, mientras que la adhesión es la interacción entre las superficies de distintos cuerpos.
[2] La mayoría de los que me leen asocian Teología con religión católica. En realidad la Teología es el estudio de Dios, independientemente de la religión que se profese, evidentemente existe una teología cristiana, que no es más que una adaptación al crisitianismo de la teología; y lo mismo sucede con otras religiones. Según los diccionarios podemos decir que la teología (del griego θεος theos, ‘Dios’, y λογος logos, ‘estudio’, ‘razonamiento’) es el estudio y conjunto de conocimientos acerca de la divinidad. Este término fue usado por primera vez por Platón en su obra “La República” para referirse a la comprensión de la naturaleza divina por medio de la razón, en oposición a la comprensión literaria propia de sus poetas coetáneos. Más tarde, Aristóteles empleó el término en numerosas ocasiones con dos significados:
  • Teología al principio como denominación del pensamiento mitológico inmediatamente previo a la Filosofía, en un sentido peyorativo, y sobre todo usado para llamar teólogos a los pensadores antiguos no-filósofos .
  • Teología como la rama fundamental y más importante de la Filosofía, también llamada filosofía primera o estudio de los primeros principios, más tarde llamada Metafísica por sus seguidores y que para distinguirla del estudio del ser creado por Dios, nace la filosofía teológica que se la denomina también teodicea o teología filosófica.
[3] No es mi intención liar al lector con términos y conceptos físicos que en el fondo nos llevarían a la misma idea planteada en el texto; pero aquellos que quieran aprender algo más, aquí va la teoría física actual. Cuando John Dalton postuló su teoría atómica consideró que los átomos eran indivisibles y por tanto en cierto modo partículas elementales. Los avances en el conocimiento de la estructura atómica revelaron que los átomos no eran ni mucho menos indivisibles y estaban formados por partículas más elementales: protones, neutrones y electrones. El estudio de las partículas que forman el núcleo atómico, reveló que estas no eran elementales, sino que estaban formadas por partículas más simples. Los neutrones, protones y otras partículas compuestas como el resto de hadrones y los mesones. Tanto los hadrones como los mesones están constituidos por partículas más pequeñas, llamadas quarks y antiquarks y “nubes” de gluones que los mantienen unidos.
La lista de partículas subatómicas que actualmente se conocen consta de centenares de estas partículas subatómicas, situación que sorprendió a los físicos, hasta que fueron capaces de comprender que muchas de esas partículas realmente no eran elementales sino compuestas de elementos más simples llamados quarks y leptones que interaccionan entre ellos mediante el intercambio de bosones. En el modelo estándar, que refleja nuestro estado de conocimiento sobre los constituyentes últimos de la materia, los quarks, los leptones y los bosones de intercambio se consideran partículas elementales, ya que no existe evidencia de que a su vez estuvieran formados por otras partículas más “pequeñas”.
[4] El tercer Gran Principio Hermético – el Principio de la Vibración – encierra la verdad de que el movimiento se manifiesta en todo el Universo. Nada está en reposo, todo se mueve vibra y circula. Este principio hermético fue reconocido por algunos de los primitivos filósofos griegos, quienes lo expusieron en sus sistemas. Pero después, durante siglos enteros, quedó olvidado, salvo por los seguidores de las doctrinas herméticas.
La doctrina hermética no afirma solamente que todo está en movimiento constante, sino que las diferencias entre las diversas manifestaciones del poder universal se deben por completo al diferente modo e intensidad vibratoria.
http://iluminando.org/2014/12/25/estudios-misticos-3-de-31-la-materia-1-de-2/