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miércoles, 31 de enero de 2018

LA IMAGINACIÓN EN LA MASONERÍA

Sísalo Wancjer


En la masonería es esencial la bella, seductora y vivificante imaginación, unida a las poderosas acciones y realizaciones 

No hay proceso iniciático sin la constante imaginativa. Es imposible enfrentar los procesos de conocimiento iniciático sin acentuar, sin hacer un esfuerzo, sin hacer un trabajo constante en los ámbitos de la imaginación. Categóricamente podemos afirmar que imaginación e iniciación son inseparables, que no habría procesos iniciáticos sin los vislumbres de los universos simbólicos, a través de la construcción mental de imágenes en los procesos dinámicos que nos imponen los rituales de paso y en los rituales de ambientación gradual que hacen posibles el estado espiritual del trabajo en logia.

Una de las causas del fracaso iniciático y de la rutinización del hacer masonería, que lleva al tedio y a la indiferencia y a la distanciación, es la pérdida – conciente o inconciente - de la capacidad imaginativa de los iniciados. Es la constatación de una predisposición mental que nos lleva a la negación del imaginario colectivo, es decir, a la negación de nuestra disposición de caracterizar a nuestro colectivo iniciático como una creación ética singular, en sus significaciones y representaciones, en nuestras maneras de sentir y desear, y en las maneras de pensar en conjunto sobre los fenómenos del existir.

La masonería nos invita a encontrar la piedra oculta en nuestra conciencia, una piedra bruta que nos viene de nuestra más profunda condición primordial, la que deberemos pulir para tornarla en pieza perfecta para la construcción de nuestra espiritualidad, o tal vez la piedra pulimentada que tenemos en la maraña de nuestra conciencia, y la que debemos extraer de entre la espesura de nuestras contradicciones y errores, para que determine el carácter de nuestra reconstrucción espiritual.

Qué momento pleno de imaginación aquel en que fuimos despojados de nuestros metales, para iniciar un viaje al interior de nuestra conciencia! Recordemos a Oswald Wirth, (Ilustre masón suizo, 5 de agosto de 1860 - 9 de marzo de 1943) quien nos recuerda los objetivos de los emblemas del Gabinete o Cámara de Reflexiones: “entremos en nosotros mismos, profundicemos, hagamos abstracción de las apariencias exteriores y penetremos hasta el esqueleto mismo de la realidad despojado de todo manto seductor. Cuando Saturno haya llevado a cabo su obra, el Gallo de Mercurio despertará nuestra inteligencia, abierta entonces a las verdades iniciáticas”. (Manual del Aprendiz Masón) ¡Imaginación! ¡Bella, seductora y vivificante imaginación!

Y luego de un tiempo imposible de determinar (porque suponemos que el candidato no tiene ningún medio de medirlo), nos fueron a buscar y nos privaron del más precioso de los sentidos. De allí en adelante, no nos quedó más que imaginar. Hasta hoy. Y así será hasta el día en que nuestras formas materiales cesen su actividad biológica, y las formas que nos identificaron se diluyan, y solo quede la imaginación en torno a nuestro recuerdo, la imagen sublime de quienes nos han querido, y la imagen de las equidistancias de quienes nos reconozcan en nuestros méritos y nuestros defectos y errores.

El cambio y la Tradición son las cualidades que permiten a la Masonería mantener su presencia en medio de las evoluciones y las revoluciones que caracterizan el tránsito del hombre, a través de los siglos. En torno a ellos está el proceso cotidiano de construcción y reconstrucción de nuestro ser.

Ese proceso, invita a que sea hecho con las ideas fundamentales de la Masonería.

http://masonesporlamasoneria.weebly.com/publicaciones/la-imaginacion-en-la-masoneria

martes, 30 de enero de 2018

Condena y persecución. El discurso antimasónico

Condena y persecución. El discurso antimasónico
José Manuel Moreno Campos

Apenas establecida la nueva vida de la Orden a través de la masonería especulativa con la constitución de la Gran Logia de Londres y Westminster en 1717, los recelos no tardaron en aparecer en algunos sectores sociales. Se suele citar la Bula In Eminenti (1738) del papa Clemente XII como la primera condena a la masonería (no se puede obviar que su vocación universalista suponía una competencia para Roma, competencia que históricamente ya tuvo consecuencias bastante negativas para órdenes militares como la del Temple o la de los caballeros teutónicos), pero lo cierto es que no fue la Iglesia Católica la primera en hacerlo. Ya unos años antes, sectores protestantes de algunas ciudades como Ámsterdam condenaron públicamente a los masones. En cualquier caso, lo cierto es que las tensiones Iglesia Católica-masonería son un hecho, y estas tensiones han pasado por periodos realmente intensos. Aquella primera Bula condenatoria apenas establecía razones, más allá del secretismo que rodeaba a la institución, que sustentaran el discurso (“(…) se ligan el uno con el otro con un pacto tan estrecho como impenetrable según las leyes y los estatutos que ellos mismos han formado y se obligan por medio de juramento prestado sobre la Biblia y bajo graves penas a ocultar con un silencio inviolable, todo lo que hacen en la oscuridad del secreto”[5]). Más explícita es la encíclica Humanum Genus (1884), de León XIII, que establecía que la masonería en realidad busca destruir todo el orden cristiano, e iba enumerando una serie de peligros derivados de sus principios (educación laica, no obediencia a ningún poder que no sea el de la propia masonería, aceptación de no creyentes, igualdad de los hombres, aconfesionalidad del Estado, distribución equitativa de la riqueza y supresión de la diferencia de clases sociales…). Otros papas, como Pío IX o Pío XI también la condenaron enérgicamente, dejando una estela de demonización y rechazo que se instaló en muchas capas sociales y ha llegado hasta nuestros días.

Evidentemente, también los sectores más conservadores y cercanos al Antiguo Régimen se enfrentaron a los masones, a los que, por razones diáfanas, vinculaban al liberalismo y las revoluciones. Y posteriormente, todos los regímenes totalitarios de izquierdas y derechas los persiguieron dada su vocación universalista y su defensa de los valores democráticos y por la libertad (Lenin y Trotsky declararon a los masones proscritos e incompatibles con la revolución en la III Internacional, como también los persiguieron Petain o Franco). Es, pues, comprensible que cambios sociales, políticos y en la manera de entender la convivencia religiosa, tan profundos, desencadenaran tensiones, enfrentamientos y condenas enérgicas. Aunque al calado del discurso antimasón en la sociedad, más en unos países que en otros, todo hay que decirlo, quizás también haya contribuido ese carácter secreto o discreto de la Orden que la sigue velando en demasía.

En relación al virulento enfrentamiento con la Iglesia Católica, el profesor Ferrer Benimeli, con tono conciliador, concluye que, “pese a que son abundantes los sacerdotes católicos antimasones y los masones anticlericales, quizás ello sea consecuencia de un desconocimiento mutuo”. Y es que la francmasonería fue erigida sobre principios cristianos, fundada por dos clérigos (uno anglicano y el otro presbiteriano) y nunca tuvo entre sus objetivos fundacionales combatir a la Iglesia. Masones ha habido y hay entre los obispos ortodoxos o los pastores anglicanos. Y con las logias colaboran, incluso, algunos sacerdotes católicos en sus parroquias para desarrollar obras sociales. Por tanto, concluye Benimeli y apostillan profesores como Ruíz Sánchez, “el enfrentamiento obedece más a razones ideológicas que religiosas”.

Pese a todo, el discurso antimasónico está muy arraigado en la sociedad (más en unos países que otros, repetimos) y éste vincula a la Orden con todo aquello políticamente incorrecto o rechazado por sospechoso y siniestro (ocultismo, espiritualismo, magia negra, judaísmo, anarquismo, satanismo…). María del Carmen Fernández Albéndiz, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y experta en periodo isabelino, expone el caso del escritor Leo Taxil, pseudónimo de Gabriel Jogand-Pagés, como paradigma del enrarecimiento en la mirada de la sociedad hacia la masonería. Éste, antiguo masón expulsado de la Orden, pasó de combatir al papado a construir todo un discurso que vinculaba a los masones con el satanismo. Basta exponer un fragmento de lo mucho que difamó para comprender cómo podía recibir la sociedad de finales del XIX los escritos de Taxil: “Lucifer posee en el templo de Charleston un santuario con un verdadero altar, en el cual figura su dolo bajo forma humana. Este altar es de una riqueza inaudita. Lucifer, con las alas desplegadas, está representado de pie y completamente desnudo. Parece descender del cielo y en la mano derecha levanta una antorcha, mientras con la izquierda derrama frutas que salen de un cuerno de la abundancia. La estatua es de oro macizo y descansa únicamente en el pie derecho, hollando un monstruo de tres cabezas; una con diadema real, otra con una tiara pontificia y la tercera tiene en la boca una espada y simboliza el ejército y el poder militar. Lucifer lleva por todo vestido un cordón masónico negro, formando triángulo, al cuello y con el escudo paládico, negro también y en forma triangular, con la letra L en el centro y la palabra Eva, palabra simbólica cuya significación es obscena”[6]. Antes de morir, el propio autor reconoció que todo era falso y respondía a un montaje difamatorio, pero durante años había recorrido Europa y sus ciudades, las cortes reales y las instituciones públicas o privadas, así como engañado al mismo León XIII, extendiendo un discurso siniestro del que la masonería todavía no ha podido desprenderse por completo.

http://revistadistopia.com/masones/

lunes, 29 de enero de 2018

La Orden del Gran Arquitecto del Universo

La Orden del Gran Arquitecto del Universo
José Manuel Moreno Campos

El nacimiento de la masonería especulativa o filosófica se establece en 1717, cuando durante la Fiesta de San Juan cuatro logias masónicas londinenses deciden fusionarse y revitalizar la vieja Orden en la denominada Gran Logia de Londres y Westminster, encargando posteriormente a James Anderson y Jean Théofile Désaguliers la redacción de unas constituciones que serán aprobadas en 1723.

A partir de aquí hay que prestar atención a un argumento, y es el de si existían logias y masones antes de las denominadas Constituciones de Anderson.

Las nebulosas circunstancias en que se desarrollaron estos acontecimientos han llevado a los historiadores a establecer diversas teorías sustentadas, a su vez, en diferentes líneas de investigación que han intentado establecer cuáles fueron realmente los hechos y fundamentos que dieron origen a la masonería moderna. Y entre estas teorías es hoy la más aceptada la denominada “teoría de la transición”, que el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Académico, sacerdote jesuita y uno de los mayores expertos en masonería, José Antonio Ferrer Benimeli defiende y razona. Según esta “teoría de la transición”, la masonería especulativa moderna no supone más que la continuidad en el tiempo de la antigua masonería operativa de los maestros canteros medievales que había entrado en crisis cuando finalizó el periodo de construcción de las grandes Catedrales góticas y el Renacimiento volvió la mirada hacia el antropocentrismo y la medida humana. Las logias decayeron y durante el siglo XVII empezaron a admitir entre sus miembros a cofrades no relacionados con la construcción. Además, durante este siglo se darán dos acontecimientos que serán determinantes para la Orden. Por un lado el Gran Incendio de Londres de 1666, que hará que muchos masones de las islas británicas se desplacen hacia allí para participar en la reconstrucción de la ciudad, y, por otro, las interminables Guerras de religión que asolaban Europa desde la Reforma luterana y que enfrentaban a los cristianos por todo el continente y las islas. Consecuencia de ello fue que las logias, integradas ya mayormente por “masones aceptados” no constructores, empezaron a discutir en sus “tenidas” o reuniones acerca de cuestiones no necesariamente relacionadas con el viejo arte de la cantería, sino más bien filosóficas y orientadas a la reflexión sobre los problemas morales y sociales de la nueva Europa. Pero hay que resaltar que todo este proceso se produjo sin ruptura.


En este sentido, las mismas Constituciones de Anderson establecen su herencia operativa haciendo suyo el término maçon (del francés, albañil) de los canteros iniciados medievales y apelando a Escocia como custodia del Antiguo Arte en los años difíciles (“El cuidado que los escoceses tuvieron con la verdadera Masonería fue después muy útil en Inglaterra”[1]), así como designando a Adán primer Maestre de la Orden (“Adán, nuestro primer Padre, creado a imagen de Dios, el Gran Arquitecto del Universo, debió de tener escritas en su corazón las Ciencias Liberales, particularmente la Geometría (…).Indudablemente Adán enseñó Geometría a sus hijos y el uso de ella en las varias Artes y Oficios convenientes al menos en aquellos primitivos tiempos…”[2]) y a Hiram Abhif hito fundamental de su Historia (“Así es que después de la construcción del Templo de Jerusalén, progresó la Masonería en las naciones vecinas, pues los numerosos artífices que a las órdenes de Hiram Abif habían tomado parte en la obra, una vez terminada se dispersaron por Siria, Mesopotamia, Asiría, Caldea, Babilonia, Media, Persia, Arabia, África, Asia Menor, Grecia y otras partes de Europa, donde enseñaron esta liberal arte a los hijos de varones eminentes cuya destreza sirvió a los reyes, príncipes y magnates para construir grandiosos edificios, y llegaron a ser Grandes Maestros, cada uno en su propio territorio, y porfiaron entre sí en el cultivo del Arte Real”[3]). Finalmente, también remarcan las Constituciones la importancia de la antigua simbología constructiva y esotérica (“el Gran Maestre, con significativas ceremonias y tradicionales usos instalará al candidato entregándole un ejemplar de la Constitución, el Libro de la Logia y los instrumentos de su cargo, no todos de una vez, sino uno después de otro; y después de cada entrega, el Gran Maestre o su Diputado leerá el deber u obligación pertinente a cada cosa”[4]).

Por tanto, aquella masonería operativa del medievo, simbólica y secreta para reservar los misterios del oficio a los iniciados, en la que las logias se constituían donde se erigía la Catedral, donde estaba la piedra, que trataba de expresar con su ritual y sus obra cuanto de trascendente hay en el Universo, y de la que conservamos cerca de doscientos estatutos, renacía, o se refundaba, en una nueva masonería especulativa erigida sobre los pilares de aquélla y sobre la necesaria fraternidad universal. Con vocación universalista e inspirada de principios cristianos, la masonería especulativa establecía la obligación de cumplir la Ley moral y creer en Dios como Gran Arquitecto del Universo, si bien respetando “cualquier credo o denominación que los distinga” (Punto capital I de los deberes de un francmasón en las Constituciones de Anderson), y entendiendo a La Orden como “centro de Unión y medio de conciliar la verdadera Fraternidad entre personas que hubieran permanecido perpetuamente distanciadas” (Punto capital I de los deberes de un francmasón en las Constituciones de Anderson). Esa Fraternidad era ideal indispensable para, a la luz de la Razón y superadas las diferencias religiosas, extender principios universales que hicieran progresar al género humano. La nueva masonería, por tanto, busca una nueva construcción, pero no ya la de las antiguas catedrales de sillares y argamasa, sino la de una catedral espiritual y universal en la que cada masón sea una piedra de la misma, la gran catedral de la fraternidad humana.

Establecidos los fundamentos, la Gran Logia de Londres y Westminster fijó la obediencia de todas las logias que se constituyeran con posterioridad para poder ser consideradas regulares. Se iniciaba un nuevo camino.

Pero este camino no iba a ser fácil. La obediencia exigida por la Gran Logia de Londres y Westminster convertía en irregulares a todas las antiguas logias establecidas en Escocia e Irlanda. Éstas no aceptaron la eliminación de buena parte del componente tradicional místico de la antigua masonería por parte de esta nueva masonería especulativa que, pese a la asunción de muchos elementos simbólicos de los masones operativos, proyectaba su ideal a la luz de la Razón y había suprimido oraciones del viejo rito, como el Poema Regius (1390). Surge así en 1751 la Gran Logia de Masones Libres y Aceptados de Inglaterra. Ello derivó en una división a lo largo de todo el siglo XVIII entre Modernos y Antiguos Masones. Fueron años de trabajo febril y gran actividad, rivalidades e irradiación de los principios por todos los sustratos sociales. Finalmente, en 1813 los Grandes Maestres de las dos Grandes Logias Madres, ambos hijos del rey Jorge III, deciden unirse para constituir la Gran Logia Unida de Inglaterra que ha llegado a nuestros días. Apenas veinte años antes, en Francia, los principios de Igualdad, Libertad y Fraternidad se habían convertido en la bandera revolucionaria que cambió el mundo para siempre.

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domingo, 28 de enero de 2018

La implicación de la Masonería en las Revoluciones americana y francesa de fines del siglo XVIII.

La implicación de la Masonería en las Revoluciones americana y francesa de fines del siglo XVIII.
Gran Logia de Aragón - Gran Oriente de Aragón

Ya pocos dudan de que la Revolución Francesa o la guerra de la Independencia de los Estados Unidos estuvieran alentadas por los principios masónicos de Libertad, Igualdad y Fraternidad. De hecho, está sobradamente probado por la mayoría de los historiadores, masones o no, que la masonería impulso los ideales de republicanismo estadounidense y los empapó de tal manera que resultaban prácticamente indistinguibles de los masónicos.

Un dato a tomar en consideración, y que explica en gran medida esa dialéctica masonería-revolución, es la relación existente entre logias francesas y americanas de uno y otro lado del Atlántico.

La Revolución americana se adelantó en una década a la francesa, prefigurándola en cierto modo. Sus más conspicuos dirigentes estaban claramente inspirados en su ideología anticolonialista por valores de raíz masónica. Los padres de la patria estadounidense, como Benjamín Franklin,Thomas Paine, Thomas Jefferson o Washington poseían un bagaje ideológico próximo a la masonería, si no propiamente masónico. De hecho, tanto Washington como Franklin eran francmasones; el primero, iniciado en 1752 en Fredericksburg (Virginia), y el segundo en 1731 en la Logia de San Juan de Filadelfia. Y precisamente Franklin el autor del primer artículo del contenido masónico del que se tiene constancia que fuera editado en EE.UU.

En 1777, el Congreso Americano, del que Franklin era uno de los miembros más relevantes, acordó enviarle a Francia con la misión de recabar ayuda en la guerra contra los británicos. Se precisaba apoyo militar y económico y Franklin era el embajador perfecto; un hombre famoso a ambos lados del Atlántico por su actividad diplomática y científica.

Cuando llego a Francia en la Navidad de aquel año fue recibido con los brazos abiertos por la aristocracia gala, y muy especialmente por sus hermanos francmasones. A ojos de los franceses ilustrados, sobre todo por aquellos que comulgaban con el ideario roussoniano, Franklin encarnaba muchas de las virtudes del “buen salvaje” y representaba la “aristocracia sin aristócratas” del Nuevo Mundo.

El entusiasmo por su persona era de tal calibre que provocó una especie de adoración. Gracias a la notable simpatía que despertaba el enviado de la joven república americana, se firmaron tratados por los que Francia se comprometía a prestar apoyo económico y bélico a la lucha anticolonial. Y es que los EE.UU. explotaron sabiamente la eterna rivalidad francobritánica.

Entre homenaje y homenaje, Franklin se incorporó como miembro de pleno derecho a la logia “ Las Nueve Hermanas” (por las nueve musas), un Taller masónico fundado en 1776 por el astrónomo Lalande y L¨ Abbé Cordier de Saint Fermín (quien actuó como padrino de Voltaire el día de su iniciación en los misterios masónicos.
“ Las Nueve Hermanas” era directa sucesora de una logia procedente llamada “Les Sciences” que Lalande había impulsado en 1776 junto al filósofo Claude Helvetius (bien conocido por su ateísmo anticlerical y sus conocimientos científicos). Las ideas políticas y filosóficas de Helvetius en 1775, su esposa, AnnE Catherine, se sumó a Lalande y Saint Fermín para levantar columnas de la que sería la logia “Las Nueve Hermanas”. Pero tan importante como esta logia era el domicilio de Helvetius, ubicado en la Rue de Saint Anne de París, frecuentado durante años por los ilustrados europeos y conocido como la “Sinagoga…” durante su estancia parisina, como lo fue igualmente el Marqués de Lafayette (también francmasón).

El aprecio y cariño que despertó Franklin fue tal, que nadie presento objeción alguna a su nombramiento como Venerable Maestro de “ Las Nueve Hermanas”. En 1778 presidió la iniciación de un Voltaire que contaba con 84 años de edad (el anciano y achacoso adalid del librepensamiento fue sostenido durante la ceremonia en los brazos de Franklin y Court de Gebelin, diseñador del moderno tarot esotérico).

Entre los varios cometidos que desarrollo Franklin durante su estancia francesa estuvo la captación de jóvenes militantes que simpatizaran con la lucha contra los británicos. Este era el caso de Lafayette, joven oficial de 19 años de edad, quien tras ser contactado por Franklin, se decidió a cruzar el Atlántico y servir a las ordenes de Washington. Las logias y salones ilustrados de la Francia de aquellos años se convirtieron en cajas de reclutamiento de solidarios con su causa americana.

Otro miembro de “Las Nueve hermanas” (si bien no existen pruebas documentales, sino testimonios de segunda mano) fue el revolucionario Dantón, quien fuera fundador del Club de los Cordeliers, también conocido como la Sociedad de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Dantón fue un personaje clave en el desarrollo de la Revolución. A él se debe la consigna de “¡Audacia, siempre audacia!”, síntesis del espíritu que animó a los protagonistas del estallido revolucionario.

En mayor o menor medida la obra de Rousseau “El Contrato Social” influyó en los actos y las ideas de los revolucionarios franceses y americanos. En esta obra se sostenía que el poder en la sociedad estaba fundado en un pacto mediante el cual los hombres habían hecho renuncia de su libertad natural, para asegurarse la libertad civil. La soberanía no residía en un monarca aureolado de un poder consagrado por la divinidad, sino en la ciudadanía. Esta afirmación de la libertad de los ciudadanos tiene un claro correlato con lo defendido por la Masonería desde la lejana Edad Media . En el “Contrato Social” roussioniano se alaban las virtudes de la Igualdad social y se fundamenta claramente la Declaración de los Derechos del Hombre; heredera directa, por cierto, de la Declaración de Independencia americana.

Rousseeau no era masón (es más, no se le conoce ninguna expresión de simpatía por la Masonería), pero los masones franceses hicieron suyas la mayoría de sus ideas filosóficas y políticas. No es de extrañar que una de las logias más influyentes aquellos días, la logia “El Contrato Social” fuera llamada así en honor del filósofo ginebrino. De hecho, si hubiera que nombrar dos logias prerrevolucionarias, cuya influencia fuera determinante en los acontecimientos de 1789, estas logias serían “ Las Nueve Hermanas” y el “Contrato Social”. Ambas se fundaron en París en 1776 contando con la presencia de la élite de la nobleza liberal, los militares e intelectuales ilustrados.

La consonancia existente entre la revolución americana y la francesa fue mucha, a pesar de la década transcurrida entre ambas. Como ya hemos señalado, la lucha contra los británicos despertó las simpatías de muchos militares franceses, entre los que se encontraba Lafayette.

Miembro de la antigua nobleza, Lafayette se mostro entusiasmado por cuanto estaba ocurriendo en las Colonias inglesas de Norteamérica, llegando a emplear su fortuna personal para la compra de un barco, “La Victoire”, con el que emprender la travesía atlántica. Tras un afortunado viaje, el joven aristócrata y los suyos llegaron a su destino, Yorktown, en junio de 1777.

Washintong sintió desde el primer momento una profunda amistad y admiración por Lafayette, que resultaba lógica considerando que el joven oficial francés participo junto al futuro presidente americano en las batallas más importantes. En una de ellas, la del río Brandywyre cayó herido (afortunadamente de escasa gravedad). Aquella herida no hizo sino aumentar su fama de hombre arrojado y valiente; conocido el incidente fue aclamado a un lado y otro del Océano como “héroe de los mundos”.

La fama de Lafayette se mantuvo a lo largo de los años en aquella tierra de acogida. Hoy existen más de 400 lugares en los EE.UU. que llevan su nombre. Cuando en 1824, convertido ya en un venerable anciano que ostentaba el grado 33 de la Francmasonería, regresó a América, fue recibido con enorme alegría y nombrado héroe nacional.

Existe una hermosa anécdota, atribuida a Washington, que dice mucho del profundo democraticismo que impregnaba las logias, más aun las americanas, que no estaban contaminadas del aristocratismo europeo. La anécdota en cuestión recuerda la manera en que Washington saludaba a su jardinero: “Buenas tardes, Venerable Maestro”. Y es que el empleado del primer presidente americano había ocupado el trono de Salomón el día en que Washington se iniciara en los Misterios de la Francmasonería.

http://www.granlogiadearagon.org/index.php/historia-de-la-masoneria/94-27-4-2014-la-implicacion-de-la-masoneria-en-las-revoluciones-americana-y-francesa-de-fines-del-siglo-xviii

sábado, 27 de enero de 2018

El poeta masón. Modernismo y masonería en Rubén Darío

El poeta masón. Modernismo y masonería en Rubén Darío
Alberto Acereda

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En la necesaria revisión a que está siendo sometido en los últimos años el llamado modernismo hispánico falta todavía por ahondar en su relación con la masonería. Ambos conceptos, ubicados independientemente en lo estético y en lo moral, coincidieron en su interés común por el eclecticismo artístico y la heterodoxia espiritual abierta a todas las tendencias universales. Modernismo y masonería dieron importancia al símbolo, desde lo artístico a lo esotérico. Sin pretender generalizar y definir la masonería -pues existen muchas variantes masónicas y sería más adecuado hablar de «masonerías»-, es ésta una institución filosófica y filantrópica de raíz liberal, cuyo máximo objetivo es estimular la perfección moral e intelectual del ser humano. Constituye una escuela formativa de seres humanos basada en los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Todo masón debe ser justo y obrar por el bien del individuo y de la sociedad. Para ello, debe perfeccionarse interiormente a través de un recorrido «iniciático» en busca de la divinidad y la penetración del sentido de la existencia. La masonería rechaza todo fanatismo, estudia la moral universal, cultiva las ciencias, las artes y admite todos los credos religiosos sin seguir dogmas concretos. Dios se define como «Gran Arquitecto del Universo», símbolo de las supremas aspiraciones y nombre que engloba la esencia, principio y causa de todas las cosas.

En lo literario, y desde sus orígenes dieciochescos como organización viva en España e Hispanoamérica -especialmente durante el siglo XIX- fueron otros muchos los escritores iniciados en la masonería o cercanos a ella1. Si nos centramos en el modernismo literario, cabría mencionar sus relaciones con el krausismo -estudiado por Gómez Martínez- y el influjo de esa corriente en la masonería hispánica. Basta traer a colación una figura clave para el modernismo como José Martí, liberal y masón, para entender el binomio modernismo-masonería. En su destierro en España, Martí fue iniciado en la Logia Armonía de Madrid y forjó toda su obra modernista -liberadora en el arte y en la ideología- al calor del código moral masónico. Lo mismo puede decirse del argentino Leopoldo Lugones, iniciado en la Logia Libertad Rivadavia de Buenos Aires en 1899, y quien desde 1906 integraba el Supremo Consejo grado 33 del Rito Escocés para la República Argentina2. Antonio Machado, por su parte, fue iniciado en la masonería en la Logia Mantua de Madrid y varios poemas suyos («A Don Francisco Giner de los Ríos», «Al joven meditador José Ortega y Gasset», «Al Maestro que se va») lo corroboran3. Lo mismo cabría decir del conocimiento del tema que hay en el primer Juan R. Jiménez, a través de su estrecha relación con su doctor, el masón Luis Simarro4. En las conexiones del arte modernista, algo parecido puede decirse de Antonio Gaudí, muy cercano a los círculos de la masonería catalana, según mostró Gómez Anuarbe. Pero faltan por realizarse más investigaciones que ubiquen estas variantes de la heterodoxia modernista en el marco del pensamiento liberal y la masonería. Aquí detallaremos la filiación masónica de Rubén Darío y aportaremos datos poco conocidos que confirman y amplían su pertenencia a esa orden y el influjo en su vida y obra.

La masonería fue censurada por la Iglesia Católica el 20 de abril de 1884 por el papa León XIII en su encíclica Humanum Genus y su derivación en la instrucción pública De Secta Massonum -del 7 de mayo de 1884- y en el llamado modernismo teológico finisecular. En el mundo hispánico tenemos noticia de libros que se adelantan a los textos antimasónicos papales y que plantean los peligros de la llamada herejía modernista y sus lazos con la masonería. A todo ello seguirán toda una serie de documentos pontificios antimasónicos: el Decreto Lamentabili Sane (3 de julio de 1907) y de la Encíclica Pascendi Dominici Gregis (7 de septiembre de 1907). En la crisis finisecular el modernismo se identifica con el nombre propio de la herejía por excelencia y como vasta conspiración contra los principios fundamentales del cristianismo en su vertiente católica. La condena del modernismo teológico alcanzó a todos los aspectos de la vida bajo las ideas propugnadas por el abate francés Alfred Loisy o el teólogo inglés George Tyrrell, excomulgados ya en 1908 por el Vaticano. Es en los sustratos de esa heterodoxia modernista donde entra en juego el protestantismo liberal y unas variantes espirituales que apuntan al modernismo como anatema del catolicismo. La cuestión aparece en Miguel de Unamuno o en Juan R. Jiménez, quien habló del modernismo teológico en su curso de 1953. Menciona sus lecturas en casa de Luis Simarro, que le presta los libros de Loisy y otros católicos franceses ligados a la masonería (53). Se entiende así que una comparación entre la España y la Hispanoamérica de fin de siglo -y el caso de la Argentina es paradigmático-corrobora la mayor prevención peninsular ante la masonería. A eso cabe añadir el importante papel de la masonería en los movimientos emancipadores pues las nuevas repúblicas americanas surgen bajo el impulso masónico, desde Simón Bolívar a José de San Martín a masones como José Rizal o Benito Juárez. Al filo de 1898, tanto en Cuba como en Filipinas, los independentistas o bien eran masones o pertenecían a círculos en la órbita de la masonería: Máximo Gómez, Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo y José Martí. Así se explican las muchas precauciones ante el modernismo en la España del momento, aumentadas por la cercanía de la masonería catalana a una voluntad nacionalista e independentista. El tema requeriría de un estudio aparte, pero hay que apuntarlo para mostrar las extensas implicaciones de la conjunción modernismo-masonería y en medio de ella la figura de Darío.

Si nos centramos en Argentina, el concepto de Estado nacional moderno tuvo un destacado componente masónico. Desde la presidencia de Bartolomé Mitre en 1862 hasta la de Hipólito Yrigoyen en 1916, la Argentina tuvo -al menos- nueve presidentes masones. El proyecto liberal argentino incluía la secularización y explica el florecimiento de las heterogéneas fórmulas espirituales de la época, incluido el esoterismo. Darío, Lugones y el grupo modernista encontraron allí un lugar propicio para el desarrollo del modernismo en su vertiente espiritual de corte metafísico. Aun cuando las lecturas del modernismo no han reparado suficientemente en las implicaciones masónicas y esotéricas, hoy confirmamos que los autores modernistas vieron en el ocultismo y el sincretismo religioso -incluida la masonería- una mina de respuestas a su vacío existencial5.

Desde sus años en Centroamérica y en Chile, Darío tuvo una fuerte conexión con el espiritualismo ocultista y con las prácticas de la parapsicología y el hipnotismo. Al recordar su estancia porteña, Darío nos relata en uno de los capítulos de su autobiografía: «Con Lugones y Piñeiro Sorondo hablaba mucho sobre ciencias ocultas. Me había dado desde hacía largo tiempo a esta clase de estudios, y los abandoné a causa de mi extrema nerviosidad y por consejo de médicos amigos. Yo había desde muy joven tenido ocasión, si bien raras veces, de observar la presencia y la acción de las fuerzas misteriosas y extrañas que aún no han llegado al conocimiento y dominio de la ciencia oficial». (OC, I, 133). Esas mismas «fuerzas extrañas» a las que alude Darío son las que servirán de título a las prosas de Lugones recogidas en Las fuerzas extrañas (1906), de cuya veta esotérica dio cuenta Marini-Palmieri. Cuando después Darío llega a París busca al famoso ocultista rosacruz Gerard Encausse («Papus»), jefe y maestro del «Grupo Independiente de Estudios Esotéricos». Trata con él junto a Lugones y hasta presencia sus experimentos ocultistas. Allí constata Darío los escritos de Alphonse Louis Constant («Éliphas Lévy»), Joseph Péladan, Edouard Schuré y otros ocultistas. También todo ello estará presente en su obra, desde relatos como «El caso de la Señorita Amelia» hasta El mundo de los sueños, textos publicados en La Nación desde 1911. Para entonces florece ya la literatura teosófica en todo el mundo hispánico. Desde París y Londres arrancan buena parte de las organizaciones ocultas ligadas a la masonería. En Francia hallamos órdenes calificadas como heréticas: logias ocultas, movimientos templarios, cabalistas, rosacruces, martinistas y otras denominaciones que entran por diversas vías en el imaginario modernista. A todas ellas miran con sorpresa Darío y los modernistas bajo el influjo de lo raro y lo oculto en Osear Wilde, Edgar Allan Poe o Maurice Mateterlinck. Ya en 1870 Buenos Aires presencia la fundación de su primera sociedad espiritualista y para 1893 se instituye la primera cofradía «Rama Luz» de la Sociedad Teosófica Argentina, conectada al movimiento de sociedades teosóficas inauguradas en Nueva York por Helena P. Blavatsky, figura clave que había entusiasmado a los modernistas. Lo mismo podemos decir de Edouard Schuré y su obra Les Grands Initiés (1889). La prensa finisecular porteña publica ya entonces artículos sobre ocultismo y La Nación, donde trabajarán Darío o Lugones, recoge ya desde 1875 anuncios o noticias sobre ciencias adivinatorias o avisos publicitarios de magnetizadores, adivinos, ciencia herméticas, alquimia, parapsicología, mesmerismo, demonología, faquirismo, espiritismo, fascinadores y otros particulares. Lo mismo ocurre con revistas porteñas como La Biblioteca, de Paul Groussac y que Darío conoce bien.

En España, la cosa no resultaba tan abierta, aunque ya desde 1893 se constata la aparición de boletines teosóficos (por ejemplo, Sophía) o la incorporación a la Sociedad Teosófica Española de personajes como Mario Roso de Luna, masón y amigo de Ramón del Valle-Inclán, y cuya vida y obra cabe enmarcar en el gusto por lo oculto wagneriano (presente también en Darío) y con nombres como los catalanes Xifré Hamel y Francisco de Montolíu. En ese círculo esotérico aparecen nombres modernistas como Santiago Rusiñol, Alejandro de Riquer, Eduard Todá o Antonio Gaudí. En la masonería Darío y los modernistas buscan fórmulas para aclarar su vacío metafísico y su abismo existencial: el horror de Martí, la angustia dolorida de Casal, el fracaso vital de Silva, el abismo de las galerías de A. Machado, la hiperestesia de J.R. Jiménez y hasta las dudas de Unamuno. A la vez, el fondo ideológico liberal de muchos de los modernistas les lleva a iniciarse en la masonería6.

Las referencias a la condición masónica de Darío son escasas y dispersas, aunque todas parten del relato de la iniciación masónica del poeta escrito por Dionisio Martínez Sanz, masón español nacionalizado nicaragüense que intervino en aquella ceremonia. Hemos localizado también algunos discursos de masones centroamericanos donde se menciona a Darío y de los que daremos cuenta seguidamente. En lo que constituye una crítica literaria sobre la cuestión, hay puntuales menciones sobre lo ocultista en los libros de Anderson Imbert o Paz y sobre lo masónico en Torres, Ingwersen o Bourne. Pero la cuestión sólo ha sido tratada de manera directa, aunque parcial, por Lagos, Mantero y quien esto escribe. De ahí que estas páginas resulten necesaria ampliación de lo ya hecho. Con todo, debe advertirse que el papel y presencia de la masonería en Darío y el modernismo, incluida su implicación con el liberalismo y la espiritualidad finisecular, requieren de un libro de conjunto todavía por escribirse7. Dionisio Martínez Sanz certificó la iniciación masónica dariana celebrada el 24 de enero de 1908 en la Logia Progreso # 1 (antes # 16) de la ciudad de Managua en Nicaragua. Al testimonio presencial, cabe añadir el hecho de que el nombre de Darío aparezca mencionado junto al de otros masones célebres en diferentes historias generales de la masonería hispanoamericana y en otras particularmente argentinas como la de Lappas, masón griego afincado en Argentina, reeditada desde 1958. Lo mismo indica el hecho de que entre los masones centroamericanos se reconoce a Darío como hermano de la orden, según prueba el hecho de que la revista masónica nicaragüense Milenio sacara una edición especial en el año 2002, en cuya portada aparecía el retrato de Darío. Lo mismo prueba el que el 3 de diciembre de 1967 se fundara una logia masónica en León de Nicaragua con el nombre del poeta, «Logia Rubén Darío #13».

En su autobiografía, Darío explica que con catorce años ejercía de profesor de gramática en un colegio de León, trabajo que compaginaba con el de redactor del diario La Verdad. Por sus ataques al gobierno, Darío relata cómo fue requerido por la policía saliendo en su ayuda el director de aquel colegio: «y me libre de las oficiales iras -confiesa Darío- porque un doctor pedagogo, liberal y de buen querer, declaró que no podía ser vago quien como yo era profesor en el colegio que él dirigía» (OC, I, 36). Sabemos que el director era José Leonard y Bertholet, polaco exiliado, liberal y reconocido masón, que tras haber vivido en España impulsó la masonería en Nicaragua fundando dos logias, una en Managua y la otra en Granada. Leonard fue íntimo amigo de los primeros republicanos españoles, figuras claves cercanas a la masonería como Francisco Pí y Margall, Nicolás Salmerón, Estanislao Figueras y Emilio Castelar. La amistad de Darío con este último -y sus escritos sobre su persona- pueden explorarse a través del contacto de Leonard y las logias españolas. Darío le dedicó a Leonard una de sus semblanzas (OC, II, 921-929) y en el capítulo X de su autobiografía, al describir Darío algunas de sus tempranas amistades y citar a Lorenzo Montúfar y Antonio Zambrana, nombra también al maestro: «[Conocí] al doctor José Leonard y Bertholet, que fue después mi profesor en el Instituto leonés de Occidente y que tuvo una vida novelesca y curiosa. Era polaco de origen; había sido ayudante del general Kruck en la última insurrección; había pasado a Alemania, a Francia, a España. En Madrid aprendió maravillosamente el español, se mezcló en política, fue íntimo de los prohombres de la República y de hombres de letras, escritores y poetas, entre ellos D. Ventura Ruiz de Aguilera, que habla de él en uno de sus libros, y D. Antonio de Trueba. Llegó a tal la simpatía que tuvieron por él sus amigos españoles, que logró ser Leonard hasta redactor de la Gaceta de Madrid» (OC, I, 41). Como liberal Leonard estuvo ligado al krausismo y fue uno de los más destacados masones en Nicaragua. Ahí pueden explicarse algunos de los primeros contactos del joven Darío con la masonería8. En su autobiografía, Darío confiesa: «Cayó en mis manos un libro de masonería, y me dio por ser masón, y llegaron a serme familiares Hiram, el Templo, los caballeros Kadosch, el mandil, la escuadra, el compás, las baterías y toda la endiablada y simbólica liturgia de esos terribles ingenuos» (OC, I, 36). No podemos asegurar con certeza de qué libro se trataba, aunque cabe apuntar la posibilidad de que fuera el Ritual del maestro francmasón e historia de la masonería (1888), a cargo de Eduardo Caballero de Puga. En su excelente libro sobre la heterodoxia, Ingwersen consideró complejo el tema del Darío masón y a la luz de este mismo pasaje indicó que el tono casual y ligero era en Darío un disimulo debido al secretismo de la masonería. La mención a Hiram Abif, primer arquitecto del Templo de Salomón y figura simbólica adoptada por la masonería, así como los otros detalles mencionados en la cita (los símbolos del compás, la escuadra, el mandil...) demuestran que Darío conocía los usos y ritos masónicos. Pese a todo, Ingwersen puso en tela de juicio su pertenencia a la masonería: «What may not be established from any of the sources known to us at present is that Darío ever underwent formal initiation into Freemasonry through any of its rites and degrees. It seems most unlikely that he did and this opinion is substantiated by the absence of written records, as well as the silence oof his friends on the subject» (143). Hoy sabemos que Darío sí tuvo una iniciación formal en la masonería y que el silencio de sus amigos sobre el tema se debió y se debe a la leyenda oscurantista que en buena parte del mundo hispánico rodea a la masonería. El mismo Darío, en unos capítulos posteriores de su autobiografía, relata cómo el 22 de junio de 1890 se hallaba en El Salvador. La noche de su misma boda civil con Rafaela Contreras tuvo lugar el golpe militar del general Carlos Ezeta, tras el que se le prohibió al poeta salir hacia Guatemala. En ese punto, Darío reconoce: «Entonces empecé por telégrafo una campaña activísima. Me dirigí a varios amigos, rogándoles se interesasen con Ezeta y hasta recurrí a la buena voluntad masónica de mi antiguo amigo el doctor Rafael Reyes, íntimo amigo del improvisado presidente» (OC, I, 73-74). Gracias a su amigo masón, Darío pudo así partir a Guatemala donde celebró su boda religiosa siete meses después. Aquí debe indicarse que fue Rafael Reyes uno de los grandes colaboradores de Leonard y el creador e iniciador en 1898 de la «Logia Progreso», instalada en Managua el 14 de diciembre de 1899 y que llevará luego a posteriores fusiones.

En Managua, en la «Sala Rubén Darío» del Palacio Nacional de la Cultura, y gracias a la ayuda de Jorge E. Arellano y Guillermo Flores, he podido localizar el Libro Azul de la Respetable Logia Progreso Número 1, editado para celebrar el cincuentenario de dicha logia. En ese libro, que en su día perteneció al bibliógrafo José Jirón Terán, se halla toda la información para conocer la evolución de la masonería nicaragüense. También en él se halla el testimonio clave de Dionisio Martínez Sanz sobre la iniciación masónica de Darío, que lleva el título «Rubén Darío y su iniciación a la francmasonería» (56-57), con dedicatoria «A su hijo español, mi amigo Rubén Darío Sánchez». El relato de Martínez Sanz apareció después recogido y ampliado en su libro Montañas que arden (54-61). Como testigo de aquella iniciación, Martínez Sanz detalla tal ceremonia y sus antecedentes, así como el hecho de que Darío «venía con la fama de que, en su ansia de saber de todo, se había iniciado en varias religiones y sociedades secretas» (56). Martínez Sanz apunta los deseos darianos de ingresar en la orden y el apadrinamiento del también poeta y masón ya citado -Manuel Maldonado- para hacer la solicitud de ingreso. La noche del viernes 24 de enero de 1908 tuvo lugar esa iniciación en la Logia Progreso de Managua, en la que el mismo Martínez Sanz ejerció de oficiante -Segundo Vigilante- junto a Federico López -Venerable Maestro- y Rafael Fonseca Garay -Primer Vigilante-. El relato señala la gran pompa reunida aquella noche y las personalidades allí congregadas procedentes de varias logias hispanoamericanas, así como otros masones de diversas nacionalidades, entre ellos el mismo viejo maestro -ya enfermo- José Leonard y Bertholet9.

El relato apareció después ampliado a modo de segunda parte en un artículo para el diario nicaragüense Flecha, y que Martínez Sanz recogió también en su libro Montañas que arden, con más detalles de tal iniciación. Allí se explica la ubicación del templo de la Logia Progreso, frente al actual Palacio de Comunicaciones de Managua. Se exponen las pruebas de aquella iniciación, necesarias para la parte simbólica y filosófica de la masonería y que generaron en Darío -ataviado con la necesaria venda del neófito- nervios y miedo. Resulta curiosa la actitud de Darío al escribir su testamento masónico en el Cuarto de Reflexiones así como su interés por conocer cómo habría de presentarse en las logias de España. Escribe Martínez Sanz: «He contado la parte seria de la iniciación en la masonería del grande hombre. ¿Por qué no contar algo de los sustos, de los flatos que le hicimos pasar al mínimo Rubén?» (58). Tras informar del local explica algunas de las pruebas del neófito Darío: «Armamos un cerrito que, por un lado, tenía escalones de piedras labradas, y por el otro, piedras irregulares rodadizas. Ayudados por los expertos, subió Rubén, con los ojos vendados, el lado de los escalones; pero al descender por la parte opuesta, las piedras se corrieron, se rodaron, el cuerpo parecía que iba a dar a un abismo, una voz dijo: "Dejadle que se despeñe; que se acabe de una vez este pecador"; pero otra dijo inmediatamente: "Detenedle, todavía se puede salvar". Claro que todo estaba bien dispuesto, y no pasó a más que recibir un gran susto el nervioso novato postulante. Una vez Rubén, dentro de la Logia, terminada toda la ceremonia, pronunciados los discursos de salutación al neófito, etc., cuando se le instó a que hiciera uso de la palabra para que manifestara sus impresiones, y si tenía algo que objetar a cuanto había visto y oído en esa noche, Darío, que, -como todos sabemos- era muy parco para hablar, se puso de pie y con voz pausada dijo: "Señores: ahora que he visto la luz, y que me veo rodeado de caballeros, manifiesto a ustedes que lo que más me ha impresionado en esta noche, han sido unas palabras que, al casi rodar mi cuerpo por unas piedras, alguien dijo: "Dejadle que se despeñe; que se acabe de una vez este pecador", y otras que, a continuación, en diferente tono, se oyeron: "Detenedle, todavía se puede salvar". Yo, señores, no olvidaré estas últimas palabras, y haré por mantener en alto mi espíritu. Agradezco el abrazo que cada uno de ustedes me ha dado, y esta noche siempre estará en mi memoria» (59). Martínez Sanz asegura recordar con total claridad aquella noche: «Veo a Rubén, en el Cuarto de Reflexiones, que al quitarle la venda de sus ojos, se encontró con sus dos acompañantes -uno de ellos el suscrito- enfundados en negros capuchones, con negro antifaz, en una habitación terrorífica con paredes y techo completamente negros, con resaltantes inscripciones en blanco, de tan reales y tremendas significaciones, con la figura de la parca Atropos de guadaña al hombro; un duro taburete, una escueta mesita, una pluma y un tintero; una calavera y un reloj de arena; símbolos todos de la incontenible marcha de la vida hacia la muerte... se puso a temblar. Hubo un momento en que pareció que Rubén quería salir de tan tétrico recinto. Sin embargo se sobrepuso y tendió su mirada a las diferentes leyendas. Le insinuamos que tomara asiento; lo hizo, y se calmó. Pero pronto le llegó otro momento de apuros, y fue al presentarle el formulario para que contestara a las preguntas que en él se hacen a los profanos y que entre los iniciados se llama "testamento masónico". Rubén Darío, aquel cerebro que produjo cosas tan sabias y bellas, no sabía cómo principiar. Lo dejamos completamente solo en aquel Cuarto de Reflexiones. Cuando al rato volvimos, no había dado una plumada, y manifestó no saber qué decir. Le dijimos que podía hacerlo en forma lacónica y sencilla, y, tomándose para ello buen rato, en forma lacónica y sencilla lo hizo, y lo firmó» (59-60).

Lo narrado por Martínez Sanz explica el interés dariano por la masonería y el deseo de las logias centroamericanas por contar a Darío entre uno de los suyos. Su relación con la masonería explica muchas circunstancias biográficas que fueron posibles por la mediación masónica: la grata acogida inicial del joven Darío en Chile y Argentina; algunos de sus puestos laborales, incluidos los diplomáticos y los de periodista; el sufragio por amigos masones de los gastos de edición de algunos de sus libros. Así, Azul... aparece en Valparaíso por las gestiones del masón Eduardo de la Barra. Lo mismo puede decirse del apoyo que recibió Darío de los políticos nicaragüenses ligados a la masonería para lograrle su divorcio legal de Rosario Murillo a través de la aprobación de la «Ley Darío». También, el puesto de reportero lo obtiene Darío en el diario porteño La Nación, propiedad del masón Bartolomé Mitre y a través de su amistad masónica con Eduardo la Barra, José Victorino Lastarria y Roberto J. Payró. Sus colaboraciones para la revista ilustrada Caras y Caretas se explican, además de su fama, por dirigirla el masón José S. Alvarez («Fray Mocho»). Sus relaciones en Buenos Aires con Leopoldo Lugones y Patricio Piñeiro Sorondo lo llevan a interesarse más, si cabe, por el ocultismo y la masonería, aspecto que pervivirá toda su vida. Allí lee las obras del doctor Gerard Encausse «Papus», ocultista de origen gallego, fundador de la Orden Martinista y uno de los directores de la Orden Cabalística de la Rosa Cruz, actuando también en la masonería. A «Papus» lo conocerá personalmente después en París y hasta le enviará una carta fechada el 30 de abril de 1911 llamándole dos veces «maestro» e invitándole a almorzar para presentarle a Lugones, quien «tiene un alto grado en la masonería argentina»10.

Junto a todo esto, faltaba encontrar algunos textos propiamente masónicos que ratificaran o iluminaran algo más la filiación dariana a la masonería. Creemos haber encontrado algunos de ellos en los discursos realizados dentro de logias masónicas y que ratifican al Darío masón. El primero de ellos es el que José Antonio Peraza, miembro de la Logia Simbólica «Miguel Paz Baraona» número 2 de San Pedro Sula en Honduras, lanzó el 9 de diciembre de 1972 en Managua coincidiendo con la Reunión Anual de las Grandes Logias Simbólicas de Centro América y Panamá. En su discurso, de apenas veintidós páginas y cuya tirada fue de trescientos ejemplares, constatamos la fecha de iniciación que diera Martínez Sanz. Peraza afirma que no fue Darío un masón activo de los que concurren puntualmente a los talleres pero sí lo fue en el fondo de su ideología y su actitud vital. Este texto resulta muy fiable por haber sido José Antonio Peraza no ya sólo grado 33 en el escalafón masónico sino también el autor de rituales importantes como las «Normas instructivas para aprendices», una de cuyas copias se halla en la biblioteca de Jirón Terán. Lo mismo podemos decir del segundo texto masónico que hemos hallado, a cargo de Ricardo Cancelo Ossorio y titulado «Rubén Darío. Masón nato e iniciado masón», de veinticuatro páginas y publicado en 1973 en Guatemala como folleto de la misma Gran Logia de Guatemala. Su autor es el antiguo Gran Maestro de aquella logia y reitera lo ya dicho por Peraza añadiendo otras consideraciones morales. El epistolario dariano confirma que por esas fechas de la iniciación en Managua el poeta anduvo muy ligado a experiencias teosóficas y ocultistas, como prueba su carta del 8 de febrero de 1908, dos semanas después de su iniciación masónica, a su protector y mentor masónico, el citado Manuel Maldonado. En su carta, recogida por Arellano y Jirón Terán, escribe Darío: «En verdad, mis nervios no son para ciertas cosas y yo no debí haber pasado el umbral de la puerta. Si esto continúa, no sabré qué hacer, pues esas "cosas" me causan insomnios dañosos para mi salud. Repito que no tengo fuerzas ni nervios para tal asunto. La cosa no pasa por ahora de golpes en los muros»(268). Es muy posible que, dado el carácter tímido y atemorizado de Darío, los ritos de iniciación por los que hubo de pasar el poeta debieron asustarle. Cuando Darío muere y es enterrado el 13 de febrero de 1916, una de las participaciones del cortejo fúnebre correspondió a las Logias Masónicas.

La obra literaria de Darío recoge detalles que corroboran lo masónico. El color azul, tan presente en Darío y con el que titula uno de sus libros, conecta con la masonería por definir ese mismo color los ritos de iniciación de los tres primeros grados masónicos, la masonería azul, como símbolo del color celeste que agrupa a todos los hombres fraternalmente. Puede hallarse también el influjo de la masonería en el hecho de que Darío incluyera en la primera edición de Prosas profanas (1896) el simbólico número de treinta y tres poemas: el mismo número del máximo grado sublime masónico y también relacionado con la trinidad de las cosmogonías y con la importancia del número pitagórico, como se comprueba en el tratado ocultista de Gerard Encausse («Papus») que Darío conoció11. En las ceremonias de iniciación masónica, además, el neófito pasa por los tres grados que simbolizan consecutivamente el nacimiento, la vida y la muerte. Es el número masónico con sentido cabalístico y ecos bíblicos, múltiple de la tríada o número mágico terciario. En Darío abundan sintagmas utilizados en las ceremonias masónicas que revierten en algunos de sus versos donde se menciona al «padre» y al «maestro» («Coloquio de los centauros» o «Responso») o al «Gran Todo» («Yo soy aquel...»). El anticlericalismo que nutre algunas de sus composiciones juveniles procede también de la influencia liberal y masónica y son muchos los textos de homenaje a liberales y masones (Martí, Lugones, A. Machado...). Determinados poemas completos, como «El salmo de la pluma», incluye la sucesión casi exacta de las letras del alfabeto hebreo, en una idea cabalística enmarcada en el culto masónico por el Antiguo Testamento y donde Dios es para Darío «el gran todo». Lo mismo cabe decir de poemas como «El libro», «Pax» o «Palas Atenea», que deben leerse a la luz de la masonería. Al llegar a Cantos de vida y esperanza (1905), Darío incluye «Al Rey Oscar», dedicado a Oscar II de Suecia y Noruega, quien ejerció como Gran Maestre en ambos países hasta su muerte en 1907. Del mismo libro, no pueden obviarse las constantes referencias masónicas a la fortaleza, la sinceridad y la luz en «Yo soy aquel...». Lo mismo ocurre con la hermética «Salutación a Leonardo», el Leonardo da Vinci que es también «maestro», «soberano maestro» y en el que se alude a la sonrisa oculta de la Gioconda o a «antiguas canciones» que remiten a una larga tradición oculta en la que se ubica el artista italiano. De ella han dado cuenta Picknett y Prince respecto al linaje de los templarios y su ligazón martinista y masónica. En «Pegaso», Darío se lanza a la vida mientras «el cielo estaba azul y yo estaba desnudo» (PC, 639). Nuevamente aparece esa desnudez y Darío es caballero, en relación directa con uno de los grados masónicos ligados a los templarios: «Yo soy el caballero de la humana energía» (PC, 639); y su guía es la aurora, es decir el Este u Oriente masónico donde se ubica el Venerable Maestro. Incluso ciertos motivos finiseculares como el personaje de Salomé, aparece recreado por Darío en el poema «En el país de las Alegorías...» con tintes masónicos y en la tradición favorable a Juan el Bautista y a toda una sexualidad sagrada («la rosa sexual» de Darío) que conecta con el simbolismo esotérico cristiano. Es la tradición oculta de la masonería, enraizada en los evangelios apócrifos y gnósticos, con la Virgen Negra -la «madona negra»- ligada a las divinidades paganas femeninas y aun a la Magdalena -pieza fundamental en la tradición de cátaros y templarios- y visible en zonas del sur de Europa. Darío tiene otros textos cercanos a estos temas, desde «La muerte de Salomé» o «El Salomón negro» a «La extraña muerte de Fray Pedro» o «La Virgen Negra», escritos que se comprenden desde esta perspectiva. El código moral masónico se refleja, por ejemplo, en el poema «Melancolía», para su «hermano» Domingo Bolívar, con la idea de la vida como camino ciego hacia una muerte iluminadora y con referencias obvias a la ceguera y la búsqueda de la luz de iniciación masónica: «Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. / Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas» (PC, 675). En el siguiente libro, El canto errante (1907), hallamos composiciones como «En elogio del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba, Fray Mamerto Esquiú, O.M.», que aun teniendo un fondo cristiano incluye un hermetismo de léxico litúrgico, con salterios y vírgenes, palomas y lirios que se enmarca en la literatura rosacruz de Joseph Péladan y conectada con la masonería. No puede obviarse que al mismo Esquiú le dedicaría también Lugones otro poema. Varias composiciones del mismo libro, como «Metempsícosis», «Sum» o «Eheu» no pueden entenderse sin la migración de las almas y las reencarnaciones de larga tradición esotérica, desde Platón o Apolonio de Tania hasta «Éliphas Lévy», Joseph Péladan o Gerard Encausse, autores que Darío menciona o lee directamente. También es sintomática la elegía de 1906 a Bartolomé Mitre en una oda que lo presenta como defensor de libertades y derechos, amigo del masón Garibaldi (el liberal italiano que llegó incluso a vivir en Nicaragua), padre de la libertad americana y también «maestro» que fue «fiel al divino origen del Dios que no se nombra / desentrañando en oro y esculpiendo en basalto» (PC, 729). Las referencias finales de Darío a la luz masónica contrastan con las cualidades que halla en el «alma de luz» de Mitre y a las que aspira todo buen masón: belleza, justicia, bien y verdad. También el poema «Lírica», dedicado a Eduardo Talero, puede leerse en clave masónica, desde «el pabellón azul de nuestro rey divino» (PC, 764) hasta la mezcla de las creencias cristianas con lo órfico-pitagórico y lo demoníaco del inesperado final. Bourne observó con acierto que la masonería en Darío puede verse como acceso al pitagorismo y a lo oculto. Aunque resulta cuestionable lo que Bourne define como fe enferma en Darío, a causa de su liberalismo y su condición de masón, parece acertado aludir a su temprano poema «El libro», en el que Darío menciona al «gran Arquitecto». También es posible considerar cómo el poema que abre Canto a la Argentina y otros poemas (1914), que recoge menciones sobre su «filosofía de luz» (PC, 821), así como el elogio de la libertad que entronca con las referencias masónicas al Sol, al sincretismo religioso, la tolerancia y la fraternidad de almas y cultos. En ese mismo libro puede hallarse igualmente el poema «Los motivos del lobo» que, junto a su franciscanismo, es paradigmático de la bondad y la hermandad masónica.

Todas estas cuestiones han de valorarse en un sincretismo religioso que ubica en Darío diversas y paradójicas prácticas que combinaron paralelamente su admiración por el culto católico y el marianismo con las obediencias masónicas. Todo esto corrobora las heterogéneas direcciones de Darío y las contradicciones del modernismo. En conjunto, resultan apasionantes y desde la crítica literaria justo es insistir en que en Darío hay mucho más de lo que a primera vista parece. Con todo, a Darío hay que leerlo como escritor -uno de los más grandes- pero también como todo lo que fue: un hombre comprometido con su tiempo desde sus ideas liberales y desde su filiación a la masonería. Lo último ilumina su obra y esclarece el estudio del modernismo como actitud ecléctica y heterogénea de variadas tendencias universales tanto en el arte como en la espiritualidad. Este Darío modernista y masón es expresión cabal del filón simbolista artístico y esotérico en busca de respuestas al misterio de la existencia humana.

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/dos-caras-desconocidas-de-ruben-dario-el-poeta-mason-y-el-poeta-inedito/html/da049430-c0ea-11e1-b1fb-00163ebf5e63_3.html

viernes, 26 de enero de 2018

Resumen de las creencias de los Masones

JC Burmester

A continuación se da respuesta a algunas preguntas que se hacen constantemente a la masoneria. 

ES ANTICLERICAL ?


Falso. La Masonería ha combatido siempre toda forma de intolerancia y lo ha hecho también con la Iglesia Católica cuando lo ha sido y en la medida en que siga siéndolo, en ése y sólo en ése aspecto, tal como sostiene ese enfrentamiento con cualquier religión, secta, partido, ideología o grupo que se sustente en la intolerancia o favorezca o estimule su práctica. Pero no es anticlerical. Si así lo fuera no aceptaría sacerdotes en su seno, cosa que sí hace: hay sacerdotes masones.

La condición “sine qua non” para ser masón, es ser hombre libre y de buenas costumbres. Es inherente a la condición de hombre libre, el ser tolerante y no dogmático. Prelados que han cultivado estas virtudes y coincidieron con los ideales libertarios de la Masonería han sido masones como el cura Hidalgo, paladín de la independencia mejicana, el padre Calvo fundador de la Masonería en Centroamérica, el Dr. Ramón Méndez, arzobispo de Venezuela y en la Argentina, Julio Segundo Agüero, Aurelio Herrero, Pedro Pedriel, Santiago Figueredo, Cayetano y Gregorio Rodriguez, etc.

ES ATEA ?


La Masonería es laica. Si bien la Biblia preside la mayoría de los Templos Masónicos entre otros elementos simbólicos, su sentido apunta más a la Sabiduría que a la religión, a la que respeta y acepta en todas sus manifestaciones, tanto cristianas como orientales, pero no las adopta como propias. La invocación al Gran Arquitecto del Universo las abarca a todas ellas. La interpretación es personal, como corresponde a librepensadores. Agnósticos y ateos tienen la misma dignidad entre los masones.

CUSTODIA UN SECRETO ?


La Masonería no guarda ningún secreto. En cuanto a la Verdad, se podria decir que -parafraseando a Machado*- se reunen a buscarla.
* “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela”

DONDE HALLARE MI CAMINO ?


El que eso piense encontrará más bien un laberinto. Muchas respuestas hay para cada pregunta y esa respuesta las tiene sólo quien las formula. Carecen de Gurúes, Sumos Sacerdotes o Administradores de la Verdad Absoluta.

Suelen pensar que en el mundo que nos rodea, el que se pregunte y cuestione por cosas profundas, sólo encuentra sectas, libros, religiones, respuestas preestablecidas, conductas regladas, un guión ya escrito para toda la vida, Verdades que no hay que buscar porque ya se tienen servidas y no hay más que obedecer y servir, por que estan estructuradas a decidir por uno. Puede que sea cómodo, pero para la masoneria no es suficiente. Los Masones buscan respuestas a tanta pregunta acuciante. Y se reunen sólo para reflexionar juntos. Las conclusiones son cosa de cada uno. Mientras que las ideas no se lleven a atentar contra la tolerancia, la libertad, la igualdad y la fraternidad.

ES ELITISTA ?


Sin duda alguna. No se aceptan fanáticos, integristas, racistas, xenófobos ni intolerantes de ninguna clase. En su criterio de selección que, efectivamente, es estricto, no se contempla ni el poder económico ni el prestigio del aspirante. Sólo su coincidencia con los valores humanísticos que la masonería defiende y sostiene. Según está dicho, puede ingresar en Masonería toda persona “libre y de buenas costumbres”.

ES ESOTERICA ?


Lo es. Esotérico es cualquier conocimiento reservado a los Iniciados. Esotérico es el ajedrez para quien no se ha Iniciado en sus secretos. Esotérico es un mapa para quien no se ha adentrado en los secretos de los sistemas geográficos. Esotérica y misteriosa es una ecuación para quien no sabe matemáticas. La masonería lo es en ese sentido y sólo en ése.

ES INICIATICA ?


Exacto. Se deben demostrar ciertas destrezas y someterse a diversas pruebas para ingresar en una Facultad y manifestar la voluntad de seguir el camino trazado por ella. La iniciación masónica no requiere conocimientos específicos. Más que un acto de entrada es el comienzo de un recorrido, una via continua de potenciación de la calidad humana de los masones, en el convencimiento de que el camino del Hombre pasa por la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.

PRETENDE DOMINAR EL MUNDO ?


Esta, es considerada por la masoneria la más ingenua e inverosímil de todas las calumnias que le han hecho, es la que más ha calado en los prejuicios con los que tienen que enfrentar. Se ha utilizado insidiosamente la larguísima lista de Grandes Hombres (presidentes, filósofos, científicos, ideólogos, humanistas, astronautas, inventores, precursores, políticos, etc) que fueron o son masones para intentar sostener esta acusación. Dicen los masones, “que quienes viven la masonería bien saben que no es cierto, lo cual no nos impide sentir un legítimo orgullo por poder escribir sus nombres en nuestras columnas y así como compartir el sentimiento de que la masonería -en los oscuros tiempos en que muchos de ellos vivieron- colaboró en crear un ámbito que les ayudara a desarrollar su grandeza”.

ES RITUALISTA ?


Correcto. Un ritual es una ceremonia, como lo es la apertura de los Juegos Olímpicos, la entrega de diplomas de una universidad, la jura de la bandera o una misa. Los rituales tienen tanta solera como muchos de ellos y expresan tradiciones que recuerdan un pasado que le es entrañable.

Los rituales masónicos conservan el método masónico, la iniciación, un proceso de autoesclarecimiento, o aprendizaje psicológico. Estos rituales han sido elaborados en un largo proceso de decantación histórica y guardan una específica “ecología”, emocional y simbólica, un sutil equilibrio de gestos y palabras que no puede ser alterado arbitrariamente.

ES SIMBOLICA ?


Sí. Una bandera es un símbolo para un país o región, como también lo es una cruz para un cristiano, una divisa para un hincha de fútbol, la estrella de David para un judío o un logotipo para una empresa. Provocan emociones y unifican e identifican grupos humanos. Si bien los símbolos tienen también una signifícación igualmente precisa, no tienen una interpretación unívoca. Para los masones, los símbolos son como señales colocadas en cada bifurcación del camino: indican la dirección y el destino al que llevan, pero no es obligatorio seguirlos.

ES UNA AGENCIA DE CONTACTOS ?


Quien se acerque a la masoneria con esa idea se ha equivocado de puerta. En la masonería se practica la solidaridad, como es de esperar de una institución que predica la Fraternidad, pero se detecta con facilidad a quienes se acercan con ése propósito.

ES UNA ESTRUCTURA AUTORITARIA ?


Todos los cargos, hasta los más altos, son elegidos por sufragio universal, reelegibles sólo una vez y por un máximo de seis años. No reconocen líderes ni mandatarios vitalicios

ES UNA SECTA ?


La masonería no es una secta, ya que no busca la sumisión de sus miembros a ningún gurú o lider, sino que prepara para cada uno de sus miembros un camino personalizado hacia la maestría de si mismo. La masonería no admite a menores de edad en las Logias, y se dirige a personas libres, dotadas de autonomía como individuos: La Logia no somete a sus miembros a ningún tipo de dirección espiritual o ideológica. El método masónico no es un camino de salvación de carácter religioso, sino un proceso de autoesclarecimiento contínuo, compatible con cualquier fe religiosa o esotérica que no anule la libertad del individuo.

ES UNA SOCIEDAD SECRETA ?


No. Es una sociedad discreta. Las innumerables persecuciones que ha sufrido la obligan a conservar esa tradición. Incluso hoy -legalmente reconocida- la pertenencia a la masonería puede poner en peligro el empleo o el prestigio de quien declare públicamente su condición de masón. A ningún masón, empero, se le prohíbe decir que lo es. Lo que le está vedado es decirlo sobre otros sin su previo consentimiento. En cuanto a Institución, sería más que curioso que una sociedad secreta figure en el listín telefónico, publique comunicados, organice conferencias públicas, conceda reportajes o facilite toda la bibliografía que cualquier investigador requiera.

VIVE DEL PASADO ?


Consideran que su divisa de Libertad, Igualdad y Fraternidad fue bandera de la Revolución Francesa, que los fundadores de los Estados Unidos de América eran todos masones, como lo fueron los líderes de la Independencia de toda Latinoamérica, por lo cual se congratulan de su pasado y lo toman como experiencia para proyectar su futuro filantropico. 

“ES COSA DE HOMBRES” ?


En el seno de la masonería liberal es esencial la aportación de la mujer como Maestra de su propia arquitectura interior, con el mismo rango que el hombre. Es bien conocido el papel crucial que la mujer jugó en las antiguas sociedades iniciáticas, así como la no tan infrecuente pertenencia de mujeres dentro de los antiguos gremios de constructores.

La masonería liberal, desde finales del siglo XIX admite miembros femeninos de pleno derecho. Esta Obediencia en particular, auspicia hoy en día Logias masculinas, femeninas y mixtas.

EN QUE CREEN LOS MASONES?


Como utopía personal, cada Masón propone elevar su condición de ser social, en la medida de sus propias energías, guiado por una escuela iniciática que lo va formando en torno a principios morales.
Cree en la necesidad de tolerar la opinión contraria respetando la diversidad en las creencias religiosas y en las diferentes filosofías de vida.

Cree entonces , en la Tolerancia como reaseguro a la libertad de pensamiento , Ella actúa como red de contención en los debates y su puesta a prueba permanentemente, va formando al Masón en un hombre con capacidad para escuchar, entender y actuar.

Cree en la Democracia como una trama donde se interconectan las distintas formas de pensamiento y de creencias , dentro de la cual, teniendo como marco el respeto al prójimo y la tolerancia en la divergencia , se propone una sociedad progresista y fraterna.

Cree en la ciencia como factotum del progreso, pero guiada por valores eternos como el de la igualdad ante la justicia; en la igualdad de oportunidades.

Cree en la libertad y en la fraternidad como utopías que el hombre debe proponerse y por Ellas trabaja en su Templo Interior, mediante el estudio de reglas morales y a favor de Una constante actitud ética en todo campo donde actúe.

Cree en la razón que permite descubrir la naturaleza de las cosas, entenderlas y respetarlas pero al mismo tiempo cree en la importancia de las doctrinas religiosas y las tradiciones culturales como formadores del Hombre Sentimental.

Cree en la posibilidad de un Nuevo Humanismo capaz de priorizar, por sobre los intereses personales, empresariales y nacionales, la preservación del habitat de todos los seres.

Porque cree en los medios pacíficos para la resolución de conflictos, se opone a todo fanatismo político o religioso que ponga en riesgo la vida de las personas.

El Masón cree y se guía por dos trilogías fundamentales que sintetizan su intelecto: CIENCIA, JUSTICIA Y TRABAJO – LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD. 

https://laacacia.wordpress.com/2008/09/29/en-que-creen-los-masones/

jueves, 25 de enero de 2018

El G.·. A∴D∴U∴, axioma pero no dogma

El G.·. A∴D∴U∴, axioma pero no dogma
Santiago Torres

La definición del Gran Arquitecto del Universo no puede ser idéntica a la que se le da a Dios en el mundo profano. Éste, en la mayoría de los casos, es el dios abrahámico, caracterizado por ser autoconsciente y con voluntad. Pero la ecuación “Gran Arquitecto del Universo = Dios abrahámico” no surge de ninguna parte, es un diktat arbitrario. ¿Es imprescindible tener fe en una entidad caracterizada por los atributos referidos para que el símbolo del Gran Arquitecto del Universo pueda ser cabalmente comprendido por un masón? En realidad, la ecuación mencionada surge de formulaciones de Hermanos Masones relevantes o por instancias institucionales de algunas potencias masónicas, pero ni unos ni otras han creído necesario demostrar el aserto, al que dan por bueno sin más trámite.

El Dios Abrahámico es concebido como eterno, omnipotente, omnisciente y como el creador del universo.

El Convento de Lausana de 1875, del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, define al Gran Arquitecto del Universo como “una fuerza superior” que, además, es “un principio creador”. Sólo quebrando la lógica e introduciendo definiciones propias del mundo profano —más que respetables— puede establecerse que “una fuerza superior” y “un principio creador” equivalen a una divinidad real, autoconsciente y con voluntad. De las premisas no deriva esa conclusión en modo alguno. En términos de la Lógica, se trata de un clásico paralogismo, o sea, un razonamiento falso aunque por error y no por malicia.

En el caso de la Gran Logia de la Masonería del Uruguay, la definición formulada en el artículo 3° de su Constitución es aún más flexible, aunque, paradojalmente, más precisa: “La masonería reconoce la existencia de un principio creador , superior , ideal y único, que denomina Gran Arquitecto del Universo, cuya interpretación es personal y absolutamente libre para cada masón. El concepto del único y común origen de los hombres, contenido en el nombre simbólico de Gran Arquitecto del Universo, constituye el fundamento en que se basan los preceptos masónicos de Libertad, Igualdad y Fraternidad”. Y agrega en su artículo 5°: “No impone ningún límite a la libre investigación en la búsqueda de la verdad, exigiendo la mayor tolerancia”.

Tenemos, pues, que para la Masonería del Uruguay —al menos para su Constitución— el Gran Arquitecto del Universo es un principio creador, sí, superior, sí, único, sí, pero “ideal”; esto es, una convención necesaria para establecer el fundamento de que los seres humanos, por compartir un origen común, somos iguales en dignidad y acreedores de idéntico respeto. Es por ese motivo que el símbolo del Gran Arquitecto del Universo es “único”: sustenta la igualdad ontológica de los hombres. Y ése sí constituye un requisito sine qua non para integrar la masonería. Sin la creencia en ese principio, no puede interpretarse a cabalidad la arquitectura simbólica de la masonería.

De esa definición, sin embargo, en modo alguno deriva que el Gran Arquitecto constituya una divinidad autoconsciente y volitiva. Podrá serlo para quienes legítimamente tengan fe en ello, pero no es imprescindible.

Aquello que sí es imprescindible es la creencia en ese origen común; ese centro de unión entre todos los hombres, sin el cual el edificio simbólico de la masonería se viene abajo porque no habrá sustento para el principio de Igualdad. Ése, por tanto, es el axioma de existencia de la Orden Masónica.

Y la definición establecida en el artículo 5° abona, creemos, lo que venimos afirmando. Porque la libre investigación —que comprende el análisis y la reflexión— en la búsqueda de la verdad, para un masón no tiene límites. Ello es consistente con el artículo 2° de la declaración del Convento de Lausana de 1875: “No impone ningún límite a la investigación de la verdad y exige a todos la tolerancia, a fin de garantizar a todos esa libertad”.

[box class=”pull”]¿Y si el masón arriba a la conclusión de que no hay una divinidad autoconsciente y con voluntad propia o, al menos, concluye que no se encuentra en condiciones de afirmarlo?[/box]

¿Y si en el curso de su búsqueda personal el masón arriba a la conclusión de que no hay una divinidad autoconsciente y con voluntad propia o, al menos, concluye que no se encuentra en condiciones de afirmarlo, debería entonces pedir el Placet Quitte y abandonar la mismísima institución que le brindó las herramientas a partir de las cuales arribó a esa personal conclusión?

La única forma en que la incompatibilidad entre Masonería y las visiones ateas y agnósticas sería posible estribaría en la prohibición de investigar el símbolo del Gran Arquitecto del Universo. Sólo así podría salvaguardarse a éste de la duda inherente a toda investigación honesta y auténticamente libre.

¿Pero qué clase de masonería sería ésa en que ciertos tópicos estuviesen vedados al libre examen a los efectos de preservarlos de la duda metódica? Ciertamente, sería una masonería que se negaría a sí misma, convirtiendo un símbolo de naturaleza axiomática en un dogma de naturaleza religiosa. Los artículos de fe no son incompatibles con la calidad de masón, pero a condición de que permanezcan en la esfera estrictamente personal y no pretendan imponerse sobre los demás.

http://www.gadu.org/trazados/el-gran-arquitecto-del-universo-de-ateos-y-agnosticos/