José Nicolás Quiles Pérez
El término «armonía» deriva del griego ἁρμονία (harmonía), que significa ‘acuerdo, concordancia’ y éste, del verbo ἁρμόζω (harmozo) o también «hermoso»: que puede entenderse como ‘ajustarse, conectarse’. De esto se desprende que armonía, hermoso, y conectado, de alguna manera, son similares en su significado, o derivan hacia la misma idea general. Se concluye, de lo anterior, que lo armónico es bello y que lo bello a su vez nos “conecta”. Ahora bien, ¿con que nos conecta la armonía? Parecería correcto decir que, la armonía nos conecta con el mundo sublime y sutil de la belleza y nos permite entrar en un estado de paz interior que nos deja mirar más allá de lo evidente; esta paz parece devenir de la conciencia de la unidad, que nos hace sentir que hay un orden. Este orden nos brinda paz porque, en el orden, dejamos de lado la incertidumbre y adquirimos certeza. Con ella, la comprensión se hace manifiesta. Así también, decimos que armonía es orden y orden es paz y paz es seguridad. Pero el orden implica comprensión y por tanto conocimiento. Se está seguro cuando se comprende el suceso, cuando se conoce el terreno y se siente dominio sobre el acontecimiento que nos rodea. Así lo armónico es bello, es ordenado, es comprensible y por tanto conocido o al menos factible de conocer y por ello seguro y apacible.
En la mitología, Harmonía es hija de Afrodita, diosa de la belleza y el amor y Ares, dios de la guerra. Zeus decide que la bella joven se desposara con Cadmo, hermano de Europa y fundador de Tebas, celebrándose la boda en la nueva ciudad. Todos los dioses asisten a la boda y llevan presentes a los novios, entre los que había un impresionante vestido tejido por las tres Gracias y obsequiado por Atenea, diosa de la sabiduría y un majestuoso collar que llevo Hefesto, dios del fuego. Pero ambos obsequios habían sido envenenados, pues tanto Atenea como Hefesto estaban furiosos por la relación de los padres de Harmonía.
Otra versión del mito tiene origen samotracio y en ella se señala que Harmonía es hija de Zeus y Electra. Esta versión comparte con la anterior el matrimonio de Cadmo, pero señala que esta rapta a Harmonía con ayuda de Atenea. Posteriormente, Cadmo y Harmonía fueron transformados en serpientes y se instalaron en los Campos Elíseos.
El estudio de la armonía presenta dos versiones: el estudio descriptivo (es decir: las observaciones de la práctica armoniosa) y el estudio prescriptivo (es decir: la transformación de esta práctica armoniosa en un conjunto de normas de supuesta validez universal). Este estudio de la armonía, en sus dos versiones, tiene un alcance relativo y condicionado culturalmente; puesto que aparente mente, puede estar sujeto a condicionamientos aprendidos en la práctica relativos a las destrezas y el gusto. Sin embargo, oculto bajo esa estructura relativa a factores externos, hay de hecho un esqueleto que pasa desapercibido a través del sentido físico y afecta nuestro mundo interior, actuando sobre nuestros centros emocionales superiores que se ubican más allá de nuestra cultura y nuestra experiencia.
Hay entonces, una estética colectiva, que está por encima de la estética individual aprendida, que va mas allá de la practica y la destreza, justamente basada en las proporciones que, habiéndose combinado adecuadamente, actúan sobre ese esqueleto común a todos y que nos hacen conectarnos, de alguna manera, con una combinación precisa que llamamos armonía. Las proporciones que configuran esta fórmula, necesaria para la armonía, son de hecho exactas y conocidas, quizá intuitivamente, ya que además de conectar al individuo con el colectivo y constituirse en un hilo conductor del orden, en un momento determinado, también nos conectan con nuestro pasado lejano, ya que no está sujeta al tiempo. Así, la belleza producida por la armonía en el pasado, es la misma belleza que produce hoy y que es común a todas las culturas, al igual que lo fue en las culturas pasadas y lo seguirá siendo en las culturas venideras. A esta belleza, producto de la armonía, la denominamos clásica, misma que por tanto es inmortal y universal, pues su accionar no está sujeto al devenir de acontecimientos externos, sino más bien procede de nuestro interior.
La armonía entonces, así descrita, no es otra cosa que un orden común que no deriva de normas explicitas, pero que tiene normas implícitas, perceptible por los sentidos, pero dirigida a afectar nuestra sensibilidad y no nuestra razón. La armonía, en definitiva y por ser común a todos es, en esencia la norma que nos muestra la unidad y que comprendemos como propia aun cuando sea percibida desde el exterior; aún cuando no hayamos participado de su ejecución, sentimos que nos es conocida y por tanto la identificamos como nuestra.
Con seguridad, todos convenimos en que la naturaleza es armónica, nada en ella es puesto al azar y nada en ella se comporta en contraposición agresiva con el resto, todas sus partes tienen el único fin de ir bajo el gobierno del ritmo común. Así pues, si el hombre quiere ser armónico debe comprender que su marcha por la vida debe ser en unidad con el resto de la naturaleza. Si logra esto, el hombre entonces será armónico y desaparece en él, ese Yo individualista que lo hace pensar que está separado y que es especial o que está por encima del resto de la creación. Ejemplos de esto suceden a cada momento en nuestra vida cotidiana y son apreciables para cualquiera que observe el detalle de las cosas. Basta observar el hombre diestro en cualquier oficio, arte o deporte, que demuestra con su accionar, una habilidad en el oficios que nos hace sentir que es fácil lo que hace. El hombre diestro no muestra signos de dificultad alguna en la ejecución de su tarea, aun cuando esta tarea implique esfuerzo titánico, ya sea físico o mental. Tal cosa hace que el hombre común sienta admiración por el hombre diestro; admiración que no es otra cosa que el anhelo de poder hacer lo que ve en el diestro tan aparentemente fácil.
Durante la expulsión y en la sentencia que condeno al hombre a la caída, se le indico que labrara la tierra, lo cual es una alusión directa a que si desea el fruto de esta, debe hacer uso de la voluntad sobre ella. Así pues, la armonía para el hombre común, solo es alcanzable por la voluntad, por el esfuerzo persistente y por la intención reiterada. De allí que alcanzar la armonía, para el hombre necesariamente es un esfuerzo y un trabajo de voluntad y de conciencia. Mientras el hombre se entienda, a sí mismo, como una entidad distinta y separada del resto, irremediablemente desarmonizará, de allí la importancia de la conciencia de la unidad, ya que es el primer paso para comprender, a su vez, la necesidad de volver a unificarse con lo que lo rodea y por tanto ser armónico.
No extraña el mito de Cibeles, que en su carro llevaba al héroe a que se asome por el óculo y pueda percibir, así fuera momentáneamente, la belleza. Hoy vemos este mito ya oculto por el tiempo, en el podio de premiación, que ubica al ganador en el escalón más alto y que lo reviste con su cabeza adornada con una corona de laureles, colocándole una medalla colgada al cuello, que representa, la elevación de Cibeles, y el acceso al óculo representado tanto en la corona como en el circulo que forma la cinta de la medalla. De la misma forma el graduado académico con su medalla al cuello, tiene esta connotación.
Belleza y armonía, a través de la constancia y la voluntad, son pues meta y vía al hombre común. La fuente de la armonía, en el hombre parece ser, la conciencia de la unidad. El hombre consiente de esta unidad, deja de oponerse al universo, tal como constantemente no lo hace el hombre común, que al sentirse diferente de todo lo que lo rodea, cree ser capaz de ejercer un gobierno tiránico mediante el cual se supone dotado de la posibilidad de hacer que la naturaleza le obedezca. Nada en la manifestación es perpetuo, a excepción de la naturaleza misma, que como organismo único y permanente ejerce su poderosa influencia, sobre todo lo manifestado. El hombre por el contrario, apenas nace tiene sus días contados, tiene su tiempo señalado, tal como es una pieza de motor, que por efecto del uso se desgasta, hasta colapsar, lo cual solo puede ser resuelto por la sustitución. La manifestación entonces puede ser vista como un gran motor en permanente funcionamiento, cuyas piezas son todo lo que conforma el universo, que constantemente se desgastan y son sustituidas, manteniendo en funcionamiento la gigantesca máquina. La armonía, estaría representada por el funcionamiento adecuado de la maquina, ya que ella implica que cada pieza está haciendo lo que debe y no ofrece ninguna resistencia.
De todo lo expuesto, es claro que el primer acercamiento a la armonía desde lo humano, es el establecimiento de un orden capaz de hacer una emulación del orden superior, traducido en reglas que, al seguirlas, necesariamente llevan al hombre hacia la perdida de la individualidad y a su integración colectiva, bajo el mismo objetivo. Así el hombre sigue normas, reglas, leyes y mandamientos que lo mantienen dentro de un comportamiento que es posible predecir y por tanto, entra en el terreno de lo conocido, brindando así seguridad y confianza en su accionar, lo cual va generando en él la paz necesaria que va progresivamente, haciendo el acercamiento a la armonía.
Estas reglas de emulación del orden superior, no son otra cosa que los rituales que son la manifestación de los ritos. El hombre que busca la armonía, hace entonces un acercamiento al rito a través de un ritual, que si se hace a cubierto, en un ambiente que está aislado del resto del mundo, tal como sucede en los templos, percibe la seguridad necesaria que genera la confianza y por tanto la paz necesaria para alcanzar cierta armonía en su ser. La repetición permanente del ritual va progresivamente dando el conocimiento que le permite hacer análisis de los símbolos y ese análisis va dejando en él su mensaje, lenta e inexorablemente.
Se pudiera asegurar, en algún sentido, que la armonía se presenta o se percibe, cuando el acontecimiento, o hecho que pretendemos sea armonioso, se encuadra dentro de las leyes matemáticas naturales, que gobiernan el mundo manifestado. Así vemos que la música, es un tipo de armonía, la arquitectura, en función de la geometría es armonía, el ejercicio del oficio en manos del maestro, es otra de las múltiples formas de armonía. De la misma manera, podemos citar infinidad de formas de manifestación de la armonía, porque ella está siempre frente a nosotros, pero solo perceptible al hombre que la conoce y no al común; aun cuando el hombre común, la percibe como belleza, cuando es capaz de apreciarla. Cuantas más formas de armonía, es capaz de percibir el hombre, mayor es la paz interior que este manifiesta, dado que el poder de la belleza armónica, sutiliza en el hombre los sentidos, haciendo que estos se aparten de las pasiones, derivadas de nuestra raíz animal y al mismo tiempo, se aparten también de los dictámenes de la razón, por lo que la regla, que en un principio era impuesta, de alguna manera, ahora es derivada de la conciencia y no del esfuerzo voluntarioso y vigilante, que va estableciendo niveles de conocimiento de la regla y por tanto, facilidades para su acatamiento. Es decir, que la armonía es mucho más perceptible, al hombre que ha sobrepasado, el simple conocimiento y la comprensión de la regla natural, convirtiéndola en parte del ser mismo y por ello, extensión de este.
Armonía y virtud, parecen ser términos muy cercanos, en cuanto a nuestra forma de percibirlos, al punto de que cuando vemos un hombre realizar sus tareas de forma armoniosa, nos es dado llamarlo virtuoso, quizá erróneamente, dado que la virtuosidad es una condición verdaderamente difícil de alcanzar por el hombre. Pero si es cierto, que el contacto permanente con la armonía, en sus diferentes formas, acerca ciertamente al hombre a la virtud; pero el tema de la virtud y su relación con la armonía es tema de otro artículo futuro.
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