De los  constructores  sagrados a los masones  operativos 2 de 3
Hurtado Amando.
En China, Mesopotamia, India, México, Perú, como  en Egipto, en Fenicia, en Grecia o Roma,  se desarrollaron  civilizaciones en  cuyo origen lo trascendente, lo que  se 
calificaba  como “divino”,  ocupó un lugar preeminente. Todas ellas  contaron con 
constructores de  templos
excepcionales. En  el Mediterráneo,  fue 
Egipto el más  brillante  exponente del 
nivel alcanzado por la 
arquitectura sagrada y  de  él partieron conocimientos que, aprovechados
por los inteligentes maestros 
fenicios,  dieron lugar  a construcciones como  el 
templo  de  Salomón. Los 
constructores desempeñaron, simbólicamente, la  función de 
vinculadores de lo terrestre con lo 
celeste.
            En Roma, las  cofradías profesionales alcanzaron cotas  muy importantes de influencia social.
Los  llamados  Collegia Fabrorum o  Colegios de Oficios,  ostentaron, en muchos momentos, una  fuerza 
social  comparable a la  de los modernos sindicatos. Eran  asociaciones profesionales de  artesanos cuya  existencia se 
remontaba al  siglo VIII a. de C.
Los  Tignarii, carpinteros constructores
militares en sus  expediciones y  asentamientos, contaban, como los  restantes colegios, con  deidades 
tutelares propias y  con signos
y  toques mediante los  que 
se  reconocían entre  sí, aludiendo con  ello  a
sus  secretos profesionales. Los  rituales 
del  culto que  rendían a las 
divinidades tutelares específicas de cada oficio contenían  elementos alusivos  a las profesiones y  acumulaban una  vieja 
herencia o tradición que procedía de antecesores profesionales de otras
latitudes (Grecia, Egipto, Mesopotamia, etc.). Por  razones políticas, los  emperadores 
romanos asumieron  el  título de Sumo Pontífice (o intérprete  de la 
jurisprudencia sagrada  de los
Collegia) y  se  aseguraron con ello la presidencia de los
gremios. A partir  del siglo VI  d. de C., tras la destrucción  del Imperio Romano occidental, los
obispos  cristianos de la  vieja 
ciudad imperial asumieron  también
ese  título, subrayando su  dimensión 
simbólica.
            Los  maestros constructores imperiales  se 
habían  extendido por  diversas 
regiones del Imperio y 
sobrevivieron a las invasiones bárbaras en algunos puntos concretos. Los
lombardos respetaron a los  maestros  constructores de  la 
región italiana de Como,, al norte 
de Italia, que conservaban el 
acervo de conocimientos sobre geometría euclidiana, aritmética, geología
(fuerzas  telúricas),  astronomía y 
demás  ciencias conectadas con
la  arquitectura que  de forma tradicional, no  escrita, 
habían  heredado y  desarrollado a lo largo  de siglos. Lo mismo  sucedió en el sur  de 
Francia y en España, regiones en las que se  asentaron los 
visigodos, que  respetaron también
a los profesionales, favoreciendo  así
la  conservación de las  técnicas de construcción romanas.
            Muchos  de 
aquellos  constructores se  refugiaron en los lugares  más respetados por los  belicosos invasores: los  conventos cristianos, que, en  aquellos siglos (VI y VII),  eran los 
de la Orden de San Benito. Allí 
conservaron los maestros lo que luego se llamó  el 
estilo románico o  viejo  estilo 
godo que luego  se  diferenció 
del nuevo  estilo  godo, llamado gótico, y  salido igualmente de los conventos benedictinos,
según  señala paul Naudon (La
Francmaconnerie). Los  maestros
acompañaron a  menudo  a los frailes benedictinos que  predicaban y 
se asentaban  en los  territorios que  hoy son Austria, Alemania, Dinamarca,
Bélgica, Inglaterra e Irlanda. Ello  suponía
la  realización de largos  viajes, superando innumerables obstáculos
y,  también, interesantes  contactos con las tradiciones  de los pueblos paganos de las  regiones 
evangelizadas. Los  constructores  especializados en la edificación de los  nuevos 
templos convivían  con los  benedictinos e intercambiaban con éstos  sus 
conocimientos. Ellos  fueron los
que  recibieron,  en los pueblos   germánicos, el nombre  de 
metzen y machun  que se
transformaría en Francia, definitivamente, 
en macon o  mason,  como se ha indicado  anteriormente.
            La  construcción 
de templos exigió  siempre
conocimientos que elevaban  el oficio a
un  nivel 
científico (algunos  de  aquellos 
masones eran verdaderos 
arquitectos y  geómetras de su
época),  teniendo en  cuenta que la ciencia tenía como  fin la 
búsqueda  de la Verdad y  que la Verdad se  encuentra 
representada en la naturaleza, 
siendo ésta, a  su vez,
manifestación de un orden universal. De 
este modo, los  constructores
sagrados  abrían su mente  a lo trascendente, emprendiendo  el  
camino hacia lo que  se halla más
allá  de 
lo  físicamente concreto,  es  
decir, hacia lo metafísico.
            Así, pues, durante  aquellos primeros siglos posteriores  a  la
caída  del Imperio Romano, los masones  dependieron, para mantener su profesión,  de las 
autoridades  eclesiásticas que los
patrocinaban. A partir  del siglo XI los
masones –que llamamos constructores operativos para  distinguirlos de los modernos masones  simbólicos 
o filosóficos- comenzaron a organizarse en grupos o cofradías
administrativa y económicamente independientes 
de los conventos. Aceptando los trabajos en condiciones pactadas y  adaptando su 
actividad  a normas
reglamentarias. Las  cofradías  de 
constructores surgieron como 
nuevas  formas organizativas  laicas, pero 
conservando su tradición  sagrada,
al  calor 
de la  evolución social  de  la
Alta  Edad Media. Las libertades  o franquicias logradas por los municipios,
frente a  los  señores 
feudales, y el mayor  desarrollo  del 
comercio, favorecieron las 
migraciones de  artesanos hacia
las  ciudades y  fueron así los municipios (y luego, los  reyes) los 
que  señalaron a los  oficios 
sus  condiciones  de trabajo de 
forma  estatutaria. Guildas  gremiales de constructores, y  de otros oficios,  fueron apareciendo de  este 
modo también  en los  países de Europa central y  nórdica, a lo largo  de los siglos XI y XII. Es importante  anotar 
que,  aunque los oficios se
organizaron a partir de  entonces, para
alcanzar metas profesionales y  de  ayuda mutua, subsistieron las  cofradías originales, o  se 
formaron otras  nuevas, a  fin 
de  conservar el  espíritu sagrado  de los oficios tradicionales,  siempre 
representado simbólicamente por un 
vestigio o símbolo  de lo
“divino”, en  forma  de santo patrono o santa patrona.
            No  es 
difícil  comprender que los
masones  constructores  de oficio 
fueran motivo de preocupación 
para los  reyes y grandes  señores medievales, ya  desde los 
tiempos de Carlomagno,  en
los  siglos VIII/IX y a lo largo  de los 
siglos posteriores. La aparición 
de los  gremios de constructores
durante  la Edad Media es un  tema socio-histórico apasionante que no  es posible 
abordar  aquí, pero  que 
estuvo muy  relacionado con la
importancia progresiva  adquirida por
la  construcción de  edificios 
civiles y  de  defensa de las  ciudades como 
forma  libre de trabajo, frente al
trabajo  servil de los  campesinos sometidos a los  señores 
feudales. Apuntaban al nacimiento 
de una  burguesía que no  cesaría de 
desarrollarse en  adelante.
De  esa importancia  de los “oficios” y  de las inquietudes que la  relativa liberalización que  conllevaban producían a las  autoridades antiguas,  daba 
fe  el Libro de los oficios,  de 
Boileau, antes  mencionado.
En  esta obra  se 
describían también las  formas
ritualizadas de ingreso en las  cofradías
que  agrupaban a los profesionales  de 
diferentes  oficios medievales.
            A partir  del siglo XII, y  sobre todo 
durante el XIII, la  nueva Orden  del Templo, 
cada  vez más pujante y poderosa,
patrocinó importantes obras  de
construcción. Fortalezas, albergues e iglesias constituían el objeto  de un 
específico sector laboral para el que los  caballeros templarios  necesitaron a los talleres o logias  de masones que, tanto  en el imperio alemán como en Francia,  se 
hallaban ya organizados como nadie para llevar a  cabo 
aquellos  trabajos. El buen
entendimiento entre los patrocinadores templarios y los  realizadores 
francmasones (masones 
libres)  fue cada  vez mayor. Algunos maestros masones acompañaron
a los  templarios a Oriente durante  aquel período y, tanto  unos 
como otros, adquirieron  en
Palestina, Siria y Egipto interesantes 
conocimientos que se habían 
conservado en las  regiones  dominadas 
por el Islam, procedentes  de
las  antiguas culturas  orientales. Los  templarios mantuvieron estrechas  relaciones no sólo bélicas, con sus  equivalentes 
musulmanes, también caballeros 
defensores de  aquellos  territorios. Y recibieron  de 
ellos  datos  culturales desconocidos o perdidos para la
cultura europea  de  aquel 
tiempo. Ello  contribuyó más
tarde,  de manera importante, al
desarrollo  de  la “leyenda 
templaria”.
 
 
 
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