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domingo, 3 de febrero de 2013

LA ANTIGUEDAD DE LA TIERRA ( V )


En cuanto al mito de la «perfección de los comienzos», se le reconoce fácilmente en la pureza, inteligencia, beatitud y longevidad de la vida humana durante el krta yuga, la primera edad. En el curso de los yugas siguientes se asiste a una deterioración progresiva, tanto de la inteligencia y de la moral del hombre como de sus dimensiones corporales y su longevidad. El jainismo expresa la perfección de los comienzos y la decadencia ulterior en términos sorprendentes e increíbles. Según Hemacandra, al principio el hombre tenía una estatura de seis millas  (¡!) y su vida duraba cien mil purvas (un purva equiva a 8.400.000 años). Pero al fin del ciclo su estatura alcanza apenas siete codos y su vida no sobrepasa los cien años. Los budistas insisten asimismo en el decrecimiento prodigioso de la duración de la existencia humana desde los ochenta mil años e incluso más. La doctrina india de las edades del Mundo, es decir, la eterna creación, deterioro, destrucción y recreación del Universo, recuerda en cierta medida la concepción primitiva de la renovación anual del Mundo, pero con diferencias importantes. En la teoría india, el hombre no desempeña ningún papel en la recreación periódica del Mundo. En el fondo, el hombre no desea esa eterna recreación, ya que persigue la evasión del ciclo cósmico. Y aún más: los propios dioses no parecen ser auténticos creadores,  sino más bien los instrumentos por medio de los cuales se opera el proceso cósmico. Se ve, pues, que para los hindues no hay un fin radical del Mundo, sino intervalos más o menos largos entre el aniquilamiento de un Universo y la aparición de otro. El «Fin» no tiene sentido más que en lo que concierne a la condición humana. El hombre puede parar el proceso de la transmigración en el que se encuentra arrastrado.
El mito de la perfección de los comienzos está claramente atestiguado en Mesopotamia, entre los israelitas y los griegos. Según las tradiciones babilonias, los reyes antediluvianos reinaron entre diez mil ochocientos y setenta y dos mil años. Por el contrario, los reyes de las primeras dinastías posdiluvianas no sobrepasaron los mil doscientos años. Añadamos que los babilonios conocían asimismo el mito de un Paraíso primordial y habían conservado el recuerdo de una serie de destrucciones y recreaciones sucesivas de la raza humana (siete, probablemente). Los israelitas compartían ideas similares: la pérdida del Paraíso original, el decrecimiento progresivo de la longitud de la vida y el diluvio que destruyó totalmente la humanidad, a excepción de algunos privilegiados. En Egipto, el mito de la perfección de los comienzos no está atestiguado, pero se encuentra la tradición legendaria de la duración fabulosa de la vida de los reyes anteriores a Menes. En Grecia encontramos dos tradiciones míticas distintas pero solidarias: Una es la teoría de las edades del Mundo, que comprendía el mito de la perfección de los comienzos y, otra, la doctrina cíclica. Hesiodo, poeta de la Antigua Grecia,  en su obra Trabajos y días, es el primero que describe la degeneración progresiva de la humanidad en el curso de las cinco edades. La primera, la Edad de Oro, bajo el reino de Cronos, era una especie de Paraíso: los hombres vivían largo tiempo, no envejecían jamás y su existencia se asemejaba a la de los dioses. La teoría cíclica hace su aparición con Heráclito, que tendrá una gran influencia sobre la doctrina estoica del Eterno Retorno. El estoicismo es uno de los movimientos filosóficos que, dentro del periodo helenístico, adquirió mayor importancia y difusión. Fundado por Zenón de Citio en el 301 a. C., adquirió gran difusión por todo el mundo greco-romano, gozando de especial popularidad entre las élites romanas. Su período de preeminencia va del siglo III a. C. hasta finales del siglo II d. C. Tras esto, dio signos de agotamiento que coincidieron con la descomposición social del Alto Imperio romano y el auge del cristianismo.
Ya en Empédocles, filósofo y político democrático griego, se constata la asociación de estos dos temas míticos: las edades del Mundo y el ciclo ininterrumpido de creaciones y destrucciones. No tenemos que discutir las diferentes formas que adoptaron estas teorías en Grecia, sobre todo después de las influencias orientales. Baste recordar que los estoicos tomaron de Heráclito la idea del Fin del Mundo por el fuego (ekpyrosis) y que Platón (Timeo) conocía ya, como una alternativa, el Fin por el Diluvió. Estos dos cataclismos señalaban el ritmo en cierto modo al Gran Año (el magnus annus). Según un texto perdido de Aristóteles (Protrept.), las dos catástrofes tenían lugar en los dos solsticios: la conflagratio en el solsticio de verano y el diluvium en el solsticio de invierno. También las culturas americanas tienen referencias a diluvios. Y tal vez el más significativo sea el de Viracocha, el dios Inca.  Viracocha creó una raza de gigantes, pero luego se arrepintió y decidió hacer hombres a su imagen y semejanza, instruyéndolos en la agricultura y las ciencias. De ello se deduce que los dioses tenían morfología humana. Pero un gran número de estos hombres cayó en tentaciones y vicios, violando los mandamientos de Viracocha; por lo que el dios los maldijo y dispersó, convirtiendo a algunos en piedras, a otros en animales y al resto les envió el “Uno Pachacuti” (diluvio universal), donde murieron todos. 
Un mes antes del diluvio, los animales presintieron la catástrofe, por lo que las llamas y las vicuñas perdieron el apetito y se juntaban a la caída del sol mirando fijamente el cielo. El pastor que las cuidaba, intrigado por esta actitud, las interrogó y fue así que le contaron que dos estrellas se acercarían hasta tocarse y, en ese momento, el mundo quedaría sumergido bajo las aguas. El pastor, muy impresionado por la noticia, no perdió el tiempo y reunió a su familia, juntó abundantes alimentos y reuniendo su rebaño buscó refugio en la cumbre de la montaña Ancasmara. Sesenta días más tarde, cuando cesaron las lluvias, descendió con sus familiares. Estos seres salvados del diluvio, fueron los antepasados de los Incas. Las leyendas Aztecas hablan de cuatro edades, en la primera de las cuales vivieron los gigantes, al igual que en el Génesis bíblico. En uno de los diluvios “Las aguas de arriba se juntaron con las aguas de abajo, borran los horizontes y hacen de todo un océano cósmico sin tiempo”. El segundo diluvio se produce en la cuarta época, mientras gobernaba la diosa del agua. Su universo desapareció bajo las aguas del cielo y los hombres se salvaron convirtiéndose en peces. Los Mayas tienen también su leyenda diluviana llamada Haiyococab (“agua sobre la tierra”). Según las crónicas del obispo católico Bartolomé de las Casas, los indios le llaman Butic que significa “diluvio de muchas aguas”. Pero también hace referencia a un juicio. También creen que vendrá otro diluvio-juicio, pero esta vez de fuego.
Los acadios, babilónicos y sumerios, coinciden en que el arca llegó al Monte Ararat (al igual que el Noé bíblico).  Las demás religiones siempre se refieren a un monte local: así es que los griegos hablan del monte Parnaso, los hindúes del Himalaya y los indios americanos del norte, del monte Keddi Peak, en California. Prácticamente todas las razas y pueblos cuentan entre sus leyendas con la del hombre (por lo general junto a su familia) que, por gracia divina, se salva de un castigo en forma de diluvio que termina con los hombres y los animales. En la mayoría de los casos, salva una pareja de cada especie animal y junto a sus familiares conforma la nueva generación de la raza humana. Se puede decir que es el único acontecimiento que toda la humanidad ha compartido casi al mismo tiempo. Se sabe que más del 75% de la tierra está formada por depósitos sedimentarios. En la India hay de hasta 20 Km. de profundidad.  Y hay un dato sorprendente: los geólogos han encontrado en los depósitos sedimentarios, cantidades de fósiles entre los que aparecen restos humanos, animales, plantas y utensilios, todo mezclado. Se ha llegado a la conclusión que para que se produjese este hecho fue necesaria la presencia de un medio aglutinante, que moviera todo en la misma dirección y que todo quedara en un lugar, para ser sepultado por el aluvión. Los yacimientos petrolíferos, formados por materia orgánica, son otra prueba de esta aglomeración de restos orgánicos.
Incluso se han encontrado fósiles de insectos, en los que no hay huellas de desintegración, lo que habla de una muerte súbita y de un enterramiento casi instantáneo.  Esto es característico de un acontecimiento ocasionado por una gran ola de agua, seguida por un asentamiento de todas las partículas en flotación. Quizás la gran prueba de esta catástrofe sería encontrar la nave que salvó a una familia y a un grupo de animales. La famosa Arca, que dicen las crónicas se encuentra atrapada en la cumbre del Monte Ararat. Esa es, sin duda, la prueba tangible de la existencia de esta leyenda universal que es el diluvio.  Estos relatos demuestran que, aunque cambien los nombres, probablemente estamos hablando de la misma persona.  Xisutros sería el Ziusudra sumerio, lo mismo que el Atrahasis asirio, el Noé bíblico, el pastor Inca, el Manú hindú, el Nu-wah chino y el Uta-Napishtim babilónico. Quizás todos hacen referencia a un único relato, tal vez muy relacionado con sobrevivientes de Atlántida, Lemuria o alguna de las civilizaciones sepultadas por las aguas, allá en los comienzos olvidados de nuestra historia o, para mejor decirlo, de una de nuestras historias.
¿Cuánto habría aprendido la Paleontología si no hubiesen sido destruidas millones de obras? Hablamos de la Biblioteca de Alejandría, que ha sido destruida tres veces. Una, por Julio César, el 48 antes de Cristo; otra, el 390 después de Cristo; y una tercera en el año 640 después de Cristo, por un general del Califa Omar. ¿Qué es esto en comparación con las obras y anales destruidos en las primitivas bibliotecas Atlantes, que  se dice estaban grabados sobre pieles curtidas de gigantescos monstruos antediluvianos? ¿O bien en comparación de la destrucción de los innumerables libros chinos por orden del fundador de la dinastía imperial Tsin, Tsin Shi Hwang-ti, el 213 antes de Cristo? Seguramente las tablillas de barro de la Biblioteca Imperial Babilónica y los inapreciables tesoros de las colecciones chinas no han podido contener jamás datos semejantes a los que hubiera proporcionado al mundo una de las mencionadas pieles grabadas Atlantes.  Pero,  aun con la escasez de datos de que se dispone, la Ciencia ha podido ver la necesidad de hacer retroceder casi todas las épocas Babilónicas.
Sabemos por el profesor Sayce que hasta a las estatuas arcaicas de Tel-Ioh, en la baja Babilonia, les ha sido repentinamente atribuida una fecha contemporánea a la cuarta dinastía de Egipto. Desgraciadamente, las dinastías y pirámides comparten el destino de los períodos geológicos; sus fechas son arbitrarias y dependen de la fantasía de los respectivos hombres de ciencia. Los arqueólogos saben ahora  que las mencionadas estatuas están construidas con diorita verde, que sólo puede encontrarse en la Península del Sinaí. Y  concuerdan en el estilo del arte y en el sistema de medidas empleado, con las estatuas de diorita de los constructores de pirámides de la tercera y cuarta dinastías de Egipto. Por otra parte, la única época posible de una ocupación babilónica de las canteras sinaíticas tiene que establecerse poco después de la terminación de la época en que fueron construidas las pirámides. Y sólo de este modo podemos comprender cómo el nombre de Sinaí pudo haberse derivado del de Sin, el dios lunar babilónico primitivo.  
Esto es muy lógico; pero, ¿cuál es  la fecha asignada a estas dinastías? Las tablas sincrónicas de Sanchoniathon y de Manethon, o lo que quiera que quede de ellas, después que el santo Eusebio pudo manipularlas,  han sido rechazadas; y todavía tenemos que darnos por satisfechos con los cuatro  o cinco mil años antes de Cristo, tan liberalmente concedidos a Egipto. Hay al menos una ciudad sobre la faz de la Tierra a la que se conceden, por lo menos, 6.000 años, y es Eridu. La geología la ha descubierto. Igualmente,  según el profesor Sayce: Ahora se tiene tiempo para la obstrucción del extremo del Golfo Pérsico, que exige un transcurso de 5.000 ó 6.000 años desde el período en que Eridu, que ahora está a veinticinco millas al interior, era el puerto de la desembocadura del Éufrates y el asiento del comercio babilónico con la Arabia del Sur y de la India. Más que todo, la nueva cronología da tiempo para la larga serie de eclipses registrada en la gran obra astronómica llamada “Las Observaciones del Bel”; y podemos también comprender el cambio en la posición del equinoccio vernal, de otro modo inexplicable, que ha ocurrido desde que nuestros presentes signos zodiacales fueron mencionados por los primeros astrónomos babilónicos. Cuando el calendario accadio fue arreglado y nombrados los meses accadios, el sol, en el equinoccio vernal, no estaba, como ahora, en Piscis, ni aun en Aries, sino en Tauro. Siendo conocida la marcha de la precesión de los equinoccios, se nos dice que en el equinoccio vernal el sol estaba en Tauro hace cosa de 4.700 años antes de Cristo, y de este modo obtenemos límites astronómicos de fechas que no pueden impugnarse. 
Usamos la nomenclatura de Sir Charles Lyell para las edades y períodos y que cuando hablamos de las edades Secundaria y Terciaria, de los períodos Eoceno, Mioceno y Plioceno, es simplemente para hacer nuestros hechos más comprensibles. Charles Lyell (1797-1875), fue un abogado y geólogo británico y uno de los fundadores de la Geología moderna. Lyell fue uno de los representantes más destacados del uniformismo y el gradualismo geológico. Desde el momento en que no se han concedido a estas edades y períodos duraciones fijas y determinadas, habiéndosele asignado en diferentes ocasiones a una misma edad (a la edad Terciaria) dos millones y medio, y quince millones de años; y desde el momento en que no hay dos geólogos o naturalistas que estén de acuerdo en este punto, las  Enseñanzas Esotéricaspueden permanecer completamente indiferentes a la aparición del hombre en la edad Secundaria o en la Terciaria. Si a esta última se le pueden conceder siquiera sean quince millones de años de duración, tanto mejor; pues la Doctrina Secreta, al paso que reserva celosamente sus cifras verdaderas y exactas en lo que concierne a la Primera, Segunda y dos terceras partes de la Tercera Raza, presenta datos claros únicamente sobre un punto: el tiempo de la humanidad del Manu Vaivasvata. Otra afirmación definida es que durante el llamado período Eoceno, el Continente al que pertenecía la Cuarta Raza, y en el cual vivió y pereció, mostró los primeros síntomas de hundimiento, y que en la edad Miocena fue finalmente destruido, a excepción de la pequeña isla mencionada por Platón. Estos puntos tienen ahora que ser comprobados por los datos científicos.

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