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miércoles, 6 de febrero de 2013

LA ANTIGUEDAD DE LA TIERRA ( VIII )


Entonces, lo mismo que ahora, había rudos salvajes y pueblos altamente civilizados. Si dentro de 50.000 años se desenterrasen bosquimanos pigmeos, en alguna caverna del África, juntamente con elefantes pigmeos mucho más antiguos, tales como los que se encontraron en las cuevas de Malta por parte de Milne Edwards, ¿sería esa una razón para sostener que en nuestra edad todos los hombres y todos los elefantes eran pigmeos? O si se encontrasen las armas de los Veddhas del siglo XIX en Ceilán, ¿estarán justificados nuestros descendientes en clasificarnos a todos como salvajes paleolíticos? Todos los descubrimientos que los geólogos desentierran en Europa pueden no ser anteriores al período Eoceno, puesto que las tierras de Europa no estaban siquiera sobre las aguas antes de aquel período. Ni lo que hemos dicho puede ser invalidado por los teóricos que nos digan que estos esmerados dibujos de animales y hombres fueron hechos por el hombre paleolítico hacia el final del período rengífero; pues esta explicación sería muy dudosa, dada la ignorancia de los geólogos sobre la duración, de los períodos. La Doctrina Esotérica enseña claramente las elevaciones y caídas de las civilizaciones,  y  dice que:   “Es un hecho notable que el canibalismo parece haber sido más frecuente a medida que el hombre avanzaba en civilización, y que, al paso que su rastro abunda en los tiempos neolíticos, es más escaso y hasta desaparece por completo en la edad del mamut y del rengífero”. Otra prueba de la ley cíclica. La historia esotérica enseña que los ídolos y su culto desaparecieron con la cuarta raza atlante, hasta que los supervivientes de las razas derivadas de esta última volvieron gradualmente a resucitar el culto.
Los Vedas no promueven los ídolos, pero sí todos los escritos indos modernos.  En  las primeras tumbas de Egipto y en los restos de las ciudades prehistóricas desenterradas por el doctor Schliemann, se encuentran en abundancia imágenes de diosas con cabezas de lechuzas y de bueyes, y otras figuras simbólicas o ídolos. Pero cuando nos remontamos a los tiempos neolíticos, ya no se encuentran tales ídolos, o, si se encuentran, es tan raramente, que los arqueólogos discuten todavía su existencia. Los únicos que parece que han sido ídolos son los descubiertos en algunas cuevas artificiales del período Neolítico, que parecían representar figuras de mujer al tamaño natural, aunque pueden haber sido sencillamente estatuas. De todos modos, todo esto es una de las muchas pruebas de la elevación y caída cíclicas de las civilizaciones y de las religiones. El hecho de que no se hayan encontrado hasta ahora vestigios de restos humanos o esqueletos antes de las épocas Posterciaria o Cuaternaria, aunque los pedernales del Abate Bourgeois puedan servir de aviso,  parece indicar la verdad de la siguiente declaración esotérica:  “Busca los restos de sus antepasados en los sitios elevados. Los valles  se han convertido en montañas, y las montañas se han hundido en el fondo de los mares”.   La humanidad de la cuarta raza atlante, reducida a una tercera parte de su población después del último cataclismo, en lugar de establecerse en los nuevos continentes e islas que volvían a aparecer, mientras que las tierras precedentes formaban los lechos de nuevos océanos, abandonaron lo que hoy es Europa y partes del Asia y África, por las cúspides de montañas gigantescas. Los mares que rodeaban algunas de éstas, se retiraron, dando lugar a las planicies del Asia Central.  
El ejemplo más interesante de esta marcha progresiva lo proporciona quizá la célebre caverna de Kent, en Torquay, suroeste de Inglaterra. En aquel extraño lugar, socavado por el agua en la piedra caliza devoniana,  vemos uno de los anales más curiosos conservados para nosotros en las memorias geológicas de la Tierra. Bajo los bloques calizos amontonados en el suelo de la caverna, se descubrieron, enterrados en un depósito de tierra negra, muchos utensilios del período Neolítico de una ejecución excelente, con unos cuantos fragmentos de alfarería, que posiblemente podían atribuirse a la era de la colonización romana, salvo por el hecho de estar un una zona neolítica. No existe allí rastro alguno del hombre paleolítico; ningún pedernal ni rastro de los animales extinguidos del período Cuaternario.  Sin embargo, cuando se profundiza a través de la densa capa de estalagmitas en la tierra roja que se halla bajo la negra, y que, por supuesto, constituyó una vez el suelo de aquel lugar, las cosas toman un aspecto muy distinto.  No se ve ningún utensilio capaz de sufrir comparación con las  armas finamente cortadas que se encuentran en las capas superiores. Sólo una porción de pequeñas hachas toscas amontonadas, con las que tenemos que creer que los monstruosos gigantes del mundo animal eran domados y muertos por el hombre pigmeo, y de raspadores de la edad Paleolítica, mezclados confusamente con huesos de especies que se han extinguido o emigraron impulsadas por el cambio de clima. Y se dice que el artífice de estas toscas hachas que vemos es el mismo que esculpió los magníficos dibujos. En todos los casos nos encontramos con el mismo testimonio: que desde el hombre histórico al neolítico y del neolítico al paleolítico, el estado de cosas se desliza en retroceso sobre un plano inclinado desde los rudimentos de la civilización a la barbarie más completa, siempre en Europa.  Se nos presenta igualmente la “edad del mamut”, en el extremo de la primera división de la edad Paleolítica, en la cual la extrema tosquedad de los instrumentos llega a su máximum, y en que la apariencia  brutal de los cráneos contemporáneos, tales como el de Neanderthal, señala aparentemente un tipo inferior de humanidad. Pero ellos pueden señalar algunas veces otra cosa: una especie de hombres completamente distinta de nuestra Humanidad de la quinta raza actual.   
Según expresa un antropólogo: “La teoría de Peyrère, ya esté o no científicamente basada, puede considerarse equivalente a la que dividía al hombre en dos especies. Broca, Virey y cierto número de antropólogos franceses han reconocido que la especie inferior del hombre, comprendiendo la raza australiana, la tasmania y la negra, excluyendo los hotentotes y los africanos del Norte,  debe ponerse aparte . El hecho de que en esta especie, o más bien subespecie, los molares terceros inferiores sean generalmente más grandes que los segundos, y los huesos escamosal y frontal estén por regla general unidos por sutura, coloca al  Homo afer en el nivel de una especie distinta, como en muchas de las clases de pinzones. En la presente ocasión me abstendré de mencionar los hechos de la hibridación, los cuales ha comentado tan extensamente el difunto profesor Broca. La historia de esta especie, en las edades pasadas del mundo, es peculiar.  Ella no originó jamás un sistema de arquitectura ni una religión suya propia”.  Es peculiar, en efecto,  como puede verse en el caso de los tasmanos (de la Isla de Tasmania, en Australia) . Isaac de La Perèyre había pergeñado la llamada teoría Preadamita, según la cual Adam no había sido el primer hombre, y el gran diluvio universal habría sido apenas un evento local. Hoy en día, la teoría Preadamita no escandalizaría ni a sectores religiosos, pero en esa época fue una novedad.
Los primeros tasmanos, que se asentaron en la zona hace al menos 35.000 años. Aunque inicialmente debieron poseer una tecnología similar a los australianos del sur, las condiciones ecológicas de Tasmania hicieron que se abandonaran algunas tecnologías, con lo cual hacia 1642 cuando fueron visitados por primera vez por los europeos claramente estaban menos avanzados que los aborígenes continentales, que pulían piedras para utilizarlas como armas. Probablemente en el siglo XVII eran uno de los grupos humanos con la cultura material más simple que se conoce. La información que existe sobre los tasmanos parte de los primeros colonos y estudiosos franceses e ingleses que se establecieron en la isla. Según estas fuentes los aborígenes eran poco agraciados y de estatura baja, con una media de 1,60 metros. Andaban desnudos y llevaban el cuerpo cubierto de cicatrices simétricas. Su forma de vida nómada no incluía la domesticación de animales y no conocían el uso de la agricultura, y ni siquiera los tasmanos de la costa se alimentaban de pescado, ya que no sabían pescar. Su sociedad no conocía rangos jerárquicos y los hombres más valientes en la guerra o caza se convertían en jefes. Practicaban la poligamia y sus refugios consistían en refugios de ramas. Jared Diamond explica que el retraso tecnológico de los tasmanos fue una consecuencia del aislamiento, de hecho algunas islas más pequeñas al norte de Tasmania como Isla Flinders que también estuvo poblada hace unos 35.000 años, albergó presencia humana hasta al menos hace 4.500 años cuando algún tipo de cataclismo acabó por extinguir a la población y nunca más fue habitada. Tasmania al ser más grande presentaba mejores ventajas de adaptación, y Australia mucho mayor aún permitió una cultura material substancialmente más compleja.
Como quiera que sea, el hombre fósil de Europa no puede probar ni impugnar la antigüedad del hombre en esta Tierra, ni la edad de sus primeras civilizaciones.  En cuanto a la prueba de la antigüedad que los ocultistas asignan al hombre, tienen de su parte al mismo Darwin y a Lyell. Este último confiesa que los naturalistas han obtenido ya pruebas de la existencia del hombre en un período tan remoto, que ha habido tiempo para  que muchos mamíferos, que fueron sus contemporáneos, se hayan extinguido.  A pesar del largo transcurso de las edades prehistóricas, durante las cuales el hombre ha debido florecer en la tierra,  no hay  pruebas de cambio alguno perceptible en su estructura corporal. Por lo tanto, si ha divergido alguna vez de un sucesor bruto irracional, tenemos que suponer que ha existido en una época mucho más distante,  probablemente en algunos continentes o islas sumergidos ahora bajo el Océano.   Así, pues, se sospecha la desaparición periódica de continentes. Que los mundos y también las razas o especies son destruidos periódicamente por el fuego (volcanes y terremotos) y el agua, y se renuevan periódicamente, es una doctrina tan vieja como el hombre. Manu, Hermes, los caldeos, la antigüedad toda, creían en esto. Por dos veces ha cambiado ya por el fuego la faz de la Tierra, y dos por el agua, desde que el hombre apareció en ella. Así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de su superficie, lo mismo sucede con el agua.
De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y del agua, cambio de climas, etc., acarreado todo por revoluciones geológicas, y terminando por un  cambio final en el eje de la Tierra. Los astrónomos pueden encogerse de hombros ante la idea de un cambio periódico en el eje de la Tierra, aunque ahora ya se empieza a aceptar. Para ello es ilustrativa la conversación que se lee en el misterioso  Libro de Enoch, entre Noé y su abuelo Enoch: “… En esos días Noé vio que la tierra estaba amenazada de ruina y que su destrucción era inminente; y partió de allí y fue hasta los extremos de la tierra; le gritó fuerte a su abuelo ‘Enoc y le dijo tres veces con voz amargada: “¡Escúchame, escúchame, escúchame!” Yo le dije: “Dime, ¿Qué es lo que está pasando sobre la tierra para que sufra tan grave apuro y tiemble? Quizá yo pereceré con ella”. Tras esto hubo una gran sacudida sobre la tierra y luego una voz se hizo oír desde el cielo y yo caí sobre mi rostro”. Y ‘Enoc, mi abuelo vino, se mantuvo cerca de mí y me dijo: “¿Por qué me has gritado con amargura y llanto?”. Después fue expedida un orden desde la presencia del Señor de los espíritus sobre los que viven en la tierra, para que se cumpliera su ruina, porque todos han conocido los misterios de los Vigilantes, toda la violencia de los Satanes, todos sus poderes secretos, el poder de los maleficios, el poder de los hechiceros y el poder de quienes funden artículos de metal para toda la tierra: cómo la plata se produce del polvo de la tierra, cómo el estaño se origina en la tierra, pero el plomo y el bronce no son producidos por la tierra como la primera, sino que una fuente los produce y hay un ángel prominente permanece allí. Luego, mi abuelo ‘Enoc me tomó por la mano, me levantó y me dijo: “Vete, porque le he preguntado al Señor de los espíritus sobre esta sacudida de la tierra…”.
La alegoría es, sin embargo, un hecho astronómico y geológico. Existe un cambio secular en la inclinación del eje de la Tierra, y su periodicidad se halla registrada en uno de los grandes Ciclos Secretos. Lo mismo que en muchas otras cuestiones, la Ciencia marcha gradualmente hacia el modo de pensar de los ocultistas. El doctor Henry Wodwaord  escribió en  “Popular Science Review”: “Si fuera necesario recurrir a causas extraordinarias para explicar el gran aumento del hielo en este período glacial, preferiría la teoría expuesta por el doctor Robert Hooke, en 1688; después por Sir Richard Phillips y otros; y últimamente por Mr. Thomas Belt. A saber: un ligero aumento en la presente oblicuidad de la eclíptica, proposición que está en perfecto acuerdo con otros hechos astronómicos conocidos, y cuya introducción no envuelve perturbación alguna de la armonía esencial a nuestro estado cósmico, como unidad en el gran sistema solar”. Oswald von Heer (1809-1883), fue un geólogo, geobotánico, y naturalista suizo. Fue educado para ser pastor religioso, en la Universidad de Halle, tomando las órdenes sagradas. Y luego se graduó como Doctor en Filosofía y en Medicina. Muy temprano se interesa en la Entomología, adquiriendo un especial conocimiento, para más tarde empezar con el estudio de la flora, para llegar a ser uno de los pioneros en Paleobotánica, realizando distinguidas investigaciones en la flora del Mioceno. En 1851 es profesor de Botánica en la Universidad de Zúrich, y dirige su atención a la flora y a los insectos del Terciario, en Suiza. Es fundador y por un tiempo director del Jardín Botánico de Zúrich. En 1863 en coautoría de William Pengelly, investiga los restos de paleoplantas en los depósitos de lignito de Bovey Tracey en Devon, registrándolos como del Mioceno (aunque hoy clasificados como del Eoceno).
En una conferencia de W. Pengelly, dada en marzo de 1885, sobre “El Lago Extinguido de Bovery Tracey”, muestra la vacilación, frente a todos los testimonios,  en favor de la Atlántida:   “Higueras siempre verdes, laureles, palmeras y helechos con gigantescos rizomas, tienen sus existentes congéneres  en un clima subtropical, semejante indudablemente al que había en el  Devonshire en los tiempos Miocenos , y por tanto, deben ponernos en guardia, siempre que el  clima actual de alguna región se considere normal.  Por otra parte, cuando se encuentran plantas miocenas en la Isla Disco, costa occidental de la Groenlandia, entre los 69º 20’ y 70º 30’ lat. N.; cuando sabemos que entre ellas había dos especies que se encuentran también en Bovey (Sequoia couttsiae, Quercus lyelli); cuando citando al profesor Heer, vemos que “la espléndida siempreviva” (Magnolia inglefieldi) maduraba sus frutos tan lejos hacia el Norte como el paralelo de 70 º”  ; cuando vemos también que el número, variedad y exuberancia de las plantas miocenas de la Groenlandia han sido tales, que si la tierra hubiese llegado al Polo hubieran florecido allí mismo algunas de ellas, según toda probabilidad; el problema de los cambios de clima se presenta claramente a la vista, aunque sólo para ser  desechado, al parecer, con el sentimiento de que el tiempo de su solución no ha llegado aún”.    Parece ser que todos admiten que las plantas miocenas de Europa tienen sus análogas, las más parecidas y más numerosas que existen, en la América del Norte; y de  aquí se origina la pregunta: ¿cómo se efectuó la migración desde un área a la otra?
¿Hubo una Atlántida, como algunos creen, que ocupaba el área del Atlántico del Norte? Dado, como declaran los geólogos, que “los Alpes han adquirido 4.000 pies y en algunos sitios más de 10.000’ de su presente altitud desde el principio del período Eoceno”, una depresión posterior al mioceno pudo haber hundido la hipotética Atlántida en profundidades casi insondables. Pero una Atlántida es aparentemente innecesaria y fuera de lugar. Según el profesor Oliver: “Subsiste una estrecha y curiosa analogía entre la flora de la Europa Central Terciaria y las Floras recientes de los Estados de América y de la región japonesa; analogía mucho más estrecha e íntima que la que se encuentra entre la Flora Terciaria y la reciente en Europa”. Vemos que el elemento terciario del Antiguo Mundo es más preponderante hacia su margen oriental en rasgos que dan especialmente un carácter a la flora fósil. En las islas del Japón, este acceso del elemento terciario es más bien gradual y no repentino. Aunque allí alcanza un máximo, podemos seguir su huella en el Mediterráneo, Levante, Cáucaso y Persia; luego a lo largo del Himalaya y a través de la China. Se nos dice también que durante la época Terciaria crecían en el Noroeste de América duplicados de los géneros miocenos de la Europa Central. Observamos además que la flora presente de las islas atlánticas no presenta pruebas substanciales de una comunicación directa anterior con el continente del Nuevo Mundo.
La consideración de estos hechos hace suponer que las pruebas de la Botánica no favorecen la hipótesis de una Atlántida. Por otra parte, apoya la opinión de que en algún período de la época Terciaria el Nordeste de Asia estaba unido al Noroeste de América, quizá por la línea que marca en la actualidad la cadena de las islas Aleutianas. Pero nada que no sea  un hombre pitecoide satisfará nunca a los poco afortunados buscadores del hipotético “eslabón perdido”. Sin embargo, si bajo los vastos lechos del Atlántico, desde el Pico de Tenerife a Gibraltar, antiguo emplazamiento de la perdida Atlántida, se registrasen a millas de profundidad todas las capas submarinas, no se encontraría un cráneo tal que satisficiese a los darwinistas. Según observa el doctor C. R. Bree: “no habiéndose descubierto ningún eslabón perdido entre el hombre y el mono, en formaciones sobre las capas terciarias, si estas formas se han hundido con los continentes cubiertos hoy por el mar, podrían todavía encontrarse-en aquellos lechos de capas geológicas contemporáneas que  no se han hundido en el fondo del mar”. Sin embargo, están fatalmente ausentes, tanto en estas últimas como en las primeras. Si los prejuicios no se aferrasen a la mente del hombre, Sir Charles Lylle, autor de  “The Antiquity of Man”, hubiera encontrado la clave leyendo una cita suya de la obra del profesor G. Rolleston: “Este fisiólogo,dice él, sugiere que como hay una plasticidad considerable en la constitución humana, no sólo en la juventud y durante el  desarrollo, sino hasta en el adulto, no debemos considerar como un hecho, como hacen algunos defensores de la teoría del desarrollo, que cada adelanto del poder físico dependa de un progreso en la estructura corporal; pues  ¿por qué no han de representar el alma o la intelectualidad superior y las facultades morales el papel principal, en lugar del secundario, en el esquema del progreso?   Esta hipótesis se presenta respecto de que la evolución  no se debe enteramente a la selección natural”; pero se aplica igualmente al caso que nos ocupa. Porque nosotros también pretendemos que el “Alma”, o el  Hombre Interno, es lo que desciende primero a la tierra, lo Astral psíquico, el molde sobre el cual se construye gradualmente el hombre físico, despertándose más tarde su Espíritu, sus facultades morales e intelectuales a medida que la estatura física crece y se desarrolla. Así los espíritus incorpóreos redujeron sus inmensas formas a estructuras más pequeñas y se convirtieron en los hombres de la Tercera o Cuarta Raza”. 
Varias edades más tarde aparecieron los hombres de la Quinta Raza, reducidos ahora a la mitad de la estatura, que aún llamaríamos gigantesca, de sus primeros antepasados.   El hombre no es, ciertamente, una creación especial. Es el producto de la obra gradual y progresiva de la Naturaleza, como cualquier ser viviente de esta Tierra. Pero esto es sólo respecto del cuerpo humano. En su  “Antiquity of Man”, Sir Charles Lylle cita  -quizás con espíritu un tanto burlón- lo que dice Hallam en su “Introduction to the Literature of Europe”:   “Si el hombre fue hecho a imagen de Dios, fue hecho también a la imagen de un mono. La constitución del cuerpo de aquel que ha pesado las estrellas y ha hecho esclavo suyo al rayo, se aproxima a la del bruto mudo que vaga por los bosques de Sumatra. Hallándose, pues, en la frontera entre la naturaleza animal y la angélica, ¿qué milagro es que participe de ambas?”. Y, sin embargo, ¿qué es lo que vemos?  Sir William Dawson dice:  “Es además significativo que el profesor Huxley, en sus conferencias en Nueva York, al paso que apoyaba su opinión respecto de los animales inferiores en la supuesta genealogía del caballo, la cual se ha demostrado muchas veces que no llega a ser una prueba cierta, evitaba por completo la discusión sobre que el hombre descienda de los monos, actualmente tan complicada con muchas dificultades, que lo mismo Wallace que Mivart se encuentran confundidos”. Las llamadas “muescas” encontradas en huesos de hombres en cuevas europeas muestran que hasta los rudimentos de la escritura estaban ya en poder de la raza de hombres más antigua que la conocida por la arqueología o geología. 
En su obra “Fallacies of Darwinism”, el doctor C. R. Bree dice:   “Mr. Darwin dice justamente que la diferencia física, y más especialmente la mental, entre la forma más ínfima del hombre y el mono antropomorfo superior, es enorme. Por tanto,  el tiempo -que en la evolución darwinista debe ser casi inconcebiblemente lento- tuvo que haber sido  enorme  también durante el desenvolvimiento del hombre desde el monoAsí, pues, las probabilidades de que se hallen algunas de estas variedades en las diversas formaciones de aguas dulces sobre las capas terciarias, deben ser muchas. ¡Y, sin embargo, ni una sola variedad, ni un solo ejemplar de un ser intermedio entre el hombre y el mono, se ha encontrado jamás! Ni en los bancos de arcilla, ni en los lechos de las aguas dulces, ni en sus arenas y bancos, ni en las capas terciarias o debajo de ellas, se han descubierto jamás restos de individuos de las familias que faltan entre el hombre y el mono que, según Charles Darwin, se  supone que han existido. ¿Es que se han hundido con la depresión de la superficie de la tierra, y se hallan ahora cubiertos por el mar? Si es así, hay toda probabilidad de que se encuentren también en aquellos lechos de capas geológicas contemporáneas, que  no se han hundido en el fondo del mar; siendo aún más improbable que algunas porciones no sean extraídas de los lechos del Océano, como los restos del mamut y del rinoceronte, que se encuentra también en los lechos de aguas dulces y en los acarreos y bancos… El famoso cráneo de Neanderthal, acerca del cual se ha hablado tanto, pertenece, según se ha dicho, a este remoto período (edades del bronce y de piedra) y, sin embargo, presentainmensas diferencias con el mono antropomorfo más elevado conocido”.  
Pasando nuestro planeta por convulsiones, cada vez que  vuelve a despertar para un nuevo período de actividad, parece completamente imposible que se encuentren fósiles pertenecientes a sus rondas anteriores, ni en sus capas geológicas más antiguas, ni en las más recientes. Cada nuevo Manvántara trae consigo la renovación de las formas, tipos y especies; todos los tipos de las formas orgánicas precedentes, vegetales, animales y humanos, cambian y se perfeccionan en la siguiente, hasta el mineral mismo, que ha recibido en esta ronda su opacidad y dureza últimas. Sus partes más blandas formaron la vegetación presente y los restos astrales de la vegetación y fauna anteriores fueron utilizados en la formación de los animales inferiores y en determinar la estructura de los tipos raíces primitivos de los mamíferos más elevados. Y, finalmente, la forma del hombre-mono gigantesco de la ronda anterior ha sido reproducida en ésta y transformada en la forma padre del antropoide moderno. Estas teorías son  seguramente más lógicas y más consecuentes con los hechos. Y  mucho  más  probables que muchas teorías científicas; como por ejemplo, aquella del primer germen orgánico descendiendo a nuestra Tierra sobre un meteoro, lo mismo que Ain Soph sobre su vehículo,Adam Kadmon.
La Cábala llama a esta primera emanación espiritual del Ain Soph, el Inefable Anciano de los Días, que es el Ser de Nuestro Ser, el Padre y Madre en nosotros. El Ser de todos los seres. Él es lo que es, lo que siempre ha sido y lo que siempre será. Causa del Espíritu y de la Materia. No pudiendo expresarse Ain Soph en el Mundo Físico limitado, se expresa por medio de los Diez Sephirotes. Durante la Noche Cósmica el Universo se desintegra en Ain Soph y sólo existe en su mente y en la de sus Dioses, pero lo que en la mente de Él y en la Mente de Ellos existe, es objetivo en el Espacio Abstracto Absoluto. Sólo que este último descenso es alegórico.  Pero la teoría del germen en el meteoro es una teoría que la gente se ve en el caso de admitir si quiere estar en armonía con la Ciencia moderna.  Las  actuales  teorías chocan entre sí de un modo mucho más discordante que con las teorías de los ocultistas, fuera de los sagrados recintos del saber. Porque, ¿qué es lo que queda después que la Ciencia insiste en que la  vida es un  efecto debido a la acción molecular del protoplasma  primordial? La nueva doctrina de los darwinistas puede definirse y resumirse en unas cuantas palabras de Herbert Spencer:”La hipótesis de las creaciones especiales resulta sin ningún valor: sin valor, por su derivación; sin valor, en su incoherencia intrínseca; sin valor, como careciendo en absoluto de pruebas; sin valor, porque no satisface a una necesidad intelectual; sin valor, porque no llena necesidad moral alguna. Por tanto, debemos considerarla sin ninguna importancia frente a cualquier otra hipótesis respecto del origen de los seres orgánicos”.
TOMADO DE: http://oldcivilizations.wordpress.com/2011/12/08/que-sabemos-realmente-sobre-la-antiguedad-de-la-tierra-y-de-los-seres-humanos/

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