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jueves, 19 de septiembre de 2013

Transmitir la verdad de la Masonería desde tu Yo Interior


Transmitir la verdad de la Masonería desde tu Yo Interior 




La palabra del maestro masón  se ha perdido. ¿Cómo buscarla? Cuando pierdes algo, debes buscarlo exactamente en el lugar donde lo has perdido. Estudia, observa, vigila: ¿dónde exactamente pierdes el ser y la conciencia? ¿En qué te pierdes a ti mismo? No descubrirás esto hablando el viejo lenguaje o cultivando las viejas actitudes. No encontrarás el Secreto yendo hacia “lo externo”, sino sólo a través de ver dentro de tí, claramente y con precisión, cómo fue la palabra perdida. Sólo entonces tú aparecerás. Que tu amor a la verdad te de la fortaleza y la comprensión para tolerar la energía de este mensaje y la luz que le sigue de acuerdo a la misma Verdad. 


No es raro que un escritor masón  alguna vez haya expuesto explícitamente que el hombre solo tiene un alma en potencia. Pero el catecismo masónico  deja expresamente claro que el término “alma” a veces se debe usar para hacer referencia a las funciones psicológicas “naturales”, “dadas”, con las que todo hombre nace y otras veces en referencia al alma completamente desarrollada. El ser humano nace sin alma, y son el trabajo potente y la vida inmaculada, llena de amor fraternal lo que hacen que el alma exista. De ahí, la palabra perdida es recobrada, el verbo que tanto tiempo estuvo ausente del ser humano es de nuevo incorporado al cuerpo. El francmasón es un constructor de Naciones libres, y a la vez también un constructor de sí mismo, un constructor de su propia alma. 


¿Dónde encaja la búsqueda de una masonería olvidada cuando se la confronta con la crisis exterior, masiva, de nuestra cultura: la amenaza de guerra nuclear, de un calentamiento global,  catástrofe ecológica, hambre, colapso económico, injusticia social, de clases, razas y castas? Habrá quienes con seguridad se sienten avergonzados de hablar de esta búsqueda frente a la crisis mencionada, como si buscar el significado autentico de la masonería  fuera una perdida de tiempo, un rechazo a enfrentar los problemas reales del mundo. Y dado que la Masonería en el mundo se vio obligada a luchar con tales problemas en sus propios términos, a menudo muchos masones miran con desprecio y sospecha toda esta cuestión de la espiritualidad interior. Sin embargo, esa actitud se basa en una profunda equivocación de la interpretación tanto de la naturaleza de los problemas masivos como de la naturaleza de la búsqueda interior. 

Existe una crisis en cada campo del quehacer humano, en todo hay una profunda sacudida de los fundamentos del conocimiento y la expresión. Por otros lados, existe una creciente fragmentación junto a esfuerzos reactivos e ineficaces de unificación. En la búsqueda espiritual existen innumerables sectas, cultos, religiones nuevas, “ortodoxias”,“fanatismos”,  “heterodoxias”, “libertinajes”, “tradicionalismos”, junto con otros tantos programas “de identidad” que se quiebran, ante la primera prueba que se les presenta, en todavía más sectas, contra-movimientos y grupos que se separan. En las ciencias, existe la proliferación constantemente incrementada de la desinformación, descubrimientos irreales  y especulaciones teóricas y, con una regularidad casi cómica, se produce la aparición de “importantes descubrimientos” que exigen una “revisión total” de las hipótesis científicas fundamentales, conduciendo a nuevas acumulaciones de pesima información, descubrimientos sin fundamento y especulaciones teóricas; y tanto es así que la sola idea de un único concepto científico de la naturaleza comienza a juzgarse anacrónica, y la misma meta de llegar a una concepción del mundo unificada, tan esencial al sentimiento humano normal, comienza a parecer un ideal imposible. En psiquiatría y psicología es lo mismo: cientos de ataques y contra-ataques entre clínicos e investigadores junto a tantas teorías “holísticas” y hasta “ecuménicas”, por así llamarlas, de psicoterapia, funcionamiento cerebral, neurofisiología, etc. Ejemplos como estos podrían multiplicarse indefinidamente en cada rincón de la cultura moderna. La realidad es la fragmentación; la “comunicación”, la “fantasía ”, el “ecumenismo”, la “síntesis”, son sueños e ilusiones. 

En el nivel de lo personal, la influencia de la innovación tecnológica está destruyendo los patrones de comportamiento individuales y colectivos que han guiado la vida humana durante milenios: el cerebro manipulado con drogas para producir sensaciones de felicidad y poder; el código genético alterado; técnicas biológicas y económicas socavando el sentido de la identidad personal, laboral y familiar. Por todos lados, la presión de aprender y usar estas nuevas invenciones a despecho de las formas tradicionales, está alimentando una gran confusión. La gente toma partido por o en contra de la tecnología y no  encuentra modo de consultar sus propios sentimientos personales acerca de las cosas, ni siquiera escapando al desierto. La educación moral del ser humano, su capacidad para dirigirse hacia sí mismo en momentos de dificultad, está tan negada que, también en este campo se ofrecen actualmente cientos de técnicas superficiales, métodos masivos de meditación para soportar el stress, etc. 

Al ubicarla en el entorno de estos problemas externos y preguntas internas de nuestra cultura contemporánea, la palabra “fraternidad” no ofrece un real sentimiento de esperanza. Por el contrario, aparece como uno de las muchas palabras, una palabra  gloriosa quizás, dentro de un mundo que padece una división insondable. 

Al mismo tiempo, la fragmentación de nuestra cultura se refleja, casi de manera idéntica, en la fragmentación de la misma Masonería. Los conflictos entre las ideologías políticas hacia dentro de la Masonería corresponden a divisiones similares de izquierda y derecha entre masones; hay masones relativistas y absolutistas, seculares y trascendentalistas, personalistas y objetivistas, etc., etc. 

En su origen, la Masonería nos enseñó que el mundo de la sociedad humana no sería  siempre una herida abierta, incurable; que es posible resolver el “problema del mundo”. Ahora, parece igualmente posible resolver el “problema de la Masonería”. 

Como todas las grandes enseñanzas espirituales de la humanidad, la Masonería enseñó que el mundo en que vivimos, el mundo de la sociedad profana, es como es, porque los hombres son como son. Reorganizar las condiciones exteriores de la vida profana no puede en modo alguno alterar la corrupción fundamental de la naturaleza humana y el sufrimiento que acarrea. De manera similar, la institución Masónica se torna lo que es porque los masones son lo que son, puesto que los personajes que la integran no dejan a un lado lo profano, y sus odios. 

Advertir siempre que todo lo que nos desune como masones con cosas meramente profanas.
En la historia de las tradiciones iniciáticas, la renovación es a menudo precedida por una percepción de que el hombre ha ido demasiado lejos en lo “profano”, en lo externo de la vida, y ha perdido el acceso a las fuerzas superiores dentro de sí. El “misticismo” en sus formas conocidas aparece frecuentemente como una reacción contra este excesivo volcarse hacia fuera de la mente y el corazón humanos. Una percepción similar yace tras la búsqueda contemporánea de la tradición mística masónica. Existe un sentimiento ampliamente difundido de que la Masonería ha ido “hacia fuera” demasiado lejos: demasiado énfasis en la acción social y política, muy poco énfasis en la comprensión de la naturaleza humana que ofrecen los lenguajes de la filosofía y de la tradición misma. 

Esta percepción de un desequilibrado precipitarse hacia fuera de la  vida humana ha salido a la superficie en muchas áreas de nuestra cultura. De cierta forma, esta percepción yace tras el nacimiento de la psicología moderna. Pero cuando las enseñanzas  iniciáticas  y filosóficas de Oriente comenzaron a echar raíces en nuestra cultura, hace unas décadas, se tornó claro que el significado profundo de la “vida interior” no había sido comprendido todavía en el mundo moderno, ni siquiera por la psicología. Y surgió el anhelo de una interioridad aún más profunda. 

Pero el redescubrimiento del mundo interior no puede en sí mismo ser la respuesta a los problemas de la vida. Tomemos, por ejemplo, el problema masivo de la injusticia social, que absorbe la energía de muchos de nuestros mejores masones, tanto masones del pasado y del presente. Nadie duda de que la opresión de pueblos se origina en los defectos interiores de codicia y miedo egoísta. Y nadie que observe puede dudar de que el ansia de poder sobre otros es también, como la codicia y la paranoia, una de las consecuencias del egoísmo. Pero muy pocos pueden escuchar con paciencia las filosofías espirituales tradicionalistas que explican y condenan estas pasiones exclusivamente en términos de deseos excesivo por cosas externas como posesiones materiales, riqueza, status, etc. 

Cuando el tema se presenta en estos términos –espiritualidad vs. compromiso moral, interior vs. exterior- es que algo fundamental se ha distorsionado en la comprensión tanto del desarrollo interior como de la acción moral. Los mundos interior y exterior han sido erróneamente interpretados, y esta equivocación ha tenido consecuencias desastrosas tanto para la Masonería  como para la cultura moderna. El mundo exterior no es el mundo de las cosas “que están allí” en el espacio. 

El mundo interior no es el mundo de los pensamientos y emociones “dentro” de la psique; por el contrario, es el mundo de “pensamientos y emociones” que es el mundo exterior. Sin embargo, a estos mismos “pensamientos y emociones” se les ha dado un nombre que estaba destinado a designar lo que en el hombre es lo más elevado y más interior: el alma. 

La injusticia del hombre para con el hombre puede ser explicada de muchas maneras; se puede luchar contra ella de muchas maneras. Y sin embargo, desde el punto de vista de la masonería  olvidada, el problema fundamental es completamente diferente a como nos lo presentamos a nosotros mismos a través de nuestro sentimiento de indignación moral. Más bien, la pregunta es: ¿cómo siento el sufrimiento de otros? ¿Cómo lo comprendo realmente? ¿Y désde dónde en mí mismo voy a encararlo? ¿Es la agitación de la mente y de las emociones, en cualquiera de sus sentidos, el agente movilizador del amor fraternal  o de la acción moral? 

La percepción del sufrimiento inherente a la condición humana, la percepción de la inhumanidad del hombre hacia el hombre: este momento de conciencia ha sido descrito en todas las tradiciones como un momento tremendo de la conciencia del hombre, o de la conciencia del fundador de una tradición, o de la conciencia de sus grandes masones. 

Recordemos por ejemplo a los héroes masones que nos dieron Patrias Libres.  La grandiosidad de esos momentos, sin embargo, no está sólo en la profundidad y contenido de la percepción, sino en el hecho de que los fundadores o reformistas, o el masón, tiene en sí la fuerza para transmitir esta percepción a la totalidad de sí mismo: a todas sus facultades de pensamiento, sentimiento y voluntad. El francmasón altruista, filántropo,  compasivo y misericordioso tiene en él un canal entre la conciencia compasiva y todas las funciones del cuerpo humano psicológico normal. En resumen, el masón representa en su forma completa lo que hemos denominado “la posesión del alma”: el poder o entidad que relaciona los dos movimientos fundamentales de la naturaleza humana, en este caso, el conocimiento masónico: la conciencia superior de la verdad del sufrimiento, por un lado, y de los impulsos, funciones, pensamientos y comportamientos que se originan en los elementos del cuerpo del hombre. 

La percepción real del sufrimiento o de la injusticia es un aspecto del conocimiento superior. Como tal, debe ser distinguido de la mera reacción emocional al sufrimiento de otros. Si uno desea hablar del “horror” de la inhumanidad del hombre para con el hombre, se ve forzado a distinguir, por así decirlo, una conciencia superior de este horror, libre de la emotividad y de la violencia interior que son atributos del egoísmo. El egoísmo, también puede, a su modo, “ver” el sufrimiento del hombre, pero es un “ver” mezclado con ilusiones y miedo, un ver que conduce a la impaciencia, a acciones erradas y finalmente, a infligir aún más sufrimientos a otros, incluso en nombre del amor. Uno se ve obligado a dudar del valor de las propias acciones solícitas cuando surgen solo de la emoción o el moralismo. 

Verdaderamente, en la vida de cada individuo, existen momentos en que percibe y siente algo del sufrimiento real de la raza humana, o de esta o aquella porción de la raza humana. Existen momentos de “misticismo moral” comparables en aspectos fundamentales a momentos de misticismo cósmico”: la percepción de un orden superior y un propósito en el universo. Pero, en ambas experiencias, lo que es más difícil de comprender, y lo que más fácilmente se olvida, es la verdad de que el acto de ver verdaderamente –lo que se podría llamar la experiencia de la Pregunta- es en sí mismo la semilla, el embrión de esa verdadera fuerza de la naturaleza humana que tiene el poder de responder a la Pregunta e incluso, posiblemente, actuar sobre ella y llegar a la respuesta. La aparición en uno de la Pregunta es ya la aparición del alma inmortal, el verdadero Ser. Pero como esto no es comprendido, no cultivamos el estado de Pregunta, de Indagación, ni nosotros ni nuestros educadores. Consecuentemente, la fuerza o espíritu que comenzó a abrirse camino, es malgastada inconscientemente. Como se dice, uno anhela: a Dios, o encontrar Sentido, o Comprensión, o Justicia, y no ve que el mismo anhelo es el comienzo de la respuesta que uno está buscando. El estado de asombro, por ejemplo, es en sí una forma de conocimiento superior a las explicaciones que uno busca en ausencia de ese estado. De manera similar, la apertura incipiente de la conciencia ante la percepción del dolor en la vida humana es en sí una aproximación más cercana al poder moral que las reacciones y compromisos que se producen después que esta frágil y fugaz conciencia ha dejado lugar (en el hombre profano). La verdadera visión moral de la condición humana se malgasta en emocionalidad así como la comprensión intuitiva auténtica de la naturaleza se desperdicia en intelectualismo. 

Varios aspectos claves de esta definición ya han sido citados, en particular, la comprensión del amor como fuerza ontológica mediadora, tanto en el individuo como en el cosmos: la fuerza de reconciliación, que une. Pero ahora nuestra pregunta quiere comprender la naturaleza del amor respecto de la acción moral y el sufrimiento humano. La pregunta es: ¿Cómo se manifiesta el amor fraternal  en la Masonería? O, simplemente: ¿Qué significa ayudar a otro ser humano? Sin embargo, no bien la pregunta se presenta de ese modo, uno se ve asaltado por clichés: alimentar al hambriento, cobijar al pobre. Con seguridad esas acciones sólo pueden ser alabadas como “virtuosas” por seres humanos anormalmente egoístas. ¿Es verdaderamente un acto de amor fraternal arrojar una cuerda a un hombre que se está agotando? ¿Nuestra comprensión de las metas del orden social se ha distorsionado tanto que tomamos la respuesta humana natural al sufrimiento de otro como un acto de noble sacrificio? 

Con seguridad la respuesta es sí, con la consecuencia de que el amor fraternal ha sido reducido a exigencias relacionadas solamente con un aspecto de la totalidad de la naturaleza humana en uno mismo y en los otros: el aspecto que podríamos llamar “el cuerpo”, recordando siempre que bajo este término se incluyen los pensamientos y emociones equivocadamente identificados como “el alma”. 

De todo lo que hemos visto en nuestras liturgias masónicas, queda claro que la expresión esencial del amor fraternal es, en sus raíces, el mandamiento de transmitir la enseñanza masónica al mayor número de seres humanos. 

Amar fraternalmente a mi prójimo es ayudar al surgimiento y desarrollo en él de aquello que puede armonizar los elementos reales de su naturaleza. Un amor fraternal como tal, por supuesto, tiene muchos aspectos, correspondientes a los distintos niveles de ser de cada uno de los individuos que forman parte de esa relación. Pero de manera clara, la manifestación del amor fraternal, definido de este modo, sólo es posible en el grado en que el hombre ha transmitido la verdad a la totalidad de sí mismo, es decir, el grado en el cual él ha logrado en sí mismo lo que alguna vez fue llamado “auto-dominio”: la activación del principio regulador, o alma, en sí mismo. La significación de esta definición de amor fraternal se hace clara cuando uno se da cuenta de todo lo que esta práctica de transmitir la enseñanza a otro ser humano involucra. Involucra mucho más que palabras o expresión de conceptos, o explicaciones intelectuales. Este último tipo de “educación”, cuya carencia de poder moral se ha hecho evidente en la era moderna, afecta solo a la facultad del pensamiento de la naturaleza humana; sus efectos sobre los elementos físico y emocional del hombre son, en el mejor de los casos, imprevisibles. En el peor de los casos, conducen a la falsa asunción de superioridad, basada en la noción de que el elemento superior de la naturaleza humana es el intelecto discursivo. 

Tampoco debemos entender la transmisión de la verdad únicamente como persuasión basada en el temor, o en erotismo camuflado, o promesas fantásticas, o en cualquier otra de las debilidades de la naturaleza humana tan despiadadamente expuestas por los grandes críticos modernos de la “Masonería”: Si la Masonería intelectual es moralmente estéril, esta Masonería  emocional es, incluso en el mejor de los casos, moralmente ciego. 

Genera y apoya pasiones que pueden llegar a mantener unidas a comunidades o pueblos enteros, ¿pero con qué meta?. La historia demuestra que tales pasiones son suelo fértil para las guerras, la explotación y la crueldad. 

Transmitir la verdad de la Masonería  es, por el contrario, nutrir el crecimiento del alma en mi prójimo. Con este fin, todos los elementos de la naturaleza humana deben ser protegidos y cuidados de manera que puedan, por así decirlo, “aceptar” el surgimiento en uno mismo de esta nueva “Gran Luz”, esta nueva energía o principio regulador. Esto significa proteger y cuidar las partes de manera que el movimiento hacia la totalidad sea también fortalecido.

Desde este punto de vista, debemos decir que casi todas las cosas que ordinariamente tomamos como preocupaciones morales o expresiones de amor, son no- masónicas  en el sentido de que fortalecen un aspecto de la naturaleza humana en detrimento de otro. 

Pero el alma es el nombre de esa fuerza o principio de la naturaleza humana que puede mantener unidos todos los aspectos del ser humano, intelectuales, emocionales e instintivos, a través de la relación mediadora con los principios superiores de orden y mente del universo. 

Por lo tanto, como ha sido dicho, “el amor fraternal  nutre el alma”. Es así que debemos distinguir tres tipos de amor: psicológico, místico y ontológico. El primero representa el ideal de amor fraternal  como se lo presenta generalmente: la atención al aspecto de la naturaleza humana dirigido-hacia-afuera, o externo, incluyendo las emociones como las experimentamos ordinariamente. Cuando se atiende exclusivamente a este aspecto de la naturaleza humana, el resultado es una fragmentación progresiva, porque no hay en ese individuo un principio regulador efectivo. Se atienden los deseos físicos o psicológicos, pero, careciendo del principio regulador en uno mismo, los inevitables conflictos de cuerpo, mente y emoción sólo pueden ser falsamente integrados dentro de la estructura del egoísmo, es decir, falsas ideas acerca de uno mismo que más o menos satisfactoriamente ocultan a la vista los propios impulsos contradictorios. 

El amor fraternal puede ser definido como la transmisión a otro de las condiciones de vida, pensamiento y experiencia que alimentan el crecimiento del principio intermedio de la naturaleza humana: el alma. 


Una gran tradición espiritual con seguridad debe ser comprendida como una expresión, en la vida del hombre, de amor fraternal. Pero como las formas de la tradición inevitablemente se distorsionan o son solamente parcialmente comprendidas, se enfatiza uno u otro elemento de la tradición. Básicamente, una tradición se distorsiona o desciende a un nivel inferior por transformarse en fundamentalmente mística, psicológica o social. Dentro de la integridad de la tradición primordial, cada uno de estos aspectos tiene su propio lugar. Pero cuando el centro desaparece, los aspectos adquieren equivocadamente la apariencia del todo. Sin el camino que lleva al desarrollo del alma, ni el amor místico ni el psicológico pueden conducir a los seres humanos a la realización de sus verdaderas posibilidades. 

Lo que ha sido olvidado en la vida del hombre es la confrontación dentro de sí mismo de las dos fuerzas fundamentales del orden cósmico: el movimiento de creación y el movimiento de retorno, lo exterior y lo interior. Todo lo que se llama “progreso” en el mundo moderno puede ser caracterizado como una atención desequilibrada a la fuerza de la vida dirigida-hacia-afuera, combinada con una falsa identificación de lo “interior” como el ámbito del pensamiento y la emoción. Los pensamientos y emociones a los que se llama “interioridad” sirven en realidad, como ha sido mostrado, al movimiento hacia fuera y a la degradación de la energía psíquica. En términos masónicos, esto es “lo profano”. Pensamientos y emociones no son el alma. 

El misticismo y la espiritualidad masónicas por sí mismos no son suficientes. La acción social y la ayuda por sí mismas no son suficientes. Tampoco es suficiente buscar ambos al mismo tiempo. El elemento olvidado en nuestras vidas masónicas es la fuerza dentro del yo interior (esa fuerza interna inconmensurable  que conocieron los grandes masones y que los llevaron al éxito) que puede atender a ambos movimientos de la naturaleza humana dentro del propio ser y puede luego orientar el surgimiento de esta fuerza en el prójimo de una manera adecuada a su comprensión y posterior evolución . 

VICENTE ALCOSERI 


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