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domingo, 6 de agosto de 2017

La convicción masónica

La convicción masónica

Con frecuencia, quienes comentan la llamada "parte histórica" del Libro de las Constituciones" que, bajo la dirección de James Anderson, publicó la Gran Logia de Londres en 1723, manifiestan su sorpresa ante lo que podría considerarse un cúmulo de inexactitudes históricas, palmarias para un lector medianamente instruído de nuestro tiempo.

La indiferenciación entre leyenda mitológica y narración histórica parecería permitir asociaciones peregrinas y conclusiones fantásticas... Pues bien, en ello radica la esencia del simbolismo masónico. Lo que para las religiones es "narración de hechos", en la que basan conclusiones dogmáticas, en Masonería importa tan sólo como apariencia encubridora de unos determinados valores, sin que tenga importancia su objetividad histórica. Aprendemos de los símbolos, relativizando los hechos (supuestos o reales). Y, en ese sentido, es posible comparar el mito solar con la "historia" de Jesus de Nazaret, la de Osiris o la de Mitra... Nuestro método ritualizado va más allá de la mera racionalidad, apuntando al hombre integral. Una cosa es ser razonador y razonable y otra bien distinta es ser "racionalista".

En Masonería no existe una dogmática. Lo que podríamos llamar "convicción masónica" se patentiza en una actitud de apertura espiritual que busca "reunir lo disperso". Tanto los temas específicamente religiosos como los políticos se descartaban ya explícitamente como objeto de la especulación de las logias en el texto de las primeras Constituciones fundacionales de la Orden, desechando por igual para los masones el ateismo "libertino" y la necesidad de adscripción forzosa a cualquier convicción religiosa o política. En la balanza de intenciones de James Anderson, Théophile Desaguliers y demás masones de aquella primera hora, el peso fuerte era la necesidad de forjar una Fraternidad de carácter universal a partir de valores éticos comunes a todas las religiones en liza. Las luchas fratricidas entre los diversos bandos venían asolando Europa desde el siglo XVI al XVIII ininterrumpidamente. La formación iniciática contemplada parecía centrarse, sobre todo, en la activación de ideas-sentimiento que llevasen a cada individuo a contribuir personalmente en la construcción de una sociedad más fraternal y, por tanto, más justa y pacífica.

El tema del Ser no sería soslayado por quienes se proponían "tallar la piedra bruta" en el seno de una Fraternidad que postulaba el amor universal como supremo valor ético. Sin embargo, la proyección fraternal del pensamiento masónico a nivel planetario exigía un mayor esfuerzo de abstracción que el que había caracterizado a las diversas formulaciones del cristianismo, ancladas desde siempre, a nivel popular, en un antropomorfismo maquillado, heredado del paganismo decadente del imperio romano. La absoluta trascendencia del Ser supremo conlleva la transferencia de su definición conceptual al campo de las ideas-arquetipo, tal como habría de proponer más tarde Emmanuel Kant y, como tal idea, la de Dios no precisa soporte ontológico alguno, puesto que las ideas carecen de existencia ontológica, siendo utilizadas por la razón como referencia. Sólo de esta forma aparecía como posible la superación de los enfrentamientos religiosos que perturbaban la paz social.

Desde el siglo XVIII y a lo largo de los dos siglos siguientes, buena parte del pensamiento masónico situó en Dios-Idea el principio que puede inspirar, como símbolo activo común a todos los hombres, las aspiraciones ético-espirituales de cada uno de ellos con entera libertad interpretativa, descartando la conflictividad a la que históricamente han conducido las definiciones ontológicas tradicionales. La Masonería centró su interés en la eficiencia operativa de la Fuerza generadora implícita en la Idea-Dios, tomada como símbolo de la construcción universal. La Obra cósmica contiene las pautas que rigen la existencia y la estructura de todas las cosas, por lo que la dinámica que la anima y sostiene se simboliza como Gran Arquitecto del Universo y son precisamente tales pautas en el mundo manifiesto las que interesan primordialmente al masón en su análisis de sí mismo y de la Naturaleza en la que se halla inscrito.

El Gran Arquitecto del Universo es el Verbo operante, la Luz primordial generadora o cualquier otro símbolo de la Realidad total innombrable, por cuanto trasciende nuestra capacidad definitoria. En definitiva, es el gran parámetro de la Construcción masónica. La mística masónica consiste en la ascesis hacia la Sabiduría (Sofía) que se expresa en el orden universal y que se manifiesta en los "misterios" que el hombre aborda gradualmente, no sólo desde su condicionamiento racional, sino aprendiendo a desdoblar en ese proceso todas sus facultades potenciales, activando niveles de conciencia superiores a partir del razonamiento filosófico. El conocimiento de sí mismo ha de conducir a la vivencia de la interacción universal y al sentimiento de participación en un Todo cósmico.

Los procesos mentales humanos se activan estableciendo analogías, a partir de símbolos. Y simbolistas son todos los desarrollos culturales. La apertura de la mente que nos permite pasar de lo más concreto a lo abstracto, o de lo inmanente a lo transmanente, desarrollando primero una conciencia individual, para pasar luego a considerar el mundo circundante en sus diversas manifestaciones y, después, acceder a otros planos de expansión del conocimiento, constituye la vía tripartita de lo que se ha llamado siempre "iniciación".

La explicación que del término "fe" da el Diccionario de la Real Academia, en su edición de 1992, señala que <<es la primera de las tres virtudes teologales: luz y conocimiento sobrenatural con que, sin ver, se cree lo que Dios dice y la Iglesia propone>>. Una vez más, parecería que, mediante esta dogmática definición, nuestra vetusta Academia desease dar por sentado que, con independencia de la aconfesionalidad constitucional de los hispanoparlantes, el término "fe", como descriptivo de una virtud, haya de vincularse inevitablemente a "la Iglesia", intérprete privilegiada de "lo que Dios dice". Podría tratarse de una apropiación indebida de los valores en uso del idioma, que es un bien colectivo, por parte de quienes deberían actualizarlo y pulirlo.

La postura masónica no atribuye virtud a "creer lo que no vimos", sino más bien a "dudar de lo que vimos", cuando la duda es consecuencia de la íntima búsqueda de la verdad. La fe religiosa suele ser un hábito adquirido de con-fianza, aceptación compartida o creencia, en alguna supuesta realidad objetiva "traída" hasta nosotros mediante una tradición "incuestionable", porque se nos asegura que transmite hechos o verdades que, de otra forma, serían inaccesibles para el Hombre. En este sentido la fe se identifica con un cuerpo de doctrina dogmática. La "virtud" viene a ser la capacidad de aceptación de una "revelación", pero no pasa de representar lo que en otros términos llamamos "buena fe", referida a la confianza que puedan inspirar quienes hayan logrado ganar crédito asegurando ser transmisores de una enseñanza tradicional que suele apoyar su credibilidad en maravillas o milagros. Por añadidura, esa fe redime de las "penas" que todo hombre merecería por haber nacido corrupto, con lo que la fe se convierte en algo así como un sentimiento de seguridad. Atentar contra esa seguridad, de alguna manera, ha venido siendo siempre socialmente peligroso.

Sin embargo la auténtica confianza es un sentimiento consciente, resultante de un proceso de análisis llevado a cabo personalmente por cada individuo. En ese análisis consciente intervienen factores de diversa índole, en función de la sensibilidad y del bagaje cultural y psíquico individual. Existir como hombre implica un proceso evolutivo, de secuencias sucesivamente concienciadas, a través de las cuales accedemos a una forma de conocimiento que nos es propia. Llegamos a ese conocimiento partiendo de percepciones sensibles que clasificamos racionalmente estableciendo analogías. Las analogías establecidas pueden activar nuestra mente induciendo planos de conciencia diferentes del habitual, permitiéndonos, por así decirlo, saltar a otra "onda" del psiquismo humano. Individuos con diferentes equipamientos culturales alcanzan ese "salto", que se produce como consecuencia de su propia estructura psíquica, que puede resultar estimulada por "agentes" diversos.

La explicación, en términos convencionales, de la experiencia alcanzada interiormente - es decir, traducida al código de expresión o idioma de la comunidad - representa la proposición de un "descubrimiento" ofrecido a los demás por el descubridor. Pero lo que éste no siempre podrá hacer, será explicar su propio proceso de "salto" de forma válida para otros.

La Iniciación a la que aspiramos los masones constituye lo que podríamos llamar "fe dinámica", frente al concepto de fe "estática" o "creencia" definido por la Academia Española, que no presupose el desarrollo individual como condicionante del acceso al Conocimiento y que limita el margen de colaboración del "creyente" a una posible especulación sobre pautas morales de comportamiento, en función de determinados dogmas. La actitud masónica es existencial y forma parte del esquema mental y anímico que el masón va forjando en sí mismo a través de la Iniciación, como ocurre en el proceso de aprendizaje de un oficio. No se trata de una simple "aceptación" de información recibida desde el exterior, sino de una realización-sentimiento que parte del análisis de nuestras circunstancias para llevarnos al decubrimiento del yo interior auténtico y al análisis de nuestra relación con la realidad en la que nos hallamos inmersos. El Maestro masón lo es a la manera en que pueden serlo quienes, disponiendo de unos conocimientos y unos utensilios que les son familiares, pasan a "construir" en función de un sentimiento íntimo de lo aprendido. Su magisterio no es "docente", sino ejemplar. Los utensilios y conocimientos están al alcance de todos, pero el trabajo u obra resultante será magistral tan sólo en la medida en que pueda reflejar arquetipos de Belleza, Fuerza, Sabiduría, Justicia, etc., fundamentales para el desarrollo del Arte Real. La impronta creativa será siempre intransferible, al igual que la que anima y da carácter a una misma partitura en función de quien la ejecuta, aunque el texto sea el mismo.

El talante de la aproximación masónica es, pues, claramente alquímico. El paso de los metales de una a otra fase en el proceso de trasmutación traduce el paso de uno a otro nivel de conciencia por parte del alquimista. La meta es el Oro o Luz incorruptible, equivalente a una Gnosis mística, que consistiera en el conocimiento alcanzado a través de una percepción final total y simultánea, en la que olores, colores, sonidos, sabores , espacio y tiempo, como datos en los que se apoya la percepción humana para acceder al mundo mental, aparecieran como dimensiones interactivas, componentes de una realidad en la que estaría y se sentiría integrado el mismo perceptor. Tal vez algo de esto sentía Juan de la Cruz cuando clamaba:

Estaba tan embebido,

tan absorto y ajenado

que se quedó mi sentido

de todo sentir privado

y el espíritu dotado

de un entender no entendido,

toda ciencia trascendiendo.

La metodología iniciática fundamental, recogida y transmitida mediante rituales por la Masonería, antes y después del siglo XVIII, ha llevado superpuestas enseñanzas profesionales primeramente, enseñanzas filosóficas después y preocupaciones moralizantes de dimensión individual o social, en función de las pulsiones del entorno histórico, más tarde. Tales circunstancias temporales han eclipsado a veces el mensaje masónico de fondo, haciendo aparecer como fines últimos de nuestras inquietudes lo que sólo son hitos de aplicación práctica en el camino iniciático, puesto que el modo masónico de Iniciación es inseparable de la acción constructiva. Los secretos profesionales de los masones operativos, la especulación filosófica, la oferta de ayuda moral y material al prójimo y la aspiración a una sociedad más justa, basada en la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad, han representado en cada momento plasmaciones en las que se concretaba la praxis social de nuestra "memoria sagrada" iniciática. Sin duda, los masones consiguieron, en momentos diversos, catalizar o inducir la catalización de impulsos de esa naturaleza en el seno de la sociedad profana, contribuyendo a los cambios históricos habidos a lo largo de los dos últimos siglos, al diluir en el patrimonio efectivo de la humanidad conceptos y normas que han constituído, desde su origen, principios de convivencia masónicos.

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