La ‘Shekinah’ o la Presencia divina
La “Shekinah”. Estudio sobre algunos aspectos simbólicos de esta figura básica en la tradición cabalística. Recopilación de L. Vert, imágenes de la “Golden Haggadah”, manuscrito judío de 1320.
La Shekinah, es una figura básica de la exégesis judía que designa a la Presencia divina que habita (shakan) entre los hombres, de aquí el nombre de Shekinah: ‘la que habita’ o ‘la que reside’. Representa el don que Dios dio al género humano después de la destrucción del primer Templo: su Presencia, que a partir de entonces residió con el pueblo de Israel en el exilio. Gracias a la Shekinah la relación entre el cielo y la tierra es posible y con ella la regeneración y la vuelta al Paraíso original, pues, simbólicamente, la caída de Adán y Eva y su expulsión del Jardín del Edén equivalen a la destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos y la posterior diáspora, Sin embargo, el nombre de Shekinah no se menciona en la Biblia hebrea, se trata de un término rabínico y, más concretamente, cabalístico. Aparece por primera vez en los targumim, unas traducciones glosadas según la tradición oral de los cinco libros de la Torá. En uno de ellos, llamado el Targum de Onkelos (siglo I d. C.) se lee la palabra Shekinah al traducir los versículos 4 y 5 del capítulo 12 del Deuteronomio, y sustituye a las palabras “morada” y “Nombre” de dichos versículos. Así en la Torá original se dice: «No procederéis así respecto a IHVH, vuestro Dios, únicamente el lugar elegido por IHVH, vuestro Dios, de entre todas las tribus para poner su Nombre allí, en su morada lo buscaréis y vendréis allí». Mientras que en la traducción de Onkelos está escrito: «No procederéis así respecto a IHVH, vuestro Dios, únicamente el lugar elegido por IHVH, vuestro Dios, de entre todas las tribus para poner su Shekinah allí, en su Shekinah lo buscaréis y vendréis allí». Que la palabra ‘Shekinah’ substituya a ‘morada’ no parece extraño, ambas tienen las mismas letras, (shin, caf, nun) y, como hemos visto, su significado es semejante, más curiosa es la identificación del ‘Nombre’ de Dios con la ‘Shekinah’, como si ambos fueran lo mismo o simbolizaran la misma experiencia. Algo que exegéticamente es cierto pues el nombre de Dios de cuatro letras, IHVH, el Tetragrama, simboliza la presencia de Dios entre los hombres. En la tradición hebrea, los Nombres de Dios designan sus manifestaciones, Dios se da a conocer por sus Nombres y entre todos ellos el Tetagrama es el más importante. Para comprender un poco más su significado baste decir que san Jerónimo en la Vulgata traduce Elohim por Deus pero el Tetragrama (IHVH) lo traduce siempre Dominus, que inevitablemente equivale a Jesucristo, el Dios encarnado.
Veremos ahora unos fragmentos de la literatura cabalista en los que aparecen relacionados los tres conceptos que hemos apuntado: el templo, o la morada, la Shekinah y el Tetragrama. El primero de ellos tiene como autor a rabí Josef Gikatilla (1323-1348), un gran cabalista castellano contemporáneo y amigo de rabí Moisés de León, el autor del Zohar, en el que explica que el templo es el lugar donde reside el Nombre, para después hacer un quiebro y, al igual que sucede con el versículo de la Escritura que hemos visto, substituirlo por la Shekinah: «El Templo es el lugar donde reside el Nombre único. Dios ha santificado el monte Moriah (Jerusalén), un lugar en IHVH donde el Templo fue edificado. Por eso está escrito: “El Templo de IHVH que tus manos establecieron” (Ex 15, 17) Y aquí residió el Nombre. Todas las distintas formas de la residencia: cercados, salas, vestíbulos y almacenes eran según la forma secreta del nombre IHVH, según el secreto de los miembros del hombre». (Las Puertas de la Luz, p. 26) Pero, cuando Israel pecó, continua explicando rabi Gilkatilla, la Shekinah –y aquí ya no habla del Nombre sino de la Shekinah– huyó del Templo y éste fue destruido, el Nombre (IHVH) no pudo pronunciarse de nuevo, pues ello sólo puede producirse en el interior del Templo. La continuación del texto que reproducimos explica que, según los planes originales, la Shekina, o el Nombre, hubiera debido permanecer en el mundo, pero la destrucción del Templo hizo que ascendiera hacia su lugar original, apartándose cada vez más de este mundo y, por consiguiente, del hombre, hasta que gracias a los Patriarcas se pudo reconstruir el lugar o el Templo y la Shekinah volvió a residir entre los hombres. En el fondo se trata de una ambivalencia entre el Templo exterior y el Templo interior que se construye en el corazón de los Patriarcas, el único lugar puro sobre la tierra donde la Shekinah puede albergarse: «Sabe que al principio de la creación del mundo, la naturaleza de la Shekinah permanecía en los niveles inferiores, pues el diseño inicial de la creación era poner en correspondencia los mundos superiores y los inferiores… En consecuencia, la Shekinah habitó en lo bajo, y a causa de que la Shekinah descendió, se separaron los cielos y la tierra, lo que explica el versículo. “Así fueron acabados los cielos y la tierra y todas sus armadas”. (Gn 2, 1) Cada uno de ellos adornado y lleno del otro, y sus canales al igual que sus fuentes funcionaban juntos, distribuyendo de lo alto a lo bajo, lo que llenaba IHVH de abajo a arriba, como señala el versículo: “Así habla IHVH: El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies”. (Is 66, 1) Después de esto, IHVH, bendito, se puso como intermediario entre lo alto y lo bajo. Después vino el primer hombre, que pecó y arruinó el sistema, rompiendo los canales hasta el punto de detener el agua de los depósitos, y entonces la Shekinah se fue. El conjunto se desestructuró. Después vinieron Abraham, Isaac y Jacob, de memoria bendita que continuaron atrayendo lo de lo alto. Se convirtieron en tres tronos para acoger a la Shekinah que no podía estar permanentemente en la tierra, sino sólo de manera temporal, sentada detrás de ellos. Es el secreto del versículo: “Elohim se elevó por encima de Abraham”. (Gn 17, 22)». (Las Puertas de la Luz, p. 26). Finalmente vino Salomón, el rey de la Paz, que reconstruyó el Templo como su padre David, el bien amado, lo había dispuesto, entonces: «“Cuando Salomón hubo terminado sus rezos, el fuego descendió del cielo y consumó el holocausto y los sacrificios y la gloria de IHVH llenó toda la casa”. (2Cr 7, 1) Esto indica que la Shekinah volvió a su Casa de Eternidad y que permanece en la tierra. Los canales han sido restaurados, han podido comenzar a repartir sus bendiciones y verterlas sobre el Templo. Así está escrito: “Es como el rocío de Hermón, que desciende sobre las montañas de Sión; ya que allí es donde IHVH envía la bendición, la vida, para la eternidad”. (Sl 133, 3)». (Las Puertas de la Luz, p. 26) Así, cada vez que se reconstruye el Templo en el corazón de un hombre justo, la Shekinahviene pera residir en él, a pesar de que aún esté en este mundo, es decir, en el exilio. Las bendiciones de lo alto tienen un lugar para ser recogidas y los canales que unen el cielo con la tierra mediante su continuo fluir son restaurados. La Shekinah es pues una seguridad para la humanidad ya que gracias a ella se mantiene la relación entre Dios y el género humano. La misma idea aparece en el fragmento del Zohar que reproducimos a continuación y que testifica la unidad y coherencia de la exégesis judía: «Rabbí Abba dijo: Recordad que rabí Simón dijo: El Santo, bendito sea, ha erigido arriba un palacio y también una ciudad sagrada. Es Jerusalén, la ciudad santa. Nadie puede llegar hasta el Rey sino es pasando por el camino que la atraviesa, que es el verdadero camino, tal como está escrito: “Esta es la puerta del Señor, y los justos entrarán por ella”. (Sl 118, 20). Todos los mensajes que el Rey supremo envía aquí abajo, llegan por mediación de la Shekinah; y todos los mensajes que el mundo inferior manda al Rey llegan a la Shekinah, que los transmite al Rey. Así tenemos que la Shekinah es la intermediaria al mundo de arriba para responder al de aquí abajo, y viceversa». (Zohar III, 50b-51a)
Al hilo de lo que acabamos de leer, quisiéramos introducir otro fragmento del Zohar que insiste en la idea básica de que la Shekinah, o la Presencia de Dios entre los hombres es una salvaguarda para Israel, o el pueblo de los justos: «“Y pondré mi tabernáculo (o mi ‘residencia’, mishkani, del verbo shakan, ‘residir’) en medio de vosotros.” (Lv 26, 11) “Y pondré mi tabernáculo” esto es la Shekinah. O “mi seguridad”, (se trata de un juego de palabras entre mishkani, ‘tabernáculo’ y mashkoni ‘seguridad’), que fue tomada como una seguridad. Mi seguridad, sin ninguna duda. Es como si alguien se encontrara a otro y éste le dijera: “Mi amor por ti es tan grande que me gustaría vivir contigo”. Dijo el otro: “¿Cómo sé que continuarás viviendo conmigo?” El primero tomó la cosa más preciosa de su casa y se la trajo y dijo: “Mira, ahora tienes la seguridad de que nunca te dejaré”. Igualmente, el Santo, bendito sea, quiso habitar con Jerusalén. ¿Qué hizo? Tomó la cosa más preciosa que tenía y se la trajo a Israel. Así les dijo: “Israel, mira, ahora tienes mi seguridad, por la que nunca te dejaré”. E incluso que el Santo, bendito sea se fuera lejos de nosotros. Dejó una seguridad con nosotros, y nosotros cuidamos su gran tesoro». (Zohar, III, 114ª) Y esta cosa, este gran tesoro que el Santo, bendito sea, ha confiado a los hombres es su divina Presencia, su Shekinah. En otro lugar, en un fragmento del Talmud se dice que la Shekinah se retira de Israel cuando un justo no tiene hijos: «Esta es la causa por la que la Shekinah se retiró de Israel…», así pues, podría decirse que al hablar de la Shekinah, los sabios se refieren al misterio de la cábala, el misterio de la trasmisión y de la generación santa. En el momento en el que no hay cabalistas, cuando se rompe la transmisión, la Shekinah deja de estar entre los hombres y se retira al cielo pues no encuentra un lugar donde habitar, tal como hemos visto antes respecto a los Patriarcas. Toda comunicación entre el cielo y la tierra se rompe y el hombre permanece abandonado a su propia locura. Ello aparece claramente explicado en la continuación del fragmento del Talmud que acabamos de citar: «Ya que está escrito: “He establecido mi alianza entre yo y tu y con tu descendencia después de ti, con sus generaciones una alianza eterna a fin de ser un Dios para ti, para tu simiente después de ti. (Gn 17, 7) Cuando haya una simiente detrás de ti, la Shekinah habitará en ella. Si no hay simiente detrás de ti ¿sobre qué permanecerá? Sobre la madera y sobre la piedra… » (Talmud Iabamot, 64a) La madera y la piedra se refieren al ídolo. En el momento que no hay justos sobre la tierra, el hombre se convierte en un ídolo, tiene ojos y no ve, tiene orejas y no oye, madera y piedra solamente, y la Shekinah ya no dispone de una simiente santa donde reposar. Y lo que es aún peor, ya nadie puede transmitir esta Presencia para que habite eternamente entre los hombres. De nuevo se destruye el Templo y el santo Nombre ya no puede ser pronunciado. A partir de aquí vemos la importancia de este concepto de la tradición hebrea y no sólo en ella, puesto que, si bien en otras tradiciones toma distinto nombre, ya sea la Naturaleza perfecta del gran Sohravardi o el Pastor de hombres de Hermes, siempre designa esta íntima relación entre la tierra y el cielo.
“Mientras no sepamos dónde se encuentra el Señor, no podremos orientarnos hacia Él, el Nombre es su lugar”
(Josef Gikatilla)
https://www.arsgravis.com/la-shekinah-o-la-presencia-divina/
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