CARLOS MESA
Uno de los atractivos de Egipto es el desconocimiento que se tiene sobre él, aún después de más de cien años de intenso estudio. Y ello por referirnos a las investigaciones occidentales; no olvidemos que hace más de dos mil años el país del Nilo era asignatura obligada para los sabios de la Grecia clásica. Un ejemplo claro se encuentra en Déndera, un templo de neto corte ptolomaico.
Estamos ante uno de los templos más bellos de todo Egipto. En él abundan de modo abigarrado inscripciones y jeroglíficos, junto a enormes relieves y pinturas que no incluyen una sola palabra de texto. Esto es lo que ocurre con sus dos “zodíacos”, porque en Déndera no hubo uno, sino dos. El conocido y circular, que fue robado por Napoleón y llevado a Francia cortado en pedazos. Se contempla en el Museo del Louvre.
Este es un dibujo esquemático del mismo, en el que pueden apreciarse sus elementos con excepción del trozo en el que figura la diosa Hathor.
El otro zodíaco, rectangular y menos conocido, está bellamente pintado con armoniosos colores, que aún se conservan, y ocupa una larga franja a todo lo largo del techo de la sala hipóstila.
En los zodíacos no hay nada de texto en ellos, tampoco en los originales. Nada, ni una sola frase.
Existen diversas interpretaciones sobre su contenido. En el Museo del Louvre te ofrecen una según la cual, el circular, era un calendario astronómico donde pueden leerse incluso predicciones de eclipses. Otros afirman que sólo es un grabado que contiene la clásica división zodiacal griega del universo.
Albert Slosman nace en 1925 y muere en 1981. Fue profesor de matemáticas, era experto en análisis informático, y participó en los programas de la NASA para el lanzamiento de los Pioneer sobre Júpiter y Saturno.
Slosman se sumergió en la exploración documental referida al hundimiento de un continente situado en el Atlántico, a la supervivencia de muchos de sus habitantes, al éxodo de éstos a través del Norte de África y a su posterior asentamiento en Egipto. Veamos cómo procedió en las pesquisas que lo llevarían a articular la teoría que para él era certeza.
Comencemos con el significado del nombre jeroglífico del continente que hoy conocemos como la Atlántida a través de los textos de Platón.
En lenguaje jeroglífico, esta tierra desaparecida era conocida como Ahâ-Men-Ptah, o “Primogénito-Durmiente-de-Dios”, denominación que experimentó posteriormente una contracción en el conjunto de textos que conforman el denominado -impropiamente, según Slosman- Libro de los Muertos: El Amenta. El nombre, sin embargo, continuaba evocando el significado original de “País de los Muertos”, “País de los Bienaventurados”, y “País del Más Allá”.
Por su parte, los sucesivos monarcas de este continente fueron, tradicionalmente, los Ptah-Ahâ, cuyo significado, en la lengua jeroglífica, es el de “Primogénito-de-Dios” puesto que, en efecto, todos los reyes descendían por línea directa del primer Hijo de Dios, es decir, el Primogénito.
Siempre siguiendo la traducción e interpretación de Slosman, tendríamos que Ahâ se pronuncia Ahan y que Ptah también se escribe Phtah, de su fonetización en lengua griega, en la que la letra pi se convierte en phi (fi), por lo que Phtah-Ahan fue fonetizado “Faraón”, que de Primogénito-de-Dios pasó a ser “Hijo-de-Dios”.
Y de la misma manera se explicaría el que Ath-Kâ-Ptah (Segundo-Corazón-de-Dios) se convirtiera, en la fonetización griega, en Aegyptus, Egipto para nosotros.
En busca de pruebas con las que documentar su búsqueda -su convicción, más bien- acerca del Origen, con mayúscula, de todos y de todo, Slosman llega a Déndera, en Egipto. El de Déndera es un templo cuya actual reconstrucción es la sexta, realizada por Ptolomeo II Evergetes, pero siguiendo escrupulosamente los planos originales del primer templo construido en el mismo enclave. Y es a este preciso emplazamiento a donde los bisnietos de los supervivientes del éxodo del Gran Cataclismo llegaron en primer lugar. Allí, en sus muros, Slosman pudo leer:
En el principio, estas palabras enseñaron los Ancestros, aquellos Bienaventurados de la Tierra primera: Ahâ-Men-Ptah. Los que convivían con las Creaciones del Corazón-Amado: el Corazón-Primogénito.
Estas fueron las primeras palabras: Yo soy el Muy-Alto, el Primero, el Creador del Cielo y de la Tierra, yo soy el diseñador de las envolturas carnales y el proveedor de las Parcelas divinas. Yo he colocado el sol sobre un nuevo horizonte como gesto de benevolencia y testimonio de Alianza. He hecho elevarse al Astro del Día sobre el horizonte de mi Corazón, pero para que así sea he instituido la Ley de la Creación que actúa sobre la Parcelas de mi corazón para animarlas en los [corazones] de mis Criaturas. Y así fue.
La actuación de esta Ley sobre las criaturas tiene lugar -así cuenta Slosman que se desprende de los textos jeroglíficos grabados en los muros del templo de Déndera- a través de los “Doce”, que son los Doce Soles de las doce constelaciones ecuatoriales celestes, cuya mecánica y funcionamiento recibe, en lenguaje jeroglífico, el sugerente nombre de “Combinaciones-Matemáticas-Divinas”. Según los mencionados textos, estos Doce Soplos, o Hálitos que conforman el ecuador celeste, llevan el nombre de “Cinturón” y de él emergen Cuatro Primogénitos, Cuatro Soplos llegados desde los cuatro puntos cardinales: los Maestros, cuya personificación son los Cuatro Hijos de Horus, que aparecen citados a menudo en numerosos versículos con sus propios nombres y que son, además, quienes imprimen el esquema vital fundamental del alma de las criaturas.
Este principio, tan resumidamente expuesto, es el que los sucesivos pontífices transmitieron durante milenios, como secreto sagrado, únicamente a los sumos sacerdotes en la “Casa-de-Vida”, contigua al “Templo-de-la-Dama-del-Cielo”, en Déndera.
Esta antigua “Escuela”, cuyo origen se remonta a la mismísima llegada de los primeros supervivientes, está autentificada no sólo por los textos, sino también por las sepulturas sacadas a la luz bajo la colina de los Pontífices, a menos de tres kilómetros del templo. Allí reposan los “Sabios entre los Sabios”, los Bienaventurados que poseyeron el Conocimiento de la voluntad divina. Uno de ellos impartía enseñanza bajo un “Maestro” de la II dinastía, en el cuarto milenio antes de nuestra era; otro bajo Khufu (Keops), cuyo escriba real señala que el templo fue reconstruido por su señor (fue ésta la tercera reconstrucción) siguiendo los planos encontrados en los cimientos originales, escritos sobre rollos de cuero de gacela por los “Seguidores de Horus”, es decir, por los propios Primogénitos, mucho antes de que el primer rey de la I dinastía ocupase el trono.
Fueron, por tanto, estos descendientes directos quienes transmitieron la Ley divina, cuyas “Combinaciones-Matemáticas” permitirían a los hombres regirse por si mismos según cánones de Justicia y de Bondad.
Los ancestros escribieron asimismo:
Yo soy Yo, nacido de si mismo para convertirse en el Creador de Imágenes a su semejanza, tras la salida del Caos. Ellas [las imágenes] son los recipientes de las Parcelas divinas, que las convertirán para siempre, a su vez, en los Bienaventurados del Sol naciente, mientras observen una estricta obediencia a mi Ley. Pues yo soy el Pasado de Ayer que prepara el Porvenir del Sol gracias a los Doce.
Los pontífices de Ahâ-Men-Ptah habían delimitado perfectamente el problema, ciñéndose con exactitud a los poderes directos que atribuyeron a las diversas soluciones combinatorias, remontándose a muy atrás en el tiempo para apoyar sólidamente sus observaciones. De ahí la acumulación de precisiones acerca de los poderes de los “Doce”.
Para hacernos cargo cabalmente de todo ésto tendríamos que partir, dice Slosman, no sólo de diez milenios atrás, sino de hace veinticinco mil años, época en la que Ahâ-Men-Ptah existía como un continente de clima templado, vegetación exuberante, numerosas especies de una fauna hoy ya extinguida en su mayor parte, y en el que la especie humana habitaba pacíficamente en auténticas ciudades edificadas.
Ahâ-Men-Ptah debió sufrir una primera devastación volcánica que provocó un importante hundimiento de tierra que formaría el Mar del Norte, esculpiendo innumerables brechas en la actual Islandia. Un período de fuertes heladas se instaló en esta parte del mundo, acumulando hielo en un casquete polar uniforme. La propia Siberia, que era entonces una región bastante templada, vio cómo desaparecía su lozana vegetación y eran aniquilados los mastodontes que no pudieron escapar a tiempo de las heladas.
Tras esta “advertencia”, y a partir de este dato, comienza realmente la historia de Ahâ-Men-Ptah, y la cronología va a utilizar este trastorno, que la memoria humana ha “legitimado”, para remarcar los anales de un principio característico.
En efecto, los eruditos de estos primeros tiempos comprendían cada vez mejor los movimientos y las combinaciones celestes, así como los fenómenos beneficiosos o perjudiciales resultantes de ellos. A partir de este momento se instituye un método gráfico figurativo a partir de la observación atenta y de la anotación meticulosa de la marcha de los planetas, del sol y de la luna, sus figuraciones y sus configuraciones, así como las formas más geométricas de las doce constelaciones de la elíptica ecuatorial celeste, y aún las más lejanas de Orión y Sirio, de singulares características. De aquí derivaron las repercusiones de las Combinaciones sobre la Tierra, tanto en relación al comportamiento humano, como a la evolución de la Naturaleza.
Después de este minicataclismo, la vida de Ahâ-Men-Ptah se reagrupó más al sur y transcurrió apaciblemente durante cincuenta siglos, hasta el momento en que nació el primer Ahâ, el Primogénito Usir, u Osiris, engendrado por la Divinidad en Nut, inminente esposa de Geb (que fue debidamente prevenido del hecho) quien, por su parte, sería el penúltimo rey de aquella tierra.
Geb desposó, pues, a Nut y tras el nacimiento de Usir, la pareja tuvo tres hijos más: Usit, cuyo nombre en la rebelión posterior pasó a ser Sit (Seth en griego) y dos gemelas llamadas Nek-Bet e Iset, tambien conocidas como Nephtys e Isis, de las cuales la última se convirtió en la esposa de Usir.
A esta pareja, Usir e Iset, los augures anunciaron que el Hijo que les nacería sería el generador de la nueva nación que surgiría de los supervivientes del Gran Cataclismo. Nació, en efecto, un varón al que se le impuso el nombre de Hor, u Horus.
Y fue poco antes de que Hor sucediese a su padre, cuando Usit atacó la capital de Ahâ-Men-Ptah con tropas rebeldes reclutadas al efecto, iniciando así el proceso de hundimiento del continente, pues al asesinar a Usir a lanzazos, la cólera de Dios se desencadenó sobre las criaturas y sobre Su creación.
Podemos imaginar, tal vez, siniestros crujidos alzándose desde las profundidades de la tierra y volcanes tranquilos desde hacía milenios activándose de repente y expulsando toneladas de lava desde sus cráteres recién abiertos; una lluvia de piedras solidificadas y de residuos de todo tipo abatiéndose sobre una multitud enloquecida que corría hacia el puerto donde las barcas “mandjit”, reputadas de insumergibles aguardaban, estrechamente vigiladas, a fin de que la evacuación pudiera llevarse a cabo de la manera más organizada posible, si bien la falta de visibilidad y el caos reinante lo hicieron impracticable y la mayoría pereció. Era el fin de todos y de todo. La capital y el continente entero se hundieron rápidamente en el agua.
Esto ocurría, según Slosman, el 27 de julio de 9792 antes de nuestra era, fecha que consideraba inequívoca gracias a la lectura e interpretación de los acontecimientos narrados en el planisferio celeste grabado en el techo de una de las salas del templo de Denderah, más conocido con el nombre
de “zodíaco”.
¿Pero qué dice el zodíaco o planisferio de Déndera, según una concepción más aproximada a la astronomía?
Estudiémoslo con detenimiento.
El planisferio de Déndera, aparece sostenido por doce divinidades, ocho arrodilladas y cuatro de pie. Las divinidades que están de pie son las cuatro diosas de los puntos cardinales. Las arrodilladas, de cabeza de halcón, yo las identificaría con los Hehu que aparecen en el Libro de la Vaca Sagrada y su cometido es originariamente, junto con las diosas de los puntos cardinales, dar estabilidad a Nut, diosa cuyo cuerpo alberga el cielo.
El planisferio propiamente dicho, lo encontramos rodeado por los 36 decanos. Los decanos se utilizaban originalmente en los relojes estelares egipcios para fijar las horas nocturnas. Aquí sin embargo, su función cambia y los encontramos como divisores de las constelaciones zodiacales: cada decano supone 10 grados y hay tres por constelación. En el planisferio de Déndera, aparecen representadas todas las constelaciones zodiacales. Obviamente eso es algo que no podremos observar en el cielo nocturno, sin embargo hay un detalle interesante en su representación. La eclíptica (la línea a lo largo de la cual se distribuyen las constelaciones zodiacales) efectúa un movimiento ondulatorio. La altura de esta línea sobre el horizonte se llama declinación, la declinación máxima se alcanza en las regiones de Géminis y Tauro y la mínima, en las de Acuario y Capricornio. Los diseñadores del planisferio de Déndera tuvieron en cuenta esto colocando más cerca del centro, con una declinación más elevada, las constelaciones de Tauro y Géminis, siendo las más bajas las de Acuario y Capricornio. Esto nos da la pista de que los diseñadores de este planisferio, abandonan la idealización de los calendarios lineales para tratar de acercarse más a una visión real del cielo. Hay que hacer sin embargo una puntualización a esto. Si nos fijamos, la eclíptica de Déndera no es como la que encontramos en los modernos planisferios, sino que se quiebra en Cancer para seguir otra vez de forma regular a partir de Leo; se ha atribuido esta peculiaridad a problemas de espacio, una explicación que si bien es plausible, tambien es discutible.
El planisferio, además de las constelaciones zodiacales y las puramente egipcias, también cuenta con representaciones de los cinco planetas visibles a simple vista; identificables fácilmente en el planisferio gracias a que están identificados con su nombre en caracteres jeroglíficos. La ubicación de los planetas en el planisferio es un poco especial, su posición es la denominada «en exaltación» y consiste en situarlos en los signos a los que están asociados astrológicamente. La relación es la siguiente: Mercurio en Virgo, Venus en Piscis, Marte en Capricornio, Júpiter en Cáncer y Saturno en Libra. En lo que se refiere a los planetas interiores, es imposible encontrarlos en esas ubicaciones simultáneamente. Desde nuestro punto de vista, viajan demasiado juntos, siempre cerca del Sol y las constelaciones asociadas a ellos en Déndera están demasiado alejadas entre sí. Algunos investigadores han tratado de datar el planisferio utilizando las posiciones de los planetas exteriores, que podemos encontrar durante la noche en cualquier posición a lo largo de la eclíptica. Así, nos encontramos con que en el periodo comprendido entre mayo y junio del año 51 a. C. los planetas exteriores se encontraban ubicados tal y como nos muestra el planisferio de Déndera. Dadas las diferencias de los periodos de translación entre los tres planetas, esto no es algo que ocurra todos los días, pues su posición solo ha vuelto a repetirse tres veces desde entonces. Personalmente soy escéptico con respecto a los resultados de este método de datación. Trataré de afinar un poco más, pero hasta el momento los resultados que he conseguido utilizando un par de generadores de cartas no han sido nada esclarecedores.
Abandonamos ahora la seguridad de la línea del zodiaco para adentrarnos en las constelaciones puramente egipcias que la rodean. Justo debajo de Tauro aparece Orión; esta constelación era conocida por los egipcios como Sah y se identificaba con Osiris. Siguiendo a Osiris en su viaje por el cielo nos encontramos a Isis representada en forma de vaca con Sirio, la Sepedet egipcia entre los cuernos. Otras constelaciones que podemos identificar de forma razonable, son la pata de toro que sería nuestra Osa Mayor y el pequeño chacal con la azada, identificado como el dios Upuaut, «el abridor de caminos» que sería la Osa Menor representando la azada las estrellas principales de esta constelación. La hipopótama que vemos junto al chacal (Isis-Djamet) estaría formada por nuestra constelación del Dragón complementada por algunas de constelaciones vecinas. Con el resto de constelaciones la cosa se complica y su posición en el mapa nos sirve de ayuda pero no es concluyente. Personalmente, yo casi metería la mano en el fuego para identificar el pequeño pato que hay encima de Capricornio con la constelación de Aquila que es una de mis favoritas y siempre me ha sugerido más el vuelo de un ganso que el de un águila.
También existen en el planisferio unas curiosas figuras inscritas en círculos que se han identificado con eclipses; muy bien podría ser eso, pero los cálculos de distintos investigadores no se ponen de acuerdo con los programas generadores de cartas en cuanto a la fecha exacta en que se produjeron los «eclipses» representados en Déndera. Aquí empezamos a movernos en un terreno que me resulta de lo más escabroso y traicionero. Según unos investigadores, los eclipses se produjeron en una época razonablemente cercana al diseño del planisferio como para ser representados en él. Otros ven predicciones de efemérides (no necesariamente eclipses) que se producirían después de que el planisferio estuviera instalado en su lugar definitivo. Y no falta quien ve en esas figuras naves espaciales.
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