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viernes, 5 de abril de 2013

LA MISTICA DEL NUMERO ( V )


Numeros japoneses.

Herbert Oré Belsuzarri
OCHO (8)

Antes de tratar de las funciones y principios inherentes al ocho, vale la pena hacer una advertencia respecto al simbolismo del número. A medida que vamos pasando de un número a otro, cada uno de ellos no sólo simboliza y define la función concreta a él asignada, sino que incorpora todas las combinaciones y funciones que han llevado hasta él. Así, por ejemplo, la polaridad, la tensión entre los opuestos, es una función sencilla. Pero el cinco no sólo representa el acto de creación; incorpora también al dos y al tres, los principios masculino y femenino, y dos conjuntos de opuestos -el principio de doble inversión- unidos por el invisible punto de intersección. El cinco es también el uno, o unidad, actuando sobre el cuatro, o materia original: por tanto, la creación.

Cuando llegamos al siete, las cosas se hacen aún más complejas. Cada aspecto de la combinación se manifiesta de forma distinta. Siete es cuatro y tres: la unión de materia y espíritu; es cinco y dos: oposición fundamental unida por el acto, por el «amor»; y es también seis y uno: la nota fundamental, el do, materializada por el seis, es decir, que en el tiempo y el espacio produce su octavo tono, que es una nueva unidad.

Esta nueva unidad no es idéntica, sino análoga, a la unidad primera. Es una renovación o «autorreplicación». Y para explicar el principio de autorreplicación se necesitan ocho términos.

La antigua unidad ya no existe, y una unidad nueva ha ocupado su lugar: «¡El rey ha muerto! ¡Viva el rey!».

En el zodíaco, es el octavo signo, Escorpión, el que tradicionalmente simboliza la muerte, el sexo y la renovación.

En Egipto, un texto muy conocido declara: «Yo soy uno, que se convierte en dos, que se convierte en cuatro, que se convierte en ocho, y luego vuelvo a ser uno».

Thot (Hermes para los griegos, Mercurio para los romanos) es el «Maestro de la Ciudad del Ocho». Thot, mensajero de los dioses, es el neter de la escritura, del lenguaje, del conocimiento, de la magia; Thot da al hombre acceso a los misterios del mundo manifiesto, simbolizado por el ocho.
  
Esta breve digresión sobre la relación entre el número y la función no pretende ser completa o exhaustiva. Lejos de ello, aspira únicamente a servir como preparación para la formulación de varias preguntas, a las que se puede responder simplemente «sí» o «no».

¿Experimentamos el mundo físico o natural en términos de polaridad, relación, sustancialidad, actividad, tiempo y espacio, crecimiento y sexo, muerte y renovación? Dado que, aparte de la polaridad, ninguno de estos términos admite una estricta definición lógica, ¿tenemos derecho a desecharlos calificándolos de «arbitrarios»?

El simbolismo del número, así relacionado con la función, proporciona el marco que hace comprensible el mundo de nuestra experiencia.

En esta introducción nos hemos limitado necesariamente a aproximarnos al modo en que el número se relaciona con el mundo físico, o la experiencia física: el mundo del ser. Pero el número constituye también la clave del mundo de los valores (que son aspectos de la voluntad) y del mundo de la conciencia, que, junto con el de la experiencia física, configuran la totalidad de la experiencia humana.

El ocho, pues, corresponde al mundo físico tal como lo experimentamos. Pero el mundo físico que comprendemos resulta aún más complejo. La interacción de las funciones presentes hasta el Ocho no permite una pauta o plan, el ordenamiento de los fenómenos. Tampoco un sistema de ocho términos da cuenta de la fuente del orden o de la pauta: su «artífice», por decirlo así. No explica la necesidad (el principio que reconcilia el orden y el desorden). Para que haya «creación», primero debe ser necesaria. Finalmente, está la matriz en la que todas estas funciones operan simultáneamente, a la que podríamos denominar «el mundo de las posibilidades».

Estas elevadas funciones numéricas corresponden al nueve, al diez, al once y al doce. Las funciones correspondientes a estos números no forman parte de nuestra experiencia directa, pero filosóficamente podemos reconocer su necesidad. Hay que admitir que estos conceptos resultan difíciles de entender, debido especialmente a que nuestra educación nos enseña a analizar, no a sintetizar. Sin embargo, estas funciones no son abstracciones -al menos no en el mismo sentido en que lo es la raíz cuadrada de menos uno-, ya que resultan esenciales para completar el marco de nuestra experiencia, aun cuando no podamos experimentarlas de manera directa.

Así, estos espíritus, llamados Nummo, eran dos espíritus de dios homogéneos (mitad hombre, mitad serpiente) ... la pareja nació perfecta y completa; tenían ocho miembros, y su número era el ocho, que es el símbolo del habla ... son el agua [en el zodíaco occidental, los signos 4.°, 8.° y 12.° son signos de agua] ...

La fuerza vital de la tierra es el agua. Dios modeló la tierra con agua. También la sangre la hizo de agua. Incluso en una piedra existe esta fuerza.

También son necesarias desde un punto de vista teórico. Como ya hemos mencionado, en la escisión primordial el uno se convierte simultáneamente en dos y en tres. Los fenómenos son duales por naturaleza, pero triples en principio. La cuerda que vibra representa una polaridad fundamental: una fuerza impulsora, masculina (la que la mueve), y una fuerza resistente, femenina (la cuerda). Al vibrar, la cuerda representa una relación: una fuerza impulsora, una fuerza resistente y una fuerza mediadora o reconciliadora (la frecuencia de vibración, que es la «interacción» entre los dos polos, pero no es ni el uno ni el otro).

La escisión primordial, al crear la dualidad, crea dos unidades, cada una de las cuales participa de la naturaleza de la unidad y de la dualidad: dos, en este sentido, es igual a cuatro.

La creación simultánea del dos, el tres y el cuatro postula una interacción entre estas funciones, un ciclo, que para su plena realización requiere de doce términos. Difícil de expresar verbalmente, este ciclo de doce partes se expresa de manera sencilla, esquemática y completa en el zodíaco tradicional.

Aunque en el antiguo Egipto no se han encontrado zodíacos propiamente dichos, proporciona amplias evidencias que demuestran que el conocimiento de los signos del zodíaco existió desde tiempos muy remotos, y que rige e impregna el simbolismo egipcio, cuando uno sabe dónde y cómo buscarlo (Zodiaco de Dendera).

En el zodíaco, cada signo participa de la dualidad, la triplicidad y la cuadruplicidad.

Naturalmente, en la astrología que aparece en los periódicos y revistas (y que los científicos y eruditos creen que es la única que existe) este aspecto fundamental del zodíaco pasa desapercibido.

Por desgracia, otros astrólogos modernos más serios, aunque utilizan los signos zodiacales de manera intuitiva, apenas reconocen el simbolismo numérico en el que se fundamentan.

Como veremos enseguida, la sección áurea forma parte del núcleo de la escisión primordial, creando un universo asimétrico y cíclico. Este aspecto cíclico significa que los múltiplos de los números son, por así decirlo, registros superiores de los números inferiores.

El universo físico se completa, en principio, con cuatro términos: unidad, polaridad, relación y sustancialidad. Pero la materialización plena de todas las posibilidades requiere el funcionamiento de todas las combinaciones de dos, tres y cuatro. Y esto se realiza en los doce signos del zodíaco. Éste se divide en seis grupos de polaridades, cuatro grupos de triplicidades (los modos) y tres grupos de cuadruplicidades (los elementos). Cada signo es, a la vez, polar (activo o pasivo), modal (cardinal es el iniciador; fijo es aquel sobre el que se actúa; mutable es el que media o efectúa el intercambio de fuerzas) y elemental (fuego, tierra, aire, agua). La polaridad se realiza en el tiempo y el espacio (seis veces dos), el espíritu materializado (tres veces cuatro) y la materia espiritualizada (cuatro veces tres).

Así, con cuatro términos tenemos el mundo en principio. Con ocho términos tenemos el mundo materializado en el tiempo y el espacio. Con doce términos tenemos el mundo de las potencialidades y las posibilidades.

Aunque este breve resumen no se aproxima más que a un aspecto del zodíaco astrológico, debería ser suficiente para sugerir que este antiguo diseño no se basaba en absoluto en los ensueños de arcaicos visionarios, sino que se construyó rigurosamente de acuerdo con los principios pitagóricos. Si esperamos comprender el mundo físico en el que vivimos (por no hablar del mundo espiritual), debemos examinar los principios y funciones que subyacen a la experiencia común. Y el simbolismo del número nos permite hacerlo.

En la comprensión de este hecho se basaba el funcionamiento del antiguo Egipto y de otras civilizaciones antiguas. Sobre esta base, y partiendo de esta comprensión, es posible idear un sistema interrelacionado global y coherente en el que la ciencia, la religión, el arte y la filosofía definan y exploren aspectos concretos del todo, aunque sin perderse nunca de vista mutuamente.

Los egiptólogos reconocen que fue un sistema así el que predominó en Egipto, pero, al juzgar dicho sistema desde su propio punto de vista, son incapaces de comprenderlo, y lamentan el hecho de que en Egipto la «teología» impregne todos los aspectos de la civilización.

Aunque puede parecer que de ahí sólo falta un paso para reconocer que, si la teología egipcia lo impregnaba todo, era porque se basaba en la verdad, dar ese paso requiere un auténtico giro psicológico, y esto no resulta en absoluto fácil de realizar. Así, las evidencias que presenta de forma tan meticulosa son ignoradas. Sin embargo, en otros ámbitos especializados de la egiptología, las concienzudas, y a menudo brillantes, obras de astronomía, matemáticas, geografía, geodesia y medicina estudiadas atestiguan el refinamiento y la sofisticación de los conocimientos egipcios. En cualquier caso, los progresos de los métodos modernos revelan las deficiencias y defectos anteriores, y alteran invariablemente las opiniones relativas a los conocimientos del antiguo Egipto.

NUEVE (9)

Egipto evocaba, mas nunca explicaba. Como ya hemos visto, las correlaciones establecidas entre número y función no son arbitrarias, y en cada caso ha sido posible mostrar cómo dichas correlaciones se empleaban en los símbolos y los mitos egipcios. Sin embargo, por regla general hemos tenido que buscarlas, y, por tanto, es necesario que primero comprendamos el significado funcional del número antes de saber cómo o dónde hay que buscar. Ni siquiera las tríadas de
neters (como las trinidades en las mitologías de otras civilizaciones) son declaraciones manifiestas de un interés en el número, o de una concepción del tres como principio de relación.

El escéptico podría argumentar fácilmente que el fenómeno del macho y la hembra engendrando una nueva vida resulta tan evidente que fácilmente podría servir como símbolo sin necesidad de conocer sus connotaciones filosóficas o pitagóricas.

Pero la elección del nueve no resulta ya tan evidente, y aquí no es posible una interpretación errónea de la importancia atribuida al número nueve por los egipcios.

El nueve resulta extremadamente complejo, y prácticamente inabordable mediante una expresión verbal precisa. La Gran Enéada (una enéada es un grupo de nueve) no es una secuencia, sino los nueve aspectos de Tum, que se interpenetran, interactúan y se entrelazan.

Esquemáticamente, se puede ilustrar la Gran Enéada con el más fascinante de los símbolos, el tetractys, que la hermandad pitagórica consideraba sagrado.

La Gran Enéada emana del absoluto, o «fuego central» (en la terminología de Pitágoras).

Los nueve neters (principios) rodeando al uno (el absoluto), que se convierte tanto en uno como en diez. Ésta es la analogía simbólica de la unidad original; es repetición, retorno a la fuente. En la mitología egipcia, este proceso es simbolizado por Horus, el Hijo divino que venga el asesinato y desmembración (por parte de Set) de su padre, Osiris.

El tetractys es un símbolo rico y polifacético que responde a la meditación con un flujo de significados, relaciones y correspondencias casi inagotable. Es una expresión de la realidad metafísica, el «mundo ideal» de Platón. Sus relaciones numéricas expresan las bases de la armonía: 1:2 (octava); 2:3 (quinta); 3:4 (cuarta); 1:4 (doble octava); 1:8 (tono).

Se puede ver el tetractys como la Gran Enéada egipcia puesta de manifiesto y desmitificada. Esto no constituye necesariamente una mejora, pero es un medio para vislumbrar los numerosos significados que sub-yacen a la enéada. (Otro medio es el extraordinario símbolo del enea-grama, o estrella de nueve puntas, que Gurdjieff afirmaba haber redescubierto a partir de una fuente antigua. Mientras que el tetractys muestra la Gran Enéada puesta de manifiesto, el eneagrama la muestra en acción: el siete, la octava, número de crecimiento y proceso, interpenetrando al tres, la naturaleza trina básica de la unidad. Las co rrespondencias entre la obra de Gurdjieff y la de Schwaller de Lubicz son notables, aunque ninguno de ellos conocía el trabajo del otro.)

A pesar de que esta introducción al pitagorismo ha sido necesariamente superficial, debería bastar para dar una idea tanto de la extrema complejidad como de la extrema importancia del nueve. Y dada su importancia en la metafísica de las estructuras y las pautas, no es sorprendente descubrirla en la estructura de la célula viviente, cuya mitosis -según afirman algunos biólogos- se inicia en el centriolo, formado por nueve pequeños túbulos.

Hace tiempo que los naturalistas, los botánicos y los biólogos han señalado la importancia y reiteración de determinados números, combinaciones y formas numéricas. A medida que la ciencia profundiza cada vez más en los ámbitos molecular, atómico y subatómico, el mundo físico sigue revelando su inherente carácter armónico y proporcionado de manera cada vez más notoria y precisa. Los científicos observan estos datos, pero, dado que nunca los someten a un examen pitagórico, siguen aprendiendo más y más acerca de cómo está construido el mundo, pero no acerca de por qué lo está. Y, sin embargo, estas respuestas parecen a punto de hacerse evidentes sólo con que se plantearan las preguntas correctas. La forma de la doble hélice y las secuencias de aminoácidos y proteínas en las estructuras básicas de las células siguen unas pautas precisas y claramente definidas, cuyas proporciones y relaciones numéricas encubren la razón por la que tales cosas son como son. Así, por ejemplo, el agua (H2O) exhibe dos atributos armónicos básicos: dos hidrógenos en relación a un oxígeno forman una octava; y, por volumen, ocho oxígenos en relación a un hidrógeno da 8:9, el tono.

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