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martes, 3 de octubre de 2017

EL PRECIO DE UNAS TIERRAS...


En 1854, el entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, propuso la compra de sus tierras a la tribu piel roja. La respuesta del jefe de la tribu fue la siguiente:

"¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.

Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿Cómo podrán ustedes comprárnoslos?

Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los obscuros bosques y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al paso de mi pueblo, La sabia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles roja muertos.

El hombre blanco olvida su país de origen cuando emprende sus paseos entre las estrellas; en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y así mismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; estos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos esta pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.

El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente agua, si no también representa la sangre de nuestros antepasados: Si les vendemos la tierra, deben recordar que es sagrada, y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos las memorias de la vida de nuestra gente. El murmullo del agua es la voz de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también son los suyos y por lo tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Les secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solo un desierto.

No se, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos de piel roja. Pero quizá sea porque el piel roja es un salvaje por lo que no comprenda nada.

No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay un sitio dónde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizá también esto debe ser por que soy un salvaje que no comprende nada. El ruido solo parece insultar nuestros oídos.

Y después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del halcón ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde del estanque? Soy un piel roja y no entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el color de ese mismo viento purificado por la lluvia del medio día o perfumado con aromas de pinos.

El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que todos los seres comparten un mismo aliento; la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un muribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor.

Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que lo sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida también recibe sus últimos suspiros.

Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada; como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como sus hermanos.

Soy salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una maquina humeante pueda importar más que el búfalo al que nosotros matamos solo para sobrevivir.

¿Qué seria del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual. Lo que les suceda a los animales también le sucederá al hombre. Esto sabemos: Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia, todo va enlazado.

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con la vida de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los muertos que la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo se escupen a sí mismos.

Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre quien pertenece a la tierra. Todo lo que ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra el hombre no tejió la trama de la vida; el es solo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a si mismo.

Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios posee y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que El les pertenece, lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así . El dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tiene un valor inestimable para El, y si se daña se provocará la ira del creador. También los blancos se extinguirán, quizá antes de que las demás tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos.

Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja.

Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exhuberantes colinas con cables parlantes. ¿Dónde esta el matorral? Destruido. ¿Dónde esta el águila? Desaparecida. Termina la vida y empieza la supervivencia. 

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