La magia en la vida de
Jesús.
Robert Ambelain.
«Que no se
encuentre en tu pueblo a nadie que pregunte a los muertos...»
DEUTERONOMIO, 18,
11
No hay ni un
solo exegeta que no haya observado o reconocido que, en la vida de Jesús, hay
un vacío oscuro, un período del que no se sabe absolutamente nada. Para los
docetas y todos los gnósticos en general, y para Marción el primero. Jesús
aparece de forma repentina, sin que se sepa de dónde viene. Es asimismo en
Cafarnaúm donde fijan su primera aparición. Otros la sitúan en el vado del
Jordán llamado Beta-Abara, en el pueblo de Betania. (Hemos visto, en el
capítulo 11, que esos «años oscuros» cubren un período de actividad política, o
incluso insurreccional.)
En ese
período desconocido de la vida de Jesús, el rumor público judío incluía su
estancia en Egipto, con el fin de estudiar allí la magia.
En efecto, en
Israel existía una tradición sólidamente establecida según la cual Egipto era
la patria de dicha ciencia, y que no se podía tener mejor maestro que un egipcio. Para
todo talmudista sincero, experimentado, poseedor de la tradición esotérica de
las sagradas Escrituras, uno de los tesoros robados a los egipcios cuando tuvo
lugar su salida de Egipto (cf. Éxodo, 12, 35-36) fue
precisamente ese conocimiento, y los famosos «vasos de oro y de plata» que los
israelitas tomaron sutilmente de las gentes de Egipto la víspera de su partida
en masa hacia la Tierra Prometida no eran otra cosa que las claves (los vasos, los secretos) del
doble poder mágico (el oro y la plata), todavía
representado en nuestros días esotéricamente mediante las dos llaves de oro y
plata que figuran en el blasón de los papas.
Esta creencia
estaba tan sólidamente arraigada en el espíritu del Israel antiguo, que todo
viajero procedente de Egipto que entrara en Palestina era sometido a un
escrupuloso registro a su paso por la frontera común. Y, en virtud de
la palabra de las Escrituras, a todo aquel que introdujera un tratado
cualquiera de magia le esperaba como castigo la pena de muerte a partir del
momento en que franqueara los límites del país nabateo o de la vetusta tierra
de Menfis:
«Que no se
encuentre junto a ti a ninguno de aquellos que practique las adivinaciones, el
sortilegio, el augurio, la magia; que practique hechizos, que consulte a los
espectros y a los espíritus familiares, que interrogue a los muertos.» (Deuteronomio, 18,10-11.)
Por eso: «No
dejarás vivir a la que practica la magia...» (Éxodo, 22, 17.)
Y este
ostracismo llegaba muy lejos. En el siglo i de nuestra era, Rabbi Ismael ben
Elischa, nieto del sumo sacerdote ejecutado por los romanos, impide a su
sobrino Ben Dama que se deje curar por un cristiano de una mordedura de
serpiente.
Basa su
oposición en el tratado talmúdico Abhodah Zarah (27 B), el
cual enseña que:
«Vale más
perecer que ser salvado por la magia...»
Así pues,
para los judíos Jesús operaba sus prodigios sustentándose en sus conocimientos
de magia, que había aprendido y traído de Egipto, y cuyos elementos esenciales
había conseguido disimular bajo sus ropas al pasar la frontera. (Qiddouschim, 49
B; Schab., 75 A y 104 B.) Todos sus discípulos eran como él,
ya que él les había enseñado sus secretos. Eso es lo que explica sus milagros y
el éxito que éstos traían aparejado para ellos, de cara a la multitud
ignorante.
En la misma
época se verá cómo Rabbi Eliezer ben Hyrcanos, que había sido acusado de
haberse hecho cristiano en secreto, obtuvo finalmente la gracia, al haberse
llegado a la conclusión de que un hombre tan sabio, tan fiel observador de la
ley, no había podido extraviarse de tal modo de no haber caído en una especie
de hechizo espiritual, practicado por los discípulos de Jesús.
Reconozcamos
que esta opinión era todavía compartida por un porcentaje bastante elevado de
cristianos en el siglo V. En efecto, está demostrado que los Evangelios
llamados «de la Infancia», que se componen del Protoevangelio de
Santiago, del Evangelio del pseudo Mateo, de la Historia
de José el carpintero, y del Evangelio de Tomás, se
reparten en fragmentos que pueden haber sido compuestos, unos a finales del
siglo II, y los otros en el siglo v.
Pues bien, en
todos esos textos se nos muestra al niño Jesús dotado de facultades mediúmnicas
extraordinarias, y ya apto para realizar prodigios, a merced de sus reacciones
infantiles. Se le ve penetrar en una caverna, donde una leona acaba de parir. Y
ésta juega y retoza con Jesús, junto con los leoncillos. Y una palmera se inclina
ante una orden suya, para ofrecer a María, su madre, los dátiles que desea. Una
fuente brota por orden suya, para apagar la sed de sus padres. En el templo de
Hennópolis, en Egipto, las trescientas sesenta y cinco estatuas de las
divinidades cotidianas de las parénesis caen al suelo. Cuando juega con la
tierra y el agua, de regreso a Judea, aquellos que estropean sus frágiles
construcciones caen muertos a sus pies. Modela una docena de pájaros en
arcilla, y les da vida con sólo una palmada.
Ante la indignación
de la población, consecutiva al abuso que hace de sus poderes, sus padres lo
encierran en la casa y no le dejan salir. Entonces, tanto para hacerse
perdonar, como para demostrar su poder. Jesús devuelve la vida a un niño al que
acababa de lanzar un hechizo mortal. Lo confían a un maestro de edad muy
avanzada para que le enseñe a leer. El maestro, al golpear a Jesús con una
varilla de estoraque, cae inmediatamente muerto. Un hecho confirma en los
Evangelios canónicos ese carácter rencoroso de Jesús: es el episodio de la
higuera (Mateo, 21, 19 y Marcos, 11, 21), que
debería haber dado higos a Jesús instantáneamente, y fuera de
temporada, y a quien él maldice por no haberlo hecho. En todos esos
apócrifos, el padre de Jesús se llama José, evidentemente.
Pero han
permanecido algunos fragmentos de una veracidad que a continuación fue
sabiamente sofocada. Entre ellos están, por ejemplo, los siguientes del pseudo
Mateo sobre sus hermanos:
«Cuando José
iba a un banquete con sus hijos Santiago, José, Judas y Simón, así como con sus
dos hijas. Jesús y su madre iban también, junto con la hermana de ésta, llamada
María, hija de Cleofás...» (Cf. Evangelio del pseudo Mateo, 42,1.)
«José envió
entonces a su hijo Santiago para recoger leña y llevarla a casa, y el niño
Jesús le seguía. Pero mientras Santiago reunía las ramas, una víbora le mordió
en la mano. Y como sufría y se moría. Jesús se le acercó y sopló en la herida.
Inmediatamente el dolor cesó y la víbora cayó muerta, y Santiago permaneció
entonces sano y salvo.» (Op. cit., 16,1.)
En los
apócrifos etíopes encontramos lo mismo. Vemos a Jesús, en su edad madura,
comunicando a sus discípulos fórmulas mágicas extrañas, algunas de las cuales
las encontraremos en los formularios que todo buen doblara abisinio
debe inevitablemente poseer.16
Esas son las
creencias supersticiosas que compartían los judíos y los cristianos respecto a
los «poderes» de Jesús. Lo que es seguro es que los cristianos más cerrados al
análisis racional de un texto no podrán negar que Jesús utilizaba una
técnica. Y ésta es la prueba: En su ingenuidad los creyentes
ordinarios se imaginan que a Jesús le bastaba con dar una orden para
que el milagro se produjera. Y nada de eso. Hay matices, y los procedimientos
difieren según la naturaleza del resultado deseado. Los siguientes textos lo
prueban:
«Cuando hubo
partido de allí, Jesús fue seguido por dos ciegos que daban voces y decían:
"¡Hijo de David, ten piedad de nosotros!" En cuanto hubo llegado a la
casa, los ciegos se le acercaron y Jesús les dijo: "¿Creéis que puedo yo
hacer esto?" Respondiéronle: "Sí, Señor". Entonces tocó
sus ojos, diciendo: "Hágase en vosotros según vuestra fe". Y
se abrieron sus ojos...» (Mateo, 9, 27.)
«Llegaron a
Betsaida, y le llevaron a Jesús un ciego, rogándole que lo tocara. Tomando
al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo, y, poniendo saliva en
sus ojos e imponiéndole las manos, le preguntó si veía algo. El ciego
miró y le dijo: "Veo hombres, pero algo así como árboles que
andan". Jesús le puso de nuevo las manos sobre los ojos, y cuando
el ciego miró fijamente, fue curado, y vio con toda nitidez.» (Marcos, 8,22-26.)
«Pasando, vio
Jesús a un hombre ciego de nacimiento [...]. Y después de haber dicho
esto, escupió en el suelo e hizo un poco de lodo con la saliva. Luego
aplicó este lodo sobre los ojos del ciego y le dijo: "Ve y lávate
en la piscina de Siloé". Fue, pues, allí y se lavó, y regresó
viendo claro.» (Juan, 9,1 y 6-7.)
La piscina de
Siloé estaba situada cerca de una de las puertas de Jerusalén. Era allí donde
los sacerdotes, revestidos con sus atavíos festivos, sacaban el agua que iban a
utilizar para las purificaciones rituales del Templo. Desde que el profeta
Isaías la había alabado (Isaías, 8, 6) se la tenía por santa,
y todavía en la Edad Media tenía fama, entre los musulmanes, de dispensar un
agua milagrosa. En efecto, en estos tres milagros se ve que Jesús emplea tres
técnicas diferentes:
a)
en el primer caso, la fe
de los ciegos garantizaba el resultado, por lo que le basta con tocar sus ojos;
b)
en el segundo caso, pone
saliva suya sobre los párpados del ciego, y le impone las manos. Al ser
incompleto el resultado, empieza de nuevo la operación, y por fin el ciego ve;
c)
en el tercer caso,
utiliza una vieja receta de la farmacopea antigua. Un código médico del siglo
III, atribuido a Serenus Sammonicus, recomienda la aplicación de una capa de
lodo para curar los tumores de los ojos.
Pero Jesús
añade a ello, a modo de complemento, la inmersión en la piscina milagrosa de
Siloé, o por lo menos el lavado de los ojos en esas célebres aguas.
Sobre el
hecho de que Jesús utilizara la saliva en la curación de las afecciones
oculares, éste no hace sino emplear una receta antiquísima que se basa en el
valor terapéutico de la saliva. En los Anales de cirugía plástica de
abril de 1961, págs. 235-242, podemos leer en el artículo «Las derivaciones
salivales parotídeas en la xeroftalmia» los siguientes pasajes:
«El síndrome
xeroftálmico que se desarrolla sobre un ojo con secreción lacrimal pobre o
ausente, acarrea la queratinización o la descamación de la conjuntiva desecada,
con formación de adherencias... La comea se opacifica... Las pestañas, al
rozar, se convierten en un factor de ulceración... El descenso de la agudeza
visual desemboca a menudo en una ceguera completa.»
«La saliva y
las lágrimas tienen una composición muy parecida, y contienen ambas lisozima,
sustancia bacteriostática de protección.» El cirujano comunicará entonces, por
vía mucosa intrabucal, el canal secretor de las glándulas salivales con el
fondo de saco conjuntivo. Y «...de ello resultará para el enfermo una mejora
espontánea de la agudeza visual...» (Op. cit.)
De este
conocimiento inconsciente es de donde deriva el gesto de numerosos escolares
que, afligidos por dolor de ojos, humectan con su saliva, con ayuda de sus
índices, los lagrimales doloridos, mientras hacen sus deberes bajo la lámpara
familiar.
En el caso
del exorcismo que nos cuenta Mateo (17, 21), también ahí se ha
utilizado una técnica. Júzguese:
«Entonces se
acercaron los discípulos a Jesús y aparte le preguntaron:
"¿Cómo es que nosotros no hemos podido arrojar a ese demonio?" Jesús
les respondió: "A causa de vuestra incredulidad; porque en verdad os digo
que, si tuviereis fe como un grano de mostaza, diríais a esa montaña: Vete de
aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible. Pero esta raza de
demonios no se puede expulsar sino mediante la oración y el ayuno..."» (Mateo, 17,19-21.)
En primer
lugar, observaremos que existe contradicción. El texto nos dice que nada es
imposible para la/e absoluta y sincera. Pero el mismo texto nos precisa los
elementos de una técnica, ascética y mística, para la
obtención del resultado: la oración y el ayuno. Hay
ahí una indiscutible contradicción, ya que la frase final implica que, según la
naturaleza de los demonios, según su especie, debe utilizarse un procedimiento
u otro. Por lo tanto, la fe sola es insuficiente, y hay que
añadirle un soporte psíquico: ayuno, oración, sacramental
(aceite, saliva, lodo, agua, etc.).17
Hay otros
casos en los que el análisis debe ser más sutil, más prudente. Así, por
ejemplo, el caso del poseso de Gerasa. Un hombre está poseído por numerosos
demonios. Vive en los lugares desérticos y en los sepulcros. Rompe las cadenas
y los hierros con los que se le quiere reducir. Jesús viene, ordena a los
demonios que dejen a ese hombre. Ellos le suplican:
«...y le
rogaban encarecidamente que no les mandase volver al abismo. Pues bien, había
allí una piara de cerdos bastante numerosa paciendo en el monte, y suplicaron a
Jesús que les permitiese entrar en ellos. Se lo permitió. Y saliendo los
demonios del hombre, entraron en los puercos, y se lanzó la piara por un
precipicio abajo hasta el lago, y se ahogó. Viendo los porquerizos lo sucedido,
huyeron y lo anunciaron en la ciudad y en los campos...» (Lucas, 8,31-35.)
Observaremos,
en primer lugar, que no son jabalíes, sino cerdos domésticos, dado que se trata
de una piara con porquerizos. La escena tiene lugar en «el país de los
gerasenos, que está frente a Galilea». Es, por lo tanto, la Galaadítide. Pero
¿qué probabilidades hay de que allí se criaran cerdos, animales cuyo consumo
estaba formalmente prohibido por la ley, y cuya utilización, preparación y
venta eran, por consiguiente, más que aleatorias? Por otra parte, en Gerasa y
en su región no hay lago alguno. Para evitar este escollo se nos quiso
transferir la escena a Betsaida-Julias, en las orillas del
lago Tiberíades, alias de Genezaret, alias mar de Galilea. Pero entonces el
suceso no se desarrolla ya en el país de Gerasa, ni en Galaadítide, sino en la
Gaulanítide, y a más de ochenta kilómetros a vuelo de pájaro de Gerasa... Una
vez más, los escribas anónimos del siglo iv imaginaron cualquier cosa, sin
pararse a reflexionar.
Por último,
en el Voyage en Orient de Gérard de Nerval leemos lo
siguiente, y es Avicena el que habla: «Siempre he dicho que el cáñamo con el
que se hace la pasta de haschich era esa misma hierba que, según decía
Hipócrates, comunicaba a los animales una especie de rabia que les
inducía a precipitarse al mar.» De hecho, si hacemos una selección
entre los acontecimientos milagrosos cuyo origen es incontrolable, que los
judíos atribuyen a la magia y los cristianos a milagros, vemos que la vida de
Jesús está dominada por tres hechos importantes:
a)
el encuentro con el
Príncipe de las Tinieblas, en la cima de la montaña de la Cuarentena, en el
desierto de Judá;
b)
la evocación de Moisés y
de Elias, en la cima del Tabor;
c)
el diálogo final, poco
antes de su detención, en el monte de los Olivos, con un «padre» misterioso.
Pues bien,
todo eso constituye una secuencia de operaciones mágicas, prohibidas bajo
pena de muerte por la religión judía.
En la escena
de la Tentación (Mateo, 4; Marcos, 1; Lucas, 4),
Jesús es impulsado por el Espíritu a aislarse durante cuarenta días y cuarenta
noches, en la cima de un monte al que en nuestros días se denomina el monte de
la Cuarentena, y se nos precisa claramente que es para ser tentado allí
por el Diablo. Se trata de una prueba iniciática: el operante debe
triunfar sobre las fuerzas de Abajo, si quiere obtener el apoyo de las de lo
Alto. Este mismo episodio se encuentra en la vida de Buda y de todos los
grandes taumaturgos. Después, el triunfador es «asistido por todo el Cielo y
obedecido por todo el Infierno», según la conclusión perfectamente
conocida por todos los cabalistas.
Pero ¿se
había tratado de una evocación, en la cual se llama a una entidad, conjurada
por ritos y palabras, y se la obliga a manifestarse, o por el contrario ese
retiro de cuarenta días, en la soledad y el ayuno, no preveía explícitamente la
aparición, sino que vino de forma inesperada? Ningún texto lo precisa. Por otra
parte, hay que considerar como una exageración evidente el hecho de que Jesús
hubiera permanecido cuarenta días sin beber, en las terribles
soledades del desierto de Judá. Sometido a todas las vicisitudes de la carne,
sufrió la flagelación, la crucifixión, y murió, bien a causa de ésta o de la
herida de lanza del legionario romano, pero es absolutamente impensable que
hubiera resistido, en medio del calor tórrido y de las piedras
recalentadas, a semejante deshidratación.
Sea lo que
fuere, el encuentro con una «manifestación» del Principio del Mal es el primer
hecho mágico importante de la vida de Jesús. Existe todavía un segundo hecho,
que generalmente pasa desapercibido: con ese Principio tuvo lugar un
segundo encuentro, uno, por lo menos. Y éste se desarrolló
inmediatamente antes de su detención, o, todo lo más, unos cuantos días antes.
«Y el Señor
dijo: Simón, Simón, Satanás os ha reclamado para ahecharos como el trigo. Pero
yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez te hayas
convertido, confirma a tus hermanos...» (Lucas, 22, 31-32.)
La Vulgata
de san Jerónimo dice exactamente conversus, que
significa transformado, cambiado. ¿Qué puede deducirse de esos frecuentes
«contactos» con el Adversario? La segunda gran operación teúrgica tiene lugar
en la cima del monte Tabor; se trata de la célebre escena conocida como la de
la Transfiguración; la encontraremos relatada con todo detalle
en Mateo (17),Marcos (9, 2), Lucas (9,
29), Juan (1, 14), y en la segunda Epístola de
Pedro (1,16).
«Seis días
después, tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a
un monte alto. Allí se transfiguró ante ellos, brilló su rostro como el sol, y
sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron
Moisés y Elias hablando con él. Pedro, tomando la palabra, dijo a
Jesús: "Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, levantaré tres
tiendas, una para ti, una para Moisés, y otra para Elias..." Aún estaba él
hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió. Y he aquí que una voz,
procedente de la nube, dijo: "Éste es mi hijo bien amado, en quien tengo
mi complacencia, ¡escuchadle!" Cuando oyeron esta voz, los discípulos
cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Pero Jesús, acercándose a
ellos, los tocó y les dijo: "Levantaos, no tengáis miedo..." Alzando
ellos los ojos, no vieron a nadie, sino sólo a Jesús.
Mientras
bajaban de la montaña. Jesús les dio esta orden: "No habléis a nadie de
esta visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos" (Mateo, 17,1-9.)
En primer
lugar, observaremos que esta evocación apela a dos muertos, ya
que Moisés había muerto, en la cumbre del monte Nebo, hacía catorce siglos. Y
en cuanto a Elias, éste hacía once siglos que «un carro de fuego y unos
caballos de fuego» se lo habían llevado hacia el cielo, ante la estupefacción
de su discípulo Elíseo. Si se hubiera tratado de la simple manifestación de su
filiación divina, Jesús habría podido llevarla a cabo en Jerusalén, en la
habitación más alta de la casa de un amigo. Pero como se trataba de una evocación
de los muertos, debía tener lugar en un sitio apartado, en un
lugar desértico, próximo al cielo, por dos razones. La primera
estribaba en el hecho de que semejantes ritos exigen ser practicados de forma
que no se corra el riesgo de ser molestado por la llegada inopinada de
profanos. La segunda debido a que, en Israel, no se bromeaba con esas cosas
que, de ser descubiertas, implicaban la pena de muerte en
virtud de las Escrituras: Deuteronomio (18, 10-11), y Éxodo (12,
35-36). De donde la recomendación de Jesús: «No habléis a nadie de esta
visión...» (Mateo, 17, 9.)
En cuanto a
la finalidad de tal evocación. Lucas es quien nos la revela,
al decirnos esto: «Y he aquí que dos varones hablaban con él. Moisés y Elias,
que aparecían gloriosos y le hablaban de su partida, que había de
cumplirse en Jerusalén..,» (Lucas, 9, 30-31.)
De manera que
fue para conocer su destino cercano por lo que convocó a Moisés y Elias, los
dos guías esenciales de la historia de Israel. Está establecido el hecho de que
todo ello fue acompañado de los sahumerios mágicos habituales con potentes
alucinógenos por el delirio y la embriaguez que demuestran sus discípulos, y la
incoherencia de las palabras de Simón-Pedro, quien sueña despierto y quiere
levantar tiendas para los recién llegados. Porque Lucas, antes,
nos dice que «Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño...» (Lucas,
9, 32), y de Pedro que «no sabía lo que decía...» (Lucas, 9,34.)
En cuanto a
la nube luminosa, la explicación es muy sencilla. Si uno se sitúa en la cima de
una montaña, en una región con el cielo impecablemente azul, si llega una nube
y el observador se halla envuelto por dicha nube, al continuar el sol dando
sobre esa montaña, hará de la nube un verdadero difusor de luz, y
será tal el contraste, que el observador, sobre todo si va vestido de
blanco, parecerá todavía más deslumbrante.
Y llegamos
ahora a la última evocación, la que tuvo lugar la noche de la detención de
Jesús, en el monte de los Olivos, cerca de Betania, y en el lugar llamado Getsemaní, que
designaba un lagar de aceite. Veamos el relato de Lucas: «Tras
salir se fue, según costumbre, al monte de los Olivos, y le siguieron también
sus discípulos. Una vez llegó allí, les dijo: "Orad, para que no caigáis
en tentación..." Se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de
piedra, y, puesto de rodillas, oraba: "¡Padre! Si quieres, aparta de mí
este cáliz... Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Entonces
se le apareció un ángel del cielo, para confortarle.» (Lucas, 12,39-4A.)
«Después de
haber orado, se levantó, vino hacia los discípulos y, encontrándolos
adormilados por la tristeza, les dijo: "¿Por qué dormís? Levantaos y orad,
para que no entréis en tentación".» (Lucas, 22,45.)
Aquí vamos a
plantearnos una primera pregunta: ¿cómo puede uno dormirse de tristeza? La
angustia y la pena lo que hacen es quitar el sueño. Ese «sueño de tristeza»,
ese sueño saturniano, está producido ahí, una vez más, por
sahumerios, probablemente de Datura stramonium o de beleño,
mezclado con gálbano, el helbénáh de los sahumerios del
Templo. Porque ahí se trata de una nueva evocación, ahora no
interroga a Moisés y a Elias, sino a su padre. ¿Pero a cuál? Lo
comprenderemos más tarde. La segunda pregunta es la siguiente: si los
discípulos se habían dormido, y si estaba alejado, a la distancia de un tiro
de piedra, ¿cómo se conocen los términos de su diálogo con su padre?
No por ellos,
puesto que duermen. Tampoco por él, dado que Jesús aún no había
terminado de amonestar a sus discípulos, por fin despiertos, cuando
los soldados romanos de la Cohorte, los servidores del Templo, armados con espadas
y cachiporras, conducidos por Judas Iscariote, su sobrino, llegan a la luz de
las antorchas y proceden de inmediato a su detención. Es a través de un
personaje, del que sólo nos habla Marcos, por quien conocemos
estas cosas, y los detalles son de lo más curiosos: «Y abandonándole, huyeron
todos. Un cierto joven le seguía, envuelto en una sábana sobre el
cuerpo desnudo. Trataron de apoderarse de él, mas él, dejando
la sábana, huyó desnudo...» (Marcos, 14,50-52.)
En primer
lugar, nos extrañará el hecho de que en pleno mes de marzo, en Judea, en la
cima del monte de los Olivos, se le ocurra a un joven desplazarse con una
sábana por todo vestido, todavía de noche, en las horas más frías, tan frías
que se encenderá fuego en el atrio de Caifas, algunos instantes más tarde, allí
donde Pedro renegará de su Maestro. (Juan, 18,18.)
No se trata
de una sábana en el sentido literal de la palabra. El latín de la Vulgata de
san Jerónimo, texto oficial de la Iglesia, tampoco emplea el término
latino pannus, que significaría paño. Y no se trata de una
sábana de cama, dado que en aquella época no se conocían esas cosas. Los judíos
se acostaban sobre esteras, al igual que todos los pueblos de esas regiones.
Los romanos utilizaban catres, con coberturas de lana o de piel. Los galos
utilizaban colchones, y, en el peor de los casos, jergones. Pero no había
sábanas de tela, cosa bastante reciente, dado que todavía en nuestra época, en
Alemania y en Austria, muchas camas de las zonas rurales acostumbran a llevar
sólo una. En realidad, la Vulgata de san Jerónimo utiliza el
término latino sindon, que significa exactamente un sudario. Y
un sudario no tiene nada en común con las vestiduras rituales
que debía llevar un judío de aquellos tiempos. Es este joven el que representa
el papel del ángel «venido del cielo para reconfortarle» y que
nos narra Lucas (22, 39-44). Y es a través de él como
conocemos la plegaria que Jesús dirige a «su padre».
Es el comparsa clásico
en todo espectáculo de este tipo; en argot a esto se le llama un «barón». Y
comprendemos que toda esta escenografía tiene como finalidad reconfortar,
efectivamente, a Jesús en su misión, misión de la que él no ignora que va a
conducirle a una muerte horrible, sin esperanza alguna de conseguir liberar a
Israel y restablecer la realeza davídica. No ignora que esta misión, desde que
se retiró a Fenicia, él la ha trasladado ya a otro «reino», que no es de este
mundo. Pero los fanáticos que le rodean no lo escuchan en esta misma sintonía.
Unos habían
montado esta superchería para catapultarlo de nuevo a ese mesianismo puramente
político y sin esperanzas de éxito. Otro había llegado ya más lejos, y ya lo
había denunciado: su propio sobrino, Judas Iscariote, hijo de Simón
Pedro. Una vez desaparecido Jesús, la filiación de Israel pasaba a
Simón Pedro, y él, Judas, se convertía en el «delfín»... En cuanto a los demás,
aprovechando la oscuridad de la noche, la poca luz producida por las antorchas,
se fundirían en las tinieblas del monte de los Olivos y emprenderían la huida
sin ningún escrúpulo.18
Pero para los
judíos de entonces no había duda alguna de que había utilizado las ciencias
prohibidas. El rumor de su encuentro con Samael en las soledades del desierto
de Judá debió extenderse. Se sabía que había vencido al Príncipe de las
Tinieblas. Por lo tanto éste, según la tradición mágica común, era su esclavo,
puesto que Jesús lo había domado: «Pero los fariseos replicaban:
"Por
medio del Príncipe de los Demonios expulsa a los demonios..."» (Mateo, 9,
34.)
«Y se
extendió el rumor de que tenía un Espíritu impuro (se sobreentiende que a su
"disposición")...» (Marcos, 3,30.)
En el
episodio de la mujer adúltera parece utilizar un procedimiento mágico, bien de
adivinación o bien de purificación:
«Jesús,
inclinándose, escribía con su dedo en la tierra. Como ellos insistieran en
preguntarle, él, incorporándose, les dijo: "El que de vosotros esté sin
pecado, arrójele la piedra el primero..." (se sobreentendía que la piedra
de la lapidación, castigo que se aplicaba a las mujeres adúlteras según la
ley).» (Juan, 8, 6-7.)
Aquí se
trataba, probablemente, de una consulta geomántica. Todavía en nuestra época,
en Marruecos, Túnez y todo el Próximo Oriente algunos adivinos practican
consultas mediante el procedimiento adivinatorio denominado Darb-el-remel,
o «arte de la arena». Con ayuda de puntos o de rayas trazados sobre la
arena se obtienen figuras con valor de oráculo, cuyo número es invariablemente
de dieciséis, y que dan la respuesta a la pregunta formulada.
Podía haberse
tratado también de un procedimiento de «desprendimiento» psíquico particular.
Se trazan sobre la arena o la tierra determinados diagramas mágicos, se hace
pasar al sujeto en cuestión por encima, y éste se encuentra liberado, ya que el
espíritu malo, autor del mal, no puede soportar el paso por encima de los
caracteres sagrados.
Éste es,
asimismo, el origen de los tatuajes protectores. La indulgencia de Jesús hacia
las mujeres adúlteras o las prostitutas viene justificada por la presencia de
varias de ellas en su genealogía ancestral. En primer lugar está Tamar, quien
en el Génesis (38, 12 a 19) se prostituye a su suegro en una
encrucijada de caminos, sin que él la reconozca, para conseguir casarse
después. Luego está Rahab, la prostituta oficial de Jericó, que oculta a los espías
enviados por Josué, antes de la destrucción de la ciudad, y por eso salva su
vida (Josué, 2, 1 y ss.; 6, 17 y ss.); después se casa con
Salmón, hijo de Naasón, príncipe de Judá, y será madre de Booz (Mateo, 1,
5). Tenemos a continuación a Ruth, esposa de Majalón, y luego mujer de Booz;
ésta era de origen moabita, raza originada por el incesto
entre Lot, borracho, y sus dos hijas, origen que hubiera debido prohibir a Ruth
el acceso a una familia judía tradicionalista. (Ruth, 1, 4 y
ss.; 2, 2 y ss.; 3, 9 y ss.; 4, 5 y ss., y Mateo, 1, 5.) Está,
por último, Betsabé, mujer de Urías, oficial de David, a quien este rey mandará
asesinar para conservar a la esposa de aquél, de quien ha hecho su amante, sin
que ésta proteste. De dicho adulterio nacerá Salomón (II Samuel, 11,
y Mateo, 1,6). En fin, parece sobreentenderse que Jesús, al
igual que sus discípulos, no pudo tampoco curar a todos cuantos tenían relación
con él: «Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el
leproso, se acercó a él una mujer con un frasco de alabastro...» (Mateo, 26,
6.)
Pues bien, se
trataba de la casa de su amigo Lázaro, hermano de Marta y María, quienes le
ofrecían invariablemente hospitalidad cuando él se encontraba en Jerusalén.19 Y
dicho Simón seguía estando leproso.
El episodio
de la evocación de Moisés y Elias en la cima del monte Tabor es la encrucijada
del destino de Jesús. Hasta ese momento había sido, después de su padre, Judas
de Gamala, el pretendiente legítimo a la realeza davídica. Sus discípulos, sus
amigos, sus hermanos «carnales», le llaman señor (adonai) a
veces, porque es su señor. En aquella época, y durante siglos, ese término
reemplazaba en todos los estados del Próximo Oriente al «sire» medieval
europeo. En público, la esposa del rey le llamaba a éste «mi querido señor» o
«sire». Pero después de esa extraña ceremonia, efectuada con Pedro, Santiago y
Juan (serán los mismos que le acompañarán en la de Getsemaní),
ya no será el mismo. Habrá comprendido, él solo, que el mesianismo político,
terrestre, no tiene esperanza. La Providencia tiene previstas otras cosas para
el mundo, más importantes que el restablecimiento de los descendientes de David
en el trono de un Estado minúsculo. Y es que de esa evocación algo subsiste en
él, una entidad muy elevada ha tomado posesión de él, y a partir de
ahora se servirá de él para remodelar el mundo. Para él, esta entidad
se llama Elias. ¿Qué hay de asombroso en ello? Tan sólo conoce
su propia mitología nacional. Para las legiones, que marchaban en cabeza de sus
ejércitos, esa entidad tenía ya, desde hacía siglos, otro nombre: Mithra. De
ese fenómeno de «posesión» psíquica, Jesús es perfectamente consciente. De ahí
la frase, teñida de desengaño, que dirige a Simón el Zelota, su hermano «según
la carne», y su sucesor legítimo, por orden de primogenitura, cuando
él. Jesús, haya desaparecido: «En verdad te digo: cuando eras joven te ceñías e
ibas a donde tú quenas. Pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, otro
te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras...» (Juan, 21,
18.) Y en el Gólgota, clavado en la cruz de infamia, será otra vez a Elias a
quien se dirigirá: «Hacia la hora nona, exclamó Jesús con voz fuerte:"¡Eli,
Eli, lama sabachthani!..."» (Mateo, 27,46.) Los escribas anónimos
que redactaron los pseudo evangelios no dejan jamás de traducirlo por «¡Dios
mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mateo, 27, 47.)
Pero los judíos que asistieron a la crucifixión y que lo oyeron, no se
equivocaron cuando dijeron: «Está llamando a Elias...» (Mateo, 27,
48.)
Algunos
exegetas y lingüistas, especialistas en lenguas muertas, consideraron que esta
frase era fenicio, y que significaba: «¡Señor! ¡Señor! Las tinieblas... Las
tinieblas…», lo cual tenía explicación, dado que se trataba de un agonizante,
cuya vista iba apagándose poco a poco, o que, a causa de un fenómeno mediúmnico
suscitado por el último estado, distinguía formas terroríficas, como las
descritas por el Libro de los Muertos tibetano, o por el
apócrifo Libro de José el Carpintero, y que no serían sino
fantasmas interiores, que se liberarían del subconsciente del agonizante.
Les dejamos a
ellos la responsabilidad de semejante traducción, pues, a nuestro parecer, y
tal como lo vemos, esas últimas palabras de Jesús tenían una significación muy
distinta.
Notas.
16 El doblara es, en Abisinia, un
corista de la iglesia que. Además, practica la magia «blanca», porque la negra
está severamente reprimida
17 Jesús no debía ayunar mucho, porque él mismo
reconoce (Mateo, 11, 19) que tenía la reputación de «comedor
y bebedor». Y san Jerónimo, en su Vulgata, utiliza el
término latino potalor, que traducimos por «beodo».
18 Simón era, electivamente, hermano de Jesús: «...
¿y no se llaman sus hermanos José, Santiago. Himún y Judas?...» (Mateo, 13,
55). Por otra parte, Judas Iscariote, es el hijo de Simón: «Uno de sus
discípulos, Judas Iscariote, hijo de Simón...» {Juan. 12, 4).
Y los otros textos nos precisan que se trata de «hermanos según la carne».
(Pablo, Romanos, 9, 5; Eusebio de Cesárea, Hisioriu
eclesiástica, III, XX, 1.) En cuanto a los famosos «treinta denarios»,
si aparecen ahí es porque fueron introducidos por los falsificadores anónimos
que redactaron los pseudo evangelios, para justificar el pasaje de Zacarías (II,
12): «Entonces pesaron treinta sidos de plata para pagarle». Porque si se
hubiera puesto precio sobre la cabeza de Jesús, es indudable que la suma habría
sido mucho más considerable.
19 Observaremos que Jesús no pasa jamás la
noche en la ciudad santa de Israel. Cuando oscurece, hace lo que tenía
que hacer, y en seguida se va a dormir a Betania. al pie del
monte de los Olivos, por muy cansado que esté. Porque a la puesta del sol se
cierran las puertas de Jerusalén, mientras que el pueblo de Betania no
tiene puertas. Y en las nocturnas tinieblas de las calles no iluminadas, cuando
las puertas están cerradas y vigiladas, Jerusalén se conviene en una
ratonera. Y cuando la situación se agrava, ya no va a dormir a Betania,
sino a Getsemaní, el lugar antes citado, que se halla en el monte de los
Olivos, y en el que hay una prensa de aceitunas. De donde la frase de Mateo (8,
20) y de Lucas (9, 58).
LIBROS PUBLICADOS POR
ROBERT AMBELAIN.
Éléments
d'astrologie judiciaire. Les étoiles fixes, les comètes, les éclipses, París,
J. Betmalle, 1936.
Traité
d'astrologie ésotérique, vol. 1, París, Éditions Adyar, 1937.
Traité
d'astrologie ésotérique, vol. 2, L'onomancie, préface de J.-R. Bost,
París, Éditions Adyar, 1937.
avec J.
Desmoulins, Éléments d'astrologie scientifique. Lilith, le second satellite de la
terre (Éphémérides de 1870 à 1937), París, Courtrai, Niclaus, 1938.
Dans
l'ombre des cathédrales. Étude sur l'ésotérisme architectural et décoratif de
Notre-Dame de Paris dans ses rapports avec le symbolisme hermétique, les
doctrines secrètes, l'astrologie, la magie et l'alchimie, París, Éditions
Adyar, 1939.
Adam,
dieu rouge. L'ésotérisme judéochrétien. La gnose et les Ophites. Lucifériens et
Rose+Croix, París, Niclaus, 1941.
Traité
d'astrologie ésotérique, vol 3, L'Astrologie lunaire, París, Niclaus,
1942.
Au
pied des menhirs. Introduction à l'étude des doctrines celtiques, París,
Niclaus, 1945.
« Préface»
et « avant-propos» à André Barbault, Astrologie météorologique,
suivie de Contribution à l'astrologie agricole, París, Niclaus, 1945.
La
Franc-maçonnerie occultiste et mystique (1643-1943). Le Martinisme, histoire et
doctrine, París, Niclaus, 1946.
Les
Survivances initiatiques. Le martinisme contemporain et ses véritables
origines, t. I, París, Destins, 1948.
La
Talismanie pratique, París, Niclaus, « L'occultisme simplifié», 1949.
Les
Tarots: comment apprendre à les manier, París, Niclaus, « L'occultisme
simplifié», 1950.
La
Kabbale pratique. Introduction à l'étude de la Kabbale, mystique et pratique,
et à la mise en action de ses traditions et de ses symboles, en vue de la
théurgie, París, Niclaus, 1951.
Les
Visions et les rêves: leur symbolisme prémonitoire, París, Niclaus,
« L'occultisme simplifié», 1953.
Les
Survivances initiatiques. Templiers et Rose-Croix. Documents pour servir à
l'histoire de l'illuminisme, París, Éditions Adyar, 1955.
Le
Dragon d'or. Rites et aspects occultes de la recherche des trésors, París,
Niclaus, 1958.
Abraham
ben Siméon de Worms, La Magie sacrée d'Abramelin le mage, transcrite,
présentée, annotée et commentée par R. Ambelain, París, Niclaus, 1959. Édité
par le Suprême conseil de l'Ordre kabbalistique de la Rose-Croix
Martinez
de Pascuallis et le Martinisme, Meaux, 1959. Extrait de la
revue L'Initiation, « cahiers de documentation ésotérique
traditionnelle», 33e année, n° 2, juillet-décembre 1959.
La
Notion gnostique du démiurge dans les Écritures et les traditions
judéo-chrétiennes, París, Éditions Adyar, 1959.
L'Alchimie
spirituelle, la voie intérieure, París, la Diffusion scientifique, 1961.
L'Abbé
Julio (Mgr Julien-Ernest Houssay, 1844-1912), sa vie, son oeuvre, sa doctrine,
París, la Diffusion scientifique, 1962.
Le
Cristal magique ou la Magie de Jehan Trithème, abbé de Spanheim et de
Wurtzbourg (1462-1516), París, Niclaus, 1962.
Scala
philosophorum ou la Symbolique des outils dans l'art royal, París, 1965.
Traité
des interrogations célestes, t. 1, París, N. Bussière, 1964.
Sacramentaire
du Rose-croix, sacralisations, exorcismes, formules de défense et d'action,
París, la Diffusion scientifique, 1964.
(éd.), Rite
ancien et primitif de Memphis-Misraïm. Cérémonies et rituels de la maçonnerie
symbolique, présentés et commentés par Robert Ambelain, París, N. Bussière,
1967.
trilogie
sur la survie de Jésus et de sa descendance (thèse reprise dans le Da
Vinci Code de Dan Brown)
Jésus ou
le Mortel secret des Templiers, París, Robert Laffont, 1970
La
Vie secrète de Saint Paul, París, Robert Laffont, « Les Énigmes de
l'univers», 1972
Les
Lourds Secrets du Golgotha, Robert Laffont, « Les Énigmes de l'univers»,
1974
Scala
Philosophorum, ou la Symbolique des outils dans l'Art royal, París, Éditions du
Prisme, 1975
Bérénice
ou le Sortilège de Béryte (roman), París, Robert Laffont, 1976
Le
Vampirisme, de la légende au réel, París, Robert Laffont, « Les Portes de
l'Étrange», 1977
Tomado de la Revista Dialogo Entre Masones Febrero 2015
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