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viernes, 16 de octubre de 2015

EL DIOS CATOLICO ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA



LOS CRUZADOS son tradicionalmente definidos como expedicionarios de carácter religioso-militar por la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, para combatir los enemigos del cristianismo, y de ésta manera librar a Tierra Santa (Jerusalén) de los dominios del infiel. El movimiento se extendió desde finales del siglo XI hasta mitad del XIII. El término Cruzadas pasó a designarse en virtud de que sus adeptos, los denominados soldados de Cristo, al ser éstos identificados por el símbolo de la Cruz bordada en sus vestiduras. La cruz simbolizaba el contrato establecido entre el individuo y Dios. Era el testimonio visible, público, individual y particular en la empresa divina.

El papa Inocencio III, impulsor de la IV cruzada

Partiendo de esa primicia, podemos afirmar que las peregrinaciones en dirección a Jerusalén, así como las continuas luchas contra los moros en la Península Ibérica y contra los herejes en toda la Europa Occidental, fueron justificadas y legitimadas por la iglesia católica con el concepto de Guerra Santa. Esas guerras estaban divinamente autorizadas y bendecidas para combatir a los infieles, herejes y cuantos ilustrados se pusiesen en sus caminos.

Para aquellos hombres pecadores que no escogían un monasterio, había otro medio de lavar sus faltas ante el supremo creador, aún ganar la amistad de él por medio de la peregrinación. Dejar la casa, mujer e hijos, parientes y amigos, etc., el aventurarse fuera de la red solidaria y protectora, caminar durante meses, años, la peregrinación era pues penitencia, instrumento de purificación, preparación para el día de la justicia divina. Por otro lado la peregrinación era igualmente placer y la busca de riquezas que todas las guerras aportan a sus beligerantes. Ver otros países, en bandos y entre camaradas. Cuando ellos partían para Jerusalén, estos cristianos caballeros y peregrinos llevaban armas, esperando poder guerrear contra el infiel, en realidad sin motivos de haber sido agredidos y sí de ser ellos los agresores.

Veamos a continuación unos de los miles de episodios que éstas santas cruzadas llevaron por aquel mundo denominado de Tierra Santa y que después de haber pasado tantos siglos aún continúan bañadas en sangre y sin saber hasta cuando.

NON NOBIS, DOMINE, NON NOBIS, RED NOMINI TUO AD GLORIAM

(No para nosotros, Señor, no para nosotros, pero sí para lagloria de tu nombre)

La adolescente estaba escondida atrás del armario. Gritos de dolor y placer infestaban el cuarto. Una mujer estaba siendo violada. La niña escuchaba el dolor de la madre. Ella miró al suelo y vio en hilo de plata brillar. Aquella luz era la salvación para la criatura y su madre, el cruzado había dejado caer su daga. La pobre niña estaba con mucho miedo, pero necesitaba tirar a la madre de debajo de aquel hombre de Dios. Empuñó la daga con todas sus fuerzas con las dos manos y como si fuera un guerrero herido que no aguanta ni el peso de sus ropas, dio un golpe en medio de la cruz. La sangre comenzó a brotar y un grito de dolor empujó a la niña hacia lejos. Dios tendría dolor de lo que le estaba ocurriendo, el rudo cruzado había recibido una cuchillada en las espaldas. Él era fuerte, Dios ya había guiado sus manos en muchas batallas. Salió de cima de la mujer que estaba desmayada, desenvainó la espada y fue en dirección de aquella criatura del demonio. Los ojos de la niña encararon al cruzado, ella era el mismo Lucifer y tenía que matarla, por lo que el caballero de Dios pidió a su Creador que le diera fuerzas y dignidad para hacerlo, y es ahí que Cristo respondió. Dos lágrimas salieron de los ojos de aquella alma pura. El sonido del metal cortando el aire hizo Dios actuar, la niña sangró, ella estaba decapitada, iría para los infiernos, era apenas una maldita musulmana.

Federico II comandante de la VI Cruzada y sus caballeros

El cruzado había hecho su trabajo, Dios le amaría en los cielos. El olor a muerte emanaba del suelo de la casa, a fuera los caballos bebían agua con sangre y ya la guerra había terminado hacia unas pocas horas en una de las poblaciones cercana a Jerusalén. Allí estaba el héroe de Dios a la puerta de la casa, donde había practicado una buena acción; envainando su espada mandó que lo incendiaran todo. Él era obedecido y lo respetaban por sus actos, era un caballero de elite. La herida era superficial por lo que uno de los compañeros se la curo sin más; estaba ya atrasado para hacer sus comunicados, cogió el primer caballo que encontró y trotó hasta donde estaba el obispo esperándole.

Relató que había matado a muchos guerreros árabes y que por lo tanto la iglesia católica avanzaba un poco más en aquellos territorios. Le contó que tuvo que matar una mujer y su familia, pero el obispo no preguntó cuales fueron las razones, el cruzado no dijo palabra alguna, apenas que tuviera matado, omitió la verdad, pero omitirla no es mentir. Él pensaba que necesitaba salvar el cristianismo, necesitaban mas tierras pues allá en la Península Ibérica las guerras continuaban arrastrándose no se sabe hasta cuando. Así pues nuestro caballero sabía que tendría que ir para otras guerras. Se dirigió al alojamiento a cambiarse de armadura, miró el agujero que había hecho aquella maldita niña en la cruz, él apenas fue herido, pero ofendió a Dios y por eso tenía que morir; fue esa la explicación que se dio a sí mismo; tiro la armadura en un rincón y vistió otra más esbelta, concluyó cambiando el arsenal de armas, montó un bello corcel y partió para el frente. Durante el camino iba rezando, sus manos estaban bendecidas, pidió a Dios que usase su cuerpo para que la bondad divina fuese cumplida. Era eso lo que ocurría la mayoría de las veces.

Estaba lleno de orgullo, podía mirar hacia adelante y atrás respirando dignamente; había ganado muchas batallas en la creencia de estar aumentando el imperio de Dios. El viento, y la ausencia de no llevar puesto el yermo balanceaban sus largos cabellos como si fuesen serpientes enfurecidas. De repente sus recuerdos se acabaron, pues su mirada se fijó en el horizonte y el grito de muerte de un soldado de Cristo lo puso en alerta. El Sol que ya se estaba poniendo imposibilitaba al caballero de ver lo que sucedía. Lo más probable es que la patrulla hubiese sido atacada por los infieles, él escuchó la llamada y el caballo daba todo de sí tentando inútilmente alcanzar la lejanía. El cruzado antes de llegar al lugar bajó del caballo y contorneó el puesto que la patrulla había montado allá hacía unos tres días, había cinco musulmanes andando en vuelta de los católicos muertos, como aves de rapiñas y se veían cansados. El olor putrefacto que comenzaba despertó la ira en el caballero, y aunque nunca había luchado con tantos hombres a la ves tal vez no lo conseguiría, pero Dios estaba de su parte por lo que una espada mas lucharía a su favor. Él era un caballero muy experimentado, sabía hacer planes de guerra, sacó la espada, se quitó la armadura y las escondió detrás de un pilar. Dio la vuelta, llevó consigo las dos dagas, se posesionó y disparó las armas blancas, el zumbido de ellas cortando el aire derribó a dos musulmanes, había perforado sus cráneos y la sangre les corría por la cara llegando hasta la tierra manchado ese suelo sagrado. El católico ya había dado la vuelta a los pilares alcanzando su espada. Los sarracenos fueron en dirección de donde vinieron los puñales, por lo que ellos fueron engañados, el cruzado tenía a los tres restantes de espaldas para él.

Rogó, pidió dignidad y fuerzas y con un grito, invocando el nombre de Dios rodó la espada en el aire con lo cual ese divino movimiento la lámina mató a dos de ellos e hirió al tercero. El herido se volvió con su espada en dirección al católico, pero la espada de las tinieblas fue vencida por la luz divina. El caballero paraba los golpes con facilidad y en pocos momentos perforó el corazón del maldito. Aquel lugar ya estaba infectado de sangre profana, necesitaba volver y avisar a los compañeros, por lo que guardando el arma divina emprendió el camino. Agradeció a Dios por la fuerza que llegó a recibir y se sentía honrado, ni pensó si alguno de sus compañeros podría aún estar vivos, pero eso no interesaba, montó en su fiel caballo y volvió a la ciudad.

El viento en su cara le hacía tener más orgullo y pensaba que había mandado esas almas para el infierno, era presuntuoso, Dios debería amarlo por haber matado aquellos infieles. Suerte para el cruzado, de aquel lugar solamente saldrían historias de héroes. A la llegada relató nuevamente al obispo, mintiendo pues informó que los mató a todos cara a cara y aún diciéndole que se encaró con el demonio en los ojos. El obispo quedó satisfecho al saber que Dios había hecho un guerrero tan digno, por lo que el religioso comunicó los hechos al coronel de la plaza. El cruzado acababa de ser promovido a comandante por haber matado a tantos sarracenos...


Aquella noche quedó en el cuartel de la plaza pues al día siguiente la ceremonia sería exuberante. Por la mañana ya la luz se reflejaba en el brillo metálico de las espadas y armaduras limpias e imitando los espejos. El propio señor feudal lo consagraría; el obispo, padres, caballeros de alcurnia, todos unidos rezando ante el altar donde ya estaba comenzando la misa. El caballero, con su nueva armadura, íntegramente negra con una cruz roja en la espalda y otra más pequeña a la altura del corazón. La entrada fue triunfal; el yermo reposaba en su brazo izquierdo. El mejor herrero de la guarnición había hecho la espada que fue bendecida y entregada a él por el obispo. El mango de la tizona era una cruz con rubíes decorando la estructura y la lámina fina y afilada hasta la punta que brillaba más que un diamante. El arma tenía un ligero color rojizo, pues fue forjada a hierro y sangre; estos dos elementos hacen unos efectos únicos. Según el ignorante populacho, el cruzado podía llegar a convertirse en Santo y los Santos no pecan y él no era tan puro, había cometido atrocidades, pero así mismo en aquellos instantes todos lo amaban.

En medio de la muchedumbre y algo apartado de los ceremoniales, había un guerrero blanco que destacaba. El yermo estaba bajado por lo que no se le veía la cara y no se le escuchaba ni la respiración. Tal vez no hubiese nadie dentro de aquella armadura, tal vez... Pero el misterioso personaje conocía sobradamente los pecados del homenajeado. Mientras tanto el cruzado subía los últimos peldaños al encuentro del señor feudal para ser divulgados sus consagrados méritos. El cruzado más convencido de que llegaría a ser Santo después de unos cuantos sacrificios en nombre de su amado Dios. La multitud lo aclamaban, era el cruzado más fuerte de aquellos momentos. El personaje de la armadura blanca estaba inquieto, se posicionó mejor para ver la ceremonia, el cruzado sería un albo fácil, estaba inmóvil, sin defensa a los ojos del extraño caballero. Sacó su daga de la cintura, lo miró, dudó; talvez le faltase coraje, o su Dios estaba protegiendo el desdichado cruzado. Entonces el misterioso caballero blanco guardó su daga y volviendo la espalda desapareció en medio de la multitud.

La fiesta continuaba, ahora el señor feudal comenzaba el discurso. En la plaza un silencio sepulcral. La arenga comenzaba diciendo: “Hermanos y hermanas estamos hoy aquí reunidos para consagrar al más bravo guerrero que Dios Nuestro Señor ha tenido a darnos. Sus actos de bondad, sus múltiples actitudes de gloria lo hacen ser un gran hombre (...), es por lo que yo le entrego ésta espada que fue bendecida por el amantísimo señor obispo y supremo representante de su santidad el Papa en éstas tierras”. Los aplausos estremecieron la plaza llegando inclusive hasta el cielo. El cruzado había recibido también su tan deseada recompensa: un título nobiliario. Estaba feliz, nada más quería en aquel día, conmovido y cansado deseaba volver para su casa.


La ceremonia terminó, había sido larga, era casi noche, ahora caminaba para el hogar por calles estrechas a la luz de una que otra lamparilla que le perturbaba más la visión. Confundía sus pensamientos, los mismos que estaban fijos en el poder, ese poder que es el sueño de todos los cruzados de Tierra Santa. Estaba inquieto al recordar todo lo que había hecho por alcanzar ese poder. ¿Será que había ido en contra de su santa religión? Claro que no. Tonterías el pensar en esas cosas; él había sido bendecido por Dios. Su respiración estaba entre cortada por lo que se ahogaba; tuvo que pararse al llegar a las escaleras, miró para lo alto, vio la Luna, pero no el fin de las escaleras, que era el único medio para poder llegar a casa. Mientras subía su mente estaba siendo atormentada por los gritos, chillidos de desesperación de personas que había matado; las lágrimas de aquella niña quedaron impresas en su mente. Pensó, ¿y si la niña no era musulmana como la madre? Ideas banales le venían con la fuerza de un martillo a la cabeza del hombre. Finalmente alcanzó el endeble brillo de la Luna al llegar a lo alto de la villa donde estaba su casa. El olor del miedo y muerte amenazaban al caballero; abrió la puerta de la casa desesperadamente; el olor a moho del aire enrarecido llegó hasta sus narices. Hacía años que la casa estaba cerrada; la puerta, los muebles devorados por las termitas; no se veía mucho, una nube estática de polvo llenaba toda la casa; pensó que la construcción estaba como su corazón, sucio y solitario.

Aquella noche duraría más que toda su vida entera. El entrar en la casa ya supuso un tremendo choque; atravesar las camadas de polvos era como desbastar un pantano. La mente continuaba perturbándole por lo que trató de abrir la ventana y limpiar un poco el polvo, quitándose la armadura y las armas blancas las guardó, se poso otra ropa para ir a dormir, entrando en la cama; pero es ahí que las termitas reclamaron su peso, las maderas no aguantaron rompiéndose. El cruzado cayó al suelo y ahí quedó cerrando los ojos por lo que en la oscuridad reconoció un rostro. Se despertaba sobresaltado infinidades de veces durante la noche por lo que no conseguía dormir; sudaba, tremía, estaba realmente con miedo. ¿Pero de qué habría de temer un bravo caballero? ¿De demonios, enemigos peligrosos o de la ira de Dios? NO, nada de eso. Lo que le traía el desespero era una niña de unos diez años. Bastaba cerrar los ojos y el rostro de ella comenzaba a formarse las facciones en su negra mente. Despertaba con los gritos de dolor de la muchachita, por lo que ya no podía cerrar los ojos. Quedó mirando al techo hasta que se aproximase el día por lo que la luz iría salvar al caballero de tan grande desgracia. Por fin se levantó, cansado, con sueño y apavorado consiguió librarse de los destrozos de la cama.

Aún faltaban algunas guerras contra el infiel hasta la total conquista de los Santos Lugares. Vistió su traje de guerra y salió precipitado de la casa pensando que no volvería mas allí; ya le pediría otra al señor feudal. Percibió el arco iris que se formó debido a una pequeña lluvia que calló antes del amanecer. ¿Sería un mensaje de Dios? ¿Un mensaje de satisfacción? Pero estaba cansado de tener ideas ridículas como esas, necesitaba ir a la lucha para saber si Dios aún lo bendecía, por lo que empezó a caminar rápidamente hacia los cuarteles de ciudad.

Al llegar a la plaza los regimientos ya estaban a la espera de su nuevo comandante, aunque él continuaba inquieto. Al aproximarse a ellos el cruzado fue recibido por un sacerdote que le pedía permiso para dar comienzo la misa. Mientras tanto todos quedaron quietos mirando al comandante que ya había subido a su caballo y tomado el lugar que le correspondía como tal; a continuación comenzó la ceremonia. Todos rezaban juntos; el cruzado apenas se concentró, pero pudo cerrar los ojos por unos instantes, la niña no estaba más allí, podría continuar en paz, por lo menos hasta la noche.

Al término de la misa gritó a sus hombres: “Que ellos como guerreros de Cristo fueron escogidos para la conquistar las tierras donde él nació, vivió, caminó predicando el evangelio y murió por salvar al género humano, ¡adelante, él nos guiará!”. El largo camino fue alegrado con canciones de guerra. Llegarían a las tierras habitadas por los sarracenos por la tarde, donde deberían acampar. La noche llegó pronto para el comandante, el miedo comenzaba a apoderarse de él, temía que la niña volviese esa noche no consiguiendo dormir y ahora estaba con otras personas, no podría gritar de miedo, tendría que controlarse.


En vísperas de una batalla nadie dormía; acostumbra estar todos juntos alrededor de las hogueras esparcidas por el acampamento, pero para el cruzado las llamas estaban dentro de su corazón. Al día siguiente trabarían una lucha escarnecida y decisiva, por lo que tendrían que vencer; es por lo que el comandante estaba inquieto, fue a la busca del sacerdote, pero no quería llamar la atención de los compañeros. Necesitaba del apoyo espiritual, material, quería desahogarse, sabía que el religioso moriría en la batalla, por lo que podría contárselo todo ganando el perdón de Dios, sin correr el peligro de ser maldito antes sus ojos. Finalmente encontró al sacerdote, se desahogó plenamente, él fue escuchado todo con un sonriso picaresco en su rostro, a lo que éste le respondió: “Hijo mío, tu hiciste lo que tenías que hacer; ellos eran infieles, criaturas del demonio, matándolos tu ayudaste a limpiar la escoria que contamina el reino de Dios; tu mereces ser consagrado y perdonado. Dios sonríe por ti, fiel cruzado ad arbitrium dei. Una luz surgió en la mente del soldado. Dios estaba feliz con él y como caballero se encontraba más fuerte, rejuvenecido; las facciones de melancolía fueron barridas de su imaginación; fueron enviadas para el mundo de las tinieblas de donde nunca deberían haber salido. Esa noche podría dormir al dulce sonido de la gaita escocesa, recuperaría fuerzas para enfrentar la batalla. Y así sucedió.


Después de las tinieblas de la noche llega el alba con el nuevo día, ahí el sonido de la corneta terminó de despertar a toda la tropa y otra ves a los acordes de las gaitas escocesas. Todos los guerreros se levantaron, se armaron y dirigieron a sus puestos en el centro del acampamento para los oficios religiosos antes de la batalla, a continuación escucharon la voz del comandante. El cruzado y como es costumbre en t odas las batallas desde que se inventaron las guerras, empezó a dar la habitual arenga y en éste caso como corresponde a los soldados de Cristo. Decía así: “¡Bravos guerreros! Cómo sabéis todos moriremos en día, ¡pero por supuesto, ahora no seremos nosotros por lo que tendremos que vernos de nuevo! ¡Si alguno osara morir en ésta batalla, se las va a tener que ver conmigo! ¡Yo iré atrás de aquel que muera hasta los mismos infiernos si fuese menester! ¡No dejéis que los demonios dominen la tierra de Cristo y nuestra fe como lo han hecho hasta ahora! ¡Gloria al reino de Dios!”. Los gritos se exaltaron y tomaron cuenta del lugar. Todos repetían el nombre del comandante por lo que era muy respetado. Ellos creían en su palabra, hasta el punto de sentir algo de miedo ante tremendo hombre. “¡Atención! Voy a decir ahora como destruiremos a esos malditos infieles sarracenos. Los de ésta ala pertenecéis al primer batallón. Somos cuatrocientos y cuarenta hombres, disponemos de trescientos caballos y más de 200 arqueros. Yo iré en la infantería, por lo que quiero voluntarios”. Un murmullo se inició, pero en unos momentos ya estaba formado el contingente de infantería e igualmente la caballería y arqueros. “Muy bien, camaradas, basta de conversas, vamos a la guerra a luchar en nombre de Dios”. Y como un bando de pájaros en desbandadas, volaron en dirección a la batalla, hacia la muerte...

El acampamento de los sarracenos ocupaba todo el horizonte; era en forma de línea y bien distribuido. El fuego que se encontraba allá solo podría ser el del infierno a los ojos de los cristianos. Esas antorchas parecían quemar los cielos; allí solamente podría ser el fin del mundo, después nada más quedaría, apenas sangre, cadáveres, cuerpos heridos y mutilados, fuego desbastador. La infantería cristiana corría hacia delante escoltada por la caballería, algunos caballeros intentaron atacar los flancos enemigos no consiguiéndolo, entonces el grupo comenzó a tomar forma lineal. A una orden, los arqueros de Dios pararon, sus flechas comenzaron a ser disparadas y empezó el fuego divino de un lado y del otro, el infernal, por lo que las flechas fueron disparadas simultáneamente, cruzaban el cielo y durante algunos segundos éste parecían meteoritos. Las carnes de los beligerantes eran perforadas y quemadas, por lo que las armaduras no parecían ofrecer muchas resistencias, apenas aquellas que llevaban los guerreros fabricadas en forma de anillos conseguían salvarse. La artillería continuaba cayendo y el sonido del metal ocultaba los gritos de los moribundos. Al chocar los dos ejércitos llevando ya las espadas desenvainadas los guerreros quedaron cara a cara por lo que las láminas se encontraban en una danza frenética, macabra y la muerte iba segando las vidas de aquellos guerreros de Dios. El comandante, con sus manos bendecidas por el Creador ya había decapitado a varios demonios y aún así su armadura empezaba a no protegerle. Él, entre golpes y golpes soltaba gritos de alabanzas, Dios estaba allí ayudándole. Pero ocurrió que otros pelotones de guerreros llegaron y no necesariamente el de él; acudieron por la retaguardia y con fuego en los ojos. En medio de esa otra caballería que se incorporó a la lucha gritando “Alá es Grande”, había uno que se destacaba, llevaba una armadura blanca y en la mano una cimitarra que parecía cortar todo lo que encontraba a su paso. Ahí el cruzado comprendió que su victoria estaba en manos de Dios. Esta ves él no había ganado y fue cuando se dio cuenta que los gemidos de sus hombres empezaron a disminuir hasta que cesaron. Empezó a contarse los muertos y heridos; el comandante andaba por en cima de los cuerpos a la busca de infieles aún vivos para darles el golpe de gracia. Fue ahí en ese instante, el cruzado se posicionó para así poder exterminar al herido cuando entonces otra lámina blanca hizo que la espada del comandante parase. El guerrero de Dios miró para el lado y vio un caballero blanco.

Reyes y caballeros recibiendo las bendiciones papales para ir a las cruzadas

Apenas los dos caballeros quedaron en pie y encima de cientos de cadáveres en un paisaje desolador. El cruzado se fue en dirección de aquel misterioso hombre diciéndole: “¿Quién piensas que eres tú? ¿Eres un árabe o cristiano? No consigo ver tu rostro, dime: ¿quién eres? Las palabras fueron rebatidas en la armadura blanca. No recibieron respuestas y el silencio continuó. “¿No quieres decir quién eres? Entonces tendré que matarte, esa es la voluntad de Dios”. La bella espada del cruzado fue en dirección de aquel misterioso hombre, pero ahí el caballero blanco esquivaba los golpes continuamente por lo que el cruzado no conseguía acertar ni siquiera uno. La rapidez del poseedor de la armadura blanca era inigualable; el comandante arriesgó un lance en el cuerpo del misterioso enemigo en el momento en que él se bajó un poco para esquivarlo entró con su escudo dándole en la cruz roja del cristiano. El impacto fue que el comandante dejó caer su espada y él por los suelos; había perdido la lucha. El enemigo caminaba calmamente en silencio en dirección al comandante; entonces ahí el caballero de Dios sacó un puñal del cinturón y saltó sobre aquél hombre blanco. Su sangre estaba hirviendo por lo que tenía que matar a ese ser tan peligroso, pero un puñal no tiene posibilidades ante una espada, así que esa arma en pocos instantes voló por los aires y él empezó a huir. Calmamente el caballero blanco guardó su espada y sacó una daga, miró pacientemente y disparó alcanzando al cruzado. La sangre surgió, cayó de boca en cima de un pedazo de cadáver cristiano, pero al ver una espada junto a él tomándola se incorporó rápidamente y quedó firme en espera del enemigo. Estaba herido, pero conseguiría luchar hasta el fin.

El caballero blanco volvió a desenfundar su espada y embistió con la fuerza de un león; el estruendo metálico se escucho en los cielos, el católico estaba siendo masacrado. La cólera de la espada blanca era espantosa, por lo que el cruzado encaró a la muerte. Sintió miedo y pidió a Dios que usase sus divinas manos, pidió ayuda para la victoria final, pero no hubo respuestas. La lámina blanca perforó el brazo del guerrero religioso, estaba presto a morir, pensó que la iglesia le había engañado, no debería haber buscado su apoyo y cobijo en ella. Dios es único; miró a los ojos de su mortal enemigo, pidiéndole clemencia, pero las facciones del caballero blanco fueron mudando; entonces el cruzado vio a Dios, aunque su sangre continuaba manando. “Dios mío, perdóname, yo he pecado, tendrás que perdonarme, por favor...” Su espada cayó lentamente al suelo. Se arrodilló y empezó a rezar: “Dios misericordioso, llévame a tu reino, perdóname por haber confiado en tu iglesia, ella me ha engañado muchas veces, ahora lo comprendo”. En ese instante la espada blanca cortó la cabeza del cruzado y cuyos últimos pensamientos fueron los más inútiles de su vida. Rodó por encima de los otros cadáveres, ahora era uno más de ellos. Todos eran cuerpos mutilados, todos eran seres humanos que perdieron sus vidas por defender unas creencias, en definitivas al fanatismo.


El caballero blanco retiró su yermo, miró para abajo donde estaba el cuerpo sin vida del cruzado, había matado al más fuerte, era un bravo guerrero. Miró al horizonte recordando que él también había venido a Tierra Santa, las de sus antepasados; vino a defender la causa del Islam de los peligrosos y ambiciosos cristianos, pero su mente estaba en la Península Ibérica, en las verdes y fértiles tierras de planicies y montañas de su tan amada y querida Catalunya, ya no podría volver y ser de su pueblo como ya antes lo fue por haber nacido allí, fue expulsado por el avance del cristianismo, pero se juró que los cristianos no se apoderarían de las tierras del profeta. Y volviéndose hacia la Meca grito al firmamento: “Que Alá, el misericordioso, el más grande, sea loado.”

http://www.nodo50.org/arevolucionaria/masarticulos/1/dios.htm

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