KANT Y LA MASONERÍA
Sebastián
Jans
La filosofía, la
historia y la masonería escocesa, rinden tributo a Inmanuel Kant, al cumplirse
el segundo centenario de su muerte. Son dos siglos que no han pasado en vano.
La vida pasa inexorablemente y, al trazar una línea del tiempo, los hechos que
pueden consignarse en ella, puede sobrecogernos la magnitud de eventos que
habría que incorporar. De la misma forma, si buscamos en las bibliotecas más
reputadas, en las universidades más antiguas, podríamos quedar sobrepasados por
la magnitud de referencias, estudios o citas al pensamiento kantiano. ¿Cómo no
reconocer el genio y la trascendencia de un hombre tan complejo, tan punzante,
tan asertivo, como lo fue Kant? ¡Gloria a su memoria!
Pero, al
glorificar su memoria, debemos reconocerlo: el bienestar de cada individuo no
ha sido considerado, en sentido estricto, como un fin en sí mismo y el mundo no
ha progresado hacia una sociedad ideal donde la razón obligue a todo legislador
a crear leyes de tal manera que puedan nacer de la voluntad única del pueblo
entero. Reconozcámoslo: nadie tributa ya sacrificios a la Diosa Razón. Desde el
existencialismo hasta el pensamiento complejo, la visión de progreso de Kant ha
quedado reducida a polvo, como la redujeron a polvo dos guerras mundiales y los
efectos devastadores de la “guerra fría”. Como todas las propuestas adventicias
de los grandes pensadores de la modernidad, Kant ha fallado.
Es un dato a
tener presente que, en la masonería latino-europea del siglo XX, ya sea por la influencia
de Guenón, o por las tendencias críticas a la modernidad que se empiezan a
manifestar en las primeras décadas del siglo recién pasado, en el ámbito del
pensamiento europeo, se hace fuerte una crítica profunda a los determinismos
kantianos, y se cuestiona toda la concepción racional desarrollada desde el
Renacimiento. No ignoremos lo que representa la postmodernidad, y como ella ha
influido en el pensamiento masónico, en las últimas décadas.
Sin embargo, es
necesaria una afirmación: toda escuela esotérica cree en el hombre, y la
Masonería, el esoterismo de nuestro tiempo, centra en el hombre su labor
transformadora de la sociedad humana. Y el hombre es racionalización y es
simbolismo. Esto lo afirmó ya en Crotona, el padre de la esoteria occidental,
hace 2.400 años. Entender los fenómenos que hacen nuestra conciencia y la
conciencia de los hombres es una tarea develadora del día a día, con
conocimiento, con estudio, con la búsqueda constante de lo profundo de nuestra
espiritualidad. La Masonería trasciende las disciplinas del pensamiento y de la
ciencia, es transversal respecto de toda exploración intelectual. Aún, ante el
fracaso de las filosofías, de las precogniciones y las aseveraciones
adventicias, se mantiene y deberá mantenerse, porque hace escuela y no
misiones: porque no hace creyentes, ni militantes, ni prosélitos. Hace hombres
libres, para liberar a la Humanidad del error, liberándose a sí misma.
En virtud de
ello, al conmemorar a Kant, es el momento de tributarle las exequias que su
trascendencia se merece, y que nos permita darle definitiva sepultura. Es la
oportunidad de rendirle las honras fúnebres a su memoria, de quemar el incienso
purificador que merece su genio tremendo, de hacer las aspersiones con agua,
vino y leche, y dejémosle descansar en paz. Corresponde el momento de su
definitiva partida de nuestras vidas, de nuestras ideas, de nuestra comprensión
de la realidad. Cubrámosle con la solemne mortaja de sus aseveraciones más
tajantes, ataviada de aprirismos y posteriorismos, de su comprensión del
progreso humano, de sus edictos sobre la razón pura, pues, como los grandes
guerreros, merece ser sepultado con sus armas de batalla. Que las pompas
fúnebres que le brindemos, expresen nuestra gratitud por su legado y el mérito
de haber superado su propio tiempo, sobreviviendo pertinazmente por 200 años.
Depositemos sus
restos en la pira de su culto, y que el fuego purificador vuelva cenizas sus
huesos doctrinarios, cumpliendo la tarea de los tiempos y de todas las eras.
Que el culto a su memoria quede relegado, con el mayor de los derechos, a los
sacerdotes del academicismo, a los especialistas de la arqueo filosofía, a los
hierofantes del pasado. Dejemos su noble despojos a nuestras espaldas, con
respeto y gratitud, pero, alejémonos sin volver la vista atrás, sin el alma en
duelo, sin nostalgias ni reproches, y volvamos a nuestros Templos. Y llegando a
ellos, abramos sus puertas, para que raudamente entre el aire nuevo. Que las
frescas ráfagas del pensamiento del nuevo milenio recorran las habitaciones,
que entren las tesis neo-racionalistas, el pensamiento complejo, las
percepciones post-racionalistas, las nuevas exploraciones del buscar humano,
las nuevas escuelas, las nuevas interpretaciones, los nuevos paradigmas, las
nuevas teorías de la ciencia. No miremos con indiferencia lo que pasa día a día
por las calles.
Porque la
Masonería no tendrá opción de futuro, mientras su árbol se siga nutriendo de la
sabia kantiana. Una Masonería ligada estrechamente a un tiempo pasado no sirve
para este tiempo. La Masonería del siglo XXI no puede vestirse con los atavíos
del racionalismo del siglo XVIII. Su lectura de la razón debe asumir las
comprensiones de un pensamiento humano que da cuenta de la incertidumbre, del
error, de la ambigüedad y del relativismo.
No nos
reprochemos de ingratitud. No asumamos la actitud del victimario. No debemos
temer que, como el padre de Hamlet, su fantasma recorra las murallas de
nuestros Templos, clamando por venganza. Kant murió en paz, y su memoria merece
paz. Lavemos nuestros paramentos, para que su vestigio se diluya en el agua de
la contemporización. Que aquello que Kant supo impregnar en nuestras bandas,
collarines y mandiles, se lave. No por ingratitud, sino porque la vida sigue.
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