Alquimia e Iglesia Católica
Cortesía
F+R+C Arduino Baglieto y R:.H:. F+R+C Carlos Napoleón del Carpio Palacios
Si
el Microcosmos replica el Macrocosmos e inevitablemente la parte del Todo
refleja al Todo, el tan mentado “salto cuántico” de la Humanidad debe tener su
contraparte a nivel individual. Todavía especulo sobre el salto colectivo. Pero
sería poco sincero si no aceptara que en mi pedestre experiencia humana no he
tenido mis propios “saltos cuánticos”
que me lleven a evolucionar.
El lector
atento, que viene siguiendo mis artículos y reflexiones de los últimos tiempos,
ya habrá percibido una pista: mi interés creciente en la Alquimia. Interés que se disparó “cuánticamente”
cuando mi profundizar en el Campo Junguiano me estimuló a una relectura de esos
viejos textos que ya había conocido en mi adolescencia pero, seguramente como
muchos, interpretado como una aplicación literal de enseñanzas veladas de
confusiones y sombras. Como en la “Carta Robada” de Poe el hecho está
ahí, a la vista de todos. Pero será que cuando nos sumergimos en la Alquimia
estamos esperando algún otro áureo hallazgo, en las mismas palabras de los
alquimistas está dicho: quien busca solamente fabricar el oro material es
apenas un “soplador”. El verdadero alquimista busca otro oro. El espiritual.
El
rey y la reina, yin y yang, masculino y femenino: la Obra implica la
complementaria de opuestos Digámoslo de una vez para los recién llegados:
hallazgos químicos y hasta supra químicos son, en el proceso de la operación
alquímica, apenas una consecuencia colateral. Seguramente beneficiosa en muchos
casos, pero no lo que buscaba el operador. ¿De qué se trata entonces?. La
Alquimia es una gimnasia de cuerpo, mente y espíritu, un
Yoga de laboratorio donde,
al realizar disciplinadamente ciertas rutinas materiales repetidas a través del
tiempo, se producen específicos cambios espirituales y mentales en el operador.
Es una gimnasia del espíritu. Y este enfoque nunca fue ocultado por los mismos
alquimistas. Lo que sí lo fue, y con lógica, fueron los procedimientos. Y
precisamente porque se trataba de un entrenamiento mental y espiritual así
debía ser, para que busque quien tenga voluntad de encuentro. Ya que si todo
estuviera allí, meramente al alcance de una lectura superficial, ¿qué mérito
trascendente tendría?. Un simbolismo tan rico como el de la Alquimia debe
siempre su existencia a una razón suficiente y nunca a mero capricho o a juegos
fantasiosos. En ella se expresa cuando menos una parcela del alma.
En consonancia con ello, debo al enfoque junguiano las herramientas que me han permitido levantar algunos velos. Y reflexionar, desde otro lado, las conclusiones circunstanciales que deseo acercarles.
En consonancia con ello, debo al enfoque junguiano las herramientas que me han permitido levantar algunos velos. Y reflexionar, desde otro lado, las conclusiones circunstanciales que deseo acercarles.
No
está en mi espíritu (hoy) hacer ningún comentario crítico a la institución
católica. Que, para solaz de exitistas y oportunistas pasa por sus quince minutos
de fama al entronizarse un Papa argentino. Ya me he extendido sobre algunas
consideraciones políticas e históricas en otra oportunidad: respecto a esto, no
puedo evitar el irónico pensamiento de recordar que, si es cierto como dice el
popularísimo refrán popular de tierras gauchas “Dios es argentino”; ésta vez
quedó completamente demostrado: acomodó a un pariente.
Mi
interés absolutamente intelectual y sin duda profano trasciende hoy la
mundanidad de la institución: la historicidad de la Iglesia la mantiene
blindada contra tejes y manejes financieros, manipulaciones partidarias y
oportunismos sociales. Si tenemos la capacidad –sé que no es fácil para muchos,
quizás el autor incluido- abstraer nuestra observación de ese marco
sociopolítico, humano, material, quizás reparemos en la fuerza oculta de una
religión que, como todas otras religiones, deben ser diferenciadas de las
iglesias. “Iglesia”, que proviene de “ekklesía”, “reunión de hombres” es la institución terrenal. “Religión”,
“religio”, “religare”, lo que permite al ser humano refundirse con el Uno, la
Totalidad, el Cosmos. Es tentador – desde el laicisismo librepensador que me
define- sumarme a la quinta columna de fustigadores de lo eclesial. Y no tengo
problemas en hacerlo, si es oportuno. Pero de lo que quiero escribir hoy remite
a otra cosa.
Esa “otra cosa” es una lectura desde lo alquímico que permite comprender algunos contenidos de la misma y también señalar, con la humildad de un “outsider”, ciertos bemoles que le quitarían lo que debe ser el bien más preciado de todo Esoterismo milenario (y que alguien venga a discutirme que la Iglesia Católica no lo tiene): su Tradición. Porque más allá de Papas y Bancos Ambrosianos, de curas pederastas y confesores de genocidas, en ésta, como en cualquiera, hay un poder oculto, secreto, que escapa a los propios Illuminati: la entelequia de su Tradición.
Esa “otra cosa” es una lectura desde lo alquímico que permite comprender algunos contenidos de la misma y también señalar, con la humildad de un “outsider”, ciertos bemoles que le quitarían lo que debe ser el bien más preciado de todo Esoterismo milenario (y que alguien venga a discutirme que la Iglesia Católica no lo tiene): su Tradición. Porque más allá de Papas y Bancos Ambrosianos, de curas pederastas y confesores de genocidas, en ésta, como en cualquiera, hay un poder oculto, secreto, que escapa a los propios Illuminati: la entelequia de su Tradición.
Desde
ese lugar, hay algo más que evidente: la iglesia cambia lo que no debería
cambiar y no cambia lo que sí debería cambiar. De lo segundo, su incapacidad de
aggionarse a las políticas sociales, al paradigma cultural dominante, a la
propia evolución de la Humanidad. Curas que no se pueden casar y monjas que no
pueden dar misa son apenas el eczema de una gangrena que, si no reaccionan a
tiempo, puede enfermarla de muerte. Y aquí permítaseme una digresión: muchas
voces se levantan aplaudiendo los “cambios” que Francisco, el actual Papa, está
imponiendo en su papado. Uno no puede ser ciego a esos gestos. Y, como
estudioso de lo inconsciente –individual y colectivo- uno sabe que todo gesto
es por definición un símbolo, con una gran carga metafórica, que habla a las
profundidades del alma aunque no lo comprendan los sentidos físicos. Pero esos
mismos espíritus entusiastas continúan en una espiral de ilusiones, en primer
lugar definiendo a esos gestos como “cambios” y, en segundo lugar,
pronosticando que son apenas la antesala de los cambios que se vienen. Amigos,
lamento el baldazo de agua fría. Los cambios, de haberlos, serán apenas
cosméticos. Y más allá de presiones de poder u obligaciones de hermandad, no
habrá tales cambios profundos, revolucionarios (¿acaso hay un oxímoron mayor que hablar de un “Papa
revolucionario”?) porque por definición no puede haberlos ya
que la fuerza de la iglesia es su Tradición y un Dogma que sólo será su columna
vertebral mientras se mantenga impertérrito.
Entonces,
¿de qué hablamos si no esperamos ese tipo de cambios que todos aguardan?.
Déjenme, siempre desde la óptica alquímica, hacer algunas
puntualizaciones:
-
Llevar adelante la Misa en la lengua local: la cacofonía, las remembranzas y
ecos del latín lo asimilan a un cantar “mántrico”. La fuerza de los sonidos,
sus letanías, sus ecos corales, hablan al espíritu, no a la mente. No sería
problema dar charlas introductorias a los fieles o distribuirles material
explicando cuál es el contenido y, eventualmente, la traducción literal de esos
párrafos. Pero hacerlo en el idioma nativo creyendo que se llega más al corazón
de los fieles sólo se comprende si consideramos que buena parte del
clero contemporáneo ha perdido (o le ha sido negado) el conocimiento esotérico
inmanente a su religión.
- Hacerlo de cara a la feligresía en lugar de espaldas a ésta, porque no es darle la espalda a la gente: es ocupar el puesto, el rol de guía que lleva a su rebaño hacia dios. En la metáfora de los movimientos hay todo un lenguaje gestual que apunta también a lo profundo de nuestra alma: ningún guía lo hace caminando de espaldas. El sacerdote que conoce la vena mística profunda sabe que tiene que mirar hacia el frente, ahí, delante de todos sus seguidores, indicando un camino a seguir.
- Hacerlo de cara a la feligresía en lugar de espaldas a ésta, porque no es darle la espalda a la gente: es ocupar el puesto, el rol de guía que lleva a su rebaño hacia dios. En la metáfora de los movimientos hay todo un lenguaje gestual que apunta también a lo profundo de nuestra alma: ningún guía lo hace caminando de espaldas. El sacerdote que conoce la vena mística profunda sabe que tiene que mirar hacia el frente, ahí, delante de todos sus seguidores, indicando un camino a seguir.
-
Por eso es importante señalar el valor fundamental de la Reforma luterana para
preservar –supongo que Martín Lutero lo sabía- la esencialidad de la Tradición.
Que no significa ser retrógrado, reaccionario, ni siquiera ultra conservador:
significa no dejar que la “religio” se transforme en un protocolo de fórmulas
vacías carentes de espíritu. Por eso el error de Calvino, quien descreyó del
“hecho mágico” de la Misa (¿alguien cuestionaría que toda Misa es un ritual de
Alta Magia Blanca?) y la convirtió en una “celebración”, en el sentido de
representación, despojándola, inevitablemente, de su espíritu.
-
Aceptar con naturalidad la cremación. Sí, este es un tema que, propuesto a
debate, puede parecer casi retrógrado. Desde lo profiláctico, lo sentimental y
hasta la planificación urbana puede haber muchas razones sensatas para sostener
y aceptar la cremación de cadáveres. Pero desde lo alquímico, hay un detalle.
Planteo aquí el razonamiento alquimista y no diré más; sea cada uno quien
concluya lo que desee. Pues para la Alquimia, lo correcto es sepultar el cuerpo
sin ataúd directamente a la tierra. Así, se consumirá completamente, sirviendo
de abono y fertilizando nuevas formas de vida pero también haciéndose un favor
espiritual: así como la materia trabajada en el “atanor”, en el horno
alquímico, debe pasar por la etapa de “putrefactio” para luego cumplir las
sucesivas de “nigredo”, “rubedo” y “albedo” (estoy simplificando; en realidad
las etapas de la Obra son doce), es decir, podrirse para que en su seno surja
la “estrella matutina” que indica el nacimiento de la sustancia Filosofal, en
el cuerpo del difunto deben producirse esas etapas (otra vez; lo Macro cósmico
se replica en lo Micro cósmico) para que la chispa del espíritu se libere
“transmutada” en una naturaleza de orden superior.
-
Cierta cultura progresista nos hace ver como sadomasoquismo la “mortificación”
de los ascetas históricos. Uno (yo) tendría que ser cínico y aceptar que sí,
que uno mismo así lo ha visto pero, por otro lado, nobleza obliga y debemos
aceptar que la apertura mental necesaria –especialmente al asistir a las
“Danzas del Sol” mexikas donde los danzantes se cuelgan de las ramas de un
árbol con ciertas sogas y espinos que les atraviesan la piel- tiene otras
connotaciones. La primera: la “mortificatio” provoca el estado de “nigredo” alquímico.
Pero
ocurrirá, seguramente, que habrá quien cuestione la “raíz esotérica” del Catolicismo
en particular y el Cristianismo en general. Excede los alcances de este trabajo
abordarlo; pero se nos permitirá hacer algunas observaciones, tal como la rica
simbología histórica sobre la cual, consultados los mismos sacerdotes,
reconocen ignorar su significado u origen que resulta, inevitablemente,
encontrarse en la Alquimia.
Cruz de
evangelización
Tal el caso de la cruz de evangelización, con una “manta”
cruzada sobre el travesaño horizontal que es en puridad la transfiguración de
la serpiente de Esculapio. O la propia, solar figura del Cristo. Generalmente
el acento cae sobre la ”realidad histórica” de la existencia de ese Redentor,
con lo que su naturaleza simbólica queda en tinieblas, aunque el haberse hecho
dios hombre constituyera una parte esencial del símbolo: la confesión de fe.
Pero la eficacia del dogma no se funda en modo alguno en la realidad histórica,
verificada una sola vez e irreparable, sino sobre la naturaleza simbólica, en
virtud de la cual es la expresión
de un supuesto psíquico relativamente ubicuo, que existe aún sin la existencia
del dogma. Hay, pues tanto un Cristo pre cristiano como un Cristo no cristiano,
en la medida que el Cristo es un hecho psíquico que existe por sí mismo. Y se
sentiría uno tentado a interpretar el ritual de transmutación alquímico como
una caricatura de la misa, si no fuera el ritual de origen pagano y en milenios
anterior a aquella.
Lo
que es importante comprender es que a la Alquimia (como a la Psicología
Junguiana) no le interesa “prima facie”, si Jesús es quien los cristianos dicen
que es, ni siquiera si históricamente existió. Les interesa como hecho
psicológico. A ese respecto, el mismo Jung, sobre un tema al que volveremos
repetidamente, los OVNIs, escribió en “Sobre Cosas que se ven en el Cielo”
(Editorial Sur, Buenos Aires, 1961) que a los efectos de su abordaje (sólo a
esos efectos) no importaba si estos objetos existían o no físicamente, sino su
significado psicológico. Pero figures hieroglyphiques d’Abraham le Juif (siglo
XVI).jpg fue más allá cuando sostuvo que su conclusión era que el fenómeno
existía tanto en lo físico como en lo psíquico. Y en este punto, la psicología
jungiana ve en la figura de Cristo el Arquetipo del Avatar, innato de nuestra
naturaleza. Es cuando, entonces, un cristiano podría decir –con buen criterio-
que el hecho fáctico de Jesús cristaliza el Cristo arquetípico. Y eso es obra
alquímica. Como elementalmente es Alquimia la interpretación y efecto en la
vida cotidiana de las acciones conscientes hechas en los planos sutiles, las
observaciones que anteceden en cuanto al valor ancestral de la Tradición y la desnaturalización
que la pérdida de ellas significa compete absolutamente a la exploración
intelectual de aquella. Pero aún más: he escrito y declamado numerosas veces
que, entre las distintas causas
La vida
como laboratorio
De la pauperización moral de la sociedad contemporánea tiene un
rol no menor la “desacralización” de la vida cotidiana. Ver la vida, el
trabajo, las relaciones sociales y todo el orbe de nuestro andar por este mundo
como individuo y como sociedad de una manera “sagrada”, no significa estar de
rodillas elevando preces todo el día ni encendiendo cirios a cada santo a cada
paso: es ser voluntariamente consciente de la trascendencia de esos actos
cotidianos. Que comer, trabajar, disfrutar del ocio es eso y mucho más. Que
nuestras acciones objetivas tendrán un resultado, sí, quizás meramente
material, pero una consecuencia espiritual. “Nuestras acciones en esta vida
tendrán un eco en la Eternidad”, decía Máximo Décimo Meridio, “El Español”,
personaje de la película “Gladiador”. De eso se trata. Y esa desacralización de
la vida cotidiana va de la mano con la pérdida de la capacidad de simbolización
y abstracción del mundo contemporáneo, donde es responsable cierto una “cultura
popular” que apunta al estímulo sensorial y quizás intelectual, pero no
espiritual. En todas las eras, la danza era sagrada, el consumo de vino, de
tabaco, de enteógenos era sagrado. El flirteo y seducción estaba cargado de
erotismo sagrado. Hoy, bailamos por lo sensorial, nos atiborramos de drogas y
alcohol para embotar los sentidos, tenemos sexo sin tantos preámbulos. Y
perdimos la carga sagrada de las acciones. Eso, satisfecho lo sensorial,
desnuda el vacío interior; allí nacen muchas de las angustias existenciales que
se precipitan como “penurias”. El individuo siente que “cae” a un remolino pero
percibe que allí, en el vórtice, ya no está su Selbst, sino lo espera el vacío.
Y para evitar la succión arroja allí los estímulos que toma del exterior,
buscando llenar un pozo sin fondo. La angustia de sentirse atraído a esas
profundidades vacuas aumenta su desesperación vivencial e, incapaz de
interpretarlo, trata de dilatar la irremediable atracción arrojando más
desechos de estímulos sensoriales que son cada vez más escasos para llenar el
vacío que siente que crece. Éste es el Infierno que la iglesia católica
disimula bajo símbolos prefabricados. Y con toda esa manipulación, la iglesia
católica manipuló a las masas: convirtió su latente Arquetipo del Avatar en el
Arquetipo del Consolador. Por esta razón, quien no comprenda y realice conscientemente
la alquimia subyacente en las pueriles y al parecer infantiles enseñanzas del
catolicismo queda excluido del potencial trasmutador de su Tradición. Si algo
debe señalarse, entonces, como corolario de estas reflexiones, es que sin duda
habrá mentes en el Vaticano que conocen perfectamente (y sin duda, con mayor
profundidad que un servidor) estos matices: pero son a la vez conscientes que
el poder mundano e la institución no se sostendría con una feligresía (ni
siquiera con sus propios cuadros inferiores) conscientes y plenos de ese
significado, sino embotados en la nube turbia de los simplismos, dejando sólo,
otra vez, a ciertas élites la capacidad de comprender, saber, osar. Y callar,
claro.
un buen ejemplo de lo sagrado y lo profano, la alquimia espiritual, el oro alquimico, no el oro vulgar, el verdadero se encuentra dentro de nuestra propia caverna, de nuestro propio ser, hay que despertar paulatinamente y salir rapidamente de la ignorancia adquirida, la oscuridad, la perversidad, lo negativo, sera tan necesario como lo positvo, igualar los contrarios, hacer del cielo la tierra, y de la tierra el cielo,
ResponderEliminarcomprendiendo en ello el cielo como espiritu, y la tierra como alma mundi.Gracias señor por su admirable articulo.