ACERCA DE LOS “ROSA-CRUZ DE LYON"
RENE GUENON
Actualmente
los escritos sobre Martines de Pasqually y sus discípulos se multiplican en
este momento de manera bastante curiosa: tras el libro de Le Forestier sobre el
que tratamos en esta Revista el mes pasado, he aquí que Paul Vulliaud publica a
su vez una obra titulada Les Rose-Croix
lyonnais au XVIIIe. Siècle1. Dicho título no
nos parece tan justificado, ya que, en este libro, a decir verdad, fuera de la
introducción, no se trata en lo más mínimo de los Rosa-Cruz: ¿podría ser que se
haya inspirado en la famosa denominación de “Réau-Croix", de la cual
Vulliaud, por lo demás, no se preocupó en absoluto de hallar explicación? Es
muy posible, pero el uso del término no
implica filiación alguna histórica de los Rosa-Cruz propiamente dichos con los
Elegidos Cohen y, en todo caso, no hay razón para agrupar en el mismo epíteto
organizaciones tales como la Estricta Observancia y el Régimen Escocés
Rectificado, que, ni en su espíritu ni en su forma tenían sin duda ningún
carácter rosacruciano. Pero diremos más: en aquellos ritos masónicos donde
existe un “grado Rosa-Cruz”, se tomó prestado del Rosacrucismo solamente un
símbolo, y llamar sin otra justificación “Rosa-Cruz” a sus poseedores sería un
equívoco bastante lamentable; hay algo parecido en el título elegido por
Vulliaud, quien por lo demás utiliza asimismo otras terminologías, que parecen
análogamente carecer de un sentido claro, como por ejemplo el término de
“Iluminados"; tales términos se emplean un poco al azar, substituyéndose
entre sí más o menos indiferentemente, lo que no puede sino aumentar la
confusión del lector, quien, entre otras cosas, ya tiene suficientes
dificultades para no extraviarse en la multitud de Ritos y de Ordenes
existentes en la época en cuestión. No es nuestra intención insinuar que el
mismo Vulliaud carezca de conocimientos precisos al respecto, por lo que
preferimos ver, en este uso inexacto de la terminología técnica, una
consecuencia casi necesaria de la actitud “profana” que se complace en adoptar,
actitud que por otra parte no dejó de sorprendernos, ya que hasta ahora sólo en
los ambientes universitarios y “oficiales” nos habíamos cruzado con personas
que se vanaglorian de su condición de profanos, y no creemos que Vulliaud
considere a tales ambientes mucho mejor de lo que lo hacemos nosotros.
Otra
consecuencia de tal actitud se manifiesta en el tono irónico que Vulliaud se
cree obligado a emplear casi constantemente, lo que resulta bastante fastidioso
y que por otra parte corre el riesgo de sugerir una parcialidad de la que
debería cuidarse todo historiador. Ya en el Joseph
de Maistre, Francmaçon del mismo autor se daba un poco la misma impresión;
nos preguntamos si sería tan difícil para un no-Masón (no decimos “un profano”)
encarar cuestiones de este tipo sin acudir a un lenguaje polémico que más
valdría confinar a aquellas publicaciones específicamente antimasónicas. Por lo
que sabemos, la única excepción es Le Forestier, y es una verdadera lástima no
hallar en Vulliaud otra excepción, cuando los estudios a que nos tiene
acostumbrados deberían predisponer a una serenidad mayor.
Entiéndase
bien. Todo esto no aminora en nada el valor y el interés de la abundante
documentación publicada por Vulliaud, si bien no es tan inédita como él parece
creer2.
Al respecto no deja de asombrarnos que haya dedicado un capítulo a los “Sommeils” ("Sueños") sin siquiera recordar
que sobre el tema y con el mismo título ya existía un trabajo de Emile
Dermenghem. Por el contrario, a nuestro parecer lo verdaderamente inédito son los
extractos de los “cuadernos iniciáticos” transcritos por Louis-Claude de
Saint-Martin: las extrañas características de los “cuadernos” generan muchos
interrogantes nunca aclarados. Hace tiempo tuvimos ocasión de ver alguno de
estos documentos: las extrañas e ininteligibles notas en que abundan nos dieron
la impresión clara de que aquel “agente desconocido” a quien se atribuye la
autoría, no es más que un sonámbulo (no decimos “médium” ya que sería un
flagrante anacronismo). Por lo tanto serían el resultado de experiencias de
igual tipo de aquellas de los “Sommeils” lo que disminuye notablemente su
alcance “iniciático”. En todo caso, lo cierto es que todo esto nada tiene que
ver con los “Elegidos Cohen”, quienes además en aquel momento, ya habían dejado
de existir como organización. Agreguemos que tampoco se trata de cosas que
directamente se refieran al Régimen Escocés Rectificado, pese a que en los
“cuadernos” se hable repetidamente de la “Logia de la Beneficencia”. Para
nosotros la verdad es que Willermoz y otros miembros de dicha logia,
interesados en el magnetismo, habían creado entre ellos una especie de “grupo
de estudios” como se diría hoy, al que otorgaron el nombre un poco ambicioso de
“Sociedad de Iniciados”. No de otro modo podría explicarse este título que
aparece en los documentos, y que claramente indica, por lo mismo de haberse
catalogado como “sociedad”, que el grupo citado, si bien compuesto de Masones,
no reunía como tal ningún carácter masónico. Actualmente sucede todavía con
frecuencia que algunos Masones constituyan, con cualquier finalidad, lo que
denominan un “grupo fraternal”, cuyas reuniones carecen de toda forma ritual.
La “Sociedad de los Iniciados” debió de ser algo parecido; tal es, al menos, la
única solución plausible que podemos aportar a tan obscura cuestión.
Pensamos
que la documentación aportada sobre los Elegidos Cohen tiene otra importancia
desde el punto de vista iniciático, a pesar de las lagunas que a este respecto
siempre hubo en la enseñanza de Martines y que ya señalamos en nuestro último
artículo. Vulliaud tiene toda la razón cuando insiste sobre el error de quienes
creyeron que Martines fuera un kabalista. Todo lo que en él hay de inspiración
indiscutiblemente judía no implica efectivamente ningún conocimiento de su
parte de todo aquello que constituya lo que puede denominarse con propiedad
como Kábbala, término que frecuentemente se usa con total despropósito. Por
otro lado, la ortografía incorrecta y el estilo defectuoso de Martines, que
Vulliaud subraya con una no poco excesiva complacencia, no prueba nada en
contra de la realidad de sus conocimientos en un campo determinado. No hay que confundir instrucción profana con
saber iniciático: un iniciado de elevadísimo rango (lo que por cierto no fue
Martines) puede a la vez ser completamente iletrado, lo que se comprueba
frecuentemente en Oriente. Además, Vulliaud parece haberse esmerado en
presentar al personaje enigmático y complejo que fue Martines bajo su aspecto
más negativo; Le Forestier se ha mostrado sin duda mucho más imparcial; y,
después de todo lo dicho, quedan muchos puntos sin aclararse.
La
persistencia de tales puntos obscuros demuestra la dificultad de los estudios
sobre este tipo de cosas, que parecen a veces haber sido embrolladas
intencionalmente. Por ello debemos agradecer la contribución de Vulliaud, a
pesar de haberse abstenido de formular conclusiones. Su trabajo al menos nos
permite tener a mano una documentación nueva en gran parte y, en su conjunto,
muy interesante3.
Por
tanto, ya que su trabajo continuará, confiamos en que Vulliaud no se demore
demasiado en bien de sus lectores, quienes sin duda encontrarán ahí muchas
otras cosas curiosas y dignas de interés, y quizá el punto de partida para
reflexiones que el autor, limitándose a su papel de historiador, no quiere
expresar personalmente.
Publicado originalmente en “Voile
d’Isis”, de enero de 1930, París.
Dialogo Entre Masones
Dialogo Entre Masones
1 “Bibliotheque des Initiations
modernes”, de. E. Nourry.
2 Por ejemplo, las cinco “instrucciones”
a los Elegidos Cohen reproducidas en el cap. IX, ya habían sido publicadas en
1914 en “France Antimaçonique”. Asignemos a cada uno lo que propiamente le
pertenece.
3 De pasada indiquemos un error histórico
que es en verdad demasiado grueso como para atribuirlo a un simple descuido:
Vulliaud escribe que “Albéric Thomas, en oposición a Papus, fundó con otras
personas el Rito de Misraim” (nota de pág. 42).
Ahora bien, tal rito se fundó en Italia hacia 1805, y fue introducido
por los hermanos Bédarride en Francia en
el año 1812.
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