UN NUEVO LIBRO
SOBRE LA ORDEN DE LOS ELEGIDOS COHEN
RENE GUENON
René
Le Forestier, que se ha especializado en estudios históricos sobre las
organizaciones secretas de la segunda mitad del siglo XVIII, sean masónicas u
otras, publicó hace algunos meses una importante obra sobre La Franc-Maçonnerie occultiste au XVIII
siècle et l’Ordre des Elus-Cohen”1.
Hay
que especificar una pequeña reserva sobre el título, porque el vocablo
“ocultista”, que no parece haber sido usado nunca antes de Eliphas Levi, se
presenta dentro de la publicación un poco como un anacronismo; quizás hubiera
sido mejor emplear otra palabra, y esto no es una simple cuestión de
terminología, ya que lo que se denominó más precisamente “ocultismo”, de hecho
no es sino un producto del siglo XIX.
La
obra está dividida en tres partes. La primera trata de “las doctrinas y
prácticas de los Elegidos Cohen”; la segunda de las relaciones entre “los
Elegidos Cohen y la tradición ocultista” (y aquí, el término “esotérica”
hubiera sido mucho más apropiado); la tercera finalmente trata “de la
organización y de la historia de la Orden”.
La
parte específicamente histórica está muy bien realizada, y se apoya sobre un
serio estudio de la documentación que logró reunir el autor, por lo que no
podemos menos que recomendar su lectura. Lo único que lamentamos son algunas
lagunas respecto de la biografía de Martines de Pasqually, de la que quedan
algunos aspectos oscuros. De todas maneras, el “Voile d’Isis” publicará una
nueva documentación al respecto que quizá pueda contribuir a esclarecerlos.
La
primera parte constituye una excelente visión de conjunto del contenido del Traité de la Réintégration des Êtres, obra mas bien confusa, redactada con
estilo incorrecto, y que además quedó inconclusa. No era sencillo extraer de
ella una exposición coherente, y debemos congratularnos con Le Forestier por
haberlo logrado. De todas maneras subsiste cierta ambigüedad en lo referente a
la naturaleza de las “operaciones” de los Elegidos Cohen: ¿eran éstas
verdaderamente “teúrgicas” o solamente “mágicas”? Parecería que el autor no
comprende que se trata de dos cosas esencialmente distintas, no pertenecientes
a un mismo orden. Puede ser que dicha confusión ya haya existido entre los
mismos Elegidos Cohen, cuya iniciación parece haber permanecido mas bien
incompleta en muchos aspectos, pero hubiera sido oportuno destacar este
hecho. Por nuestra parte consideramos
que, al parecer, se trataba de un ritual de “magia ceremonial” con pretensiones
de teúrgia, lo cual dejaba la puerta abierta a más de una ilusión; y la
importancia que se atribuía a simples manifestaciones “fenoménicas”, porque lo
que Martines llamaba “pases” no eran otra cosa, prueba efectivamente que la
esfera de la ilusión no había sido dejada atrás. Lo más peligroso de este
asunto, nos parece, reside en que el fundador de los Elegidos Cohen haya podido
creerse dueño de conocimientos trascendentales, cuando en realidad se trataba
solamente de conocimientos que, aunque fueran reales, revestían características
relativamente secundarias. Además, en él, y por las mismas razones, debía de
persistir todavía cierta confusión entre lo “iniciático” y lo “místico”, puesto
que las doctrinas que expone toman siempre un carácter religioso, al par que
sus “operaciones” están absolutamente alejadas de dicho carácter. Es lamentable
que Le Forestier aparentemente acepte tal confusión, y no tenga una idea clara
sobre la distinción existente entre ambos puntos de vista. Por otra parte hay
que puntualizar que lo que Martines llama “reintegración” no sobrepasa las
posibilidades del ser humano individual, lo cual es evidente para el autor,
pero se podrían haber extraído consecuencias muy importantes sobre las
limitaciones de las enseñanzas que el jefe de los Elegidos Cohen podía
trasmitir a sus discípulos, y en consecuencia del grado de “realización” a la
que podía llegar a conducirlos.
La
segunda parte nos parece la menos satisfactoria, quizás a su pesar, Le
Forestier no tuvo siempre la capacidad de liberarse de cierto espíritu que
podríamos calificar de “racionalista”, lo cual probablemente sea imputable a su
formación universitaria. Dada la existencia de ciertas semejanzas entre las
diversas doctrina tradicionales, no debe concluirse necesariamente que haya
habido “préstamos” o influencias directas entre ellas: dondequiera que se
expresen las mismas verdades es normal que existan tales similitudes, lo cual
es válido particularmente en todo lo referente a la ciencia de los números,
cuyos significados no provienen en lo más mínimo de un invento humano o de una
concepción más o menos arbitraria.
Lo
mismo se diga respecto de la astrología, que trata de leyes cósmicas que no
dependen de nosotros, y no vemos por qué motivo todo lo que a ellas se refiera
debería haber sido tomado de los Caldeos, como si éstos hubieran poseído
originalmente el monopolio de tales conocimientos. Lo mismo puede decirse de la
angelología, que, por lo demás, se relaciona bastante directamente con la
astrología, y que no podemos, a menos de aceptar todos los “prejuicios” de la
crítica moderna, considerar que fuera ignorada por los Hebreos hasta la época
del cautiverio babilónico. Agreguemos además que Le Forestier no parece poseer
una noción totalmente correcta de la Kábbala, nombre que, en el sentido más
amplio, significa simplemente “tradición", y que él asimila a veces con
una modalidad particular de la redacción escrita de tales o cuales enseñanzas,
hasta llegar a decir que “la Kábbala nació en la parte sur de Francia y en la
septentrional de España”, y de fechar sus comienzos en el siglo XIII: también
aquí el espíritu “crítico”, que ignora por anticipado cualquier transmisión
oral, va demasiado lejos.
Anotamos
finalmente una última cuestión: la palabra Pardes
(que es, como ya explicamos en otras ocasiones, en sánscrito Paradêsha, “región suprema”, y no una
palabra persa que significa “parque de los animales”, lo que no nos parece que
tenga mucho sentido, no obstante la similitud con los querubines de Ezequiel)
no designa de ningún modo una simple “especulación mística”, sino más bien la
obtención real de un determinado estado que es la restauración del “estado
primordial” o “edénico”, lo que no deja de presentar estrecha similitud con la
“reintegración” tal como la consideraba Martines2.
Hechas
todas estas reservas, es indudable que la forma con la que Martines ha
revestido su enseñanza es de inspiración propiamente judaica, lo que no implica
necesariamente que él tuviera un origen judío (éste es uno de los puntos que no
ha sido suficientemente aclarado todavía), ni tampoco que no haya sido
sinceramente cristiano. Le Forestier tiene razón de hablar a este respecto de
“Cristianismo esotérico”, pero no vemos el porqué debería denegarse a las
concepciones de este orden el derecho de proclamarse auténticamente cristianas.
Atenerse a las modernas ideas de una religión exclusiva y restringidamente
exotérica equivale a despojar al Cristianismo de todo sentido verdaderamente
profundo, y significa también desconocer toda la diversidad que hubo en el
Medioevo, de la cual posiblemente percibimos los últimos reflejos, ya muy
apagados en organizaciones como la de los Elegidos Cohen3.
Somos bien conscientes de lo que aquí pone en aprietos a nuestros contemporáneos:
su preocupación de reducir todas las cosas a una cuestión de “historicidad”,
preocupación que actualmente parece común tanto a los partidarios como a los
adversarios del Cristianismo, pese a que tales adversarios fueron sin duda
quienes por primera vez llevaron la discusión a ese terreno. Digámoslo bien
claramente: si el Cristo debiera ser considerado únicamente como un personaje
histórico, ello sería bien poco interesante. La consideración del
Cristo-principio asume una importancia de otra índole, y además, una no excluye
en absoluto a la otra, porque, como ya dijimos repetidamente, los hechos
históricos tiene en sí mismos un valor simbólico, y expresan los principios a
su manera y a su nivel. No podemos por el momento insistir más sobre este
punto, que por otra parte nos parece suficientemente claro.
La
tercera parte está consagrada a la historia de la Orden de los Elegidos Cohen,
cuya existencia efectiva fue más bien breve, y a la exposición de lo que se
conoce de los rituales de sus diferentes grados, que no parecen haber sido
nunca completamente terminados y “puestos a punto”, del mismo modo que aquellos
de las “operaciones”. Quizá no es muy exacto llamar “escoceses”, como lo hace
Le Forestier, a todos los sistemas de altos grados masónicos sin excepción, ni
tampoco catalogar de alguna manera como una simple máscara aquel carácter
masónico que Martines otorgó a los Elegidos Cohen. Pero profundizar las discusiones en torno a
este asunto nos llevaría demasiado lejos4.
Queremos
solamente llamar la atención más especialmente sobre la denominación de
“Réau-Croix” dada por Martines al grado más elevado de su “régimen”, como se
decía entonces, y en la que Le Forestier no quiere ver más que una imitación o
sin más una falsificación de aquella de “Rosa-Cruz” (“Rose-Croix”). Para
nosotros se trata de algo más. En la intención de Martines, el “Réau-Croix”
debía ser, al contrario, el verdadero “Rosa-Cruz”, mientras que el grado que
llevaba tal denominación en la Masonería ordinaria era nada más que “apócrifo”,
siguiendo una expresión que utilizaba frecuentemente. Pero ¿de dónde proviene
éste tan extravagante de “Réau-Croix”, y cuál puede ser su significado? Según
Martines el verdadero nombre de Adán era “Roux”
(pelirrojo) en lengua vulgar y “Réau” en hebreo, que significaba “Hombre-Dios
muy fuerte en sabiduría, virtud y potencia”, interpretación que a primera vista
al menos parece de fábula. La verdad es
que Adam significa de hecho y
literalmente “rojo”: Adamah es la
arcilla roja, y Damah es la sangre, que
es igualmente roja. Edom, nombre que se le dio a Esaú, también tiene el sentido de
“rojo” (pelirrojo). Este color es frecuentemente tomado como símbolo de fuerza
o potencia, lo que justifica en parte la explicación de Martines. Por lo que hace a la forma “Réau” con toda seguridad no tiene nada
de hebraico, pero pensamos que hay que ver allí una asimilación fonética con la
palabra Roeh “vidente”, que fue la
primera denominación de los profetas, y cuyo verdadero sentido es en todo
comparable con el del sánscrito rishi.
Como ya indicamos en varias oportunidades5, este tipo de simbolismo fonético no
tiene nada de excepcional, y no sería de extrañar que Martines se hubiera
servido del mismo para aludir a una de las principales características
inherentes al “estado edénico”, y, consecuentemente, para significar la
posesión de dicho estado. Si es así, la expresión “Réau-Croix”, con el agregado
de la Cruz del “Reparador” al primer nombre “Réau”, indica, en el lenguaje
utilizado en el Tratado de la
Reintegración de los Seres, “el menor restablecido en sus prerrogativas”,
vale decir, el “hombre regenerado”, quien efectivamente es el “segundo Adán” de
San Pablo, y que también es el verdadero “Rosa-Cruz”6. En realidad no se trata entonces de
una imitación del término “Rosa-Cruz”, del que por otra parte hubiera sido
mucho más sencillo apropiarse lisa y llanamente como tantos otros hicieron,
sino de una de las numerosas interpretaciones o adaptaciones a los que éste
puede dar legítimamente. Lo que naturalmente no quiere decir que las
pretensiones de Martines en lo que se refiere a los efectos reales de su
“ordenación de Réau-Croix” estuvieran plenamente justificadas.
Para
terminar este demasiado sumario examen, señalemos todavía un último punto: Le
Forestier tiene plena razón de ver en la expresión “forma gloriosa”,
frecuentemente empleada por Martines, y en la cual “gloriosa” es de algún modo
sinónimo de “luminosa”, una alusión a la Shekinah
(que algunos viejos rituales masónicos, por curiosa deformación, llaman el Stekenna7.
Lo mismo puede aplicarse a la expresión “cuerpo glorioso”, que es corriente en
el Cristianismo, inclusive en aquél exotérico y ello desde San Pablo: “Sembrado
en la corrupción, resucitará en la gloria...”, y también de la denominación de
la “luz de gloria”, en la cual, según la teología más ortodoxa, se opera la
“visión beatífica”. Esto demuestra que
no existe oposición alguna entre exoterismo y esoterismo, sólo hay una
superposición de éste sobre aquél, siendo el esoterismo el que confiere a las verdades
expresadas de forma más o menos velada por el exoterismo, la plenitud de su
sentido superior y profundo.
Publicado originalmente en “Voile
d’Isis”, París, diciembre de 1929.
Dialogo Entre Masones
Dialogo Entre Masones
1 Darbon Aïné, editor.
2 A tal propósito hemos advertido una
confusión asaz divertida en una de las cartas de Willermoz al Barón de Türkheim
publicadas por Emile Dermenghem a continuación de los “Sommeils”: Willermoz protesta contra la afirmación según
la cual el libro Des Erreurs et de la
Verité de Saint Martin decía que “provenía de los Partos". Lo que tomó
por el nombre de ese pueblo, que efectivamente nada tenía que ver con el tema,
es evidentemente la palabra Pardes,
que sin duda le era totalmente desconocida. Ya que el Barón de Türkheim había
hablado a tal propósito “del Parthes,
obra clásica de los cabalistas”, y que
nosotros pensamos que en realidad debe tratarse de la obra titulada Pardes Rimonin.
3 En lugar de “Cristianismo esotérico”
sería sin embargo más correcto decir “esoterismo cristiano”, es decir, tomando
como base el Cristianismo, para indicar así que aquello de que se trata no
pertenece al ámbito de la religión. Naturalmente la misma observación es válida
para el esoterismo musulmán.
4 A propósito de los diversos sistemas
de altos grados, nos hemos visto un poco sorprendidos al ver que se atribuye “a
la aristocracia de nacimiento y de dinero" la organización del “Consejo de
Emperadores de Oriente y de Occidente”, cuyo fundador parece haber sido muy
simplemente “el señor Pirlet, sastre”, como señalan los documentos de la época.
Por más que Thory haya estado mal informado sobre ciertos puntos, no puede sin
embargo haber inventado esta indicación (Acta
Latomorum, tomo I, pag. 79 )
5 Le Forestier señala además otro
ejemplo en el mismo Martines: se trata de la asociación que establece, por una
especie de anagrama entre “Noaquitas” y “Chinos” (el efecto fonético resulta
mucho más significativo en francés: “Noachites” y “Chinois”, N.del T.)
6 La Cruz es además, por sí misma, el
símbolo del “Hombre Universal”, y podemos decir que representa la forma misma
del hombre reintegrado en su centro original, de donde ha sido separado por la
“caída”, o, según el vocabulario de Martines, por la “prevaricación”.
7 La palabra “gloria”, aplicada al
triángulo que contiene el Tetragrama y aureolado de rayos, que aparece en las
iglesias tanto como en las logias, es efectivamente una de las denominaciones
de la Shekinah, tal como lo hemos
explicado en El Rey del Mundo.
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