EL ENIGMA DE MARTINES DE PASQUALLY
RENE GUENON
La
historia de las organizaciones iniciáticas es con frecuencia muy difícil de
esclarecer, lo cual se comprende fácilmente considerando que la naturaleza misma
de la materia contiene demasiados elementos extraños a los métodos de
investigación que disponen los historiadores comunes. Para comprobarlo no es
necesario siquiera remontarse muy atrás en el tiempo, basta considerar el s.
XVIII: allí se pueden percibir, si bien coexistentes con las manifestaciones
del espíritu moderno en lo que tiene de más profano y antitradicional, los que
podrían considerarse últimos vestigios verdaderos de diferentes corrientes
iniciáticas que existían hacía tiempo en el mundo occidental. En este siglo
aparecen personajes tan enigmáticos como las organizaciones a las que se
vinculaban o en las que se inspiraban.
Uno
de tales personajes es Martines de Pasqually. A propósito de las obras que se
publicaron en estos últimos años sobre él y su Orden de los Elegidos Cohen, de
R. Le Forestier y de Paul Vulliaud, ya tuvimos ocasión de destacar cómo muchos
puntos de su biografía quedaban obscuros a pesar de la nueva documentación
aportada1.
Gérard van Rijnberk dio a conocer recientemente otro libro sobre el tema2
que contiene también documentación interesante y en gran parte inédita. No
obstante, lo cual es casi redundante señalar, plantea más problemas que los que
resuelve3.
El
autor en primer lugar advierte sobre la incertidumbre que rodea el mismo nombre
de Martines, y enumera las distintas variantes que se pueden encontrar en los
escritos donde se lo nombra. Es verdad que no hay que atribuir demasiada
importancia a este hecho, ya que en el s. XVIII no se respetaba puntillosamente
la ortografía de los nombres propios. Pero el autor agrega: “En lo que respecta
a quien mejor que nadie debería haber conocido la exacta ortografía del propio
nombre o de su seudónimo como jefe de una iniciación, siempre firmó Don
Martines de Pasqually (una sola vez Pascally de la Tour). En el único documento
auténtico conocido, la partida de bautismo del hijo, su nombre se formula de la
siguiente manera: Jacques Delivon Joacin Latour de La Case, don Martines de
Pasqually”. No es exacto que esta partida publicada por Papus4
sea el “único documento auténtico conocido”, puesto que otros dos documentos,
sin duda ignorados por Rijnberk, fueron publicados en el mismo periódico5:
la partida de matrimonio de Martines y el “certificado de catolicidad”
extendido en el momento de su viaje a Santo Domingo. La primera reza: “Jacques
Delyoron Joachin Latour de la Case Martines Depasqually, hijo legítimo del
finado Delatour de la Case y de la señora Suzanne Dumas de Rainan”6.
El segundo, simplemente “Jacques Pasqually de la Tour”. Por otra parte, en lo
que respecta a la firma de Martines, en la partida de matrimonio figura como
“Don Martines Depasqually”, mientras en el certificado está como “Despaqually
de la Tour”. El hecho de que el padre, en la partida de matrimonio, sea llamado
simplemente “Delatour de la Case” (como así también su hijo en la partida de
bautismo, si bien una nota al margen lo designa “de Pasqually”, sin duda alguna
con motivo de que era su nombre más conocido), parece dar un elemento a favor
de lo que más adelante escribe van Rijnberk: “Esto nos induce a pensar que su
verdadero nombre haya sido de La Case, o de Las Cases, y que ‘Martines de
Pasqually’ haya sido solamente un hierónimo”.
Sin embargo, el nombre de La Case o de Las Cases, que puede ser la forma
afrancesada del nombre español de Las Casas, da lugar a otras cuestiones. En
primer lugar hay que destacar que el segundo sucesor de Martines como “Gran
Soberano” de la Orden de los Elegidos Cohen (el primero fue Caignet de Lestêre)
se llamaba Sébastien de Las Casas. ¿Había tal vez algún parentesco entre ambos?
La cosa no parece imposible: Sebastien provenía de Santo Domingo, y Martines
había viajado a esa isla a recibir una herencia, lo que permitiría suponer que
una parte de su familia se habría instalado allí7. Pero hay algo que es aún más
extraño: L. C. de Saint-Martin, en su Crocodile, pone en escena un “judío
español” de nombre Eleazar, al cual atribuye visiblemente muchas de las
características de su ex maestro Martines. Ahora bien, he aquí cómo dicho Eleazar
explica las razones por las que se había visto obligado a abandonar España y
refugiarse en Francia: “En Madrid tenía un amigo cristiano que formaba parte de
la familia de Las Casas, con la cual tengo, si bien indirectamente, mayores
obligaciones. Después de haber logrado cierta prosperidad en una actividad
comercial, se vio repentinamente alcanzado por una bancarrota fraudulenta que
lo dejó en la más completa ruina. Inmediatamente acudí a su lado, a compartir
su desgracia y ofrecerle los escasos recursos de que mi mediocre fortuna me
permitía disponer. Pero como tales recursos eran insignificantes para sanear
los negocios, cedí ante la amistad que a él me unía y, dejándome transportar
por tal sentimiento, eché mano de ciertos medios particulares que me ayudaron
muy pronto a descubrir el fraude de sus expoliadores, e incluso el escondrijo
donde se habían depositado todos aquellos bienes que le habían substraído. Por
iguales medios le procuré la posibilidad de recuperar todos sus tesoros y la
disponibilidad de los mismos, sin que aquellos que se los habían substraído
sospecharan siquiera que alguien se los hubiera vuelto a sustraer. Sin duda fue
un error utilizar dichos medios para lograr semejante finalidad, puesto que los
mismos no deben aplicarse más que a la administración de asuntos que nada
tienen que ver con las riquezas de este mundo. En consecuencia, recibí
escarmiento. Mi amigo, educado en una fe tímida y recelosa, sospechó que cuanto
yo había hecho por él se debía a sortilegios. Su fervor religioso triunfó sobre
su agradecimiento, así como mi diligencia en ayudarlo había triunfado sobre mi
deber. Me denunció así a su Iglesia simultáneamente como hechicero y como
judío. Los inquisidores fueron advertidos inmediatamente; me condenan a la
hoguera aún antes de arrestarme, pero en el mismo momento en que deciden mi
captura, recibo aviso, por los mismos medios particulares, de la suerte que me
espera, y sin dilación busco refugio en vuestra patria8.
Indudablemente
Le Crocodile contiene mucho de
puramente fabulado, lo que hace muy difícil descubrir alusiones a hechos y
personajes reales. Sin embargo, no nos parece probable que el nombre de Las
Casas se encuentre allí por simple azar. Por ello hemos creído interesante
reproducir el pasaje por entero a pesar de su extensión: ¿qué relación podría
verdaderamente haber entre el judío Eleazar, que tanto se parece a Martines por
los “poderes” y la doctrina que se le atribuye, y la familia Las Casas, y de
qué naturaleza podrían ser las grandes “obligaciones” que debía a esta última?
Por el momento nos contentamos con plantear estas cuestiones sin pretender
siquiera aportar una respuesta. Veremos si posteriormente se nos presenta
alguna que resulte más o menos plausible9.
Pasemos
ahora a otros puntos de la biografía de Martines que nos deparan igualmente
otras sorpresas. Van Rijnberk dice que “se ignora completamente el año y el
lugar de su nacimiento”, pero destaca que Willermoz escribe al barón de
Türkheim que Martines “murió a una edad avanzada”, y agrega “Cuando Willermoz
escribió esta frase, él mismo contaba 91 años; como los hombres tienen la
tendencia general de evaluar la edad de los otros mortales de acuerdo a una
medida que se incrementa con el correr de sus propios años, no debe dudarse que
la edad avanzada que atribuye el nonagenario Willermoz a Martines no puede ser
menor de los 70 años. Y como Martines murió en 1774, como máximo debe entonces
haber nacido en la primera década del s. XVIII”. Por lo tanto, se inclina en
favor de la hipótesis de Gustave Bord que ubica la fecha de nacimiento de
Martines hacia 1719 o 1715; sin embargo, por la primera fecha se lo haría
fallecer a los 64 años, lo que a decir verdad no representa de ninguna manera
una edad “avanzada”, especialmente si se la compara con la de Willermoz... Y
además, desafortunadamente, uno de aquellos documentos que van Rijnberk parece
haber desconocido constituye un desmentido formal a tal hipótesis: el
“certificado de catolicidad” fue extendido en 1772 al “Señor Jacques Pasqually
de Latour, hidalgo, nacido en Grenoble, de 45 años de edad”; de aquí puede
deducirse que habría nacido hacia 1727, y, si falleció dos años más tarde
durante su estancia en Sto. Domingo, en 1774, quiere decir que alcanzó la edad
muy poco “avanzada” de 47 años. Este mismo documento confirma además que, como
ya muchos lo habían dicho, aunque en contra de la opinión de van Rijnberk, que
rehúsa admitirlo, Martines nació en Grenoble.
Por
otra parte, lo dicho no se contrapone evidentemente a que su origen sea
español, puesto que entre todos los orígenes que se pretendió asignarle, los
indicios en su mayoría lo señalan como el más probable, incluyendo naturalmente
el mismo nombre de Las Casas; pero entonces habría que admitir que su padre ya
se había instalado en Francia antes de su nacimiento, y aún la posibilidad de
que hubiera contraído matrimonio allí. Lo cual puede tener confirmación por la
partida de matrimonio de Martines, donde la madre figura como “señora Suzanne
Dumas de Rainau”, nombre que a nuestro criterio no puede ser más francés,
mientras que aquel “Delatour de la Case” puede haber sido español afrancesado.
En el fondo, la única razón verdaderamente seria que puede aducirse para poner
en duda el hecho de que Martines haya nacido en Francia (ya que no pueden
considerarse seriamente las contradictorias afirmaciones de unos y otros, por
la sencilla razón de que todas ellas no pasan de ser simples suposiciones), la
constituyen las particularidades del lenguaje que se descubren en sus escritos;
pero este hecho, de todas maneras, puede explicarse perfectamente, habida
cuenta por un lado la educación que pudo recibir de su padre español y, por
otro, siendo consecuencia de sus probables estancias en distintos países.
Volveremos sobre este último punto más adelante.
Por
una curiosa coincidencia, que ciertamente no contribuye a simplificar las
cosas, parece comprobado que existió en la misma época, en Grenoble, una
familia que respondía realmente al nombre Pascalis; de la cual Martines debió
haber sido absolutamente ajeno si nos basamos en los nombres transcritos en la
documentación correspondiente. Quizá perteneció a esta familia el obrero
carrocero Martin Pascalis, llamado también Marin Pascal o Pascal Marin (tampoco
sobre este particular hay mucha seguridad), si es que se trata realmente de
otro personaje, y no sea simplemente el mismo Martines quien, en cierto
momento, se haya visto obligado a ejercer dicho oficio para subsistir, ya que
aparentemente su situación económica no llegó nunca a ser demasiado brillante.
Esta cuestión no fue nunca aclarada de manera verdaderamente satisfactoria.
Además,
muchos pensaron que Martines era judío; con seguridad no lo fue desde el punto
de vista religioso, puesto que está comprobado de manera irrefutable que era
católico; sin embargo es cierto que, como dice van Rijnberk, "esto no
prueba nada desde el punto de vista de la raza". Efectivamente, pueden
descubrirse en la vida de Martines algunos indicios que permitirían pensar en
un origen judío, pero que no tienen ningún carácter decisivo, y pueden
perfectamente explicarse mediante afinidades de un tipo totalmente distinto al
de la comunión de raza. Franz von Baader es de la opinión de que Martines había
sido "tanto judío como cristiano"; dicha afirmación recuerda las
relaciones existentes entre el judío
Eleazar y la familia cristiana de Las Casas. Por otra parte, el mismo
hecho de presentar a Eleazar como un "judío español" puede muy bien
ser una alusión, no ya al origen personal de Martines, sino al origen de su
doctrina, en la que efectivamente predominan sin duda alguna los elementos
judaicos.
De
cualquier modo, quedan en la biografía de Martines cierta cantidad de
incoherencias y contradicciones, de las cuales la más evidente es sin lugar a
dudas aquella que se refiere a su edad. Sin embargo, y sin percibirlo, van
Rijnberk señala la posible solución al sugerir que "Martines de
Pasqually" era un "hierónimo", o sea, un nombre iniciático. En
efecto, este mismo hierónimo ¿no podría haber sido utilizado, como sucedió en
otros casos similares? ¿Y quién puede decir si las grandes
"obligaciones" que tenia el personaje que Saint Martin denominó el
"judío Eleazar" para con la familia de Las Casas no se hubieron
originado en el hecho de que esta última le hubiera proporcionado una especie
de "cobertura" a su actividad iniciática? Sin duda, sería imprudente
querer abundar en mayores detalles. Sin embargo, veamos si lo que puede llegar
a saberse con respecto al origen de los conocimientos de Martines nos puede
proporcionar alguna otra aclaración.
La
misma carta de julio de 1821 en la que Willermoz afirma que Martínes falleció
"de edad avanzada" incluye otro pasaje interesante donde se señala
que la iniciación de Martines le habría sido transmitida por su propio padre:
"En su Ministerio habría sucedido al padre, hombre culto, distinguido, y
más prudente que el hijo, no demasiado rico y residente en España. Este había
hecho ingresar a su hijo Martines, aún joven, en los guardias valones, donde
habría protagonizado un altercado que
desembocó en un duelo, en el transcurso del cual dio muerte a su adversario.
Tuvo que huir rápidamente. Su padre le consagró su sucesor antes de que
partiera. Después de una larga ausencia, el padre, presintiendo la cercanía de
su muerte, lo hizo regresar urgentemente y le impuso las últimas consignas”.
A
decir verdad, dicha historia sobre los guardias valones, de la que fue
imposible lograr confirmación de otras fuentes, nos parece más bien sospechosa,
sobre todo si, como dice van Rijnberk, ella debiera "implicar que Martines
había nacido en España", lo cual sin embargo no es en nada evidente.
Por
otra parte, no es éste un punto sobre el cual Willermoz pudiera aportar
testimonio directo, puesto que, a continuación, declara "no haber conocido
al hijo hasta 1767 en París, mucho tiempo después de la muerte del padre"10.
Sea como fuere de esta cuestión secundaria, se mantiene la afirmación de que
Martines habría recibido de su padre no sólo la iniciación, sino también la
transmisión de ciertas funciones iniciáticas, ya que la palabra "ministerio"
no puede interpretarse de otro modo.
Al
respecto señala van Rijnberck una carta del masón Falcke escrita en 1779, donde
se lee: "Martines Pascalis, español, afirma que los conocimientos secretos
que posee son herencia de familia, familia que reside en España y que los
poseería desde hace trescientos años: los habría recibido de la Inquisición, en
la que habrían prestado servicio sus antepasados”. Se trata de algo bastante
inverosímil, porque verdaderamente no se entiende qué depósito iniciático hubiera
podido poseer y comunicar la Inquisición. Recordemos sin embargo el pasaje de Le Crocodile citado antes: Las Casas es
quién denuncia a su amigo judío Eleazar ante la Inquisición, precisamente por
sus conocimientos secretos. ¿No se diría acaso que aquí estamos en presencia
también de algo que ha sido embrollado a propósito?11.
A
estas alturas podríamos preguntarnos lo siguiente: cuando Martines, o el
personaje que Willermoz conoció bajo ese nombre a partir de 1767, habla de su
padre, ¿debemos entenderlo literalmente, o bien se trata únicamente de su
“padre espiritual”, quien quiera que haya sido? Muy bien puede hablarse
efectivamente de “filiación” iniciática, y es evidente que no forzosamente
coincide con la filiación natural. Se podría incluso evocar nuevamente aquella
dualidad entre Las Casas y el judío Eleazar... Sin embargo, no es un caso
extremadamente excepcional el hecho de una transmisión iniciática hereditaria
que implicara asimismo el ejercicio de una función, pero debido a la carencia
de datos suficientes es muy difícil decidir si tal fue efectivamente el caso de
Martines. A lo sumo, podríamos ver indicios favorables en algunas
particularidades concernientes a la sucesión de Martines: concedió a su hijo
primogénito, inmediatamente al bautismo, la primera consagración en la
jerarquía de los Elegidos Cohen, lo que puede sugerir que pensara convertirlo
en su sucesor. Este hijo desapareció durante la Revolución, y Willermoz
confiesa no haber podido saber qué fue de él.
En
cuanto al segundo hijo, cosa aún más singular, se conoce la fecha de su
nacimiento, pero nunca más se hace mención de él. En todo caso, cuando en 1774
murió Martines, su hijo primogénito sin duda todavía estaba con vida, aunque no
fue él quien lo sucedió como “Gran Soberano”, sino Caignet de Lestère, y cuando
éste a su vez murió en 1778, el sucesor fue Sébastien de Las Casas. En tales
condiciones, ¿qué queda de la idea de una transmisión hereditaria? No podría
invocarse en este caso la excesiva juventud de su hijo para desempeñar tal función
(tenía apenas seis años), porque Martines podría haber perfectamente designado
a un sustituto hasta su mayoría de edad, lo que no nos consta que se haya
mencionado jamás. Por el contrario, y curiosamente, parece verdad que entre
Martines y sus sucesores hubiera habido cierto parentesco: en efecto, Martines
hace referencia a ello en una carta de su “primo Cagnet”, que debería ser,
consideradas las variaciones ortográficas propias de la época, el mismo que
Caignet de Lestère12, y, en cuanto a Sébastien de Las Casas, ya indicamos que el parentesco
era sugerido por el nombre mismo. De todas maneras, tal transmisión a parientes
más o menos lejanos, desde el momento que había un heredero directo,
difícilmente puede asimilarse a una “sucesión dinástica” de la que habla
Rijnberk, y a la que incluso atribuye “una cierta importancia esotérica” que no
nos resulta demasiado clara.
Que
Martines haya sido iniciado por su padre o por otro no es el punto más
esencial, ya que no aporta luz sobre la única cosa que en el fondo importa
verdaderamente: ¿de qué tradición provenía esta iniciación? Lo que
probablemente podría aportar algo más específico y preciso al tema son los
viajes que realizó Martines antes de comenzar su actividad iniciática en
Francia. Desafortunadamente, también sobre este punto las informaciones son
totalmente imprecisas y dudosas, y la misma afirmación de que habría estado en
Oriente no es en sí un dato preciso, máxime teniendo en cuenta que
frecuentemente en estos casos no se trata sino de viajes legendarios o más bien
simbólicos.
Sobre
el tema, van Rijnberk cree poder confiar en un pasaje del Traité de la Réintegration
des Etres, donde Martines parece decir que ha estado en China, a la par que
nada parecido puede hallarse de países mucho menos lejanos. Pero tal viaje, si
verdaderamente tuvo lugar, es quizá el menos interesante desde el punto de
vista que ahora consideramos, porque está claro que tanto en las enseñanzas de
Martines como en sus “operaciones” rituales nada se detecta que revele la menor
relación con la tradición extremo oriental. Sin embargo, en una carta de
Martines se encuentra la frase: “Mi estado y mi cualidad de hombre verdadero me
ha mantenido siempre en la posición que ocupo”13.
Tal expresión, que es específicamente taoísta, y que por otra parte es la única
de este tipo que puede encontrarse en Martines, parece ser que jamás llamó la
atención de nadie14.
Sea
como fuere, si Martines verdaderamente nació hacia 1727, sus viajes no pudieron
prolongarse por muchos años, incluso sin descontar el tiempo de su supuesto
paso por los guardias valones, pues su actividad iniciática conocida comienza
en 1754, y en tal fecha contaba apenas con 27 años15.
Se admite fácilmente que haya estado en España, considerando en especial los
lazos familiares que lo ligaban con ese país, y quizá también en Italia. Todo
lo cual resulta bien aceptable, y pudiera ser que se deban a su estancia en
estos países algunas peculiaridades más evidentes de su lenguaje. Aparte, sin
embargo, de este detalle totalmente exterior, la cosa no nos conduce demasiado
lejos, porque en aquellos tiempos, y desde el punto de vista iniciático, ¿qué
podía subsistir en tales países?
Ciertamente,
es necesario dirigir la búsqueda en otra dirección, y al respecto nos parece
que la indicación más exacta nos la provee un pasaje una nota del príncipe
Christian de Hesse-Darmstadt que dice así: “Pasquali sostenía que sus
conocimientos provenían del Oriente, pero es presumible que los haya recibido
de África”, es decir, lo que debe entenderse muy probablemente, de los judíos
sefardíes, que se establecieron en África del norte tras su expulsión de España16.
Esto puede en efecto explicar muchas cosas: en primer lugar, el predominio de
los elementos judaicos en la doctrina de Martines; luego, las relaciones que
parece haber mantenido con los judíos, también sefardíes, de Burdeos, así como
se ha subrayado anteriormente en la presentación de Eleazar como un “judío
español” que hace Saint-Martin; finalmente, la necesidad que tuvo, con vistas
al trabajo iniciático que debía desarrollarse en un ambiente no judío, de
“injertar” por así decir la doctrina recibida de tal fuente sobre una forma
iniciática propagada por el mundo occidental y que, en el siglo XVIII, no podía
ser más que la Masonería.
El
último punto da lugar aún a otros asuntos sobre los que volveremos más
adelante, pero ante todo debemos destacar que el hecho mismo de que Martines
jamás mencione el origen exacto de sus conocimientos, o que se refiera
vagamente al “Oriente”, resulta perfectamente comprensible. Desde el momento
que no podía trasmitir la iniciación tal cual la había recibido, no debía
revelar su origen, lo que habría sido como mínimo inútil. Parece que en sus libros no hizo
alusión expresa a sus “predecesores” más que una única vez, y esto sin agregar
la más mínima precisión, y por ende sin afirmar nada más que la existencia de
una transmisión iniciática17. En todo caso, es bien seguro que la
forma de esa iniciación no era aquella de la Orden de los Elegidos Cohen,
puesto que no existía antes de Martines mismo, y nosotros percibimos cómo la
elabora poco a poco, desde 1754 hasta 1774, sin que haya logrado siquiera
terminar de organizarla completamente18.
Puede
aquí sugerirse un tema que alguien podría objetar, a saber, que si Martines había
recibido la “misión” de parte de alguna organización iniciática, ¿cómo pudo ser
que su Orden no haya estado de algún modo totalmente “preformada” desde el
comienzo, con sus rituales y grados, y que de hecho no haya podido superar
jamás el estado de bosquejo imperfecto, sin incluir nada definitivamente
estable? Indudablemente, muchos de los sistemas masónicos de altos grados que
vieron la luz hacia la misma época padecieron similares situaciones, e incluso
algunos no existieron nunca más que “en los papeles”. Pero si éstos
representaban simplemente las concepciones particulares de un individuo o de un
grupo, no hay en ello nada de sorprendente, mientras que en el caso de la obra
de un representante autorizado de una organización iniciática real parecería que
las cosas debieran haberse desarrollado de manera totalmente diferente. Pero
esto no es más que considerar las cosas de una manera muy superficial: en
realidad, debe tenerse en cuenta por el contrario que la “misión” de Martines
implicaba precisamente un trabajo de “adaptación” tendente a la formación de la
Orden de los Elegidos Cohen, trabajo que no habían podido desarrollar sus
“predecesores” porque, por una u otra razón, no había llegado aún el momento, y
posiblemente porque ni siquiera habrían podido encararlo, y enseguida diremos
el motivo.
Martines
no pudo concluir con el trabajo, pero ello no prueba nada absolutamente en
contra de lo que se encontraba en su punto de partida. En verdad, parecería que
dos fueron las causas que confluyeron para que se diera este jaque parcial: por
un lado, es posible que una serie de circunstancias desfavorables haya
continuamente obstaculizado los propósitos de Martines, y, por otro, también es
posible que él mismo haya sido inferior a los requerimientos que presentaba el
trabajo, a pesar de los “poderes” de orden psíquico que manifiestamente poseía
y que deberían habérselos facilitado, ya sea que los tuviera de manera
totalmente natural y espontánea, como a veces sucede, ya sea, más
probablemente, que los poseyera como consecuencia de una “preparación” recibida
especialmente a tal efecto. El mismo Willermoz reconoce que “sus
inconsecuencias verbales y sus imprudencias le valieron reproches y muchos
contratiempos”19. Al parecer, tales imprudencias
consistieron especialmente en promesas que no podía cumplir, al menos
inmediatamente, y también en aceptar a veces demasiado fácilmente individuos
que no estaban suficientemente “cualificados”. Indudablemente, como muchos
otros, después de recibir la requerida “preparación”, tuvo que actuar por su
cuenta y riesgo. Al menos, no parece haber cometido nunca errores tales que
hicieran que le retiraran la “misión”, ya que siguió activamente su obra hasta
el último momento, y aseguró su transmisión antes de morir.
Por
otra parte, estamos muy lejos de suponer que la iniciación recibida por
Martines superara un grado bastante limitado. En todo caso, no sobrepasaba el
área de los “pequeños misterios”, ni pensamos tampoco que sus conocimientos, si
bien muy reales, hayan tenido verdaderamente el carácter “trascendente” que él
mismo parece haberles atribuido. Hemos expresado nuestra opinión al respecto en
otra ocasión20, donde señalábamos como rasgos
característicos el aspecto de “magia ceremonial” de las “operaciones” rituales,
y la importancia atribuida a resultados de orden puramente “fenoménico”. Sin
embargo, esto no es razón suficiente para reducir a estos últimos, ni con más
razón a los “poderes” de Martines, al rango de simples “fenómenos
metapsíquicos” tal como hoy en día se los entiende. Van Rijnberk, que parece
ser de esta opinión, se ilusiona demasiado sobre el alcance de tales fenómenos,
así como sobre las teorías psicológicas modernas, que en lo que a nosotros
respecta nos es totalmente imposible compartir.
Debemos
aún agregar una consideración más que es particularmente importante, y es el
hecho mismo de que siendo la Orden de los Elegidos Cohen una forma nueva, no le
permitía constituir por sí sólo y de manera independiente una iniciación válida
y regular. Por tal motivo, no podía reclutar miembros más que entre los que ya
pertenecían a una organización iniciática, a la que venía entonces a
superponerse como un conjunto de grados superiores. Y, como ya dijimos
anteriormente, tal organización, que le proveía de la base indispensable que de
otro modo hubiera carecido, debía ser, inevitablemente, la Masonería. En
consecuencia, una de las condiciones requeridas para la “preparación” de
Martines, además de las enseñanzas recibidas de otras fuentes, era la posesión
de los grados masónicos. Esta condición debió con seguridad faltar a sus
“predecesores”, y por ello no habrían podido hacer lo que él hizo.
Efectivamente, como masón, y no de otra manera, se presentó Martines desde el
comienzo, y fue “en el interior” de logias preexistentes donde, como todo
fundador de un sistema de altos grados, emprendió la tarea de levantar, con más
o menos éxito, los “Templos” donde algunos miembros de esas mismas logias,
elegidos como los más aptos, trabajarían de acuerdo al ritual de los Elegidos
Cohen. Al menos sobre este punto no puede haber equívocos: si Martines recibió
una “misión”, ella fue la de fundar un rito o un “régimen” masónico de altos
grados, donde poder introducir, revistiéndolas de forma apropiada, las
enseñanzas a las que había accedido en otra fuente iniciática.
Cuando
se examina la actividad iniciática de Martines, nunca debe perderse de vista lo
que acabamos de decir, o sea, su vinculación doble a la Masonería y a otra
organización mucho más misteriosa, siendo la primera indispensable para que
pudiera desempeñar el papel que le asignaba la segunda. Por lo demás, su misma
filiación masónica encierra algo enigmático acerca de lo cual no hay nada
preciso (lo que por otra parte no resulta excepcional en una época en que la
variedad de ritos y “regímenes” era increíblemente vasta), pero la situación es
anterior a 1754, puesto que desde esa fecha se muestra no sólo como masón, sino
también como revestido de altos grados “escoceses”21.
Esto fue lo que le permitió emprender la constitución de sus “Templos”, con más
o menos éxito en cada caso, “en el interior” de las logias de varias ciudades
del Mediodía francés, hasta el momento en que, en 1761, se estableció
definitivamente en Burdeos. No pensamos que sea necesario recordar aquí todas
las vicisitudes conocidas por las que pasó; recordaremos solamente que la Orden
de los Elegidos Cohen estaba muy lejos entonces de haber logrado su
conformación definitiva, puesto que de hecho ni la lista de los grados, ni con
más razón sus rituales, llegaron nunca a quedar establecidos definitivamente.
El
otro aspecto de la cuestión, según nuestra óptica, es el más importante. Es
esencial ante todo destacar que el mismo Martines nunca tuvo la pretensión de
ser el jefe supremo de una jerarquía iniciática. Su título de “Gran Soberano”
no es objeción válida, ya que la palabra “Soberano” aparece también en los
títulos de diversos grados y funciones masónicas, sin que en realidad esto
implique de ninguna manera que quien lo lleve esté exento de toda
subordinación. Entre los mismos Elegidos Cohen, los “Réaux-Croix” también se
calificaban como “Soberanos”, y Martines era “Gran Soberano” o “Soberano de los
Soberanos” porque su jurisdicción se extendía sobre todos los demás. Por otra
parte, la mejor prueba de lo que acabamos de decir se encuentra en este pasaje
de una carta de Martines a Willermoz, fechada el 12 de septiembre de 1768: “La
apertura de las circunferencias que realicé el 12 de septiembre pasado fue al
solo efecto de abrir la operación de los equinoccios prescritos, para no faltar
a mi obligación espiritual y temporal. Quedan abiertos hasta los solsticios, y
controlados por mí, a fin de estar preparado a operar y rezar en favor de la
salud y tranquilidad de ánimo y espíritu de ese jefe principal que os es tan
desconocido a vos como a todos vuestros hermanos Réaux-Croix, y que yo debo
callar hasta que él mismo se haga conocer. No temo ningún acontecimiento
negativo, ni para mí en particular, ni para la Orden en general, por lo mucho
que la Orden perdería si tuviera que perder a un jefe así. No os puedo hablar
sobre este tema sino alegóricamente”22. Luego Martines, según sus propias
declaraciones, no era de ningún modo el “jefe principal” de la Orden de los
Elegidos Cohen; pero como vemos a Martines constituir personalmente y bajo
nuestros ojos a la Orden, dicho jefe no podría ser más que el o los jefes de la
organización inspiradora de la nueva formación. ¿Y acaso el temor de Martines
no sería el de que de desaparecer ese personaje se interrumpieran
prematuramente ciertas comunicaciones? Por otra parte, es muy evidente que la
forma en que es presentado sólo puede aplicarse a un hombre vivo, y no a una
entidad más o menos fantasmagórica. Lo que decimos no es nada superfluo,
conociendo la manera en que los ocultistas han difundido tantas otras ideas
extravagantes parecidas a ésta.
Quizá
podría aún decirse que se trataba solamente del jefe oculto de alguna
organización masónica23; pero esta hipótesis se descarta por
otro documento que aporta van Rijnberk, que es un resumen hecho por el barón de
Türkheim de una carta que le enviara Willermoz el 25 de marzo de 1822, que
comienza así: “En lo referente a Pasqualy, éste siempre había dicho, en su
calidad de Soberano Réaux constituido como tal para su región, que comprendía
toda Europa, que él podía establecer y sostener sucesivamente doce Réaux, que
habrían estado bajo su dependencia y que él llamaba sus Émulos”24.
De lo que se desprende que Martines debía sus “poderes”, por otra parte
cuidadosamente delimitados, a una organización existente fuera de Europa, caso
que no era el de la Masonería en esa época25,
porque si hubiera estado localizada en la misma Europa, la “delegación”
conferida a Martines no hubiera podido implicar una verdadera “soberanía”.
Por
el contrario, si es exacto lo que dijimos del origen sefardí de la iniciación
de Martines, tal sede podría perfectamente ubicarse en África del Norte, y en
realidad ésta es la hipótesis más verosímil. Pero, en tal caso, es claro que no
podría tratarse de una organización masónica, y que no es por ese lado donde
debe buscarse la “potencia” que había revestido a Martines como “Soberano
Réaux” para una región que coincidía con el área de influencia de la Masonería
en su conjunto, lo que justificaba, por otra parte, la fundación realizada por
él, bajo la especial forma de un “régimen” de altos grados, de la Orden de los
Elegidos Cohen26.
No
puede negarse que el fin de esta Orden sea menos oscuro que sus comienzos. Los
dos sucesores de Martines no ejercieron por mucho tiempo la función de “Gran
Soberano”, pues el primero, Caignet de Lestère, murió en 1778, cuatro años
después que Martines, y el segundo, Sébastien de Las Casas, se retiró dos años
después, en 1780. ¿Qué subsistió después como organización regularmente
constituida? Parece ser que, efectivamente, no se conservó demasiado, y que en
algunos “Templos” se mantuvieron hasta un poco más allá de 1780, sin tardar en
cesar toda actividad. En cuanto a la designación de otro “Gran Soberano” tras
el retiro de Sébastien de Las Casas, no se la menciona en ninguna parte. Sin
embargo, hay una carta de Bacon de La Chevalerie, del 26 de enero de 1807, que
habla del “silencio absoluto de los Elegidos Cohen, que actúan siempre con la
mayor reserva ejecutando órdenes supremas del Soberano Maestro, el G .·. Z .·.
W .·. J .·.. Pero ¿qué puede deducirse de tan bizarra como enigmática
expresión, y posiblemente nada más que fabuladora? En todo caso, en la carta de
1822 recientemente citada, Willermoz declara que de todos los Réaux que había
conocido personalmente, ninguno quedaba con vida, de manera que le resultaba
imposible indicar alguno después de aquél. Y si ya no quedaban más
“Réaux-Croix”, tampoco era posible ninguna transmisión para perpetuar la Orden
de los Elegidos Cohen.
Fuera
de la “supervivencia directa”, según expresión de van Rijnberk, éste considera
todavía la posibilidad de una “supervivencia indirecta”, consistente en lo que
denomina las dos “metamorfosis willermosista y martinista”, pero es un error
que hay que disipar. El Régimen Escocés Rectificado no es de manera alguna una
metamorfosis de los Elegidos Cohen, sino en realidad una derivación de la
Estricta Observancia, lo que es completamente diferente. Y si es verdad que
Willermoz, por el papel preponderante que jugó en la elaboración de los
rituales de sus grados superiores, y particularmente en aquel del “Caballero
Bienhechor de la Ciudad Santa”, pudo introducir algunas de las ideas que había
tomado de la organización de Martines, no lo es menos que los Elegidos Cohen,
en su gran mayoría, le reprocharon ásperamente el interés que tenía hacia otro
rito, lo que a sus ojos representaba casi una traición, así como reprochaban a
Saint-Martin una cambio de actitud de otro tipo.
Respecto
del caso de Saint-Martin, nos demoraremos un poco, aunque no sea más que por el
hecho de todo lo que se pretende derivar de él en nuestra época. La verdad es
que si Saint-Martin abandonó todos los ritos masónicos que había practicado,
incluso el de los Elegidos Cohen, fue para adoptar una actitud exclusivamente
mística y, por tanto, incompatible con la perspectiva iniciática y que, en
consecuencia, no fue sin duda para fundar a su vez una nueva orden. En efecto,
el nombre de “Martinismo”, de aplicación exclusiva en el mundo profano, no se
aplicaba sino a las doctrinas particulares de Saint-Martin y de sus adherentes,
ya en relación directa con él o no. Lo más significativo es que el mismo
Saint-Martin llegó a denominar “martinistas”, no sin un dejo irónico, a los
simples lectores de sus obras. Pese a todo, parecería que alguno de sus
discípulos ha recibido individualmente cierto “depósito” de su parte, que por
otro lado, a decir verdad, estaba constituido solamente por “dos letras y
algunos puntos”, y tal es la transmisión que se habría verificado en los comienzos
del “martinismo” moderno. Pero, y aunque la cosa fuera real, ¿cómo una
transmisión de este tipo, efectuada al margen de todo rito, puede representar
una iniciación cualquiera? Las dos letras en cuestión son las iniciales S. I.,
las que, cualquiera sea la interpretación que se les asigne (y las
interpretaciones son muchas), parecen haber
ejercido una verdadera fascinación sobre algunos; pero, en el caso que
nos ocupa ¿de dónde podrían provenir? Con toda seguridad, no se trata de una
reminiscencia de los “Superiores Incógnitos”27
de la Estricta Observancia. Además, no es necesario ir a buscar tan lejos
cuando algunos Elegidos Cohen usaban estas iniciales en su propia firma. Van
Rijnberk formula al respecto una hipótesis muy plausible, según la cual habrían
sido el signo distintivo del “Soberano Tribunal” encargado de la administración
de la Orden (y del cual formaban parte el mismo Saint-Martin y también
Willermoz), por lo que no habría significado un grado sino una función.
Sin
embargo, en estas condiciones, podría parecer extraño que Saint-Martin haya
elegido tales iniciales en vez de, por ejemplo, R. C., a menos que no hubieran
contenido por sí algún significado simbólico propio, de donde en definitiva
derivarían sus diferentes usos. Como quiera que sea, es un hecho curioso, que
demuestra que efectivamente Saint-Martin les atribuía cierta importancia, y es
que en su Crocodile formó con esas
iniciales la denominación de una imaginaria “Sociedad de los Independientes”,
que por otra parte no es verdaderamente una sociedad ni tampoco una
organización cualquiera, sino una especia de comunidad mística presidida por
Madame Jof, es decir, por la Fe personificada28.
Otra
cosa muy extraña es que hacia el final de la historia, un judío, Eleazar, fuera
admitido en esta “Sociedad de los Independientes”. Sin duda puede verse allí
una alusión, no a algo que se refiera personalmente a Martines, sino más bien
al paso de Saint-Martin desde la doctrina de los Elegidos Cohen a ese
misticismo en el que habría de encerrarse durante la última parte de su vida.
Comunicando a sus discípulos más cercanos las iniciales de S. I. como una
especie de signo de reconocimiento, ¿no querría decir de alguna manera que
ellos podían considerarse miembros de lo que él hubiera querido representar
como la “Sociedad de los Independientes?"
Estas
últimas observaciones harán comprender sin duda porqué estamos muy lejos de
compartir las opiniones demasiado “optimistas” de van Rijnberk cuando,
preguntándose si la Orden de los Elegidos Cohen “pertenece completa y
exclusivamente al pasado” se inclina por la negativa, aún reconociendo la
ausencia de toda filiación directa, que es lo único que debe considerarse en el
dominio iniciático. El Régimen Escocés Rectificado sigue de todas maneras
existiendo a pesar de lo que estamos diciendo. Y en cuanto al “Martinismo”
moderno, podemos asegurar que tiene muy poco que ver con Saint-Martin, y
absolutamente nada con Martines y los Elegidos Cohen.
Publicado originalmente en “Études
Traditionelles”, mayo-julio de 1936.
Dialogo Entre Masones
Dialogo Entre Masones
1 Ver Cap. VI.
2 Un
thaumaturge au XVII siècle: Martines de Pasqually, sa vie, son oeuvre, son
Ordre,
(Félix Alcan, Paris)
3 Señalemos de paso un pequeño error: van
Rijnberk, al hablar de sus predecesores, atribuye a René Philipon los apuntes
históricos firmados “Un Caballero de la Rosa Floreciente” incluidos como
prefacio en las ediciones de Enseignements
secrets de Martines de Pasqually de Franz von Baader, publicado en la
“Biblioteca Rosacruz”. Asombrados por
tal afirmación, sometimos al propio Philipon el asunto, y nos contestó que
únicamente había traducido el opúsculo de von Baader, y que, como pensábamos,
las dos notas pertenecen a Albéric Thomas.
5 “Le mariage de Martines de Pasqually”
(le Voile d’Isis, enero 1930)
6 Se notará que aquí se escribe Delyoron
cuando en el certificado de bautismo figura Delivon (o podría ser Delivron).
Este nombre, intercalado entre dos nombres propios no parece ser un verdadero
apellido. Por otra parte, apenas vale
recordar que la separación de las partículas (que no constituían
obligatoriamente una señal de nobleza)
era en tal época absolutamente discrecional.
7 También es verdad que en Sto. Domingo había parientes de su
mujer, de manera que podría ser que la herencia proviniera de esa partida. Sin
embargo la carta publicada por Papus, sin llegar a ser totalmente clara, está
mas bien a favor de la hipótesis, ya que de ninguna manera resulta que sus dos
cuñados, residentes en Sto. Domingo,
tuvieran algún interés por la “donación” que les habría sido hecha.
9 Veamos otra singular similitud:
Saint-Martin representa a Las Casas, el amigo del judío Eleazar, como habiendo
sido despojado de sus tesoros. Martines,
en la carta que mencionamos, dice: “Es
ese país (es decir, Sto. Domingo) se me ha efectuado una donación de un bien
importante que debo rescatar de las manos de un hombre que lo posee
injustamente”; y da la casualidad que
esta carta fue escrita bajo el dictado de Martines, por el propio Saint-Martin.
10 Este año 1767, es el mismo año del
casamiento de Martines, por lo tanto es bastante probable que los dos hermanos
domiciliados en Santo Domingo, por quienes él habría llegado a París para
solicitar la cruz de San Luis, no sean en realidad más que los dos cuñados
"potentemente ricos" de que se trata, como ya dijimos, en la carta
del 17 y 30 de abril de 1772, citada por Papus (Martines de Pasqually, pág. 58). Además, esto tiene aún otra
confirmación en el hecho de que, en otra carta del 1° de noviembre de 1771, se
lee esta frase: "Os comunico que finalmente he obtenido la cruz de San
Luis para mi cuñado" (Ibid., pág. 55). Él no la había entonces obtenido,
al menos para uno de ellos, inmediatamente
en 1767, contrariamente a lo que escribe Willermoz, cuya memoria pudo
traicionarlo sobre este punto. Es sorprendente que a van Rijnberk no se le haya ocurrido efectuar estas
aproximaciones que nos parecen aclarar suficientemente la cuestión, por otra
parte absolutamente secundaria.
11 Subrayemos otra particularidad, de la
cual no pretendemos sin embargo extraer consecuencia alguna: Falcke habla en
tiempo presente de Martines, que debía ya haber fallecido hacía cinco años.
12 “Os informo además que he librado
patentes constitutivas a mi primo Cagnet". Carta del 1° de noviembre de
1771, citada por Papus, Martines de
Pasqually, pág. 56.
13 Extracto publicado por Papus, Martines de Pasqually, pág. 124
14 Por otra parte, no hay que creer que,
cuando Martines habla de China, deba esto tomarse siempre al pie de la letra,
porque, tal como señaló Le Forestier, Martines emplea la palabra “chino” como
una especie de anagrama de “Noaquita”.
15 Esto, entiéndase bien, con la reserva
propia de que los viajes en cuestión, en lugar de atribuirse enteramente a este
personaje, quizá debieran serlo a su iniciador.
16 Los trescientos años de que habla Falcke
coinciden aproximadamente con la época de la expulsión de los judíos de España,
De todos modos, no queremos decir que haya que atribuir mayor importancia a
este particular.
17 “Nunca intenté inducir a nadie a error,
ni tampoco engañar a personas que de buena fe se acercaron a mí para asimilar
los conocimientos que me trasmitieron mis predecesores”. Citado por Papus, Martines de Pasqually, pág. 122)
18 Cuando Willermoz dice que “había
sucedido al padre en su ministerio”, no debe interpretarse, como lo hace
demasiado apresuradamente von Rijnberk, “como Maestro Soberano de la Orden”,
Orden de la que en ese entonces ni siquiera se había oído hablar.
19 Carta ya citada dirigida al barón de
Türkheim, en julio de 1821.
20 “Un nouveau livre sur l’Ordre des Elus
Cohen”, número de diciembre de 1929.
21 De todas maneras, debemos manifestar
nuestras reservas sobre el carácter masónico atribuido al “Caballero de la Rosa
Floreciente” y su título de “Escudero”: si bien es cierto que se trataba del
nombre de un grado escocés (grado que se conservó hasta nuestros días en el
Régimen Rectificado), en el caso de Martines, su mención en los documentos
oficiales profanos parecería mas bien indicar que se trataba simplemente de un
título nobiliario. Sin embargo, también
es verdad que una cosa no excluye la otra.
22 Cita de P. Vulliaud, Les Rose-Croix lyonnais au XVIII siècle,
pág. 72. Verdaderamente no sabemos porqué, a este propósito, habla Vulliaud de “Superiores Incógnitos”,
hasta llegar a afirmar que Martines se refiere a ellos en la carta, cuando la
misma no contiene la menor alusión a una denominación de ese tipo.
Por otra parte, cuando Martines se expresa “alegóricamente” es muy probable
que quiera decir “enigmáticamente”, ya que en todo lo que dice no hay huella
alguna de “alegoría”.
23 Si así fuera, se identificaría quizá,
para algunos, con el pretendiente al trono de Carlos Eduardo Estuardo, a
quienes se ha atribuido bien o mal un papel similar. Si aludimos a ellos es
porque la cosa podría asumir algún viso de verosimilitud por el hecho de que el
“Caballero de la Rosa Floreciente” habla de las “señales de estima y de
reconocimiento que el pretendiente Estuardo parecía testimoniar a Martines” en
la época cuando se presentó ante las logias de Toulouse, es decir, en 1760,
ocho años antes de la carta que venimos de citar. Pero lo que sigue demostrará
que debe tratarse realmente de otra cosa.
24 Se trata de los también llamados
“Soberanos”, como ya dijimos. Nótese el número de doce que reaparece
constantemente cuando se trata de la constitución de centros iniciáticos,
cualquiera sea la forma tradicional a que pertenezcan.
25 Es inútil referirse aquí a América que,
por ese entonces, desde el punto de vista masónico, no era sino una simple
“dependencia” de Europa.
26 Las palabras de Willermoz parecen
indicar que la región puesta bajo la autoridad de Martines no se reduciría
exclusivamente a Europa. En efecto, la misma debería abarcar también América,
como demuestra la importancia que posteriormente asumió Santo Domingo en la
historia de su vida y de la Orden. Lo que confirma aún más el hecho de que el campo de acción que se le había atribuido
coincidía con el grupo de países en los que existía la Masonería, y donde ésta
constituía la única organización iniciática subsistente por ese entonces que
pudiera proporcionar una base para el trabajo que se le había encomendado.
27 “Superieurs
Inconnus” en el texto (N.del T.)
28 Por su parte, también Willermoz usó de las mismas
iniciales para denominar como “Sociedad de los Iniciados” al grupo, esta vez
muy real, que fundó para el estudio de ciertos fenómenos.
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