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martes, 23 de julio de 2013

LOS MASONES Y LA INDEPENDENCIA DEL PERU (1 DE 5)

LOS MASONES Y LA INDEPENDENCIA DEL PERU (1 DE 5)
Herbert Oré Belsuzarri.
Lo que acontecía en Europa y América, especialmente entre los ingleses y españoles, era que, en 1776 Inglaterra había perdido las 13 colonias de Norteamérica, que se habían independizado (EE.UU) y necesitaba nuevos mercados que supla los perdidos. Centro y Sur América estaba en manos de los españoles y el comercio se limitaba al contrabando, redituable, pero no era suficiente. Entonces Inglaterra, planifico estrategias para ganar estos mercados y dentro de ello, utilizó a la masonería para inculcar ideas independentistas en los jóvenes criollos que venían de las colonias españolas, para estudiar en España y otros países europeos. Estos, al retornar a los virreinatos españoles fueron propagando las ideas de independencia y también propiciaron la creación de logias, un ejemplo de esto son las “Logias Lautaro”.

Éstas Logias, tenían una meta específica, en éste caso la independencia de las colonias españolas, una vez logrado el objetivo las Logias se disolvían.

Los principales patriotas americanos eran Masones, que, imbuidos del ejemplo de los EE.UU y los ideales de la Revolución Francesa que hicieron suyo la predica de Libertad, Igualdad, Fraternidad, 1 hombre = 1 voto, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, los escritos de Voltaire y Rousseau, llegaron a través de ciudadanos europeos que vivían en las colonias españolas y con los criollos que retornaban de Europa, la mayoría de ellos vinieron a América para luchar por su independencia: Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Sucre, Bernando O´Higgins Riquelme, José de San Martín, Manuel Belgrano, Juan Pablo Vizcardo y Guzman, Pablo de Olavide, Francisco de Zela, José Gabriel Condorcanqui, Mateo Pumacahua, Alvear, Monteagudo y otros, eran masones. Una vez lograda las distintas independencias, Inglaterra fue el primer país en reconocerlas, así enviaba un embajador y entablaba relaciones comerciales y diplomáticas bilaterales. No es casual que la mayoría de los países latinoamericanos festejaran el mismo año el bicentenario de sus respectivas independencias 1810-2010 (Venezuela, Argentina, Colombia, Ecuador, Chile y México), así como no fue casual, el abrazo masónico de Simón Bolívar y San Martín en Guayaquil.

La masonería hizo su aparición pública y oficial en 1717, con la fundación de la Gran Logia de Londres. A partir de entonces se expandió rápidamente por el resto de Europa y también en Norte América, ganando adeptos en la aristocracia, la alta burguesía y los intelectuales.

Aunque se trataba de una organización fraternal sin objetivos políticos pronto se la responsabilizaría por el evento político más trascendente de la edad moderna: la Revolución Francesa. Quien articuló de manera más efectiva la teoría del gran complot masónico fue el Abate Augustin de Barruel (1741-1820) en sus Memorias para servir a la Historia del Jacobinismo. Según Barruel, el jacobinismo era una conspiración ente los masones franceses, los iluministas de Baviera, los sofistas y enciclopedistas (de Voltaire a Diderot). Lo interesante es que este autor, un devoto defensor del “legitimismo”, hacía una clara distinción entre la masonería inglesa y la masonería continental. En su  opinión los masones ingleses eran “hombres honrados, excelentes ciudadanos de todo  estado y condición, que tienen por honor ser masones y que no se distinguen de los demás sino por unos vínculos que parecen estrechan más los de la beneficencia y de la caridad  fraternal.” La masonería inglesa era “simbólica” y contemplaba sólo tres grados –aprendiz, compañero y maestro– mientras que en el continente, especialmente en Francia, se había popularizado un sistema masónico diferente conocido como el Rito Escocés, con treinta grados adicionales y una mitología templaria. Barruel culpaba a esta variante de la masonería, a la que llamaba tras-masonería, de haber provocado y liderado la Revolución Francesa. Según el Abate, los masones ingleses no estaban “iniciados en los últimos misterios de la secta” que consistían en los principios de igualdad, fraternidad y libertad (lema de la Revolución Francesa) y en un plan de guerra “a Cristo y a su culto; guerra a los reyes y a todos los tronos.” Estos secretos supuestamente sólo se adquirían en los grados superiores del Rito Escocés.

Algunas de las opiniones de Barruel quedaron desvirtuadas, ya que en la misma Francia revolucionaria había masones con agendas diametralmente opuestas. Lo que si está claro, es que durante este período, los masones franceses, especialmente los de alto grado, conspiraron activamente en contra de la monarquía, mientras que los masones ingleses se mantuvieron leales a la corona. Con el tiempo la Revolución Francesa terminó en el Imperio Bonapartista y fue aquí donde la masonería adquirió su máximo poder político. En 1804, Napoleón se coronó Emperador de Francia y su hermano José se convirtió en el Gran Maestre del Gran Oriente, máxima autoridad de la masonería francesa. A pesar de que durante su exilio en Santa Elena, Napoleón se refirió a los masones como un grupo de imbéciles, reconoció el importante papel que jugaron durante la revolución y bajo su propia administración. Por otra parte, todos sus hermanos eran masones y la mayoría de los ministros de su gabinete y gran número de oficiales del ejército imperial ocupaban importantes cargos en el Gran Oriente de Francia. Y aunque nadie ha podido confirmar que Napoleón fuera masón “ningún otro régimen de Europa contribuyó tanto como el suyo al desarrollo e implantación de la masonería.” En esa época, el único otro país donde la masonería poseía una influencia política similar eran los Estados Unidos.


A fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, cuando estallan los primeros movimientos emancipadores en América, la masonería verdaderamente política no era la inglesa sino la francesa, primero revolucionaria y luego bonapartista. Su influencia y sus vínculos eran poderosos y se extendían fuera de Francia. De hecho, los primeros movimientos revolucionarios en las colonias españolas y portuguesas –la de Nariño en Bogotá en 1794, la de Gual y España en Caracas en 1797 y la de Pernambuco en 1801– fueron liderados por masones con fuertes vínculos con sus hermanos franceses. Los masones pernambucanos incluso llegaron a solicitar la protección de Napoleón, quien ya era el Primer Cónsul de Francia (Emilio Ocampo, Inglaterra, la Masonería y la Independencia de América, Pág. 3 al 5).

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