Al hablar de historia siempre surge la pregunta, inevitable, de hasta qué punto estamos elaborando realmente pensamiento histórico (historiográfico) o, por el contrario, si nuestra tarea es más bien una de la memoria. El discurso histórico, como producto del pensamiento humano, nace de la selección, elección, descarte y filtrado. La historia, el pasado, se elabora, se crea, con un discurso del presente, tiempo éste que es el que nos permite seleccionar, ver y ocultar, crear, recrear o relegar al olvido. La historia, lo que realmente fue , se convierte en memoria, en eterno presente y más vale para pensar sobre la forma en la que percibimos nuestra realidad, que para conocer realidades ya inalcanzables.
Dicho esto, el propósito de esta Plancha es, precisamente, ofrecer una reflexión histórica y, como tal, deberá ser tomada con las cautelas señaladas. Su objeto es brindar una reflexión sobre el papel de la Masonería y el pensamiento Masónico en la conformación, difusión y consolidación de determinadas ideas de pensamiento social y político.
Unos propósitos sin duda, demasiado ambiciosos, así que nos limitaremos a definir ciertos pilares y a sembrar determinados planteamientos.
El siglo XVIII en Europa fue un siglo de nacimientos y despertares. Tras un XVII de dificultades económicas y sociales, el mundo parecía abrirse a nuevas formas de crecimiento, al auge y consolidación de nuevas clases sociales y nuevos pensamientos e ideas que demandaban nuevas formas sociales y políticas.
Es el famoso siglo de "las Luces", pero también el de las raíces del oscuro Romanticismo decimonónico; es el siglo de las raíces del pensamiento liberal y también del pensamiento conservador; es el siglo del pensamiento del progreso y el de la nostalgia por pasados medievales o por primitivos mundos orientales; el siglo del pensamiento de la Ilustración, del avance progresivo de la razón y el del avance progresivo de irracionalismos.
En definitiva, fue un siglo de blanco y negro, de muertes y orígenes, de finales y nacimientos y, con ello, un siglo de posibilidades infinitas, de ilusión, de proyección. En el que todo parecía abierto y posible; incluso parecía posible lo contrario a lo soñado.
Nosotros aquí nos quedaremos meciendo en los dulces aromas del ensueño de lo posible, y como este es un espacio de pensamiento realmente libre y como la historia no es sino la selección de pasados, nos tomaremos la libertad de recrearnos con una sola de estas ráfagas. La de las formas de pensamiento venidas de la mano de un mundo de mentalidades muy particular inspirado en los principios de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
La gran novedad del siglo XVIII es, precisamente, la aportación de estos principios al pensamiento político y a las ideas destinadas a modelar sociedades y mentalidades colectivas. Vinculados a ellos estaba, por un lado, la idea de individuo como ser autónomo, responsable, dotado de libertad e integridad. Pero no aislado. Este nuevo individuo, aún en estado de gestación, será siempre parte de una sociedad a la que cuidar y que le cuida, con responsabilidad mutua. Un individuo que no es súbdito ni fiel, sino parte de una comunidad de "ciudadanos", de los gérmenes de las futuras "naciones de ciudadanos" (recordemos que, en nuestro derecho a elegir solo nos vamos a recrear en una de las muchas visiones, también de la nación).
Estas nuevas ideas bebían de muchas fuentes, se alimentaban de muchos cambios y alimentaron otros muchos y tuvieron como vehículo conductor nuevas formas de reunión, lo que se viene a denominar "formas de sociabilidad", que no solo les servían como vehículo sino que eran su más clara y perfecta expresión práctica. Una de esas formas clave de sociabilidad que sirvieron como vehículo y motor de la difusión de unos nuevos y "revolucionarios" conceptos para la comprensión del mundo social, político y humano fueron las Logias Masónicas.
En España, la primera Logia constituida con arreglo a las constituciones de Anderson data de 1728, cuando se funda la Respetable Logia Matritense o de las Tres Flores de Lys. En 1751 (cuando Fernando VI proscribe la Masonería en España), al parecer, eran 97 ya las Logias existentes, con una presencia además muy destacada en las provincias de Ultramar.
La España de aquel tiempo era una Monarquía de Antiguo Régimen muy Antiguo y muy Régimen que mantenía una Inquisición muy activa y muy poco espacio para un pensamiento que fuera más allá de los cerrados muros de la clandestinidad (pese a lo cual supo mantener una actividad muy intensa que tuvo su culmen en 1780, con la fundación del Gran Oriente Nacional de España por el conde de Aranda). Unos muros que, además, se hicieron aún más gruesos con el estallido de la Revolución en la cercana Francia, para llegar hasta abandonar la piedra originaria y convertirse en férreos.
Unos años más tarde, las invasiones napoleónicas sumirán ese país, cerrado y bloqueado, en un caos que permite la eclosión y salida a la luz (como en una auténtica olla a presión) de ideas que llevaban cocinándose prácticamente una centuria.
Por un lado, el levantamiento popular contra el invasor francés constituyó, en todo su esplendor, un auténtico estallido en defensa del Antiguo Régimen y muy poco tuvo de nacionalista en sus bases (en el sentido decimonónimo) y liberador. Pero en su seno crecieron y quisieron consolidarse nuevas formas de pensamiento como las plasmadas en la Constitución de 1812, la Pepa, que sería tomada como modelo de constitución liberal para todos los progresistas europeos de la primera mitad del siglo XIX . Fueron diputados en las Cortes de Cádiz los Hermanos don Diego Muñoz Torrero, el conde de Toreno, Argüelles, Calatrava, Isidoro Antilló o Agustín García Herreros. Aunque, curiosamente, las propias Cortes, confirmaron el decreto de Fernando VI por el que la Masonería quedaba proscrita en España. Al fin y al cabo, las Cortes querían ver regresar a Fernando VII, el rey por el que lloraba el pueblo y, una vez aquí, convertirlo en rey constitucional. Todo poquito a poquito. Estamos en tiempos de sueños, no lo olvidemos.
Por otro lado tenemos a los afrancesados. Con la coronación de José Bonaparte fue abolida la Inquisición y comenzó para la Masonería española su primera época de plena libertad .
Cuando finalmente Fernando VII, el Deseado, acabó recuperando el trono cedido a José Bonaparte comenzó un periodo de neoabsolutismo que se encargó de volver a forrar de piedra los muros de hierro con núcleo de piedra, un periodo oscuro que se extendió hasta 1833 y durante el cual la Masonería volvió a ser perseguida y a tornar a la clandestinidad (con el breve destello del llamado Trienio Liberal de Riego). Periodo de exilio terrible para liberales y muchos de nuestros Hermanos.
Tras la muerte del rey, la prohibición continuó durante la regencias de María Cristina (de 1833 a 1840) y de Espartero (1840 a 1842), así como durante el reinado de Isabel II (de 1843 a 1868). No obstante, a partir del 33 el clima de cierta apertura política permitió que muchos hermanos regresaran del exilio y el desarrollo de nuevas formas de pensamiento. Algunas de ellas se vieron plasmadas, en forma práctica, en nuevas formas de sociabilidad como Ateneos, Círculos o Liceos similares a sus homólogos europeos (como los clubs ingleses o los “cercles” franceses) en cuya fundación y desarrollo jugaron un papel clave muchos de los Hermanos que nos acompañan en la Cadena de Unión.
Estos círculos, por un lado, ayudaron a la conformación progresiva de un espacio "público" o "civil" y, por otro, suponían la plasmación práctica de unos principios abstractos: los de Libertad, Igualdad y Fraternidad que se intentaba también trasladar al terreno de lo político y lo social. Eran la realización práctica, a modo de “microsociedad modelo”, de los ideales y el medio a través del cual se intentaba conformar nuevas formas de realidad social basadas en el uso de la palabra, en el respeto y en la libertad para la conformación de una nueva sociedad “de ciudadanos” en la que dominaba el concepto de lo público (la “sociedad civil” formada y con opinión formada).
Como decíamos al principio, era un tiempo de sueños y posibles, un mundo abierto en el que el cambio y la posibilidad del cambio se consideraban como reales. Un tiempo de confianza ciega en el hombre y en el progreso.
El hombre, pensaban, debía ser redescubierto en su individualidad y en el infinito universo de posibilidades abiertas por ella. Y creían en la palabra como expresión de la razón universal. La palabra, libre, la palabra liberada de oscurantismos e iluminada por el conocimiento y la información, la palabra expresada en un espacio público, definido por la Igualdad y Libertad, había de ser el motor que llevara al hombre al progreso y la que abriera nuevos universos de Fraternidad.
Estos microespacios eran una traslación práctica de principios universales en los que se creía hasta tal punto de entregarse si era necesario al exilio. El compromiso vital con el sueño y el trabajo.
Hermanos, la historia es una disciplina árida, pero aquí me he permitido la licencia de tomarla y tratarla como un juego de la memoria que la dulcifica y nos permite reflexionar sobre el presente. Como señalaba antes, en nuestra Cadena de Unión no solo nos reunimos los Hombres y Mujeres reunidos físicamente en el Templo, sino que unimos nuestras manos, almas y corazones con Hombres y Mujeres de todos los tiempos, pasados y futuros.
Abramos nuestros corazones a sus sueños, aspiremos la firme creencia en el Hombre y renovemos el compromiso con la Palabra como herramienta del Masón. Renovemos diariamente el compromiso con la Libertad, con la conformación de espacios abiertos basados en el respeto. Renovemos el compromiso por el trabajo y el compromiso con el Hombre.
He dicho,
Hoja
M.:M.:
http://colectaneamasonica.blogspot.com/2011/05/la-masoneria-en-los-siglos-xviii-y-xix.html
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