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miércoles, 2 de diciembre de 2015

¿Qué enigmas se esconden tras la figura de este personaje bíblico llamado Abraham? (2)

¿Qué enigmas se esconden tras la figura de este personaje bíblico llamado Abraham? (2)

Las antiguas tradiciones nos dicen que la escritura se inventó 2.000 años antes de la creación del mundo, mediante un libro que tenía la forma de una piedra de zafiro. Un ángel llamado Raziel, el que se sentaba junto al río que brotaba del Edén, entregó este extraño libro a nuestro primer antepasado, Adán. Debía de ser algo especial, pues no sólo contenía todo lo que valía la pena saber, sino que predecía también todo lo que sucedería en el futuro. El ángel Raziel aseguró a Adán que encontraría en el libro todo «lo que te sucederá hasta el día que mueras». Pero no sólo Adán se había de beneficiar de este libro milagroso, sino también sus descendientes, entre ellos Abraham: “También tus hijos, que vendrán después de ti, hasta el último de la raza, sabrán por este libro lo que habrá de pasar cada mes y lo que habrá de pasar entre el día y la noche; a cada uno le será conocido (…) si habrá de padecer desventuras o hambre, si el trigo será abundante o escaso, si habrá lluvia o sequía“. Debemos buscar a los autores de tal obra entre las huestes celestiales, pues después de que el arcángel Raziel se lo entregase a Adán, e incluso le leyera textos del libro, sucedió algo maravilloso: “Y en la hora en que Adán recibió el libro surgió un fuego en la orilla del río, y el ángel ascendió al cielo entre las llamas. Entonces supo Adán que el mensajero era un ángel de Dios, y que el libro se lo había enviado el santo Rey. Y lo conservó con santidad y con pureza“. Se recuerdan, incluso, detalles concretos del contenido del curioso libro. En el libro estaban grabados los símbolos superiores de la sabiduría sagrada, y en él se contenían setenta y dos especies de conocimientos, divididas en 670 símbolos de los misterios superiores. También estaban escondidas dentro del libro 1.500 claves que no se confían ni a los santos del mundo superior. Adán leyó el libro con gran diligencia, pues sólo a él le otorgaba el poder de dar nombre a todos los objetos y a todos los animales. Pero cuando pecó, el libro «salió volando de entre sus manos». Adán lloró amargamente y se sumergió hasta el cuello en las aguas de un río. Cuando su cuerpo se quedó hinchado y reblandecido, el Señor tuvo misericordia de él. Mandó al arcángel Rafael que descendiese hasta Adán y que le devolviese la maravillosa piedra de zafiro. Adán legó el libro mágico a su hijo de diez años Set. Adán no sólo le habló de «la fuerza del libro», sino también de «en qué consistía su poder y su maravilla. También le habló de cómo había usado él el libro, y le dijo que lo había escondido en una fisura de las rocas». Por último, Set recibió instrucciones sobre el modo de usarlo y para «conversar con el libro».

Uno sólo podía acercarse al libro con veneración y con humildad. Por otra parte, no debía comer cebolla, ni ajo, ni otras especias antes de usarlo, y debía lavarse a fondo antes de hacerlo. Adán grabó bien en la mente de su hijo que éste no debía acercarse nunca al libro con ánimo frívolo. Set siguió las instrucciones de su padre, aprendió durante toda su vida de la piedra sagrada de zafiro y «construyó finalmenteun cofre de oro; guardó en él el libro y escondió el cofre en una cueva en la ciudad de Enoc». Allí permaneció hasta que «al patriarca Enoc se le reveló en un sueño el lugar donde estaba escondido el libro de Adán». Enoc, que era el hombre más sabio de su época, fue a la cueva y esperó. «Lo hizo de tal modo que las gentes de ese lugar no advirtieran nada» y «en el momento mismo en que le quedó claro el significado del libro, se le encendió una luz». Enoc supo entonces todos los caminos de las estaciones, de los planetas, y supo también el nombre de cada ciclo y de cada órbita, y conoció a los ángeles que dirigen sus cursos. Todo esto puede leerse en los Relatos judíos de la Antigüedad. Pero, ¿qué fue del libro? Con la ayuda del arcángel Rafael llegó a manos de Noé. Rafael le explicó el modo de utilizarlo. El libro seguía estando «escrito sobre una piedra de zafiro», y Noé, que volvió a fundar la humanidad después del diluvio, aprendió a comprender, con su ayuda, los cursos de todos los planetas, así como «los cursos de Aldebarán, Orión y Sirio». También aprendió de él «los nombres de todas las diferentes esferas del cielo (…) y los nombres de todos los servidores celestiales». Es curioso el interés de Noé por los cursos de Aldebarán, de Orión y de Sirio, así como el conocimiento de los nombres de los «servidores celestiales». Noé depositó el libro en un cofre de oro, y fue lo primero que metió en el arca: “Y cuando Noé salió del arca, el libro estuvo con él todos los días de su vida. En la hora de su muerte se lo dio a Sem. Sem se lo dio a Abraham. Abraham se lo dio a Isaac; Isaac se lo dio a Jacob; Jacob se lo dio a Leví; Leví se lo dio a Kehat; Kehat se lo dio a Amrom; Amrom se lo dio a Moisés; Moisés se lo dio a Josué, Josué se lo dio a los ancianos; los ancianos se lo dieron a los profetas; los profetas se lo dieron a los sabios; pasó de generación en generación hasta que llegó al rey Salomón. También a él se le reveló el libro de los misterios y adquirió una sabiduría inmensa (…). Levantó grandes edificios, y gracias a la sabiduría del libro sagrado hizo prosperar todo lo que emprendía (…). Feliz aquel cuyos ojos han visto, cuyos oídos han oído, cuyo corazón ha comprendido la sabiduría de este libro“. Vemos, pues, que Abraham también llegó a tener este misterioso y maravilloso libro.

Resulta bastante sorprendente que, en aquel tiempo aparentemente poco tecnológico, una piedra de zafiro contuviese un libro. Se supone que en aquel tiempo el libro tenía que estar editado en un material como el pergamino o las tablillas. ¿De dónde salió la idea de una piedra de zafiro? Hasta hace menos de un siglo se supone que no se conocía la idea de tener el contenido de un libro en un soporte como el que podría ser el zafiro. En la era digital y de la informática, los diccionarios en microchip son perfectamente posibles. Los científicos están estudiando, asimismo, la posibilidad de almacenar información en cristales. Además, según el relato, Adán mantenía «conversaciones» con este libro de zafiro, como si fuese un tipo de libro interactivo. El «ángel Raziel» lleva a Adán el libro de zafiro, y Raziel es el mismo ángel que «se sentaba junto al río que brotaba del Edén». Como si esto fuera poco, al arcángel Rafael se le encarga que devuelva a Adán el libro después de la Caída. Se dice que los ángeles descendieron a la Tierra cuando nació Abraham, y que éste venció en una batalla al rey Nemrod de Babilonia. En el texto que los teólogos llaman El apocalipsis de Abraham, el autor describe a dos seres celestiales que bajan a la Tierra. Estos dos seres celestiales subieron a Abraham a las alturas, pues el Señor quería conversar con él. Abraham cuenta que no eran humanos y que le produjeron mucho miedo. Dice que tenían el cuerpo brillante «como un zafiro». Lo hicieron subir entre humo y fuego, «como con la fuerza de muchos vientos». Cuando llegó a las alturas, vio «una luz gloriosa e indescriptible» y unas figuras grandes que se gritaban entre sí unas palabras «que yo no entendí». Abraham añade: «Pero yo quería volver a caer a la Tierra. El lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo». Es lógico suponer, por lo tanto, que estaba más alto que la Tierra. Y nadie podría haber sabido, en aquella época, que las naves espaciales gigantes, como las estaciones espaciales del futuro, siempre rotan sobre su propio eje. La gravedad artificial sólo puede conseguirse en el interior de la nave gracias a la fuerza centrífuga provocada por la rotación propia de ésta. Y elApocalipsis de Abraham nos dice: «El lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo». Asimismo, Abraham insiste en que aquellos seres no eran humanos y en que sus ropas brillaban como el zafiro. ¿Por qué un Dios omnipotente había de llamar a Abraham a su presencia para hablar con él?¿Por qué necesitaba Dios una nave espacial que rotaba sobre su eje por encima de la Tierra? ¿Por qué debía enviar Dios a dos personajes para que recogiesen a Abraham?


“En los días de Amrafel, rey de Senaar, de Aryok, rey de El-lasar, de Codorlaomor, rey de Elam, y de Tidal, rey de Goyim, que estos hicieron guerra a Berá, rey de Sodoma, a Birshá, rey de Gomorra, a Sinab, rey de Admá, a Semeber, rey de Seboyim, y al rey de Belá, que es Soar“. Así comienza el relato bíblico, en el capítulo 14 del Génesis. Habla de una antigua guerra que enfrentó a una alianza de cuatro reinos del Este contra cinco reyes de Canaán. Este relato conecta la historia de Abraham, el primer patriarca hebreo, con un acontecimiento concreto no hebreo, ofreciendo así un soporte objetivo a la crónica bíblica del nacimiento de una nación. Muchos investigadores pensaron que habría sido maravilloso poder identificar a los distintos reyes, así como determinar la época exacta en la que vivió Abraham. Pero, aun cuando Elam nos resulta conocido y Senaar se haya identificado con Sumer, ¿quiénes eran los reyes citados, y qué reinos eran aquellos otros del Este? Cuestionando la autenticidad del relato bíblico, los críticos de la Biblia preguntaron: ¿Por qué no hemos encontrado mención alguna de los nombres de Codorlaomor, Amrafel, Aryok y Tidal en las inscripciones mesopotámicas? Y, si no existieron, si esa guerra no tuvo lugar, ¿cuán creíble es el resto del relato de Abraham? Durante muchas décadas, pareció que se impusieran los críticos del Antiguo Testamento. Pero, a punto de terminar el siglo XIX, el mundo académico se sorprendió con el descubrimiento de unas tablillas babilónicas que citaban a Codorlaomor, Aryok y Tidal en un relato no muy diferente del bíblico. El descubrimiento se hizo público en una conferencia que Theophilus Pinches, un asiriólogo británico, pronunciara en el Instituto Victoria de Londres, en 1897. Tras examinar varias tablillas pertenecientes a laColección Spartoli del Museo Británico, se encontró con que describían una guerra de gran magnitud, en la cual un rey de Elam, llamadoKudur-laghamar, encabezó una alianza de reyes entre los que estaban Eri-aku y Tud-ghula, nombres que fácilmente se podrían haber transformado en hebreo como Codorlaomor, Aryok y Tidal. Con su conferencia, acompañada por una minuciosa transcripción de la escritura cuneiforme y de la traducción correspondiente, Pinches pudo proclamar con total seguridad que el relato bíblico recibía un apoyo independiente a través de fuentes mesopotámicas. Con justificada excitación, los asiriólogos de la época confirmaron la lectura de Pinches de los nombres cuneiformes. Las tablillas hablaban, de hecho, de «Kudur-Laghamar, rey del país de Elam», extrañamente similar al bíblico «Codorlaomor, rey de Elam». Todos los expertos coincidieron en que era un nombre real elamita perfecto, siendo el prefijo Kudur(«Servidor») un componente de los nombres de varios reyes elamitas, y siendo Laghamar el nombre elamita para cierta deidad. También coincidieron en que el segundo nombre, que se deletreaba Eri-e-a-ku en la inscripción cuneiforme babilónica, se correspondía con el original sumerio ERI.AKU, que significaba «Servidor del dios Aku», siendo Aku una variante del dios Nannar/Sin.

Se sabe, por numerosas inscripciones, que los reyes elamitas de Larsa llevaban el nombre de «Servidor de Sin», por lo que no habría demasiadas dificultades en aceptar que la bíblica El-lasar, la ciudad real de Aryok, era en realidad Larsa. También hubo acuerdo unánime entre los expertos al aceptar que el Tud-ghula del texto babilónico era el equivalente del bíblico «Tidal, rey de Goyim»; y coincidieron en que el Goyim, del Libro del Génesis, se refería a las «hordas-nación» que en las tablillas cuneiformes se citaban como aliados de Codorlaomor. Ahí estaba la prueba perdida; no sólo de la veracidad de la Biblia y de la existencia de Abraham, sino también de un acontecimiento internacional en el cual se vio involucrado el patriarca. Pero un descubrimiento contemporáneo, que debería de haber apoyado al anunciado por Pinches, terminó por desacreditarlo. Un segundo descubrimiento fue anunciado por Vincent Scheil, que dijo que, entre las tablillas del Museo Imperial Otomano de Constantinopla, había encontrado una carta del famoso rey babilonio Hammurabi, en la que se hacía mención al mismísimo Kudur-laghamar. Debido a que la carta estaba dirigida a un rey de Larsa, Scheil llegó a la conclusión de que los tres eran contemporáneos, agrupando así a tres de los cuatro reyes bíblicos del Este, siendo Hammurabi nada menos que «Amrafel, rey de Senaar». Por un tiempo dio la impresión de que todas las piezas del rompecabezas habían encajado. Parecía plausible la conclusión de que Abraham había sido contemporáneo de este rey, porque entonces se creía que Hammurabi había reinado entre el 2067 y el 2025 a.C., situando a Abraham, la guerra de los reyes y la consiguiente destrucción de Sodoma y Gomorra a fines del tercer milenio a.C. Sin embargo, las investigaciones posteriores convencieron a la mayoría de los expertos de que Hammurabi había reinado mucho más tarde (entre 1792 y 1750 a.C, según The Cambridge Ancient History), con lo que la simultaneidad que explicaba Scheil se venía abajo, y todo lo relativo a las inscripciones descubiertas, incluso las aportadas por Pinches, se ponía en duda. Hasta se ignoraron las alegaciones de Pinches de que, a despecho de con quién se hubiera identificado a los tres reyes citados y aún en el caso de que Codorlaomor, Aryok y Tidal de los textos cuneiformes no fueran contemporáneos de Hammurabi, el relato del texto con sus tres nombres seguía siendo «una notable coincidencia histórica, y merecía reconocerse como tal». En 1917, Alfred Jeremías (Die sogenanten Codorlaomor-Texte) intentó reavivar el interés por el tema, pero la comunidad de expertos prefirió tratar las tablillas de la Colección Spartoli del Museo Británico con indiferencia.

Las tablillas de la Colección Spartoli siguieron ignoradas en los sótanos del Museo Británico durante medio siglo más, hasta que Michael Czernichow Astour, orientalista ucraniano, volvió sobre el tema en un estudio, Political and Cosmic Symbolism in Génesis 14, en la Universidad de Brandéis, en Estados Unidos. Aceptando que los redactores bíblicos y babilonios de los respectivos textos los habían extraído de una fuente más antigua, como podría ser una fuente común mesopotámica, Astour identificó a los cuatro Reyes del Este con algunos reyes conocidos en Babilonia, Asiria, Hitita y de Elam. Como ninguno era contemporáneo del resto ni de Abraham, sugirió que no se trataba de un texto histórico, sino de una obra de filosofía religiosa, en donde el autor había utilizado cuatro incidentes históricos diferentes para ilustrar el destino de unos reyes malvados. Pero, en otras publicaciones especializadas, no se tardó mucho en señalar lo improbable de las suposiciones de Astour, y, con ello, el interés en los Textos de Codorlaomor decayó de nuevo. Sin embargo, el consenso de los expertos en que el relato bíblico y los textos babilónicos tenían una fuente común mucho más antigua, nos empuja a reconsiderar las alegaciones de Pinches y su argumento central: No podemos ignorar unos textos cuneiformes que afirman el trasfondo bíblico de una importante guerra y citan a tres de los reyes bíblicos. No tendría sentido descartar las evidencias para la comprensión de unos años fatídicos simplemente por el hecho de que Amrafel no fuera Hammurabi. La carta de Hammurabi, que encontró Scheil, no debería de haber dejado a un lado el descubrimiento de Pinches, ya que Scheil malinterpretó la carta. Según su interpretación, Hammurabi prometió una recompensa a Sin-Idinna, rey de Larsa, por su «heroísmo en el día de Codorlaomor». Esto suponía que ambos se habían aliado en una guerra contra Codorlaomor y, por lo tanto, eran contemporáneos de aquel rey de Elam. Esto fue lo que terminaría desacreditando el descubrimiento de Scheil, pues contradecía tanto la afirmación bíblica de que los tres reyes eran aliados, como los hechos históricos conocidos. Hammurabi no trató a Larsa como aliada, sino como adversaria, alardeando de que él «derribó a Larsa en batalla», y atacó su recinto sagrado «con la poderosa arma que los dioses le habían dado». Un examen más detallado de la carta de Hammurabi nos revela que, en su entusiasmo por demostrar la identificación Hammurabi-Amrafel, Scheil cambió el significado de la carta: Hammurabi no estaba ofreciendo como recompensa el retorno de determinadas diosas al recinto sagrado de Larsa (el Emutbal), sino que estaba exigiendo su retorno a Babilonia desde Larsa: “A Sin-Idinna habla así Hammurabi respecto a las diosas que en el Emutbal han estado tras las puertas desde los días de Kudur-Laghamar, con atuendo de harpillera. Cuando de ti les pidan volver, a mis hombres entrégaselas; los hombres tomarán las manos de las diosas; a su morada las llevarán“.


El incidente del rapto de las diosas ocurrió, por tanto, en tiempos más antiguos. Se las tuvo cautivas en el Emutbal «desde los días de Codorlaomor». Y Hammurabi estaba exigiendo ahora su regreso a Babilonia, de donde se las había llevado cautivas Codorlaomor. Esto sólo puede significar que los tiempos de Codorlaomor acaecieron antes que los de Hammurabi. En apoyo de esta lectura de la carta de Hammurabi encontrada por el padre Scheil, en el Museo de Constantinopla, encontramos que Hammurabi repetía la exigencia del retorno de las diosas a Babilonia en otro duro mensaje a Sin-Idinna, enviado a través de altos mandos militares. Esta segunda carta está en el Museo Británico y su texto lo publicó L. W. King en The Letters and Inscriptions of Hammurabi: “A Sin-Idinna dijo así Hammurabi: Te envío a Zikir-ilishu, el Oficial de Transporte, y a Hammurabi-bani, el Oficial de la Línea de Frente, para que traigan a las diosas que están en el Emutbal”.Y, luego, la carta especifica claramente que las diosas tenían que ser devueltas desde Larsa a Babilonia: “Tienes que hacer que las diosas viajen en un barco procesional, como en un santuario, para que puedan venir a Babilonia. Las mujeres del templo las acompañarán. Para que coman las diosas, cargarás el barco con crema pura y cereales; ovejas y provisiones pondrás a bordo para el sustento de las mujeres del templo, [suficiente] para todo el viaje hasta Babilonia. Y designarás a unos hombres para que remolquen el barco, y soldados selectos para que traigan a las diosas a salvo a Babilonia. No te demores; que lleguen rápidamente a Babilonia”. Queda claro en estas cartas que Hammurabi era enemigo y no aliado de Larsa. Buscaba la restitución de acontecimientos sucedidos mucho antes de su tiempo, en los días de Kudur-Laghamar (Codorlaomor), el regente elamita de Larsa. Los textos de las cartas de Hammurabi confirman así la existencia de Codorlaomor y del gobierno elamita de Larsa («EHasar»), y, por tanto, de elementos clave del relato bíblico. Pero, ¿a qué período corresponden estos hechos? Según lo establecido por los datos históricos, fue Shulgi de Ur, segundo rey de la tercera dinastía de Ur (2111 – 2003 a. C.) y sucesor de Ur-Nammu, fundador de la dinastía, el que, en el vigésimo octavo año de su reinado (2068 a.C.) dio a su hija en matrimonio a un jefe elamita, concediéndole como dote la ciudad de Larsa. A cambio, los elamitas pusieron a su disposición una «legión extranjera» de tropas propias. Shulgi utilizó estas tropas para someter las provincias occidentales, incluida Canaán. Así pues, es en los últimos años del reinado de Shulgi, y cuando Ur era todavía capital imperial, bajo el dominio de su sucesor inmediato, Amar-Sin, cuando nos encontramos con el lapso temporal histórico en el cual parecen encajar a la perfección tanto los relatos bíblicos como los mesopotámicos.

Todo parece indicar que es en esta época en la que hay que buscar al Abraham histórico. El relato de Abraham se entremezcla con el de la caída de Ur, y sus días fueron los últimos días de Sumer. Tras el descrédito de la hipotética relación entre Amrafel y Hammurabi, la verificación de la época de Abraham se convirtió en una discusión en la que algunos sugerían fechas tan tardías que hacían del primer patriarca un descendiente de los últimos reyes de Israel. Pero la información nos la proporciona la misma Biblia. Todo lo que tenemos que hacer es aceptar su veracidad. Los cálculos cronológicos son sorprendentemente simples. El punto de arranque es el 963 a.C., año en el cual se cree que Salomón asumió la realeza en Jerusalén. El Libro de los Reyes dice inequívocamente que Salomón comenzó la construcción del Templo de Yavé, en Jerusalén, en el cuarto año de su reinado, terminándolo en el undécimo año. En Reyes 6:1 se afirma también que «Sucedió cuatrocientos ochenta años después de la salida de los Hijos de Israel de las tierras de Egipto, en el cuarto año del reinado de Salomón sobre Israel que comenzó la construcción de la Casa de Yavé». Esta afirmación viene apoyada, según Crónicas 5:36, por la tradición sacerdotal que afirma que hubo doce generaciones sacerdotales, de cuarenta años cada una, desde el Éxodo hasta el tiempo en que Azarías «ejerció el sacerdocio en el templo que Salomón construyó en Jerusalén». Ambas fuentes coinciden en la duración de 480 años. Pero mientras en una se cuenta desde el comienzo de la construcción del templo (960 a.C.), la otra lo cuenta desde su terminación (953 a.C.), que es cuando pudieron comenzar los servicios sacerdotales. Esto nos permite situar el Éxodo israelita de Egipto entre 1440 y 1433 a.C.. Pero todo parece indicar que esta última fecha es la que ofrece una mejor sincronización con otros acontecimientos. Basándose en los conocimientos acumulados hasta comienzos del siglo XX, los egiptólogos y los eruditos bíblicos llegaron a la conclusión de que el Éxodo tuvo lugar a mediados del siglo XV a.C. Pero, más tarde, el peso de la opinión especializada cambió al siglo XIII a.C., debido a que parecía encajar mejor con la datación arqueológica de diversos lugares cananeos, en línea con los datos bíblicos de la conquista de Canaán por parte de los israelitas. Sin embargo, esta nueva datación no fue aceptada de manera unánime. La ciudad más importante que se conquistó fue Jericó, y uno de los más eminentes arqueólogos que la excavó, Kathleen Mary Kenyon, destacada arqueóloga inglesa, especializada en la cultura del Neolítico en la Creciente fértil y en las excavaciones de Jericó, llegó a la conclusión de que su destrucción tuvo lugar hacia el 1560 a.C., bastante antes que los acontecimientos bíblicos.

Por otra parte, el principal investigador de Jericó, John Garstang, arqueólogo británico, en su obra The Story of Jericho sostenía que las evidencias apuntaban a que su conquista tuvo lugar en algún momento entre 1400 y 1385 a.C. Si le sumamos a esto los cuarenta años de las andanzas israelitas por el desierto tras la salida de Egipto, nos encontramos con que se habrían encontrado pruebas que apoyarían la idea de un Éxodo fechado en algún punto entre 1440 y 1425 a.C., lapso temporal que coincide con una fecha como la de 1433 a.C. Durante más de un siglo los expertos han estado buscando, en las crónicas egipcias existentes, una pista egipcia sobre el Éxodo y su datación. Las únicas referencias aparentes se han encontrado en los escritos de Manetón, sacerdote e historiador egipcio de expresión griega. Según lo cita Flavio Josefo en Contra Apión, Manetón decía que «después de que las bocanadas del disgusto de Dios destrozaran Egipto», un faraón llamado Tutmosis II negoció con el llamado Pueblo Pastor, «el pueblo del este, para que evacuaran Egipto y fueran donde quisieran, sin ser molestados». Más tarde, este pueblo partiría y atravesaría el desierto, «y construyeron una ciudad en un país que llaman ahora Judea, y le dieron el nombre de Jerusalén». Tal vez Josefo ajustó los escritos de Manetón para que se adaptaran al relato bíblico. Pero todo parecería indicar que el Éxodo de los israelitas ocurrió durante el reinado de uno de los más famosos faraones, conocido como Tutmosis II. Manetón se refería «al rey que expulsó de Egipto al pueblo pastor» en una sección dedicada a los faraones de la XVIII Dinastía. Pero los egiptólogos aceptan ahora como un hecho histórico la expulsión de los Hyksos, los «Reyes Pastores» asiáticos, en 1567 a.C., a cargo del fundador de esta dinastía, el faraón Ahmosis, Amosis en griego. Esta nueva dinastía, que fundó el Imperio Nuevo en Egipto, bien pudo haber sido la nueva dinastía de faraones «que no conoció a José», y de la cual habla el Éxodo Bíblico. Teófilo, obispo de Antioquía del siglo II, también hace referencia en sus escritos a Manetón, y afirma que los hebreos fueron esclavizados por el rey Tethmosis, para el cual «construyeron fuertes ciudades, Peito, Ramsés y On, que es Heliópolis»; después, partieron de Egipto bajo el faraón «cuyo nombre era Amasis». De estas antiguas fuentes se desprende que los problemas de los israelitas comenzaron con un faraón llamado Tutmosis, y culminaron con su partida bajo un sucesor suyo llamado Amasis o Amosis. Después de que Amosis expulsara a los Hyksos, sus sucesores en el trono de Egipto, varios de los cuales llevaron el nombre de Tutmosis, como afirman los historiadores antiguos, emprendieron campañas militares en el Gran Canaán, utilizando el Camino del Mar como ruta de invasión. Se entiende por “Gran Canaán” la costa levantina, el sur y el sudeste de Anatolia, Palestina, el Líbano, Siria, Jordania y el norte de Irak.


Tutmosis I (1525-1512 a.C.), que era soldado de profesión, puso a Egipto en pie de guerra y lanzó expediciones militares en Asia, llegando a alcanzar el río Eufrates. Probablemente fue él el que temió la deslealtad de los israelitas «cuando se llame a la guerra, ellos se unirán a nuestros enemigos», y el que ordenó la matanza de los varones israelitas recién nacidos, según el Éxodo. Los cálculos indican que Moisés nació en el 1513 a.C., un año antes de la muerte de Tutmosis I. A principios del siglo XX, James William Jack, en su obra The Date of the Exodus, así como otros investigadores, se preguntaban si «la hija del faraón», que había sacado al bebé Moisés de las aguas del Nilo y lo había criado en el palacio real, no habría sido Hatshepsut, la hija mayor de Tutmosis I y de su esposa oficial, siendo así la única princesa real, aquélla a la que se concedía el título de «La Hija del Rey», un título idéntico al que se le da en la Biblia. Todo parece indicar que fue ella; y también que el hecho de que Moisés siguiera recibiendo el trato de un hijo adoptado se podría explicar porque, cuando ella se casó con el sucesor al trono, su hermanastro Tutmosis II, no pudo darle un hijo.

Tutmosis II murió tras un corto reinado. Su sucesor, Tutmosis III, fue el más grande de los reyes guerreros de Egipto, según la opinión de algunos expertos. De sus 17 campañas en tierras extranjeras para obtener tributos y cautivos para sus principales obras de construcción, la mayoría se llevaron a cabo en Canaán y Líbano, llegando por el norte hasta el río Eufrates. Algunos investigadores, como el egiptólogo Thomas-Eric Peet, en su obra Egypt and the Old Testament, opinan que fue este faraón, Tutmosis III, el que sudyugó a los israelitas, ya que en sus expediciones militares llegó a alcanzar por el norte las tierras de Naharin, el nombre egipcio de la región del alto Eufrates que la Biblia llama Aram-Naharim, donde seguían viviendo los parientes de los patriarcas hebreos. Ello bien pudo explicar el temor del faraón de que «cuando haya guerra, ellos [los israelitas] se unirán a nuestros enemigos». Y podría ser que fuese la sentencia de muerte ordenada por Tutmosis III, de la que escapase Moisés huyendo al desierto del Sinaí, tras enterarse de sus orígenes hebreos y ponerse abiertamente del lado de su pueblo. Pero, ¿cuándo llegaron los israelitas a Egipto? La tradición hebrea afirma que estuvieron allí 400 años, de acuerdo con lo dicho por el Señor a Abraham, según el Génesis. Lo mismo se dice en Hechos, en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el Libro del Éxododice que «la estancia de los Hijos de Israel que vivieron en Egipto fue de cuatrocientos treinta años». La referencia a «estancia» junto con «que vivieron en Egipto», quizás se hiciera para distinguir entre los josefitas, que habían vivido en Egipto, y las recién llegadas familias de los hermanos de José, que simplemente llegaron para residir. Si esto fuera así, la diferencia de treinta años se podría explicar por el hecho de que José tenía treinta años de edad cuando se le convirtió en Principal de Egipto. Esto dejaría intacta la cifra de 400 años de estancia de los israelitas, más que la de los josefitas, en Egipto, y situaría este acontecimiento en el 1833 a.C., 1.433 + 400 años. La siguiente pista se encuentra en el Génesis 47:7-9: «Y José llevó a Jacob, su padre, y lo presentó ante el faraón. Y el faraón le dijo a Jacob: ‘¿Qué edad tienes?’, y Jacob le dijo al faraón: ‘Los días de mis años son ciento treinta‘». Jacob, por tanto, habría nacido en el 1963 a.C. Ahora bien, Isaac tenía sesenta años de edad cuando nació Jacob. E Isaac le nació a su padre Abraham cuando éste tenía 100 años. Así pues, Abraham, que vivió hasta los 175 años, tenía 160 años cuando nació su nieto Jacob. Esto situaría el nacimiento de Abraham en el 2123 a.C. Los cien años que van desde el nacimiento de Abraham hasta el nacimiento de su hijo y sucesor, Isaac, fue, por tanto, el siglo que presenció el auge y la caída de la Tercera Dinastía de Ur.

Los relatos y la cronología bíblica sitúa a Abraham justo en medio de los trascendentales acontecimientos de aquellos tiempos. Y no como un mero observador, sino como un participante activo. La Biblia relata, de hecho, acontecimientos de la mayor importancia para la humanidad y su civilización, como ya hiciera con los relatos del Diluvio y de la Torre de Babel. En este caso nos relata una guerra de características sin precedentes y un gran desastre, acontecimientos en los que Abraham jugó un importante papel. A pesar de los numerosos estudios que se han hecho acerca de Abraham, lo cierto es que todo lo que sabemos de él es lo que nos encontramos en la Biblia. Perteneciente a una familia que remonta sus antepasados al linaje de Sem, Abraham, llamado al principio Abram, era hijo de Téraj, siendo sus hermanos Harán y Najor. Harán murió a temprana edad, cuando la familia vivía en «Ur de los Caldeos». Allí se casó Abram con Sarai, que después se llamaría Sara. Entonces, «Téraj tomó a su hijo Abram, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Sarai, la mujer de su hijo Abram; y partieron y fueron desde Ur de los Caldeos hasta la tierra de Canaán; y fueron hasta Jarán, y moraron allí». Los arqueólogos han encontrado Jarán oHarran. Está situada al noroeste de Mesopotamia, en las estribaciones de los Montes del Tauro, y fue un importante cruce de caminos en la antigüedad. Del mismo modo que el país de Mari controlaba la entrada meridional desde Mesopotamia a las tierras de la costa mediterránea, Jarán controlaba la entrada de la ruta septentrional a las tierras de Asia occidental. En los tiempos de la Tercera Dinastía de Ur, Jarán marcaba la frontera entre los dominios de Nannar y los de Adad, en Asia Menor, y los arqueólogos han descubierto que era un reflejo de Ur, tanto en su diseño como en su culto al dios Nannar/Sin. En la Biblia no se da ninguna explicación a la partida de Abraham desde Ur, ni tampoco se dice el año, pero podemos deducirlo si relacionamos su partida con los acontecimientos de Mesopotamia en general y de Ur en particular. Se supone que Abraham tenía setenta y cinco años cuando, más tarde, fue de Jarán a Canaán. Por lo que se sugiere en la narración bíblica, la estancia en Jarán debió ser larga, y nos ofrece la imagen de un Abraham joven y recién casado cuando llega a Jarán. Si Abraham nació en 2123 a.C., tendría diez años cuando Ur-Nammu ascendió al trono de Ur y cuando a Nannar se le confió la administración de Nippur. Y tendría 27 años cuando Ur-Nammu perdió inexplicablemente el favor de los dioses anunnaki Anu y Enlil, muriendo en un distante campo de batalla. Aquel acontecimiento tuvo un traumático efecto sobre la población de Mesopotamia, afectando a su fe en la omnipotencia de Nannar y a la fidelidad de la palabra de Enlil. En la mitología mesopotámica, Sin, Zuen o Nannar es el dios masculino de la Luna. Sin era su nombre en acadio y los sumerios lo conocían como Nannar. Es representado como un anciano con cuernos y barba, aunque principalmente con el símbolo de un creciente lunar. Su padre era Enlil y su número mágico era el 30.


https://oldcivilizations.wordpress.com/2015/06/25/que-enigmas-se-esconden-tras-la-figura-de-este-personaje-biblico-llamado-abraham/

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