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sábado, 9 de enero de 2016

Evolucionismo, creacionismo y diseño inteligente 1 de 3

Evolucionismo, creacionismo y diseño inteligente 1 de 3
Nicolás Jouve de la Barreda

Se exponen las diferentes corrientes de pensamiento sobre el tema de la evolución de los seres vivos por selección natural y las claves para entender el absurdo del enfrentamiento con una teoría irrebatible, no necesariamente opuesta a la idea de un Dios Creador.

Una vieja polémica

Es conocida la conmoción que produjeron las ideas evolutivas en la época en que Charles Darwin (1809-1882) las divulgó y defendió en su obra maestra El Origen de las Especies” [1] . La idea de un mundo cambiante parecía contradecir la creencia en una Creación tal como había llegado hasta los países occidentales de cultura y tradición judeo-cristiana. Un mundo creado directamente por un Creador, Dios, que no admitía interpretaciones distintas a las que se plasmaban de forma literal en el libro del Génesis. No obstante, la insaciable condena que hubo de sufrir la teoría de la evolución no pudo contrarrestar por mucho tiempo ni la convicción de los argumentos ni las evidencias de la acertada interpretación de la “selección natural” en que se basaba el darwinismo. Tampoco parecía justa la reprobación de la teoría de la evolución a priori por razones de creencia religiosa tal como la expuso Darwin, pues Darwin no negó nunca la existencia de un Creador, simplemente trató de explicar el método por el cual, cualquiera que fuese la procedencia de los seres vivos, éstos se habían diversificado de forma tan extraordinaria y asombrosa hasta llegar a la sorprendente diversidad de formas de vida actuales. El problema era que entre ellas se incluía el representante más digno, aquel que había sido creado a imagen y semejanza de Dios y que había de someter la tierra, dominar los peces del mar, las aves del cielo y todo animal que serpentea sobre la Tierra, según reza en el Capítulo 1 del relato bíblico del Génesis [2] . Sin embargo, ya en su época hubo interpretaciones menos desfavorables y más acordes con una postura mantenida con insistencia por muchos científicos, como veremos más adelante. A este respecto, hemos de recordar al Cardenal católico inglés, de origen anglicano, John Henry Newman, que señaló ya en 1868 que "la teoría de Darwin, verdadera o no, no es necesariamente atea; al contrario, simplemente puede sugerir una idea más grande de la providencia y de la habilidad divina" [3]


En cualquier caso, en muchas tradiciones religiosas se mantenía y se sigue manteniendo hoy la idea del “creacionismo”, como una corriente opuesta al “evolucionismo” y según la cual el Universo, la Tierra, la vida y la humanidad, fueron creados tal como han llegado hasta nuestros días, por alguna forma de intervención sobrenatural por un ser supremo, un Dios. Esta es la interpretación mantenida en algunos ámbitos excesivamente escépticos, y a mi juicio injustificadamente recelosos, con la ciencia en todo lo que suponga una visión minimamente distinta a la literalidad de la Biblia. En su versión más próxima a la cultura cristiana de la época en que expuso su famosa teoría Charles Darwin, el creacionismo defendía que el Universo había sido creado en seis días y que cada una de las especies biológicas sería el resultado de un acto particular de creación divina, interpretando de forma literal el capítulo 1º del Génesis. Hoy cuatro Estados de la unión americana, Minesota, Nuevo México, Ohio y Pensilvania mantienen en los planes de enseñanza oficial un análisis crítico de la teoría de la evolución, aunque sólo en términos generales. En Kansas se llega más lejos al incluir en la enseñanza pública puntos concretos que, según los nuevos creacionistas, revelan la debilidad de la teoría de la Evolución. Quienes sostenían y aún sostienen esta teoría usan la Biblia como libro de ciencia y por tanto confunden la tradición cultural de la Revelación divina, transmitida por medio de un determinado género literario, con la ciencia.

La creación y la evolución son cuestiones diferentes

Es necesario insistir en la necesidad de no confundir los ámbitos de explicación de los acontecimientos naturales y ceñirse a lo que explica la teoría de la evolución, desligándolo del marco más general o más amplio que puede plantear el origen del Universo, que aun hoy plantea un inmenso enigma para la ciencia. Por ello, lo primero que hay que señalar es que la creación y la evolución son asuntos diferentes. Que la evolución como teoría científica no explica la creación del Universo, ni el origen de la Tierra, ni siquiera el origen de la vida, sino solo la variación de los seres vivos, la diversidad de la vida a lo largo del tiempo desde hace algo menos de 4.000 millones de años en que hizo su aparición sobre la Tierra el cenancestro [4] , tras más de 10.000 millones de años de la etapa prebiótica.


San Agustín (354-430) afirmaba que «Dios creó el mundo con el tiempo y no en el tiempo, de modo que Dios, eterno, queda fuera del tiempo”. Algo que no puede rebatir la ciencia, pues en el modelo cosmológico, la ciencia corrobora que la materia, el espacio y el tiempo son indisociables y que con la explosión primordial surgió todo, se originó el Universo, el espacio y el tiempo. Dicho lo anterior es preciso señalar que la teoría de la evolución tiene su parcela en el último tercio del tiempo transcurrido desde la creación del Universo y por lo tanto no se plantea cómo debió ocurrir el origen de la materia, ni siquiera el origen de la vida. El tiempo forma parte inseparable de la historia del Universo y nace justo con la creación, mientras que la evolución de los seres vivos es algo que, hasta donde sabemos, tiene lugar solo en nuestro planeta tras una larga etapa prebiótica. De este modo, la creación y la evolución son dos fenómenos diferentes separados en el tiempo. No hay porque extender la explicación causal del origen y la variación de los seres vivos a etapas anteriores, ni tampoco negar la posibilidad de llegar a conocer algún día qué debió suceder hasta llegar al origen de los seres vivos. Algo que es compatible con una profunda transformación desde moléculas sencillas, aunque sorprenda el cúmulo de acontecimientos que debieron ocurrir en un corto periodo de tiempo de unos cientos de millones de años, desde que se consolidó la corteza terrestre, aproximadamente hace 4.400 millones de años.

Un hecho a tener en cuenta es que si bien la teoría de la evolución no abarca aspectos propios de la explicación causal del origen de la materia o del espacio, adquiere todo su realismo y hasta su sentido, como prolongación de dichos acontecimientos extraordinarios. Es evidente que aunque la teoría de la evolución no se refiere a los acontecimientos anteriores a los seres vivos, éstos son herederos y consecuencia del mismo impulso creador que tendría su origen en la gigantesca explosión conocida como “big-bang”. La aparición de los primeros seres vivos se entiende hoy como el fruto de unas transformaciones sorprendentes de la materia inorgánica, como algo procedente del mismo envite creador, consecuencia del dinamismo y de las propiedades con que surgió la materia.

http://www.arbil.org/108barr.htm

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