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martes, 5 de abril de 2016

¿Estuvieron los antiguos “dioses” sumerios en el continente americano? 2 de 2

¿Estuvieron los antiguos “dioses” sumerios en el continente americano? 2 de 2


El tercer descubrimiento consiste en una extraña y enigmática columna de piedra grabada en Chavín de Huantar, que recibe el nombre de El Lanzón. Se descubrió en el edificio del medio y ha permanecido allí porque su altura excede los tres metros de altura de la galería en donde se eleva. Así, el extremo superior del monolito sobresale del suelo en el nivel superior a través de una abertura cuadrada cuidadosamente tallada. La imagen que aparece en este monolito ha sido objeto de muchas especulaciones, ya que también parece representar el rostro de un toro. ¿Quiere esto decir que quien erigió este monumento adoraba al dios Tauro?

En general, fue el alto nivel artístico de los objetos lo que más impresionó a los expertos y les llevó a considerar la cultura chavín como la cultura matriz del Perú norte y central, y a creer que aquel lugar era un centro religioso. Pero recientes descubrimientos en Chavín de Huantar hacen pensar que su fin no era religioso, sino funcional. En las últimas excavaciones apareció toda una red de túneles subterráneos tallados en la roca viva que formaban una especie de panal por todo el emplazamiento, tanto debajo de las zonas construidas como de las no construidas, y servía para conectar varias series de compartimientos subterráneos dispuestos en cadena.


Las aberturas de los túneles dejaron perplejos a sus descubridores, pues parecían conectar los dos ríos que discurren a los lados de este yacimiento arqueológico; uno, debido al terreno montañoso, por encima de él, y el otro en el valle de abajo. Algunos exploradores han sugerido que estos túneles se construyeron así con el fin de controlar los desbordamientos, para canalizar las riadas de las montañas en la época del deshielo y hacer correr el agua por debajo de los edificios. Pero, si hubiera un peligro de inundación, sobre todo tras unas fuertes lluvias, más que por el deshielo, ¿por qué motivo levantaron sus edificios en tan vulnerable lugar?

Se cree que lo hicieron a propósito y que, ingeniosamente, utilizaron los diferentes niveles de los dos ríos para crear un flujo potente y controlado de agua, con el fin de utilizarla en los procesos que se llevaban a cabo en Chavín de Huantar. Pues allí, como en otros muchos lugares, estos dispositivos de flujo de agua se utilizaban para la criba de oro.


Nos encontraremos con más de estas ingeniosas obras hidráulicas en los Andes. Ya las vimos, de forma más rudimentaria, en los asentamientos olmecas. En México, había lugares con complejos terraplenes; y en los Andes grandes emplazamientos, como el de Chavín de Huantar o rocas talladas y modeladas con increíble precisión, como éstas en la zona de Chavín, que parecían estar pensadas para algún tipo de maquinaria ultramoderna desaparecida hace mucho tiempo.

De hecho, fue el trabajo con la piedra de los objetos artísticos el que parece proporcionar una respuesta a la pregunta de quiénes fueron los habitantes de Chavín de Huantar. Las habilidades artísticas y los estilos escultóricos de la piedra recuerdan sorprendentemente el arte olmeca de México. Entre otros fascinantes objetos se encuentra un receptáculo con forma de jaguar-gato, un toro-felino, un cóndor-águila, un cuenco con forma de tortuga, gran cantidad de vasijas y otros objetos decorados con jeroglíficos hechos con colmillos entrelazados, un motivo que decora tanto las losas de las paredes como los objetos. Sin embargo, también había losas de piedra decoradas con motivos egipcios, tales como serpientes, pirámides y el sagrado Ojo de Ra. Y también había fragmentos de bloques de piedra grabados que mostraban motivos mesopotámicos, como las deidades dentro de los discos alados o imágenes de dioses que llevan tocados cónicos, que identifican claramente a los dioses en Mesopotamia.


Las deidades que portan tocados cónicos tienen rasgos faciales de aspecto africano, y el hecho de haber sido grabados en huesos indicaría que se trata de las más antiguas representaciones artísticas de este lugar. ¿Es posible que en época tan temprana hubiera africanos en este lugar de Sudamérica? La respuesta es que sí que hubo negros africanos en esta zona, concretamente en un lugar llamado Sechín, en la que dejaron como recuerdo sus retratos. En todos estos lugares hay docenas de piedras grabadas que llevan imágenes de esta gente; en la mayoría de los casos, se les puede ver sosteniendo algún tipo de herramienta y, en muchos casos, se representa al ingeniero relacionado con un símbolo de obras hidráulicas.

En los lugares costeros que llevan a los emplazamientos chavín en las montañas, los arqueólogos han encontrado cabezas esculpidas que debieron de representar a los visitantes semitas. Una de ellas era tan increíblemente similar a las esculturas asirías que su descubridor, H. Ubbelohde-Doering, la apodó el Rey de Asiría. Pero no está claro que estos visitantes hubieran llegado a los emplazamientos de las montañas, al menos no con vida, ya que se han encontrado cabezas de piedra esculpidas con rasgos semitas en Chavín de Huantar, pero la mayor parte de ellas muestran muecas grotescas o mutilaciones y están clavadas como trofeos en las murallas que rodean el lugar.


La edad de Chavín sugiere que la primera oleada de estos emigrantes del Viejo Mundo, tanto olmecas como semitas, llegó allí hacia el 1500 a.C. De hecho, fue durante el reinado del duodécimo monarca del Imperio Antiguo cuando, según cuenta Montesinos, «llegaron a Cuzco noticias del desembarco en la costa de unos hombres de gran estatura… gigantes que se estaban asentando por toda la costa» y que tenían herramientas de metal. Después de un tiempo, se trasladaron hacia el interior, hacia las montañas. El monarca envió emisarios para que le proporcionaran información del avance de los gigantes, no fuera que se acercaran demasiado a la capital. Pero los gigantes provocaron la ira del Gran Dios, y éste los destruyó. Estos acontecimientos tuvieron lugar casi un siglo antes de la detención del Sol que acaeció hacia el el 1500 a.C (ver otro artículo en el blog), momento en el que se construyeron las instalaciones hidráulicas de Chavín.


Pero no se trata de los gigantes que saqueaban el país y violaban a las mujeres, según Garcilaso, algo que sucedió en tiempos de los mochicas hacia el 400 a.C. De hecho, fue entonces, como ya hemos visto, cuando los dos grupos, olmecas y semitas, entremezclados, huían de Mesoamérica. Sin embargo, su destino no fue diferente en el norte de los Andes. Además de las grotescas cabezas de piedra semitas encontradas en Chavín de Huantar, también se han hallado imágenes de cuerpos de negroides mutilados por toda la región, y en especial en Sechín. Y así fue como, después de unos 1.000 años en el norte de los Andes y casi 2.000 en Mesoamérica, la presencia africana-semita llegó a un trágico final.


Aunque algunos africanos pudieron llegar más al sur, como atestiguan los descubrimientos de Tiahuanacu, la expansión africano-semita en los Andes proveniente de Mesoamérica no parece que fuera más allá de la región de la cultura chavín. Los relatos de gigantes destruidos por la mano divina son algo más que una leyenda, pues es bastante posible que allí, en el norte de los Andes, se encontraran los reinos de dos “dioses”, con una frontera invisible. Decimos esto porque, en aquel lugar ya habían estado presentes otros hombres blancos. Se les retrató en bustos de piedra, con turbantes, con símbolos de autoridad, y decorados con lo que los expertos llaman animales mitológicos.


Estos bustos se han encontrado en su mayor parte en un lugar cercano a Chavín llamado Aija. Sus rasgos faciales, en especial sus rectas narices, los identifican como indoeuropeos. Sólo podían ser originarios de Asia Menor y Elam, en el sureste, y tal vez del valle del Indo. ¿Es posible que gente de tan distantes tierras cruzara el Pacífico y llegara a los Andes en tiempos prehistóricos? El nexo, que evidentemente existió, se confirma en unas representaciones que ilustran las hazañas de un antiguo héroe de Oriente Próximo cuyos relatos se contaban una y otra vez.

Se trata de Gilgamesh, rey de Uruk (la bíblica Erek), que reinó hacia el 2900 a.C.; partió en busca del héroe del Diluvio, al cual, según la versión mesopotámica, los dioses le habían concedido la inmortalidad. Sus aventuras se contaron en la Epopeya de Gilgamesh, que se tradujo del sumerio al resto de lenguas de Oriente Próximo. Una de sus heroicas hazañas, en la que lucha y vence a dos leones con las manos desnudas, era una de las representaciones favoritas de los artistas antiguos. Sorprendentemente nos encontramos con la misma imagen en unas tablillas de piedra de Aija, en Callejón de Huaylus, en el norte de los Andes.


Misteriosamente no existen huellas de estos indoeuropeos ni en Mesoamérica ni en América Central, por lo que tendremos que suponer que llegaron directamente desde el Pacífico hasta Sudamérica. Según las leyendas precedieron a las dos oleadas de gigantes africanos y de mediterráneos barbados, y pudieron ser los pobladores más antiguos de los que habla el relato de Naymlap. Según la leyenda, el lugar de desembarco fue la península de Santa Elena, ahora en Ecuador. Las excavaciones arqueológicas han confirmado allí unos asentamientos muy antiguos, comenzando con lo que se llama la Fase Valdiviana, hacia el 2500 a.C. Entre los descubrimientos de los que da cuenta el arqueólogo ecuatoriano Emilio Estrada, existen estatuillas de piedra con el mismo rasgo de la nariz recta así como un símbolo en cerámica que parece el jeroglífico hitita de “dioses”.


Las construcciones megalíticas de los Andes, como las que vemos en Cuzco, Sacsahuamán y Machu Picchu, se encuentran al sur de una línea invisible de demarcación entre dos reinos divinos. La obra de los constructores megalíticos, que comienza al sur de Chavín, dejó su marca hacia el sur hasta el valle del río Urubamba. De hecho, en todas las partes donde se extraía oro. Por todas partes se moldearon las rocas como si fueran de blanda masilla, haciendo canales, compartimientos y plataformas que, desde la distancia, parecen escaleras que no llevan a ninguna parte; túneles excavados en las laderas; fisuras que se agrandaron hasta convertirlas en corredores cuyas paredes se modelaron con ángulos precisos. Por todas partes, incluso en lugares donde sus habitantes podían satisfacer sus necesidades de agua del río cercano, se crearon elaboradas canalizaciones de agua para hacer que ésta fluyera en la dirección deseada desde los manantiales o los ríos.

Al sudoeste de Cuzco, en el camino que lleva a la población de Abancay, se encuentran las ruinas de Sayhuiti-Rumihuasi. Al igual que otros de estos lugares, se encuentra situada cerca de la confluencia de un río y un torrente más pequeño. Hay restos de un muro de contención, y los remanentes de unas construcciones de gran tamaño que en otro tiempo se levantaron allí; como señaló Luis A. Pardo en un estudio dedicado a este lugar, el nombre significa, en lengua nativa, pirámide truncada.


Este lugar es conocido por sus monolitos, especialmente por uno al que llaman el Gran Monolito. Y el nombre es adecuado, ya que esta enorme roca desde la distancia parece un inmenso huevo brillante apoyado en la ladera. Mientras que la parte de abajo se modeló cuidadosamente con la forma de medio ovoide, la parte superior se labró para que representara, con toda probabilidad, un modelo a escala de alguna zona desconocida. Se pueden distinguir muros, plataformas, escaleras, canales, túneles y ríos en miniatura; construcciones diversas, algunas que parecen edificios con hornacinas y escalones entre ellos; imágenes de diversos animales indígenas de Perú; y figuras humanas de lo que parecen guerreros y, tal vez, “dioses”.

Hay quien ve en este modelo a escala un objeto religioso en el que se honra a las deidades. Otros creen que representa una parte de Perú que abarca tres distritos, extendiéndose por el sur hasta el lago Titicaca, que identifican con un lago labrado en la piedra, y el antiquísimo emplazamiento de Tiahuanacu. ¿Sería esto, entonces, un mapa tallado en la piedra, o quizás un modelo a escala de un gran constructor que planeó la disposición y las estructuras que había que erigir?


La respuesta puede estar en el hecho de que, serpenteando a través de este modelo a escala, hay surcos de entre 2,5 y 5 centímetros de anchura. Todos tienen su origen en un plato ubicado en el punto más alto del monolito, y descienden zigzagueando hasta el borde inferior del modelo esculpido, desembocando en unos agujeros de desagüe redondos. Algunos creen que estos surcos debían de servir para desaguar las pociones que los sacerdotes ofrendaban a los dioses representados en la roca. Pero, si los arquitectos eran los propios dioses, ¿cuál era su propósito?

Los surcos también aparecen en otro inmenso afloramiento rocoso, que también se talló y modeló con una precisión geométrica, con peldaños, plataformas y hornacinas en cascada por toda su superficie. Uno de sus costados se talló para hacer pequeños platos sobre el nivel superior; están conectados a un receptáculo más grande del cual baja un profundo canal, que se separa a mitad de camino en dos surcos. Fuera cual fuera el líquido que llevaran, se vertía en la roca, que había sido vaciada y en la que se podía entrar a través de una abertura en la parte trasera. Otros restos, probablemente trozos de losas más grandes, generan cierto desconcierto por los complejos surcos y agujeros, geométricamente precisos, que se tallaron en ellos. Más bien parecen troqueles o matrices de algún tipo de instrumental ultramoderno.


Uno de los emplazamientos mejor conocidos, y que se encuentra justo al este de Sacsahuamán, recibe el nombre de Kenko, nombre que en lengua nativa significa canales sinuosos. La principal atracción es un enorme monolito que se eleva sobre un podio, y que da la impresión de un león u otro animal grande que se levanta sobre sus patas traseras. El monolito se yergue frente a una inmensa roca natural, y el muro circular que lo rodea comienza y termina en esta roca, como si se tratara de una pinza. En la parte de atrás, la roca se talló, se labró y se modeló en varios niveles, conectados a través de plataformas escalonadas. En los costados de la roca se tallaron canales zigzagueantes, y el interior de la roca se vació para crear túneles laberínticos y cámaras. Cerca, una grieta en la roca lleva a una abertura parecida a una cueva, vaciada con precisión geométrica para crear lo que algunos describen como tronos y altares.

Existen más de estos sitios alrededor de Cuzco-Sacsahuamán, a lo largo del Valle Sagrado y hacia el sureste, donde hay un lago que lleva el significativo nombre de lago Dorado. En un lugar llamado Torontoy, entre sus megalíticos bloques de piedra precisamente tallados, existe uno que tiene 32 ángulos. A unos 80 kilómetros de Cuzco, cerca de Torontoy, se hizo un curso de agua artificial para que cayera como una cascada entre dos muros y sobre 54 peldaños, cortados todos en la roca viva; curiosamente, este lugar recibe el nombre de Cori-Huairachina, donde se purifica el oro.


Cuzco significa el ombligo, y lo cierto es que Sacsahuamán parece haber sido el mayor, más colosal y más importante de todos estos lugares. Un aspecto de su importancia se evidencia en un lugar llamado Pampa de Anta, a unos 15 kilómetros al este de Sacsahuamán. Allí, se labró en la roca viva una serie de escalones. Dado que no hay nada que ver allí, salvo los cielos orientales, Rolf Müller llegó a la conclusión de que debía de ser algún tipo de observatorio, situado de manera que reflejara los datos astronómicos en el promontorio de Sacsahuamán.

Pero, ¿qué era en realidad Sacsahuamán, ahora que la idea de haber sido construida por los incas como una fortaleza ha quedado desacreditada? Los desconcertantes canales laberínticos y otros cortes aparentemente caóticos con los que se dio forma a las rocas naturales comienzan a tomar sentido como resultado de unas excavaciones arqueológicas iniciadas hace pocos años. Aunque lejos de descubrir más que una pequeña parte de las extensas estructuras de piedra de la meseta que se extiende por detrás de la roca Usa del Rodadero, estas excavaciones ya han revelado dos aspectos fundamentales del emplazamiento. Uno es el hecho de que murallas, conductos, receptáculos, canales y demás se crearon tanto a partir de la roca viva como con la ayuda de grandes sillares perfectamente modelados, muchos de ellos del tipo poligonal de la época megalítica, para formar una serie de estructuras de canalización de agua, unas por encima de otras; de este modo, se hacían fluir las aguas de la lluvia o del deshielo de forma regulada, de nivel en nivel.


El otro aspecto es el descubrimiento de una inmensa zona circular, cerrada con sillares megalíticos, que, según la opinión de todos, hacía las funciones de embalse. También se descubrió una cámara-esclusa subterránea construida con sillares megalíticos, ubicada en un nivel que permitía la salida de agua del embalse circular. Como han demostrado los niños que van a jugar allí, el canal que sale de esta cámara-esclusa va a parar al Chingana o Laberinto, excavado en la roca natural por detrás y por debajo de esta zona circular.

Aun sin haberse descubierto la totalidad del complejo que se construyó en este promontorio, por el momento queda claro que algún tipo de mineral o de compuesto químico se vertía desde el Rodadero para otorgar a su lisa cara posterior la decoloración resultante de tal uso; fuera lo que fuera -¿tierras ricas en oro?- lo que se vertía en el gran embalse circular, -desde el otro lado, el agua se hacía discurrir con fuerza. Tiene todo el aspecto de unas instalaciones de criba de oro a gran escala. Por último, el agua salía a través de la cámara-esclusa y se dejaba ir a través del laberinto. Lo que quedaba en las cubas de piedra era el oro.


Entonces, ¿qué papel tenían las colosales y zigzagueantes murallas megalíticas de los límites del promontorio? Para esto todavía no hay una respuesta clara, salvo la suposición de que hacía falta algún tipo de plataforma maciza para los vehículos, tal vez aéreos, que se utilizaban para transportar el mineral y llevarse las pepitas.

Un lugar que podría haber servido para funciones similares de transporte es Ollantaytambo, situado a casi cien kilómetros al noroeste de Sacsahuamán. Los restos arqueológicos se encuentran en la cima de una empinada estribación montañosa, y dominan una abertura entre las montañas que se elevan donde confluyen los ríos Urubamba-Vilcanota y Patcancha. A los pies de la montaña, hay un pueblo que da su nombre a las ruinas; el nombre, que significa “lugar de descanso de Olíantay”, proviene de la época en que un héroe inca se hizo fuerte allí para resistir a los españoles.


Varios centenares de escalones de piedra de tosca construcción conectan una serie de terrazas de factura inca y llevan hasta las ruinas principales, que están en la cima. Allí, en lo que se supone que hizo las veces de fortaleza, hay en realidad restos de estructuras incas construidas con piedras del terreno. Parecen primitivas al lado de las estructuras preincaicas de la época megalítica.

Las estructuras megalíticas comienzan con un muro de contención construido a base de piedras poligonales, como las que se pueden encontrar en los restos megalíticos descritos anteriormente. Después de pasar por un pórtico tallado en un único bloque de piedra, se llega a una plataforma que se apoya en un segundo muro de contención, construido también con piedras poligonales, pero de mayor tamaño. En uno de los lados, la prolongación de este muro se convierte en un recinto con doce aberturas trapezoidales, en que dos sirven como puertas y las otras diez son falsas ventanas. Quizás sea éste el motivo por el cual Luis Pardo llamó a esta estructura el templo central. En el otro lado del muro se eleva una enorme puerta modelada a la perfección, que en su época sirvió de entrada a las principales estructuras.


El misterio más grande de Ollantaytambo son una hilera de seis colosales monolitos que se elevan en la terraza más alta. Los gigantescos bloques de piedra se yerguen todos juntos, sin argamasa ni ningún otro tipo de material adherente, con la ayuda de largas piedras desbastadas que se insertaron entre los colosales bloques. Allá donde el grosor de los bloques no alcanza el máximo, se encajaron unas grandes piedras poligonales, como en Cuzco y en Sacsahuamán, para darle un grosor mayor. Sin embargo, en la parte frontal, los megalitos se yerguen como una única pared, orientada exactamente al sudeste, con las superficies cuidadosamente alisadas hasta obtener una ligera curvatura. Al menos, dos de los monolitos llevan los restos deteriorados de relieves decorativos. Sobre el cuarto se observa el dibujo de una escalera y todos los arqueólogos coinciden en que este símbolo, que tiene su origen en Tiahuanacu, en el lago Titicaca, significaba el ascenso desde la Tierra al Cielo o el descenso desde el Cielo a la Tierra.

Los salientes de los lados y de la parte frontal de los Monolitos así como los cortes escalonados de la parte superior del sexto de ellos, sugieren que esta obra quedó inacabada. De hecho, hay bloques de piedra de distintos tamaños y formas que están esparcidos a su alrededor. Algunos de ellos se tallaron, se modelaron y se les dieron esquinas, surcos y ángulos perfectos. Uno de ellos ofrece una pista sumamente significativa, pues en él se talló una profunda T. Todos los expertos, tras encontrar otras incisiones como ésta en los gigantescos bloques de piedra de Tiahuanacu, coinciden en afirmar que esto se hacía para mantener juntos dos bloques de piedra por medio de una especie de grapa de metal, como precaución ante los terremotos.


Y uno se pregunta entonces cómo los expertos siguen atribuyendo estos restos a los incas, que no disponían de metal alguno, salvo de oro, que es demasiado blando y, por tanto, totalmente inadecuado para mantener juntos unos colosales bloques de piedra en medio de un terremoto. También resulta ingenua la explicación de que los soberanos incas hicieran en este colosal lugar unos gigantescos baños, pues bañarse era uno de sus más preciados placeres. Con dos ríos que corren justo a los pies de las colinas, ¿para qué transportar tan inmensos bloques de hasta 250 toneladas? ¿Para hacerse una bañera en la cima de una colina? Y todo eso, ¿sin herramientas de hierro?

Más seria resulta la explicación de que la hilera de seis monolitos formaban parte de un muro de contención planificado, probablemente, para soportar una gran plataforma en la cima de la montaña. Si es así, el tamaño y la robustez de los bloques de piedra recuerdan a los colosales bloques de piedra utilizados para construir la singular plataforma de Baalbek, en las montañas del Líbano, que parece era el lugar de aterrizaje de los anunnaki y donde habría ido Gilgamesh.


Entre las muchas similitudes que encontramos entre Ollantaytambo y Baalbek se encuentra la del origen de los megalitos. Los colosales bloques de piedra de Baalbek se extrajeron a muchos kilómetros de distancia, en un valle; y después se levantaron, se transportaron y se pusieron en su lugar, junto con otras piedras de la plataforma. En Ollantaytambo, los gigantescos bloques de piedra se extrajeron de una ladera en el lado opuesto del valle. Los pesados bloques de granito rojo, después de ser extraídos, tallados y modelados, fueron transportados desde la ladera, a través de dos ríos, y se subieron hasta su emplazamiento; más tarde, se izaron cuidadosamente y se pusieron en su lugar para, finalmente, encajarlos entre sí.

¿Quién hizo Ollantaytambo? Garcilaso de la Vega escribió que era «de la primera época, antes de los incas». Blas Valera afirmó, «de una era que precedió a la época de los incas… la era del panteón de los dioses de tiempos preincaicos». Ya es hora de que los expertos modernos lo acepten. También es hora de darse cuenta de que estos dioses eran los mismos a los que se atribuyó la construcción de Baalbek en las leyendas de Oriente Próximo. ¿Acaso Ollantaytambo pretendía ser una fortaleza, como Sacsahuamán podría haber sido, o un lugar de aterrizaje, como había sido Baalbek?


Parece que para determinar el lugar de sus lugares de aterrizaje, los anunnaki establecieron primero un corredor de aterrizaje a partir de un rasgo geográfico sobresaliente, como el Monte Ararat. La ruta de vuelo en este corredor se inclinó después con un ángulo exacto de 45° con respecto al ecuador. En tiempos postdiluvianos, cuando el aeropuerto se instaló en la península del Sinaí y el lugar de aterrizaje para vehículos aéreos se ubicó en Baalbek, se siguió el mismo patrón.

El Torreón de Machu Picchu tiene, además de dos ventanas de observación en la parte semicircular, otra enigmática ventana que tiene en su base una abertura con forma de escalera invertida, y una hendidura con forma de cuña en la parte superior. Si se traza una línea desde la Roca Sagrada que, pasando por la hendidura, llegue hasta el Intihuatana, ésta discurriría en un ángulo exacto de 45° con respecto a los puntos cardinales, dando así a Machu Picchu su principal orientación.


Estos 45° de orientación no sólo determinaron el trazado de Machu Picchu, sino también la ubicación de los principales emplazamientos antiguos. Si sobre un mapa de la región se traza una línea que conecte los altos de Viracocha desde la Isla del Sol en el Lago Titicaca, la línea pasará por Cuzco y continuará hasta Ollantaytambo -¡precisamente, en un ángulo de 45° con respecto al ecuador!

En una serie de estudios y conferencias de María Schulten de D’Ebneth, resumidos en su libro La Ruta de Viracocha, se demostró que la línea de 45° sobre la que se ubicó Machu Picchu encaja con una rejilla patrón a lo largo de los lados de un cuadrado inclinado 45°, de manera que las esquinas, y no los lados, señalan hacia los puntos cardinales. Para buscar esta antigua rejilla se había inspirado en la Relación de Salcamayhua, en donde después de relatar la leyenda de las tres ventanas, está dibujado un esbozo para ilustrar la narración, dando a cada ventana un nombre: Tampu-Tocco, Maras-Tocco y Sutic-Tocco. María Schulten se dio cuenta de que se trataba de nombres de lugares y cuando aplicó el cuadrado inclinado a un mapa de la región Cuzco-Urubamba, con su esquina noroccidental en Machu Picchu (o Tampu-Tocco), descubrió que el resto de lugares caía en las posiciones correctas. Y, por último, trazó las líneas que demostraban que una línea de 45° que partiera de Tiahuanacu, combinada con cuadrados y círculos de medidas concretas, abarcaba a todos los antiguos lugares clave entre Tiahuanacu, Cuzco y Quito, en Ecuador, incluido el importantísimo emplazamiento de Ollantaytambo.


No menos importante es otro de sus descubrimientos. Los subángulos que ella había calculado entre la línea central de 45° y los lugares ubicados a partir de ella, como el templo de Pachacamac, le indicaron que la inclinación de la Tierra en el momento en que se trazó la rejilla estaba cerca de los 24° 08′, lo que significaría que la rejilla se diseñó 5.125 años antes de que se tomaran las medidas, en 1953; o sea, en el 3172 a.C. Y esto confirmaría que las estructuras megalíticas pertenecen a la Era de Tauro, la época que va del 4000 al 2000 a.C. Y al combinarse los estudios modernos con los datos aportados por los cronistas, se confirma lo que las leyendas afirman: que todo comenzó en el lago Titicaca.

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