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jueves, 10 de enero de 2019

BACO Y MIDAS

BACO Y MIDAS
Midas: el roce maldito del oro


En medio de la fiesta, tropezando con sus propios pies, embotado por el vino, Sileno se fue. Ciertamente, no quería ir lejos, pues le gustaba participar de las alegrías de sus compañeros, pero la embriaguez le turbaba el sentido del rumbo y la distancia, y acabó llevándolo a un bosque apartado, donde, a la sobra de los árboles, se adormeció.
Allí lo sorprendieron algunos campesinos, que lo reconocieron inmediatamente como al fiel ayo de Baco, y lo llevaron ante la presencia del rey. Midas, el soberano ambicioso, vislumbrando la posibilidad de sacar algún provecho de ese encuentro, mandó preparar una gran fiesta en homenaje de Sileno, y lo trató con pompa digna de un gran personaje.
Durante diez días y diez noches el palacio real albergó al huésped. Danzas, cantos, vino y manjares renovados marcaban el paso del tiempo.
Al llegar al decimoprimero día, Midas llevó a Sileno ante Baco. Y el dios, contento de volver a ver al viejo compañero, decidió recompensar al rey no sólo por traerlo de vuelta, sino también por haberlo tratado con tan cálida hospitalidad. Prometiéndole, agradecido de corazón, realizar cualquiera de sus deseos.
Las riquezas era la gran pasión del soberano. Aunque tuviese ya una envidiable fortuna, deseaba agrandarla aún más, hasta convertirse en la criatura más rica de toda la Tierra. Así, pues, formuló a Baco su mayor deseo: poder transformar en oro todo lo que tocase.
Con su sabiduría, Baco previó males futuros para el rey, pero tal como lo había prometido, convirtió en realidad su pedido. Y enseguida, para no asistir a las tristes consecuencias de la ambición de Midas, se alejo de su presencia y se fue a reunir con sus compañeros que bebían y cantaban en el bosque.
Una vez solo, y para comprobar el poder otorgado por Baco, el rey recogió una piedra del suelo, y apenas la hubo tocado con los dedos, la vio transformarse en oro. Después tomó una rama de árbol y las verdes hojas se endurecieron en su mano, haciéndose metálicas y doradas.
Era la realización de su gran seño. Sería ahora el hombre mas rico del mundo, y nadie podría rivalizar con él en grandeza y poder.
A la hora del almuerzo, la felicidad de Midas sufrió el primer estremecimiento, como Baco lo había previsto. En efecto, al tomar el pan para cortarlo el soberano comprobó con tristeza que el alimento se convertía en oro. Lo mismo sucedió con las carnes, las legumbres, las frutas; todo se tornaba en bloques sólidos y brillantes. Amedrentado, el rey trató de beber agua, pero ninguna gota le llegó a la garganta: al contacto con sus labios, el líquido se convertía en metal. No era eso lo que había deseado, pero tan ansioso había estado de enriquecerse más y más, que no supo expresarse con medida ante el dios. De nada le valía transformar todo en oro, si con tanta riqueza no podía comer, ni beber, ni descansar en lechos blandos, ni siquiera acariciar a las personas que amaba.
Entonces se dio cuenta de la insensatez de su pedido, y se apresuró a buscar al dios para suplicarle que lo librase de tan nefasto poder.
Baco le ordenó que se bañara en las aguas purificadas del río Pactolo, que corría por las tierras de Frigia. Y, efectivamente, Midas perdió el extraño don de transformar las cosas en oro. Abandonó sus riquezas, renunció por completo a la ambición material, y fue feliz viviendo con sencillez entre los modestos pastores y campesinos.

https://antepasadosnuestros.blogspot.com/2009/10/mitologia-baco-y-midas.html

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