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jueves, 15 de febrero de 2018

¿LOS MASONES SON SOLICOLAS?

¿LOS MASONES SON SOLICOLAS?

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…Los buenos de los hermanos masones difícilmente podrían negar que, por lo menos de nombre, son solícolas o adoradores del sol celeste, en el cual veía el erudito Ragón un símbolo magnifico del G.A.D.U., como lo es, sin duda alguna. 

Pero Ragón se hubiera visto en un apuro si hubiese tenido que demostrar que el GAD.U. no es más bien el Sol del pescado menudo de los profanos que el solus del Gran Epoptai. Pues el secreto de los fuegos de Solus, el espíritu que brilla en la Estrella flamígera, es un secreto hermético… 

Dice Du Choul que “Los sacrificadores romanos” tenían obligación de confesarse antes de sacrificar. Los sacerdotes de Júpiter se tocaban con un alto bonete negro de forma cuadrada que era el objeto con que se cubrían la cabeza los Flamines (véase el sombrero de los sacerdotes armenios y griegos modernos). La sotana negra de los sacerdotes católicos es la negra hierocaracia o amplia vestidura que usaban los sacerdotes de Mitra, la cual recibía este nombre por ser del color de los cuervos “corax”. El rey–sacerdote de Babilonia poseía un sello o anillo de oro que llevaba en el dedo. Llevaba pantuflas que besaban los potentados sometidos a su dominio, un manto blanco y una tiara de oro de la cual pendían dos cintas. Los Papas poseen pantuflas y un anillo que tiene el mismo uso, un manto de raso blanco en el que se ven bordadas unas estrellas de oro, una tiara con dos cintas cubiertas de piedras preciosas, etc.… La vestidura de tela blanca “alba vestis” es idéntica a la de los sacerdotes de Isis, los sacerdotes de Anubis se afeitaban la coronilla (Juvenal), de cuya costumbre se deriva la de la tonsura; la casulla de los “padres” cristianos es copia de la vestimenta con que se cubrían los sacerdotes del culto judío, vestidura denominada colarisis, que iba sujeta al cuello y descendía hasta los talones. La estola de nuestros sacerdotes ha sido tomada del vestido femenino que llevaban las Galli o bailarinas del templo, cuya función era la del Kadashim judío (véase el Libro II de los Reyes, cap. XXIII, 7); su cinturón de castidad procedía del ephod de los judíos y de los cordones de los sacerdotes de Isis, quienes hacían voto de castidad (si se quieren más detalles que confirmen lo expuesto léase a Ragón). 

Los paganos antiguos utilizaban el agua bendita o lustral para purificar sus ciudades, campos, templos y hombres A la puerta de los templos había pilas bautismales llenas de agua lustral, que recibían los nombres de favisses y aquiminaria. El pontífice o curión (de aquí se deriva el nombre español de cura) sumergía en el agua lustral una rama de laurel antes de ofrecer el sacrificio y acto seguido rociaba con ella a la piadosa congregación; lo que entonces recibía el nombre de lustrica y aspergilium se llama hoy en día aspersorio o hisopo. E1 hisopo de las sacerdotisas de Mitra era el símbolo del lingam universal, que se sumergía durante las ceremonias en leche lustral, rociando con ella a los fieles, con lo cual trataba de representarse la fecundidad universal; por lo tanto, el empleo de agua bendita en el cristianismo es un rito de origen fálico. Además, la idea que preside este hecho es puramente oculta y pertenece al ceremonial mágico. 

Las purificaciones se verifican por medio del fuego, el azufre, el aire y los elementos. Se recurría a las abluciones para llamar la atención de los dioses celestes; y para conjurar y alejar a los dioses inferiores, se empleaba constantemente el aspersorio purificador. 

En muchas iglesias griegas y romanas se suele pintar la bóveda de los templos de color azul y con estrellas doradas para representar la bóveda celeste, costumbre que no es más que una copia de los templos egipcios, en donde se adoraba al sol y a las estrellas. En Oriente se rinde el mismo homenaje que las arquitecturas masónica y cristiana rindieron al paganismo. Ragón demuestra plenamente este hecho en sus volúmenes, hoy en día desaparecidos. La “princeps porta”, la puerta del mundo y del “Rey de la Gloria”, cuyo nombre designaba antiguamente al sol y hoy en día se aplica al Cristo, su símbolo humano, es la puerta de Oriente encarada hacia ese punto cardinal en todo templo o iglesia. Por esta “puerta de la vida”, a través de la cual entra diariamente la luz en el cuadrado oblongo de la tierra o Tabernáculo del Sol (símbolo del arca de Noé, de la Alianza del Templo de Salomón, del tabernáculo y del campamento de los israelitas; todos los cuales fueron construidos en forma de “cuadrado oblongo”. Los romanos y griegos representaban a Mercurio y a Apolo por cubos y cuadrados oblongos; lo mismo ocurre con la Kaaba, el gran templo de la Meca.), es introducido el recién nacido en el templo y llevado hasta la pila bautismal. Las pilas bautismales se colocan hoy en día a la izquierda del edificio (el sombrío norte de donde parten los “aprendices” y en donde sufren los candidatos la prueba del agua) que es, precisamente, el lugar en que se ponían antiguamente las piscinas de agua lustral, lo cual se explica sabiendo que las antiguas iglesias habían sido antes templos paganos. Los altares de la pagana Lutecia fueron enterrados y descubiertos bajo el coro de Nuestra Señora de París; el pozo en donde se conservaba el agua lustral existe todavía en esa iglesia. Casi todas las grandes iglesias antiguas del continente, anteriores a la edad media, habían sido antes, templos paganos sobre cuyos emplazamientos fueron construidas aquellas por orden de los obispos y de los Papas. 

Gregorio el Grande dio sus órdenes al monje Agustín de la manera siguiente: “Destruid los ídolos, pero nunca los templos, los cuales debéis rociar con agua bendita, colocando reliquias en ellos, para que los pueblos adoren en donde tienen por costumbre hacerlo”. 

Basta consultar las obras del cardenal Baronio para encontrar la siguiente confesión hecha en el año XXXVI de sus Anales: “Le ha sido permitido a la Santa Iglesia apropiarse de los ritos y ceremonias utilizados por los paganos en su culto idolátrico, porque ella (la Iglesia) los regeneró por medio de la consagración”. Leemos en las “Antíquités Gauloises”, de Fauchet, que los obispos de Francia adoptaron las ceremonias paganas con objeto de convertir a los paganos al cristianismo. Esto aconteció cuando los galos eran todavía paganos. 

Hasta el siglo cuarto no hubo altares en las iglesias, pues hasta esta época el altar consistía en una mesa, que se colocaba en el centro del templo para tomar la comunión o ágape fraternal (La Cena como misa se decía al principio por la noche). 

La mesa que actualmente se pone en la “Logia” para celebrar los banquetes masónicos con que terminan ordinariamente las actividades de una Logia, durante las cuales los Hiram Abif resucitados, “los hijos de la viuda”, ennoblecen sus brindis por medio de fining (un modo masónico de transubstanciación), que es una continuación de esa costumbre. 

Los altares se copiaron del Ara Maxima de la Roma pagana. Los latinos colocaban junto a las tumbas unas piedras cuadradas u oblongas a las que daban el nombre de Aras (altares), consagrándolas a los dioses Lares y a los Manes. Nuestros altares tienen su origen en estas piedras cuadradas, que eran otras formas de mojones, los cuales recibían el nombre de dioses Término, Hermes y Mercurio, de donde proviene aquello de los Mercurios “quadratus, quadrifons, etc…”; o sea, los dioses de cuatro caras, de quienes estas piedras cuadradas son símbolos desde la más remota antigüedad. La piedra en la que se sentaban los reyes de Irlanda era un altar de esta clase. En la abadía de Westminster hay también una de estas piedras, a la cual se atribuye, además, una voz. De manera que todos nuestros altares y tronos descienden directamente de los mojones fronterizos y priápicos, los dioses Término. 

Quizás los lectores fieles a las enseñanzas de la Iglesia se indignen si les decimos que los cristianos no adoptaron la moda pagana de adorar en los templos hasta el reinado de Diocleciano; pero ésta es la verdad, ya que hasta esa época experimentaron horror por los altares y los templos, a los que durante 250 años miraron como cosa abominable. …

Pero, a partir del siglo IV se convirtieron en heleno–Judaicos, en gentiles, en todo menos en neoplatónicos. 

El romano Minicio Félix en el siglo III decía: 

“Vosotros os creéis que los cristianos os ocultamos lo que adoramos, porque no tenemos templos ni altar. Pero, ¿qué imagen de Dios podemos construir cuando hasta el mismo hombre no es más que una imagen suya? ¿Qué templos vamos a erigir a la divinidad, si el Universo, que es obra suya, no puede apenas contenerla? ¿Cómo colocaríamos en un solo edificio el poder del Omnipotente? ¿No es preferible, acaso, que consagremos un templo en nuestro corazón y en nuestro espíritu a la divinidad?” 

Pero es que en esa época, los cristianos del tipo de Minucio Félix tenían presente en la memoria los mandamientos del Maestro iniciado, de que no hay que rezar en las sinagogas y en los templos como hacen los hipócritas, para “que los vean los hombres”; y recordaban la declaración de Pablo, el Apóstol–Iniciado, Pablo el “Maestro Constructor”, de que el hombre es el único templo de Dios en que mora el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Ellos guardaban los verdaderos preceptos cristianos… 

El sol ha sido, desde tiempo inmemorial, el símbolo de la divinidad creadora…

Si los templos masónicos están iluminados por tres luces astrales (el sol, la luna y la estrella geométrica) y por tres luces vitales (el Hierofante y los dos obispos o vigilantes) es porque uno de los padres de la Masonería, Pitágoras, sugirió hábilmente la idea de que no debemos hablar sobre las cosas divinas si no nos ilumina una lámpara. Los paganos celebraban en honor de Minerva, Prometeo y Vulcano, la fiesta de las lámparas, llamadas “lampadophorias”. Pero Lactancio y algunos de los primeros Padres de la nueva religión se lamentaban de que se hubieran introducido lámparas paganas en las iglesias. Lactancio escribe: “Si se dignaran contemplar la luz que llamamos sol, no tardarían en convencerse de que Dios no necesita sus lámparas para nada”; y Vigilanto añade: “Con el pretexto de religión, la Iglesia ha establecido la costumbre de los gentiles de encender mezquinas candelas, mientras luce el sol esplendoroso. ¿Es ésta manera de honrar al Cordero de Dios, al sol así representado que, hallándose en el centro del Trono (El Universo), lo llena con la radiación de su majestad? Estos párrafos vienen a demostrar que la Iglesia primitiva adoraba al Gran Arquitecto del Universo en su imagen, el Sol Único, el único de su especie (La Misa y sus Misterios).

Los candidatos deben pronunciar el juramento masónico vueltos hacia Oriente, en donde se encuentra el “Venerable” (porque los neófitos hacían lo propio en los Misterios): la Iglesia ha conservado, a su vez, este mismo rito. Durante la misa mayor (el ara máxima) con el tabernáculo o pyx (la caja en la que se guarda el Santo Sacramento) y con seis lámparas. El significado exotérico del pyx y de su contenido, símbolo del “Cristo Sol”, es la representación de la resplandeciente luminaria, y los seis cirios, la de los seis planetas (los primeros cristianos sólo conocían ese número), tres de los cuales se colocan a la derecha y otros tres a la izquierda, con lo cual no se ha hecho más que copiar el candelabro de los siete brazos de la sinagoga, cuya significación es idéntica. Sol est dominus Meus, “el Sol es mi Señor”, exclama

David en el salmo XCV, lo que se ha traducido ingeniosamente en la versión autorizada diciendo: “El Señor es Dios grande; y Rey grande sobre todos los dioses” (vers.3), quienes en realidad no son sino los planetas. Agustín Chalis es más sincero cuando dice en su Filosofía de las Religiones Comparadas que: “Todos son dev (demonios) en esta tierra, salvo el Dios de los Videntes (Iniciados); y si en Cristo no veis nada más que el sol, adoráis a un dev, a un fantasma, como lo son todos los Hijos de la noche”.

Teniendo en cuenta que el Este es el punto cardinal de donde surge el astro del día, Gran Dispensador y sostén de la vida, creador de todo cuanto existe y respira en el Globo, no nos extrañará que todas las naciones de la tierra hayan adorado en él al Agente visible del Principio y de la Causa invisible, ni de que se diga la misa en honor del que es el dispensador de las messis (mieses) o cosechas. Pero entre la adoración del Ideal en si y la del símbolo, media un abismo. Para los egipcios doctos, el sol era el ojo de Osiris, pero no el mismo Osiris; lo mismo creían los sabios adoradores de Zoroastro.

El sol llegó a ser la divinidad in toto para los primeros cristianos; y por la fuerza de la casuística, del sofisma y de los dogmas, cuya discusión se prohíbe, han terminado las iglesias cristianas por obligar a las personas cultas a aceptar esta opinión, hipnotizándolas con la creencia de que su Dios es la única divinidad viva, la creadora del Sol y no el Sol, el cual es un demon adorado por los paganos.

Vos que dice hermano mío.

Herbert Oré.

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