El descenso a los infiernos 2 de 2
Perséfone (Proserpina)
El rapto de Perséfone y su descenso al Inframundo (del cual luego será Reina y Señora) es el típico viaje que se inicia por obligación, por la fuerza, y puede cambiar la totalidad de nuestro destino. No queremos emprenderlo, pero las circunstancias nos obligan a enfrentarnos con el sufrimiento (“lo infernal”) y llegar a algún tipo de equilibrio, si es que sobrevivimos. Se me ocurren detonantes como la muerte de un ser querido, ruptura de una relación importante, depresión grave, abuso sexual, tortura, prisión, diagnóstico terminal, extrema pobreza… por desgracia la lista podría seguir. Este rapto de Hades, que termina con la vida inocente y despreocupada de Perséfone (como todo suceso traumático y excesivamente doloroso lo hace con la nuestra), es una de sus muy infrecuentes salidas a la superficie. A un nivel simbólico, tampoco es de extrañar que la pareja, soberana de los muertos, no haya tenido jamás descendencia.
Hércules (Heracles)
Emprendemos el viaje con un objetivo concreto, nos enfrentamos a nuestra Sombra y dominamos nuestras pasiones más destructivas para lograr una vida mejor. Hércules inicia este descenso para cumplir con uno de sus famosos trabajos —en este caso, presentarle a Euristeo el guardián canino de las puertas del Hades, el Cancerbero—; el héroe estaba dispuesto a cualquier cosa para lograr prestar este servicio: además de la supuesta pedrada a Hades, Hércules tuvo muchas luchas durante su pasaje por el Inframundo.
Psique
Éste es un viaje que se emprende por amor (aunque también podría clasificarse como un viaje por servicio, como el anterior, ya que se trata de una prueba impuesta por Afrodita para que Psique recuperara a Eros). Pasamos por una etapa difícil en una relación, pero la convicción de que vale la pena y de que estamos luchando por algo importante nos da fuerzas.
Orfeo
Otro viaje por amor, pero ligado a la nostalgia y la añoranza que suelen provocar la separación y la muerte. No nos resignamos a una pérdida, a un duelo, y nos es imposible dejar de mirar hacia atrás: estamos congelados en el tiempo. Permanecemos hundidos en el dolor, en el infierno, por no poder superar este sufrimiento y volver a la vida.
Teseo
En el viaje por egocentrismo o desafío nos sumergimos en el infierno por razones casi inconscientes, autodestructivas e incluso frívolas. Teseo y Piritoo, luego de sus fallidos matrimonios, decidieron que sólo se casarían con hijas de Zeus, así que primero raptaron a Helena de Troya y después bajaron al reino de los muertos para llevarse a Perséfone. La aventura resultó desastrosa, ya que Hades les tendió una trampa y, de no haber sido por Hércules, Teseo hubiera quedado encerrado allí para siempre (de todos modos, el episodio le costó el trono). Todo tipo de adicción caería en este modelo de viaje, del cual generalmente se hace necesario un rescate externo para poder volver a la superficie.
Eneas
Similar al viaje de Ulises, en este modelo Eneas busca la guía y el apoyo paterno, el consejo del alma de Anquises, por verse desbordado de problemas e incertidumbres y no saber hacia dónde seguir. Su padre sería una figura interiorizada, ya que está muerto, pero al conectarse con él se hallan las respuestas: la buena base afectiva redunda en la seguridad personal del individuo. Como en otros casos, aquí también estamos frente a un proceso de autoconocimiento, pero la motivación de Eneas para su descenso al Inframundo está, además, en el cometido y la responsabilidad que carga sobre sus hombros de fundar una nueva Troya (que después sería nada menos que Roma). Es decir, no se trata solamente de una fase de indagación personal, sino que se busca repercutir también en lo social, en lo colectivo. El descenso de Ulises, en cambio, busca respuestas orientadas exclusivamente a su vida individual.
Gilgamesh
El héroe mesopotámico viaja al mundo de los muertos en busca de la inmortalidad (en este caso, representada por una planta de la vida eterna que Gilgamesh rescata de las aguas de la Muerte, pero luego desgraciadamente vuelve a perder).
El héroe mesopotámico viaja al mundo de los muertos en busca de la inmortalidad (en este caso, representada por una planta de la vida eterna que Gilgamesh rescata de las aguas de la Muerte, pero luego desgraciadamente vuelve a perder). Este tipo de viaje no es usual: en general, cuando lo emprendemos no lo hacemos por el conocimiento en sí, sino por la trascendencia; se trata de una lucha desesperada contra la condición de mortal de los hombres, que quizás podría acercarse a una búsqueda religiosa (en el sentido más profundo del término) de sentido. Al comparar la epopeya de Gilgamesh y la crónica de su grandeza, no sería justo decir que los motivos de Ulises, Hércules y tantos otros para perturbar el misterio del inframundo son triviales: simplemente, las escalas de lo divino y de lo humano son distintas.
Inanna
La diosa sumeria del Amor, de la Guerra y la Fertilidad, representante de los tiempos del matriarcado, descendió al Inframundo para reclamarle a su hermana/alter ego Ereshkigal —ambas son dos aspectos complementarios, la luz y la oscuridad— el dominio sobre el reino de los muertos, además de cielo y tierra donde Inanna ya gobernaba. Tuvo que pasar siete puertas en cada una de las cuales debió despojarse de sus ropas reales y objetos valiosos hasta llegar desnuda frente a los jueces, que la miraron con la mirada de la Muerte y la convirtieron en un cadáver, posteriormente colgado de una estaca. Como ella había instruido a su mensajero Nishubur para que buscara rescatarla si no regresaba a los tres días, éste logró (luego de intentos fallidos con otros dioses) el apoyo de Enki, quien ideó una maniobra para resucitarla. Inanna logró regresar al mundo de los vivos, victoriosa, y voló por todas las ciudades de Sumeria rodeada de una legión de muertos que salieron con ella (¿semejanzas con Jesucristo, cuya historia es un milenio posterior? “Descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre los muertos…”).
El viaje de Inanna es el mejor modelo de conexión con nuestro propio inconsciente, cuando por el detonante que sea nos aventuramos a descender corriendo riesgos y con el fin último de ganar total control sobre todas las esferas de nuestro ser (no sólo el ego). Podría ser también una metáfora de la depresión, ese estado de perpetuo aislamiento en el inframundo, lejos del mundo de los vivos, pero con la esperanza de que aquellos ayudantes que dejamos en el territorio de la conciencia hallen la forma de rescatarnos y hacernos resucitar. Y sobre todo, como cualquier descenso al mundo de los muertos, es un enfrentamiento con nuestra propia mortalidad: aun los dioses quedan atrapados por ella, inclinando la cabeza ante a sus designios; una y otra vez, frente a cada puerta, le repite el guardián de la tierra de donde no se vuelve: “Oh Inanna, no investigues los ritos del mundo inferior”. Es el camino de las pruebas, del cual tendremos que salir fortalecidos o morir en el empeño. ®
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