CENTINELA CONTRA FRANCMASONES
Agustín Celis
Agustín Celis
A pesar de la temprana fundación, en 1728, de la primera logia masónica en España, tal y como hemos comentado al hablar de Felipe de Wharton, la masonería tuvo muy escasa vigencia en nuestro país durante el siglo XVIII. El exhaustivo rastreo que han llevado a cabo los historiadores más rigurosos, ha acabado echando por tierra muchas de las opiniones que sobre la masonería española de este siglo aún se tenía. Durante el siglo XIX, y también durante buena parte del XX, tanto los apologistas como los denostadores de la masonería nos hicieron creer que España había sido un auténtico nido de masonazos, llegándose a hablar, incluso, del rey Carlos III y del Conde de Aranda como de adeptos masones, y hasta de Jovellanos y de Moratín hijo, entre otras ilustres perlas de la época. Y de este modo, según fueran unos u otros quienes escribían la Historia, las actuaciones de estos lumbreras habían sido muy beneficiosas o muy perjudiciales. Nada, por otra parte, que nos sorprenda a estas alturas, sabiendo, como sabemos, que así es como se han escrito y se siguen escribiendo los pasos que ha dado el hombre sobre esta tierra mancillada. De hecho, hoy por hoy, el que la masonería tuviera escasa importancia en la España del setecientos también es utilizado de forma tendenciosa y partidista, sirviendo para cubrir de gloria patria a este desdichado pueblo que ha hecho y ha vivido siempre como le han dejado o como ha podido. Y así, de este modo tan fácil, algún que otro historiador salvapatrias de los que tanto abundan últimamente, aprovecha la ocasión, en este mismo año en el que escribo, para honrar la memoria histórica española afirmando en uno de sus libros, sin pudor ninguno, no ya que hubo pocos españoles vinculados a la masonería, sino que no existieron masones en España porque lo había prohibido el Papa, y que eso de la masonería era cosa de extranjeros. Y aún más; que como fueron los franceses de la época de Napoleón, esa bestia invasora, los que introdujeron la Orden en España, y el pueblo español luchó con rabia y valentía contra los invasores, de ello se colige que los españoles se opusieron desde el principio a la masonería como fieles católicos y auténticos patriotas. Y claro, así contado, no deja de ser un cuento para niños y para fervorosos de la causa que puedan seguir dándose puñetazos en el pecho al grito de “¡Viva España!” Una sola pregunta le haría yo a este individuo: ¿es esto razonable, señor historiador?
Con mucho mejor sentido común, el profesor Benimeli nos aclara la cuestión indagando en las fuentes y aportándonos datos concretos de cuál era la situación real y, aunque la conclusión a la que se llega es parecida, es decir, que la presencia de masones en España fue muy escasa, la lectura que se hace de este hecho es bien distinta. Benimeli, además, aporta un dato decisivo: en las relaciones de logias de 1787 y 1796 no aparece ninguna mención de talleres españoles.
Todavía existe una tercera opinión, la de quienes creen que sí hubo masones en España durante el siglo XVIII y que, aunque escasos, los documentos encontrados al respecto deben ser tenidos muy en cuenta, pues aportan pruebas valiosísimas para comprender la evolución de la masonería en España. De esta opinión es don Ricardo de la Cierva, a quien yo creo que no le falta razón en lo que dice, aunque muchas de sus conclusiones a este respecto resulten demasiado contundentes y excesivas.
Para que el lector pueda hacerse su propia opinión al respecto, voy a exponerle, en varias líneas, cuáles son esos escasos datos sobre la masonería del XVIII en España.
1728: El Duque de Wharton funda en Madrid la primera logia española: la Matritense.
1729: Se funda en Gibraltar la segunda logia, llamada Lodge of St. John of Jerusalem. Hay un dato relevante sobre esta logia: estaba formada exclusivamente por ingleses.
1740: Se publica en España la bula Papal In eminenti, contra la masonería, seguida de la condena del rey Felipe V hacia la Orden.
1747: Se publica la obra antimasónica Muro invencible mariano contra los tiros de un murador disfrazado, de Fray Domingo de S. Pedro de Alcántara.
1750 ó 1751: Reuniones masónicas en Barcelona por parte de franceses e ingleses, que no llegaron a constituir logias.
1751: - El rey Fernando VI condena la masonería en España.
- Se publica la obra Adumbratio liberorum muratorum, del trinitario fray Juan de la Madre de Dios.
- Ignacio Le Roy, cadete en el cuerpo de los guardias de Corps, se autoinculpa como francmasón y solicita el perdón de la Santa Inquisición. A éste le sigue su amigo Guillermo Clauwes y veintiséis militares más, entre los que figuran el vizconde de Autresal y el conde de Croix.
1752: El franciscano José Torrubia edita uno de los títulos antimasónicos más célebres del siglo: Centinela contra francmasones. Discurso sobre su origen, instituto, secreto y juramento. Descríbase la cifra con que se escriben, y las acciones, señales y palabras con que se conocen.
1753: El fraile benedictino Benito Jerónimo Feijoo da a la luz sus Cartas eruditas y curiosas, donde hace varias reflexiones sobre los francmasones o muratores, como él los denomina.
1754: Un tal Antonio Bonel, seudónimo de quien realmente era Antonio Lobón, predicador del Monasterio de San Basilio, remitió desde Madrid una carta al inquisidor de Córdoba, don Luis Herrera, comentándole que en la Corte actuaban más de seis mil francmasones de toda clase social y oficios, nombrando como tales al marqués de Torrecilla y a los duques de Osuna, Frías y Medinaceli. Debido a las altas personalidades implicadas, las autoridades no tomaron cartas en el asunto y consideraron aquella misiva como la obra de un fanático o de un loco.
1755: Masones franceses e ingleses organizan reuniones masónicas en Cádiz, sin llegar a constituir logias. Fueron denunciados a la Inquisición.
1772: Un grupo de militares procedentes de los Países Bajos fundan en Madrid una logia masónica. Un detalle a tener en cuenta: aunque era oriundos de los Países Bajos estaban al servicio del rey de España.
Además de todas estas referencias, suficientemente contrastadas por los estudiosos de la masonería, quizás convenga no olvidar los muchos rumores y leyendas que se propagaron sobre los masones durante el siglo XVIII, y que hablan de logias fundadas en Sevilla, Córdoba, Málaga, Zaragoza y Palma de Mallorca. Con cierta frecuencia, y de modo imprudente, los historiadores más rigurosos suelen descartar el estudio del folclore de los pueblos por considerarlo una fuente poco fiable de patrañas y auténticas mentiras. Y aunque no les falta razón, conviene tener en cuenta que el “saber del pueblo” se fundamenta en el acontecer diario, haciéndose eco de lo que ocurre a su alrededor. De modo que sí, que bueno, que vale, que esas leyendas no dejan de ser simples ilusiones con una apariencia de realidad, y que hay que recogerlas con pinzas, pero no por ello dejan de ser enriquecedoras, porque, cuando menos, sirven para saber que el tema de los masones estaba en la calle durante el siglo XVIII, que se hablaba de ellos y que, como poco, la gente había escuchado campanas. Así que cuidado; tampoco inventemos una nueva leyenda urbana sobre la inexistencia de masones españoles en el siglo XVIII, porque haberlos, los hubo.
Y tras esta larga introducción, vayamos ya a lo que nos habíamos propuesto contar aquí. Como en este capítulo, a medio camino entre la rumorología y la verdad, no pretendo ser un historiador sesudo sino un cotilla de largo alcance, voy a contar una de estas supuestas leyendas que han caído en el olvido en los últimos años, no porque no pudiera ser verdad, sino porque los eruditos no han encontrado todavía las pruebas que confirmen su autenticidad.
Según se ha dicho en alguna ocasión, el franciscano José Torrubia había sido revisor del Santo Oficio y, a tanto llegó el celo profesional de este hombre, que en 1750 decidió iniciarse en la masonería para sorprender los secretos de la Orden. Fue, por tanto, un infiltrado del clero católico en las logias masónicas, o por decirlo de otro modo, un verdadero espía en pleno siglo XVIII.
Aunque es muy poco lo que se sabe sobre este hombre, yo me lo imagino alto y escuálido, de rostro macilento y pasos apresurados, consumido físicamente por un nerviosismo interior que debía de proporcionarle una gran energía mental, que es la virtud que deben poseer todos los hombre de acción. Impetuoso e impulsivo, pero a la vez templado y consciente de su condición religiosa, este fraile curtido en mil batallas solicitó audiencia con el legado del Papa en Madrid para revelarle sus propósitos. Y una vez que obtuvo la aprobación correspondiente, para no violar en demasía sus votos, pidió que se le otorgara una bula que lo eximiera de cualquier responsabilidad que se derivara de los juramentos que, como iniciado masón, iba a estar obligado a hacer. Consiguió también esta dispensa y marchó a la aventura dispuesto a cumplir su peligrosa misión, que no era otra que la de desenmascarar a los masones desde dentro.
No ha quedado constancia del tiempo que duró este servicio. La leyenda habla de “poco tiempo”, pero ignoramos cuánto tiempo fue ese poco. Lo cierto es que el padre Torrubia regresó sano y salvo de su personal bajada a los Infiernos de la Masonería y, una vez que estuvo de nuevo entre los fieles, libre ya de las garras de la herejía, se presentó ante el tribunal supremo de la Santa Inquisición en Madrid y expuso cuanto había visto y oído en las muchas reuniones en las que había estado presente. Además, entregó un informe completísimo donde figuraba un listado con las noventa y siete logias supuestamente activas por aquel entonces en el país, con los nombres de todos sus miembros, miles, que desde entonces fueron o serían perseguidos, confinados en calabozos y sometidos a toda clase de tormentos y martirios.
Como se ve, la historia no deja de ser una curiosa fantasía. Ya en el siglo XIX, el propio Menéndez Pelayo la dio por falsa. Hoy se sabe que la cifra de noventa y siete logias resulta, cuando menos, excesiva y sospechosa de falsedad. Pero al fin y al cabo ahí están la historia y el libro que publicó en 1752, el Centinela contra francmasones que, aunque escrito desde el más absoluto desconocimiento, indica que en la época había una verdadera preocupación por la masonería y los masones. ¿Por qué?
http://www.agustincelis.com/id66.htm
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