¿QUÉ ES ESO DEL “CONTUBERNIO JUDEO-MASÓNICO-COMUNISTA”?
Agustín Celis
Esto del “contubernio judeo-masónico-comunista” fue una expresión muy difundida durante los cuarenta años de la dictadura franquista. Con cierta frecuencia se ha dicho que Franco quiso ser masón en sus años mozos, y que, rechazado por la Orden, abrigó tal odio hacia los masones que, en cuanto se hizo con el poder en España, emprendió su personal persecución de la masonería por rencor hacia aquel antiguo rechazo. No obstante, esta historieta, con toda probabilidad, pertenece a la historia de la rumorología y la leyenda, como tantas otras. No es posible asegurar que Franco solicitara su iniciación en la masonería y, por tanto, no resulta razonable recurrir a ello para entender la actitud del dictador. Lo que sí se sabe con absoluta seguridad es que su hermano Ramón, el famoso héroe del “plus ultra”, sí fue masón, y también parece que lo fueron su hermano Nicolás y su propio padre.
La persecución a machamartillo de los masones españoles, llevada a cabo por Franco, comenzó casi con la sublevación militar del 18 de julio de 1936. El primer decreto contra la masonería está fechado el 15 de septiembre de ese mismo año. Según este decreto, se la declara contraria a la ley, y sus miembros son considerados bajo la categoría de criminales rebeldes.
El 21 de diciembre de 1938, Franco decreta que sea destruido cualquier símbolo, inscripción, emblema, documento o propaganda de carácter masónico, y tal prescripción incluye, incluso, a las iglesias y los cementerios donde hubiera alguna señal masónica, todo ello en el plazo de dos meses. España no podía estar contaminada. España no. Que no quedara memoria de la masonería, ni una huella, pues según el dictador y toda la cohorte de historiadores añorantes de esa época, a la masonería se le pueden adjudicar todos los males patrios, desde la pérdida de las Colonias, la guerra de la Independencia, las guerra carlistas, el advenimiento de la República, la caída de la Monarquía, etc. Todo era fruto de la conspiración de los masones. El 19 de septiembre de 1936, el periódico Amanecer, de ideología falangista, afirmaba:
“Es tal el daño que esta sociedad perniciosa ha causado a España, que no pueden la masonería ni los masones quedar sin un castigo ejemplarísimo. Castigo ejemplar y rápido es lo que piden todos los españoles para los masones, astutos y sanguinarios. Hay que acabar con la masonería y los masones”.
Y un par de semanas después, el 2 de octubre de 1936, un periódico andaluz de idéntica ideología, El defensor de Córdoba, declaraba:
“Todo va bien, gracias a Dios... Pero el triunfo no será completo, definitivo ni estable, mientras subsista la Masonería en nuestra España. Y para que aquélla desaparezca, ¿qué hacer? Preguntad a Mussolini”.
Las llamadas al exterminio de los masones fueron constantes durante los tres años que duró la contienda, pero la depuración no terminó con ella. A punto de acabar la guerra, y después de haber sido asesinado sin juicio previo todo masón que no había podido huir de la zona nacional, el Gobierno constituido por medio de las armas dicta la primera ley contra la masonería el 9 de febrero de 1939, la llamada “Ley de Responsabilidades políticas”. En último lugar, igualados a los partidos políticos y las agrupaciones de toda clase, aparecen como “fuera de la ley” “todas las logias masónicas”.
No acabó aquí, sin embargo, el furor antimasónico del general Franco. Poco después, pero en el mismo año 39, pretendió crear una ley absolutamente criminal, según la cual, y con carácter retroactivo, se pudiera fusilar a cualquier persona que en otra época hubiera sido masón. Se negaron a ella, junto al propio nuncio, monseñor Cicognani, el entonces ministro de justicia, conde de Rodezno, y el entonces ministro de Instrucción, don Pedro Sainz Rodríguez.
Cuatro décadas más tarde, en una entrevista concedida a Ángel María de Lera a propósito de la legalización en España de la masonería en 1979, Sainz Rodríguez recordaba este hecho con las siguientes palabras:
“Yo me opuse en un Consejo de Ministros a que saliese una ley de persecución de la Masonería. Y lo hice por motivos políticos. Primero, porque nosotros, para que la guerra terminase pronto, o hubiese posibilidad de una paz acordada, habíamos hecho repetidas veces declaraciones de que no se perseguiría a nadie por ideas políticas, cosa que, lamentablemente, no se hizo luego, pero se repetía constantemente, que sólo serían sancionados los delitos comunes: asesinatos, robos, etc., y que nada tendrían que temer aquellas personas que no tuvieran en su contra más que el haber pertenecido a tal o cual partido político. Y yo dije en el Consejo de Ministros: Si después de tales reiteradas declaraciones sacamos una ley, sin terminar aún la guerra civil, por la que se condena a la gente con carácter retroactivo incluso a la pena de muerte, ¿cómo demonios vamos a compaginar lo uno con lo otro? Y como hay muchísimos masones en el campo contrario es tanto como asegurarles que perder la guerra será perder también la vida, y, claro, se defenderán como gato panza arriba hasta el último aliento, con lo que en vez de propiciar una posible paz a corto plazo lo que conseguiremos será exacerbar la resistencia. Me parecía una enorme torpeza política. Por otra parte, como en el mundo anglosajón la Masonería goza de gran consideración social, nuestra ley de represión causaría un efecto negativo, sería un escándalo y nos pondría frente a la opinión mayoritaria de esos países. Yo, como me conocía muy bien el problema existente entre Masonería y Catolicismo, antes de formular mi oposición a esa ley, que me parecía desde luego disparatada, fui a ver al nuncio, a pedirle su opinión en estos términos: “Usted es el representante del Papa y han sido los papas quienes han promulgado las encíclicas condenatorias de la Masonería. Pues bien, yo como católico que acepta la disciplina de Roma, ¿tengo o no derecho a oponerme a esa ley de represión de la Masonería?” Y el nuncio me contestó: “No sólo tiene usted el derecho, sino que tiene usted el deber de oponerse, porque esa ley es un disparate que a la Iglesia le parecerá absurda”. De manera que yo fui al Consejo de Ministros con la bendición de Su Santidad”.
No obstante, sólo un año después, cuando ya Sainz Rodríguez había dejado de ser ministro, el 1 de Marzo de 1940, se promulgó la “Ley para la represión de la masonería, comunismo y demás sociedades clandestinas”. Aquí es, por primera vez, cuando aparecen identificadas dos corrientes tan antitéticas como la masonería y el comunismo. Lo que se consiguió fue sólo un aplazamiento, pues la ley se llevó a cabo, e incluso se creó el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, que velaba por su cumplimiento. Además, la tal ley daba vía libre a la delación, que se convirtió en herramienta de uso frecuente entre los españoles. Cualquier persona podía entonces ser acusada de masón; bastaba la denuncia despechada de un vecino para ser sospechoso de masonería. Por tanto, masón o no, cualquiera podía sufrir la paranoica represión del régimen, que se valía de la miseria moral y del miedo de los ciudadanos para imponer sus condiciones. Sólo en 1942 se abrieron 3.699 expedientes, de los que resultaron efectivos tan sólo 924.
Por supuesto, su negativa a que esta ley se llevara a efecto, le acarreó más de un problema a don Pedro Sainz Rodríguez, que desde entonces sufrió la tontorrona sospecha, por parte del general Franco, de que pertenecía o había pertenecido a la masonería. Aunque nunca lo hiciera público ni se lo diera a ver. No obstante, desde entonces, cada vez que el dictador hablaba con alguien sobre Sainz Rodríguez, se refería a él como al “hermano tertulión”, por lo aficionado que era a las tertulias.
Un último dato quiero destacar sobre este hombre. Con la llegada de la democracia, fue precisamente Sainz Rodríguez una de las primeras personas que impulsaron los estudios serios sobre la masonería, para tener un conocimiento profundo y riguroso sobre ella, libre de leyendas negras y rosadas que a nada conducen. Y estamos hablando de un hombre que se declaraba a sí mismo como ortodoxo católico, conservador y monárquico liberal, partidario, en la época de Franco, de la monarquía de don Juan de Borbón.
En la misma entrevista a la que aludí anteriormente, se refiere a esta preocupación intelectual en los siguientes términos:
“Por eso pensé que debía escribirse una verdadera Historia de la Masonería y encargué ese trabajo al padre jesuita Ferrer Benimeli, una Historia de la Masonería, científica, bien hecha, sin apasionamiento, que ha publicado la Fundación Univesitaria, con una bibliografía exhaustiva sobre el tema. De modo que el que quiera conocer de verdad la masonería no tiene más que leer la obra de Benimeli”.
Siguiendo su útil consejo, eso es precisamente lo que he hecho antes de empezar a escribir este libro. José Antonio Ferrer Benimeli es una de las autoridades a las que he seguido a lo largo del proceso de documentación. No deja de ser curioso que sea precisamente un jesuita uno de los más destacados conocedores de la masonería. A él me referiré en multitud de ocasiones a lo largo de mi exposición.
Pero volvamos al famoso “contubernio”. ¿Qué tienen que ver la masonería y el comunismo? Oigamos a Benimeli:
“La identificación o binomio masonería-comunismo, tan arraigado en algunos países, resulta tanto más desconcertante cuanto que durante mucho tiempo las únicas naciones en las que la masonería estaba prohibida, por tanto fuera de la ley, y en consecuencia perseguida, fueron precisamente España, Portugal y la Unión Soviética con los países de su área. Es decir, los países totalitarios de derechas y los de izquierdas, esos que han necesitado de los “antis” como táctica mentalizadora sobre la que echar las culpas de las cosas que no marchaban como deberían ir”.
Es decir, la estrategia de los autócratas que precisan de una bestia negra a la que echar la culpa de todos los males y justificar así las tropelías que ellos cometen. La de Hitler fueron los judíos; la de Stalin, los trotskistas; la de Franco, los masones.
En cuanto a la masonería, resulta curioso comprobar cómo estuvo proscrita por todos los fascismos, fueran estos de la mal llamada “derecha” o de la mal llamada “izquierda”. El caso soviético fue especialmente elocuente en su odio, similar al de Franco. En Rusia estuvo prohibida desde la llegada de los bolcheviques al poder en 1917. Como botón de muestra, basten estas palabras de Trotsky en uno de sus escritos:
“La masonería es tan reaccionaria como la Iglesia y el Catolicismo. Camufla la necesidad de la lucha de clases bajo un cúmulo de fórmulas moralizantes. Debe ser destruida por el fuego rojo”.
Lo mismo ocurrió en la Italia de Mussolini. El 12 de enero de 1925, el propio Mussolini entregó a la cámara un proyecto de ley para que fuese perseguida. Debido a la actuación que la masonería había tenido durante el Risorgimiento italiano, y teniendo en cuenta el papel jugado por Garibaldi, que fue masón, el razonamiento de Mussolini es absolutamente perverso. Se refiere a la masonería, claro, como a una sociedad secreta, y viene a afirmar, con una buena dosis de cinismo, que la existencia de tales sociedades pueden estar justificadas en tiempos oscuros, de esclavitud y falta de libertades, pero que en tiempos donde prima la libertad y la soberanía del Estado resultan incompatibles con los derechos de los ciudadanos frente a la ley, y por tanto deben quedar proscritas. Idéntica coartada fue la que utilizó Salazar en Portugal; de nuevo el pretexto para las represiones fue el de la masonería como sociedad secreta.
Aún más retorcida fue la justificación de Hitler durante su mandato en la Alemania nazi. La lucha de Hitler contra la masonería no sólo estuvo ligada a la idea de sociedad secreta, sino que la vinculó con el judaísmo internacional, idea que probablemente le copió Franco cuando acuñó la fórmula del “contubernio judeo-masónico-comunista”, sobre el que insistió hasta en el último discurso que pronunció en su vida, el 1 de octubre de 1975.
El 1 de marzo de 1942, el Reichsmarschall del Gran Reich alemán, Hermann Wilhelm Goering se pronunciaba en estos términos:
“La lucha contra los judíos, los francmasones y las otras potencias ideológicas en lucha contra nosotros, es una tarea urgente del nacional socialismo durante la guerra”.
Los llamados SS nacionalsocialistas fueron instruidos en el odio a los masones a partir de un informe elaborado por Dieter Schwarz titulado La Francmasonería, y en el que se podía leer, entre otras cosas:
“La Francmasonería constituye una forma diametralmente opuesta al Nacionalsocialismo, cuya importancia para la evolución histórica de los dos últimos siglos debe ser evaluada al mismo nivel que la actuación de las demás organizaciones supraestatales: la iglesia política, el judaísmo y el marxismo. Constituye la vanguardia liberal-burguesa del judaísmo mundial”.
Para avivar el odio hacia los judíos en contubernio con los masones, los nazis encontraron una magnífica fuente de inspiración en los famosos Protocolos de los Sabios de Sión. Con la utilización tendenciosa de este disparatado panfleto, la historia del antisemitismo alcanza el más grotesco de los paroxismos, además de ser el origen, meramente especulativo, de la conjura de judíos y masones.
La primera edición de los Protocolos se remonta a 1903, cuando aparece publicado entre el 26 de agosto y el 7 de septiembre en el periódico ruso Znamya. A partir de este momento el panfleto conocerá varias reediciones, una de las cuales es la que hace Serguei Nilus en 1905, al incluirlo en uno de sus libros, bastante tendencioso por cierto, y no menos disparatado que los propios Protocolos, donde defiende los regímenes autocráticos frente a los sistemas liberales. El libro de Nilus lleva el pomposo título de: Lo grande en lo pequeño. El Anticristo considerado como una posibilidad política inminente.
Pero la cuestión fundamental se retrasa ya demasiado: ¿qué es eso tan peligroso que aparece en los Protocolos, y por qué lo utilizó Serguei Nilus para hacer una defensa de la autocracia? Muy sencillo.
Aunque luego se ha demostrado que los Protocolos son un auténtico fraude y hasta un plagio de una obra anterior que ni siquiera trata la cuestión judía, la obra recoge las principales conclusiones de un supuesto congreso judío que versa sobre la posibilidad de adueñarse del control del mundo. Como se verá, el tema es jugoso y da para la producción de una de esas fantásticas películas de James Bond, el agente 007. Y así podríamos tomárnoslo, como un divertimento, si no fuera por las consecuencias catastróficas que ha tenido todo este tinglado. Personajes tan oscuros como Serguei Nilus y el propio Hitler sacaron sus propias conclusiones enseguida, de una perversidad sin límites: si los judíos pretenden conquistar el mundo, y ya han iniciado las primeras maniobras coloniales, los judíos son el enemigo y por tanto hay que acabar con ellos.
Esta clase de razonamientos son los que mueven a las mentes reaccionarias, totalitarias, antisemitas y paranoicas, que enseguida comienzan a fantasear con todo tipo de supuestas conspiraciones. Un caso clarísimo es el de Nilus, quien en su libro fantasea hasta el delirio sobre la posible actuación de los judíos durante su conquista del mundo. Según Nilus, los judíos destruirán todas las religiones, acabarán con la idea de la familia tradicional, propiciarán la corrupción de las costumbres y distraerán a las masas con divertimentos, juegos y pasatiempos, estimularán sus más bajas pasiones, provocarán una guerra general, abolirán la enseñanza en las escuelas para que la juventud no judía sea analfabeta, y un larguísimo etcétera igualmente descabezado y rayano en la irracionalidad.
A estas alturas de la película, supongo que el lector atento se habrá hecho ya las siguientes preguntas: ¿Cómo podrían los judíos llevar a cabo semejante plan? ¿Con qué ayudas contarían para adueñarse del mundo tal y como creían Serguei Nilus, Adolf Hitler, Francisco Franco y otros personajes de idéntica catadura moral? Pero supongo, igualmente, que ya sabrán la respuesta: pues a través de las logias masónicas, claro, en contubernio con ellas, pues la masonería, esa “sociedad secreta de la que tanto se ha hablado, tendría ya desplegada por todo el mundo una infraestructura muy útil para estos propósitos.
En tales ensueños perturbados, queridos niños, se encuentra el origen de la famosa “conjura judeomasónica”, en la que, de forma tan machacona, han insistido los partidarios de la leyenda negra de la masonería, que ven conspiraciones por todas partes.
Por último, y para terminar este punto, ¿qué es eso del “Contubernio judeo-masónico-comunista? La respuesta debe ser rotunda: un simple disparate, el delirio paranoico en la mente de un autócrata.
http://www.agustincelis.com/id64.htm
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