LA MASONERÍA OPERATIVA
Agustín Celis
Agustín Celis
Como considero que los libros se deben comenzar a escribir por el principio, voy a empezar hablando de los orígenes históricos de la masonería, que se encuentran, sin ninguna clase de dudas, en los gremios de albañiles de la Edad Media. Dejaré para más adelante los orígenes míticos, las leyendas fabulosas y las ficciones varias que la propia masonería especulativa ha fomentado, y en los que se mencionan a altas personalidades como Moisés, Abraham, Noé, Enoch y tantos otros como fundadores de la doctrina.
Para comprender cómo surge la masonería debemos tener en cuenta, en primer lugar, que durante la Edad Media los gremios de albañiles constituyeron uno de los grupos mejor organizados de su época, y que guardaban celosamente los conocimientos que poseían sobre la construcción de edificios, que al fin y al cabo era su oficio y su fuente de ingresos.
A esta masonería surgida en la Edad Media es a la que se le da el nombre de masonería operativa, muy diferente en sus fines a la masonería actual o especulativa, tal y como veremos más adelante, pero muy parecida en cuanto a organización, iniciaciones y ceremonias.
La famosa palabra masón significa “albañil”, o si se quiere “cortador o tallador de piedras”, y se ha hecho proceder del término mattjon, que derivó hacia la forma metze en alemán antiguo, que pasó a la lengua franca como makyon antes de su latinización definitiva. En latín vulgar era machio o matio o macio. Algunos autores la consideran una alteración de marcio, derivado de marcus, es decir, “martillo o aquel que utiliza el martillo”.
En cuanto al término francmasón, como también serán conocidos los masones, proviene de la expresión free-stone-mason, que era el nombre que recibían los albañiles o canteros de la Inglaterra del siglo XIV que trabajaban la piedra de calidad o blanda que era fácil de cincelar, y que se utilizaba en los adornos, las esculturas o los capiteles; en contraposición a éste nos encontramos el término rough-stone-mason, que era el nombre que recibían los albañiles que trabajaban la piedra más tosca, utilizada para la sillería.
Estos términos dieron lugar a una serie de malentendidos, pues se consideró que el calificativo de free hacía referencia al hombre, cuando en realidad se aplicaba a la piedra. A esto vino a unirse el hecho de que las personas que estaban dedicadas al arte de la construcción no estaban sometidos a ninguna clase de vasallaje, y a los que se podía considerar como hombres libres (free), es decir, como freemason. Como luego veremos, en la masonería especulativa, que comenzó en el siglo XVIII, una de las condiciones para ser iniciado en la Institución masónica será la de ser un hombre libre o independiente, y la palabra freemason se tradujo como francmason, freimaurer, liberi muratori, pedreiro livre, franmasón, etc, según los diferentes idiomas en los que se introdujo el término.
La condición de “hombres libres” que disfrutaban los constructores del medievo está relacionada con su realidad nómada o itinerante, puesto que en las grandes construcciones que se realizaban en la época, los trabajadores más cualificados eran extranjeros contratados para tal fin, y no obreros locales, y por tanto no estaban obligados a aceptar los estatutos que regían la vida del lugar en el que se encontraran. Cuando se trataba de catedrales, ya fuera en la época del románico o en la del gótico, eran dependientes de la Iglesia, y no de los estados, y por tanto no llegaba a ellos el poder temporal de los monarcas.
Ahora bien, la construcción de los grandes edificios de la época, fundamentalmente catedrales, podía durar un largo periodo de tiempo en el que los obreros, técnicos y artistas debían convivir juntos, por lo que no es extraño que se establecieran vínculos de estrecha relación entre ellos, que acabaron conformando comunidades o gremios. Y evidentemente, en todos los lugares donde se erigieron obras de importancia, se constituyeron este tipo de asociaciones, que ellos llamaron “gildes”, y que derivarían en las famosas “logias”.
Con el nombre de “logia” se conocía tanto el lugar en el que se reunían los constructores, que era una simple casa de madera o de piedra, como al grupo de personas que allí se congregaba. Algunos autores modernos han comparado a las gildes medievales con los modernos sindicatos, pero yo prefiero seguir llamándolos “gremios”, por ser ésta la palabra que mejor se ajusta a la realidad de la Edad Media.
Como la edificación de cualquier obra arquitéctonica requiere de la colaboración conjunta de un buen número de individuos, para facilitar la convivencia entre todos, no tardó en crearse una serie de estatutos que reglamentaran la vida de la logia. Y es precisamente en este hecho en el que encontramos el origen de uno de los conceptos fundamentales de la masonería: la fraternidad, que debe ser entendida, por ahora, como concordia entre los distintos trabajadores del gremio.
Por fortuna, se han conservado muchos de estos Estatutos medievales, que constituyen la mejor síntesis de la vida y organización de estos gremios, y donde ya encontramos la famosa división o jerarquía de aprendiz, compañero y maestro, que es la base de las logias de la masonería operativa, e incluso de la masonería especulativa.
Ya en esta época los masones juraban no revelar jamás las fórmulas ni los signos de la asociación, así como los estatutos y los secretos del oficio que la sociedad enseñaba a sus afiliados, y que conformaban la doctrina secreta del Arte. Todos los miembros estaban obligados a observar los estatutos y a seguir una conducta irreprochable, condición imprescindible para ser iniciado en la logia.
Existía un periodo de aprendizaje, y cuando se consideraba que el candidato estaba capacitado para ingresar en la logia, era un maestro el que proponía el ingreso del neófito y se encargaba de su instrucción. El neófito, también llamado “recipiendario”, recibía entonces un “signo”, que le serviría como marca de honor que debía dejar grabada en todas sus obras. Y por eso, todavía hoy, en muchas catedrales románicas y góticas podemos observar una serie de signos lapidarios grabados en los sillares, especie de firmas que los canteros dejaban sobre la piedra.
En cuanto al ritual de iniciación de la masonería operativa, era prácticamente el mismo que el que se sigue actualmente en las logias modernas, y que no explicaré todavía.
Por aquel entonces, los masones ya habían creado una liturgia en la que reconocían en Dios a quien ellos llaman el Gran Arquitecto del Universo, y habían hecho de sus propios instrumentos de trabajo sus símbolos y atributos. Herramientas como el compás, la escuadra, el nivel o la plomada eran emblemas de orden, medida y equilibrio.
De la masonería operativa proceden también dos de los temas más controvertidos de la Institución masónica: los santos patronos y los juramentos de la iniciación. En cuanto al primero, era cosa frecuente entre los gremios medievales, como también ocurre actualmente, honrar a quienes ellos consideraban sus protectores con fiestas solemnes. Los de los albañiles medievales, es decir, los de la masonería, eran y son San Juan Bautista y San Juan Evangelista, a quienes ellos llaman San Juan de Verano y San Juan de Invierno, respectivamente, y cuyas fiestas se celebran el 24 de junio y el 27 de diciembre, coincidiendo con los solsticios de verano e invierno.
En cuanto a la controversia del juramento, que llena de pavor a los más miedosos, no es más que una promesa revestida de pompa y formalidad para solemnizar el momento. Me extenderé un poco más sobre este asunto cuando hable de la masonería como sociedad iniciática. Baste por ahora, como guinda, este famoso ejemplo, que se halla en un manuscrito de 1696:
“Juro por Dios y por San Juan, por la Escuadra y el Compás, someterme al juicio de todos, trabajar al servicio de mi maestro en la honorable logia, del lunes por la mañana al sábado, y guardar las llaves bajo la pena de que me sea arrancada la lengua a través del mentón, y de ser enterrado bajo las olas, allá donde ningún hombre lo sabrá”.
http://www.agustincelis.com/id61.htm
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