OSWALD WIRTH
Si nos preguntamos, de qué fuente ha podido provenir en la Edad Media, una extraña inspiración mística secretamente hostil a la Iglesia, tendremos que llegar a recordar el prestigio de que gozaba entonces la Filosofía Hermética. Bajo el pretexto de buscar la Piedra de los sabios, los adeptos, es decir, los libres pensadores, se dedicaban en realidad, a estudiar los secretos de la naturaleza. Profundizaban, indiferentemente las obras de todos los filósofos ya fueran Griegos, Arabes o Hebreos. Este eclecticismo debía conducir a doctrinas tan poco católicas, en el sentido corriente de la palabra, que hubiera sido imprudencia exponerlas en otra forma que bajo el velo de alegorías y símbolos.
La transmutación del plomo en oro, vino a ser el tema de disertaciones muy sabias, en que la metafísica religiosa tenía más cabida que la metalúrgica o la química. La Gran Obra aspiraba a realizar el bienestar de la humanidad o del género humano, gracias a una reforma progresiva de las costumbres y de las creencias. La lectura atenta de los tratados alquimistas, posteriores al Renacimiento, no dejan subsistir ninguna duda a este respecto, porque el estilo de los discípulos de Hermes se hizo menos enigmático, cuando disminuyó para ellos el peligro de explicarse libremente.
La antigua arquitectura sagrada, era entonces esencialmente simbólica. Desde el plano de conjunto de un edificio, hasta los menores detalles de la ornamentación, todo debía estar ordenado según ciertos números místicos y las reglas de una geometría especial, conocidos solamente por los iniciados.
Las figuras geométricas daban lugar, en efecto, a interpretaciones sobre las cuales se basaba una doctrina secreta, que pretendía alcanzar la clave de todos los misterios. Es así que, los constructores de catedrales han probado por sus obras, que estaban instruidos en estas tradiciones filosóficas, de las que los alquimistas eran a la vez detentores.
No se podría determinar, en qué medida aprovechaban los unos de los otros sus conocimientos iniciáticos. Siempre se ha dicho que el Hermetismo, comúnmente inspiraba a los talladores de piedras, en la elección de sus motivos de ornamentación. Los Alquimistas, por otra parte, no ignoraban el significado que los Masones daban a sus útiles.
Nada es más significativo, a este respecto, que un grabado del tratado intitulado L’Azoth, o, la manera de hacer el oro oculto de los filósofos, del Hermano Basilio Valentín. Se ve en él un personaje con dos cabezas, que, en la mano derecha tiene un compás y en la izquierda una escuadra. Es el hermafrodita alquímico, que une la energía creadora masculina a la receptividad femenina, asociando, en otros términos, el Azufre con el Mercurio, o el ardor temerario de la columna B a la estabilidad ponderada de la columna J. Está de pie sobre el dragón, que simboliza el cuaternario de los elementos, de los cuales el iniciado debe triunfar en el curso de sus pruebas, (pág. 25 del libro).
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