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domingo, 29 de marzo de 2015

INDRA Y EL DESFILE DE LAS HORMIGAS El juego de la vida sin fin

INDRA Y EL DESFILE DE LAS HORMIGAS
El juego de la vida sin fin

LA HISTORIA DE INDRA Y EL DESFILE DE LAS HORMIGAS ES UNA DE LAS MÁS DELICADAS Y PROFUNDAS REPRESENTACIONES MÍTICAS DE LA CONTINUIDAD DE LA VIDA. NOS OFRECE UN MAGNO PANORAMA CÓSMICO DE LOS VAIVENES DE TODAS LAS COSAS. PERO NO COMO UN INTENTO PARA DISMINUIR LOS SUFRIMIENTOS DE LA VIDA, NI PARA PROMETERNOS RECOMPENSAS DESPUÉS DE LA MUERTE. SE TRATA, MÁS BIEN, DE UNA VISIÓN DE LA VERDADERA NATURALEZA DE LA ETERNIDAD Y DEL TIEMPO. EN ESTA HISTORIA, LARGA PERO MERECEDORA DE REFLEXIÓN, INCLUSO EL REY DE LOS DIOSES SE VE HUMILLADO Y OBLIGADO A CONOCER SU VERDADERO PAPEL EN EL GRAN TEATRO DE LA VIDA SIN FIN.



INDRA, rey de los dioses, mató al dragón gigante que había mantenido retenidas en su vientre todas las aguas del cielo. El dios lanzó su rayo en mitad de las desgarbadas espirales, y el monstruo quedó hecho pedazos como un montón de juncos marchitos. Entonces las aguas irrumpieron libres y discurrieron por toda la tierra, para volver a circular por el cuerpo del mundo. Esta inundación es la inundación de la vida y pertenece a todos. Es la savia del campo y de la selva, la sangre que circula por las venas. El monstruo se había apropiado del bien común, pero ahora estaba muerto, y los jugos volvían a derramarse. Los dioses regresaron a la cima de la montaña central de la tierra y reinaron desde las alturas.

El primer acto de Indra fue reconstruir las mansiones de la ciudad de los dioses, que quedaron agrietadas y derrumbadas durante la supremacía del dragón. Todas las divinidades del cielo proclamaron a Indra como su salvador. Muy eufórico por su triunfo y por haber constatado su fortaleza, mandó llamar a Vishvakarman, el dios de las artes y los oficios, para erigir un palacio que debía hacer gala de un esplendor sin igual.

Vishvakarman construyó un espacio residencial resplandeciente, con maravillosos palacios, jardines, lagos y torres. Pero a medida que progresaba el trabajo, las exigencias de Indra aumentaban cada vez más, y su proyecto se hacía más amplio. Pedía más pabellones, estanques, arboledas y terrenos de esparcimiento. El divino artesano acabó por desesperarse y buscó la ayuda superior.

Acudió ante Brahma, el gran dios creador, que mora por encima de la esfera de Indra, que es la de ambición, las luchas y la gloria.

Tras escuchar las quejas del dios artesano, Brahma le dijo: «Vete en paz a casa. Pronto serás relevado de tu carga». Brahma, a su vez, fué a ver a Vishnú, el Ser Supremo, de quien el mismo Brahma era un delegado. Vishnú a su vez hizo saber que la petición de Vishvakarman sería atendida.

A la mañana siguiente, temprano, hizo aparición ante la puerta de Indra un niño que llevaba el bastón de peregrino. El niño tenía solo diez años de edad, pero resplandecía con el lustre de la sabiduría. El rey de los dioses se inclinó ante el santo niño, quien le dió alegremente su bendición. Entonces el rey de los dioses dijo:

—Oh venerable niño, cuéntame el propósito de tu venida. El hermoso niño respondió:

—Oh rey de los dioses, he oído hablar del espléndido palacio que estás construyendo, y he venido a hacerte algunas preguntas. ¿Cuántos años va a llevar terminarlo? ¿Qué otros detalles de ingeniería le pedirás a Vishvakarman, el dios artesano, para que incluya? ¡Oh el más grande de los dioses!, ningún Indra antes que tú ha logrado concluir un palacio como el que te propones construir.

A Indra le hizo gracia la afirmación pretenciosa del niño de que había conocido otros Indras antes que él.

—¡Dime, niño! —dijo Indra—. ¿Entonces son tantos los Indras que has visto o que has oído que existen? El niño asintió con la cabeza.

—Sí, por supuesto, he visto a muchos.

Aquellas palabras hicieron correr un escalofrío por las venas de Indra.

—Conocí a tu padre —continuó el niño—. El viejo hombre tortuga, progenitor de todas las criaturas de la tierra. Conocí a tu abuelo, Rayo de luz celestial, hijo de Brahma. Y conozco a Brahma, emanado de Vishnú, y conozco al mismo Vishnú, el Ser supremo. Oh rey de los dioses, he conocido la espantosa disolución del universo. He visto perecer a todos, una y otra vez, al final de cada ciclo. En esa época terrible cada uno de los átomos queda disuelto en las aguas puras de la eternidad, de la que todo surgió originalmente. ¿Quién puede contar los universos que han desaparecido o las creaciones que han surgido nuevamente del abismo sin forma de las aguas? ¿Quién podrá enumerar las edades que han transcurrido en el mundo? ¿Y quién buscará entre la infinita amplitud del espacio para contar la serie de universos, cada uno con su Brahma y su Vishnú? ¿Quién ha de contar los Indras que hubo en ellos, que ascendieron al reinado divino uno a uno, y que uno a uno se disolvieron?

Mientras el niño pronunciaba estas palabras, una fila de hormigas había hecho aparición en el salón. En formación militar se movía por el suelo. "El niño se percató de ellas y se rió. Después se sumergió en un silencio de profunda meditación.

—¿Por qué te ríes? —balbuceó Indra, pues la orgullosa garganta del rey se había resecado—. ¿Quién eres? El niño dijo:

—Me río a causa de las hormigas. Pero no te puedo decir la razón, porque es un secreto que subyace en la sabiduría de las edades y no ha sido revelado ni a los santos.

—Oh niño —rogó Indra, con una nueva y visible humildad—. No se quién eres. Revélame ese secreto de los tiempos, esa luz que disipa las tinieblas.

—Vi las hormigas —replicó el niño—, que avanzaban en un largo desfile. Cada una de ellas ha sido alguna vez un Indra. Igual que tú, cada una ha ascendido al rango de rey de los dioses. Pero ahora, a lo largo de muchas reencarnaciones, todas se han convertido otra vez en hormigas. La piedad y las buenas acciones elevan a los seres vivientes hasta los gloriosos reinos de las mansiones celestiales. Pero los actos malvados los hunden en los mundos inferiores, en fosos de dolor y pesar. Es por medio de las acciones como uno hace méritos para obtener la felicidad o la angustia, y con ello convertirse en amo o en siervo. Esta es toda la esencia del secreto. La vida en el ciclo de continuos nacimientos es como una visión en un sueño. Los dioses, los árboles, las piedras son todas apariciones en esta fantasía. Pero la Muerte administra la ley del tiempo y es la señora de todo. El bien y el mal de los seres del sueño son tan perecederos como burbujas. Por eso los sabios no se apegan ni al bien ni al mal. Los sabios no están apegados a nada en absoluto.

El niño concluyó esta terrible lección y contempló serenamente a su interlocutor. El rey de los dioses, con todo su esplendor, había quedado reducido a la insignificancia ante sí mismo. Y entonces hizo su entrada en el salón de Indra otra aparición. El recién llegado era un ermitaño, con el cabello enmarañado y vestido con harapos. Un extraño círculo de pelo crecía sobre el pecho del anciano. Se acurrucó en el suelo entre Indra y el niño, permaneciendo inmóvil como una roca. Entonces el niño preguntó al ermitaño el nombre y el motivo de su llegada, y el significado del extraño círculo de pelo sobre su pecho.

El anciano sonrió.

—Soy un brahmín. Mi nombre es Hairy, y he venido aquí a contemplar a Indra. Puesto que sé que me queda poca vida, no poseo ningún hogar, no construyo ninguna vivienda, no me caso, ni busco ningún medio de vida. Existo gracias a las limosnas. El círculo de pelo que llevo en el pecho enseña sabiduría. Cada vez que cae un Indra, se me cae un pelo. Por esa razón se me han caído todos los pelos del centro. Cuando el actual Brahma haya expirado, yo también moriré. ¿Para qué sirve, entonces, una esposa, un hijo o una casa? Cada movimiento de los párpados de Vishnú, el Gran Ser Supremo, registra el paso de un Brahma. Todo lo demás es una nube sin sustancia, que toma forma para disolverse después. Todo gozo, incluso el celestial, es tan frágil como un sueño. No me esfuerzo por experimentar las varias formas benditas de redención. No pido nada y me dedico exclusivamente a meditar sobre los incomparables pies del gran Vishnú.

El anciano desapareció repentinamente y, a su vez, desapareció el niño también. El rey de los dioses se quedó a solas, perplejo y sorprendido. Empezó a pensar y se preguntó si todo habría sido un sueño. Pero abandonó todo deseo de magnificar su esplendor celestial. Llamó a Vishvakarman, lo colmó de regalos e hizo que el dios artesano regresara a casa.

Ahora Indra deseaba redimirse. Había adquirido sabiduría y, en su amargura, tan solo quería ser libre. Resolvió dejar la carga de su oficio a su hijo y retirarse a la vida de ermitaño en la espesura. Pero su bella reina se sintió abrumada por el pesar. Imploró a Brihaspati, consejero espiritual del rey y señor de la Sabiduría Mágica, que desviara la mente de su esposo de su firme resolución. El hábil Brihaspati habló a Indra de las virtudes de la vida espiritual; pero también le habló de las virtudes de la vida secular y puso a cada una en su debido lugar. Entonces Indra cambió de posición y la reina recuperó la alegría. Y de ese modo Indra cumplió con lo que se le había estipulado en el universo transitorio del que formaba parte. Y no volvió a sentir temor ni ira por el desfile de las hormigas, o por los Indras que habían sido antes y que serían una y otra vez hasta la eternidad.

COMENTARIO: 

El mito de Indra y el desfile de las hormigas requiere pocos comentarios; habla por sí mismo, recordándonos que todos los pequeños esfuerzos humanos por comprender lo que el cosmos pueda significar, y todas nuestras luchas por reclamar un lugar de importancia en el mundo, palidecen hasta la insignificancia ante el gran misterio que es la vida misma. Uno no necesita creer en los dioses del hinduismo para captar lo que este relato nos enseña: que la sabiduría y la realización residen en vivir una vida equilibrada, atendiendo al cuerpo y al espíritu, y contentos de ser lo que somos. Grandes o pequeños, humanos u hormigas, dioses o humanos, cada chispa de vida es parte de una vasta unidad viviente cuyas intenciones y actividades son ordenadas pero, en definitiva, están más allá de nuestra comprensión. Debido a que somos humanos, debemos esforzarnos y, quizá, lo mismo que Indra, construir palacios o, como Fausto, buscar el conocimiento o, al igual que las almas nobles del relato de Platón, servir a la humanidad. Pero mientras estamos realizando ese destino individual que es único para cada uno de nosotros, es buena idea poner las cosas en su justa perspectiva. Acordémonos del desfile de las hormigas.

http://www.proyectopv.org/3-verdad/mitosindra.htm

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