Nicolás Quiles
Lo primero que debemos entender es que la templanza, junto a la justicia, la prudencia y la fortaleza, conforman las virtudes morales, que deben su denominación a que ellas son un norte moralmente conveniente al hombre que busca la sabiduría. Por lo anterior, estas virtudes son también llamadas, las virtudes cardinales, ya que marcan un camino arquetípico a seguir.
En particular, la templanza tiene suma importancia, pues es la que mantiene al hombre en equilibrio, en su lucha contra las pasiones y deseos. Es a través de la templanza que el hombre se centra y no se deja arrastrar hacia el abismo de las pasiones. Mediante la templanza el hombre adquiere un tono correcto en su accionar diario y mantiene la vibración concordante con la del universo, armonizando así con este.
“Sophrosyne”, como se lee en griego o en latín “temperantia”, controla el apetito concupiscente y consiste esencialmente en la moderación de los placeres sensitivos en obediencia a los requerimientos de la recta razón; según explica Platón en “La Republica” y Aristóteles en su “Etica a Nicómaco”. Santo Tomas escribe en la “Summa Teológica”: La templanza implica moderación, que consiste principalmente en regular las pasiones que tienden a los bienes sensibles, indirectamente regulando las penas y dolores que derivan de la ausencia de estos placeres. La persona templada, es por tanto, aquella que se esfuerza por resistir a la atracción de las pasiones y los placeres, en particular de los sensuales, cuando devienen excesivos.
El templado del acero, no es más que un procedimiento mediante el cual, se anexan materiales, con características específicas, al hierro que aumentan su dureza y mejoran su flexibilidad; a fin de que el material resultante en la aleación, tenga las características deseables para el uso que posteriormente tendrá. Análogamente, la templanza en el hombre se construye desde la misma perspectiva. Por tanto, la templanza no es sinónimo de reprimirse, sino más bien de la incorporación al ser, de características deseables que lo ayudan en la construcción de su templo moral.
Tiene la templanza, su origen en la palabra “temperantia”, por lo que nada tiene que ver con la palabra templo, sino más bien, con la temperatura, siendo esta de tal suerte que, lo temperado es algo que está en un punto medio entre lo cálido y lo frio, consiguiendo así un punto de equilibro que explota mejor las características de cada uno de los componentes que lo integran, manteniendo la cohesión entre estos y dando como resultado una postura fuerte y segura, siendo por ello que la templanza es deseable en el hombre.
La templanza en el hombre que busca la sabiduría es necesaria, pues limita sus acciones impulsivas y lo pone a actuar siempre, como consecuencia de haber pensado y decidido accionar en consecuencia. Comúnmente, cometemos el error de pensar que un hombre con poco temple es un hombre de poco valor, relacionando así la falta de temple con la cobardía o al menos la falta de valor. Sin embargo, el hombre de acciones intempestivas y no meditadas suficientemente, también es un hombre carente de temple. Así pues, el que no acciona cuando debe o corre y es cobarde, no es el único al que le falta temple; también falta temple a aquel que toma acciones desproporcionadas y es osado sin medir las consecuencias de sus actos, por lo que el temple y la templanza tienen mucho que ver con la mediación de la mente a fin de controlar las pasiones y deseos. El hombre templado es aquel cuya mente es capaz de dominar el musculo y controlar su actuación, para accionar de manera proporcionada y concordante con el deseo y la pasión, sin llegar a ser desmedido, que son los motivadores más comunes.
La relevancia de la templanza deviene de que esta virtud centra y por tanto ubica los pensamientos del virtuoso en la imparcialidad, con lo que el hombre de temple tiende también a ser justo y prudente, pues sus actos son siempre proporcionados y acordes con la circunstancia, y este hecho consecuentemente, se traduce en fortaleza moral, en el hombre que la posee. Así la templanza es una virtud, que al igual que las otras, no actúa por sí sola, sino que muy por el contrario estimula y promueve la práctica de las otras tres virtudes cardinales. No en balde, el hombre común propone instintivamente la calma ante la circunstancia adversa, misma que le da la oportunidad de evaluar para tomar la decisión más conveniente, con lo cual, la calma se constituye en el primer paso para alcanzar la templanza.
De lo dicho anteriormente, surge la cuestión de ¿Qué hay que calmar? y la respuesta aparece con claridad ante nosotros, cuando observamos como las diferentes culturas, por diversos métodos tratan de calmar el espíritu, mediante la meditación, entre otros ejercicios; al igual que la sed de conocimiento, ya que el enemigo primordial de la calma es, justamente la ansiedad y la duda. Quien está ansioso por alcanzar la meta, no puede estar calmado, al igual que quien duda, no tiene posibilidad de estar en calma, pues su mente está en una constante pregunta que no tiene respuesta.
El hombre común que desea alcanzar el estado virtuoso, tiene en la templanza una vía que adicionalmente le ayuda a practicar las otras virtudes cardinales y la manera que encuentra para alcanzar la templanza, no es otra que la práctica de la calma; instruyéndose en profundidad y combatiendo la ansiedad, para que la duda desaparezca de su ser, pudiendo así ubicarse firme y seguro en el equilibrio, centrando su accionar cotidiano.
Una herramienta fundamental para alcanzar la calma y con ella la templanza, es el silencio, de allí que, casi todas las ordenes iniciáticas, lo pidan o lo exijan a sus aprendices, ya que el estado de silencio, evita que la vibración de la voz perturbe o produzca interferencia con el sentido del oído, que es importantísimo cuando se desea recibir la transmisión que mana del que enseña hacia el que aprende. El hombre común, tiene en sus cinco sentidos, las fuentes de donde proviene su contacto con el mundo, y es por ello que apaciguarlos, es equivalente a disponerlos para la percepción. Así, la voz y con ella el habla, pareciera ser que es una expresión de la inquietud interior, pues ella sigue siempre a la idea, que se ha producido en la mente y por tanto el ruido que ella produce no es más que un espejo del ruido interior que el ser produce en sí mismo; apaciguarla equivale a cerrar la puerta de salida y con ello se evita que la expresión de las ideas interiores salga inmadura al mundo.
Con seguridad el lector intuye ya, de manera general, que apaciguar los sentidos promueve la calma y con ello, ejercita la templanza; puesto que, al igual que con el habla, todos los sentidos son manifestación de nuestras pasiones y deseos interiores, por ello la práctica del control de estos, es esencial para que el temple madure en el ser. Por analogía, observemos las aguas de un mar interior, son clamadas y tranquilas, bañarse en ellas es una experiencia relajada y cómoda, mientras que las playas que dan al mar abierto, tienen fuerte oleaje y resacas, que hacen de la experiencia de bañarse en ellas, mas una aventura casi incierta y de algún riesgo, que una experiencia tranquila. Si nuestro ser esta calmado y contenido se relaja, la incertidumbre no lo asalta; mientras que si esta turbulento y demasiado excitado, está lleno de dudas y no encuentra sosiego, sus acciones serán siempre producto de la duda y mas que acciones meditadas y producto de la reflexión, serán más parecidas a una reacción o impulso sin refrenar, del cual medirá sus consecuencias después y no antes.
La representación simbólica de la templanza más común y generalizada es la de una muchacha o un ángel andrógino en el acto de pasar agua de un recipiente a otro, aunque hay también representaciones donde la dama o ángel sostiene un reloj de arena. También pareciera representarse el recipiente que recibe el agua como un recipiente con vino, lo cual es una clara alegoría a la mitigación o la mengua de lo que es demasiado excitante, a fin de representar la necesidad de dominar ciertos instintos que, mediante esta virtud de equilibran.
Tiene particular interés la representación iconográfica que aparece en el tarot de Alessandro Sforza. Una mujer desnuda se sienta sobre el lomo de un ciervo, volviendo su espalda hacia la cabeza del animal. Con la mano derecha vierte el agua de una copa haciendo caer el líquido sobre su sexo, el cual cubre con la mano izquierda. La copa resulta poco evidente, habiendo sido impresa con punzón, junto a otros elementos decorativos. Se trata de la representación de una fabula sobre los dioses antiguos, empleada como enseñanza moral, de acuerdo con la practica típica de ese tiempo.
En la época medieval, la función de los “dioses antiguos” estaba orientada más bien a representar una filosofía moral, como lo señalan los estudios de Jean Seznec en su obra “la supervivencia de los dioses antiguos” y la obra del siglo XI, con el nombre de “Philosophia moralis”, del autor Ildeberto de Lavardin, Obispo de Tours, donde se pueden ver numerosos ejemplos de interpretación alegórica extraídos tanto de los poetas paganos como de la Biblia. Así la mitología tendía a fundirse también con la teología. A partir del siglo XII, las alegorías asumen la función de vehículo universal para todas las manifestaciones religiosas. De esta manera Alejandro de Neckham conecta a los dioses del paganismo con las virtudes que según San Agustín conducen a la revelación cristiana. Se pone en evidencia que el politeísmo pagano esconde en si enseñanzas arcanas inaccesibles al vulgo.
Según la acepción cristiana La Templanza tiene la tarea de domar principalmente la sensualidad, los placeres carnales, y por tanto entre las virtudes vinculadas a ella se encuentra la Castidad. El mito de Diana relaciona a la diosa con la caza, que anualmente renovaba su virginidad bañándose en las fuentes sagradas. La Diosa furiosa transforma a Acteón en ciervo pues este la observa y desea. El ciervo, por su parte es un animal conectado directamente con el mito de Diana, pues ésta, siendo la diosa de la caza, es llamada “elafébolos” o la que lanza flechas a los ciervos; además de que, este animal es considerado, el animal simbólico de la mansedumbre. En el bestiario toscano, “libro della natura degli animali”, un tratado moralizante medieval, se cuenta como el ciervo podía matar las serpientes para luego comerlas, liberándose del veneno ingerido bebiendo agua pura.
En el mito, Diana es una diosa siempre virgen: su ritual constante es el gesto de alcanzar y verter agua, elemento de regeneración y purificación. Diana cumple su ritual de purificación no para amortiguar los eventuales ardores (puesto que la diosa siempre es virgen), sino porque vertiendo agua en su “agua” (su sexo, como contenedor vinculado a los líquidos) pone en contacto las energías de las dos aguas, renovando su pureza virginal. Así Diana asume un valor moral, cuando prevalece sobre Acteón, símbolo de la tentación, y lo vuelve dócil; así el hombre debe domar y someter sus propios instintos, manteniéndose casto y obteniendo el agua redentora de la templanza.
Otra representación de la templanza, la encontraremos como una mujer que sostiene un reloj de arena; donde una parte de la arena se encuentra aún en el bulbo superior del reloj y otra en el bulbo inferior, en clara referencia a que el tiempo, es un factor determinante en el desarrollo de la templanza en el hombre; por tanto, una indicación de que el cambio es constante, en el trabajo de la búsqueda de esta virtud cardinal.
También la encontramos representada como un ángel alado, andrógino en el tarot, que hace el trabajo de pasar agua de un jarro a otro. En esta representación, como en todas las representaciones arquetípicas del tarot, encontramos una imagen cargada de simbolismo, donde es importante, la postura corporal, al igual que el ambiente que rodea la misma, el vestido y los símbolos que adornan la imagen. Toda la carta es un mensaje que, quien la observa debe intentar interpretar.
La Templanza entonces es la adaptación a las circunstancias, es fluir en cierta medida con el universo. Cuando llegamos a esta vida, lo hacemos en bruto. La templanza es el camino de la pureza, el proceso perpetuo de comprender y mejorar, hasta que quedamos pulidos. El agua, es un elemento purificador, el agua es un símbolo cosmogónico de la pureza, la limpieza, usada en rituales de purificación en casi cualquier cultura, y es uno de los más antiguos instrumentos rituales utilizados por el hombre, al margen de ser uno de los elementos principales de la conformación del mundo.
http://masoneriaysimbolismo.blogspot.pe/2012/06/la-templanza.html
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