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martes, 22 de mayo de 2018

Las reacciones europeas a la Revolución Francesa

Las reacciones europeas a la Revolución Francesa
Eduardo Montagut

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El estallido de la Revolución Francesa produjo un fortísimo impacto en toda Europa. En primer lugar, la propia Revolución se extendió, aunque ya estaba latente en muchos lugares, como en los Países Bajos o Suiza. Los revolucionarios de distintos países encontraron no sólo un modelo a imitar sino también un revulsivo evidente. Se crearon clubes revolucionarios imitando, en muchas ocasiones, el modelo del de los jacobinos, los más activos y organizados. 

El contagio revolucionario fue distinto según la situación política y socioeconómica de cada país. En Inglaterra, por ejemplo, no pudo ser muy fuerte, ya que el feudalismo y el absolutismo ya no existían, y había una burguesía fuerte. Algo parecido, salvando las distancias, ocurría en el norte italiano. Pero, en Austria, España, los Estados del centro y este de Europa y en el sur italiano la burguesía era muy débil y escasa frente a unos estamentos privilegiados bien asentados social, económica y políticamente. Bien es cierto que en muchos de estos Estados se dieron distintas reformas promovidas por el despotismo ilustrado encaminadas a limitar privilegios estamentales, pero en 1789 el programa de reformas se paralizó inmediatamente por temor al contagio revolucionario. En este sentido, el caso español fue paradigmático. Por otro lado, los sectores burgueses de estos países tomaron nota del ejemplo francés y reaccionaron contra este frenazo.

Pero, por otro lado, las reacciones contra la Revolución Francesa se dispararon muy pronto, estimuladas por los aristócratas emigrados franceses, que fomentaron ejércitos con el propósito de intervenir en Francia, además de instigar en las cortes europeas para que los monarcas absolutos interviniesen también. Luis XVI mantuvo contactos secretos con exiliados y con monarcas absolutos para fomentar y organizar la intervención. Al principio, los reyes europeos no demostraron un intenso entusiasmo, pero todo cambió con el episodio de la huida y prisión del rey francés. Leopoldo II de Austria y Federico Guillermo de Prusia firmaron el Tratado de Pillnitz en agosto de 1791 por el que se comprometían a intervenir a favor de los reyes de Francia.

La idea de intervenir en Francia no sólo tenía un componente de solidaridad dinástica ante lo que se consideraban gravísimos atropellos a la dignidad real. Es más, en realidad lo que más importaba era el contagio de las ideas revolucionarias de la soberanía nacional, la división de poderes, la igualdad ante la ley, las libertades y derechos, etc.. Pensemos, por ejemplo, que en Alsacia y Avignon, donde había intereses feudales, de príncipes alemanes o del propio papa, sus respectivas asambleas decidieron proclamarse francesas. 

En el plano ideológico, pues, primaron las ideas que sustentaban el origen divino del poder de los reyes, la estructura social estamental, etc.., pero también es cierto que el discurso se modernizó, en cierta medida, planteando el origen del futuro pensamiento conservador, gracias a la aportación de Edmund Burke, que pensaba que la sociedad del siglo XVIII no necesitaba grandes cambios o transformaciones porque no presentaba graves problemas. Las instituciones políticas podían ser reformadas de forma gradual pero sin modificaciones sustanciales, ya que habían servido y resistido el paso del tiempo. Bien es cierto que Burke consideraba que las instituciones británicas eran las mejores del mundo y, por lo tanto, superiores a las francesas pero la monarquía absoluta y la sociedad estamental, sin ser perfectas, habían servido históricamente en el país vecino. 

Partiendo de estos presupuestos, la revolución era contemplada no como una necesidad legítima de transformación, sentida por la mayoría, sino como el resultado de las maquinaciones de algunos grupos o sectores sociales con vocación subversiva. Los responsables eran los ilustrados, los philosophes que llevaban ya mucho tiempo socavando los pilares de las instituciones y de la sociedad francesa, especialmente con sus críticas a la Iglesia. Hecha esta labor de minado, aparecía el “populacho” ignorante que arramblaba con todo de forma brutal y desde su ignorancia. Así pues, la Revolución sería, siempre según Buke, fruto de la conspiración de una minoría.


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