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viernes, 27 de julio de 2018

La primera jura de la independencia no fue en Lima

La primera jura de la independencia no fue en Lima
Jorge Pereyra

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Los heroicos jinetes morochucos.

El caballo de guerra moro o bereber, traído por los españoles a América, jugó un papel de primer orden en la captura de Atahualpa un 16 de noviembre de 1532 en la Plaza Mayor de Cajamarca. 

Cuando Pizarro llegó a Cajamarca, ésta se encontraba desierta y el ejército inca, de alrededor de 30 mil guerreros, se encontraba acampado en las afueras de la ciudad.

La expedición invasora española constaba de 180 hombres de a pie, 37 caballos con sus respectivos jinetes y cerca de 20 mil indios auxiliares. Francisco Pizarro envió a Hernando de Soto y a su hermano Hernando Pizarro al campamento inca de Pultumarca (hoy Baños de Inca) para proponer un encuentro en Cajamarca entre él y Atahualpa. Los capitanes Soto y Pizarro llegaron a Pultumarca acompañados de los intérpretes Felipillo de Poechos y Martinillo.

Atahualpa aceptó la invitación y cometió el error de subestimar el peligro que el pequeño grupo de españoles representaba, acudiendo a Cajamarca escoltado únicamente por un grupo de 6 mil servidores desarmados.


Luego que Atahualpa y su séquito ingresaran al interior de la ciudad, sonaron dos piezas de artillería que estaban en una torre, impactando en la masa humana, matando y mutilando a los que se encontraban en su línea de fuego.

Y antes de que los sorprendidos indios se recuperasen, los españoles de a caballo salieron estrepitosamente barriendo todo lo que tenían delante, seguidos de una tropilla de negros e indios con corazas, estoques y lanzas. Simultáneamente, el otro escuadrón de españoles abría fuego con sus mosquetes desde larga distancia.

Gracias a la confusión reinante, Atahualpa fue capturado y como resultado del encuentro cerca de 5 mil personas murieron.

Así pues, mediante un engaño o celada, se consumó el inicio de la dominación española que duraría un poco más de 3 siglos.

Sin embargo, paradójicamente, ese mismo caballo, aclimatado ya a la geografía de nuestro país, y amaestrado propiamente por los indómitos jinetes morochucos, se encargó de vengar siglos más tarde la sangrienta afrenta de los peninsulares contribuyendo decisivamente a la independencia de nuestro país, desde mucho antes de las batallas de Junín y de Ayacucho.

LA PRIMERA JURA DE LA INDEPENDENCIA

El primer grito de Independencia que se escuchó en el Perú fue en Cangallo, ahora provincia de Ayacucho, el 7 de octubre de 1814. Es decir, seis años antes de que el general San Martin desembarcara en Paracas y proclamara nuestra independencia sin disparar un tiro.

La proclamación de la independencia peruana por San Martín, en la aristocrática Lima, un 28 de julio de 1821, es una historieta. La verdadera historia de la primera jura de nuestra independencia está en la heroica ciudad de Cangallo y tiene un contenido popular que ha sido silenciado interesadamente por la historia oficial de las clases dominantes.

En tal virtud, la heroica provincia de Santa Rosa de Cangallo celebrará este 7 de octubre el Bicentenario de la Jura de la Independencia.

Aquel histórico día sus habitantes, al lado de sus valientes jinetes morochucos, capitaneados por Basilio Auqui, don José Mariano Alvarado y el Dr. don Valentín Munárriz, juraron solemnemente en cabildo abierto la Independencia, suscribiendo el Acta con la sangre de sus venas, la que estoicamente se la extrajeron para rubricar dicho documento y así jurar su libertad.


Este hecho histórico demuestra que en lugares remotos también surgieron ideas de libertad y rebeldía que con el tiempo generarían todo un proceso emancipador en los diferentes suelos del interior del Perú.

Pues como anota el acucioso historiador huamanguino, Max Aguirre: “Si el XVIII abundó en protestas, revueltas, motines, levantamientos, y como culmen la gran gesta separatista de Túpac Amaru y sus epígonos, el XIX fue de explícita vocación emancipadora, pues abundó en gritos libertarios, formación de juntas de gobierno paralelo, declaraciones y hasta proclamaciones independentistas informales como sucedieron en el escenario del Bajo Perú con Tacna (1811), Huánuco (1812), Cuzco (1814) y Moquegua (1814); y en el del Alto Perú, con la Junta Tuitiva de la Paz (1809), casi todas precediendo a la jura cangallina que inaugura el respeto a la forma. Dicho con más rigor: Antes de Cangallo, ninguna de las proclamaciones alcanzó a observar el formalismo jurídico pertinente que implicaba una ceremonia juramentaria legitimadora”. 

¿Y POR QUÉ SE JURÓ LA INDEPENDENCIA EN LIMA?

Sin embargo, siete años más, el general José de San Martín declara en 1821 la independencia del Perú, previo arreglo entre la aristocracia limeña, el ejército libertador y el virrey La Serna, último virrey que comandaba al ejército realista.

El temor de la aristocracia criolla limeña era la posible llegada a la Ciudad de los Virreyes de los temidos montoneros que venían desde todos los pueblos del interior del país. De llegar los montoneros (los guerrilleros de esa época), la consigna era tomar Lima, confiscar las propiedades, los negocios y las haciendas de las clases dominantes, y también el palacio del Virrey.


La astuta criollada de la aristocracia limeña fue negociar con ambos bandos militares a fin de proteger sus intereses. Tal es así que el virrey La Serna con su ejército se retira hacia la sierra, dejando libre y entregando la capital del Virreinato al ejército libertador sanmartiniano sin que mediara algún enfrentamiento, ni derramamiento de sangre, y de este modo salvaguardar los intereses económicos y las propiedades de los españoles, ingleses, italianos y franceses, principalmente.

El general San Martín, luego de la Jura de la Independencia, previo ensayo en Huaura, y con la asistencia de la aristocracia, el clérigo y los esclavos cholos y negros, hicieron correr la información que el Perú ya era libre e independiente, y que por lo mismo ya no era necesario que llegaran los montoneros.

Estas indómitas fuerzas populares, valientes guerreros, no tuvieron otra opción que retornar a sus lugares de origen, frustradas por esta primera criollada aristócrata en los albores de la vida republicana del país.

Los aristócratas conservaron sus propiedades, pero las clases populares que combatieron denodadamente al brutal poder colonial en aras de la independencia peruana, incluso con Bolívar y mucho después de las batallas de Juní¬n y Ayacucho en 1824, siguieron pagando el tributo indio y se mantuvo la esclavitud negra para apuntalar la prosperidad y la libertad de los blancos.

BASILIO AUQUI Y SUS MOROCHUCOS

No obstante, fue en la sierra donde el pueblo andino jamás cesó de brindar su heroica cuota de resistencia y sangre a favor de la independencia de España.

Dicen que los morochucos son mestizos descendientes de los conquistadores almagristas que se habían sublevado contra el Rey de España promediando el siglo XVI. Los sobrevivientes de la batalla de Chupas, huyendo de la fuerte represión realista, se instalaron en la Pampa de Cangallo, en lo que hoy es el distrito Ayacucho en el Perú.

Estos españoles, mezclados con los pueblos quechuas de la región, configuraron una especial y bien definida cultura. Jinetes de la talla de los gauchos, llaneros o montubios, los morochucos se hicieron señores de las pampas peruanas. Llaman aún mucho la atención porque físicamente son indios serranos, pero muchos con tez blanca, ojos celestes, espesas barbas y cabellos claros. La mayoría de ellos son músicos, pero todos rebeldes.


Entre ellos, en 1747, nació Basilio Auqui Huaytalla, aquel guerrillero que durante seis años sembró el terror entre las tropas colonialistas españolas. No era para menos. Al mando de sus indomables morochucos derrotó infinidad de veces a las tropas realistas que estaban al mando de los generales Mariano Ricafort y José Carratalá “El Carnicero”.

Su principal objetivo fue ayudar a la independencia peruana y se enroló con un grupo de morochucos destinados a hostilizar a los españoles y hacerles la vida difícil.

Conociendo muy bien su tierra natal, él y sus morochucos hostigaron, acosaron y enfrentaron a los españoles, infatigablemente, en la grandeza y rudeza de la pampa, cayéndoles intempestivamente como bólidos con lanzas y cocobolos.

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Morochucos con cocobolos.

Auqui se destacó en acciones militares como las batallas de Huanta y Matará, Piquimachay, Rucumachay, Atunhuana y Atuntocto.

Pero fue en Saqapampa donde Auqui les propinó el golpe más fuerte a los colonialistas. No sólo por las bajas producidas a los españoles, que fueron más de 400 hombres muertos, sino por la forma en que el guerrillero hizo caer a las experimentadas tropas colonialistas en una trampa preparada especialmente antes de la batalla. La trampa consistió en hacer caer dentro de enormes agujeros, cavados previamente por sus morochucos y disimulados con malezas, a todo el contingente militar español.

Ante esta vergonzosa derrota, el general Carratalá clamó venganza y lanzó un decreto el 17 de diciembre de 1821, en su cuartel general de Putica, mediante el cual la ciudad sería incendiada y nunca más se edificaría sobre esa tierra arrasada.

Decía el decreto: “Queda reducido a cenizas y borrado para siempre del catálogo de los pueblos, el criminalísimo Cangallo”.

El sanguinario Carratalá cumplió su amenaza e ingresó a la localidad de Cangallo a cuchillo, un 18 de enero de 1822, dejando un reguero de cadáveres de la población civil.

Auqui siguió combatiendo, y venció nuevamente a los españoles en Shuschi. Luego estableció su cuartel general en Quijillapite, donde fue traicionado por uno de los naturales, que quería ganar la recompensa que ofrecían por él.

Fue apresado junto a su mujer e hijos e inmediatamente fusilado en febrero de 1822, a los 75 años de edad.

El general San Martín, al conocer el heroísmo de Auqui y los morochucos, ordenó reedificar Cangallo y la llamó “Heroica Villa”, en cuya plaza principal habría de levantarse un monumento.

Años más tarde, Simón Bolívar también quiso testimoniar por su parte un nuevo reconocimiento a tan valeroso pueblo, concediéndole la calidad de “Heroica Provincia de Santa Rosa de Cangallo”. 

La independencia de nuestro país fue pues obra de los habitantes cholos, indios y mestizos del “Perú Profundo” y no de los pitucos de la altiva y señorial Lima.

Y refleja las dos caras del Perú en la eterna lucha por la descentralización y autonomía de las provincias del asfixiante centralismo limeño.

https://lamula.pe/2015/07/28/la-primera-jura-de-la-independencia-no-fue-en-lima/jpereyra/

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