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domingo, 16 de septiembre de 2012

HERBERT ORE: LOS CONSTRUCTORES JUDIOS.


Autor: Herbert Oré B.
Maestro Masón del Perú.

La influencia babilónica sobre los israelitas se expresa en la historia de los patriarcas judíos. Su "padre" Abraham era, en efecto, un babilonio que procedía de Ur, en Sumer.

Varios aspectos de las leyes israelitas expuestas en el Éxodo muestran una similitud asombrosa con las leyes de Hamurabi. Basta recordar la consigna "ojo por ojo y diente por diente". Las diversas facetas de ambos códigos están muy próximas no solamente por —contenido, sino por el orden en que aparecen. "Esta similitud –dice uno de los mejores conocedores de la historia de Israel— no puede deberse al azar; es probable que Israel y Canaán hayan tomado el derecho babilónico como modelo." Las leyes de Hamurabi representan una cultura material más avanzada que la que inspira la ley de Moisés, así como una organización política más perfeccionada; por su parte, la antigua ley de Israel atestigua una religiosidad más profunda.

La biblioteca de Asurbanipal nos muestra las estrechas relaciones existentes entre los relatos hebreo y babilónico sobre la Creación y el Diluvio.

En nuestros días, nadie duda que los pueblos de Oriente hayan mantenido importantes contactos durante toda la Antigüedad. En otro tiempo se creía que cada uno de estos pueblos formaba un mundo aislado, en donde la propia cultura se desarrollaba sin ninguna influencia exterior; pero esta opinión carece hoy de adeptos. Todas las culturas estuvieron influidas por las demás, y la hebrea no fue una excepción. (Carl Grimberg, Historia Universal Tomo I El Alba de la Civilización, http://www.scribd.com/Insurgencia Pág. 279-280).

También la civilización egipcia influyó en los hebreos, debido al largo tiempo que permanecieron en Egipto antes de establecerse en Palestina. Desde el punto de vista de la cultura material, los hebreos se hallaban atrasados en relación con los cananeos.

Llevaban aún una vida nómada y sus rebaños dependían por entero de los pastores; en épocas de hambre se trasladaban a Egipto, donde les era más fácil subsistir. Entonces pedían permiso para establecerse en Gesén, región fronteriza que separaba al Egipto propiamente dicho de la península del Sinaí. El faraón abría a los hebreos los ricos pastos del este del Delta, pero no desinteresadamente, sino que es probable a condición de someterse a la autoridad egipcia, formando así una barrera defensiva entre los egipcios y las turbulentas tribus beduinas del este.

Las enseñanzas de los Misterios egipcios se guardaban muy celosamente, y sólo con extremada dificultad y bajo especiales condiciones se admitía en ellos a un extranjero. Sin embargo, fueron admitidos algunos, como Moisés, de quien dice el relato bíblico que "fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios". Después transmitió su conocimiento a la clase sacerdotal de los israelitas, y así se mantuvo en forma más o menos pura hasta la época de David y Salomón, quien construyó su templo de conformidad con el plan masónico y lo estableció en centro de simbolismo y trabajo masónicos. No cabe duda de que Salomón construyó el templo de su nombre con el intento de señalar y conservar para su pueblo cierto sistema de medidas, de la propia suerte que las dimensiones de la gran pirámide entrañan muchos datos geodésicos y astronómicos. No tuvo éxito en ello, porque se había perdido gran parte de la tradición o quizás sería más exacto decir que si bien se había conservado la tradición de los ornamentos ya no se sabía lo que significaban. Hasta entonces los iniciados en los Misterios judíos habían dirigido su atención hacia la Casa de Luz de Egipto; pero Salomón resolvió que los pensamientos y emociones de los iniciados se enfocaron en el templo que acababa de construir; y por lo tanto, en vez de hablarles de la simbólica muerte y resurrección de Osiris en Egipto, inventó el relato que constituye la actual tradición masónica, y hebraizó todo el ritual, substituyendo las palabras egipcias por otras hebreas, aunque sin alterar en algunos casos el significado original.

Conviene advertir que al obrar de esta suerte no hacía Salomón otra cosa que colocar las prácticas de su pueblo en correspondencia con las de las naciones circundantes. Había muchas tradiciones de Misterios, y aunque los israelitas habían llevado consigo por el desierto de Sinaí, bastante de la tradición egipcia, los sirios y otros pueblos conservaban la tradición del descenso de Tamuz o Adonis en vez de la del desmembramiento de Osiris. (Carlos W. Leadbeater, La Vida Oculta en la Masonería,  traducido por Annie Besant, Adyar Diciembre de 1925, Pág. 22).

Durante mucho tiempo se ha seguido con gran interés el desarrollo de las excavaciones de Egipto con la esperanza de encontrar algunos datos sobre la esclavitud de los hijos de Israel en el país del Nilo. Las búsquedas han sido muy intensas, pero los resultados, desgraciadamente, escasos. El Génesis cuenta cómo uno de los faraones subyugó a los hijos de Israel y los obligó a construirle las ciudades de Pitom y Rameses, que debían servir de almacenes. Parece que el opresor de los hebreos fue Ramsés II.

Sería, pues, su hijo y sucesor, Menefta (1224-1214) el faraón que, según el Éxodo, endureció su corazón y rehusó dejar salir a los hijos de Israel hasta que, agobiado por una decena de plagas divinas, permitió al caudillo Moisés seguir los dictados del dios de sus antepasados.

Israel alcanzó su apogeo con David y su hijo Salomón. Con su política de centralización del poder, el pueblo trabajó la tierra con excelentes resultados y pudo abastecer a los comerciantes arameos y fenicios de trigo, aceite, miel, cera y bálsamo.

El fogoso y apasionado David, cuyo reinado comenzó hacia el año 1000 antes de Cristo, derroto a los filisteos y restableció la calma; luego, con triunfal alegría, llevó, danzando, el Arca de la Alianza a Jerusalén.

Aprovechando la popularidad de que gozaba entre los hebreos, David emprendió una ofensiva contra los filisteos: gracias a un atrevido golpe de mano, se apoderó de Jerusalén, una de las principales fortalezas cananeas; se adueñó una por una de todas las ciudades de los filisteos, desde Gezer hasta Gat Ashdob, pudiendo solemnizar —hacia 1010 antes de Cristo— su triunfo con el espectacular traslado a Sión (Jerusalén) de la famosa Arca de la Alianza, que guardaba las mosaicas tablas de la Ley. Después venció a los moabitas, a los amonitas y arameos de Damasco, redondeando así sus fronteras. Pudo entonces organizar un Estado a la manera de las grandes monarquías orientales, aunque con carácter predominantemente militar.

Encargó a un escriba babilónico la correspondencia diplomática, que es posible se redactase todavía en caracteres cuneiformes, aunque el arameo tal vez sustituyó al babilónico, usado en épocas anteriores.

Su hijo Salomón le sucedió hacia 960 antes de Cristo, y heredó un reino consolidado, por lo que pudo llevar una vida fácil y opulenta. Su reinado se hizo célebre como un rey, dotado de gran sabiduría. En realidad, Salomón aprovechó hábilmente la situación creada por las conquistas de su padre que, con la debilidad momentánea de los imperios de Mesopotamia y Egipto, colocaron al reino hebreo en una situación excepcional, vecino y amigo de los fenicios y dominando todas las rutas del comercio terrestre, así como los fenicios dominaban el marítimo. El verdadero talento de Salomón parece haber consistido en sus dotes de gobierno, pero ello sólo en cuanto se refiere a los primeros años del mismo.

Obra suya fue el templo de Jerusalén, el monumento judaico más representativo. Hasta entonces, los hebreos habían adorado a Jehová en las cumbres de las montañas y fue el rey David quien concibió la idea de erigirle un magnífico templo, para lo cual hizo acopio de materiales; pero quien realizó la obra fue su hijo y sucesor Salomón, que al cuarto año de su reinado dio comienzo a los trabajos y al séptimo lo inauguró. Fue erigido en el monte Moría, colina oriental de la meseta comprendida entre los torrentes Cedrón e Hinnón. Mediante acuerdo de Salomón con Hiram, rey de Tiro, fueron a construir el templo arquitectos y artífices fenicios, que emplearon obreros gabaonitas y cananeos. Rebajada la colina, fue revestido de sillería el macizo, formando así, al modo mesopotámico, un basamento gigantesco de catorce metros de altura, con terraza irregular —310 y 281 metros de longitud en los lados norte y sur, y 462 y 491 en los lados este y oeste—. En los paramentos de dicha construcción estaban las puertas, y practicadas en el macizo las escalas de acceso a la terraza. Lo único que se conserva del templo es dicho basamento, de grandes sillares de piedra almohadillados, que fueron unidos con grapas de hierro y las hiladas ligeramente escalonadas. En sus cimientos hay signos de cantería que son letras fenicias. Un vetusto fragmento de esta antigua fábrica arquitectónica es el llamado "muro de las lamentaciones", porque ante sus piedras, por rito tradicional, lloran todavía los judíos la pérdida de Jerusalén, es decir, de la antigua Sión.

Aliado al rey Hiram de Tiro, Salomón hizo construir un puerto sobre el mar Rojo y equipó navíos que los marinos procedentes de Fenicia condujeron hasta el país del oro —Ofir—, en donde gobernaba la reina de Saba.

"El rey Salomón fue el más grande de todos los reyes de la tierra... Hizo que la plata fuera en Jerusalén tan común como las piedras:.." (I, Reyes).

Pero Salomón sentía debilidad por lo ostentoso, y para levantar monumentos impuso a su pueblo tasas y trabajos forzados. Y cuanto más progresaba su reinado, más se parecía a un déspota oriental y con mayor razón el pueblo deseaba sacudir su yugo. (Carl Grimberg, Historia Universal Tomo I El Alba de la Civilización, http://www.scribd.com/Insurgencia Pág. 282-283).

Salomón, tras recibir en sueño las instrucciones de JHWH (Jehová), respecto de iniciar las tareas de construcción del Templo, las emprende siguiendo las instrucciones dadas por el viejo profeta Natan. Para comenzar estos trabajos Salomón, que gobierna un pueblo de pastores trashumantes, no asentados y, por lo tanto, no instruidos en el arte de construir pese a la influencia de los sumerios y egipcios, recabará los esfuerzos de un hombre versado en estas artes y, por ello, lo reclamará de allí donde estos oficios son casi sagrados y sirven al poder para mejor expresar su esplendor: de Egipto.

En señal del pacto, Salomón se casará con la hija del faraón Saimón, que se desplazará a vivir a Jerusalén conservando su religión y levantando con ello las primeras críticas de los levitas al nuevo estado de Israel.

El emperador egipcio designará a un experimentado arquitecto de nombre Hiram-Habib (Hiram el Fundidor) para el trabajo de construir el Templo en Jerusalén.

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Herbert Ore - Masoneria Origen y Desarrollo

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