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martes, 25 de septiembre de 2012

LAS INEXPLICABLES CIVILIZACIONES ANTES DE LA HISTORIA


LAS INEXPLICABLES CIVILIZACIONES ANTES DE LA HISTORIA

Gracias al desarrollo de la ciencia, el hombre se encuentra hoy en el umbral de las exploraciones espaciales y ante él se abren nuevas perspectivas de conquistar otros planetas, es decir, una situación en cierto aspecto similar a la que se encontraban los europeos en 1493, después de que Colón demostrase que los viajes trasatlánticos eran factibles. Pero, a pesar del desarrollo de esta ciencia, cada día más avanzada, el hombre también está cada vez más cerca de otro Armagedón. Ahora bien, cualesquiera que sean el tiempo o el destino que nos han tocado vivir, nuestra educación, nuestras tradiciones y nuestro punto de vista histórico, generalmente optimista, nos ha condicionado a aceptar como un proceso irreversible la evolución progresiva de la civilización. Este avance progresivo comenzó en Mesopotamia y Egipto, desarrollándose  perfectamente en el aspecto religioso y político a través de Palestina, Siria y Grecia, y perfeccionándose al máximo en el aspecto legal y organizativo durante el Imperio romano. Durante la Edad Media, este proceso evolutivo sufrió cierto retroceso, pero luego continuó su marcha siempre progresiva durante el Renacimiento, el descubrimiento del Nuevo Mundo y la revolución industrial.

Este progreso de la civilización parece explicar las crecientes e innatas dotes del hombre desde los tiempos antiguos hasta nuestros días. No obstante, aunque el hombre, gracias a su elevada formación científica, es hoy capaz de examinar más minuciosamente las huellas de su propio pasado, en la actualidad ha tenido que enfrentarse con ciertos problemas desconcertantes y poco tranquilizadores, sobre todo, en estos últimos años. Una especie de interrogante iconoclasta atormenta cada vez más al investigador de historia antigua: ¿es posible que existieran otras civilizaciones en la larga historia del hombre de las que no sabemos nada, o de las que sólo hemos oído vagos ecos, a menudo confundidas con otras culturas más o menos familiares para nosotros?

Nuestro concepto de la historia antigua está grandemente influenciado por nuestra dependencia de la Biblia, cuyos libros relativos a la Antigüedad están escritos desde un punto de vista sólo comprensible de forma aislada. Ello ha tendido a distorsionar el panorama general de las antiguas culturas y a descuidar completamente algunas muy importantes, incluyendo la de Minos y la de los hititas. Conserva, al mismo tiempo, alusiones fascinantes relativas a culturas de extremada y casi prehistórica antigüedad, como asimismo a civilizaciones tan lejanas y de las que apenas tenemos referencias como para ser calificadas de prehistóricas.

No es forzosamente necesario que analicemos y estudiemos ciertas razas, culturas y hechos históricos omitidos o descuidados por los escritores bíblicos y otros famosos historiadores de la Antigüedad, sino más bien culturas perdidas más antiguas de las que aquéllos son meros vestigios. El lector se cerciorará de que las soluciones que da el autor a los «enigmas» de las civilizaciones desaparecidas se apartan de la historia ortodoxa y entran en un plano puramente subjetivo. Por ello, un lector que conozca la historia según las normas tradicionales no estará de acuerdo con lo que Charles Berlitz afirma. (N. del E.)

¿Acaso los antiguos mayas, los pre-incas de Sudamérica, los pueblos constructores de esos extraños montículos de Norteamérica, los asombrosos artistas que pintaron las antiquísimas cuevas de Europa occidental y Norte de África, y la población autóctona de la isla de Pascua y de las islas Canarias, por no citar más que unos cuantos, desarrollaron por sí mismos su cultura o eran remanentes de unas civilizaciones muchísimo más antiguas?

Actualmente disponemos de medios para calcular la antigüedad de los períodos culturales, que trastornan la idea que teníamos sobre cuánto tiempo ha vivido el hombre civilizado. Constantemente se descubren nuevos hallazgos en zonas muy distintas entre sí: una ciudad amurallada situada en el lugar donde estuvo Jericó, a la que se otorga una antigüedad de diez mil años, casi en la época de la legendaria Atlántida. Según estableció en 1650, James Usher, arzobispo de Armagh (Irlanda), la ciudad de Jericó data unos miles de años después de 4004 a. C, fecha de la creación del mundo; ello aún influye sutilmente en nuestro concepto de la edad de la civilización. (El doctor John Lightfoot, vicecanciller de la Universidad de Cambridge y contemporáneo del arzobispo Usher, sostenía: «El hombre fue creado por la Trinidad el día 23 de octubre del año 4004 a. C., a las nueve de la mañana.»).

Más fantástico aún fue un intento llevado a cabo en 1857 por Phillip Henry Gosse para justificar la tradición bíblica. Según este autor, durante el siglo XIX se descubrió grandes cantidades de fósiles. Gosse, una gran autoridad en zoología marina, sostiene que Dios creó los fósiles de los animales extintos al mismo tiempo que a Adán y Eva.

Mientras que nosotros, los hombres de la edad atómica, no nos preocupamos ahora de la edad de nuestro planeta ni del comienzo aproximado de la Era Cuaternaria, que se remonta a dos millones de años aproximadamente, no obstante, nuestros cálculos sobre la edad de la «civilización» coinciden curiosamente con el concepto bíblico sobre la fecha de aparición del primer hombre sobre la Tierra. La explicación es muy simple: para nosotros, nuestros conocimientos sobre la historia y la civilización se apoyan únicamente en los datos escritos legados por el pasado.

Pero incluso este principio comienza a tambalearse. En efecto, inscripciones paleolíticas hechas con utensilios cortantes en huesos grabados, a las que se atribuye una antigüedad de treinta mil años, están siendo estudiadas actualmente a la luz de un nuevo enfoque científico; se las considera como registros de los ciclos de la Luna y como anotaciones sobre los largos períodos de las fases lunares, es decir, una especie de astronomía del «hombre de la caverna». Tales inscripciones han sido halladas en cavernas en diferentes lugares de Europa y tienden a cambiar nuestro concepto sobre la capacidad intelectual de nuestros  antepasados, habitantes de las cavernas.

Lo que parece ser cartas o escritos, o símbolos preliminares a una forma de escritura, han sido descubiertos en algunos lugares de España y Francia, y ello nos indica que la escritura o la escritura simbólica se remonta a unos ocho mil o diez mil años de antigüedad. En una caverna de paredes pintadas descubierta en Lussac (Francia), no abierta al público, se observan unos hombres y mujeres primitivos" vestidos con una confortable indumentaria de sorprendente trazo moderno, completamente distinta de aquellas pieles y ornamentos de hueso con que solemos imaginarnos a los habitantes de las cavernas. Asimismo, en Rhodesia existe una mina de cobre en la que se ha comprobado que hace 47.000 años se extraía dicho mineral, lo que nos lleva a la conclusión de que los desconocidos mineros de la misma daban una finalidad y un uso al cobre que extraían. Cuanto más retrocedemos en la historia, más indicaciones encontramos de que existía una civilización, cuyo alcance aún desconocemos, anterior a las civilizaciones que nos son conocidas, aunque sean incompletos los datos que poseemos de ella.

Siempre ha sido un misterio para los arqueólogos y para los estudiosos de la historia antigua el hecho de que si una civilización tan altamente desarrollada e «inclasificada» existió antes de las que nosotros conocemos, ¿cómo es que no existe una prueba concreta de la misma? También se ha sugerido que si estas culturas prehistóricas fueron tan civilizadas, ¿cómo no se ha podido encontrar, entre tantas excavaciones llevadas a cabo, un simple reloj, una estilográfica o un mechero? Como respuesta a estos interrogantes, durante los últimos años se han hecho unos descubrimientos verdaderamente asombrosos, que implican el conocimiento y utilización de la electricidad por los antiguos, mediciones de las distancias interplanetarias, pesos y volúmenes de los planetas, un concepto realista de la Tierra, incluyendo ciertas referencias a la Antártida miles de años antes de que fuese descubierta «oficialmente», conocimientos muy avanzados de cartografía y de geometría esférica, el pulido de lentes microscópicas, la utilización de computadoras y otros conocimientos científicos y matemáticos hasta ahora insospechados.

Parece como si alguien que vivió en nuestro planeta antes que nosotros nos hubiese dejado mensajes, bajo la forma de ciertos monumentos claves y construcciones para ayudar a otras razas posteriores a leerlos, para orientarlas y, en algunas ocasiones, como advertencia contra ciertos peligros.

Algunos de estos monumentos aún existen, y algunas estructuras «naturales», que en principio se pensó eran demasiado grandes para proceder de la mano del hombre, se ha demostrado que son realmente obras de extraordinaria calidad. Un ejemplo prominente de lo que acabamos de exponer lo constituye la gran pirámide de Egipto. Cuanto más la estudiamos y medimos, más nos vemos obligados a cambiar el concepto que de ella teníamos, comprobando cuan distinta es de lo que imaginábamos. ¿Era simplemente una tumba, como suponía el gran historiador Herodoto? ¿Era algo más que una simple tumba, como, por ejemplo, una indicación del principal meridiano para los astrónomos y cartógrafos, olvidándose más tarde esta finalidad? ¿Fue acaso un colosal reloj equinoccial, un indicador de las épocas de siembra y cosecha para los millones de seres que laboraban las tierras a lo largo del Nilo? ¿Era una gigantesca cápsula del tiempo indicadora, mucho antes de nuestra era, de que existía una raza más antigua, con grandes conocimientos sobre el peso de la Tierra, la distancia entre el Sol y la Tierra, una clave para las matemáticas y el año sideral, una guía para la geografía y la cartografía y, finalmente, el repositorio de un sistema de medidas prehistórico y desconocido para nosotros?

La gran pirámide de Egipto es un hito del pasado que aún permanece con nosotros. Es muy fácil reconocer que se trata de una masa colosal (¡cómo íbamos a negarlo teniendo una altura de 45 pisos!), pero no resulta ya tan fácil demostrar lo que realmente es. Existen otros monumentos en el mundo cuya finalidad, su verdadera finalidad, aún se ignora; algunos porque son demasiado inmensos, como el situado en El Panecillo, una pequeña montaña en las cercanías de Quito (Ecuador), durante mucho tiempo considerado como una montaña natural, pero aparentemente construido por el hombre, como asimismo otras construcciones, a primera vista auténticas estructuras geológicas naturales, existentes en México, Perú, Brasil, Asia central e incluso en algunas islas del Pacífico.

Los métodos y los equipos técnicos de que hoy disponen los arqueólogos son muy superiores a las primitivas máquinas de los antiguos. Entre los modernos instrumentos actualmente al alcance de los científicos están el avión y la fotografía aérea, diminutos submarinos, la utilización del sonar para  exploraciones submarinas, como asimismo equipos especiales para submarinistas, radar, detectores de minas, magnómetro de cesio para la exploración del subsuelo. Aparte de todo esto, se posee grandes conocimientos de las lenguas antiguas y se dispone de una nueva técnica para restaurar, limpiar y reconstruir objetos arqueológicos; y lo que es mucho más importante, establecer su antigüedad mediante la utilización de la técnica del carbono 14.

Resulta curioso comprobar que la mayoría de los adelantos en las modernas investigaciones arqueológicas son fruto de los artefactos militares utilizados en la Segunda Guerra Mundial. En efecto, muchos  descubrimientos arqueológicos se han llevado a cabo gracias a las fotografías aéreas obtenidas por los pilotos de guerra mientras efectuaban el reconocimiento de terrenos enemigos. Por ejemplo, gracias a estos reconocimientos aéreos ha sido posible descubrir el puerto hundido de Tiro como asimismo otros puertos antiguos del Mediterráneo actualmente bajo las aguas. Del mismo modo, el plano de las calles y canales de la perdida ciudad etrusca de Spina, cubiertos durante siglos por las marismas junto a Venecia, la hundida ciudad de diversiones de Baiae (ciudad romana equivalente a la actual Las Vegas de Estados Unidos), como asimismo numerosas ciudades mayas en Centroamérica y ruinas arqueológicas preincaicas en Sudamérica cubiertas por la exuberante vegetación selvática, deben su descubrimiento al aeroplano. Bastará un simple ejemplo para demostrar los grandes conocimientos que tenemos del pasado gracias a la fotografía aérea: cerca de Persépolis (Persia), cuatrocientos insospechados emplazamientos fueron descubiertos durante un vuelo de trece horas de duración, y unas fotografías aéreas de una zona cercana demostraron detalladamente (en un terreno sólo visible desde el aire) el plano de una ciudad antigua que una expedición arqueológica había intentado localizar sin resultados positivos durante cerca de año y medio.

Así pues, gracias a los modernos artefactos de guerra se ha conseguido, en grado sumo, localizar y estudiar las antiguas civilizaciones, muchas de las cuales fueron destruidas por los conflictos bélicos, lo que constituye un convincente argumento sobre los procesos cíclicos del progreso: guerra, devastación y nuevo despertar. Hecho este que hemos podido comprobar a lo largo de toda nuestra historia.

A medida que examinamos la superficie de la Tierra, su subsuelo, el fondo de los lagos, mares y ríos, las cordilleras continentales bajo el mar, e incluso los grandes abismos y profundidades, no sólo encontramos pruebas de las huellas del hombre, sino de civilizaciones «inclasificadas», de las que sólo sabemos muy poco o nada, y que han desaparecido por motivos aún desconocidos. En realidad, cuando estudiamos estas reminiscencias culturales de lo que presumimos fueron pueblos primitivos, el misterio se oscurece más aún. ¿Cómo podemos explicar la zona de Nazca, en la costa del Perú, donde todo un desierto está marcado, durante una extensión de cientos y cientos de kilómetros cuadrados, con lo que parecen ser planos cósmicos, diagramas, símbolos y dibujos de animales, sólo visibles desde el aire? El científico se siente inclinado a especular sobre cierta conexión cultural con lugares tales como el gran Zodiaco de Glastonbury (Gran Bretaña) situado en un círculo de 48.300 metros de circunferencia, o las enormes piedras,  perfectamente ajustadas, de Carnac, en Bretaña (Francia), o las rocas de Stonehenge, en Salisbury Plain (Gran Bretaña) e incluso con los misteriosos montículos del Valle del Mississíppi y otros lugares del centro de Estados Unidos; inmensas construcciones de tierra y montículos piramidales en perfectos círculos encuadrados dentro de otros círculos, romboides, polígonos y elipses de exactas medidas, como asimismo representaciones de animales y serpientes no siempre visibles desde el suelo, pero perfectas cuando son observadas desde arriba.

Resultan inexplicables las enormes murallas preincaicas de los templos pétreos en las altiplanicies y montañas de los Andes, no sólo en cuanto al sistema de transporte que utilizaron sus constructores, sino también por el ajuste asombrosamente exacto y casi caprichoso de los bloques de granito pluriangulares de cientos de toneladas de peso.

Desde que se descubrió el método del carbono 14 para calcular la antigüedad de los objetos arqueológicos (aunque, desgraciadamente, no puede aplicarse a la piedra), se han llevado a cabo varios intentos para establecer la antigüedad de muchas «inexplicables» ruinas del pasado, consiguiéndose asombrosos  resultados en algunos casos. (¡Al gigantesco Zodiaco de Glastonbury se le calculó una edad de quince mil años!) A medida que retrocedemos en las etapas culturales del hombre, nos encontramos con que no sólo hemos dejado muy lejos aquella fecha de 4004 a.C. en la que el obispo Usher estableció el año de la «creación» (que, por extraña coincidencia, corresponde vagamente a un relato histórico que la ubica en una zona entre Egipto y Sumeria), sino que podemos situar la civilización en un punto anterior al último periodo glacial.

Existen otros muchos sistemas para calcular o establecer la edad de los artefactos o construcciones, pero el método del carbono 14 es el más exacto hasta hoy día. Este método consiste en lo siguiente: cualquier materia orgánica pierde la mitad de su carbono cada 5.600 años; por lo tanto, reduciéndola en un reactor y pesando los residuos, una constante más o menos variable —generalmente equivalente a 280 años— puede ser establecida. El único inconveniente de este método es que destruye los materiales sometidos a análisis. Considerando las fechas anteriores a Jesucristo que encontramos en los textos de historia antigua, algunas, establecidas por el método del carbono 14, resultan realmente chocantes.

Anteriormente a la utilización del carbono 14, algunas de estas fechas ya se presumían, viniendo dicho método a confirmarlas más adelante, pero otras tienden a situar la Prehistoria mucho más atrás. Por ejemplo, la mina de hierro de 43.000 años de antigüedad nos da a entender que nuestros antepasados no eran tan incivilizados como suponíamos.

En los muchos miles de años existentes entre el advenimiento de la inventiva y el hombre artista de Cro-Magnon existe un intervalo de tiempo que abarcaría, si pudiéramos localizarlo, muchos siglos de cultura y de civilización. Una vaga memoria de todo esto quizá haya llegado hasta nosotros disfrazada de leyendas sobre el gran diluvio, un hecho muy común a casi todos los pueblos antiguos, o también como tradiciones sobre la destrucción de la humanidad (generalmente como un castigo divino a la maldad del hombre) por medio de terremotos, diluvios, fuego, erupciones volcánicas o hielo. Cualquiera que haya sido el motivo para la persistencia de estas leyendas y tradiciones hasta nuestros días, todo ello nos transmite una especie de advertencia (probablemente debido a la casta sacerdotal para preservar la moralidad y la obediencia). Ahora bien, estas leyendas se hallan tan extendidas, que, lógicamente, parecen ser memorias de cambios en la superficie de la Tierra: cataclismos, períodos glaciares, tremendas explosiones volcánicas y espantosos diluvios, nacimiento de las montañas y hundimiento de las tierras bajo el mar.

Desde la antigua India a la antigua América, a través de todas las tierras existentes entre ambas, siempre encontramos la misma historia de catástrofes que casi barrieron a la humanidad de la superficie de la Tierra; sólo unos cuantos supervivientes se salvaron al refugiarse en cavernas, en altas montañas o flotando en botes o arcas. En la mayoría de los casos, entre los supervivientes se encontraban un hombre privilegiado y elegido, acompañado por una o más mujeres; algunas veces con familias enteras y otras con una selección de animales y pájaros, cuya especie variaba según la parte del mundo en que la leyenda era vigente. En cada caso, los supervivientes regresaban sanos y salvos dando comienzo una nueva civilización.

Algunas veces, la catástrofe fue considerada como un diluvio universal, tal como se presenta en la tradición judeocristiana, una idea compartida por todos los pueblos de Oriente Medio. En las tradiciones de la India adopta la forma de toda una serie de cataclismos, donde el dios Visnú, el Preservador, salvó a la humanidad de nueve grandes desastres; y se cree que aún la salvará de otra más. En el antiguo México, los toltecas creían que el mundo había desaparecido, o casi desaparecido, tres veces, incorporando esta creencia a su sistema de calendario, más adelante adoptado por los aztecas. Según la tradición calendaría tolteca, la primera edad de la Tierra se llamaba El Sol del Agua, durante la cual la Tierra fue destruida por los diluvios; la segunda edad era El Sol de Tierra, cuando el mundo fue destruido por los terremotos; la tercera edad fue la de El Sol de los Vientos, en que la destrucción fue causada por los vientos cósmicos. Según este pueblo, aún nos encontramos en la cuarta edad, llamada El Sol del Fuego, que deberá terminar con una tremenda conflagración general, un augurio plenamente compartido por los profetas actuales sobre la ruina atómica de nuestro planeta.

Esta teoría de periódicas catástrofes, que daban lugar a nuevas civilizaciones, era generalmente aceptada y a menudo comentada en la Antigüedad, aunque no tan lúcidamente como lo hiciera el gran filósofo griego Platón, quien la utilizó en su famosa obra Timeo. En esta obra, Platón describía la visita de su famoso antepasado Solón, el gran legislador y filósofo ateniense, a algunos sacerdotes egipcios en el templo de Neit, en Sais. En el Timeo, Solón aparece discutiendo con dichos sacerdotes la antigüedad de su linaje, cuando uno de estos, «de muy avanzada edad», aprovecha la coyuntura para hablar de la Antigüedad, de la importancia de los viejos códigos y de las catástrofes que asolaron la Tierra. Las palabras de Platón, más o menos deformadas, ya que fueron pronunciadas hace más de dos mil años, nos proporcionan un vivido comentario sobre la Antigüedad, antes de la Antigüedad, como asimismo sobre los ciclos recurrentes de la civilización.

En la obra de Platón, el sacerdote egipcio dice: « ¡Oh Solón, vosotros, los helenos, no sois más que niños, y no existe un solo heleno que sea viejo..., todos sois jóvenes; no poseéis un solo concepto antiguo que se halle respaldado por la vieja tradición, ni ninguna ciencia que se haya encanecido con el curso de los años.

Y te explicaré la razón de ello: ha habido, y volverán a haber, muchas destrucciones de la humanidad, motivadas por muchas causas. «Existe una historia que vosotros, los helenos, habéis sabido conservar. Según ésta, Faetón, hijo de Helios, unció los corceles al carro de su padre, y por no saber conducirlo como su progenitor, quemó todo lo que había sobre la faz de la Tierra, siendo destruido él mismo por un rayo. Ahora bien, aunque esto parece un mito, en realidad significa una decadencia de los cuerpos que se mueven alrededor de la Tierra y en los Cielos, y una gran conflagración de cosas que suceden en nuestro planeta durante largos intervalos de tiempo: cuando esto suceda, aquellos que viven en las montañas y en los lugares secos y elevados se verán más amenazados de destrucción que aquellos que habiten junto a los ríos o a las orillas del mar; es por este motivo que el Nilo, nuestro eterno protector, nos salvó y liberó.

»Por otro lado, cuando los dioses castigan a la Tierra con un diluvio de agua, vuestros ganaderos y pastores montañeses son los supervivientes, mientras que los que habitan en las ciudades son arrastrados por los ríos al mar; pero en nuestro país, ni ahora ni nunca, el agua llegó de los cielos que cubren los campos, sino de las profundidades de la Tierra. Por este motivo, las cosas que hemos conservado en nuestro país están consideradas como las más antiguas.

»...Y pase lo que pase en vuestro país o en el nuestro, o en cualquier otra región del mundo que conozcamos, todo hecho noble o grande o digno de encomio, todo ha sido registrado por escrito en los viejos códices que se conservan en nuestros templos; mientras que los helenos y los habitantes de otras naciones sólo disponéis de escritos y de otras cosas que necesitan los estados. Por este motivo, y en su momento adecuado, un diluvio desciende del cielo, cual una pestilencia, y arrastra a todos aquellos que carecen de cultura y educación, por lo que tenéis que comenzar de nuevo como si fuerais niños, ya que ignoráis lo que sucedió en los tiempos antiguos tanto en vuestro pueblo como en el nuestro.

»En cuanto a esas genealogías de vosotros, los helenos, que nos habéis contado, Solón, no son mejores que los cuentos infantiles, ya que, en primer lugar, vosotros sólo recordáis un solo diluvio, cuando, en realidad, hubo muchos...»

Tomado de: MISTERIOS DE LOS MUNDOS OLVIDADOS - CHARLES BERLITZ.

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