Sabiduría,
moralidad, virtud: palabras respetables, pero vagas, sobre las cuales se
disputa desde hace muchos siglos pero sin haber conseguido entenderlas.
Querría ser
sabio, mas ¿tendré yo la certeza de mi sabiduría, mientras crea que los
locos son más felices y hasta más alegres que yo?
Es preciso tener
buenas costumbres, pero todos somos algo niños: las moralidades nos adormecen.
Y es que nos enseñan moralidades tontas que no convienen a nuestra naturaleza.
Hablamos de lo que no nos interesa y pensamos en otra cosa.
Excelente cosa
es la virtud: su nombre quiere decir fuerza, poder. El mundo subsiste por la
virtud de Dios. Mas ¿en qué consiste para nosotros la virtud? ¿Será una virtud
para enflaquecer la cabeza o suavizar el rostro? ¿Llamaremos virtud a la
simplicidad del hombre de bien que se deja despojar por los bellacos? ¿Será
virtud abstenerse en el temor de abusar? ¿Qué pensaríamos de un hombre que no
andase por miedo de quebrarse una pierna? La virtud, en todas las cosas, es lo
opuesto de la nulidad, del sopor y de la impotencia.
La virtud supone
la acción; pues si ordinariamente oponemos la virtud a las pasiones es para
demostrar que ella nunca es pasiva.
La virtud no es
solamente la fuerza, es también la razón directora de la fuerza. Es el poder
equilibrante de la vida.
El gran secreto
de la virtud, de la virtualidad y de la vida, sea temporal, sea eterna, puede
formularse así:
El arte de
balancear las fuerzas para equilibrar el movimiento.
El equilibrio
que se necesita alcanzar no es el que produce la inmovilidad, sino el que
realiza el movimiento. Pues la inmovilidad es muerte y el movimiento es vida.
Este equilibrio
motor es el de la propia Naturaleza. La Naturaleza, equilibrando las fuerzas
fatales, produce el mal físico y la destrucción aparente del hombre mal
equilibrado. El hombre se libera de los males de la Naturaleza sabiendo
sustraerse a la fatalidad de las circunstancias por el empleo inteligente de su
libertad. Empleamos aquí la palabra fatalidad, porque las fuerzas imprevistas e
incomprensibles para el hombre necesariamente le parecen fatales, lo que no
indica que realmente lo sean.
La Naturaleza ha
previsto la conservación de los animales dotados de instinto, pero también
dispone todo para que el hombre imprudente perezca.
Los animales
viven, por así decirlo, por sí mismos y sin esfuerzos. Sólo el hombre debe
aprender a vivir. La ciencia de la vida es la ciencia del equilibrio moral.
Conciliar el
saber y la religión, la razón y el sentimiento, la energía y la dulzura es el
fondo de ese equilibrio.
La verdadera
fuerza invencible es la fuerza sin violencia. Los hombres violentos son hombres
débiles e imprudentes, cuyos esfuerzos se vuelven siempre contra ellos mismos.
El afecto
violento se asemeja al odio y casi a la aversión.
La cólera hace
que la persona se entregue ciegamente a sus enemigos. Los héroes que
describe el poeta griego Homero, cuando combaten, tienen el cuidado de
insultarse para entrar en furor recíprocamente, sabiendo de antemano, con todas
las probabilidades, que el más furioso de los dos será vencido.
El fogoso
Aquiles estaba predestinado a perecer desgraciadamente. Era el más altivo y el
más valeroso de los griegos y sólo causaba desastres a sus conciudadanos.
El que hace
tomar Troya es el prudente y paciente Ulises, que sabe siempre contenerse y
sólo hiere con golpe seguro. Aquiles es la pasión y Ulises la virtud, y es
desde este punto de vista que debemos tratar de comprender el alto alcance
filosófico y moral de los poemas de Homero.
Sin duda que el
autor de estos poemas era un iniciado de primer orden, pues el Gran Arcano de
la Alta Magia práctica está entero en la Odisea.
El Gran Arcano
Mágico, el Arcano único e incomunicable tiene por objeto poner, por así
decirlo, el poder divino al servicio de la voluntad del hombre.
Para llegar a la
realización de este Arcano es preciso SABER lo que se debe hacer, QUERER lo
exacto, OSAR en lo que se debe y CALLAR con discernimiento.
El Ulises de
Homero tiene, en contra de sí, a los dioses, los elementos, los cíclopes,
las sirenas, Circe, etc., es decir, a todas las dificultades y todos los
peligros de la vida.
Su palacio es
invadido, su mujer es asediada, sus bienes son saqueados, su muerte es
resuelta, pierde sus compañeros, sus navíos son hundidos; en fin, queda solo en
su lucha contra la noche y el mal. Y así, solo, aplaca a los dioses, escapa del
mal, ciega al cíclope, engaña a las sirenas, domina a Circe, recupera su
palacio, libera a su mujer, mata a los que querían matarlo, y todo,
porque quería volver a ver a Itaca y a Penélope, porque sabía escapar siempre
del peligro, porque se atrevía con decisión y porque callaba siempre que fuera
conveniente no hablar.
Pero, dirán
contrariados los amantes de los cuentos azules, esto no es magia. ¿No
existen talismanes, yerbas y raíces que hacen operar prodigios? ¿No hay
fórmulas misteriosas que abren las puertas cerradas y hacen aparecer los
espíritus? Háblanos de esto y deja para otra ocasión tus comentarios sobre la
Odisea.
Si habéis leído
mis obras precedentes, sabéis entonces que reconozco la eficacia relativa de
las fórmulas, de las yerbas y de los talismanes. Pero éstos apenas son pequeños
medios que se enlazan a los pequeños misterios. Os hablo ahora de las grandes
fuerzas morales y no de los instrumentos materiales. Las fórmulas pertenecen a
los ritos de la iniciación; los talismanes son auxiliares magnéticos; las
yerbas corresponden a la medicina oculta, y el propio Homero no las desdeñaba.
El Moly, el Lothos y el Nepenthes tienen su lugar en estos poemas, pero
son ornamentos muy accesorios. La copa de Circe nada puede sobre Ulises, que
conoce sus efectos funestos y sabe eludir el beberla. El iniciado en la alta
ciencia de los magos nada tiene que temer de los hechiceros.
Las personas que
recorren la magia ceremonial y van a consultar adivinos se asemejan a los que,
multiplicando las prácticas de devoción, quieren o esperan suplir con ello la
religión verdadera. Dichas personas nunca estarán satisfechas de vuestros
sabios consejos. Todas esconden un secreto que es bien fácil de adivinar, y que
podría expresarse así: «Tengo una pasión que la razón condena y que antepongo a
la razón; es por eso que vengo a consultar al oráculo del desvarío, a fin de
que me haga esperar, que me ayude a engañar mi conciencia y me de la paz del
corazón».
Van así a beber
en una fuente engañosa que después de satisfacerles la sed la aumenta cada vez
más. El charlatán suministra oráculos oscuros y la gente encuentra en ellos lo
que quiere encontrar y vuelve a buscar más esclarecimientos. Regresa al día siguiente,
vuelve siempre, y de ese modo son los charlatanes los que hacen fortuna.
Los Gnósticos
basilidianos decían que Sophia, la sabiduría natural del hombre, habiéndose
enamorado de sí misma, como el Narciso de la mitología clásica, desvió la
mirada de su principio y se lanzó fuera del circulo trazado por la luz divina
llamada pleroma. Abandonada entonces a las tinieblas, hizo sacrilegios para dar
a luz. Pero una hemorragia semejante a la que alude el Evangelio, le hizo
perder su sangre, que se iba transformando en monstruos horribles. La más
peligrosa de todas las locuras es la de la sabiduría corrompida.
Los corazones
corrompidos envenenan toda la naturaleza. Para ellos el esplendor de los bellos
días es apenas un ofuscante tedio y todos los goces de la vida, muertos para
estas almas muertas, se levantan delante de ellas para maldecirlas, como los
espectros de Ricardo III: «desespera y muere». Los grandes entusiasmos
les hacen sonreír y lanzar al amor y a la belleza, como para vengarse, el desprecio
insolente de Stenio y de Rollon. No debemos dejar caer los brazos acusando a la
fatalidad; debemos luchar contra ella y vencerla. Aquellos que sucumben en ese
combate son los que no supieron o no quisieron triunfar. No saber es una
disculpa, pero no una justificación, puesto que se puede aprender. «Padre,
perdónales porque no saben lo que hacen», dijo el Cristo al expirar. Si fuese
permitido no saber la oración del Salvador habría sido inexacta y el Padre nada
hubiera tenido que perdonarles.
Cuando la gente
no sabe, debe querer aprender. Mientras no se sabe es temerario osar, pero
siempre es bueno saber callar.
¡Paz Profunda!
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