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sábado, 24 de enero de 2015

El efecto aterrizaje y otros más

El efecto aterrizaje y otros más

Author: Luis Ferrer i Balsebre

Escuchaba hace unos días a Victoria Prego un argumento que me hizo recordar el mito de Phaeton. Firmaba la periodista que una de las claves de la delicada situación que actualmente atravesamos y atraviesa el partido socialista particularmente era debida a que, en vez de ser gobernados por los mejores y más cualificados técnicos y políticos, los últimos gobiernos lo eran de gentes que estaban haciendo el máster en el Gobierno —cuando al Gobierno hay que llegar con todos los másteres hechos—.

La historia fantástica enseña como el dios Helios cada mañana montaba el carro del sol tirado por un grupo de briosos corceles a los que sólo su experta mano podía dominar y hacer que marcaran el recorrido acompasado que determinaba el amanecer y el anochecer, el frío y el calor, las estaciones y las lluvias.


Phaeton, hijo de Helios y la ninfa Climea, era uno de los muchos que tuvo el dios del Sol. Los amigos de Phaeton cuestionaban esa condición de demiurgo por lo que un día decidió acudir a ver a su padre e interpelarle sobre esa situación.

Helios no sólo le corroboró su condición de demiurgo sino que le brindó la posibilidad de pedir el deseo que quisiera para demostrárselo.

Phaeton le dijo a su padre que quería hacer lo mismo que hacía él todas las mañanas, conducir su carro de fuego a través de los cielos; pero el dios le replicó que ese era el único deseo que no podía cumplir porque ese viaje era muy peligroso para él dado que necesitaba de mucha pericia. Phaeton insistió diciéndole que si era su hijo podía hacer lo mismo que él.

Mientras tanto el paso de las horas hacía cada vez más urgente la decisión, ya que faltaba muy poco para que llegase la diosa Aurora para dar paso a su carro de fuego.

Antes de que el dios del Sol tomara la decisión, Phaeton saltó sobre el carro y se acomodó en él para partir.

Helios no cesaba de hacerle recomendaciones antes de intentarlo; debía mantenerse siempre en el medio, ni muy alto ni muy bajo, y seguir el mismo rumbo cotidiano que él recorría.

Le aconsejó que mantuviera firmes las riendas, que no abusara del látigo y que se cuidara de los peligros que pudieran acecharlo; pero antes de que pudiera continuar Phaeton partió y los alados corceles lo llevaron hacia lo alto perdiéndose en los cielos e iniciando el camino del nuevo día.

Pero el carro se movía demasiado y los caballos se asustaron, corrieron más velozmente e impidieron a Phaeton detenerlos; y antes de que pudiera intentar nada, perdió el rumbo.

Phaeton entró en pánico y perdió el control abandonado las riendas de sus caballos, los que siguieron su desenfrenada carrera transitando por lugares donde nunca antes habían estado, chocando con cuerpos celestes y provocando un verdadero caos cósmico.

Las estaciones dejaron de acompasarse, el descontrol hizo que al descender demasiado abrasara la tierra generando desiertos donde antes había tierra fértil, quemó la piel de los hombres hasta hacerla negra, la luz no siguió a la noche, los inviernos se hicieron glaciales y apareció el hambre y el desconcierto entre los hombres…

Finalmente, el dios Júpiter se estremeció cuando vio a la Madre Tierra agonizando y envió un rayo salvador que destrozó el carro de fuego y apagó el incendio.

Phaeton cayó en un río desde los cielos en llamas y las ninfas del agua rescataron su cuerpo, sepultando a quien había osado igualar al Sol y osado guiar su carro sin disponer de la pericia necesaria.

El caso es que nuevamente el mito nos vuelve a explicar la realidad más doméstica. Esta experiencia de dejar las riendas a políticos que en muchos casos sólo serían unos excelentes delegados de clase y poco más, ha tenido las mismas consecuencias míticas. Confiemos en que los nuevos vientos de cambio dentro y fuera del partido devuelvan el carro a quien disponga de la experiencia y pericia exigidas para tan delicada tarea.

Y si les importa un pepino que se anden con ojo, que nunca se sabe lo que un humilde pepino puede desencadenar, ¿o no?.

Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS)

http://blog.laopinioncoruna.es/eltoneldediogenes/2011/06/05/162/

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